Mensaje fin de año 1937: Saludo dirigido en la Nochebuena a todos los españoles

COMBATIENTES de España: 

A los que estáis en las trincheras bajo la lluvia y el frío y las balas, yo os envío mi fe ardiente que se une con la vuestra de una próxima y definitiva victoria. A los que en la segunda línea padecéis dolor y sufrimiento -viudas, madres; hijos hermanos- os mando mi piedad y mi gratitud por vuestro esfuerzo que es el combate silencioso de todos los días para que la victoria se alcance en la primera línea, para que sea fecundo y duradero el afán de vuestros combatientes por la instauración de un orden nuevo. A vosotros, trabajadores de España, que dais vuestras fatigas por una España mejor y más justa, yo así os lo prometo. A todos os mando mi aliento y mi cariño.

¡Combatientes de España!, por la victoria de nuestra Causa, que es la Causa del mundo cristiano en la tierra:

¡ARRIBA ESPAÑA! ¡VIVA SIEMPRE ESPAÑA!

Mensaje fin de año 1938

Mensaje fin de año 1939

Españoles:

La guerra de liberación ha planteado a España problemas de magnitud sin precedente; ingentes destrucciones materiales, valores espirituales aniquilados, un sistemático despojo de bienes económicos públicos y privados y una unidad amenazada por los residuos de un sistema político, con sus grupos y sus banderías.

La derrota de los marxistas había forzosamente de dejar en el cuerpo nacional fermentos de disolución y rebeldía entre esa masa de enemigos vencidos, de cuya moralidad y patriotismo es exponente aquel acaudalado, cabecilla marxista, que públicamente patrocinó el abandono a los nacionales de una Patria, despojada y en ruinas.

Un imperativo de justicia impone, por otra parte, no dejar sin sanción los horrendos asesinatos cometidos, cuyo número rebasa de cien mil; como sin corrección a quienes, sin ser ejecutores materiales, armaron los brazos e instigaron al crimen, creándosenos, así, el deber de enfrentarnos con el problema de una elevada población penal, ligada con vínculos familiares a un gran sector de nuestra nación.

En contraste con todo ello, se destaca la energía que nuestro pueblo ha revelado en la cruzada y su voluntad de bien patrio, lo que nos permite mirar serenamente el porvenir, augurando el resurgimiento español, de que es piedra básica la realización de la Revolución económico-social que España espera hace más de un siglo.

La guerra, con sus inseparables consecuencias, fue el único camino de redención que a España se ofrecía, si o quería sumirse, por siglos, en el abismo de barbarie y de anarquía en que hoy desgraciadamente, se debaten otros pueblos mártires del noroeste europeo.

La guerra ha causado en todos los tiempos un estado de depresión en la vida económica, a la que no se han substraído ni las naciones más fuertes y poderosas.

Así, España, que sufrió con ella la más terrible de las revoluciones conocidas, tiene hoy que pasar por un periodo de escasez y de limitaciones, en el que la mala fe de los enemigos en cubiertos, encuentra campo favorable para sus enredos.

ALERTA TODOS LOS ESPAÑOLES

Yo vengo previniendo a los buenos españoles, desde el día mismo de la Victoria, se preparen para estas batallas de la paz, mediten todos, cuales son sus deberes hacía un Estado que tantos dolores ha costado crear y cierren sus filas contra el enemigo. Es necesario salir al paso de la insidia y la calumnia; cerrar la boca de los difamadores.

El árbol se conoce por sus frutos, y donde hay un murmurador, un sembrador de alarmas o de insidias, hay siempre un traidor.

¡En guardia todos los españoles! ¡Alerta la Falange!

¡Qué puesto de honor le corresponde en esta lucha!

No por pequeños hemos de despreciar a nuestros enemigos. A nadie se oculta que vivimos los momentos políticos más interesantes de muestra historia, y en ellos han de unirse para el ataque los enemigos internos de nuestra nación, con la eterna anti-España, entre los que destacan esos pequeños grupos de cretinos que pasean su miseria física y moral, alternando las tertulias frívolas con los lugares de crápula, para verter en ellos las consignas que del extranjero les remiten, y que no vacilan en buscar ambiente hasta en aquellos sectores de población afectados por el área penitenciaría, intentando echar sobre el régimen que parecen patrocinar el baldón de hermanarlo con una monstruosa impunidad para los crímenes de nuestros hermanos.

¿Cabe más miseria física y moral?

Otras veces es la falta eventual de pan en algún pueblo, o la escasez de artículos, el motivo explotado para sus torpes maquinaciones. NO basta salirles al paso con la corrección, es necesario paralelamente divulgar cómo los sacrificios de nuestra nación son ínfimos en relación con los que alcanzaron a otros pueblos que sufrieron la guerra.

Rusia, que pasó una revolución de igual signo que la que asoló a España, padeció durante muchos años horrendas mortalidades causadas por el hambre; otros pueblos de Europa análogamente conocieron penalidades sin cuanto. ¿Qué son nuestra pequeñas dificultades comparadas con las de ellos?

Jamás Gobierno alguno tuvo que enfrentarse con mayores y más graves problemas.

EL DESEQUILIBRIO ECONÓMICO ES UN MAL ANTIGUO

La mayoría de los españoles ignoran cuál era la vida económica de la nación antes del Movimiento, a qué cifras monta el importe de la alimentación de nuestro pueblo, una muestra tenéis, en que con todo el oro de la nación, el cuantioso robado a los particulares y con crédito abierto en las principales naciones, los rojos no pudieron durante sólo tres años mitigar el hambre del pueblo que sojuzgaban.

Además, es necesario conozcáis, para que os deis cuenta de la magnitud del caso, que las vandálicas destrucciones rojas, con el robo y desaparición del tesoro español y de tantos bienes nacionales, con ser tan graves, no encerrarían tanto daño si nuestra economía anterior hubiera sido fuerte y no sufriésemos las consecuencias de varios lustros de abandono.

Así, nuestra balanza de pagos con el extranjero encuentra un gran desnivel desfavorable en lo que va de siglo, con la única excepción de los cinco años en que los suministros a las naciones en guerra nos ofrecieron un accidental superávit.

Hasta el año 1914, en que tiene lugar la guerra europea, el déficit medio de nuestro comercio exterior alcanzaba la cifra de ciento a ciento cincuenta millones de pesetas, en gran parte compensado por las importaciones invisibles de dinero procedente de los españoles en América.

De los años 1915 al 1919, en que repercute la guerra, tenemos un superávit medio conocido de setecientos millones de pesetas.

Terminada aquella, surge de nuevo el desnivel, para alcanzar un déficit, entre los años del 20 al 30 de unos seiscientos millones de pesetas.

La proclamación de la Republica produce una reducciones de las actividades nacionales y de la producción, y con ellas, una disminución de globo de nuestro comercio a la mitad , aproximadamente, en que los anteriores descendiendo el déficit a unos 300 millones, media de los años 30 al 35.

FACTORES PRINCIPALES DEL DESNIVEL DEL COMERCIO EXTERIOR.

Este desnivel permanente y visible de nuestro comercio encierra tal gravedad para nuestra economía , que el suprimirlo ha debido constituir la directriz principal de nuestra política económica, que evitaría el que la riqueza nacional se agotará en esta sangría suelta de centenares de millones que anualmente marcha a vigorizar la economía de los países exportadores.

Un estudio detenido de los principales productos que componen nuestras importaciones, nos presenta la particularidad de ser en mayoría originarios del campo y capaces de producirse en el área de nuestra nación.

Figura en primera fila el algodón que alcanza una cifra superior a los 200 millones de pesetas y que aumentara al mejorar las condiciones de vida de nuestras clases medias y humildes y su capacidad de consumo.

Otras fibras vegetales, igualmente redimibles exigían hasta hoy una importación superior a 75 millones de pesetas.

La seda y sus tejidos influyen en nuestro desnivel con otros 75 millones por termino medio.

El tabaco en rama y elaborado rebasa la cifra de 200 millones de pesetas.

Para pagar el caucho que necesitamos son 60 millones aproximadamente los que salen anualmente.

En legumbres secas se acerca a 50 millones el valor de su importación.

Las semillas oleaginosas constituyen otro importante renglón, con 50 millones de pesetas.

La madera con 120, la pasta de papel con 30 y el papel con 10, nos dan 160 millones para la madera y sus derivados.

Los cereales, cada tres o cuatro años, registran una cosecha mala, con una notable importación para cubrir el déficit, que en los años de 1927 al 1930 alcanzó una cifra media para el año de 20 millones.

Total de productos de la tierra, 910 millones de pesetas.

Como se ve, el sector más importante de nuestro desnivel lo constituyen productos de la tierra, en su casi totalidad obtenibles en nuestro suelo. La selección e imposición al labrador de semillas de mayor rendimiento ya en vías de hecho y el fomento del empleo del abono reducirá la elevada cifra que hoy importamos.

Existen otros importantes sectores de la importación, que como veremos contribuyen a este estado desfavorable de nuestra balanza y que en todo o en parte pueden reducirse.

En huevos la importación media de los años buenos era de 60 millones de pesetas, cuando una buena política avícola del fomento del gallinero en nuestros medios rurales hubiera podido redimirnos de este elevado gasto.

Hierro y acero. Este importante sector destaca con un gasto anual en importación de maquinaria de 150 millones de pesetas, y de vehículos de atracción automóvil, de otros 150 millones de pesetas, con 60 más de otras manufacturas y 60 de chatarra.

Una acertada política industrial debió hace tiempo haber reducido la primera cifra, fabricando en España parte de la maquinaria; y por cuanto se refiere a los automóviles, no es problema la implantación de su producción.

En lo que respecta a las herramientas y aceros especiales, nuestra guerra ha demostrado que nuestra capacidad técnica está a la altura de resolver estos problemas, que sólo necesitan el impulso económico industrial.

La chatarra, con su importación periódica, hace tiempo exige una racionalización en el empleo del hierro; que nos facilite por envejecimiento la cantidad de chatarra indispensable.

Gasolina y petróleo. La importación se cifra en 150 millones de pesetas, con tendencia a duplicarse esta cifra cada cinco años. Nuestro suelo ofrece pizarras bituminosas y lignitos en cantidad fabulosa aptos para la destilación, que puede asegurar nuestro consumo.

Productos químicos. Destacan entre estos productos, los abonos, con una importación superior a los 160 millones de pesetas anuales, redimibles en casi toda su totalidad con la fabricación en España de los nitratos, y sulfato amónico, sintéticos o derivados de nuestras destilaciones, así como con la explotación al límite de nuestros fosfatos.

Material eléctrico. Sube nuestra importación a más de 65 millones de pesetas, cuando somos productores de las materias primas, indispensables y podrían fabricarse en una gran parte.

Pesca. También es importante la cantidad que recibimos y que lleva camino de reducirse con la creación de nuestra flota bacaladera, que rinde productos que sobrepasan al 25 por 100 del consumo nacional y que trata de liberarse, ampliándola en el plazo más corto y substituyendo en parte al bacalao con la corbina de nuestras costas del Sahara, de peor calidad, pero utilizable y excelente alimento para las clases modestas.

OTROS FACTORES SECUNDARIOS, AUNQUE IMPORTANTES

Si analizamos nuestro comercio con las naciones de quienes importamos estos productos, encontramos: son procedentes de países, que tienen notablemente desnivelada a su favor la balanza comercial y muchos que apenas nos compran.

Existen en nuestra balanza de pagos otros sectores menos visibles, pero muy importantes, que contribuyen a aumentar nuestro desnivel, entre los que se encuentran:

Fletes del comercio exterior efectuado en barcos extraños.

Seguros en compañías extranjeras.

Películas cinematográficas.

Este examen, sin duda harto prolifo, pero necesario, os demostrará nuestra situación y cómo ha existido un campo favorable para atacar el problema de nuestra balanza comercial, ya que España ofrece tierras magníficas para ser regadas, montes para su repoblación, cantidad de materias primas transformables y brazos con exceso para el trabajo.

Si esto fuese poco, nos encontramos al termino de la guerra con deudas oro del Comité de Divisas del año 35 pendiente de pago, de varios millones de libras, no obstante nuestra oportuna indicación a las naciones acreedoras, de que exigiesen el pago de quienes estaban dilapidando el tesoro de nuestra Patria.

LOS DAÑOS CAUSADOS POR LOS ROJOS Y POR LA GUERRA.

Si a esta situación unimos la destrucción sistemática llevada a cabo por los rojos de la cabaña nacional, casi desaparecida casi del territorio que dominaron; la falta de siembra de la zona ocupada, que obligaba a España entera a vivir de las previsiones y cosechas del territorio en poder de los nacionales; la desaparición de los depósitos de materias primas, valorados en muchos centenares de millones de divisas; la voladura sistemática de todos los puentes del área a que afectó la guerra, que se elevan al número de varios millares, muchos de los cuales han sido la ilusión de muchas generaciones, la desaparición de una gran parte del material ferroviario, reducido a chatarra en muchos de los casos, la huida por la frontera pirenaica de todo el material automóvil de la región catalana, del que sólo recuperamos en estado lastimoso, una mísera parte; el robo y entrega a Rusia de una parte importante de nuestra flota mercante, que asciende a 48.000 toneladas, en poder todavía de los bolcheviques; los barcos perdidos en los puertos que fueron rojos, de los que en ocho meses llevamos salvados más de 48.000 toneladas, con un valor actual de 200 millones, obra admirable de nuestra Comisión de Salvamento; ¿puede alguien, en esta situación, extrañarse de que pueda escasear algún día el pan o faltar la leche o que los transportes no funcionen con la regularidad de los tiempos normales?

Un ejemplo os dará una idea de la magnitud de nuestros problemas: el consumo normal de trigo de España es de 41 millones de quintales.

Al ocupar la zona roja y encontrarla vacía, tuvimos un déficit, hasta empalmar con la cosecha de 4 millones de quintales que importamos del extranjero, con los consiguientes sacrificios económicos.

La falta de siembra en la zona roja nos causó un déficit para el año agrícola en curso de 10 millones de quintales más, que España está importando del extranjero; y esto exige, aparte del enorme sacrificio de 35 millones de dólares, un transporte en barcos que asciende a 160 barcos de 6.000 toneladas, y en trenes de unos 100.000 vagones.

ESPAÑA ESTÁ SALVANDO LAS CRISIS MÁS GRANDES QUE HA SUFRIDO NINGÚN PUEBLO. ESPÍRITU DE SACRIFICIO.

Y en esta situación y con esta penuria de medios, España está salvando la crisis más grande que ha sufrido ningún pueblo, sin hipotecas y sin claudicaciones.

Para coronar esta obra es necesaria la colaboración de todos los buenos españoles, en un espíritu de servicio y de sacrificio. Mas este espíritu de sacrificio es necesario que no pese sobre los menos dotados, sino, al contrario, sobre los que tienen qué sacrificar.

Si el sentido patriótico de nuestro pueblo le ha llevado a consumar el máximo de sacrificio por la Patria, dar la vida y la de sus propios hijos, ¿es mucho pedir el que sacrifiquen unos pocos los excesos de su codicia?

La nueva España no puede aceptar el tipo de comerciante o productor desaprensivo que especula con la miseria ajena. El comerciante serio cumple una función en nuestra sociedad; hace posible, por su capital y por su pericia, la existencia de productos a la mano de las zonas consumidoras, evitando a la familia la formación de su despensa; regula las oscilaciones del mercado con sus compras oportunas; atrae hacia las zonas de consumo los artículos de los productores; orienta a éstos de los gastos y preferencias de la masa consumidora; facilita a las clases modestas los artículos a crédito. Todo ello con un interés moderado al capital que moviliza.

Es una rueda indispensable en el progreso económico, cuyas deformidades se acusan inmediatamente en el campo de la economía nacional, ocasionando la miseria en nuestros hogares humildes.

Yo invito a los comerciantes honrados a reducir a este sector de tenderos desaprensivos que, explotando la escasez y especulando con los artículos, crean en la sociedad un ambiente desfavorable hacia el comercio, con daño inmediato de sus propios intereses, pues perturbando el restablecimiento de la normalidad y ocasionando un gran desequilibrio en el presupuesto de las clases modestas, acentúan su miseria y retrasan el progreso económico de la nación, del cual el comercio es el principal beneficiario.

Ahora comprenderéis los motivos que han llevado a distintas naciones a combatir y a alejar de sus actividades a aquellas razas en que la codicia y el interés son el estigma que les caracteriza, ya que su predominio en la sociedad es causa de perturbación y de peligro para el logro de su destino histórico.

Nosotros, que por la gracia de Dios y la clara visión de los Reyes Católicos, hace siglos nos liberamos de tan pesada carga, no podemos permanecer indiferentes ante esta nueva floración de espíritus codiciosos y egoístas, tan apegados a los bienes terrenos, que con más gusto sacrifican los hijos que sus turbios intereses.

Tienen que convencerse todos que no cabe trabajo serio ni progreso económico, sin la estabilidad de precios; y en la batalla para lograrlo yo espero la colaboración de todos los españoles, que deben ayudarnos con su valor cívico en la corrección inexorable de cuantos intenten comerciar con la miseria ajena.

EFICACIA DE LA SINCERIDAD

Es tan necesaria esta labor que no vacilo, en este día de balance, en que termina un año de glorias y da comienzo otro de trabajos, en turbar estas horas de meditación y recuerdo por unos, y de esparcimiento y alegría para otros, con la prosa de estas cifras y de estos problemas, que áridos en la forma, encierran, sin embargo, tesoros de poesía, pues pueden trocar en alegría y abundancia muchas lágrimas y miserias.

Estas son las inquietudes de mi espíritu en estos momentos en que quiero sepáis a dónde y por qué vamos.

Yo os dije desde el primer día de la guerra, que luchábamos por una España mejor, y que serían estériles los sacrificios nuestros si no realizábamos la revolución indispensable a nuestro progreso económico y estabilidad política.

Así, desde los primeros meses, la “Gaceta del Estado” va recogiendo en sus páginas los cimientos de esta gran obra que en la vida de las naciones cuesta decenios alcanzar.

LOS AGENTES DE LA ANTIESPAÑA

Mas esta Revolución que tantos quieren, y que ha de ser la base de nuestro progreso, tiene poderosos enemigos; los mismos que a través de los años fueron labrando nuestra decadencia; es la triste herencia del siglo liberal, cuyos restos intentan en la oscuridad revivir y propagarse, fomentados por los eternos agentes de la anti-España.

Son los que bajo Carlos III introdujeron en nuestra nación la Masonería a caballo de la Enciclopedia; los afrancesados, cuando la invasión napoleónica; los que con Riego dieron el golpe de gracia a nuestro Imperio de ultramar; los que rodeaban a la Reina gobernadora, cuando decretaba la extinción de las Ordenes religiosas y la expoliación de sus bienes, bajo la inspiración del judío Mendizábal; los que en el 98 firmaron el torpe tratado de París, que a la pérdida de nuestras Antillas unía graciosamente nuestro archipiélago filipino, a muchas millas del teatro de la guerra; los que en un siglo escaso hicieron sucumbir al más grandioso de los Imperios, bajo el signo de la monarquía liberal y parlamentaria; los mismos que en nuestra Cruzada, sirviendo intereses extraños, lanzaban las consignas de mediación y en nuestra retaguardia intentaron verter el descontento.

Esta es la ejecutoria de una época y el estigma de un sistema, que tiene que grabarse en el ánimo de los españoles.

Viven todavía las generaciones que al correr de estos últimos años sufrieron sus consecuencias con las miserias y la limitación de horizonte de la vida española, en la que sólo el breve paréntesis de mando del general Primo de Rivera pone en el panorama albores de esperanza, pero los mismos que en la vida contemporánea habían sido autores de nuestra decadencia, se encargaron de derribarle, con sus intrigas, y de que se perdiera la coyuntura que España tuvo para su renacimiento.

¿No veis en nuestros días análogos designios?

Quisieran que se malograse nuestra Revolución; muchos de dentro y fuera están interesados en que no se realice.

¡A unos duele nuestra grandeza! … ¡A otros les ciega sus torpes pasiones!

LA INSIDIOSA LABOR DE LOS ENEMIGOS

¿No os apercibís cómo insidiosa y malévolamente se intentan sembrar dudas y fomentar desconfianzas dentro y fuera, contra nuestro Movimiento, al tiempo que se lanzan especies de anacrónicas dictaduras militares o de restauración de viejos poderes, intentando hacer ambiente al sistema bicéfalo que esterilizó la obra y facilitó la caída del general Primo de Rivera?

¿No os apercibís cómo quisieran convertir nuestra Revolución en paréntesis que, traicionando los sacrificios hechos, les permitiera volver al tinglado de la farsa política, para siempre caída?

¿Creen los autores de esas especies que España sigue siendo un país de siervos, en el que unas murmuraciones de café o el propósito de unos logreros pueden torcer el rumbo de una Revolución histórica por la que han muerto tantos de los mejores, sin que los que tantísimo sacrificaron defendieran con uñas y con dientes esta herencia sagrada?

NADA PODRÁ TORCER NUESTRO DESTINO

Nada ni nadie puede torcer nuestro camino, que el tesón que pusimos en las duras batallas de la guerra hemos de superar en las que impongan la realización de nuestra Revolución, nacional.

Como lo lograremos es lo que hoy me interesa participaros; que lo mismo que ayer vivisteis en los partes de guerra el glorioso marchar de nuestras tropas, podáis seguir mañana los avances del resurgimiento de nuestra Patria, sintiéndoos participes de esta obra común, que hizo posible la sangre generosa de nuestro héroes, y que será el más hermoso fruto de vuestras privaciones y de vuestro trabajo.

Vosotros conocéis cómo es la España que recibimos: con los grupos en lucha, con sus burgos tristes y sus viviendas míseras, sus funcionarios hambrientos y sus obreros sin trabajo, la que entregaba a la muerte sin defensa millares de vidas de tuberculosos por año; la que registra la más alta mortalidad infantil; la que ofrece el irritante contraste de los palacios suntuosos y de las viviendas míseras.

Necesitamos una España unida, una España consciente. Es preciso liquidar los odios y las pasiones de nuestra pasada guerra, pero no al estilo liberal con sus monstruosas y suicidas amnistías, que encierran más de estafa que de perdón; sino con la redención de la pena por el trabajo, con el arrepentimiento y con la penitencia; quién otra cosa piensa, o peca de inconsciencia o de traición.

JUSTICIA SERENA Y GENEROSA

Son tantos los daños ocasionados a la Patria, tan graves los estragos causados en las familias y en la moral, tantas las víctimas que demandan justicia, que ningún español honrado, ningún ser consciente, puede apartarse de estos penosos deberes.

Pero una cosa es la justicia y otra es la pasión; la justicia ha de ser serena y generosa. No debe rebasar los límites que la corrección demanda y la ejemplaridad exige, y esto es incompatible con la satisfacción en el castigo ajeno, con el rencor y el odio, con el encono hacía los vencidos, que si no lo admite la caridad cristiana, lo repugna también un imperativo patriótico.

En este sentido os anuncio medias que evitarán que la pasión o la envidia puedan ser motor que empuje a la justicia.

Ha habido enormes delincuencias, desviaciones punibles; pero, ¿cuántos otro no fueron empujados a organizaciones y a partidos por una necesidad del trabajo o un humano anhelo de mejora?

¿Es que pueden sentir fidelidad a un sistema quienes sufren en él una situación perpetua de injusticia y de miseria? Este ha sido el gran motor explotado por nuestros enemigos; y, sin embargo, en la zona nacional, este pueblo, que no es distinto del otro, pues sólo la suerte de las armas en los primeros días decidió la situación entre los bandos, ¡qué ejemplos no dió de patriotismo!

DISTRIBUCIÓN EQUITATIVA DEL BIENESTAR

Los que hayáis analizado la historia económica de los tiempos contemporáneos, no os pasará desapercibido que España, dió en las últimas décadas un salto de gigante en la multiplicación de sus riquezas.

A las viejas fortunas, que se valoraban a principios del siglo por miles, dieron las que hoy se evalúan en decenas de millones de pesetas.

Sin embargo, este crecimiento de los bienes nacionales sólo benefició a un reducidísimo, sector de nuestra sociedad, con detrimento de los otros sectores, que vieron retroceder su bienestar.

Faltó el Estado, previsor y justo, que aprovechase este fenómeno de multiplicación de bienes, para lograr con una más justa y equitativa distribución de la riqueza, que se elevase el bajo nivel de vida en que la mayor parte de la nación aparecía sumida. Pudo y debió realizarse, así nos atrevemos a afirmarlo, en el momento en que nos disponemos a acometer la gran obra de resurgimiento, con el trabajo serio y en silencio, que con ritmo casi matemático encontraréis cada día en las páginas de nuestra “Gaceta”.

Yo sé que cuando salgan a la luz nuestros futuros presupuestos, cuando en el próximo mes de enero se hagan públicos nuestros proyectos, no han de faltar los eternos agoreros, intentando sorprender la buena fe de los capitalistas timoratos.

Yo les digo a esos espíritus apegados a los bienes, que el mejor seguro de sus caudales es la obra de redención que realizamos.

Así lo sentimos y lo anunciamos cuando salían nuestros voluntarios para los frentes, así lo afirmamos sobre la sangre caliente de nuestros Caídos y así lo exige el sentido profundamente católico de nuestro Movimiento.

TAREA A FAVOR DE LOS HUMILDES

¿Es que puede algún español permanecer indiferente ante los grandes problemas de la miseria ajena, de la tuberculosis y de tantos males como afectan a nuestras clases humildes?

Hemos iniciado esta labor en plena guerra y hemos de continuarla; en el campo sanitario, creamos más de siete mil camas en Sanatorios que son una quinta parte de las necesarias para la lucha antituberculosa. ¿Qué para ello se imponen sacrificios mayores a la España sana? Cierto, pero no debe importarnos el legar a nuestros hijos una carga mayor, no cabe medida más justa; no dudemos que el juicio que en un mañana merezcamos será muy distinto del que dolorosamente formamos de los que nos precedieron y no quisieron o no supieron resolver este problema. ¿Cuál ha de ser el tiempo necesario para realizar esta obra? El mínimo que impongan los estudios de emplazamiento y la materialidad de las construcciones.

Es la enorme mortalidad infantil otra causa de pérdidas humanas; son espantosas las cifras que hasta hoy alcanzaba por descuidos y abandonos evitables; su remedio es mucho menos costoso y está en la propaganda, los pequeños auxilios y el admirable y amoroso cuidado ya iniciado de nuestra Falange Femenina. Esta tiene que ser una de las grandes obras de nuestro Movimiento: llegar a los últimos lugares a donde el Estado no llega para con celo mantener nuestras consignas.

La cuestión de la vivienda constituye otra de las grandes lacras nacionales y está intensamente ligada a la sanitaria. Más del 30 por 100 de las viviendas españolas son insalubles, según la estadística formulada por nuestra Fiscalía de la Vivienda, su substitución por otras en excelentes condiciones no presenta dificultades, por cuanto su construcción significa la creación de una riqueza movilizable que compensa con creces los pequeños sacrificios estatales.

Nuestra Fiscalía de la Vivienda, registrando el mal y destacando el remedio, ha hecho mucho ya en este camino, y el Instituto de la Vivienda multiplica sus actividades para realizar su programa de ejecutar en diez años más de 200.000 casas allí dónde las necesidades son mayores.

Estas tres grandes obras, instituciones antituberculosa, de puericultura y viviendas, tienen en sí tal fortaleza, que cuanto pueda decirse en su favor es corto ante las realidades. Su ejecución ha de tener el más grande poder de captación entre nuestros adversarios.

A estos golpes hemos de forjar la unidad de España. Las obras públicas, creando riqueza o revalorizando la existente, son para una nación un excelente regulador que a la par impulsa y estimula su prosperidad. Aun aquellas obras en que parece que el Estado no recibe un directo provecho, le ofrecen un dilatado campo de ingresos y beneficios; percibiendo el Erario público un impuesto en toda transacción u operación mercantil o de transporte que se realice, toda cantidad lanzada al mercado acaba, al término de un determinado tiempo, en las arcas del Tesoro, perdiéndose sólo el tanto por ciento pequeño que representa el ahorro, que a su vez el Estado absorbe por medio de los empresarios o que los particulares recoger par nuevas creaciones de riqueza.

SE COMBATIRÁ CON EFICACIA EL PARO OBRERO

Una masa trabajadora crea siempre riqueza; es un capital rindiendo; un obrero parado es un capital inactivo que vive a costa de la producción que otros realizan. Ha de ser, pues, objetivo a perseguir por nuestro Estado el evitar la acción ruinosa de las masas de parados.

Las obras públicas, completando la iniciativa particular, vienen a resolver este problema, y a la vez que multiplican la riqueza, crean con ella, nuevas canteras de trabajo, aumenta la capacidad de consumo de los españoles a quienes afecta, con la consiguiente demanda de productos, que es también mayor trabajo para los que los producen.

En orden a la economía nacional, las obras públicas permiten la realización de los más vastos programas. Las de colonización, los nuevos regadíos y la repoblación forestal son forjadores de tal grado de riqueza, que sólo su enumeración tiene suficiente elocuencia. Cuanto en ello se gasta se recoge con creces en plazos más o menos cortos.

La multiplicación de nuestra industria, la explotación de nuestra industria, la explotación de nuestra minería, mientras lo permitan los mercados interiores y exteriores, sin llegar a la saturación, es crear riqueza y favorecer la economía, proporcionando al Estado pingües ingresos directos e indirectos; la Marina mercante, costosa en principio, es una obra pública más, constituyendo una faceta de nuestra economía al redimirnos del renglón importante de los fletes en buques extranjeros, y aun en casos de pérdidas, es fuente de trabajo y obra muy superior en rendimientos a los de una carretera, que nadie, naturalmente discute…

LABOR DE APOYO A LA JUVENTUD

Siendo la juventud la esperanza de nuestra España, no puede aplazarse cuanto a su formación concierne, y por ello se requiere transformar nuestras Universidades e Institutos, atendiendo a la educación moral, patriótica y física de nuestros jóvenes, creando residencias, comedores y campos de deporte. Cualquier retraso en ellos seria el perder promociones de jóvenes que quedarían abandonados a una instrucción como la pasada, con una ausencia completa de formación.

No cabe resurgimiento sin una fortaleza militar. No olvidemos que nuestra grandeza duele a poderosas naciones. El logro, pues, de nuestro resurgimiento descansa en un Ejército de tierra, mar y aire que avale nuestra situación geográfica y respalde nuestras libertades y nuestro derecho.

Los gastos militares, que maliciosamente tantos han considerado como gastos muertos, participan de las características de algunos sectores de las obras públicas: el dinero que el Estado dedica a su dotación, se reparte en el país como en aquellas y es recogido a través de los impuestos.

LA SITUACIÓN DE LOS FUNCIONARIOS.

Otro problema que no puede abandonarse es el de la situación de nuestros funcionarios, honrados y modestos, que ven transcurrir la vida en un ambiente de necesidad y de miseria. ¿Qué ideas grandes pueden caber en cuerpos míseros?

Yo os aseguro que en esas recepciones que a mí presencia han tenido efecto en las provincias, cuando desfilaban con los trajes raídos, su aire cansino y sus rostros macilentos por el trabajo y la vigilia, tantos honrados de España y el ansia de esta Revolución de que tanto se asustan los timoratos.

Nuestra nación nos ofrece la necesaria riqueza para que todos vivan con máxima holgura, pero para lograrlo es necesario que todos, a su vez, tengan fe en nuestros futuros destinos y que no sientan impaciencia, que ese bienestar es posible creando multiplicando la riqueza, aumentando las fuentes de producción y de trabajo, pero no sepultándolas anticipadamente con pesadas cargas.

En los nuevos presupuestos se ha encarado el Estado con estos problemas, y en la ley acordad el día de ayer en Consejo de ministros se inicia la mejora de nuestros funcionarios en los términos discretos que los momentos aconsejan, y que asciende entre un 40 por 100 para los sueldos más modestos hasta el 16 por 100 a los jefes superiores de Administración, aumentos que tendrán efectividad el primero de febrero.

Esta preocupación y solicitud del Estado hacia sus servidores es necesario sea correspondida con una mayor asiduidad del trabajo y un mayor rendimiento. La época exige nuevo ritmo y no es posible aquel aire cansino de antaño que llegó a caracterizar las oficinas del Estado. Yo aspiro a que, elevando y dignificando a nuestros funcionarios, volvamos a los otros tiempos anteriores en que el haber servido al Estado era constitutivo de un timbre de honradez y laboriosidad.

LOS MEDIOS PARA REALIZAR EL RESURGIMIENTO ESPAÑOL

¿Con qué medios contamos para coronar esta labor?

Con la movilización de nuestras riquezas naturales bajo un régimen de paz, de colaboración nacional de cuantos elementos integran el proceso económico. En el levantamiento, o mejor dicho, en la creación de nuestra economía; que creación de nuestra economía; que creación tenemos que llamar a lo que sin cimientos encontramos con la subordinación de todo interés particular al supremo de la nación, con la racionalización de nuestras producciones y la labor protectora del Estado, con el estímulo de la iniciativa privada, savia y vigor de las actividades nacionales y con el aumento progresivo de la capacidad consumidora de nuestro pueblo.

El bienestar económico de la colectividad nacional está íntimamente ligado a esta labor, que si se hubiera orientado y estimulado a tiempo hoy podríamos mejorar la base al acelerar el ritmo.

ESPAÑA POSEE ORO EN SUS YACIMIENTOS

El robo y exportación por los rojos de la gran cantidad de oro de nuestro Banco de emisión ha dificultado en el orden exterior la rápida resolución de nuestros problemas de comercio.

Mientras el oro sea en el exterior el módulo de estimación de las monedas y un metal confiado por los pueblos, no podemos prescindir para nuestras relaciones comerciales de su existencia y de contar con una masa de dinero o de oro con que cubrir el déficit de nuestra balanza de pagos.

En este orden, tengo la satisfacción de anunciaros que España posee en sus yacimientos oro en cantidades enormes muy superiores a aquellas que los rojos, en combinación con el extranjero, nos despojaron, lo que nos presenta un porvenir lleno de agradables presagios.

En el orden interior, ya no se nos hace necesario. La política económica de la España nacional, en tres años de guerra, sin oro, sosteniendo al mismo tiempo una costosa lucha, nos demuestra lo artificioso del papel del oro en las actividades interiores de la nación.

Alemania, arruinada, sojuzgada, a través de la Gran Guerra, resurgió sin oro y en las condiciones más desfavorables, por carencia de materias primas.

Cuanto más se estudia la economía, más se aprecia el papel artificial, que del adorno de los cuellos de los bárbaros a imponerse como dueño y señor de los metales útiles y de todos los bienes de la tierra; constituido como símbolo monetario, es, sin embargo, reemplazado en su ficción a la aparición de las Artes Gráficas por los cheques, billetes de banco, las acciones, las obligaciones, descendiendo de su trono para encerrarse en las arcas de los Bancos emisores, donde reposa, desempeñando una ficción que celosamente defienden los países productores de oro o que han alcanzado las más grandes reservas.

LAS RIQUEZAS NACIONALES TIENEN UN VALOR MÁS POSITIVO QUE EL DEL ORO.

El oro, que constituía un medio para el intercambio, no puede ser un fin, y al encontrar en su poder mediador más hábiles competidores, se vislumbra su ocaso en un plazo que no puede dilatarse.

Hemos visto en nuestra guerra cómo nuestra capacidad de producción y nuestras reservas de trigo, hierro, lana y bienes nacionales desempeñaron el papel de oro en nuestra economía. Si esto es una realidad, tenemos que pensar en volver a los tiempos en que la riqueza se media no sólo por el oro, sino con los depósitos de estos bienes fácilmente almacenados. ¿No vemos como las tierras y las vicisitudes del mundo, incluso, los revaloriza y les otorga un aprecio muy superior?

Si unas toneladas de oro almacenadas en los sótanos de un Banco ofrecen a la moneda fortaleza y garantía, ¿cuánto no le ofrecerá el almacenaje de materias primas y productos comparables al oro más necesario que él para la vida y que permitiría por otra parte regularizar nuestra producción? ¡Magnífica cantera para nuestra economía!

LA POTENCIA CREADORA Y PRODUCTORA, FUENTE DE RIQUEZA

Un país como el nuestro, débilmente industrializado, con grandes posibilidades de mejorar en el orden agrícola, ganadero, con una riqueza minera muy estimable y un nivel medio de los restantes países europeos, posee un vasto campo de resurgimiento, impulsando en forma armónica las fuentes de producción y la capacidad de consumo.

La riqueza de la nación no descansa sólo en sus bienes materiales; oro, materias primas y producción agrícola; la riqueza no es completa si no existe debida armonía de estos medios con la potencia consumidora. El ajuste de estos factores, racionándolos, es objeto perseguido por las naciones que liberadas de los torpes prejuicios liberales se encaminan a realizar sus progresos económicos.

Esta gran obra no es posible bajo los regímenes liberales con su libre concurrencia, envilecimiento de precios, crisis periódicas de que tanto provecho sacan prestamistas y especuladores, que comercian con las miserias nacionales y crean un ambiente favorable para la lucha y la revolución.

Así ocurre también en el orden internacional. No basta que el mundo produzca; no hace falta paralelamente una potencia de absorción, y aunque esa capacidad consumidora existe, las poderosas naciones, con sus sistemas plenos de competencia y rivalidades, especulan con la miseria de esa masa de población que asciende a una mitad del mundo y que, incapaces, hurtan al consumo mundial y a su progreso económico.

INCAPACIDAD POLÍTICA DEL LIBERALISMO

Si examinamos las causas profundas de la lucha que ensangrienta a Europa, no podemos dejar de considerar la gran parte que en provocarla han tenido los especuladores internacionales, dueños y señores del régimen liberal y de la injusticia imperante en el mundo.

Régimen que vemos en profunda crisis hasta en los propios países que lo crearon y lo propagaron.

Así, al encontrarse con la dura realidad, desaparece el patrón oro y la estabilidad de las monedas surge del encadenamiento de la economía con la racionalización de la producción de las más seculares libertades y hasta de aquellos derechos consagrados por la revolución, sucumben y se encierran entre los cascos y bajo el imperio de las bayonetas por los propios voceros de las libertades.

No es la España calumniada la que milita y vigila los abusos de la libertad en la cátedra; no son loas naciones llamadas totalitarias las que coartan las libertades políticas en holocausto del bien patrio, es la propia cuna del liberalismo y las naciones paladinas de las libertades las que niegan la libertad de pensamiento y su libre expresión al perseguir y exterminar a cuantos militan en el credo comunista.

EL ABSURDO CONFLICTO EUROPEO

Cuanto más avanza el conflicto menos se justifica su continuación.

Ya no pueden ser las concepciones ideológicas contrapuestas y los intereses económicos en pugna los que justifiquen la guerra entre estos pueblos cuando todos se orientan por un solo camino y la ruina económica no les permite elección. No puede ser la salvación de una nación de hecho vencida, el motivo de la prolongación de una lucha que amenaza destruir otros Estados.

No puede fundamentarse la continuación de la guerra en el desequilibrio que ocasiona la potencia bélica de una nación cuando surge un potente enemigo que precisamente exige se contrapesa, ya que por su masa y sus doctrinas es la máxima amenaza para la civilización que necesitamos defender.

Para nadie en un secreto las pugnas que en los Balcanes tratan de encender la guerra y entender el conflicto a países que desean mantener la paz.

Cualquiera que sea el resultado que los bandos en lucha, el resultado será igual de catastrófico. Rotos los diques de la disciplina, sin autoridad los Gobiernos y los partidos que los condujeron a una lucha estéril, se recogerá la siembra de tantos años de demagogia y conocerán otros pueblos lo que fueron los sufrimientos de la España mártir.

Nuestra nación, que luchó con heroísmo durante tres años por salvar a la Civilización Cristiana de su desaparición en Occidente, vive en estos momentos los dolores de los otros pueblos de Europa, y una su voz a la suprema autoridad de la Iglesia Católica, de nuestra dilecta hermana Italia Imperial y de tantos Estados que propugnan el cese de una lucha que, de llevarse hasta el final abrirá el paso hacia Occidente de la barbarie asiática.

Ante la triste posibilidad de que la guerra siga, mantengámonos los españoles en el espíritu tenso de los días heroicos, unidos, preparados para enfrentarnos con la situación que cada día de la guerra vaya creándose en el porvenir de Europa.

EL ORGULLO DE NUESTRA HISPANIDAD

Sintamos hoy más que nunca el orgullo de nuestra hispanidad civilizadora de pueblos y defensora de la Fe que da impulso y contenido a nuestro grito de

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1946

Españoles:

En esta noche en que los hogares españoles celebran sus fiestas tradicionales de paz y de cristiana alegría, mi recuerdo es para todos los que en nuestra nación o fuera de ella elevan a Dios, en esta hora, sus plegarias o sus votos para que bajo su protección continué en el año que comienza el resurgimiento de nuestra Patria.

Destaca, en este año que termina, sobre todos los trabajos fecundos de resurgimiento interior llevados a cabo, el acto grandioso de unidad española y de verdadera comprensión que os solidarizó ante la injusticia extraña en aquel 9 de diciembre de imborrable memoria. El año 1946 deja bien clara ante los ojos del mundo la prueba de nuestra razón y la razón de nuestra unidad, alzada entusiásticamente por toda la Patria como la mejor y más segura bandera que los españoles hayan levantado en el transcurso de los siglos.

El ateísmo y el materialismo que se han apoderado de tantas conciencias y señorean, desgraciadamente, tantos pueblos, difícilmente podrán comprender a una nación católica que, por el hecho de serlo, ha aceptado como ley suprema entre sus hombres aquella inigualable doctrina por la que Cristo murió en el Calvario. Su igualdad, su libertad y su justicia son las que caracterizan nuestros actos; si por ellas merecemos el odio o el rencor del mundo, estamos dispuestos a afrontarlo.

Mas una cosa es la malicia de los hombres torcidos y otra muy distinta la de los pueblos de buena voluntad. Por ello nuestro afecto y nuestra gratitud se dirigen en este día a todos los que en el mundo nos comprendieron y nos ayudaron, en especial al mundo católico, que tanto nos asiste y nos conforta; nuestro perdón para los que engañados han intentado, sin embargo, herirnos, y nuestro desdén para los impenitentes maquinadores de toda injusticia que se han deshonrado al injuriarnos.

Nuestra paz y el afianzamiento de nuestro bienestar son una realidad innegable que nuestros enemigos intentan encubrir con ese telón de agravios y calumnias, pero nuestra conciencia en esta hora de repaso de cuentas descansa en la exquisita y reconocida caballerosidad, nobleza e hidalguía con que nuestra política se ha comportado respecto a todos los países y a todos los problemas en estas horas del mundo. Vamos al nuevo año con el ánimo bien templado, dispuestos a superar dificultades y rencores, y en él continuaremos esa labor ingente de realizar la reforma económico-social de nuestros pueblos y ciudades.

En el momento en que la comunidad española vive esta esperanza de paz y de buenos deseos para 1947, pedimos a Dios nos siga preservando de los odios que se agitan en el aire del mundo y derrame sobre el suelo de España, la tierra bendita de nuestros muertos, que es también de nuestros hijos, y sobre todos los españoles la gracia de la paz y de su protección para seguir adelante nuestra gloriosa historia.

Mensaje fin de año 1947

Españoles:

En esta noche en que los hogares españoles celebran sus fiestas tradicionales de paz y de cristiana alegría, mi recuerdo es para todos los que en nuestra nación o fuera de ella elevan a Dios, en esta hora, sus plegarias o sus votos para que bajo su protección continúe en el año que comienza el resurgimiento de nuestra Patria.

Destaca en este año que termina, sobre todos los trabajos fecundos de resurgimiento interior llevados a cabo, el acto grandioso de unidad española y de verdadera comprensión que os solidarizó ante la injusticia extraña en aquel 9 de diciembre de imborrable memoria. El año 1946 deja bien clara ante los ojos del mundo la prueba de nuestra razón y la razón de nuestra unidad, alzada entusiásticamente por toda la Patria como la mejor y más segura bandera que los españoles hayan levantado en el transcurso de los siglos.

El ateísmo y el materialismo que se han apoderado de tantas conciencias y señorean, desgraciadamente, tanto pueblos, difícilmente podrán comprender a una nación católica que, por el hecho de serlo, ha aceptado como ley suprema entre sus hombres aquélla inigualable doctrina por la que Cristo murió en el Calvario. Su igualdad, su libertad y su justicia son las que caracterizan nuestros actos; si por ellos merecemos el odio o el rencor del mundo, estamos dispuestos a afrontarlo.

Mas una cosa es la malicia de los hombres torcidos y otra muy distinta la de los pueblos de buena voluntad. Por ello nuestro afecto y nuestra gratitud se dirigen en este día a todos los que en el mundo nos comprendieron y nos ayudaron, en especial al mundo católico, que tanto nos asiste y nos conforta, nuestro perdón para los que engañados han intentado, sin embargo, herirnos, y nuestro desdén para los impenitentes maquinadores de toda injusticia que se han deshonrado al injuriarnos.

Nuestra paz y el afianzamiento de nuestro bienestar son una realidad innegable que nuestros enemigos intentan encubrir con ese telón de agravios y calumnias, pero nuestra conciencia en esta hora de repaso de cuentas descansa en la exquisita y reconocida caballerosidad, nobleza e hidalguía con que nuestra política se ha comportado respecto a todos los países y a todos los problemas en estas horas del mundo. Vamos al nuevo año con el ánimo bien templado, dispuestos a superar dificultades y rencores, y en él continuaremos esa labor ingente de realizar la reforma económico-social de nuestros pueblos y ciudades.

En el momento en que la comunidad española vive esta esperanza de paz y de buenos deseos para 1947, pedimos a Dios nos siga preservando de los odios que se agitan en el aire del mundo y derrame sobre el suelo de España, la tierra bendita de nuestro muertos, que es también de nuestros hijos, y sobre todos los españoles la gracia de la paz y de su protección para seguir adelante nuestra gloriosa historia.

En esta hora en que el pueblo español se dispone a recibir en paz y alegría en la intimidad del hogar o en el júbilo de la sociedad el año que se acerca con la esperanza de ver otros, me es singularmente grato enviaros a todo los españoles del campo y de la ciudad y a cuantos esparcidos por los diversos países del mundo sentís hoy la nostalgia de la Patria lejana mi saludo más cordial y expresivo que a través de las hondas de la Radio os revelo con la satisfacción de sentirme unido a vosotros en las mismas esperanzas y deseos y en un sentimiento común por la prosperidad y la grandeza de nuestra Nación.

Si reconocemos a la Patria como lo supremo; en el orden político hemos de servir su grandeza y su bienestar ha de compensarnos de todo sacrificio, por ello las ventajas para la Patria alcanzadas nos darán la satisfacción de haberle sabido sacrificar nuestras menudas diferencias.

El año de 1947 registra ante la Historia el momento en que la verdad española se abre al fin camino en el mundo. Era un techo inevitable que no podía hacerse esperar; un ambiente internacional artificioso erizado de desconocimientos y de rencores había venido obstaculizando la consideración que a nuestro país se debía en el libre concierto de las naciones. Pero la verdad sobrevive siempre a las malas voluntades y a los torcidos intentos y nuestra España ve llegar el instante en que se va ya haciendo justicia a su generosidad y a su derecho.

Este es el final ineludible de todas las propagandas y leyendas falsas, ya que tarde o temprano se abre la verdad camino y lo que pretende fuese estigma que denigrase se transforma en virtudes que ennoblecen. El ser español vuelve a ser hoy en el mundo un timbre de nobleza.

En el año que ahora termina visitaron nuestras tierras y ciudades numerosas personalidades extranjeras, y muy especialmente hispanoamericanas, que vinieron a colaborar en nuestras conmemoraciones culturales o en nuestros Congresos científicos. Ellos pudieron comprobar libremente, sin ninguna clase de intermediarios, la realidad de nuestro país y la vida verdadera de nuestro pueblo. España, que les recibió con las puertas abiertas, honrándose con su visita, continúa ofreciendo su proverbial hospitalidad e hidalguía, sin ninguna distinción o reparo, a cuantos quieran acercarse a conocer nuestro presente o los monumentos de nuestra historia.

Tenemos especial empeño en que estas breves palabras nuestras lleven por el éter un efusivo saludo de confraternidad a los pueblos de nuestra estirpe, que por encima de humanas diferencias y errores oficiales, supieron mantener viva la fe y el amor a la vieja Madre y dar fe ante el mundo de nuestro cristiano espíritu de paz y de nuestro probado afán de salvar los eternos valores morales de la Humanidad, a los que no podemos aludir sin destacar nuestro más sentido recuerdo para los verdaderos adelantados de la hispanidad, para esos frailecitos y monjas, misioneros españoles que esparcidos por toda la redondez de la Tierra., en selvas vírgenes o en lugares inhóspitos, llevan, sin medir el sacrificio, a todos la caridad y la fe del Redentor con la más bella floración del espíritu católico de la vieja España. Y como es de destacar en esta hora de balance nuestros mejores deseos y felicitaciones para la nación que alzó valiente ante los otros pueblos la voz de la verdad y para su digno Presidente, el general Perón, que tuvo el gesto, que nunca olvidaremos, de enviarnos a través del océano a su ilustre esposa como símbolo de amor de su nación. En todos los hogares españoles en esta hora habrá el más cálido recuerdo para la nación Argentina. Y lo mismo que en nuestras horas de prueba en la Cruzada como en la gran contienda sentimos esa unión cual hermanas siamesas que la Naturaleza nos puso en nuestros destinos, sean en éstas más pacificas, aunque siempre intranquilas, nuestro amor y felicitación para Portugal plenas de deseos de ventura. Y presentes siempre en nuestro afán y en nuestras alegrías unas palabras de amor para el noble y leal pueblo marroquí, tan unido a nosotros, y a quien deseamos la mayor felicidad.

En cuanto a las otras naciones vayan nuestros deseos de paz y de felicidad también y nuestra buena voluntad de contribuir a la única y buena armonía entre los pueblos. Pero nuestros más cálidos anhelos sean para los pueblos que sufren; los perseguidos, los que padecen en la cautividad la carencia de hogar o de recursos y para cuantos pagan culpas que no han merecido, nuestro calor de hermanos y nuestros de alivio y de paz. Que la fe en el buen Dios no los abandone, que éste pagará colmadamente sus sacrificios que por encima de los errores de los hombres prevalece siempre su suprema voluntad, que en último extremo dirige el destino de los pueblos. A las oraciones, que, en esta hora el Padre Santo, eleva por tantos hijos que sufren, unen muchísimos españoles hoy las suyas por ellos y por su Santo Pontífice a quien desean que Dios otorgue los dones de una larga vida en bien de la catolicidad doliente.

A los españoles alejados de nuestras tierras por meros enconos o resentimientos políticos, brindamos una vez más la oportunidad de reintegrarse a la vida y a la comunidad nacional. La Patria les acogerá generosamente en la tierra donde nacieron como tantos otros que , un día equivocados, desarrollan hoy con normalidad sus actividades públicas o privadas seguros de que al vivir la grandeza y resurgimiento de la Patria les compensará con creces el sacrificio de sus enconos o de sus diferencias.

En el año que termina. España ha demostrado mediante el testimonio casi unánime de los españoles, expresado en un referéndum sin precedentes en los anales de nuestra historia contemporánea, la firmeza de su vida espiritual y el inconmovible propósito de mantener por voluntad libérrima y consciente del pueblo español, la inviolabilidad de su soberanía. Ha logrado al mismo tiempo construir a través de sus leyes tradicionales un Régimen jurídico, fuerte y estable al mejor servicio de los ideales, inquietudes y exigencias de la Patria, cuyo futuro político está garantizado por cimentarse en instituciones fundamentales y en un claro sentido de la misión histórica nacional. Un fecundo balance de realizaciones del más relevante interés político cultural y social acusa, además, el año que despedimos. El orden y la paz interior han sido absolutos y hasta esas ínfimas perturbaciones que la criminalidad terrorista bajo el disfraz político del comunismo, el mundo sufre, en nuestra nación han sido totalmente esterilizados por la repulsa unánime de nuestro pueblo y por la vigilancia y sacrificio de nuestros agentes de orden público y beneméritas fuerzas de Seguridad.

En trance de superación las enormes dificultades que la postguerra universal acumuló sobre nuestra Patria y que a todos nos ha tocado padecer, vemos con optimismo el próximo futuro de nuestro orden económico social. Contamos para ello con la voluntad firme de los españoles y confiamos en la aportación entusiástica de todos para resolver, con espíritu de unidad y de cooperación pasional, todos los problemas que salgan al paso de nuestra tarea. Por su parte el Gobierno acudirá, en íntimo contacto con los organismos e instituciones del país y con la iniciativa individual, a hacer más fructífera y próspera la labor de cada día y la vida de la nación.

En este 31 de diciembre, cuando la familia española símbolo de nuestras tradiciones, de nuestros ideales y de nuestras tradiciones, de nuestros ideales y de nuestra vitalidad, se dispone a pasar piadosa o alegremente de un año a otro, uno mis deseos a los vuestros para que en 1948 nos ocupe a todos en el sagrado afán de dar a España el prestigio y la grandeza de los mejores días. Que Dios nos siga ayudando y proteja nuestros hogares. Españoles todos:

¡Muy feliz Año Nuevo!

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1948

Españoles:

Al cubrir en el tránsito del año que finaliza una nueva singladura de la vida nacional, sean nuestras primeras palabras de agradecimiento al Señor que, pese a los errores inmensos acumulados por los hombres, ha protegido a Europa de una nueva guerra, y dispensado feliz viento y buena mar a la nave de la Patria, le ha permitido seguir su ruta de reconstrucción y paz, unidos y vigilantes.

LA MANIOBRA COMUNISTA CONTRA ESPAÑA, DESCUBIERTA

Cuando nos disponemos, entre la alegría de unos peligros superados y la esperanza de un mejor futuro, a adentrarnos en 1949, no parece ocioso el volver los ojos a los tiempos pasados para examinar el balance, la tarea cumplida y lo que todavía nos queda por alcanzar. Si en el exterior, pese al sectarismo dominante, los sucesos del mundo han continuado durante este año acrecentando nuestro prestigio y autoridad y aumentando la fuerza de nuestra razón, y hasta los que un día promovieron contra nuestra Patria entredichos y falsas acusaciones de constituir un peligro para la paz, se ven hoy acusados del mismo mal por la conciencia universal, no parece, sin embargo, que haya llegado todavía el día de que corrijan los yerros y compensen los daños. Si la maniobra comunista ha sido puesta al descubierto de una manera indubitable, persisten, no obstante, las intrigas y maniobras marxistas que desde primera hora la secundaron. Hemos de estar convencidos de que mientras la sinceridad no substituya a la malicia –y de ello no se aprecian indicios- y se reconozca el progreso de la acción social, dondequiera que ésta se encuentre, y la quimera de un imperialismo para la unificación marxista no se borre de las mentes de algunos grupos de los que en Europa mangonean, poco podemos esperar del mundo internacional en que nos ha tocado vivir. Se vendrá a nosotros en cuanto se nos necesite, pero no por un sentimiento honrado de justicia y de buena fe.

ENTRAÑABLES RELACIONES CON LOS PAÍSES HISPANOAMERICANOS Y PORTUGAL

Una compensación nos ofrece, en este orden, acabando por constituir un mundo aparte, el resurgir de la compenetración y el amor en las naciones de la comunidad hispánica, que, pese a las dolorosas crisis de sectarismo que temporalmente alguna pueda padecer, el sentir de sus pueblos es cada día más grande y más profundo hacía la nación progenitora, que, no obstante las negras leyendas que se nos pretenden levantar, encuentran en el propio ser de estas naciones la respuesta más expresiva de la nobleza de un pueblo y de la generosidad de una raza.

El año 1948 ha presentado el afianzamiento de nuestra entrañable amistad con los pueblos hispanoamericanos. He aquí una espléndida realidad que nadie puede negar; la vuelta del mundo de habla española hacia una tradición y un destino comunes difícilmente superables en virtudes, sacrificios e ideales. Sin duda, para alcanzar muchas cosas, el hablar español es obligado. Existe una comunidad de pueblos hispanos que, quiérase o no, se acusa a cada paso. La sentimos en la repulsa con que respondieron al intento de aislamiento de España muchos pueblos de allende los mares; en la amistad entrañable de la Argentina y de su presidente Perón, tan valientemente expresadas; la vivimos en Sevilla y Huelva con la fraternal y cálida presencia de las representaciones hispánicas y de los barcos y marinos de aquellas naciones en la conmemoración de la Marina madre, la que enseñó aquellos pueblos a navegar; y la sentimos recientemente al verla luchar en el seno de la Organización de las Naciones como paladines de la paz y al alcanzar para el idioma español su triunfo como lengua de trabajo y de estudio.

La renovación, con Portugal, de nuestro Pacto ibérico, que si un día demostró al mundo entero nuestro espíritu de paz, en medio de las turbaciones de una guerra, hoy de nuevo afianza nuestra seguridad y es prueba de la confianza mutua entre las dos naciones. Así, nuestro pueblo, consciente de la responsabilidad histórica de las jornadas presentes,, da un ejemplo de sana y previsora intuición política cimentando sus relaciones con los otros países sobre esas constantes, invariables y eternas del honor, las ideas morales, el respeto mutuo y la buena voluntad.

EN EL ÁREA ECONÓMICA; SÓLO DEBEMOS CONFIAR EN NUESTRO ESFUERZO.

Mas vinculada durante el último siglo nuestra vida económica en el área europea, hemos de reconocer lo poco que en este orden podemos esperar de fuera, y mucho lo que con nuestro esfuerzo necesitamos lograr. El escepticismo a que el análisis de la historia de las relaciones de los pueblos conduce, ante el eterno egoísmo que a través de los tiempos viene caracterizando sus relaciones y el mal trato que en todas las épocas y situaciones España ha venido sufriendo en los otros, nos llevó desde el primer día, sin desdeñar ayudas y amistades, al convencimiento de necesitar confiar el resurgimiento de España a nuestro propio esfuerzo. El que no nos equivocamos lo tienen los españoles a la vista, pues mientras se prodigan las ayudas, sin garantías ni discriminación de matiz hasta a los pueblos que un día fueron enemigos, a España, precisamente por su virtud y línea clara y, lo que es peor, por la seguridad de su recta conducta que repugna hacer “cucamonas” al comunismo, se la mantiene aislada de esa corriente de ayudas europeas cuando no se pretende convertirla en moneda de pago para amenazar al oso comunista. Sin duda los designios de Dios, pese a nuestra buena voluntad hacia los otros países, quiso, probando a España, señalarnos el verdadero camino de promisión, el de lograr las cosas por nuestro propio esfuerzo.

Habían de ser las ayudas generosas y desinteresadas, y no podría prescindirse, entre los bien nacidos, del hecho de que el favor obliga así, si el camino es lento y forzosamente tiene que ser penoso; sin embargo, una vez vencido, tiene la inmensa compensación de la integridad de nuestra libertad e independencia.

Hemos superado los años más difíciles y pese a las dificultades acumuladas en nuestro camino por las persistentes sequías que azotan nuestra campiña, se nos abre un futuro consolador. No en vano venimos trabajando sin perder un día por la recuperación española desde los tiempos de nuestra guerra de Liberación. Los planes que hoy en muchos órdenes vemos realizados o en camino de realización, en Burgos fueron confeccionados. Ni uno solo de los problemas que España tiene hoy planteados dejó de considerarse y de buscársele adecuado remedio. Hay que pensar lo que hubiera sido de nuestra Patria ante el egoísmo de los otros sin aquellas fecundas medias de previsión; los trenes que hoy circulan lo hacen porque desde entonces no hemos cesado en la tarea de levantar y reconstruir nuestros ferrocarriles, que encontramos en trance de total agotamiento; los barcos que hoy pasean nuestra bandera por los mares y mueven nuestro comercio fueron salvados, reparados o construidos siguiendo los programas y proyectos que entonces se realizaron; la electricidad que disfrutamos no existiría y España se hallaría totalmente paralizada, si desde aquellos ya remotos días no hubiéramos puesto en marcha las grandes obras hidráulicas y una política ambiciosa de transformar España no hubiera presidido la reconstrucción nacional, que hace se encuentren hoy próximas a entrar en servicio centrales eléctricas, térmicas e hidráulicas que cuadruplican la energía eléctrica con que España contaba, al compás que el término de estas obras nos permite dominar grandes extensiones de terreno que, transformadas en nuevos regadíos con el esfuerzo de nuestra obra de colonización y de las energías particulares, se vienen incorporando año tras año al acervo nacional.

Una perspectiva prometedora, no obstante las dificultades que día a día se superan con entereza y denuedo, es la que se ofrece en el orden de la reconstrucción económica de la nación donde, al par que surgen las nuevas industrias, se van recogiendo en sazón los frutos de las obras públicas y de las realizaciones agrícolas en el afán de multiplicar las riquezas y de cimentar, dentro de la justicia y del orden, el resurgimiento y prosperidad de la Patria.

Importante fábricas de abonos, de aluminio, de tractores, de autocamiones, entre otras muchas estimuladas por el Estado se encuentran en construcción y ya hubieran estado en pleno rendimiento si esa incomprensión y egoísmos internacionales no hubieran existido y una sequía pertinaz e inigualada en los tiempos contemporáneos no hubiera afectado a nuestra producción.

CUANTO MÁS RENDIMIENTO, MENOS CARESTÍA

En todos los órdenes que miremos al interior, se encuentra la obra ingente de nuestro Régimen, como proclaman, entre otras muchas cosas, esas decenas de Sanatorios esparcidos por el territorio nacional y los millares de viviendas humildes que van llenado la necesidad imperiosa de nuestras clases trabajadores.

Y es de hacer resaltar que en ese grave trance, gracias al espíritu de solidaridad creado por un Estado como el español, que tiene por uno de sus mejores timbres su característica social, se ha podido superar la gran crisis que la falta de electricidad ha producido en nuestras industrias, sin que faltasen los sueldos y jornales a los obreros trabajadores, haciendo descansar sobre toda la nación y dilatando en el tiempo el peso de este sacrificio.

Yo quisiera llevar en esta hora de rápido examen de lo actuado, a la conciencia de todos los elementos productores, la imperiosa necesidad del rendimiento. La falta de rendimiento a todos daña y el aumento a todos beneficia; pero a quienes más perjudica es a las clases de menos márgenes, a las más modestas. La carestía está en inversa proporción con en rendimiento. Si a los empresarios ofrecemos un porvenir esplendoroso de seguridad en los mercados, a los otros sectores trabajadores les auguramos un futuro fecundo de trabajo y de progreso social. Por ellos es indispensable el combatir con ahínco aquel viejo resabio de la era marxista, de los escasos rendimientos que, aniquilando la producción de la nación, a plazo corto producen la paralización del trabajo y la ruina de las clases trabajadoras. Si los productos han de ser baratos, la producción ha de ser barata, la producción ha de ser mayor; si los precios de las viviendas han de ser bajos, es obligado el que sea alto el rendimiento de los que las construyan; si el jornal ha de ser elevado, la producción ha de mejorar en proporción. Si así no se hiciese la máquina forzosamente vendrá a parar y a sustituir al hombre. No podemos ya vivir con el recelo marxista de que la tarea pueda interrumpirse y que el trabajo falte. Esto no cabe dentro de un Estado social con plena conciencia de sus obligaciones, que si en el Fuero del Trabajo se proclamó que el trabajo constituía un derecho, también se estableció la obligación ineludible del Estado, de facilitarlo. Yo os aseguro que habrá trabajo para todos. Son tantas las cosas que la Patria necesita y tan grave el vacío que en ella heredamos, que a nuestra generación se le presenta tal cantidad de trabajo y de tarea por delante, que su coronación forzosamente ha de dilatarse en el horizonte de un futuro lejano. Producir, por lo tanto, sigue siendo la consigna de nuestra hora y yo pudiera aseguraros que nunca como en este momento han estado más identificados con ello la grandeza de la Patria y vuestro propio bienestar.

Hemos planteado con ritmo creciente los jalones de un avance social y lo hemos hecho aún en los momentos más difíciles de nuestra historia. Nada nos detendrá en esta tarea, porque sabemos que en ellas reside una de las claves fundamentales del resurgimiento y de la felicidad de nuestro pueblo. Año tras año venimos dando cima a ambiciosas realizaciones que aventajan manifiestamente a cualquier otra legislación extraña, y lo proclamamos así, con orgullo, porque es esta una de las más rotundas verdades y realidades de nuestro Movimiento. Mas para que esta mejora alcance toda su virtualidad, es necesario llegar al debido equilibrio en la producción y que con la abundancia se corrija el proceso de escasez y carestía que, de no lograse, acabaría esterilizando las más importantes mejoras sociales.

HALAGADOR BALANCE EN LAS TAREAS CULTURALES

En el ámbito cultural, la actividad de nuestras instituciones de todo orden presenta un halagador balance que refleja el desvelo con que el Gobierno viene atendiendo en todo momento a su dotación material y docente, y con la fundación de nuevos Centros de enseñanza y de estudio en toas las ramas del saber, que forman técnica y espiritualmente a las generaciones del mañana. Persistimos en nuestro empeño, en periodo ya de avanzado estudio, de llevar la cultura media y los Institutos Laborales al mayor número de lugares, y no cejaremos hasta el remate de esta obra, que ofrezca a las juventudes rurales un honroso campo de redención. La tarea es ardua y las necesidades muchas, pero con la ayuda de Dios la venceremos. Yo he de pedir en este día a cuantos en esta tarea y la educación española colaboran, su asiduidad, su celo y su entusiasmo fervoroso para esta gran obra nacional de la elevación de vuestra cultura que será el más bello galardón en el concurso de los pueblos. Y no puedo pasar por alto en esta hora, aunque en el orden interno haya constituido un hecho normal en el desenvolvimiento de nuestras Instituciones, el de la celebración de elecciones municipales en un ambiente de absoluta libertad ciudadana, que deja a la administración local firmemente asentada sobre los tres grandes cauces naturales de la familia, la profesión y el sindicato, que al llevar sus representaciones a las Cortes de la Nación y a las Diputaciones de las provincias, siguiendo las tradiciones españolas, llevarán la espontaneidad y la representación a los órganos legislativos nacionales.

No podrá pedirse a una nación que en menos tiempo, y pese a las circunstancias de excepción, interiores y exteriores, haya llegado a la estabilidad y al desenvolvimiento pleno y normal de sus órganos institucionales. Así, si no bastasen a convencer a los irreductibles del exterior las victorias de nuestra Cruzada, la de nuestra neutralidad ante las asechanzas de la última guerra y la de nuestras razones frente al mundo, forzosamente han de serlo los trece años de vida fecunda de nuestro Régimen, la estabilidad y permanencia de sus Gobiernos y la normalidad en el funcionamiento de sus Instituciones.

ENTREMOS EN EL NUEVO AÑO CON ANIMO RESUELTO

Y ahora, después de esta breve mirada hacia atrás, entremos en el nuevo año con el ánimo resuelto, confiados en nosotros mismos, decididos a continuar nuestras tareas. Nada ni nadie arredrará nuestra inconmovible ambición de trabajar hora a hora por una España grande, digna de los sueños de nuestra juventud que, inflamada de fervor español, fue la mejor levadura de nuestra Cruzada, y que hoy garantiza el entusiasmo, aleta y denodado, en las tareas de la paz. Una vez más, nuestro estímulo debe ser la unidad militante y esforzada de todos los españoles. El recuerdo inmarcesible de nuestros mártires, el sacrificio de las madres, esposas e hijos de nuestros Caídos, nos dictan la norma de fidelidad al servicio de España con este fervor vivo que hoy alienta en el corazón de una España unida y jerarquizada, que hace que nuestra Patria espere alcanzar, en el año venidero, un nuevo estadio de honor y de grandeza para su historia.

Pedimos a Dios que continúe protegiendo en el nuevo año el rumbo de la nave española y que el patronazgo de nuestro Apóstol Santiago; que hoy termina su año jubilar, nos siga acompañando en las batallas de la paz.

Yo deseo a todos los españoles un feliz y venturoso año, colmado de bienes y alegrías; y a los de fuera, a los que pendientes de nuestra radio sientan la nostalgia de la Patria ausente, reciban, con el feliz augurio de que estamos forjando la Patria grande que soñaron, el abrazo entrañable de esta tierra inmortal.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1949

Españoles:

ESTAMOS EN EL CAMINO DE LA VERDAD HISTÓRICA DE ESPAÑA.

En estos momentos de meditación el final de un año que termina y en el umbral de un año que comienza, podemos mirar al pasado con una satisfacción del que contempla recorridas muchas jornadas de trabajo y de esfuerzo con una ejemplar fe y bajo el aliento de una honda ilusión española.

Volvemos la mirada hacía atrás sin amarguras ni rencores; no nos duele la mala fe de los que pretendieron ignorarnos o desconocer la grandeza de nuestra empresa. Sabemos que estamos en el camino de la verdad histórica de España, que por estar tan unida al de nuestra Santa Madre la Iglesia disfruta de la pródiga bendición de Dios. Por eso no sólo no nos inquietaron las injusticias que fuera de nuestras fronteras el mundo realizaba, sino que sentimos la íntima satisfacción de vernos liberes de sus responsabilidades y de sus locuras. Nos entristece, eso sí, el espectáculo del materialismo universal que por doquier se nos ofrece y la falta de fe en los valores eternos que ilumine el pensamiento noble de los pueblos. Nos apenan los crueles e implacables ataques contra el sentido religioso delas naciones y las persecuciones contra los ministros y jerarquías de la fe católica en aquellas zonas del territorio europeo sometidas a la esclavitud del comunismo y justamente tememos al castigo que Dios pueda descargar sobre tanta crueldad y soberbia acumuladas.

Los españoles nos sentimos firmes en nuestra fe, que es sentirnos seguros de nuestro camino. Yerran los que creyeron que intentando retrasar la recuperación y el desenvolvimiento de España pudieran lograr otra cosa que endurecernos y aumentar el desprecio de los españoles por quienes tan mal obran. No aprecian la conducta y la buena voluntad de España hacia los otros en los momentos difíciles y de prueba por que pasaron y no saben valorar cómo en estos años, para ellos tan ásperos de la recuperación, se vieron desasistidos y reducidos a sus propios medios. Una vez más la Historia les enseña que lo que en el mundo alcancen han de debérselo a su trabajo y a sus sacrificios y renunciamientos, en los que escalones más difíciles de subir son siempre los primeros que, con la ayuda de Dios, los tenemos hoy ya casi vencidos.

GRATITUD A LOS SACRIFICIOS OCULTOS.

Yo agradezco en esta solemnidad esos sacrificios ocultos que se han venido ofreciendo en el santuario de nuestros hogares. Las mil renunciaciones de nuestras santas mujeres, modelo de abnegación y de trabajo silencioso, a esas fecundas y ejemplares familias españolas, base de nuestra sociedad cristiana, y a cuantos con el esfuerzo diario realizan la tarea de engrandecer a la Patria. A todos los que, desde el puesto más elevado hasta el más humilde, mantienen viva la ilusión de hacer una España grande para el futuro, va mi saludo más emocionado con el deseo de una limpia felicidad, bien ganada con el sacrificio, para el año que comienza.

Sé que la España auténtica, la eterna, la que triunfó en el Siglo de Oro de nuestra historia, y la que triunfara de nuevo, si la hora difícil de la etapa futura nos lo demandase, está ahí, en esos hogares españoles a los que quiero yo hacer llegar mi voz para que sea el aliento de sus empresas cotidianas y resuene dentro de ellos con eco sincero y cordial.

LA HORA DIFÍCIL

Si en algún momento o sector la cuesta se hiciese dura o la satisfacción tardase, hemos de pensar que estamos viviendo horas difíciles en un mundo combatido todavía por las amarguras y por el oscuro espíritu del rencor, y pensemos en esos otros hogares de Europa y de Asia en que la guerra, en una y otra forma, perdura y en los que, aherrojados bajo la planta extraña, sufren las mayores privaciones y padecimientos, en los que ya la vida es lo que menos, pues ni el santuario de la conciencia ni el honor de las vírgenes se libran de los bárbaros ultrajes. Pero España, al acabar este año de 1949, se considera segura de sí misma, tranquila ante el futuro y hoy más que nunca firme sobre la voluntad de su pueblo, unido por un estrecho afán de crear una vida mejor para todos los españoles. Este ha sido el tesón que al Gobierno y a mí personalmente nos ha impulsado a trabajar intensamente durante el año que acaba, en todos los órdenes de la vida nacional.

Si consideramos las sequías que en el último año padecimos y la forma en que afectaron a nuestra producción agrícola y ganadera, así como las restricciones eléctricas que padecieron todo, superamos tantas calamidades, hemos de reconocer cuanto a ello ha contribuido la obra de los años transcurridos y las previsiones de nuestro Gobierno, apreciando en todo su valor esa gran obra de solidaridad nacional, que permite en cada momento volcar la ayuda de la nación sobre los sectores afectados.

LA PROYECCIÓN DE ESPAÑA EN EL MUNDO

Al lado de estas batallas cotidianas para la conquista del mayor bienestar para los españoles, sucesos de importancia indiscutibles para el prestigio de España han desfilado durante el año 1949 sobre esta geografía ibérica que, quiérase o no, por designio de la naturaleza, será la clave de la vida del Occidente. El inolvidable viaje a Portugal, en el que portugueses y españoles hemos sellado de corazón a corazón los sentimientos fraternos de los dos pueblos peninsulares, si nos ha conmovido por el cariño y la adhesión hacia España del pueblo lusitano, nos ha admirado con la obra ejemplar de sus gobernantes, que, amparándose en aquel “talento de bien hacer” que fue hace siglos su mejor lema histórico, conducen a su pueblo, paralelamente al nuestro, por la ruta mejor al servicio del honor y de la dignidad nacionales.

Hemos de subrayar la alegría que nos ha deparado la visita del Rey Abdullah de Jordania y la estela de simpatía que su paso despertó en nuestras ciudades, que confirma, una vez más, la creciente comunidad de afectos y vínculos históricos que nos ligan a los pueblos árabes, con hondas raíces de antigua y profunda amistad.

Con los pueblos de América los vínculos son cada día más estrechos, y las personalidades más destacadas de aquellos países salvan el océano para deleitarse en el regazo de la vieja madre, que les devuelve el abrazo de sus juventudes que pasean sus cantos y alegrías entre el entusiasmo de los pueblos de América.

Y en nuestra proyección espiritual, la celebración en Vich del Congreso Internacional de Apologética, con motivo del Centenario de Balmes, dio ocasión a la visita a nuestra madre Patria de la más lucida representación del pensamiento católico y del representante de Su Santidad, cardenal Tedeschini, cuya presencia subrayó la importancia de nuestra aportación espiritual a la causa de la catolicidad en el plano que corresponde a una fe que es el más íntimo y excelso patrimonio de los españoles.

INTENSA LABOR CULTURAL

En el ámbito cultural, hemos dado cauce en el año que acaba a una de las mayores ilusiones de nuestras clases humildes con la ley de creación de los Institutos de Enseñanza Laboral en los medios rurales, que, afrontado por primera vez en nuestro país, dotará a nuestras juventudes campesinas y de los pequeños burgos de una preparación que les capacite para obtener un mayor rendimiento profesional en su actividades, al tiempo que eleva la cultura en estos medios y revaloriza su dignidad humana de españoles.

Igual significación, ofrece la creación, en este año, de treinta mil nuevas escuelas, que proclaman por todo el ámbito de la Patria la grandeza de nuestro ideal educativo y la voluntad de ennoblecimiento intelectual que a todos conmueve.

LA VOLUNTAD CREADORA DEL RÉGIMEN

Frente a la incuria y a la indiferencia de los períodos somnolientos que precedieron a nuestra Cruzada, España ha continuado, durante el año que hoy termina, inyectando su entusiasmo y su fe en aquellos organismos en los que el Régimen concentra su voluntad creadora. Así, durante este tiempo, el Instituto de la Vivienda, el de Colonización, Regiones Devastadas, el Instituto para la Reconstrucción y el Nacional de Industria han continuado su labor denodada, cubriendo el gran vacío que en la nación deja la particular iniciativa. De este modo, frente al inútil e inmoral despojo que las estabilizaciones o socializaciones que ese mundo marxista nos ofrece, que, burocratizando la sociedad, crean un ambiente de inseguridad y matan el estímulo, el Régimen español brinda, con aquellas instituciones, una fórmula de bien hacer en que la nación ve realizado cuanto necesita y la iniciativa privada no le ofrece.

En esta forma hemos cancelado un largo período de apatía y abandono y se han logrado frutos que hace muy pocos años hubiese sido ilusorio imaginar. Ahí están, como ejemplo espléndido de estas conquistas, las centrales térmicas inauguradas durante el año 1949 en León, Galicia y Asturias, que, por la rapidez de su ejecución y por la potencia de sus instalaciones, constituyen una muestra patente de nuestro florecimiento industrial.

Muchísimas son las grandes obras realizadas ya por el estímulo del Estado sobre la iniciativa privada, muchas las mixtas, en que la iniciativa particular, y la del Estado colaboran en empresas varias, e innumeras las realizaciones repartidas por la nación en el año que termina y a las que van a seguir en los meses inmediatos otras todavía de más peso para el resurgir de nuestra economía.

Las obras de pantanos y nuevos regadíos que, vencida su etapa más difícil, anualmente incorporan al acervo nacional miles de hectáreas de riquísimas tierras, a la par que multiplican en forma insospechada nuestras fuentes de energía, son hoy una agradable realidad. La tarea realizada para nuevas traídas o alumbramientos de aguas, parcelaciones de fincas, caminos vecinales y crédito agrícola constituyen una muestra clara de nuestra inquietud por pueblos y lugares, totalmente desconocida en los últimos siglos en la vida de nuestra nación.

LAS ULTIMAS ETAPAS DE LA RECONSTRUCCIÓN

Paralelamente a este esfuerzo, el Estado está ya cubriendo las últimas etapas de la reconstrucción de las zonas de nuestra guerra. Así, muchos pueblos que habían sufrido grandes destrucciones hállanse ya incorporado a la vida normal, con su riqueza urbana rehecha y con sus recursos en plena explotación y rendimiento.

Al lado del bien material que esta obra significa, y en una escala superior en otro orden de valores, importa destacar, como símbolo del sentido espiritual de nuestro tiempo, la reconstrucción de nuevos templos alzados sobre los escombros de las antiguas iglesias derrumbadas por el marxismo, y la elevación de otros, grandes y hermosos, en núcleos de población que carecían de ellos, con los que nuestra generación se hace digna de la España de los mejores tiempos, que supo levantar en nuestra tierra tantas maravillas. La catedral de Segorbe, recientemente reedificada, es un ejemplo próximo de esas espléndidas realizaciones.

Sería imposible hacer un recuento en estos instantes del tesón jamás desalentado y del espíritu de constante superación en que se ha mantenido durante estos últimos doce meses el esfuerzo realista y creador del Estado. La reconstrucción total de la ciudad de Cádiz, la de la villa de Tarancón, casi destruida por una explosión, la protección y ampliación de los pequeños puertos marinero y muchas otras obras públicas que sería prolijo enumerar, son otros tantos jalones de esta tarea fecunda que, con la inauguración de nuevos sanatorios antituberculosos, de las grandes residencias sanatoriales del Seguro de Enfermedad y del Patronato de San Lázaro para los enfermos leprosos, señalan el constante y paternal desvelo de vuestro Gobierno en todos los campos de la vida pública.

LA POBLACIÓN PENAL ESPAÑOLA, INFERIOR A LA DE 1936

Pero lo que con rasgos más notorios simboliza el espíritu de generosa concordia que inspira la actual política de nuestro Régimen, es el reciente y amplísimo indulto concedido a los presos de España, por el que muchos penados que sufrían condena han sido reincorporados en estas Navidades a la dulce y entrañable intimidad del hogar. Este indulto hace que la población penal española en esta fecha, y pese a la criminalidad que desde fuera de las fronteras se fomenta, sea inferior a la que existía en años anteriores al Movimiento Nacional, no obstante haber aumentado la población de España en cuatro millones de habitantes. El Régimen permanece así fiel a su consigna de conciliación, que mantiene en alto desde el primer día en que mis Ejércitos obtuvieron, con el denuedo de las armas y el sacrificio de los mejores, el laurel inmarcesible de la victoria.

LA PERMANENCIA DEL RÉGIMEN

Y estas obras son, españoles, el símbolo de la continuidad de la política de España, que no está a merced de los vaivenes de las mutaciones exteriores, que no es tampoco un Régimen transitorio que tenga que considerarse como una etapa efímera, sino que cumple una tarea histórica permanente y pertenece ya, por razones de grandeza heroica en la sangre que aquí se ha sacrificado, a los grandes ciclos históricos de la Patria. La sangre de nuestro mártires no puede ser infecunda, y la Cruzada de liberación fue la mejor ejecutoria de la legitimidad de nuestra empresa.

Las clases sociales más numerosas y modestas han sido la preocupación más importante mía y de mi Gobierno; para ellas va el celo de mis colaboradores, el amor más entrañable de los que conmigo comparten la responsabilidad de esta Revolución nacional que entraña nuestro Régimen. Cuando en el mundo un materialismo ateo intenta destruir una civilización nacida al calor del Evangelio, en el extremo del Occidente de Europa otra nación realiza una política social que convierte en realidad los principios de la doctrina eterna de la Iglesia de Cristo, ofreciendo al mundo, al lado de la máxima justicia compatible con el progreso económico, la generosidad, sin límites, de una fe que vierte su caridad donde la justicia no llega. Caridad que es aún más de lo que muchos creen, que necesitamos llevar a todos los actos de nuestra vida, que necesitan practicar los que ejercen puestos de responsabilidad en la vida económica del país, desde el gobernante al último de los productores. Que en estos momentos de meditación al final de un año que termina, miren todos en el fondo de su conciencia si han cumplido ese imperativo de caridad cristiana que exige nuestra hora, si por exceso de egoísmo o lucro han privado a la comunidad o a sus semejantes del trabajo debido o del fruto retenido, del amor que nos debemos por católicos, españoles y participes en esta gran empresa de navegar por los mares tempestuosos de nuestra época.

Ninguna oportunidad mejor que la de estas horas próximas a las conmemoraciones religiosas del nacimiento de Cristo, para pensar en la responsabilidad de los que tienen a su cargo el ejercicio y cumplimiento de la más generosa justicia social. La encarnación del Hijo de Dios en la tierra representa una revolución en el campo del pensamiento y vino a instaurar en las relaciones entre los hombres, por encima de las viejas ideas del mundo antiguo, la ley inmutable del amor, inaugurando una era que habría de tener como luz, para iluminar el camino de los siglos futuros, la antorcha gloriosa del Evangelio.

ESPAÑA, FIRME EN LA CUMBRE DE SU UNIDAD

Españoles: el Año Santo que comienza es también para nosotros un año de amor en que, bajo la protección del Altísimo, unimos nuestras preces a la Cátedra de Roma, representada en la figura augusta del Romano Pontífice, para que el mundo, gracias a las oraciones de todos los católicos de la Cristiandad, pueda cambiar su fisonomía de crueldad y amargura por la de una tierra en donde, de una vez para siempre, florezca la semilla del amor de Jesucristo.

Dios quiere que esto sea así dentro de las jornadas que nos esperan de este Año Santo que comienza. Tened la seguridad, los españoles de aquí y los esparcidos por el mundo, de que mi corazón está con vosotros y que hoy más que nunca me siento latiendo al unísono de vuestras inquietudes y de vuestros problemas. Que toda empresa necesita de su capitán y que, como tal, conozco a fondo vuestras necesidades y confio, por el esfuerzo aunado de todos, salvar todas las adversidades que la vida nos ofrece y mantener a España firme y erguida en la cumbre de su unidad, de su grandeza y de su libertad.

¡Arriba España!

Discursos de Francisco Franco

Mensaje fin de año 1950

Españoles:

En estas horas en que finaliza un año y va a dar comienzo otro, mis deseos de felicidad y ventura van hacia todos los españoles: a los que aquí disfrutan de la paz lograda a costa de tantos sacrificios como a los que, repartidos por el mundo, cumplen una noble tarea alejados de la madre común y a cuantos en lo intimo de su conciencia sienten en estos días la llamada de la Patria, incluso a aquellos que, empecinados en el error, comen todavía el pan del exilio en tierras extrañas. A todos, la España renacida abre sus brazos con calor de madre.

El año que termina ha confirmado, una vez más, que el Régimen español ha cumplido en el orden de la historia universal una misión de adelantado, en la que un espíritu profético daba aliento a nuestras empresas y a nuestros afanes. Durante las jornadas de estos doce meses, apretadas de emociones, de riesgos y de esperanzas, España ha Sabido mantener la difícil firmeza de su ejemplar equilibrio histórico.

Lo que para muchos puede tener categoría de sorpresa, para nosotros constituye una antigua lección que no hemos de olvidar. Aprenderla nos costó la sangre de los mejores hijos de la Patria, y el ser fieles a su memoria nos ha hecho servir a nuestro destino, por solitario que pareciese el sendero que habíamos de recorrer. Las batallas que hoy otros pueblos comienzan a librar las ganamos nosotros ya hace varios años sobre la tierra sagrada del solar patrio, al liberarla de la garra extranjera que a través del comunismo pretendió esclavizar nuestra indomable soberanía. Con notorio retraso, los indiferentes de ayer, van comprendiendo hoy la razón de nuestra postura, y aunque a algunos les resulte penoso reconocer sus antiguos errores, nadie se atreve ya a negar a España su categoría de precursora en esta universal contienda ideológica que conmueve dramáticamente los cimientos de toda la civilización.

El año 1950 significa, en el orden de nuestras relaciones exteriores, la solemne rectificación internacional del acuerdo de las Naciones Unidas; pero sin que ningún cambio sustancial de posiciones doctrinales se haya producido en nuestra Patria. que ha continuado sirviendo al imperativo de nuestra misión histórica en el mundo. España ha luchado solamente con las armas del honor y de la verdad; su serena firmeza ha deshecho la maniobra de nuestros enemigos, y el mundo, desengañado de falsas alucinaciones, vuelve sus ojos hacia nuestra Patria, convencido de que, por encima de todo, con España caminaba la razón. En esa coyuntura, la voz de la sangre no podía faltar, y a los pueblos de nuestra estirpe correspondió el alto de honor de deshacer el entuerto, haciéndose paladines de nuestra razón. A quienes así obraron, vaya en esta hora el cálido sentir de nuestros corazones.

Los éxitos de la política exterior, que algunos maliciosos quisieran convertir en excepción dentro de la política general española, son consecuencia lógica de una sabia política interior. Ese triunfo severo de la política de nuestro Estado pregona la fortaleza de su Régimen. ¿Cómo hubiera podido vencer nuestra Nación la conjura que encontró en su camino, si una seria política de unidad interna no hubiese respaldado en toda hora nuestra razón?

El año transcurrido ha sido, en la vida interna de nuestro Régimen, acaso el más fecundo en la lucha titánica por nuestra recuperación nacional en el horizonte de las realidades económico sociales. Su balance acusa una semblanza de obstinada tarea por parte del Poder público, tanto más empeñada y activa cuanto más desasistidos nos hemos visto por un extenso sector internacional, precisamente el más pujante en medios y poderío. ¡Es muy fácil reconstruir y recuperarse cuando llueven los auxilios económicos de todo orden! Pero nosotros no sólo hemos carecido de esas derramas económicas, sino que -¡misterio de la Providencia, que sabe hasta dónde resisten los pueblos esforzados!- hemos contemplado sedientas nuestras tierras y casi vacíos nuestros pantanos con la pertinaz sequía, que ha mermado nuestra capacidad de producción hasta extremos sin precedentes. Si nos sobra voluntad de trabajo y sabemos explanar caminos y levantar gigantescas presas y canales, no podemos, sin embargo, hacer descargar las nubes a nuestro antojo. Por eso, cuando la verdad rompió el cerco de la incomprensión extranjera, pretendiendo paliar la injusticia, ha quedado pendiente la reparación. Si en la conciencia de los españoles el tiempo puede borrar el daño recibido, en el libro de la Historia quedará perenne el juicio de ese aislamiento y la falta de asistencia en etapa de ayuda general.

Frente a todas estas circunstancias, los hechos prueban hasta qué punto España ha sido capaz de mantener en alza progresiva su ascendente vitalidad en el año de 1950. Si no hemos podido dar a España mayor bienestar, quede bien claro que lo ha sido por la in- comprensión extraña. Si nuestra Nación hubiera vacilado en los sacrificios, hoy seríamos uno más de esos pueblos que por creer en consejos de fuera se debaten bajo la cautividad comunista. No se trataba sólo de una cuestión importante de principios, sino también de nuestra existencia material como Nación.

De los esfuerzos desarrollados por el Estado en esta difícil etapa, sólo conociendo las dificultades de un comercio internacional perturbado por la pasada guerra y la arbitraria lluvia de dólares, se pueden apreciar las dificultades que ha venido venciendo nuestro comercio exterior, al correr del año que termina, para que la vida española se desarrollase sin un grave quebranto. A ello han venido respondiendo las distintas disposiciones oficiales que rigieron nuestros intercambios, que si desde algunos puntos de vista les falta mucho para ser perfectas, sin embargo han tenido la virtualidad de llenar las necesidades urgentes de la hora.

Muchos son los problemas superados en esta etapa de gobierno, aunque sean bastantes los que todavía no hemos logrado superar; pero la piedra básica de todos ellos es el alcanzar una balanza de pagos favorable que, permitiendo dar una mayor libertad y amplitud a nuestros intercambios, nos ofrezca campo dilatado para nuestras importaciones y la estabilidad tan deseada de los precios.

Si muchos y graves han sido los asuntos que sujetaron nuestra atención, hemos de reconocer que no se han creado en esta hora, sino que vienen acumulándose en las últimas décadas y que rebasan las posibilidades de nuestra limitada economía. Su solución está directamente relacionada con la multiplicación de nuestra riqueza, en la que gracias a la ayuda de Dios, en el año que termina hemos logrado dar un paso gigante.

Todas las realizaciones industriales que en esta etapa se han alcanzado son de una importancia trascendental para nuestra economía y balanza de pagos con el exterior, y al compás de su desarrollo se multiplicarán los beneficios en los años que se sucedan.

En la situación por que España pasaba lo importante era el trabajo, el coronar las distintas etapas que nos habíamos señalado para el resurgimiento de nuestra Patria, sin preocuparnos poco ni mucho de la maledicencia de los eternos descontentos, aunque tan fácil se nos presentaba la polémica que hubiera acabado echándoles encima la opinión sana del país. Una vez más, en esta ocasión su ladrar destacaba al aire de nuestro galope. Hoy podemos decir Que los instrumentos creados por el Régimen para la realización de sus programas han demostrado cumplidamente su eficiencia. Si es verdad que muchas veces no han superado el vacío existente es por la forzada limitación que al ritmo imponen los recursos nacionales y la disponibilidad de materias primas.

Si analizamos someramente las inversiones y trabajos realizados en este año, apreciaremos los beneficios alcanzados en el acrecentamiento de nuestra riqueza; grandes saltos de agua, multiplicadores de nuestra energía hidroeléctrica; grandiosas centrales térmicas, con producciones ingentes de electricidad, insospechadas en toda nuestra historia eléctrica, energía que representa un rió perenne de oro para nuestra economía; regadíos de grandes y pequeñas zonas, que, aumentando considerablemente nuestra producción, son base de colonización y de magníficas realizaciones sociales en el área de nuestras sufridas clases campesinas. Fabricaciones de aluminio, de nitrato y otros productos básicos, que representan en ninguna otra etapa de nuestra Historia, creador de una riqueza positiva que nos libera del enorme gasto de divisas que representaban los fletes extranjeros y que dando trabajo a nuestros astilleros y factorías suministradores de maquinaria y materiales, da vida a su vez a otras empresas y a nuestras más importantes provincias costeras. Modernas refinerías de petróleo, que con su producción ya nos alivian el pavoroso problema que imprime a nuestra economía la falta de combustible líquido en nuestro subsuelo y su reciente consumo. Intensificación en todos los órdenes de nuestra producción minera por la busca de nuevos veneros y beneficio de los minerales pobres, de tanto peso en nuestra exportación, emprendida con los más halagüeños resultados. Avance considerable de nuestra investigación en el camino de la utilización de los subproductos, que ya nos presenta a la vista la realidad halagüeña de poder transformar en varias decenas de millones de productos nobles, de los que nuestra economía es deficitaria, residuos y desperdicios hoy carentes de valor.

Frente a estas realidades, yo preguntaría a los españoles: ¿qué régimen español, en todos los tiempos, ha sido más fecundo en sus tareas y creado a la Nación, en ningún orden, una riqueza comparable a la hasta ahora creada?

Si en esta primera etapa las más importantes inversiones de nuestra Hacienda se han volcado en centenares de millones, en obras creadoras de riqueza, como los embalses, regadíos y emporios industriales, no por ello se han desatendido las otras actividades de las necesidades públicas y abastecimiento de aguas, ferrocarriles y caminos, que han recibido un impulso especial, y la nueva ley aprobada por las Cortes sobre carreteras nacionales esperamos que en pocos años transforme nuestra red general de comunicaciones.

Nuestra preocupación por la vida campesina y agrícola, de que ha sido exponente la I Feria Nacional del Campo, se refleja en la labor desarrollada por el Instituto de Colonización y las actividades de los organismos oficiales y sindicales. Si el ritmo de la colonización está todavía muy lejos de nuestras ambiciones, hemos de reconocer que la materia no es fácil, que afecta al trascendente sector de la economía agrícola, a la que una reforma errónea o precipitadamente llevada había de menoscabar.

Hemos de tener en cuenta en este orden los fracasos acumulados en la historia de las reformas agrarias de tantos países, como la de nuestra República, que nos dejó funesto recuerdo. Tal vez sea la obra colonizadora y de reforma social española de las pocas que en el mundo llevan una marcha próspera y triunfante. Hoy son ya numerosísimas las comarcas que han recibido los beneficios de la colonización, del acceso a la propiedad de muchos arrendatarios, de la parcelación de fincas durante muchos lustros esperada, de la creación de huertos familiares y de los nuevos pueblos levantados sobre las grandes zonas de regadío. que en pocos años pondrán en manos de la masa campesina española más de un millón de hectáreas de ricas tierras que hasta ahora sufrían los rigores de nuestra violenta meteorología.

En el área de las mejoras sociales ha continuado el empuje audaz y progresivo de nuestra legislación, que con satisfacción vemos seguida por las modernas reformas de algunos países extranjeros, a la que hemos dado un espíritu humano, moral y cristiano, como nuestra calidad de católicos demandaba.

Cuando se haga la historia de estos años y se revisen los bloques y barriadas de viviendas que han brotado en todos los sectores de la nación, serán monumentos de piedra que, por su firmeza y permanencia, hablarán mucho y claro en favor de los hombres que, pese a todas las dificultades, realizaron la empresa de crear hogares en nuestro suelo en número y calidad desconocida en nuestra Historia. Hemos de resaltar que este problema ni es de ahora ni nuestro tan sólo: la desproporción entre la demografía nacional y la situación de la vivienda es evidente. Constituye un problema nacional, en el que el Estado pone todos sus posibles medios, pero que reclama, una vez más, la cooperación de las corporaciones públicas, de las empresas y de los particulares, para esta gran obra cristiana, social y patriótica a la par, en la que el Régimen español está empeñado, aspirando, en el menor número de años, a redimir a nuestros’ núcleos de población de las taras inherentes a sus suburbios.

Al agradecer en esta hora los esfuerzos realizados durante esta etapa por corporaciones y patriotas industriales, he de solicitar la colaboración y la asistencia de cuantos en su mano tengan medios para cooperar a esta gran obra social de facilitar vivienda al que de ella carece.

A la reconstrucción material ha seguido paralelamente la marcha de nuestro resurgimiento espiritual. Durante el año que termina todas las instituciones docentes y educativas del país han dado muestras de renovado vigor, y aun han surgido otras nuevas como símbolo de lo que el Régimen es capaz de realizar. Hemos de subrayar por su trascendencia, al lado de la creación en este año de otras 4.000 escuelas, la creación y puesta en marcha en 1950 de los Institutos Laborales, que empiezan a ser ya realidad viva, y que están llamados, al multiplicarse por toda la Nación, a convertirse en uno de los mejores y más poderosos instrumentos de una auténtica revolución intelectual y social, que ha de elevar notablemente el nivel cultural de nuestros burgos.

En orden a nuestra preparación militar, no hemos perdido el tiempo, ya que la mejora y perfeccionamiento de nuestros medios de combate ha marchado paralela a la de nuestros cuadros de generales, jefes y oficiales, que, a la experiencia obtenida en nuestra guerra de Liberación y campañas coloniales, unen una verdadera capacitación técnica, de que ha sido exponente la reciente concentración de barcos de nuestra Escuadra, al regreso de mi visita al archipiélago canario, en que, en las aguas del Estrecho, tuvo lugar la concentración más importante de barcos españoles que la Marina ha realizado de Trafalgar a nuestros días. Yo os aseguro que, contemplando la unificación del material y la pericia y presentación de aquellas unidades, puede sentirse confianza plena en
nuestro futuro.

Y esta obra, que en silencio llevó a cabo la Marina durante estos once años, es la misma que en sus respectivos sectores vienen realizando nuestros Ejércitos de Tierra y Aire, en los que si el material puede pecar en algunos aspectos de modesto, no es en muchos otros inferior a los que otros ejércitos puedan presentar. Si por el estado anterior de nuestra industria no hemos podido ir más lejos en este orden, hemos de culpar a la negativa de asistencia extranjera que hemos sufrido. Rarísimo es el pueblo que puede por sí resolver todos sus problemas; mas llegado el momento de la necesidad y dada la solidaridad de intereses en las conflagraciones modernas, no habrán de faltarnos, aunque atrasadas, las correspondientes asistencias. Y si todo esto nos pareciese poco, tenemos este pueblo español, estas juventudes prometedoras y a las fecundas madres españolas, que en nuestra Cruzada de Liberación bien expresivamente demostraron de lo que son capaces. Y sobre ¡todo ello la protección del Dios de las batallas, que tan pródigamente nos ayuda. Con El, la fe y una honda fueron suficientes en la Historia para salvar a un pueblo.

No podemos eludir en esta hora ese hecho real que al mundo angustia, esa inmensa psicosis de amenazas de guerra, que sería torpe desconocer, y que sin duda hubiera desaparecido si el presunto agresor tuviese la seguridad de que había de pagar la agresión a un precio altamente costoso. No está en nuestra mano el cambiar la idiosincrasia ni la ineficacia de que hasta ahora han dado muestras otros pueblos de Europa. De la torpeza con que algunos, dando satisfacción a sus pasiones, han servido el propósito del común enemigo, nuestra Nación es el sujeto. Sería nuestro deseo que una renaciente voluntad de resistencia revalorase el sistema defensivo que el Occidente pretende presentar; pero si esto no se alcanzase, hemos de agradecer a la Providencia nos haya deparado esta privilegiada situación geográfica en este espolón occidental de Europa, con sus fuertes barreras naturales. y hemos de pensar que, cualesquiera que sean las vicisitudes por que Europa pase, no ha de faltarnos la asistencia de la protección divina. Desde los albores de nuestra Redención, la promesa de «paz a los hombres de buena voluntad» reina en la conciencia de los pueblos cristianos.

Creen los hombres, en su orgullo torpe, ser el mundo sujeto de sus designios, cuando el destino colectivo de los pueblos está en la suprema voluntad de Dios. No es preciso ahondar en la Historia para encontrar la confirmación a estas ¡palabras; los sucesos contemporáneos lo destacan con fuerza arrolladora. ¿Quién podía calcular que aquellos ejércitos alemanes que, victoriosos, irrumpieron en Europa con ímpetu incontenible habían pronto de desandar lo andado y verse cautivos y a merced de sus enemigos? ¿Cómo se podía prever que la Italia imperial; forjada en el norte africano, había de sucumbir tan pronto bajo la crisis de la última contienda? ¿Quién podría predecir que los poderosos vencedores de ayer en el Pacífico habrían de verse inmediatamente combatidos y comprometidos por los mismos pueblos a los que habían liberado? ¿Cómo explicarse que, transcurridos tan pocos años, se sienta la necesidad de levantar en Europa y en Asia a los dos pueblos con tanta saña destruidos; ni que, después de salvar a Rusia en trance de derrota, acrecentando su poder y dilatando con concesiones graciosas sus territorios. se convierta ésta en azote y amenaza para el género humano; ni que habiéndose hecho una guerra para salvar la integridad polaca, se consintiese una mayor mutilación y se la abandonase, como a otras varias naciones, a merced de su enemigo más temible? Adondequiera que la vista dirijamos sobre las torpezas y equivocaciones acumuladas de los hombres encontramos una decisión superior. Dios, evidentemente, ciega a los que quiere perder.

La misma victoriosa marcha de nuestra Nación. desde los inicios de nuestra Cruzada hasta esta hora en que ve deshecha la conjura exterior, que muchos en el extranjero lo consideran milagroso, responde a esa suprema decisión divina, que ayuda a los pueblos que defiende su razón con los valores eternos del espíritu.

Si reconocemos que la voluntad del Todopoderoso decide el destino de las colectividades, otorgando la victoria o abandonando a los pueblos a la derrota, hemos de deducir que el santo temor de Dios, tan importante para la vida de los hombres, lo es toda- vía más para la de las naciones. ¿Cómo podría favorecer a los que de El se apartan, a los que persiguen su reino o a los que de la fe hacen apostasía, a los que habiendo recibido el poder o las riquezas los malgastan contra su suprema ley? ¿Es que la persecución, la impiedad, la crueldad, la injusticia o el mismo vicio organizado pueden jamás tener la benevolencia divina?

Todo lo que no se edifique sobre las bases sólidas de la ley del Dios verdadero está llamado a perecer, será efímero y movedizo; mas lo que, en cambio, se levante sobre sus eternos principios será permanente y desafiará los embates de los siglos. Sobre esta piedra básica hemos levantado hace ya casi quince años nuestro edificio, que en este dilatado tiempo ha demostrado suficientemente su virtualidad y fortaleza.

Para nosotros, el problema es mucho más profundo de lo que a primera vista el mundo aprecia. Si el objetivo inmediato para Europa es el sobrevivir a la agresión, no creemos, sin embargo, que con resistirla o vencerla, el peligro habrá desaparecido. No basta luchar contra los efectos, sino que es preciso desentrañar las causas. Japón fué vencido y, sin embargo, su espíritu quedó sembrado en el continente asiático. Si el comunismo ha tenido un evidente poder de captación lo ha sido por los avances sociales que falsamente pretende representar. Su imperialismo y sus crueldades son universalmente repudiados, una vez conocidos por los pueblos; pero aprovecha todas las coyunturas para, a través de su poderosa organización, perfeccionada al correr de treinta años, realizar su invariable programa de dominación universal. Si queremos vencerle y extirpar para siempre sus raíces, el resistir a su agresión sólo constituye el primer paso. No basta tampoco el que el mundo lentamente lo vaya conociendo; es necesario dar solución satisfactoria a los hondos problemas sociales planteados. Una ilusión no se desvanece más que con otra mejor ilusión. Si pretendemos aferramos a los viejos sistemas, a desconocer la razón de los que sufren encastillándonos en intereses creados y egoísmos seculares, podremos, sin duda, ganar tiempo con una victoria militar, pero el problema habrá sido solamente aplazado; habrá seguido en pie y, a plazo fijo, resurgirá en una u otra forma.

No pretendemos con esto el dar soluciones al mundo, pues cada pueblo tiene su idiosincrasia y sus necesidades. Nos basta, al señalar el mal, el destacar la ineficacia de lo viejo y encarecer a los que tienen una grave responsabilidad en esta hora que en las soluciones a que tarde o temprano habrán de acudir se construya sobre los principios eternos del espíritu y las bases más amplias en el orden social, en la seguridad de que si así no se hiciese se perdería de nuevo la victoria.

No quiero retener más vuestra atención, pues lo candente de la hora alargó mis palabras más de lo que era mi propósito. Este ligero análisis de la situación no es el índice de un libro que se cierra, sino un examen de conciencia, que si para muchos puede ser ocasión de habladurías, para nosotros significa un aliento por el deber cumplido y un propósito para el que queremos continuar cumpliendo El año 1951 será para todos un nuevo estado donde sabremos medir nuestra capacidad de coraje y nuestra voluntad de entusiasmo. Nada en nosotros ha decaído de lo que pudo ser el nervio heroico de nuestra Cruzada. Que hemos marchado por el camino de la verdad nos lo demuestra, en su último mensaje de Navidad, la voz del Sumo Pontífice. ¡Nuestras inquietudes son sus inquietudes! ¡Qué mejor broche para cerrar una obra de gobierno! Día a día la Providencia del Señor nos ampara y otorga nuevos impulsos a nuestras empresas, que sólo tienen por finalidad el más fiel servicio de Díos y de España.

En este año jubilar, España se ha unido con fervor unánime a su madre la Iglesia. Ningún país del orbe se ha sentido tan entrañablemente movilizado ante estas fiestas jubilares, que, si han tenido su mejor escenario en el incomparable recinto de la Ciudad del Vaticano, su eco ha resonado en las fibras más íntimas de los corazones españoles, que tanto en los momentos de sacrificio para proclamar y defender su fe, como en las jornadas de júbilo de la Iglesia de Roma, aspira a ocupar un puesto de vanguardia, sin permitir que nadie le aventaje en su apasionamiento místico por sus alegrías o por sus dolores.

Sigamos firmes nuestro camino, que la confianza en nuestra grandeza será el secreto de nuestro propio triunfo; que nuestra fe nos una en un afán encendido de alcanzar bienes para nuestra Patria por los caminos de su independiente soberanía, y, por encima de todo, coronando nuestro orgullo de sentirnos españoles, que Dios nos conduzca por el camino de una paz digna.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1951

Españoles:

Como una parte más de la vida familiar, de los recuerdos, de las esperanzas y de las afecciones intimas que acompañan a estos días de la Pascua, quiero en el umbral del año que comienza estar entre vosotros y desearos toda suerte de felicidades y de venturas. Como una parte más de lo que nos es entrañable, inmediato y propio, porque, gracias a Dios, la política española ha dejado de ser el simple campo de rivalidades personales, el palenque de las ambiciones ilegitimas, para convertirse en la atención pública, en el quehacer permanente, en la tarea común por todo aquello que en el orden material y en el del espíritu interesa a los españoles.

Nadie puede desconocer en esta hora de qué manera el trabajo y el pan de cada día, la paz y la justicia de cada hora, son algo que depende de la cosa pública, es decir, de la vida común, de la solidaridad impuesta por el pasado y por la geografía, del cumplimiento de los deberes sociales y políticos, del lazo y las relaciones entre los sectores, partes y órganos de la nación. Y si el trabajo de cada día y la paz y la justicia de calda hora dependen de la comunidad y de la cosa pública, nada más conveniente que reservarle un sitio en la mesa redonda de la familia, en torno a la jefatura natural de los padres. bajo la inspiración de Dios y la tutela de las estirpes como cosa patrimonial, viva y de la mayor trascendencia.

No es sólo la paz y la guerra el camino por donde los negocios públicos repercuten sobre la existencia familiar o privada ligándola a sus avatares, tal y como sucedía en tiempos no muy lejanos. Ahora no es sólo ése el lazo que afirma nuestros vínculos. Ahora todos dependemos de todos inmediata y directamente. La civilización es el fruto de una cooperación multiforme y extensísima, que relaciona aún las cosas más elementales de la vida en una cadena infinita de cauces y antecedentes.

Nuestras formas ordinarias de vida son el fruto de esa cooperación y exigen su mantenimiento. De esta manera, el quehacer público se ha convertido en el terreno necesario y casi exclusivo de la acción humana, en algo que da sentido y carácter a todos nuestros actos sociales.

Convencidos de esta realidad y de la atención solemne que requieren los asuntos de interés nacional, conviene que al terminar el año y comenzar otro nos propongamos La consideración de un cuadro de conjunto, de modo que todos puedan entender y servir al destino de la Patria.

La oposición que se ha hecho a nuestro régimen durante los pasados años bajo las instigaciones de Moscú y la colaboración hipócrita de la masonería atea, las circunstancias que todavía se oponen a nuestros pasos en el exterior, no son hijas de una coincidencia fortuita: tienen su explicación clara en las singularidades de nuestra historia y en el sentido católico que inspira nuestro Movimiento. De otra manera, no hubieran alcanzado el volumen y la densidad que tuvieron y que interiormente todavía conservan.

Entre los pueblos católicos del mundo no hay antecedentes de un movimiento revolucionario como el nuestro, con sus legiones de muertos y sus millares de mártires, con la herencia sagrada de la moral y del entusiasmo de sus caídos. Se consideraba como axioma que los grandes movimientos populares eran sólo posibles bajo un signo irreligioso y un fondo de aspiraciones irrealizables. Mientras el mundo entero admitía que la revolución rusa era un hecho significativo como punto de partida para una singular experiencia histórica, no quiere admitir todavía la nobleza y la grandeza de la Cruzada española: prefieren encasillar nuestra revolución nacional en el repertorio de los pronunciamientos y de las dictaduras, en el catálogo de las experiencias y las incidencias políticas pasajeras. El mundo no quiere todavía otorgarnos el crédito moral necesario, ni quiere tomar en consideración que este viejo pueblo de España se levanta y se rehace apoyándose directamente en los valores morales de la fe católica y dando de lado a todas las deformaciones, supercherías y aberraciones lanzadas por nuestros enemigos seculares y admitidas :sin el más ligero examen fuera de España.

Lo cierto es que hemos echado sobre nuestros hombros la tarea de acometer todos los problemas de una gran comunidad nacional, las necesidades apremiantes de 1a vida colectiva española, los anhelos espirituales de la familia y de la sociedad católica, las aspiraciones al logro de una Patria mejor y las más nobles ilusiones de nuestro pueblo.

No se explica la paradoja de que, mientras se recrimina a España por supuestos excesos de autoridad, se cierren los ojos al triunfo de la barbarie soviética y al estado de esclavitud de países enteros, donde la extirpación de clases, la persecución religiosa y la negación de todos los derechos humanos se ha erigido hace treinta años y todavía permanece en eje y sistema de toda su política.

Pero, piénsese en el extranjero lo que quiera pensarse, es a nosotros a quienes toca de hecho resolver nuestros problemas, conscientes de nuestra situación real y de los imperativos que se derivan de nuestro momento histórico. Dejemos a los otros aferrados a sus posiciones y a sus sinecuras, en que las clases directoras no quieren apercibirse de la gran crisis político-social en que el universo se debate, mientras las masas, aburridas por la inutilidad y la ineficacia de los viejos sistemas, se sienten atraídos por el señuelo de las promesas de mejora en la vida material y, haciendo hipoteca de sus libertades, se dejan arrastrar por los sistemas materialistas y groseros que acabarán esclavizándolas.

El mundo empieza ahora a apercibirse del vació espiritual que nosotros señalamos con quince años de adelanto; pero la situación no deja lugar a equivocas: o nos convertimos en actores y dirigimos y encauzamos la transformación que la grave situación político-social del mundo demanda, o pereceríamos arrollados inexorablemente por la fuerza de los acontecimientos, con el naufragio de todo bien material y de los más altos valores del espíritu.

Esta misión revolucionaria y creadora que pasa sobre las actuales generaciones de España, y de la que me he hecho intérprete y guía como el primero de sus servidores, constituye el punto de partida de nuestra política. Después de la victoria militar, que nos dió la posibilidad mínima de acción, hemos abierto la vida nacional al perdón y al olvido de los antiguos yerros. Hemos mantenido contra la conjura exterior la dignidad nacional con nuestra soberanía, hemos asegurado la paz civil y hemos establecido las bases de la concordia y el cuadro de condiciones a que ha de sujetarse la actividad pública.

A estas alturas de 1951, yo os digo que esa trayectoria será continuada inexorablemente y que nadie ni nada podrá arrebatarnos las posiciones alcanzadas, de las que necesitamos adelantar el paso hacia las metas sociales que nos hemos impuesto. Ni desde el interior ni desde fuera de España pueden esperarse de nosotros vacilaciones ni fórmulas de compromisos; nuestro Movimiento encarna una voluntad segura que ya se ha probado en el terreno de la lucha y del sacrificio, y que no habrá que quebrantarse frente a ninguna clase de hostilidad desalmada o capciosa.

Podemos exigir esos cuadros de la vida política nacional, cuya expresión es la doctrina de nuestro Movimiento, porque en él queda bien definido lo licito y lo ilícito, según el sentido moral más exigente. La unidad entre los hombres y las tierras de España no puede ponerse en tela de juicio ni en ocasión de peligro a pretexto de las banderías políticas. La leyes igual para todos. A través de nuestros Sindicatos y nuestros Municipios ,aseguramos en las Cortes la colaboración popular por vía representativa para la elaboración de las leyes y en la gestión de administración y gobierno. Sobre esta base continuamos en el desarrollo y el establecimiento de las Instituciones. Fuera de ellas no cabe esperar nada; dentro de ellas caben todos los españoles y pueden desplegarse todas las iniciativas e incluso exhortamos a que se desarrollen virilmente.

Porque es que España tiene la experiencia viva de que la libertad no se configura con simples notas negativas que suprimen limitaciones al capricho del individuo, sino que se define por condiciones de cooperación y convivencia políticas, dentro de las cuales, a la par que se reconocen la autonomía y el fuero de la persona humana, se tienen en cuenta las relaciones estrictas y necesarias de interdependencia entre todos los miembros de la comunidad. La libertad no resulta de una declaración formalista de derechos, sino del conjunto entero de las normas dogmáticas y orgánicas de la vida de la comunidad avaladas por las prácticas y los modos de gobierno. La libertad no puede volver a ser el campo libre en que nos enzarzábamos en luchas intestinas mientras se frotaban las manos quienes las fomentaban por el interés que tenían en nuestra debilidad. La libertad es marchar unidos y realizar el ideal de justicia y de convivencia que es común a los pueblos occidentales y cristianos por los procedimientos morales adecuados que convienen a nuestra tradición histórica.

Resulta realmente paradójico que en ese fariseísmo internacional a la moda del siglo los seudoservidores de los derechos del hombre se olviden de quienes han sido los padres y fieles Servidores de ese derecho: de nuestra madre la santa Iglesia católica y de la nación española, pues gracias a ellas una legión de naciones conservan sus caracteres aborígenes y constituyen la prueba más fehaciente de quienes en la Historia conquistaron el titulo de los más fieles servidores de dichos derechos.

En esta gran crisis de valores morales que el mundo padece, todos especulan con los derechos y se olvidan o desconocen los deberes; pero ¿es que cabe un derecho sin un correlativo deber? ¿es que los deberes no son más nobles y superiores que el derecho? Así, por servir a los llamados «derechos del hombres, se olvidan los deberes de éste con Dios, los que deben a la Patria, los que entraña la familia, los que demanda la juventud y la sociedad entera en que vivimos, a los cuales se insulta, se menoscaba y se destruye sin que nadie se rasgue las vestiduras porque perezcan los valores espirituales esenciales para nuestra vida.

En la obra de creación y de gobierno, con clara conciencia de nuestros orígenes y del mandato histórico que pesa sobre nosotros, bien señaladas las bases de partida y las normas fundamentales de acción, tenemos dos perspectivas para referir nuestros actos: una es la de los objetivos finales; la otra, la de los objetivos inmediatos o simplemente próximos. Naturalmente, los objetivos finales constituyen los puntos cardinales, el criterio de orientación y de acción de nuestra política respecto de los cuales se ordenan y justifican los pasos intermedios de cada día. En el orden de las instituciones, la revolución nacional está dotando a España de un repertorio de instrumentos que aseguran, al mismo tiempo, el respeto a los valores eternos de que todo hombre es portador y la continuidad saludable en la política y en el Estado.

El que nos hayamos separado de los patrones políticos estilo liberal, tan siglo XIX, después de prolongada, costosa y catastrófica experiencia, y que hayamos vuelto por los fueros de nuestras tradiciones políticas, buscando en los órganos naturales, familia, Municipio y sindicato, las vías primarias de nuestra nueva estructura política, sin la rigidez de una Constitución, obra exclusiva de un grupo o de un momento, haciendo discurrir las energías y la capacidad política enteras de la comunidad por los cauces de una Constitución abierta al perfeccionamiento ofrece a la nación, en el área de la crisis político-social que el mundo vive, un instrumento feliz para la realización de la evolución político-social que la hora demanda.

Si comparamos nuestra situación de hoy con la do hace diez años, es visible que hemos cubierto etapas importantísimas. Las Cortes, las elecciones sindicales y las elecciones municipales, con las experiencias de su funcionamiento y de su celebración ya reiterada, reflejan la normalidad de la vida política y representan pasos decisivos hacia ese catálogo de instrumentos y usos políticos capaces de asegurar la normalidad histórica. Bien se comprende que, después de los antecedentes con que España cuenta, sostenemos la norma de que ha de evitarse a todo trance cuanto de lejos o de cerca amenace la unidad y la concordia entre los españoles.

Sabemos muy bien que se espera la menor oportunidad para intentar cuartear nuestra fortaleza interior y permanecemos vigilantes porque en el mundo de hoy faltan todavía las bases primarias de respeto a la equidad, a los principios y a la soberanía interior de las naciones; pero tenemos la seguridad de que nuestro Movimiento es capaz de realizar esta magna empresa y de que en este aspecto de la revolución nacional que soñaron nuestros combatientes en las trincheras y de cara a la muerte, se verá coronado por un éxito histórico definitivo.

Los actores de los acontecimientos históricos pocas veces se dieron cuenta de la trascendencia de los hechos en que tomaron parte; así son muchos los españoles que no se aperciben de las perspectivas verdaderas de nuestro Movimiento. El triunfo de la política de nuestro Estado, pese a los obstáculos que se le interpusieron en su camino. pregona la fortaleza y la eficacia de nuestro régimen. Cuantos en el año último han visitado y tomado contacto directo con nuestro pueblo han comprendido las razones y el resurgir de España, proclamándolo noblemente en sus países, y, pese a la frialdad oficial que algunos gobernantes sectarios pretenden todavía sostener, jamás España ha sido más apreciada en el sentimiento intimo de los otros pueblos. La particular predilección y pruebas de amor que los pueblos hispánicos nos ofrecen, demuestra que ya no son sólo los españoles los que hoy se enorgullecen de su estirpe.

En el orden material y de las condiciones generales de la vida bastó que la meteorología no nos fuese adversa para que se haya vencido la más dura de las batallas económicas que sosteníamos contra la escasez. Si en los últimos años transcurridos, a pesar de la sequía pertinaz, mantuvimos el alza progresiva de nuestra ascendente vitalidad, y en el año que hoy termina empieza ya a acusarse la abundancia, hay que suponer lo que se alcanzará a poco que las circunstancias nos sean favorables: pero no porque aquéllas se ofrezcan más benignas es posible dormirse, pues ahora es necesario no sólo levantar el nivel de vida y el tono de la existencia española, sino asegurarlo para el futuro. Si las generaciones que nos precedieron se hubieran apercibido de estos problemas, sin duda no nos hubieran legado una producción inferior a nuestras necesidades.

Los programas de ordenación económico-social de las provincias nos dan un balance impresionante de la magnitud de la tarea. Hay que reparar las consecuencias acumuladas de dos siglos de postración nacional en los pueblos y en las ciudades, en lo industrial y en lo agrícola, en los problemas que atañen a la juventud y en los que afectan a los hombres maduros; en todos los sectores y en todos los aspectos es preciso levantar y poner a España muchos palmos más arriba. Hay que crear las condiciones para poner en la máxima tensión creadora las energías de los organismos públicos y las de la iniciativa privada, porque sólo a costa de un intenso esfuerzo unánime conseguiremos reparar las servidumbres del pasado y poder ganar los recursos para un movimiento normal y progresivo.

Hemos de convencer a todos de que en una patria. pobre la población tiene que ser forzosamente pobre, que hay pueblos ricos por sus producciones naturales: y su limitada población, que otros de densidad de población mayor lo son por su energía creadora., representada por la perfección de su técnica y la producción de su trabajo, y que la demanda del aumento de población y la mejora del nivel de vida es el gran aliciente para la producción en los pueblos viejos y poblados. Si los españoles estudiasen sus curvas de producción y de consumo, se convencerían de que no se puede abandonar el impulso de la producción en todos los órdenes, que es indispensable la creación, progresiva de nuevas fuentes de producción y de trabajo, para lo que se requieren una unidad, una paz; interna y una decisión y voluntad de hacer como la que nuestro Régimen encarna. Cualquier otro camino sería fatal para la Patria.

Si a esto unimos las conquistas sociales que aseguran a los trabajadores tanto la debida participación en la corriente de bienes y servicios de la comunidad, como, lo que es más importante, la oportunidad para ellos y para sus hijos de abrirse camino a los puestos más elevados a través de la acción sindical y de los medios que ponga a su disposición la educación pública, tenéis el cuadro completo con sus fines últimos y definitivos de las aspiraciones de la obra en que estamos empeñados.

La consecución de estos fines supondrá la recuperación de nuestra política histórica, sin atenernos a patrones exóticos ni a fórmulas hueras o bastardas; supondrá una impulsión poderosa a la economía nacional, reparando fuentes de riqueza, poniéndolas en explotación, estableciendo servicios y elementos de vida que releguen al pasado la sombría estampa de nuestros pueblos y ciudades estigmatizados por el abandono y la pobreza de que han sido víctimas, y también, como decimos, supondrá la conquista de la solidaridad entre los españoles de todas las clases y c categorías, fundada sobre la vigencia de una justicia social que, dando a cada cual lo que le corresponda y poniendo delante de todos un porvenir abierto al esfuerzo y a la recompensa, nos haga sentimos orgullosos de la Patria y de sus destinos.

La revolución no es una quimera, ni una palabra vacía, ni un simple símbolo en torno al cual nos congregamos. Es un quehacer concreto, sagrado y excepcional que España necesitaba y que promovió la exaltación y la grandeza del 18 de julio de 1936, después de haber movido a los mayores riesgos y sacrificios a una juventud heroica que se sintió llamada al honor y a la lucha por el resurgimiento de la Patria. La Revolución nacional nos pide restaurar los medios de la vida histórica de España en sus leyes e instituciones, porque se había roto la continuidad con imitaciones burdas bajo los efectos de una desazón nacional, cuyas causas habría que buscar en el interior con el debilitamiento producido por las dimensiones de la lucha y los trabajos de fundación y sostenimiento del Imperio, aprovechados por el exterior para introducimos el germen de nuestra discordia. La Revolución nacional exige que promovamos intensamente las fuentes de la riqueza nacional, que la Patria recobra las masas trabajadoras, haciendo que lleguen a ellas verdaderamente por sus Sindicatos, los derechos políticos y no sólo las cargas, sino también las ventajas, los honores y las satisfacciones de la prosperidad, como ya llegaban las dificultades y sacrificios.

Ninguna de estos grandes objetivos puede separarse de los otros. Los tres constituyen simples aspectos de un todo indivisible. Sin la restauración de las insti tuciones, con las posibles alteraciones política a largo plazo estaría comprometida toda la obra. Sin el resurgimiento de nuestras fuentes de riqueza y la acción ,enérgica del resurgimiento nacional, y sin la incorporación de los trabajadores y el establecimiento de un orden social justo, se falsearían las supremas aspiraciones políticas y morales del Movimiento y carecería el conjunto de la solidez y ejemplaridad que buscamos.

He ahí, españoles, la escala y el patrón de medida a que hay que referir nuestra política. Una excesiva impaciencia pretende desconocer las dificultades materiales y los imperativos ineludibles de circunstancias y de tiempo. Una ceguera pertinaz y voluntaria lleva a otros a ignorar la línea estratégica de acción bajo las impresiones y las incidencias de cada día hasta imaginar perdido, amortiguado e inexistente el impulso y la exaltación de nuestra Cruzada. Mas la verdad que los hechos atestiguan es que marchamos sin descanso, que mantenemos una línea consecuente de acción, que conservamos la temperatura moral y que estamos en posesión de los medios y en camino de realizar nuestro propósito.

No necesito describir ni poner énfasis en los obstáculos que se han acumulado a nuestra marcha porque el pueblo español ha sido protagonista de esta lucha con ese sentido de la dignidad canalizado por nuestro Movimiento y que es la prueba de que interpretamos correctamente sus más profundas aspiraciones.

Han pasado ya esos años de cerrazón y de dislate que entregaron al comunismo familias enteras de pueblos de Europa y Asia y que pagaron la neutralidad española con moneda de hostilidad, pero mientras pasaban los hemos aprovechado para crear los instrumentos de nuestro resurgimiento nacional.

En este año que termina hemos empezado a recoger los .frutos del gran programa de transformación de nuestra estructura económica, que comenzamos a desenvolver en los tiempos en que la conjura exterior pretendía aislarnos. Hoy nuestras fábricas de nitratos, en plena producción, alivian considerablemente las necesidades de nuestra agricultura. la producción de las nuevas zonas de regadío caracteriza la abundancia que empieza a señalarse en los mercados, el incremento de producción de nuestros minerales de exportación repercute favorablemente en nuestra balanza de pagos al tiempo que un considerable aumento en la producción eléctrica, térmica e hidráulica, por la entrada en servicio de nuevas e ingentes obras, han trocado la angustia de los últimos años en posibilidades óptimas para el desenvolvimiento de nuestra industria. El desarrollo de estos programas industriales, cuya producción se mide ya por cientos de millones de pesetas que atacando problemas claves de nuestra economía se extienden por la geografía de España, han permitido que en la vida económica de la Nación se inicie un cambio favorable y nuestro comercio exterior se desenvuelva en condiciones más halagüeñas. Si lo alcanzado, que representa sólo una parte de lo proyectado, ha producido ya tan importantes beneficios, tenemos razones para asegurar los que para la sociedad entera española se derivarán de la completa realización de los programas en marcha.

La iniciativa privada, estimulada y ayudada por el Estado, ha contribuí do en la medida de sus fuerzas a este resurgimiento industrial y su, propia prosperidad se acusa en los resultados de sus balances y en el saneamiento de sus activos, que la República había llevado al borde de la quiebra. No existe un solo aspecto de la vida económico social de nuestra Nación que no haya sido considerado y favorecido, desde el incremento de la acción naval y pesquera hasta la repoblación forestal de nuestras montañas. Están en marcha colosales obras de incremento de nuestros regadíos, de colonización y revalorización de zonas agrícolas. Barriadas de viviendas equivalentes a poblaciones han surgido en todas las ciudades españolas y en muchos pueblos. y hasta se ha alcanzado, en medio de las condiciones más adversas a todas las formas de acción económica con el ahínco, la capacidad constructiva y la eficacia de esta generación estimulada, más que contrariada, por la injusticia y la torpeza de las dificultades que se nos han creado.

En el orden de la política social ha continuado la acción intensa que iniciamos desde los primeros días del Alzamiento Nacional, y que desde colocamos entre los países más adelantados por lo que se refiere a previsión social, a servicios mutualistas sindicales y de protección a la familia, se ha centrado ahora en el gran propósito de extender la cultura y de ponerla al alcance de las masas trabajadoras industriales y agrícolas, por un lado, mientras ponemos por el otro el mayor empeño en conseguir para los salarios un contenido real creciente que perseguimos en todo momento para evitar los coletazos o las repercusiones de las situaciones circunstanciales y transitorias.

En este camino no nos hemos señalado límites, Nuestro Movimiento no se ha sentido, ligado jamás a intereses y prejuicios que entorpecieran la edificación del Estado social que nos hemos propuesto. No cedemos a nadie prioridad ni ventaja en este campo. Y, por si no fuera bastante la obra realizada en los años de mayor adversidad, el futuro probará que nuestra resolución es inquebrantable y que el trabajador español ha de encontrar satisfacción cumplida a sus anhelos en la revolución nacional.

Mas si mirando hacia adentro nuestra política reviste los caracteres de claridad, continuidad de propósitos y altura de miras que acabamos de ver de manera que nos permite asegurar el fortalecimiento y la prosperidad de la Patria, esta misma política recibe hueva confirmación y prueba si volvemos la mirada hacia la situación internacional. España ha sabido acomodar su conducta en el exterior a una nobleza y a una lealtad que, si en otras circunstancias hubiera podido parecer ingenua, en las actuales es la única que se acomoda a la profundidad de los problemas que el comunismo plantea en el mundo.

El hecho de haber sufrido en nuestra propia sangre la verdadera naturaleza del comunismo, su desprecio del derecho de gentes, su perfidia, su brutalidad y espíritu despreciativo que tanto costó a España, nos ha permitido adelantamos con ventaja a los acontecimientos y señalar las vías necesarias de la evolución de las relaciones internacionales que la realidad ha confirmado puntualmente. Esta es la razón también de que, armonizando nuestra política interior con las naturales previsiones de política internacional, podamos hoy contar con una preparación adecuada para las contingencias más fuertes.

Pecan gravemente contra la paz y la seguridad de sus naciones los que permanecen desarmados física y espiritualmente cuando los posibles agresores se vienen armando hasta los dientes. No se puede, sin faltar al más importante deber, especular ante los pueblos con las posibilidades de una paz cobarde comprada con el menosprecio de los valores supremos humanos y del espíritu; engañarnos con la torcida idea de que los principios de la fe, el honor, la dignidad y la libertad humanas puedan subordinarse a consideraciones de interés inmediato y material, en vez de serlo al contrario, y aceptar la ficción de que el mundo vive en paz cuando todavía retumba el cañón y una decena de naciones sufren la invasión extranjera, sujetas a las persecuciones más horribles de que el hombre tiene recuerdo. Allá cada uno con su conciencia. Para nosotros representaría el aceptarlo la más flagrante traición a la juventud ardorosa y heroica, de la que es mandataria la España actual, y sería al mismo tiempo la negación de nuestra propia historia.

Frente a las grandes inquietudes que atormentan al mundo y que no hubieran llegado a su agudeza actual sin las equivocaciones que a tiempo denunciamos, España se siente segura de sí misma, preciada de su libertad y confiada en su destino. No podemos pretender, ni nos hurtamos a las responsabilidades de la vida internacional, ni a los deberes que nos impone a nosotros la defensa de nuestra civilización, Pero no acudimos a ellas con servidumbre ni limitaciones en pugna con nuestro propio valer y con la misión de España en el exterior. Por ello siempre que fuimos consultados expusimos nuestra firme decisión de perfeccionar y completar nuestros medios de defensa, llegando para ello al entendimiento con la gran nación americana. El valor de España para la defensa de este área geográfica no puede ser ignorado. A caballo entre dos mares, se ofrece como reducto natural entre los países atlánticos y el viejo mar de nuestra civilización latina, cuyas puertas guarda. En esto los imperativos de la geografía pueden más que las malicias desarrolladas en las intrigas de las cancillerías. Si realmente se quiere salvar a Europa, lo más urgente e inmediato hubiera sido y es el asegurar la supervivencia de sus reductos naturales. Ello no se interfiere con la preparación total de todo el Occidente, pero si la defensa de ésta se presenta más difícil, lenta y complicada, aquélla desde el primer momento pudo ser rápida y eficaz. En esto no podemos menos de lamentar la lentitud, extraña a nosotros, con que se viene obrando; pero, desgraciadamente, no es el sentido práctico, la lealtad mutua y la armonía lo que reina en esta Europa atormentada.

Cada arto que pasa el mundo se apercibe más, aunque se resista a confesarlo, de la repercusión que en el orden internacional ha tenido nuestra cruzada de liberación contra el comunismo y del consecuente renacimiento espiritual de nuestra Patria, ya que todo él peligraría si sólo se tratase de la presencia física de que pueblo en un área estratégica codiciada, puesto que lo que da valor a la fortaleza no es la magnitud de sus defensas naturales, ni el foso de las aguas que la circundan, ni las líneas de montañas que la entre, sino la unidad y el valor espiritual de los hombres que la guarnecen.

Dentro del ánimo de la más amplia colaboración internacional, durante el año que termina hemos proseguido la política de particular amistad con Portugal, el país hermano de la Península, la de estrechamiento de lazos con los pueblos hispánicos y la de simpatía y apoyo con el mundo árabe, al cual nos unen antecedentes históricos tan fuertes. La muerte del mariscal Carmona en el pasado mes de abril sumió a las dos naciones peninsulares en un mismo duelo, así como otros acontecimientos felices de la nación vecina, como el aniversario de la Virgen de Fátima, unió a nuestros pueblos en la misma comunión espiritual, desarrollándose nuestras relaciones en los mismos términos de cordialidad con que se mantienen desde los primeros días de nuestro Alzamiento.

Respecto a los pueblos hispánicos, cada día es más íntimo el acercamiento cultural y las pruebas de solidaridad y afecto entre nuestras naciones, de que son muestra la presencia frecuente en España de las más insignes figuras de aquellos países. Digna de particular recuerdo es la visita oficial con que nos honró el Presidente de la República de Filipinas, el excelentísimo señor don Elpidio Quirino, a quien el pueblo español tributó cálida acogida, expresión del afecto que su país despierta entre nosotros.

La consideración, cada día más extendida, hacia la clara y diáfana política exterior de España pone en esta forma un broche de oro a la revocación del error cometido contra nosotros cuando, a pretexto de que amenazábamos la paz, una conjura vil pretendió cercanos. Esto demuestra, una vez más, que las relaciones entre los pueblos no se rigen por movimientos de humor ni por decisiones arbitrarias, sino por fuertes exigencias de la realidad.

Yo reconozco que en la hora actual la geografía nos aconsejaría en Europa convivencias todavía más: intimas; pero éstas nunca serían posibles si otros mantienen las reservas de predominio y persiste en las relaciones ese espíritu de rivalidad que ha venido y sigue siendo la clave de las relaciones en Europa. A nadie extrañará que en este orden España, fuertemente dolida, demande hechos y no sólo palabras, y exija que su lealtad sea correspondida por una lealtad recíproca, y que previamente las naciones que tan mal nos quisieron corrijan las injusticias que todavía gravitan sobre España, y que, pese a la decadencia de nuestras pasadas clases directoras, jamás se borraron del pensamiento de nuestro pueblo.

Estamos, como veis, en plena posesión de las orientaciones que nos exige una gran política nacional digna de este nombre, tal como nos vienen impuestas por las necesidades españolas, nuestro deber y la voluntad de las generaciones que el 18 de julio comprometieron sus vidas y haciendas, su sangre y la de sus hijos por la salvación de la Patria.

Yo quisiera en esta noche hacer llegar con mis deseos de paz y de ventura para todos los hogares mi gratitud a cuantos vienen acompañándome con su asistencia y entusiasmo en los días difíciles y en las horas de prueba; a los que en los pueblos y lugares más apartados de España o en el extranjero mantienen viva su fe en la revolución nacional y en los destinos de la Patria; a aquellos que en los servicios que la nación les confía o en su propio trabajo se superan en el esfuerzo para multiplicar los rendimientos; a cuantos a la Patria ofrecen sus privaciones cotidianas y las de sus hogares conscientes del valor de su renunciamiento, y a los que, animados de un noble espíritu social, respondiendo a los dictados de sus deberes católicos. recortan voluntarios sus ganancias en aras de la gran obra de justicia social que la nación alumbra. Su tranquilidad de conciencia y la íntima satisfacción del deber cumplido contrastarán en esta hora con los que en el balance de cuentas del año con su Patria y con sus semejantes descubran el vacío de sus corazones y el egoísmo de su desasistencia.

Todos los españoles caben en esta gran tarea y de todos la Patria necesita. Las filas del Movimiento nacional siguen abiertas a cuantos acudan a ellas con honradez y espíritu de servicio. Sólo así, estrechamente unidos y bien penetrados de lo que a España debemos, podemos hacer que las generaciones venideras evoquen con gratitud y respeto la obra común de las generaciones que han devuelto a la Patria sus días de gloria y de prestigio.

El hombre tiene deberes ineludibles que cumplir hacia Dios y hacia su Patria, a los que no se puede hurtar y a cuyo cumplimiento a todos los españoles exhorto en esta hora. La clave del destino de los pueblos descansa en una gran parte en sus propios merecimientos. Por ello quedaría este examen sin coronar si en esta hora de balance de nuestra Patria no reconociésemos, pública y humildemente, lo que a Dios le debemos, ya que iluminando nuestros pasos nos permite liberemos a España de las tribulaciones por que otros pueblos pasan.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1952

Españoles:

En esta hora de final de año, cuando en íntima fiesta hogareña se reúne la familia al calor de los padres, se hace balance del pasado y se levantan esperanzas sobre el futuro, quisiera estar presente entre vosotros para compartir vuestras inquietudes y reiteraras mi promesa de seguir trabajando por que todos los españoles alcancen la mayor suerte de ventura y de satisfacciones.

Por dolorosa experiencia conocéis que de nada serviría encerrarse en el cuidado y preocupaciones de los asuntos estrictamente privados, como hacían en buena parte nuestros padres, si se abandonaba la cosa pública a los derroteros que le imponían un profesionalismo político de intrigas y de habilidades no siempre honestas.

Todos cuantos por su fibra moral o por sus exigencias intelectuales alientan, sirven y trabajan en nuestro Movimiento saben de sobra que esta generación nobilísima de la Revolución y de la Cruzada y las que han crecido a su amparo no pueden sentirse satisfechas con una paz y un orden externos y con el disfrute codicioso de cualquier grado de bienestar más o menos legítimo. Si nosotros no hubiéramos tenido más estímulos que los de la egoísta mentalidad conservadora, yo os digo que no hubiéramos podido llegar hasta aquí a través de las penalidades y de los embates pasados. Sí todo esto ha podido superarse, convirtiendo las dificultades en instrumentos de la grandeza y libertad de España, es porque movía nuestro corazón y nuestro brazo la esperanza de una obra digna de nuestro mejor pasado por la riqueza de su contenido y por la altísima nobleza de sus fines y motivos.

La Patria española es la suma y compendio de vuestros hogares, que los solidariza en un común destino, en la felicidad como en el infortunio; de aquí mis inquietudes, como padre o rector de esta gran familia española, de estar presente en vuestra intimidad y que en horas tan señaladas sientan la solidaridad y comunidad de destino cuantos, bajo el signo de una misma fe, llevamos veinte siglos sobre esta piel de toro de nuestra geografía sufriendo los avatares de las luchas entre los hombres.

No es ya el hogar el viejo castillo roquero de nuestra conciencia y de nuestras libertades; el mal en los tiempos modernos trasciende como torrente impetuoso que invade y sumerge cuanto encuentra a su paso. No basta la simple acción individual o familiar para luchar contra lo que nos amenaza. Hace falta la solidaridad de la comunidad para una defensa organizada.

LA CATÁSTROFE MORAL DEL MUNDO

La muestra más elocuente de la catástrofe moral que al mundo anega la tenéis en el mal terrible de la delincuencia infantil, que en las naciones que se tienen por más prósperas se acusa en proporciones espantosas, consecuencia inmediata del libertinaje en que cayó la sociedad moderna y de las leyes laicas y materialistas, que, destruyendo la familia y abandonando la formación religiosa y patriótica de la juventud, la han entregado indefensa a la corrupción y el mal. Camino de perdición por el que un día marchaba nuestra Patria, del que en buena hora la apartó la sangre de tantos héroes y el sacrificio generoso tanta madre.

Si tanto y en tan grave forma nos afecta la cosa pública, no está de más que en estas horas de balance, y con el recuerdo perenne de los que perdimos, esté presente en nuestro común afán el cuidar y conservar lo que ellos a tanta costa conquistaron.

Y ya que hemos hablado de juventud, yo quisiera colocar a todos los españoles frente a su responsabilidad respecto a ella. Todos queremos una España mejor. A su conjuro pocos son a los que no se les ensancha el corazón de emoción y de esperanza; mas, sin embargo, ¡qué cortos son los sacrificios en este sentido! ¡Cuántos jóvenes se desvían y se pierden por esa falta de solicitud! ¡Qué buena madera de héroes y de santos se pierde al correr de los años! ¿Qué hubiera sido de muchos hombres de provecho de los que hoy me escucháis si os hubiesen faltado en vuestros primeros años los cuidados y la rectoría de que habéis disfrutado?

Imaginaos cuánto podemos hacer en servicio de nuestra Patria atendiendo a la formación del espíritu y del carácter de nuestros jóvenes, multiplicando las Escuelas Laborales y de Aprendices, los Hogares y Campamentos para nuestras Falanges Juveniles, hasta lograr que en todos los pueblos y parroquias exista el pequeño Hogar para los muchachos, el indispensable campo de juegos y deportes, y que en todos los pequeños núcleos de población de España el aprendizaje y el espíritu de trabajo tomen asiento, para que surjan generaciones sanas de espíritu y de cuerpo que rediman a España de la delincuencia. La obra está reciamente emprendida y su gloria puede ser gloria de todos.

AÑO PRODIGO DE SATISFACCIONES

El año que termina se ha ofrecido para los españoles pródigo en satisfacciones, tanto en el interior como en el exterior. En lo internacional, España se ha visto solicitada por quienes, años atrás, desdeñaban la voluntad de cooperación que frente al comunismo les ofrecíamos. No hace muchos días aún que en uno de los organismos: internacionales de la O. N. U. se aprobaba la admisión de España por abrumadora mayoría. Y si bien a los españoles no ha podido impresionarnos el hecho más allá de lo que implica el gesto amistoso de quienes votaron en nuestro favor, porque lo importante no es pertenecer o no pertenecer a estas agrupaciones, sino el poseer los títulos que España tiene en el campo de la acción cultural internacional; por la resonancia que el suceso ha tenido en otros: países, vemos lo que ha representado para los demás como triunfo y victoria de nuestra Patria, y, por ello, obligado es que nos congratulemos y agradezcamos a las naciones que nos favorecieron con su voto, su espíritu de justicia y buena amistad. La conjura de silencio anti-española ha cedido por todas partes: en Tánger hemos visto reparada la incoherencia del acuerdo provisional de 1945. Hemos mejorado nuestras relaciones con todas las naciones civilizadas fuera del «telón de acero», afirmando nuestra política de amistad con los pueblos hispanoamericanos y países árabes, y con Portugal hemos sostenido la fraterna, íntima relación y política de mutuo apoyo iniciadas hace años con nuestro Pacto Ibérico.

Podemos decir que las fuerzas seculares de la anti-España, que habían intentado todo contra nosotros en esta desventurada posguerra, incluso negar la evidencia Y postergar la geografía, han cedido de nuevo, derrotadas en sus intentos. El pueblo español, unido y dueño de si, no les ha opuesto una irritación descompuesta Y gesticulante, ni cambiado su paso ni su ritmo de marcha; les ha opuesto la serenidad y la hondura de la razón y les ha dejado agotar las consecuencias de sus propias actitudes y errores. El resultado final está a la vista: cuando en el concierto de las naciones tantos pueblos van a menos, España va a más, sin hipotecas ni concesiones de que un día pudiera arrepentirse.

EN EL INTERIOR RECOGEMOS LOS FRUTOS DE AÑOS INGRATOS

En el orden interno comenzamos a recoger los de años ingratos de siembra en materia de industrialización, de fomento de la agricultura, de colonización, de repoblación forestal, de construcción de viviendas y grandes obras públicas, de tantas y tantas manifestaciones en las que aparece, traducido en obras, el espíritu creador y constructivo del Movimiento Nacional.

Mas, con ser tanto lo que en el orden constructivo al servicio del bien público podemos presentar, son infinitamente mayores los avances registrados en el campo espiritual: Barcelona, Granada y Navarra fueron en este año escenarios inigualados del acontecer español. El Congreso Eucarístico de la Ciudad Condal dió ocasión al más grande de los triunfos de la Eucaristía. El fervor y devoción del pueblo español brilló allí sin sombra ni mácula; los cientos de miles de comuniones recibidas, el acto grandioso de la consagración de sacerdotes, en floración y número jamás igualado, y la unidad de todas las clases sociales en su devoción a la Eucaristía, que admite parangón con los mejores tiempos de nuestra Historia, son exponente claro del resurgir espiritual de nuestra Nación. El grandioso homenaje de los pueblos hispánicos a los Reyes Católicos en Granada unió en comunión espiritual a las un día Españas de ultramar con la vieja Madre evangelizador a en actos plenos de vigor espiritual. Y la clausura en Javier de las fiestas centenario del Santo Apóstol de las Indias constituyó la exaltación más grande de la España misionera que hoy renace con renovado impulso y que en la Navarra de Javier encuentra el más cálido de los viveros.

VICTORIAS DESCONOCIDAS HASTA AHORA

Victorias y triunfos en el exterior y en el interior desconocidos en nuestra Historia desde el siglo XVI; victorias y triunfos que no se hubiera atrevido a intentar siquiera aquella vieja política de componendas electorales. de imprevisiones delictivas y de aliento desmedrado que, con Monarquía o República, en las alternativas liberales o absolutistas, con derechas o izquierdas, labraron la pobreza y la postergación de España mientras el gran pueblo español, con heroísmo y sobrio gesto, mantenía, sin prescribir, su vocación y su derecho a la historia de las perfecciones y de las conquistas.

LAS GENERACIONES

Pero no es del pasado del que deseo hablaros preferentemente. Mejor aún que nosotros mismos las futuras generaciones podrán apreciar el valor y el carácter de estos años críticos, cuando la trayectoria de España, en las circunstancias más adversas, se trueca de descendente en ascendente mediante el enérgico impulso de un pueblo unido y en orden, que a ellas les será posible examinar con su fuerte contraste con el pasado inmediato.

Es licito volver la vista atrás y contrastar los esquemas ideales que orientan la acción con los resultados de la acción misma. Es explicable también recibir sin falsas modestias y acoger abiertamente los resultados positivos y brillantes de nuestra perseverancia y del cumplimiento de los deberes históricos a los que estamos haciendo honor los españoles; pero bien lejos de nuestro ánimo perder o dejar que se acentúe la fuerza de la llamada que nos hace constantemente la noble ambición de España y el imperativo de nuestros muertos y nuestros mártires para una creación revolucionaria ejemplar y verdadera.

No tenemos la sensación de haber terminado la escalada, como estimarían tal vez quienes, por un sentimentalismo nostálgico, desearían vemos a la altura de las limitaciones, las incidencias y las escaramuzas de la dinámica política corriente en la mayoría de los otros pueblos. No nos creemos en la llanura o en la mar calma propicia a las siestas. Nuevas jornadas de lucha y de gloria nos esperan a quienes hacemos desde las filas de nuestro Movimiento del servicio a la Patria inquebrantable y poderosísima vocación.

LO SOCIAL, LA CLAVE DE NUESTRA POLÍTICA

Muchas veces os dije que lo social constituye la clave del arco de toda la acción política de nuestro tiempo. Por ello no podemos considerar nuestra obra si no contemplamos lo que en el área de lo social hemos levantado y lo mucho que todavía nos falta por alcanzar. Lo realizado en las ciudades y pueblos de España a lo largo de los años transcurridos, en medio de las circunstancias económicas y políticas más desfavorables. acredita la sinceridad de nuestras promesas y la bondad de nuestros procedimientos. En breve tiempo hemos sobrepasado los avances sociales, respecto de los cuales España ocupa un lugar precario, a pesar de que socialistas y tribunos demagogos habían disfrutado el Poder en años de prosperidad, en que nadie había saqueado nuestros tesoros ni destruido en gran parte las bases de nuestra riqueza; pero, con ser tanta la obra realizada, continúa siendo la justicia social el supremo criterio de gobierno y en mi ánimo la más alta preocupación política.

Si la encendida y juvenil inspiración de los precursores de nuestro Movimiento acertó a compendiar toda una política en la España Una, Grande y Libre por medio de la Patria, el Pan y la Justicia, queden para otros los empachos de la legalidad de los privilegiados y los fariseísmos de un Derecho liberal superado. Nosotros reivindicamos como nuestra la bandera de la Justicia al lado de la del Pan y la Patria, con todo lo que tiene de obligación y de honor.

Alcanzar los términos de una justicia como la que reclama nuestro lema es la cifra y resumen de los problemas históricos contemporáneos. Con la instauración positiva de la justicia cambiarán las bases de partida de la moral pública y se abrirá el capítulo de un tiempo nuevo. Decir justicia en este mundo de instituciones envejecidas, de privilegios solapados y desorden moral es decir nuevas bases de la convivencia y una creación revolucionaria capaz de encajar en la lógica y en el marco de los supremos valores católicos en los que apoyamos nuestra doctrina y nuestra conducta.

Pero decir justicia, para nosotros, no puede ser decir algo vago y equivoco; no se trata de una palabra comodín para esconder las dificultades del servicio al bien público o cubrir necesidades discursivas. La justicia social necesita ser algo real y tangible, una creación positiva de la Revolución Nacional. La justicia social necesita ser inicialmente, para no perdernos en rodeos, el saldo de más, previamente conocido entre los ingresos y gastos de tipo de familia de rango económico más modesto, saldo conocido por anticipado por la estabilidad de los salarios y de los precios de los artículos en un mercado suficientemente abastecido. La justicia necesita ser inicialmente la situación satisfactoria de esos saldos, con todo lo que ello pueda representar, y después trabajo para todos y campo abierto para todas las vocaciones, escalas y rangos de la jerarquía social con los servicios e instituciones para ello necesarios.

En relación con este problema fundamental de la justicia social, hay que reconocer, según acredita la experiencia, que es preciso abandonar las formulaciones y consideraciones parciales del asunto para establecer vigorosa e inequívocamente nuestro objetivo. No se trata del salario justo, ni de la seguridad social, ni de la previsión aislada, ni de determinadas mejoras, ni de la ocupación permanente en el trabajo; se trata de todo eso a la vez en un solo problema general y básico que constituye la razón de ser y uno de los fines primarios y fundamentales del Estado.

LA GRAN BATALLA DE LA JUSTICIA SOCIAL

Para realizarlo nos hemos empeñado en la gran batalla; de la producción española, en llevar la renta nacional y el consumo por individuo a los índices alcanzados por las naciones más prósperas, en crear nuevas fuentes de riqueza y trabajo e impulsar la investigación, la técnica y la especialización de la mano de obra en términos y a ritmo desconocidos en la historia de ningún otro pueblo. Quiero decir con esto que, sin descender para nada del espíritu realista y práctico más exigente, necesitamos abordar el replanteamiento de las condiciones sociales y económicas de los productores de acuerdo con las necesidades orgánicas y funcionales del establecimiento de esa justicia. Todos los miramientos, todas las precauciones, todas las garantías, todos los contrastes que se quieran para traducir en hechos nuestro ardiente ideal. Nada de arbitrismos, ni de utopías, ni de proyectos arriesgados, pero nada tampoco de insinceridad, de conformismos, de frustración del santo impulso y del anhelo revolucionario por el que murieron nuestros mejores.

No es cosa de entrar ahora en el examen de los problemas de ejecución que pueda comportar el mantenimiento permanente, como razón de ser del Estado, de servicio público de cooperación para la instauración de la justicia y del bien común. No es tampoco prudente señalar los plazos y etapas de ejecución, pero si no plazo y detalles, que no son del caso, es, por el contrario, necesario que los españoles conozcan la veracidad y los términos esenciales de nuestro designio para que, a través de las peripecias, dificultades y peligros de la marcha, nos mantenga unidos y con alto espíritu la visión directa de la meta y lo congruente de los pasos que invariablemente han de conducimos a ella.

No queremos ni debemos arriesgar nada con saltos en el vació sobre provisiones infundadas o alegres, pero tampoco dejaremos de un día para otro aquello que, por novedad y ambición que encierre, resulte hacedero y ortodoxo en orden a la consecución de nuestros supremos fines políticos. Yo es pido que mantengáis la gran fe que nos ha dado fortaleza y que no renunciéis a las ilusiones y a la seguridad de conseguir, en el campo de la justicia y de las relaciones sociales, aquello que en la paz y en la guerra alimentó nuestro entusiasmo y nuestro coraje.

En mi larga experiencia militar y de mando de hombres, conozco bien las prisas imprudentes, las nobles pero equivocadas impaciencias, la incomprensión de los díscolos, de los perezosos y de los incrédulos, los ardides del enemigo y las leyes de la lucha. Para todos los inadaptados, la victoria es siempre una sorpresa o un azar indebido. Pero lo cuerdo es que podamos esperar con la ayuda de Dios, que no falta a quienes la buscan y la sirven sinceramente, que la empresa de la Patria, el Pan y la Justicia será cada día una realidad más completa.

NUESTRA POSICIÓN ANTE EL COMUNISMO

Sobre nuestros afanes, y trabajos pende, sin embargo, una condición superior a nosotros: la paz inestable del mundo, contra la cual hay las amenazas y riesgos que todos conocéis, y que no deben en manera alguna empequeñecerse. Nadie tiene derecho a dormir sobre los laureles y a distender los músculos, en cobarde y suicida imprevisión. No es necesario que os recuerde que el honor y la paz no se conquistan de una vez para siempre, sino que es preciso ganarlos cada día. Mas para dominar esta condición es nuestra misma obra revolucionaria el medio más eficaz y prometedor.

Se han necesitado años preciosos de escarmiento y desengaño para prevenir y empezar a reconocer el peligro mundial del comunismo; pero se está todavía lejos de reconocer que es en el orden de los principios y de las definiciones propias donde reside su máxima peligrosidad. Y lo que a nosotros nos distingue es haberlo comprendido así desde hace mucho y habernos situado y mantenido en el terreno del anticomunismo constructivo.

LOS FRÍVOLOS, LOS IRRESPONSABLES Y LOS NOSTÁLGICOS

Y ahora quiero poneros en guardia contra las actitudes frívolas y las posturas irresponsables y absurdas respecto a los grandes imperativos de la Revolución Nacional y de la situación del mundo en esta «guerra fría». Precisamente aquellos que con más facilidad y desaprensión se pronuncian sobre convenios y tratos con otras potencias, poniendo sobre todo la mirada en las ventajas económicas de mayor o menor entidad que de ello pudieran derivarse para el momento; precisamente quienes así reaccionan apenas toman en cuenta el compromiso que la lucha contra el comunismo soviético impone y la contribución y sacrificios de espíritu que con toda verosimilitud habrá que aportar en el caso, nada improbable, de una agresión soviética. Quienes más aspavientos hacen y más se mueven a propósito de nuestras necesidades y de nuestros problemas son quienes dejan ver, apenas abren los labios, una visión más empequeñecida de las exigencias, una estéril imaginación o un sentido reaccionario nostálgico y modificado de la política que conviene seguir para unas circunstancias tan graves.

Pero las grandes líneas de la política nacional y las direcciones principales de su actuación no admiten mistificaciones ni embrollos que entorpezcan la comprensión de todos los españoles, y con la comprensión, la elevación moral, la virilidad y la asistencia fervorosa.

LOS RIESGOS DE LA PAZ DEL MUNDO

Entiéndanlo bien: la dureza y la inminencia de los riesgos que corre la Paz del mundo, no son sino la expresión física de los apremios que gravitan sobre la obra de creación espiritual y material que se echa de menos. Los contrasentidos de la política internacional y sus vacilaciones y egoísmos, que por debilitar a los pueblos occidentales agravan los peligros; los errores de una política convencional y falsa en muchos de estos pueblos, que permiten al comunismo contar con una poderosa «quinta columna» dispuesta a la ocupación y al sabotaje; una tal subversión de valores, en fin, hacen que los riesgos del comunismo no se limiten a la eventualidad militar de una nueva contienda, sino que se extiendan a las consecuencias de ella en forma renovada y no menos grave.

Cumplo, pues, un deber sagrado y estricto advirtiendo y preservando a nuestro país contra todo lo que sea debilitar nuestros recursos, entumecer y quebrantar nuestras fuerzas y enturbiar la apreciación de los hechos y de las circunstancias. Hemos de cerrar nuestras filas contra todo intento de disociación, de empequeñecer o frustrar la misión histórica que a todos y a cada uno corresponde. Por fidelidad a nuestros caldos y por el deber que nos impone nuestra Historia necesitamos ser cada día mejores y estar a punto para merecer la ayuda de Dios y la gratitud de las generaciones futuras.

Por mi parte reitero ante nuestro pueblo el compromiso solemne de hacer fecunda la sangre y los sufrimientos de la Revolución Nacional, de poner las instituciones a la altura de los principios religiosos y políticos a los que rendimos culto, de hacer de la Patria el cobijo y la fortaleza de sus hombres y de ganar la otra orilla del atolladero en que ha sumido a las naciones la alianza del error y de los más torpes egoísmos. Si en esta dura y fatigosa empresa se aclaran nuestras filas por las bajas dolorosas de tantos veteranos que cada día se registran, pensemos que una pléyade de legiones juveniles se emula para mantener enhiesto el estandarte.

Y antes de cerrar esta oración demos, como buenos católicos, gracias al Señor por los beneficios que durante el año ha derramado sobre España, y al impetrar su protección para el venidero pidámosle por la paz justa en el mundo, la libertad de los católicos perseguidos y con ella el triunfo de nuestra santa Madre la Iglesia.

Españoles todos:

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1953

Españoles:

Nunca me es tan grato dirigirme a vosotros como en esta ocasión de las fiestas de fin de año, cuando las familias se reúnen en la intimidad del hogar en torno de sus mayores. Para nosotros la familia constituye la piedra básica de la Nación. En los umbrales del hogar quedan las ficciones y las hipocresías del mundo para entrar en el templo de la verdad y de la sinceridad. No en vano sobre la fortaleza de los hogares se ha levantado nuestra mejor Historia. Al correr de los años, nuestra Nación ha sido, más que una suma de individuos, una suma de hogares, de familias con un apellido común, con sus generaciones y jerarquías naturales y sagradas, con la solidaridad que mueve a unos en servicio y ayuda de los otros y que hace sentir con más fuerza que si fueran propias las desgracias o los sufrimientos de los demás. Por la elevación de sentimientos que el orden familiar entraña, por la solidaridad del común destino, por la red de efectos y tradiciones acumulados al correr de los años, que de padres a hijos se transmiten con la antorcha del deber, de los honores, del trabajo o del sacrificio, no sólo es semejante lo que puede establecerse entre la familia y la Patria, sino que la familia constituye un modelo, un arquetipo para la Nación.

Por esto comprenderéis mi satisfacción al introducirme en vuestra intimidad familiar para rogaros que pidáis a Dios, como yo lo hago en este día, para que la Patria alcance la cohesión, el espíritu y la fuerza indestructible de los hogares cristianos y de las tradiciones familiares españolas. Que seamos leales y sinceros dentro de la Patria, como lo somos en nuestro reducto familiar.

La mayoría de los males que el mundo padece proceden precisamente de haberse ido destruyendo los principios cristianos de la vida familiar, sobre los que la existencia de las naciones se asentaba. Menoscabada la familia y socavado, el sólido cimiento, forzosamente había de derrumbarse el edificio. ¿Cómo puede extrañamos el egoísmo, la falta de caridad del hombre frente al hombre, si hemos venido destruyendo lo que de excelso y divino en el hombre existía? ¿Cómo podemos aspirar a la fraternidad humana si, destruida la paz cristiana de nuestros hogares, se fomentan las divisiones entre vecinos y se estimula y se da estado a las escisiones en los estamentos de la Nación? ¿Qué justicia puede existir entre los hombres cuando los instintos y las pasiones constituyen la base de la sociedad moderna, contradiciendo las virtudes indispensables para que la justicia resplandezca? ¿Qué justicia puede lograrse sin rectitud de conciencia y sin decálogo? ¿Qué importa que se proclamen derechos y libertades, si las virtudes, la rectitud, la equidad y los respetos humanos faltan tanto, en los encargados de garantizarlos como en los propios usuarios?

El destino de una nación está inexorablemente ligado a la virtud o a los vicios de su pueblo; no sólo porque no es posible levantar una nación donde falte el cimiento de su célula básica, sino porque por encima de apariencias y de situaciones eventuales, existe una suprema voluntad que en su inescrutable justicia derrama las bendiciones o las tribulaciones sobre los pueblos.

Si las virtudes cristianas de los hogares alcanzan tanta trascendencia para la vida y el porvenir de toda la Nación, también el gobierno y la marcha de la Nación tienen una honda repercusión sobre la vida intima de nuestros hogares; no en vano la Patria es como una gran nave en que todos nos encontramos embarcados y que nos hace participes de sus desgraciados derroteros. Que la travesía en el año histórico que ahora termina ha sido harto feliz, nos lo acusan los acontecimientos trascendentes que en el año se registraron y que hacen de 1953 uno de los más fecundos y señalados de nuestra Historia.

El relieve que han alcanzado los acontecimientos diplomáticos no se ha conseguido a costa de que la política nacional interna haya decaído en algún aspecto; antes más bien ha sido condición necesaria para que esa; vuelta de España a los planos superiores de la política internacional llegue a ser tan importante, se le imprima carácter al año de gracia de 1953.

No es necesario que os recuerde cómo España venía siendo postergada aún en acontecimientos donde su contribución de sangre y de virtud fué decisiva. España ha carecido de política internacional durante el siglo XIX y primeras décadas del XX en forma tal, que sólo el valor y las virtudes de pueblo español han podido asegurar, a través de vicisitudes, su independencia y su integridad.

El veredicto de la Historia sobre aquellas etapas ha de ser más duro y terminante que ningún otro. Nuestra sensibilidad hace que apenas podamos comprender o disculpar aquel desorden y subversión plemanente de valores por los que la vida pública discurría en términos de insinceridad, de farsa y de intrigas pueblerinas, mientras quedaban igualmente desatendidos lo económico, lo social y la política exterior.

La firma del Concordato y de los acuerdos con Norteamérica son las pruebas de esa vuelta de España a la política internacional activa. Bien conocéis la significación de ambos acontecimientos y el estupor que han causado en las filas de los irreconciliables enemigos de nuestra Patria. Mas si es explicable que estos acontecimientos quedan referidos al año 1953, que ahora termina, yo quiero recordaros que la vuelta de España al quehacer internacional no data de ahora, sino de la fecha de nuestro Movimiento y de la ocasión en que España, unida y resuelta, decidió seguir su camino, afirmar su personalidad y ejercitar su voluntad soberana.

Porque es en nosotros mismos donde está el factor más importante de nuestra situación y de nuestras posibilidades. Y así como hubiera sido de todo punto desacertado sujetar nuestra conducta a los deseos del exterior durante los años de la pasada conjura, tampoco habría razón para ver en este éxito de hoy otra cosa que el fruto de un despertar de la vocación histórica de España. Yo rindo homenaje a la clarividencia, a la fortaleza de ánimo y a la abnegación de los españoles, que han sido para nosotros estimulo y corroboración del mandato histórico de nuestros caídos en la lucha singular por el resurgimiento de la Patria.

Debe quedar bien claro este éxito de nuestra personalidad histórica si hemos de aprovechar la lección de lo pasado, porque el culto a la unidad entre los españoles y la elevación de los motivos que han servido de base a las actividades políticas y a las conductas han de arraigar como una conquista definitiva intocable entre nosotros y para las generaciones que nos suceden.

Hemos de mantener en alto nuestro espíritu y nuestro corazón, nuestra voluntad y nuestra inteligencia. Podemos aspirar a todo unidos y en orden, dispuestos a hacer honor a nuestras responsabilidades. Por el contrario, si empequeñecemos nuestro patrón moral y abriésemos brecha a las cuestiones minúsculas o partidistas, ninguna historia interior o exterior llegaría a consolidarse. Toda gran política es política de visión en el exterior y de unidad en el interior. El mundo necesita que España recobre la voz y el ademán de sus mejores tiempos y a nosotros nos llama la vocación de nuevos servicios y ejemplos para el exterior.

Cuando analizamos la situación del mundo y las torpezas cometidas en estos años, en que, después de ganar la guerra, se perdió la paz y vemos de nuevo a las naciones vivir bajo la zozobra de la amenaza de una posible y más terrible conflagración, se comprende mejor la necesidad de mantener una alta tensión moral y una estrecha vigilancia de nosotros mismos contra las manifestaciones de atonía, de desorientación, de desgana y de disgregación de la unidad que en los últimos siglos caracterizaron nuestra decadencia.

El que nuestra Nación constituya el reducto extremo del continente europeo, rodeada de mar y con una fuerte barrera natural en su unión con Europa, no nos aísla, como muchas veces os dije, de los peligros que el Occidente corre; antes al contrario, por nuestra privilegiada y decisiva posición estratégica y los modernos medios de agresión, nos puede convertir en blanco preferido de los futuros agresores. Ni el estado político, ni el moral, ni el de armamentos de la Europa actual permiten contemplar con el cristal de la distancia los peligros que puedan acecharnos. Si el comunismo, en algunos aspectos, parece perder en ellos terreno, por ninguna parte se contempla la reacción cívica que los tiempos demandan. Por eso hemos de crear y apoyarnos en nuestra propia fortaleza.

Yo confío que la presencia de un destacado general al frente de la nación más poderosa del Occidente, con una responsabilidad rectora en los destinos universales, puede llegar a enderezar los caminos torcidos para ganar las batallas de la paz. No es posible que frente a la «guerra fría», que es el preludio o primer acto de la «guerra caliente», pueda contemplar, en su dinamismo, con indiferencia, la desunión y la falta de un frente único en estas batallas de la paz. Si la guerra en sí necesita de los mandos y de los Estados Mayores, la «guerra fría», por su carácter insidioso y difícil, los necesita más, y no es fácil comprender que frente a un agresor que posee esa unidad de mando y esos Estados Mayores político económicos, a los que su acción se subordina, subsistan en los amenazados la desunión, las reservas, los recelos, cuando no las deslealtades, sin mandos ni organismos que los aúnen.

Que evidentemente existen, dentro del complejo de las naciones, situaciones difíciles, imperativos económicos, problemas de mercados y de rivalidades comerciales mal comprendidas por los otros y en las que parecen ampararse las discrepancias occidentales, es cosa que no puede discutirse, pero nunca bastarían esas circunstancias a justificar las reservas y las deslealtades frente al enemigo.

Yo no creo que ninguno de los problemas que pueden presentárseles sea inabordable o se parezca de medios para solucionarlo, si de buena fe y alrededor de una mesa son analizados por los interesados y un estado mayor de técnicos de buen sentido les buscan solución. La guerra real era una consecuencia de la «guerra fría», y bien merecen la pena los sacrificios que se hagan para ganar ésta y evitar la agresión.

Es extraño que el Occidente no se aperciba de la situación favorable que se le presenta: la muerte de Stalin y la subsiguiente eliminación del poderoso ministro del terror soviético han creado una honda crisis en la Administración moscovita, que ha de tardar algún tiempo en restablecerse. La absorción por Rusia en estos años de tantos países le ha creado, por otra parte, una grave responsabilidad necesidades de suministros que no pueden resolverse con los medios existentes tras el «telón de acero». La Administración comunista de los nuevos Estados se presenta impotente para sostener el bajo nivel de vida de aquellos países. La necesidad de la producción y el comercio con los países burgueses se presenta como imperiosa. La fuerza del comunismo forzosamente se debilita en ellos y empuja a los soviets a esa política de apaciguamiento que, evitando un frente unido occidental, les ofrezca medios y tiempo para salvar sus crisis y desenvolver sus gigantescos planes quinquenales.

Sería gravísimo que por un interés egoísta de colocar los excesos de producción o conquistar mercados, el Occidente perdiese la batalla más importante de la «guerra fría», que, perdida, podría entregarle definitivamente a la esclavitud y afianzar el comunismo en tantos países.

Si existe un importante problema de sobreproducción, de excedentes y de falta de mercados en las naciones más importantes, puede fácilmente solucionarse si se movilizase la capacidad de consumo del mundo fuera del «telón de acero», facilitándole empréstitos de pago a largo plazo y bajo interés que les permitan solucionar sus problemas de producción, de comunicaciones y de consumo, que, mejorando sus economías, puedan elevar definitivamente su nivel de vida. Si esto se realizase serían pocos los excedentes de producción para poder atender en estos años a tanta demanda.

No creo que pudiera existir en el mundo operación que más prestigiase ante el universo a los Estados Unidos de Norteamérica, ni acontecimiento histórico de más trascendencia, que, al tiempo que abre el comercio universal zonas inmensas, crearía mercados importantísimos a la sobreproducción europea y americana, lo que sirviendo al interés común establecería por lo menos una tregua en sus divisiones y rivalidades. El impacto que con esto en la «guerra fría» se lograse no podría ser más importante.

El que podamos ver claras los soluciones para los graves problemas que al Occidente y al mundo se presentan no quiere decir que los demás hayan de contemplarlos e interpretarlos en la misma forma. No nos olvidemos que de nuestras primeras voces de alarma frente al peligro del comunismo en acción, tuvieron que pasar años para que el mundo llegase a reconocerlo y hacerle frente. Por ello, si grandes son los horizontes que a España se le ofrecen en el campo internacional, sólo podrán convertirse en realidad con el fortalecimiento de nuestra unidad y de nuestras virtudes interiores.

Volviendo a nuestro quehacer interior, las empresas nacionales que tenemos en marcha no han dejado de llevar el ritmo acelerado que nuestras posibilidades han permitido. No voy a cansaros con la repetición de los acontecimientos favorables que ya las crónicas de fin de año registran, sino destacaros los aspectos que suelen escapar al conocimiento general.

Un dato importante que refleja la situación económica de la Nación es el de que, pese al mal año agrícola que padecimos por la enorme sequía, el nivel de vida de la Nación y de sus suministros han sido sostenidos, cuando no mejorados. Si miramos hacia atrás y recordamos la España que recogimos, y que nuestros adversarios proclamaban como no viable y otros creían no podría levantarse sin el apoyo extraño, apreciamos mejor la España de hoy, pujante y renovada por nuestro propio esfuerzo. ¿Cómo hubiéramos podido satisfacer las necesidades en materias primas de nuestras industrias, la creación de otras nuevas y el sostenimiento de cinco millones más de españoles, si una acertada política económica no hubiera presidido durante estos años nuestra obra de gobierno?

Jamás una política de servicio al bien común se desarrolló más clara y con mayor constancia. Hay quienes con un espíritu mesánico pretenden asignar el mérito de la obra exclusivamente a la inquietud de los que la rigen y no a la feliz conjunción del Gobierno y del propio pueblo, cuando lo feliz de la obra descansa precisamente en haber ido a buscar en el propio corazón del pueblo sus inquietudes y sus necesidades: en haber ido recogiendo en Burgos y lugares aquellas aspiraciones seculares sobre los problemas pendientes, en cuyo estudio y confección intervinieron desde las más modestas Hermandades campesinas a las más altas autoridades provinciales, con la colaboración del Sindicato y fuerzas vivas, lo que estudiado y depurado por los organismos técnicos en las organizaciones centrales, sirvió para los programas de Gobierno y las leyes últimas sobre la redención de Badajoz y Jaén, aprobadas con aplauso unánime en las Cortes de la Nación.

Gracias a vuestros sacrificios, a vuestra disciplina y a los desvelos de todos, nuestra Patria está ganando una puesta en marcha sustancial de sus recursos económicos; estamos coronando los primeros picachos de la industrialización nacional; restaurando y mejorando nuestra superficie agrícola y recuperando para el arbolado las calveras y los montes; estamos poniendo en explotación nuestros recursos mineros y rescatando para España, en procedimientos y formas de trabajo, la más amplia difusión de las distintas técnicas.

El examen más exigente de la tarea realizada y el estudio de los posibles perfeccionamientos, nos llevan a intensificar el ritmo y a señalarnos más ambiciosas metas. Si en el orden industrial es tanto lo que ya se viene logrando en nuestra producción eléctrica y de materias primas, no es menor el despertar de nuestro campo con la modernización de cultivos, mejora de simientes y de especies, empleo de maquinaria y abonos, obras de nuevos regadíos y de colonización, concentración parcelaría, repoblación forestal y tantas y tantas obras que, como la de multiplicación de viviendas, son objeto de la más viva inquietud y de la atención por nuestro Gobierno. La obra continúa en las direcciones superadoras del pasado abandono y con intensidad cada día mayor, por que son estos sectores de nuestra economía los que hemos de considerar incorporados permanentemente a nuestra atención para no incurrir en la negligencia de tantos años de desgobierno, cuyas consecuencias ha tocado padecer a las generaciones actuales.

España, por tanto, cada vez más, debe prepararse a recoger el fruto de esta acción sostenida y continua en forma de aumento real y considerable de la renta nacional. Pero esta cosecha de la sangre y del espíritu de los mejores españoles debe llegar directamente a los grupos más numerosos y más necesitados, para que no se repita, después de ciento cincuenta años, el mismo recorrido en otros países por la revolución industrial, con su cortejo de egoísmos, miserias e injusticias.

Con la ayuda de Dios hemos de restablecer el fundamento de un patriotismo que no se alimente de mitos y de fábulas, sino de la tradición viva y de la experiencia inmediata. Los abusos y los errores por los cuales ha podido arraigar la idea de una oposición del pensamiento político de los pueblos occidentales desde el siglo XVIII, deben ser superados por los cánones clásicos de la acción del Estado. Es asombroso comprobar desde nuestra actual perspectiva histórica el arraigo que alcanzó la idea liberal del Estado. Esa idea es la que está en la base de los procedimientos con arreglo a los que se ha desarrollado la política social hasta hoy en todos los países.

Han pretendido alcanzarse los fines sociales sólo con medios indirectos, imponiendo obligaciones de difícil tangibilidad positiva, creando estímulos y aprovechando resortes de todas clases. Todo menos proponerse esos fines como un deber primario del bien común y concebir las medidas que inmediata y directamente aseguren su consecución.

Durante más de cien años se ha sembrado y cultivado sistemáticamente la idea de que el Estado era una creación absorbente, de dinamismo expansivo y peligroso; un mal necesario cuyos pasos había que vigilar con celo. Y acaso no haya otra razón que ésta para explicar la serie inacabable de ensayos, tanteos y falsos caminos, evitando atribuir al Estado una misión que no podía imaginarse sino como extensión de las que ya ha venido cumpliendo a través de los siglos. Pero, no: el poder y la autoridad vienen de Dios; se dan a la sociedad para cumplir los fines primarios del bien común, entre los que se encuentran los fines sociales básicos.

En torno a estos problemas sociales se ventila la satisfacción intima, la unidad y el fortalecimiento de la fe de nuestro pueblo. No hay objetivo más importante en la política exterior e interior, en especial si se tiene en cuenta que puede llegar a necesitarse de toda la fuerza de esa unión y de esa fe para conservar las esencias de nuestra civilización, amenazadas de cerca por el comunismo. Insistimos y persistimos en los afanes sociales de nuestro Movimiento porque no queremos incurrir en el error de no ver las cosas en toda su corpórea y cierta realidad.

Hoy hace un año que os hablaba a esta misma hora de nuestra voluntad de llegar a conquistas sociales positivas. Toda nuestra obra está dirigida a la solución del gran problema social de nuestro tiempo. Es el capítulo del gran quehacer nacional, donde contamos con el mayor volumen y mejor calidad de obras, hasta el punto de que para una sinceridad y para un empeño menores que los de nuestro Movimiento, con lo hecho ya habría para llenar de orgullo a otras generaciones.

Hemos conformado la fisonomía social de España con el régimen de las relaciones laborales, la red de instituciones de previsión social y los servicios que en todas partes y de todos modos traducen la intensidad y la constancia de nuestras decisiones. El gran sector de la formación profesional, al que van unidos los mejores intereses y la más nobles aspiraciones de la Patria, está siendo objeto de un avance profundo, sostenido y sistemático.

Esta inquietud sobre el orden social que viene presidiendo la legislación de nuestro Estado, y que alcanza preferente atención en nuestra obra de gobierno, que el Movimiento Nacional ha llevado a los ámbitos de la Nación, no es, sin embargo, bien conocida y comprendida por algunos de los que de esta materia se preocupan, y con frecuencia vemos arrastrar los viejos resabios liberales e incurrir en importantes errores, sembrando la confusión, cuando no el daño, entre aquellos a quienes se pretende servir.

Mas no podríamos abordar este tema si una vez más no llamáramos la atención de todos sobre lo que constituye la piedra angular del bienestar social: la necesidad imperiosa de aumentar la productividad y de obtener mayores rendimientos; sólo rindiendo y aumentando la producción se pueden alcanzar verdaderos avances en este camino.

Existe una ecuación, que muchos parecen ignorar, entre los salarios y los precios, que no es posible violentar. De poco valdrían las mejoras de aquellos si a su progresión aritmética correspondiese en los segundos la progresión geométrica. Es necesario ser dueños de los precios y disfrutar de disponibilidades en la balanza comercial para poder mantener aquel concierto. Materia es ésta tan grave y delicada, que el Gobierno atiende con la mayor solicitud, siempre dispuesto a resolver dudas, a sostener el diálogo y a satisfacer las inquietudes que en este orden puedan presentársele.

España, para saltar desde el trance de disolución de 1936 a la estabilidad, la continuidad y la fortaleza duraderas, precisa aceptar de pleno e incluso sobrepasar a los demás países en la concepción feliz y la ejecución atinada de soluciones políticas y sociales que se echan de menos en todas las naciones.

Es verdad que Dios nos ayuda y que podernos estar seguros de que acaso en ningún otro tiempo ha marchado nuestra Patria tan directamente por el camino que conduce a la prosperidad y la gloria. Hay motivos sobrados de satisfacción; mas no habla de servir todo ello única y exclusivamente pava envanecernos y perder el impulso o la conciencia de cuanto sigue absolutamente necesario. Si cediésemos a la ligereza de los fatuos sin caridad y sin inteligencia, si nos conformáramos con soluciones a medias y con palabras, si dejáramos discurrir nuestra obra por la senda de la retórica vana y de la insinceridad, cuanto hemos hecho quedaría comprometido para el futuro.

Es necesario mantener el alerta contra quienes ni ven ni sienten la grandeza de esta hora histórica, en la que el comunismo, como resultado de una larga evolución donde hacen crisis antiguas apostasías y desvíos, niega a Dios el derecho de presidir nuestra vida, el derecho de inspirar las instituciones y de recibir homenaje público de los pueblos.

Si con la ayuda de Dios y con el sacrificio de nuestros caídos hemos podido evitar a España el duro calvario por el que pasan otros pueblos de Europa, justo es que renovemos en esta hora nuestras promesas de ser fieles a sus mandatos y no descansar en defensa de la unidad, de la fe y del fortalecimiento de nuestra Patria.

Que Dios os depare a todos unas felices Pascuas, en paz con vuestra conciencia y con vuestro prójimo, y en atenta espera hacía los afanes y trabajos del año que comienza, encomendemos a España y la suerte del mundo, en este Año Santo Mariano y compostelano, a nuestros amados y santos Patronos.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1954

Españoles:

Es ya una costumbre que en el final de cada año os dirija en un radio-mensaje una salutación en que os exprese mi gratitud por vuestra leal asistencia en el año que termina y os haga participes de las inquietudes y esperanzas para el que comienza. La oportunidad que ofrece el recogimiento de estas fiestas familiares en torno a los padres hace siempre oportuno la exposición y examen de los principales acontecimientos públicos, tan unidos a nuestra suerte común.

Si halagüeñas vienen siendo las perspectivas que en el orden nacional se nos ofrecen para el año venidero, no son tan gratas las que en el internacional se nos presentan. Por ello, si siempre es conveniente la comunicación espiritual entre el jefe de una nación y su pueblo, lo es mucho más en los momentos de crisis como los que el mundo sufre, pues aunque en su situación no nos alcance responsabilidad directa alguna, caemos, sin embargo, dentro del área de sus consecuencias. Esta es la razón más importante para hacer que mi voz irrumpa en lo intimo de vuestros hogares, distrayéndoos unos minutos de vuestras atenciones familiares para uniros a todos en una comunidad de pensamiento que, afianzando nuestra paz interna, contribuya a asegurar vuestro futuro.

Como los hijos ante sus progenitores, tienen los españoles deberes que cumplir hacia su Patria, y lo mismo que no llegamos a conocer todo el valor de los padres hasta que los perdemos, análogamente nos sucede con la Nación; cuando se pierde es cuando se siente en su verdadera dimensión toda la catástrofe. ¡Cuántos destinos históricos se torcieron y cuántas naciones se derrumbaron por el desconocimiento o abandono de la práctica de estos deberes cívicos! ¡Cuánto nosotros mismos le debemos a esa llama que prendió en nuestros corazones aquel 18 de julio de 1936 y que durante los últimos dieciocho años nos solidarizó ante los peligros! No debemos olvidar que aunque la suerte de las naciones, como todas las empresas de este mundo, está en mano del Todopoderoso, son resultados en mucha parte de la conducta y el proceder de sus actores y que la benevolencia divina hay que merecerla.

HOMENAJE AL HOGAR CRISTIANO ESPAÑOL

Por eso, al terminar un año y dar comienzo a otro, debemos dar gracias a Dios por la protección que nos dispensó en el que finaliza y pedirle fervorosamente su providente asistencia para el que vamos a empezar. Todas las bendiciones que sobre España se derraman tienen en buena parte su base en la vida honesta de nuestros hogares. El hogar viene siendo todavía en nuestra Patria célula de nuestra vida espiritual. Por ello habéis de permitirme que, como Jefe del Estado, rinda tributo de homenaje ante estos hogares españoles que vosotros formáis y de los que, en gran medida, depende la conservación de las antiguas y recias virtudes de nuestro pueblo. ¡Quiera Dios hacer de España como una gran familia donde todos sientan el honor común e indivisible y donde todos, en comunidad y fraternidad cristiana, arrostran la fortuna, los peligros y los trabajos!

Doy tanta importancia a. la conservación y multiplicación de nuestros hogares cristianos, que os invito a luchar con ahínco en el año que comienza contra todo lo que conspire contra su existencia. Si en el orden espiritual hemos de reforzar y estimular por todos los medios nuestras virtudes, en el material hemos de procurar hacer la vida menos difíci1, frenando los afanes inmoderados de lucro y multiplicando por todos los medios las viviendas, ya que no basta con querer una cosa, hace falta que ésta pueda ser; ¿y qué familia y moralidad pueden existir cuando se carece de la materialidad de una vivienda y la que se posee cae dentro del área de lo infrahumano? Necesitamos que la familia pueda desenvolverse en un medio favorable, y que la cruzada por la vivienda sea en nuestra, Patria una esplendorosa realidad.

Mas en esto no cabe esperarlo todo de la acción providencial del Estado, que hará cuanto le sea posible para resolver esta situación. Se hace necesario que cuantos puedan colaboren a estos fines; las Empresas, para la instalación de sus oficinas, no comprando y distrayendo viviendas para otro uso del que fueron construidas, sino edificándolas y levantándolas por sí, y en la medida que su situación se lo permita, para sus obreros y empleados. Es necesario que los particulares cuyas economías se lo consientan dediquen una parte de sus inversiones a la construcción de viviendas, y que, por lo menos, cooperen a esta obra nacional construyendo, los que no la tengan, sus propias habitaciones. Hemos de desterrar de nuestro ánimo aquellos viejos conceptos liberales de la omnipotencia del dinero con derechos, pero sin deberes. Es necesario que aquél cumpla sus obligaciones frente a la sociedad, y que, más que en la fiebre inmoderada de multiplicar caudales, piensen los españoles pudientes en la cuenta que indefectiblemente ha de exigírseles un día de sus inversiones, de lo que pudieron y de lo que no quisieron hacer.

EQUITATIVA DISTRIBUCIÓN DE LA RENTA

No creáis que desconozco lo esforzado de la lucha que sostiene cada una de nuestras familias para atender los muchos y difíciles problemas de educación y subsistencia. Sé que en cada familia se reproducen en pequeño la complejidad y las dificultades del país entero, cuyo bien común es el cometido del Estado. Por ello no descanso en el empeño de acrecentar los bienes de nuestra Patria, que nos permitan progresivamente y a través de una sabia política económico-social promover una más equitativa distribución de la renta. La tarea es ardua. Hemos tenido que vencer la inercia de más de un siglo de abandono, luchar contra aquel ambiente y concepciones liberales, causa de tantos males. El edificio tuvo que ser levantado desde los cimientos para crear un verdadero ambiente social que, paralelamente a cada derecho, estableciese su correlativo deber, que consiga que la equidad que nos señala la ley divina presida las relaciones entre los hombres.

Poderosas son las razones que nos acucian para la ejecución de nuestras doctrinas, para la rápida solución de tantos problemas como el abandono de un siglo ha acumulado sobre la geografía de nuestra Patria; pero las leyes económicas tienen también sus exigencias y no se pueden forzar sin peligro de colapso. Por eso la marcha necesita ser ininterrumpidamente progresiva, pero subordinada a los medios que la coyuntura y el complejo económico nos permitan.

En este espíritu de servicio al bienestar de los hogares, en el año que termina, el Estado español, consciente de la necesidad y teniendo en cuenta la marcha próspera de 1a Hacienda Pública, ha establecido un importante jalón al llevar a la resolución de las Cortes la importante ley de indemnización por cargas familiares, que ha representado un apreciable alivio para la economía de muchos de nuestros funcionarios.

Mucho es el progreso en este año alcanzado y mayor todavía el que podemos alcanzar si perseveramos en la puesta en valor de nuestros medios, en la creación de nuevas fuentes de producción y de riqueza, con un aumento considerable de la renta nacional y su demanda correspondiente de brazos, que movilizando todos los intereses de la Nación continuará derramando el bienestar por los campos y las ciudades.

HACIA EL ESTADO SOCIAL

Necesitamos acostumbrarnos a desterrar de nuestro ánimo y salirle al paso a aquel viejo concepto surgido frente a un régimen inoperante, de un Estado y una Hacienda Pública enemigos, que con sus exigencias y exacciones perturbaba el omnímodo disfrute de nuestros bienes; hemos de trocarlo por el Estado social que, estimulando el progreso de la Nación, nos ampara en nuestros derechos, librándonos de los abusos y sirviendo con la mayor equidad y mínima injusticia a nuestro bien común. No podemos olvidarnos de que la vida es lucha y que con la repoblación del mundo y la multiplicación de las comunicaciones murió aquel concepto de la vida patriarcal; que la lucha biológica que nos ofrece la Naturaleza viene extendiéndose desde que el mundo es mundo a las sociedades, y que en esta batalla los grupos aislados son arrollados y sólo subsisten los unidos y bien organizado. Hemos de pensar que si el Estado es la fortaleza que a todos nos cobija y defiende, las familias, con sus virtudes y sus economías privadas, son los sillares sobre los que se levanta el edificio.

En esta batalla cotidiana que juntos hemos de librar por afianzar la grandeza y el futuro de nuestra Nación hemos de tener muy presente que han llegado a su mayoría de edad unas generaciones que no vivieron la angustia de los tiempos anteriores al 18 de julio de 1936, que no han visto lo que fué el desmoronamiento de una nación, la vuelta a los tiempos de la anarquía más primitiva, los de la justicia por la mano, la inseguridad general, la quema sistemática de templos, el asalto a las propiedades, la persecución de la fe y de las personas piadosas, la destrucción de las cosechas y la anarquía social; el desgarro de la unidad nacional y el asesinato y asalto a los hogares sembrado con el terror policiaco por los propios hombres de gobierno.

El olvido ha solido ser achaque muy español. Cuando mí generación se asomaba a la vida en los primeros años del siglo, estaban recientes los reveses de Cuba y Filipinas, consecuencia de la imprevisión española y las vergüenzas del ignominioso Tratado de Paris; aún llevaban muchas familias luto por la pérdida de sus deudos sacrificados, y, sin embargo, una conspiración de silencio parecía alejarnos de todos aquellos sucesos, como si hubieran ocurrido en otros tiempos o en otros países, cohibiéndose de esta forma, cómoda y poco viril, las naturales reacciones populares.

Por ello hemos de grabar en el ánimo de las nuevas generaciones la imperiosa e ineludible necesidad de nuestro Alzamiento, las causas, los desastres y las vergüenzas que nos arrastraban hacia el abismo; que la Historia hay que aceptarla como es maestra de la vida, y sus lecciones no pueden soslayarse. Una cosa es la superación del pasado en la unidad y reconciliación entre los españoles de buena voluntad, y otra, que pueda olvidarse lo que nos costó esa redención.

Por otra parte, nuestros desvelos y sacrificios han supuesto el desplazamiento de antiguos problemas y la aparición de los que corresponden a las nuevas situaciones que hemos alcanzado. Se ha reconstruido el Estado, se ha restablecido el imperio de la ley, hemos colocado a la Nación entre los países que van a la cabeza de las conquistas sociales, hemos reivindicado la independencia y la libertad de España en los tiempos de la guerra mundial, mientras rechazábamos los intentos de intromisión interior en nuestros asuntos; hemos transformado, en una palabra, de tal manera nuestra Patria, que para la mayoría de las gentes se ha desvanecido el recuerdo de la fisonomía real de la España de hace veinte años. Todo esto se traduce en que estamos ante una coyuntura política nacional enteramente nueva. Sin un claro entendimiento de la situación actual aquélla unidad de dolor y de sangre que nos ha permitido sobrepasar tantos escollos y hacer frente con éxito a tantas y tan graves asechanzas, podría llegar a verse desdibujada por la confusión, la torpeza o la concupiscencia.

A DONDE VAMOS Y A DONDE NO VOLVEREMOS

De buena o de mala fe, según los casos, aún hay algunos que se hacen la pregunta de a dónde vamos.

Para que no haya motivo alguno de perplejidad y de duda, y para atajar ese posible peligro de mal entendimiento, me hago cargo de esa pregunta y quiero responder puntualmente a ella, con el fin de que la línea esencial de nuestra tarea no pueda verse comprometida por incidencias, aunque sólo sea en el orden del espíritu.

En materia de formas políticas, de modos y de procedimientos de organización, quiero decir solemnemente y sin dejar lugar a dudas, que hemos construido un Estado católico, social y representativo, con sus magistraturas y puestos de mando abiertos a todos los españoles, según su mérito; donde es posible la cooperación de todos en el mejor tratamiento y gestión de los asuntos nacionales, y donde actúan resortes autónomos de fiscalización, de reconocimiento y de juicio de las iniciativas legales y de las personas que ejercen las funciones de mando.

Si fieles a la Historia; y por acomodarse mejor a nuestros sentimientos e idiosincrasia, recogimos de nuestras tradiciones la forma de Reino que, dando unidad y autoridad presidió nuestro Siglo de Oro, no quiere esto decir que con ella puedan en ninguna forma resucitar los vicios y defectos que en los últimos siglos acabaron arruinándola. Los que sueñan que las aguas puedan volver a discurrir por los viejos cauces se equivocan. La corriente se ha hecho impetuosa yola conducimos en forma que circule y fecunde nuestros campos, o acabaría arrollando todo con su anárquica avenida. Lo verdaderamente seguro es que se levanta tras una revolución sobre los principios que la, dieron vida; la inseguridad es la de los que no la han pasado y la tienen pendiente. Por eso no debe preocuparnos que en esta materia nos encontremos desfasados con otras naciones. Lo real es que nos encontramos en este orden sobre ellos muy adelantados, y lo inquietante seria que pudiéramos ir a su zaga.

Aunque en importantes sectores del mundo civilizado persiste todavía la idea engañosa de que el liberalismo agotó el progreso político, pretendiendo desconocer la evolución del pensamiento político en todos los tiempos, hay cosas que en la política mueren todos los días necesitadas de renovación, y por encima de los egoísmos y de los intereses creados el mundo camina sin cesar hacia formas nuevas. Lo político hace años que se viene convirtiendo en eminentemente social, y son las realidades de este orden las que acaban predominando sobre el artificioso tinglado que el mundo liberal un día levantó. Muere el mundo viejo por caduco, injusto e ineficaz, y frente a él otro mundo pugna por levantarse.

En política no se puede vivir al día ni de recuerdos: hay que mirar y construir para el futuro. Los pueblos exigen eficacia y sus hondos problemas no pueden soslayarse. La libertad hay que conjugarla con la autoridad, si no queremos ver sucumbir aquélla en los mares revueltos del libertinaje.

Como víctimas de la división de los españoles en partidos, que tantas oportunidades dieron a la intriga extranjera para especular con nuestra desunión y acentuar y promover nuestra debilidad, necesitamos hacer de la unidad entre los españoles y de la custodia celosa de nuestra libertad y soberanía, un principio inquebrantable de la política nacional. El español tiene que habituarse a mirar por encima de su fuego interior y de sus impetuosos movimientos de ánimo el frío cálculo y juego de las Chancillerías de otras naciones resueltas a especular a fuerza de insidias con la prontitud, la vivacidad y la ingenuidad de los españoles. Si la unidad se sirve desde el poder con ecuanimidad, espíritu de justicia y de concordia, eficacia, abnegación y ponderación en el servicio al bien público, no olvidemos que, sin embargo, puede verse asaltado desde fuera por la calumnia, la explotación de las pasiones, las ligerezas de algunos y la torpeza o los egoísmos de otros.

Una táctica de la que espera mucho el enemigo de España, y para la que siempre han utilizado agentes españoles inconscientes, es la de propalar especies, crear inquietudes artificiales en torno a ellas y llevar de este modo al ánimo de las gentes la impresión de que no basta el buen sentido y la honestidad fundamental para comprender la línea esencial de muchos de los asuntos públicos. Pero yo os aseguro que podéis reafirmar vuestra fe y vuestra seguridad y que no habréis de temer nunca encontraros ante algo inopinado, imprevisible y desconectado de los antecedentes que han de imprimir carácter al futuro.

SUPERAR LAS VIEJAS CAUSAS DE NUESTRO DEBILITAMIENTO

La obra de las generaciones españolas actuales quiso ser, ha sido hasta ahora y seguirá siendo la de superar esforzadamente, y de una vez, las causas y las manifestaciones de la postración nacional y el debilitamiento de España. Todo eso se decidió con la victoria del 1.º de abril de 1939. Por eso no hubo en ella posibilidad alguna de transacción y de componenda, sino llegar a la victoria completa, a la dispersión y la derrota total de los enemigos. La lucha, como camino de triunfo, y la victoria, como expresión de aquél, son ya la afirmación y práctica de modos y cánones nuevos.

Después de la conjura internacional de revisar aquel resultado victorioso, a lo que nos opusimos de plano y con dignidad, porque es a nosotros, a los españoles, a quienes corresponde decidir sobre nuestros asuntos, y porque estamos resueltos a que nuestro mañana sea hijo de nuestro hoy por sucesión legítima prevista en la ley de Sucesión, hemos de dar por terminadas las experiencias en el vacío, y los saltos, y las improvisaciones históricas. España no está en un paréntesis, ni en etapa alguna de interinidad. España está en marcha y no precisa de tutelas, ni las quiere, ni las soportaría. Tampoco necesita de apaciguamientos ni de arbitrajes; porque hemos sabido establecer como el mejor fruto de la victoria el gran espíritu de comprensión y de concordia de nuestro Movimiento Nacional. La salida del Movimiento Nacional es el mismo Movimiento Nacional, en marcha y desarrollo de sus profundas posibilidades históricas.

FORMAS POLÍTICAS PERFECTAMENTE DECIDIDAS

Pero si no queremos caer en un lamentable anacronismo, no debemos entregarnos a preocupaciones formales más o menos bizantinas en materia de formas políticas que están perfectamente decididas. Lo importante para nosotros ha sido siempre su contenido. Hoy son los problemas sociales, por su profundidad y su extensión, los que están reclamando de nosotros tanta atención y esfuerzo como sean necesarios hasta conseguir que parezca evidente para todos; en el terreno de los hechos y de los sistemas de convivencia, la superioridad moral y práctica de nuestros principios religiosos y políticos.

Paralelamente a nuestra obra, la experiencia universal va haciendo que el mundo esté de vuelta de muchas cosas: de aquélla concepción del Estado que definía que lo más y mejor que podía hacerse para promover el bienestar público era no hacer nada, y que al hombre moderno asombra, se ha pasado a una nueva concepción que comprende y justifica el que el Estado tenga que hacer algo por promover el bienestar y la justicia. La realidad es que aquel antiguo abstencionismo va cediendo a los embates de la experiencia, forjado por la acción de las masas laborales asociadas espontáneamente en Sindicatos.

Frente al anquilosamiento, la obcecación y el empacho democrático y liberal, el sindicalismo ha sido la fuerza: motriz y la respuesta social auténtica a los errores y amaneramientos incongruentes, y, pese a los muchos errores que haya podido arrastrar, ha contraído, sin embargo, méritos en todos los países para hacer de él la forma de la organización social y el marco de la vida política. Esto es lo que España reconoce y sirve con su sindicalismo nacional, que abarca a la sociedad entera en sus diversos planes y sectores, absorbiendo los modos y tipos de organización del viejo liberalismo y montando sobre el Sindicato un sistema de instrumentos de representación pública. La dureza y la dificultad del camino son propias de una misión histórica de vanguardia, y a pesar de que son todavía grandes las fuerzas empeñadas en el estancamiento de España son inferiores al genio, al valor y a la fe de nuestro pueblo.

NO CONSIDERAMOS AUN SUFICIENTE LA INGENTE OBRA REALIZADA

Unos cuantos años de buen gobierno han bastado, aun en medio de las mayores dificultades, para adoptar las fórmulas y soluciones: de avance social adoptadas en los demás países, y aun para sobrepasarlas en muchos aspectos. Pues bien; no tenemos reparo alguno en declarar que no consideramos suficiente la ingente obra realizada, ni aun para el caso en que, alcanzando el fortalecimiento económico que perseguimos, se vea acrecentada con ella la eficacia de lo ya establecido. Se necesitan soluciones de tal virtualidad que devuelvan a las grandes masas de población la alegría, la satisfacción interior y la certidumbre de las posibilidades de la inteligencia y el espíritu humano, para dominar y vencer las causas de la injusticia y del contrasentido.

Tenemos, pues, ante nosotros un glorioso y hermosísimo quehacer, al que, en cumplimiento de la ley de Dios, nos debemos en alma y vida, y aun cuando contamos con escasa proporción con la guía del saber positivo; a causa del deficiente desarrollo en estas materias, lo impulsaremos y lo forzaremos en la medida de nuestras posibilidades, sin conceder nada a la utopía o a la improvisación. Con la ayuda de Dios vamos a hacer de las conquistas sociales la sustancia nueva de nuestro ser nacional, de la unidad entre los españoles y de la definitiva recuperación de la salud histórica de nuestro pueblo.

Dios hizo al hombre libre y señor de las cosas. Y es la pérdida de esa libertad y señorío la que envenena los espíritus cuando se producen limitaciones y servidumbres de origen estrictamente humano y principalmente cuando se producen limitaciones y servidumbres que pueden ser salvadas y que sirven de soporte para la prepotencia, de unos pocos a costa de la miseria de los más. Si se reconoce al hombre en su valor y su papel decisivo en el mecanismo económico, ese papel del que tenemos evidencia moral e intelectual, si se acierta a cifrarlo o estimarlo en alguna manera, Se salvarán esas deficiencias de pensamiento económico. Si se hace que los factores económicos que intervienen en la producción encuentren la remuneración correspondiente de su valor, habremos consagrado la sustancial participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa.

No es este el momento de entrar en discusiones académicas o científicas de asuntos como éste sometidos en estos momentos a la elaboración y estudio. Pero si es de competencia nuestra decir lo que echamos de menos y denunciar solemnemente que no hay sutilezas ni análisis que puedan convencemos de que una situación donde el factor económicamente humano se posterga y se desconoce en gran manera, pueda expresar el máximo de las posibilidades humanas y el óptimo de la ordenación económica. Es preciso que conozcáis el área de nuestras aspiraciones y la verdadera dimensión de los problemas que tenemos ante nosotros y a los que no podemos, ni debemos, ni queremos negar nuestra voluntad y nuestro pensamiento.

En cuanto al ritmo de ejecución y de marcha, habremos de acomodamos a las circunstancias y aprovechar las oportunidades para que los pasos sean dados en firme y en ningún caso pudieran ser contraproducentes. Al mismo tiempo es necesario continuar la labor y promover el progreso técnico e industrial y el aprovechamiento de nuestros recursos, que mejoren al máximo ritmo la base geográfica de nuestra vida y las formas y modos de capacitación y educación, sin dejar de hacer frente a nuestras obligaciones internacionales y a los deberes que nos impone el glorioso pasado de España.

PERSEGUIMOS CONQUISTAS SOCIALES DEFINITIVAS Y CONCRETAS

Los máximos objetivos del bien público no pueden ser programados ni sujetos a un plan concreto de ejecución. Los máximos objetivos del bien público responden a la necesidad de establecer una dirección y un sentido permanente a los que ajustar el quehacer determinado de cada momento. En cuanto al fondo, perseguimos conquistas sociales definitivas y concretas, que establezcan práctica y realmente la solidaridad nacional y hagan del Estado la personificación efectiva de la Patria.

NECESIDAD DEL MOVIMIENTO NACIONAL

Toda esta gran obra, sin embargo, llegaría a perderse si no existiese el Movimiento Nacional sirviéndola con su doctrina, su lealtad y su espíritu de sacrificio; si nuestra Cruzada no nos hubiera ofrecido esa pléyade de hombres inasequibles al desaliento, que viene montando la guardia, política de las esencias de nuestra Revolución, y si nos faltasen esas organizaciones juveniles que; encuadrando la juventud, vienen formando las generaciones que han de sucedemos. El Movimiento Nacional cierra el tiempo de
las interinidades y de los Caminos que no sean su mismo natural y progresivo desarrollo para abrir cauces a la vida histórica de España sobre la unidad, la grandeza y la libertad de la Patria. La perspectiva general de este desarrollo progresivo de nuestro Movimiento hace referencia a doctrinas y a problemas bien diferentes de las triquiñuelas y bizantinismos con los que se nutrió, tiempo atrás, la vida pública nacional y con los que todavía se nutren esos diminutos conciliábulos de tertulia aburrida, frívola e insignificante. La trayectoria que tenemos ante nosotros deja a un lado aquellas pequeñas cosas para resolverlas de camino como cuestiones incidentales, porque sólo así podemos aspirar a estar en condiciones de preparación para el futuro, entendiendo como continuidad de cada presente en sucesión normal y única.

EL HORIZONTE INTERNACIONAL

Os decía al comenzar esta oración que el horizonte internacional estaba preñado de inquietudes y que, por nuestra colocación en el mundo, nos encontrábamos comprendidos en el área general de sus inmediatas consecuencias. Esto enfrenta a nuestra Nación con responsabilidades ineludibles, a las que viene respondiendo nuestra política exterior y que justifican la necesidad de los acuerdos establecidos para nuestra defensa con los Estados Unidos de América. No es posible ya para las naciones abroquelarse en posiciones egoístas de inhibición. El área de los acontecimientos bélicos y sus consecuencias no pueden ya circunscribirse y, nos guste o no, estamos destinados a ser sumandos de una misma defensa.

Es de todos bien conocido que no nos corresponde responsabilidad alguna por ese concurso de errores que ha puesto al comunismo soviético en situación de mantener constantemente en jaque la paz del universo ni el fracaso de las Naciones Unidas en su propósito de mantener la paz mundial y abrir el camino a una situación de desarme y seguridad internacionales. Las complacencias, las vacilaciones, los egoísmos mal entendidos, los abusos de poder, la resistencia a los hechos ineluctables, las debilidades suicidas, las contradicciones y anacronismos que esterilizan la acción diplomática; tampoco han sido cosa nuestra ni nada hemos tenido que ver en ellas.

Nosotros hemos venido sosteniendo desde hace cerca de veinte años que frente al comunismo soviético no es cosa de formular condenas y amenazas hoy para desdecirlas y paliarlas mañana, presumiendo de barajar más cartas de las que realmente existen. Si el comunismo se quedase dentro de sus fronteras, poco tendríamos que decir; pero el comunismo es un mal sustantivo y radical que amenaza a todos los pueblos y frente al cual lo más hábil es ser honesto y consecuente, prevenir sin descanso y no prestarse a ficciones y arreglos en los que nadie puede creer. Tenemos conciencia y experiencia de que el comunismo no se atiene a las reglas de la buena fe y de que su agresividad es consustancial con él y sólo depende para utilizarse de su cálculo sobre la oportunidad de cada momento.

La necesidad de prevención y de defensa frente a él, reclama de todas las naciones una cancelación de los pleitos y problemas susceptibles de debilitar la unión, la seguridad y la fe entre las naciones del Occidente así como una positiva acción de desarrollo económico de los espacios económicamente débiles o atrasados, presa propiciatoria para el comunismo, abandonando las viejas técnicas de explotación por los modos nuevos de solidaridad y de ayuda a largo plazo. Los momentos no admiten sutilezas. Si aspiramos al advenimiento de una nueva era de paz y de inteligencia entre las naciones, que nos haga solidarizamos como sumandos de una misma suma, se impone un cambio completo de los procedimientos, una lealtad recíproca, una proscripción del espíritu de privilegio y el abandono de posturas de vencedores y vencidos, que han perdido ya su razón de ser. La paz y la seguridad encierran para los pueblos tantos bienes, que bien merecen los sacrificios que por ella se hagan.

CONTRA LA GRAVÍSIMA REALIDAD DEL ANIQUILAMIENTO ATÓMICO

Resulta realmente doloroso que sumando las naciones del Occidente una población superior al conglomerado soviético y poseyendo industrias mucho más numerosas y potentes, se haya llegado a la triste conclusión, frente a los medios clásicos de combate que el comunismo ha acumulado, de que la seguridad colectiva del Occidente tenga que descansar en el número y en el poder de aniquilamiento de sus armas atómicas.

Ante esta gravísima realidad, nuestra conciencia de católicos se rebela. Siempre, al término de una contienda, y ante los daños evitables que habían sufrido los bandos contendientes, se conmovió la conciencia universal y se promovieron reuniones y conversaciones internacionales con miras a humanizar la guerra ante la aparición de los nuevos y más poderosos medios de destrucción, evitando que alcanzasen, en la medida de lo posible, a la población no combatiente; sin embargo, ha transcurrido casi una década desde que la última guerra terminó, desaparecieron en ella poblaciones enteras aplastadas por los bombardeos ciegos, han surgido como consecuencia de la misma arma de destrucción verdaderamente apocalípticas, que llegan incluso a amenazar la integridad y la vida sobre nuestro planeta, y nada se ha hecho hasta ahora por condicionar y limitar su empleo. Nunca la utilización de un arma estuvo reñida con condicionar su uso; precisamente cuando más potentes y destructoras son aquéllas, más necesitan ser condicionadas. Si es verdad que el desarme universal constituye un ideal perseguible, no lo es menos que en la actual coyuntura es desgraciadamente irrealizable y carecería en absoluto de garantías. El mismo temor que las naciones hoy sienten frente al empleo reciproco de las armas atómicas, aumenta las posibilidades de poder llegar a un acuerdo. El que si aquélla estalla puedan llegar a cometerse infracciones por encima de lo pactado, no quitaría el efecto moral de la condenación universal contra el que hiciese uso ilimitado de las mismas. Lo cómodo precisamente para los infractores es que no exista ley contra el abuso y que éste no lleve la condena y la sanción moral de todo el universo.

Si esta nuestra voz, que está en la conciencia de la Humanidad, no es recogida, no se podrá decir que en la tierra de Francisco Vitoria, donde el Derecho internacional tuvo su cuna, admitimos sin protesta el silencio y la inhibición general que reina sobre la materia que tantos daños y lágrimas puede costar al mundo. Y si, pese a nuestra buena voluntad y a nuestros deseos ardientes de paz, ésta se viene contra nuestro interés, un día alterada, podríamos abordar los problemas que llegaran a presentársenos con una alta moral y tranquilidad de conciencia por haber hecho todo lo posible por evitarlos.

Con la esperanza de que esa hora no llegue, confiemos plenos de fe en la protección, que no puede faltamos, de nuestro Santo Patrón y la intercesión del Corazón Inmaculado de Maria, a quien consagramos este año nuestra Nación, ante quien encarna el Supremo poder y la justicia sobre los pueblos.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1955

Españoles:

Al entrar en el umbral del año 1956, en que se van a cumplir veinte de nuestro Glorioso Alzamiento, me dirijo, una vez más, a vosotros con la misma emotiva ilusión de los primeros días del Alzamiento, cuando, con fe ciega en las virtudes de nuestro pueblo, os pedía en nombre de España los mayores sacrificios.

El tiempo no ha podido aminorar aquélla confianza, y cuando un año muere y otro se alumbra, cuando en estas fechas solemnes hacemos revisión del pasado y ponemos nuestras esperanzas en el futuro, no puedo menos de proclamar lo que mi mente acusa: ¡Bendita la tierra que cuenta con tales hijos! Sin duda, los acontecimientos de nuestra Nación forjaron, a través del tiempo y a fuerza de golpes, nuestro espíritu, y al habernos tenido que enfrentar tantas veces, al correr de los años, con la muerte, nos ha hecho más duros, heroicos y pacientes. La aspereza de nuestra geografía, el acoso con que la envidia extraña constantemente nos cercó, nos unieron ante el peligro y nos hicieron mantener alto el espíritu y tensas las virtudes. Si en sus grandes crisis el pueblo español siempre se encontró en su mejor forma, demuestra que las invasiones extrañas sólo alcanzaron a las clases directoras, permaneciendo el pueblo impermeable a sus influencias.

Hoy, sin embargo, tengo que preveniros de un peligro: con la facilidad de los medios de comunicación, el poder de las ondas, el cine y la televisión se han dilatado las ventanas de nuestra fortaleza. El libertinaje de las ondas y de la letra impresa vuela por los espacios y los aires de fuera penetran por nuestras ventanas, viciando la pureza de nuestro ambiente. El veneno del materialismo y de la insatisfacción quieren asomarse a los umbrales de nuestros hogares, precisamente cuando los peligros que al mundo acechan son mayores que nunca. En la Historia alcanzamos lo que fuimos, precisamente por haber sido fieles a nosotros mismos y celosos de nuestras virtudes; mas en el torbellino de la vida moderna suele vivirse cómoda y superficialmente. cerrando los ojos a las desgracias pasadas, abierta la esperanza al logro de las satisfacciones personales; el pasado desaparece difuminado en las nieblas de los tiempos nuevos, y los que hemos sido actores de este último medio siglo de la vida de España vemos incorporarse a las actividades nacionales nuevas generaciones, cada día más alejadas de aquellas lecciones de la Historia.

Este año se unirán a las actividades intelectuales de las Universidades los nacidos bajo el signo de la Cruzada, y aunque su razón se haya alumbrado bajo los resplandores de la Victoria, cuando todavía no se había extinguido el eco de nuestros héroes ni desaparecido el luto por nuestros mártires, pocos conocieron, sin embargo, de los dolores de nuestra Patria y de lo que debemos a aquélla disposición heroica para el sacrificio, a su amor a la tradición y a aquel tesoro de virtudes remansadas en los castillos roqueros de nuestros hogares.

No sería sincero con vosotros si no os diera esta voz de alarma que siento latir en las generaciones que pasan y que desearía transmitir a los padres, a los religiosos, a los profesores, a cuantos tienen una acción rectora sobre las generaciones nuevas, por ser todavía mayores en la paz que en la guerra los peligros que podrían acechar a nuestra Nación por un exceso de confianza.

El equívoco está en que llamamos paz al bienestar exterior que disfrutamos, cuando la vida es lucha y aun en los períodos aparentemente más plácidos y tranquilos el mundo maquina sin que nos apercibamos; las fuerzas del mal no descansan en sus propósitos de destrucción y España no ha dejado nunca de ser el blanco preferido de esas fuerzas, hoy agravado por la herencia de la pasada guerra, que nos dejó como secuela el vivir bajo el imperio de la guerra fría, en que toda maniobra y conspiración contra la paz interna de las otras naciones es tolerada o consentida. ¡Desgraciados los pueblos que no tengan virtudes con qué resistirlas!

Los males no vendrán, como en las viejas contiendas, de fuera adentro, sino todo lo contrario: primero se alcanzará la subversión interior y la acción militar constituirá el epílogo.

Las desgracias patrias no serán ya temporales ni se liquidarán con indemnizaciones, como antaño, en que las naciones caían para luego levantarse y en que el vencedor hacía honor a los vencidos. Hoy es la sistemática destrucción de una sociedad y de una civilización cristianas, la aniquilación más absoluta de la fe con sus sacerdotes y la eliminación de los valores humanos; es la caída bajo la esclavitud ajena y el terrorismo de las checas. Una tribulación desconocida hasta hoy, que es la que sufren aquellos países europeos que, aun sin haber sido enemigos de los soviets, fueron abandonados bajo el imperio de la barbarie roja.

A todo esto se puede llegar por el camino de la división y de las debilidades. El enemigo acecha las ocasiones para penetrar. Por ello el lema de nuestra época tiene que ser el de la unidad sin fisuras. Ser fuertes ante la amenaza. La unidad, con todos los defectos humanos que pudiera tener. La disciplina y la unidad son obligadas, lo mismo en los Ejércitos que combaten que en los pueblos que luchan. No se trata de una convivencia accidental, sino de una necesidad de vida permanente. No es la razón sólo de un vaticinio, sino las lecciones de siglo y medio de historia. He aquí por qué una política que no esté presidida por este concepto resultaría nefasta para la Patria.

Si examinamos lo que bajo el signo de la democracia inorgánica con regímenes de partidos perdimos y lo que bajo la unidad y el sistema orgánico alcanzamos, comprobaremos sus respectivas virtualidades. Bajo la primera, España pasó del cénit de su gloria, bienestar y poderío al puesto más bajo de su historia y al trance de fragmentarse. En cambio, bajo el signo de la segunda vencimos al comunismo internacional que en los campos de España se dió cita, alcanzando la victoria en nuestra guerra de Liberación. Cuando todos nos cantaban funerales considerándonos desangrados y arruinados, levantamos la Patria con nuestro propio esfuerzo. Resistimos las presiones y amenazas de la guerra universal en nuestras fronteras. Deshicimos las invasiones terroristas que los agentes comunistas infiltraron en nuestras serranías, liberándolas de forajidos. Triunfamos sobre la conjura internacional más grave que nación alguna haya resistido. Restauramos nuestra economía y transformamos nuestra Nación a un ritmo y en una escala jamás conocida en nuestra Patria, y logramos que el ser español sea algo que en el mundo se admire y se respete. Que a ello tengamos que sacrificar algo es evidente; pero, ¿se consigue algo en el mundo sin sacrificios?

Pasaron los temporales; sus olas gigantescas se deshicieron en espumas a nuestros pies, y tras las tormentas vimos levantarse un horizonte de claridad y de esperanza. Por muchas que sean las pruebas que el fututo pueda ofrecernos, no podrían jamás compararse a la de aquellos años en que hubimos de sortear los escollos de una guerra brutal, que por distintos lados nos acechaba, o aquellos otros de escasez y de necesidad en que, sin recursos y con la enemiga de fuera, hubimos de satisfacer las necesidades de nuestro pueblo defendiendo nuestro derecho a salvar nuestra soberanía e independencia frente a las asechanzas y conjuras de un mundo envilecido. ¿Qué mayor fortaleza y virtualidad a un régimen puede pedírsele?

Alguien podría decir que veinte años es un plazo suficiente para haber llevado a fin cualquier tarea; pero es preciso poner de relieve que en estos años la mayor parte del tiempo ha transcurrido de tal modo que las circunstancias no hacían sino agravar nuestras necesidades y aumentar en extensión y profundidad los problemas que pesaban sobre nosotros. Veinte años críticos, azarosos, de inquietudes fuertes, en que hemos prevalecido con honor, con gloria y con éxito; en que el pueblo dió un ejemplo de sacrificio y disciplina, que hizo que España no se dejara arrebatar su serenidad y su fe en sí misma, segura del desenlace favorable de aquellas batallas si acertábamos a mantenernos unidos y en orden.

Ha sido una época de prueba esta que hemos pasado. Muchos no se darán cuenta de hasta qué punto hemos vivido una época de nuestra Historia verdaderamente heroica. Las gentes se dejan impresionar por las incidencias del momento, las preocupaciones de cada día y los sucesos inmediatos o inminentes, hasta perder la visión y la noción de conjunto sobre el que están moviéndose y sin el cual no tendrían explicación buen número de esas incidencias y acontecimientos.

El pueblo español es un pueblo de buena fe que, por esa herencia de caballerosidad y de hidalguía, necesita una reflexión especial para cerciorarse, por encima de su modestia, de su verdadera importancia en el tablero de la política mundial. Y porque no siempre reflexiona con perseverancia llega a olvidar con facilidad que está sometido a presiones y campañas específicas destinadas a hacerle formar al servicio de intereses extraños. Libre de la mínima inquietud, el pueblo español se inclina con facilidad a considerarse en paz y olvido de todos y da suelta a sus propios movimientos de humor y a las pasiones en su ánimo. Y es ése precisamente el momento esperado por quienes desde fuera ansían la oportunidad de intervenir de manera sorda o escandalosa, según convenga, en nuestros asuntos privativos, primero para anular la autonomía de la voluntad de España y después para poner al pueblo español a su servicio.

Debe formar parte de la más elemental conciencia nacional saber que España es un factor decisivo en la lucha espiritual contemporánea, en la política europea y en la política africana, y, por consiguiente, es un factor de extraordinario relieve en la política mundial. Es la salud espiritual y es la geografía la que hacen de España un factor histórico tan importante, y por si este elemento geográfico no fuera suficiente, nuestro pasado ha venido a reformarlo hasta lo inconcebible con los lazos que nos unen a América y nuestra afinidad y convivencia con los pueblos árabes.

Si a todo esto añadimos el firme carácter y la insobornable personalidad de los españoles, se comprenderá mejor el rigor y la veracidad de cuanto os digo. El destino espiritual de España, en cualquier caso, está enlazado de una forma precisa con una de las alternativas del destino del mundo. En ese destino del mundo se lucha, como sabéis, a brazo partido y empleando todos los recursos. Por eso es natural que quienes llevan, por su capacidad rectora, la iniciativa en esa lucha, miren atentamente a España. Por esto yo me atrevería a afirmar no sólo que a España no se la ha dejado en paz en todos estos años, como para todos es evidente, sino que no se la ha dejado nunca en paz y que tampoco se la dejará en lo sucesivo.

De aquí que hayamos de vivir en actitud de vigilancia y de alerta. Hoy no hay fronteras que separen con precisión o independencia nuestra política interior y nuestra acción exterior. No podremos tener voluntad fuera si no tenemos unidad y fortaleza dentro, lo que nos impone una unidad y una entonación moral interna, que no se logra sin sacrificios, seguros de que con ello contribuimos positiva y sustancialmente al bienestar general y a la grandeza de nuestra Patria.

Si miramos al contenido político de estos veinte años de gobierno y al gran imperativo revolucionario al que nos debemos los españoles de hoy, ya es un éxito incomparable en la Historia española este hecho de que podamos considerar la perspectiva y la trayectoria de estos veinte años. Es un gran éxito, que no puede discutirse ni empequeñecerse, el que hayamos podido superar la antigua inconsciencia de la vida política española y que nuestra Patria haya encontrado sus caminos propios de evolución y desenvolvimiento político en la unidad y en el orden.

Si por los frutos se juzga de una obra, hemos de reconocer la fecundidad de un sistema político que nos ha permitido ganar una guerra, librarnos de otra, resistir la conjura internacional más grave que registran los tiempos, hacer renacer la Nación y su economía de las cenizas y realizar un programa de justicia y seguridad sociales, que, aunque no nos satisfaga plenamente por los imperativos de orden económico que en alguna ocasión lo desvirtúan, ha elevado el nivel de vida de la gran mayoría de los sectores del país.

El que alejándonos de los partidos políticos, de historia tan triste y de balance tan catastrófico, hayamos buscado la asistencia a las funciones públicas a través de las organizaciones naturales constituidas por la Familia, el Sindicato y el Municipio, en que el hombre se desenvuelve, como Su Santidad nos recordaba en su último Mensaje, nos permitió redimirnos de tan desdichado y artificial engendro de los partidos, tan estrechamente unidos a las desgracias de nuestra Nación.

¡Qué resplandores de luz y de sabiduría no se derivan de todo aquel Mensaje, y qué grandeza de normas para presidir la vida y las relaciones políticas entre los pueblos! ¡Qué satisfacción íntima debemos sentir los españoles al ver proclamar por tan preclara y gran autoridad muchas de las normas que voluntariamente elegimos para presidir nuestros destinos, hace cerca de veinte años!

Los pueblos creyentes no podemos pensar ni obrar como los carentes de fe. Han de presidir sus actos los principios de la fe que profesan. Los que de ella carecen están destinados a sucumbir al materialismo grosero, que mina la sociedad moderna. Si nosotros constituimos un pueblo católico, nuestra política ha de discurrir bajo los principios de la fe de Cristo, ya que si confesamos una religión y creemos en la existencia de un Dios verdadero, no podemos menos de subordinarnos a los dictados de la ley divina; mas ante el soplo de aquellos vientos que de fuera nos vienen es necesario grabemos en el ánimo de los españoles que no somos iguales las naciones ni los pueblos; que los que tenemos la suerte de conservar el tesoro de nuestra fe no podemos obrar como los que, apartados o ignorantes de ella, discurren por caminos equivocados. Lo que aquellos, en su inconsciencia, tienen por lícito o tolerable, no puede coincidir, la mayoría de las veces, con lo que el rigor de nuestra conciencia nos reclama.

El destino colectivo de los pueblos está más íntimamente subordinado de lo que ellos mismos creen a la benevolencia divina, ya que no sólo el poder de Dios actúa al final de nuestra vida, juzgándonos con arreglo a nuestros hechos, sino que la mayoría de las glorias o de las tribulaciones que en la historia de las naciones se registran, son derramadas por la mano del Todopoderoso; por esto, no es indiferente para el progreso y el porvenir de los pueblos el cómo discurra su vida espiritual y colectiva, y ante los vicios de las modernas urbes, con su apostasía de la fe y su caída en la corrupción y los vicios más abyectos, tiene que sobrecogerse nuestro ánimo y recordar la suerte que les cupo en la Historia a otros pueblos envilecidos, y pensar en los efectos apocalípticos de las armas nucleares.

Que nuestra política, sirviendo al interés común de los españoles, ha servido a los de la Iglesia Católica en nuestra Nación es evidente; hubo un tiempo en que la política de los partidos, con sus luchas y banderías, atacando a la Iglesia en sus derechos, la acorraló entre aquellos grupos que no le eran hostiles, pero la apartó con sus campañas y propagandas laicas de las clases trabajadoras, a las que se la presentaron como afecta a sus enemigos y opuesta a sus aspiraciones, cuando precisamente con su gran espíritu de elevación social, su caridad y su justicia, había estado siempre, al correr de diecinueve siglos, con los humildes frente al abuso de los poderosos. Hoy saben las masas españolas que la ley de Dios no sólo no les priva de sus lícitas aspiraciones, sino que, a través de su espíritu de justicia insobornable y de la caridad que profesa y practica, les abre y garantiza el camino para el logro de la justicia y de la seguridad sociales.

La experiencia ha venido demostrando a los españoles que no basta que las leyes sean justas si no existe una recta moral que las administre y las aplique; que no es suficiente el cumplimiento estricto y literal de los preceptos legislativos si no existe una conciencia y una voluntad de que se cumplan, y si al hombre no le miramos como portador de valores eternos, hecho a imagen y semejanza de Dios.

El hecho es que nuestra política ha despertado en la Nación inquietudes nuevas, y si en algunos momentos puede acusarse entre nosotros la insatisfacción es porque somos mucho más exigentes con nosotros mismos y deseamos ver realizado en años lo que esperamos siglos.

Este despertar de la vida española se acusa en toda la geografía de España: en la vida y los programas de sus Corporaciones, en las reuniones y Consejos de los Sindicatos, en sus Juntas ordenadoras de carácter económico social, en la multiplicación de las instancias que al Estado se elevan y en el diálogo constante de la Administración y de los órganos de gobierno con los pueblos y sus asociaciones naturales. Hemos sustituido una democracia formalista y huera por la práctica real de una democracia orgánica y fecunda, que ha alcanzado en pocos años lo que muchos no imaginaban pudiera alcanzarse en siglos. Y si fuera poco, para aquellos grandes casos de duda y trascendencia, tenemos la institución del Referéndum, para someter nuestras cuestiones directamente a la sanción del pueblo. España ha encontrado el camino de su porvenir fuera de las soluciones trilladas desacreditadas por la experiencia histórica, y se encuentra en posesión de soluciones políticas nuevas, sólidamente construidas, dueña de sí y con un horizonte político luminoso y propio.

Nuestro Régimen, por otra parte, es de constitución abierta y no cerrada, y está dispuesto a todos los perfeccionamientos que las necesidades del país, al correr de los años, pudieran aconsejarle, sin que por ello padezcan las esencias y principios de un Movimiento como el nacional, que costó tanta sangre y sacrificios el alumbrar y que durante veinte años ha demostrado probadamente su eficacia.

La extensión y arraigo de esta política en toda la Nación al correr de estos veinte años ha dado a España, con la cohesión y el entendimiento, la satisfacción moral de ver, a través de una política, realizado lo que estima conveniente y del mejor modo. La conformidad en unos y la posibilidad de acción moral en los otros a través de sus organismos naturales, son en sí mismo elementos de la paz civil y de la convivencia política asentada, flexible y eficaz.

Una de las armas que contra nuestra estabilidad política se viene esgrimiendo por los enemigos de fuera, secundados por los pobres de espíritu de dentro, es la del mañana, cuando llegue el día en que pueda faltaros mi capitanía. Para cuando pudiera producirse esa crisis en la continuidad de mi dirección, nuestro pueblo debe tener el hábito de ejercitar nuevos recursos de vida política dignos de fe, por manera que el espíritu público imponga la tramitación y la solución de la crisis mediante esos mismos recursos y por el cumplimiento de las leyes. Esta es, o ha de ser sin género de duda, la máxima garantía de la continuidad política.

El problema general y básico de la continuidad y la estabilidad política no se resuelve solamente con fórmulas de sucesión en la Jefatura del Estado. Por ello, en cuanto sobre esta materia está previsto, no hemos de ver sino una parte complementaria de la solución profunda que dota al pueblo español de los instrumentos de vida política que hayan conquistado su espíritu por la eficacia y la autenticidad de los mismos. La continuidad y la estabilidad políticas necesitan ser previas, como consecuencia de su propio y sólido asentamiento. Sólo sobre esos supuestos puede alcanzarse la sucesión como una repercusión o consecuencia obligada de la misma continuidad y estabilidad política.

Que nadie intente introducir entre los españoles confusión a este propósito. Se equivocarían quienes pudieran suponernos extraviados por la magia del sistema, de los nombres o de las personas. No hay nada con lo que el pueblo español pueda suplir a la necesidad de mantenerse unido, a la necesidad de tener conciencia de sus intereses y conveniencias y a la necesidad de hacer frente a su porvenir y de someterse a las exigencias que impone la conquista de la prosperidad y de la grandeza nacionales.

Si nosotros alimentamos una gran fe y esperanza, una seguridad moral en nuestra obra y en los frutos duraderos de la Revolución nacional es porque creemos contar con alcanzar en toda su plenitud esas condiciones previas y necesarias de la continuidad y de la estabilidad políticas, respecto a las cuales el cambio en la dirección del Estado no es más que un complemento conveniente, pero en ninguna manera imprescindible. Lo único imprescindible para la prosperidad y la grandeza de España es la unidad entre los españoles y su salud moral y física. Todo lo demás ha de merecer nuestras preferencias por cuanto abone, asegure y acreciente esa unidad y salud. Por eso hemos insistido en que la sucesión del Movimiento Nacional es el propio Movimiento Nacional, y que al convertirse en Reino por refrendo público no puede ser en su futura expresión más que el fruto, la consecuencia del cumplimiento feliz de la visión histórica del Movimiento Nacional y un medio más para la prosecución de su obra y de su existencia. Las previsiones que en este orden la ley de Sucesión establece son la mejor garantía de la proyección en el mañana de nuestro Movimiento. Otra cosa sería la renuncia a nuestras mejores tradiciones y menoscabar la unidad y la autoridad, al entregar periódicamente la suprema magistratura de la Nación a las pasiones y a las discusiones de los hombres.

La unidad de la Nación hemos de construirla sobre lo que nos une y no sobre lo que nos separa, sobre las esencias más que sobre las formas; que es grande la tarea que necesitamos si hemos de hacer honor al compromiso contraído con quienes lucharon con nosotros y los que cayeron heroicamente en la lucha. No puede bastar un éxito a medias ni un triunfo temporal, sino la consolidación y la proyección en el futuro de nuestra Revolución. Mantener en lo eterno un motivo de orgullo nacional no menor a lo que representa la Historia de nuestros grandes siglos y conquistar un nuevo puesto para España por su prestigio y su valer en el concierto de las naciones. Yo apelo a las generaciones nuevas para que se apresten a la tarea y pido a los fatigados que se sientan sin espíritu de sacrificio, sin energías o sin capacidad creadora, mental o moral, que ce- dan el paso a los hombres de fe y se acojan al retiro honorable de quienes han servido.

El mundo envejecido nada nos ofrece para estas necesidades nuestras. No hay fórmula o expediente de fuera en el que podamos pensar. Hemos debido forjamos nosotros mismos nuestra solución, porque la personalidad del pueblo español es única y son únicas y sin semejanza nuestras circunstancias históricas. Considerad las tristes y desastrosas consecuencias que ha tenido para España el buscar en doctrinas ajenas la solución de sus necesidades. Si nuestro Movimiento político no tuviera tantos títulos para ser acreedor al reconocimiento del país y al homenaje que le tributarán las generaciones venideras; si no encerrase tanto sacrificio, tanta lealtad, tanta abnegación y tanta nobleza, le bastaría el habernos librado de las servidumbres que aherrojaban a nuestra Patria y, rompiendo con aquélla farsa, haberla proporcionado con el sindicalismo nacional y sus representaciones naturales una alternativa propia de organización social y política en régimen de libertad individual y colectiva. Con él hemos llegado a un nuevo sistema de formas políticas, de libertad, que, si no son perfectas, sí son perfectibles, que cambiando los principios de las viejas concepciones doctrinales y filosóficas que hicieron de la llamada democracia inorgánica un deletéreo factor de perturbación espiritual y político, nos ofrece una concepción nueva y más eficaz en las formas de cumplimiento y ejercicio de las funciones de la representación pública, que ha demostrado llenar cumplidamente nuestras necesidades.

Tal vez uno de los defectos más graves de la idiosincrasia española sea la egolatría que muchos españoles padecen, que les arrastra a creer que el mundo gira a su alrededor y no saben ver la realidad de una situación y, despreciando el sentir de los otros, no miden todo el peso de los hogares en la vida pública y la sensatez de las clases más numerosas encuadradas en las Organizaciones sindicales. Esta es la España verdadera y no la vanidad egolátrica de determinadas individualidades.

Es evidente que en todo concierto se acusan más los sonidos de los que desafinan que los que permanecen en el conjunto de la armonía. Por ello, no debemos dejarnos impresionar por los resabios liberales que en la vida de relación de vez en cuando se acusan, que, cual sepulcros blanqueados, no les faltan brillantez y encanto, pero que al acercarse a ellos se aprecia aquel tufillo o hedor masónico que caracterizó a nuestros años tristes. He aquí un papel para nuestra mejor intelectualidad: el salir al paso de esos errores con una dialéctica fecunda y convincente. No por considerarnos dueños de la verdad nos debemos creer en el deber de imponer nuestras ideas. No basta nuestra razón; en las batallas del pensamiento convencer es esencial.

Yo tengo la seguridad moral de que la juventud española de hoy, lejos de naufragar entre los factores actuales de la crisis política contemporánea, sabrá oír nuestro llamamiento, penetrar en la entraña de los hechos y aportar su generosidad, su preparación y hasta su vigor físico a esta acción y lucha española. Sería desconocer a los españoles si, conociendo la profundidad, la grandeza y la congruencia de nuestro empeño, dudásemos de que su corazón y limpieza de espíritu les hará recoger esta bandera y activa y apasionadamente servirla, tanto con su inteligencia como con sus energías.

He querido atraer vuestra atención y centrarla en estos grandes problemas generales y de conjunto como un modo de exhortación a todos a elevar su vuelo mental en materia política, para aumentar la luz y el aire que necesitamos. Nada peor podría sucedernos que perder el sentido de la magnitud y de la visión de conjunto, la índole de los acontecimientos a que asistimos y las necesidades a las que hemos de atender.

Me he extendido tanto en estos problemas generales y de conjunto, que por una vez he dejado a un lado el análisis pormenorizado de la situación de España en el interior y exterior, como he venido haciendo en otras ocasiones, pero que por haberla vivido ya conocéis. Sólo os diré a este respecto que vivo con vosotros vuestras horas y vuestras inquietudes y que pongo, como mi Gobierno, todo mi espíritu al servicio de vuestro bienestar. El gobierno de una Nación sabéis no es cosa simple, y por mucha que sea la virtualidad de un régimen y el celo e interés de sus gobernantes, son muchos los imperativos que pesan sobre una sociedad, de los que no se puede hacer tabla rasa. Toda transformación requiere una fuerte base económica. Por muy a prisa que quiera ir nuestra voluntad, las leyes económicas tienen sus exigencias y sus límites, y los pasos han de ser firmes y seguros, si queremos que los beneficios que perseguimos no se conviertan en males.

Hay, sin duda, en el mundo un movimiento secular, lento, pero ininterrumpido, hacia el encarecimiento de la vida, como es fácil comprobar examinando a largo plazo los índices internacionales de precios, sin que haya fronteras ni cordones sanitarios capaces de impedir la propagación de este movimiento. Ahora bien; si el hecho es inevitable, no son inevitables sus consecuencias, gracias a prudentes reajustes de salarios y a la reducción, también progresiva, de los costos por los avances de la técnica y de la capacitación obrera. Lo que no se puede admitir es que este fenómeno, que no es nuevo, sino tan viejo como la más vieja sociedad con actividades mercantiles, sea utilizado por la avidez de una especulación sin escrúpulos para crear un clima de alarma y desconfianza.

Cuando el país se encuentra abastecido de mercancías; cuando han podido desaparecer definitivamente los racionamientos que afectaban al consumo; cuando la producción básica va alcanzando niveles cada vez más altos; cuando han transcurrido cuatro años de estabilidad apreciable y de progreso; cuando la renta nacional supera los niveles más altos de nuestra Historia y el signo monetario consolida en el exterior el sostenimiento de sus cotizaciones, resulta inadmisible pretenda crearse una inquietud con inconfesables fines de lucro o de servicio a una política antiespañola. Por ello no debemos ver con frivolidad e indiferencia esas maniobras, siempre interesadas.

Por mucho que nos satisfaga lo que en las condiciones tan difíciles de estos años hemos ya conseguido, más nos ilusionan las metas próximas señaladas a nuestra labor, entre las que destaca el objetivo central y permanente de elevar el nivel de vida de los españoles. Para conseguirlo perseveraremos en nuestro empeño manteniendo el impulso del progreso económico dentro del mayor y más sereno equilibrio, cuidando de mantenernos siempre en el campo de la estabilidad. Por ello precisamente resulta ocioso el afirmar que hemos de seguir defendiendo y manteniendo el poder adquisitivo de los sueldos y salarios de las clases confiadas a nuestra tutela y apoyo. Por ese camino no escatimaremos esfuerzos y haremos que los recursos disponibles se apliquen con la máxima coordinación y alcancen la máxima eficacia, y así atajaremos todo intento contrario a los objetivos perseguidos.

No dejaremos que nuestra Revolución se pare ni retroceda, y todas nuestras conquistas y ansias de mejora se derrumbarían si decayese el poder de compra real y efectivo de nuestra moneda, que es interés de todos sostener sin consentir que se especule con aumento de precios, fundamentándolo en oportunos aumentos de salarios. El pueblo debe conocer que todo cambio en el precio de las cosas representa unos márgenes de enriquecimiento para fabricantes, almacenistas y comerciantes, por revalorización de sus existencias, que vendrían a pagar todos los españoles. Por ello, el Gobierno, atento a los intereses generales y apoyado por los Sindicatos, pone todos los medios a su alcance para evitarlo. A los empresarios y comerciantes honrados se les ofrece, con el progreso general de la Nación y la correspondiente elevación de consumo, un espléndido horizonte.

Que a aquel lento proceso de encarecimiento general de la vida han de seguir las naturales y periódicas revisiones de las remuneraciones del trabajo, constituye para todo Estado social un claro deber; pero hay que perseguir que los aumentos de salarios sean absorbidos en su mayor parte por los aumentos que puedan lograrse en la productividad, por la propia economía de la producción y que no lleguen a reflejarse sino en una parte mínima en los costes y, en su caso, en los precios. Si así no se hiciese se iniciaría fatalmente la espiral de la inflación. Este es el único camino para que el nivel creciente de nuestro progreso económico se vaya reflejando de manera efectiva y real a través de la más ambiciosa justicia social en los hogares de nuestros productores.

Tened fe en nuestro espíritu de servicio al bienestar general de los españoles y en este sentido de justicia para, en la medida que la situación nos permita, poder satisfacer las ansias de mejora de los distintos sectores, pues no podemos ni debemos olvidar a nuestra sufrida clase media y a nuestros funcionarios y empleados, a quienes tan gravemente han venido afectando las alteraciones en el coste de la vida.

Yo espero que en el año que comienza continuaremos recogiendo frutos abundantes de estos años de intensa preparación y de trabajo y que podamos acometer otros problemas, como el de la orientación, protección y ayuda a nuestros emigrantes y el que se presenta a nuestras juventudes estudiosas por la escasez de vacantes y puestos en muchas profesiones, consecuencia de la prolongación que va teniendo nuestra vida media. Esto es, continuaremos nuestras batallas y emprenderemos otras nuevas.

Pido a Dios, para terminar, en el umbral de este nuevo año, que siga teniendo bajo su mano y dispensando su protección a esta España nuestra, haciéndola digna de ser empleada en su servicio y en su gloria, y que nos siga dando el ánimo y los medios para afrontar satisfactoriamente los trabajos necesarios para la paz, la grandeza y la prosperidad de España.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1956

Españoles:

Nuevamente al finalizar el año 1956 y alcanzar el umbral de 1957, se me ofrece la ocasión de dirigirme a todas las familias que integran el cuerpo de la Patria para hacerles llegar, con mi salutación y deseos de felicidad para el nuevo año, el parte de situación de esa otra más grande y ancha familia que es la comunidad nacional. En vano trataríamos de encastillarnos en la intimidad de la familia, desentendiéndonos de los lazos que nos unen a los demás, cuando la realidad nos hace a todos solidarios en el destino común, obligándonos a participar activamente en la conformación de ese destino.

Este año de 1956, que ahora termina, tiene una significación muy especial para los españoles: en él el Movimiento Nacional ha cumplido cuatro lustros. No se trata de que hayamos conmemorado el XX aniversario de un acontecimiento que, aun siendo histórico y excepcional, hubiese cancelado su existencia. Por el contrario, se trata de algo que desde el 18 de julio de 1936 se encuentra en marcha y en condiciones de alcanzar de propios y extraños el reconocimiento de mayoría de edad, de madurez, de indiscutible y fabulosa eficacia política, económica y social, que le hacen consustancial con el presente y el futuro de España.

Si desde las alturas de los veinte años transcurridos aún es difícil percibir todo el alcance y la profundidad de sus líneas de acción y desarrollo para el porvenir, pues su contenido no es simplemente el de un programa, sino el de un modo de ser, el de una actitud dogmática, intelectual, moral y cordial ante la Historia, en lo que ésta tiene de pasado, de actual y de futuro, sí son bastantes, sin embargo, para contrastar los juicios propios y deducir conclusiones a la luz de la experiencia.

Pensad lo que hubiera sido de España en estos momentos si no hubiéramos obtenido la victoria en nuestra Cruzada o si esta hubiera sido efímera y sin alas: una victoria sin programa, sin fe y sin contenido; si hubieran quedado perennes las causas que nos habían conducido a aquélla situación, como sucedió con tantas otras victorias anteriores de nuestro pueblo. Sólo examinando la situación en que han caído otras naciones de la Europa esclavizada pueden medirse los males de que nos hemos venido librando.

Si examinamos la situación en que España nos fué entregada, vacía y exhausta por las depredaciones rojas y los años de guerra universal o de posguerra, en que ha tenido que realizarse nuestra reconstrucción, entre amenazas a nuestras fronteras y salpicaduras constantes de la guerra sobre nuestro comercio; de la necesidad de liquidar todo un enojoso problema político de responsabilidades, se agiganta la trascendencia de la obra realizada en estos años en una Patria, obra que tantos consideraban inviable.

De lo definitivamente establecido y de lo que se encuentra en vías de realización, podemos, si no sentirnos satisfechos, pues a quienes deseamos para España los más altos destinos esta satisfacción jamás puede sernos permitida, sí alimentar la seguridad y la certeza de que las generaciones venideras recibirán unida, firme y estable una nación que nosotros recibimos dispersa y desintegrada, con la experiencia ejemplar de que sólo es posible la libertad real, la justicia y el progreso dentro de una unidad sin fisuras, de la disciplina de unos principios, de unas normas y de un sistema institucional y legal adecuado a las específicas condiciones y cualidades de nuestro pueblo.

Recibimos una nación con una economía de bases rudimentarias, que vivía prácticamente sometida al signo retardatario de las influencias extranjeras; con un abandono de su campo que se había hecho ya secular: cultivos atrasados, cabañas degeneradas y diezmadas por la incuria y las epizootias; aldeas y poblados en el máximo abandono, víctimas de la usura; brazos ociosos, montes descarnados y producciones míseras. Las generaciones que nos sucedan recibirán una agricultura racionalizada en cultivos y métodos, en un proceso de colonización interior cuya posibilidades habían permanecido inéditas durante siglos, con una población rural redimida de la usura y defendida de la especulación por organismos y procedimientos eficaces, con explotaciones agrícolas planteadas y dirigidas con mentalidad de empresa, con una riqueza forestal incalculable y con un potencial hidráulico y eléctrico puesto por primera vez en nuestra historia al servicio del campo y de las industrias agrícolas de transformación de sus productos.

Desfasados del progreso industrial europeo, con un retraso de más de cincuenta años, y sin bases racionales sobre las que asentar y desarrollar el necesario proceso nacional de industrialización, las generaciones venideras la recibirán de nosotros dotada de un mapa de plantas industriales localizadas conforme a la geografía en las fuentes naturales de nuestras materias primas, conforme a los cánones técnicos más exigentes, al tiempo que se le ofrecen a todas las zonas y áreas de población posibilidades de trabajo suficientes para hacer viable una vida digna y decorosa.

Las razones de aquélla grave situación de que partimos, hemos de atribuirlas casi por partes iguales a la acción subterránea interesada de nuestros enemigos tradicionales, que no han reparado en medios para mantener su hegemonía egoísta y anticristiana sobre los países, y a la falta de visión de nuestros dirigentes políticos y de nuestras minorías rectoras, que durante cerca de un siglo, por miopía, incompetencia o entregas inconfesables, no quisieron apercibirse de la esterilidad del sistema y no quisieron o no supieron desmontar aquel estado de cosas y despertar la ilusión de los españoles para algo más sustancial que alimentar las luchas partidistas en los campos desolados de una España que se moría, y alcanzar, por medio de su progreso, con la fortaleza económica, la libertad y la independencia política del país. Desde el primer momento y de siempre constituyó, al contrario, para nosotros, una preocupación esencial rescatar las energías espirituales e intelectuales del español, poner a disposición de su natural despierto, de su genio para la resolución rápida e intuitiva, la capacidad multiplicadora de la preparación técnica y social: sustituir su tendencia a la improvisación con la rienda orientadora del estudio y del aprendizaje metódico, situándole ante el horizonte sugestivo de la investigación y de la organización. De mi contacto con los hombres había llegado al convencimiento de que la crisis española no era crisis del pueblo, que en todas las coyunturas de la historia había venido demostrando sus calidades y virtudes, sino del sistema, de la mala organización, del ambiente y de la falta de visión de las clases directoras, que habían aceptado una misión superior a sus facultades.

Todas esas posibilidades nacionales, todo ese caudal de fuerzas, toda esa profunda vitalidad espiritual, esa capacidad de abnegación y voluntad de servir en una tarea fecunda y esperanzadora, esa irrevocable vocación de empresa que solamente en las dimensiones de lo universal y de lo católico tiene su marco adecuado, las conocimos a lo largo de nuestra vida, siempre ligada entrañablemente a las generaciones de españoles que sucesivamente llegaban a las filas de nuestras unidades militares. Lo conocimos en la convivencia con los soldados españoles, cualquiera que haya sido su extracción y la dureza de su vida, durante las horas de la suprema sinceridad, en el campamento, en la instrucción o en el combate, en la paz o en la muerte por la Patria. Lo vimos confirmado en nuestra gloriosa Cruzada, lo mismo en la juventud que moría que en el sacrificio ejemplar con que sus madres los empujaban a la muerte por una santa causa. Por eso creímos en nuestro pueblo, no con fe ciega, sino con fe lúcida, con la convicción que presta la evidencia, y por eso con él a lo largo de los tres años de Cruzada, los seis de guerra Internacional, los cinco de posguerra y conjura internacional, hemos luchado, hemos sufrido, hemos resistido y hemos triunfado.

Por todo esto, en cumplimiento de los altos deberes que por la voluntad de Dios y del pueblo español me están encomendados, procuramos el contacto asiduo con todos los hombres y las tierras de España, no sólo a través de los cauces naturales de información, conocimiento y relación, sino mediante nuestra presencia personal en cualquier parte de nuestro territorio, cuando aquélla nos parece conveniente o necesaria. No practicamos una democracia formalista y gárrula, en que los representantes formales del pueblo obran por su libre albedrío, sino que hacemos que el propio pueblo, a través de las organizaciones sindicales, de los Municipios y de los Congresos económico-sociales, pueda elevar al Gobierno sus anhelos y que éste, en todo momento, conozca las ansias y el pulso de nuestra Patria.

Permitidme, pues, que respaldado en esa convicción y en esa experiencia, rinda en vosotros un homenaje a nuestro pueblo, al pueblo de España. y que después de seguir su latido día a día y de estar consagrado a su servicio sin interrupción durante medio siglo, reafirme mi antigua e invariable fe en su porvenir. Así, a los veinte años del 18 de julio de 1936, frente a las profecías agoreras de los pusilánimes, de los pobres de espíritu, de los olvidadizos, de los nostálgicos y de los enfermos de ambiciones silenciadas, gracias a Dios una minoría en nuestra Patria, la razón contundente de los hechos, una paz inalterada y laboriosa y unos frutos positivos, que los más cegados por la pasión malsana no pueden negar, salen fiadores y testigos de que hemos sabido ir coronando las etapas del camino que nos habíamos propuesto.

Todos sabéis, pues, está universalmente aceptado, que la política de una. nación persigue el bien común de los nacionales, y que esta política es considerada tanto mejor cuanto mejor sirva a aquel designio. También constituye una verdad inconcusa que el bien común de los nacionales es consustancial con el progreso de la Patria, y que de su grandeza o de su miseria se derivan los bienes o los males para sus hijos: Esto es, que sirviendo a la Patria se sirve al bien común y logrando el bien común servimos a la Patria.

Si analizamos los males que nuestra Patria y el pueblo español, en su consecuencia, venían padeciendo, encontraremos que eran de tres clases: espirituales, sociales y económicos. No parece corresponder a mi autoridad el definir y determinar lo que en el orden espiritual padecíamos y que, por otra parte, acaba de recordárnoslo en su mensaje de Navidad aquél a quien Dios puso por su Representante en la tierra. Su remedio nos señala lo que buscamos en «la cuna de Belén». Todo cuanto vaya contra lo que la Ley de Dios nos ha dictado, hemos de considerarlo como malo y perjudicial para la sociedad. Cuanto la sirva y fomente cae, por contraposición, en el campo de lo meritorio. El camino para los católicos no puede estar más claro.

Si esto lo trasladamos al campo de lo político, hemos de pesar la proporción en que el Régimen sirve al progreso espiritual del pueblo, al afianzamiento de su fe y al fomento de sus virtudes. El Estado que padecíamos antes del 18 de julio, y del que nos liberó nuestra Cruzada, era una concreción de a lo que acaba conduciendo el sistema democrático, liberal e inorgánico, con todos sus defectos, antítesis, precisamente de lo que en el orden espiritual debe ser una nación católica.

Las causas que habían producido tantos males fueron las mismas que las que vienen produciendo los que hoy Su Santidad reconoce en la sociedad moderna. Los enemigos de la sociedad perfecta son los mismos que España ha venido padeciendo. A la descristianización y al naufragio de los valores espirituales no se llega sólo por la acción rápida y violenta de la revolución comunista, extirpadora de aquellos valores, pero que por su propia violencia llega a producir salutíferas reacciones naturales; sino a través de la obra demoníaca, insidiosa e hipócrita, fríamente calculada por las fuerzas del mal al venir sembrando año tras año el laicismo, la igualdad entre la verdad y el error, el materialismo, la supresión de los frenos morales, el menoscabo del principio de autoridad, el libertinaje, la degradación de las costumbres, la pornografía, el desate de las pasiones y la apología de los pecados capitales. Escuela permanente del mal abierta a todos los temporales.

Los méritos y servicios que en el orden espiritual el Régimen viene prestando al resurgimiento de nuestra Patria, son tan claros y convincentes que no necesitan de refrendo; se encuentran en el ánimo de todos y en nuestra tranquilidad de conciencia. Cuando en su día propusimos al país las reformas de nuestras instituciones, pesaron grandemente en nuestro ánimo la consideración del hombre como portador de valores eternos; la influencia decisiva que en la vida de los Estados tienen la debilidad moral de los hombres, los pecados y la Gracia, así como el convencimiento de los bienes que se atraen sobre la Patria con los sacrificios y la práctica de virtudes. Hemos querido y creado un Estado católico unido a la Iglesia por un Concordato que hoy, en el mundo, se señala como el ideal para los pueblos católicos. Nos hemos apoyado, para ello, en todo lo posible en nuestras mejores tradiciones, tan enraizadas en la vida española, y al reconciliar a lo social con lo nacional lo hemos hecho bajo el imperio de lo espiritual. Y hoy tenemos el consuelo de ha practicado en gran medida aquello que el Santo Padre nos aconseja en su Mensaje navideño de armonizar la eficacia y dinamismo de las reformas de nuestra sociedad con la estática de las tradiciones, y el acto libre con la seguridad común.

Si pasamos a los males sociales que la Nación Española padecía, destaca el del bajísimo nivel de vida de zonas extensas de nuestra población, consecuencia de una deficiente justicia distributiva, de lo bajo de sus producciones en relación con el incremento de su población y del abandono secular de su economía. Así venía el paro obrero extendiéndose cada año en mayor escala por nuestras campiñas y el éxodo hacia las capitales no era absorbido por la oportuna creación de fuentes de producción y de trabajo. Más de un siglo de abandono había venido acumulando los problemas sociales sobre nuestra generación: el bajo estado de la salud pública y la permanencia de las endemias; el de la habitación insalubre, el de la falta de asistencia sanitaria de grandes sectores de población, el de las enormes desigualdades sociales y el progresivo apartamiento de las masas laborales de las prácticas de la fe.

No perdimos un solo día para redimir al español de tantos males, pues desde los comienzos de nuestra Cruzada asentamos los principios a que había de sujetarse nuestra obra. Las Leyes de la Fiscalía de la Vivienda, del Fuero del Trabajo, del Patronato Nacional Antituberculoso, del Seguro de Enfermedad, del Patronato Nacional de Ciegos y del Instituto de la Vivienda constituyeron jalones importantes que nacieron a la luz durante nuestra guerra de liberación y que señalaban las inquietudes sociales del nuevo Régimen que alboreaba.

No nos conformamos con el pesimista ambiente de las precedentes generaciones e inyectamos fe y espíritu de juventud a cuantos con nosotros colaboraron. No sólo no se paralizó la vida de España durante nuestra guerra, sino que mientras nuestros soldados luchaban por liberar a las distintas regiones españolas de la invasión comunista internacional, trabajaban nuestros técnicos y nuestros sociólogos en el estudio de los distintos problemas y de las posibilidades que España podía ofrecer para resolverlos. Desconocimos el cómodo «no puede hacerse» de los tiempos pasados, y consideramos al español capaz de hacer, cuando bien se le manda, lo que cualquier otro pueblo sea capaz de alcanzar. ¡Cuántas personas importantes en aquélla hora no creían en el futuro de España, considerando en su pesimismo que no la verían levantarse! ¡Cuántas otras pretendían unir nuestras posibilidades de salvación a las ayudas extranjeras! ¡Qué pocos los que creían en las posibilidades de redención! ¡Qué fácil es criticar en la hora de plenitud y qué difícil creer en la de crisis y desgracias! ¿Qué hubiera sido de España si no hubiéramos tenido una doctrina, una fe y una minoría inasequible al desaliento que las apoyase y las mantuviesen? ¡Qué fácil nos es hoy creer en la potente realidad de España, pues somos así, una potente realidad en marcha!

Lo primero que para nosotros se presentaba en el orden social era salvar al hombre atendiéndole en sus más urgentes necesidades; las espirituales, liberándole del divorcio en que las organizaciones marxistas y materialistas le habían sumido, al querer establecer una pugna entre su progreso económico y su espiritualidad, como si en Dios no residiese la suprema justicia y la caridad cristiana. Las materiales, asegurándole la asistencia médica y farmacéutica, la lucha eficaz contra las endemias, un hogar decente y salubre, un trabajo seguro y honrado, una retribución justa dentro de las posibilidades económicas nacionales, enseñanza y adiestramiento laboral para sus hijos, acceso a los puestos y participación en las tareas nacionales a través de las organizaciones en que voluntariamente cada hombre se encuadra: Familia, Municipio y Sindicato.

Esta obra social remediadora de los males de nuestra época, definida e iniciada desde nuestra Cruzada, no fué jamás interrumpida, pese a las vicisitudes y a las necesidades por que hemos pasado, pero su eficacia quedaba en gran parte subordinada a un paralelo resurgimiento económico.

Si grandes eran los males y defectos de la organización social, tan grandes o peores eran los que se nos ofrecían en el terreno económico. El abandono de cien años se acumulaba sobre nuestra generación y nuestra responsabilidad de gobernantes. No voy a recordaros las condiciones de guerra, posguerra y sequías en que hemos tenido que operar, pues de todos son conocidas. Las que no lo son, especialmente para las generaciones nuevas, es la situación económica de que nos hicimos cargo y las grandes batallas libradas para su corrección.

Se saldría de este modesto parte de situación en que quiero haceros participes de los problemas generales, el particularizar el estado de nuestros campos, de nuestros transportes, de nuestras modestas industrias y de los mil problemas de abastecimiento por que hemos pasado, y en su mayor parte corregido o superado, limitándome a destacar aquellas cuestiones más trascendentes, que caracterizan y han de caracterizar todavía por algún tiempo toda nuestra política económica: la escasez de la producción nacional en todos los órdenes de muchos sectores de sus campos, la escasez de industrias necesarias, y, sobre todo ello, el déficit permanente de nuestra balanza de pagos con el exterior, abandonada en lo que iba de siglo. Todo esto habíamos de acometerlo sin oro y sin reservas, en medio de una guerra universal.

Desde que me hice cargo del Caudillaje de la Nación y la Jefatura del Estado, no pasaron desapercibidos para mí estos problemas que el futuro había de presentarnos, y al compás de los Ejércitos avanzaban para la reconquista de la Nación, planteábamos los gravísimos problemas económicos que la paz había de encerrar: falta de materias primas, destrucción de nuestros transportes, bajo nivel de nuestra producción, falta de oro y de divisas para corregirlo y lo que todavía era peor: situación desfavorable permanente de nuestra balanza comercial.

Si sombrías podrían haber sido para otro las perspectivas que se presentaban, no por ello alteraban la fe de quien estaba acostumbrado a luchar y tenía una confianza en el futuro y en la capacidad del pueblo español para superarlas, si la ayuda de Dios no nos faltaba. Otros pueblos de peores condiciones naturales que el nuestro supieron remontar sus grandes crisis. ¿Por qué habíamos de renunciar nosotros a conseguirlo?

Consecuencia de los estudios que por elementos técnicos se hicieron sobre cada uno de los problemas, llegué al íntimo convencimiento de que no sólo España podía recuperarse en pocos años, sino cambiar favorablemente el signo decadente de su economía y ponerse, con su trabajo y esfuerzo, a la altura de las naciones más prósperas.

Una conjugación de los problemas y de las posibilidades nacionales nos permitieron redactar los primeros programas, que vienen desarrollándose y perfeccionándose al correr de estos años, con los baches naturales que a una obra de esta envergadura ofrecen las incidencias de la vida económica nacional e internacional. El hecho es que España progresa enormemente en sus campos, en sus pueblos y en sus ciudades, en el agro como en la industria; que sus producciones aumentan considerablemente y que las obras acometidas marcan un hito en la transformación de España de la que la Historia sabrá hacernos justicia. Obras hidráulicas de envergadura, para muchos insospechada, retienen y embalsan las aguas de nuestros ríos; miles y miles de hectáreas de nuevos regadíos están cambiando la suerte de muchísimos millares de campesinos; concentraciones parcelarias y alumbramientos de agua se disputan entre sí los pueblos labradores; las nuevas producciones de algodón, de tabaco, de kenaf y tantos otros cultivos antes exóticos, extienden por nuestros valles sus alfombras de flores en las nuevas tierras regadas. Surgen pueblos alegres en los ricos valles españoles, entre cantos de paz y de esperanza, a los que se trasladan los excesos de población de aquellos viejos poblachos que apiñaban sus casas al pie de los castillos roqueros. Los montes se pueblan con los pimpollos de los nuevos pinos y las riberas se transforman con el verdor y el oro de sus enhiestos álamos. Es la revolución que crea y que transforma la España áspera y desnuda, que no nos gusta, por otra más hermosa y fecunda.

En la industria, son millares las fábricas que anualmente se montan, y las iniciativas se multiplican creando nuevas fuentes de producción y de trabajo. La actividad de nuestros astilleros no ha conocido en toda la Historia época más intensa, y regiones que no conocían la industria se benefician hoy con la riqueza que su trabajo representa.

¿Qué importa que en este resurgir de la nación haya en algún momento que establecer ordenaciones de prioridad ante fenómenos de escasez de materias primas, provocados por la demanda, o regular y vigilar los créditos y ajustar lo que puede en algún momento haberse desajustado? Son los problemas naturales que produce la crisis de crecimiento, que tardan muy poco en compensarse. Lo que podría llegar a ser grave y no puede aceptarse por el daño que a todos produciría, es la ceguera de los que intentan aprovecharse de la coyuntura y con su codicia provocan el encarecimiento de los productos en perjuicio general. Es legítima la aspiración a enriquecerse como fruto natural de un trabajo, por una mayor producción o por ventas más numerosas; lo que no se puede consentir es el caso de los que se aprovechan de la demanda o de los alimentos necesarios de los salarios para obtener mayores beneficios en cada una de sus ventas, aumentando su lucro a costa de todos los demás. Son los zánganos de la colmena, a los que es necesario reducir. Es preciso que todos se convezcan que nada hace más anarquistas y comunistas que los abusos y especulación de los empresarios y del capital. Una sociedad que consintiese y que no reaccionase y corrigiese estos abusos, estaría llamada a ser destruida por el descontento de los más.

Pese a estas naturales incidencias, la marcha de la economía española no puede ser más halagüeña, y para sí la quisieran muchas naciones que en sus apariencias de grandeza se debaten en una difícil y complicada cerrazón económica al tener que reducirse a vivir hoy de su propia savia.

Es hoy incuestionable que la viabilidad, estabilidad y continuidad de cualquier sistema político está condicionada de una manera esencial al realismo y el tacto con que se aborden los problemas económicos y sociales, pues es de cara a la totalidad de la comunidad, y no conforme al doctrinarismo abstracto de algunos cenáculos, al vacío de los pregoneros de fórmulas mágicas o los intereses de pequeños grupos privilegiados, como hay que concebir el Gobierno cristiano y realista de una nación. No se puede escamotear una verdad tan elemental e inconmovible como la de que no hay independencia y libertad auténticas, ni para los individuos ni para los pueblos, si éstos viven en servidumbre y esclavitud económicas. Es cierto que no radica y se nutre esencialmente la libertad de la nación y de la persona humana de factores económicos, pero también es cierto que éstos condicionan de hecho la posibilidad del ejercicio normal de esta libertad.

Si de los problemas nacionales pasamos a los problemas exteriores, otro tanto puede afirmarse en cuanto a la validez de nuestra actitud, ante la problemática internacional de esta hora. También los hechos confirman nuestra razón con una elocuencia irrebatible. Aun a sabiendas de que los egoísmos, las incomprensiones, las veleidades, las concupiscencias o los compromisos oscuros y turbios levantarían un mundo de silencio en torno a la voz y a la experiencia de España, hemos venido advirtiendo lealmente a nuestro pueblo y a cuantos han querido oírnos de todos los peligros y erróneos razonamientos de la política mundial frente a los problemas que rozaban nuestro porvenir en el concierto de las naciones. Y tan ciertos eran aquellos peligros que la tragedia en estos últimos meses ha rondado, y aún no se ha desvanecido su sombra, en torno a todos los hogares del mundo. También aquí la realidad ha confirmado que no éramos nosotros quienes teníamos que rectificar.

En 1946 la más extensa de las conjuras internacionales consiguió que la Asamblea de las Naciones Unidas, ante la acusación del mundo comunista de que amenazábamos la paz, aceptase el poner a nuestra nación en entredicho. A los diez años justos, en esa misma Asamblea, la palabra, la verdad, la congruencia, la entereza y la perspicacia españolas eran reforzadas y reconocidas clamorosamente cuando el representante español señalaba acusadoramente al comunismo internacional como único enemigo de la paz, que es el que verdaderamente la amenaza y hace tabla rasa de todos los derechos al lanzar sus divisiones y la legión de sus sicarios contra los otros, pueblos.

Siempre hemos mantenido que junto a la radical debilidad que implica el comunismo como doctrina intrínsecamente mala, había que dar por seguro que el imperialismo soviético, de no exterminar a la población civil, no sería capaz de llevar a cabo la digestión de los llamados países satélites, naciones ayer independientes que habían conocido la libertad. La epopeya que Hungría está escribiendo con su coraje y con su sangre, lo demuestra con una claridad meridiana. El caso de Hungría es el de todos los países ocupados e incluso el de algunas comarcas de la propia Rusia.

El gran servicio que ha prestado Hungría al mundo es, el haber puesto de nuevo de manifiesto el valor que tiene la resistencia de un pueblo decidido a luchar por su libertad. Los Ejércitos rusos se encuentran de hecho prisioneros de los países ocupados. Si la situación del mundo llegase a alterarse, sus fuerzas serían sin duda batidas por los nacionales a poco que éstos se les ayudase con armas a su liberación. Más fuerte sería Rusia dentro de sus fronteras que con sus fuerzas repartidas en tan extensos territorios. Los Ejércitos modernos disponen de poder resolutivo contra otros Ejércitos en lucha abierta, en situaciones claras y valuables, pero su constitución y su calidad se muestran incapaces para vencer una insurrección armada. Los insurrectos son en valor y en heroísmo muy superiores a cuanto los Ejércitos extraños puedan oponerles.

Se ha manipulado excesivamente con el dilema «coexistencia o guerra nuclear». Frente a este desmoralizador planteamiento, es deber moral y político del mundo occidental adoptar las medidas necesarias para la liberación de los países subyugados, por tratarse del porvenir de nuestra civilización libre y cristiana. El mundo occidental no tiene derecho a comerciar con la vida y la libertad de las naciones del Este europeo. La idea de la coexistencia a base de la consolidación del «statu quo» de la injusticia, de la aceptación de la invasión más grande y terrible conocida en la Historia, sería una vergüenza para el sentido moral del mundo libre y para su inteligencia política. Occidente debe darse cuenta de que la liberación de los pueblos subyugados es el único camino para asegurar la propia libertad y seguridad tan gravemente amenazadas.

Sería, por otra parte, equivocado el que de la reacción húngara contra la esclavitud soviética se pretenda deducir en el orden político un deseo de vuelta a los sistemas e instituciones que la invasión comunista derrumbó. Las aguas no suelen volver por los mismos cauces. El paso del comunismo por una nación es un hecho en sí tan trascendente, que pese a la repulsa que los procedimientos de esclavitud provocan, despiertan, sin embargo, un ansia incontenida de mejoras sociales, de eficacia y de justicia distributiva que, sin género de duda, ha de caracterizar a los regímenes futuros que le sucedan. Del pasado se recogerán los valores eternos, no lo viejo, circunstancial o inútil que su propia incapacidad y el tiempo desplazó.

Constituiría, sin embargo, un grave error que porque de la última guerra millones de rusos conocieran lo que sistemáticamente se les ocultaba, y cuando el mismo tipo de hombre que el comunismo ha formado en Rusia, particularmente radicado en las zonas urbanas e industriales y el que procede de sus centros docentes superiores, comienza a acusar perfiles psicológicos y a apuntar líneas de conducta muy diferentes a las del hombre ruso tradicionalmente sumiso e ignorante, suponer que el dispositivo soviético está en descomposición y que la amenaza soviética pueda ahora preocupamos menos. Que algo grave está pasando en el mundo de los soviets, es evidente; que para la supresión de Beria y de su terrorismo policiaco se ha necesitado acudir al Ejército a través de sus mandos superiores, parece confirmado. El que la presencia militar haya hecho su aparición en la política soviética y que la presencia de Zukof en el Politburó es algo más que la personal, pocos lo dudan. La desestalinización y las gravísimas acusaciones públicas contra la obra de tantos años del régimen soviético, no es un capricho, sino una necesidad histórica e imperiosa, todavía poco conocida. La situación interior y la repulsa exterior de los otros países comunistas ha obligado, sin dudas, a los gobernantes rusos a echar sobre otros hombros las culpas de sus fracasos, pero querer deducir de esta crisis interna con la que Rusia se enfrenta ventajas inmediatas para el Occidente, hay mucha distancia. Son sólo fenómenos que conviene someter a observación, estudio y consideración. Mientras el sistema soviético de terror implacable y de eficacia probada tenga capacidad para resolver las situaciones que se le planteen y mantener su iniciativa y expansión en los frentes ideológico, político, económico y militar, no puede decirse que esté en crisis, ya que su amenaza y peligrosidad permanecen.

Este análisis es precisamente el que nos conduce a insistir en que la política del Occidente con Rusia necesita ser de firmeza y claridad, sin equívocos. Que quede bien claro que el Occidente no aceptará jamás la permanencia definitiva de Rusia sobre las naciones ocupadas y que la paz descansa precisamente en que Rusia se vuelva a sus fronteras.
Yo encuentro dialécticamente débil, cuando no torpe, la propaganda exterior del Occidente. Especulan los dirigentes soviéticos con maquinaciones agresivas de los Estados Unidos y del Occidente contra su nación, pretendiendo justificar así ante su pueblo sus acciones hostiles y su mantenimiento por la fuerza sobre otras naciones, como medidas indispensables de carácter defensivo ante la amenaza de una agresión. Es necesario llevar al ánimo del pueblo ruso y de sus dirigentes militares que es falso cuanto en este orden se le presenta, que nadie quiere mal al pueblo ruso ni a las clases sociales que a través de tantos años de una realidad comunista se hayan creado; que la liberación que se pretende de los pueblos de Europa, y por la que se combatió en la última guerra, no es para utilizarla contra la nación soviética, sino para que recobren su libertad e independencia; que lo que el Occidente no admite es la provocación y la amenaza permanentes dirigidas por los gobernantes rusos y sus agentes, contra la paz interna de los otros pueblos o la imposición por la fuerza de la esclavitud a naciones un día libres después de diez años de terminada la contienda; que el pueblo, los militares y las distintas clases sociales rusas sepan que no hay nada ni contra Rusia como nación ni contra ellos entre los otros pueblos, y que lo que el mundo occidental desea es poder convivir pacíficamente con los rusos, una vez que desaparezcan las persecuciones, las amenazas y la acción subversiva de Rusia sobre las otras naciones.

Por lo que a la unión del Occidente respecta, podría ser ésta más efectiva y vivirse en una mayor y más sincera intimidad si con sinceridad se buscase la solución respecto a los problemas que nos separan. Nunca hemos rehusado nuestra cooperación a la defensa del Occidente. Un alto sentido de nuestros deberes para con la esencia del orden cristiano por encima de todo, presidió nuestra posición durante la guerra mundial y después de ella. Por la causa común nuestros pueblos deben adquirir compromisos y cumplirlos caballerosamente, pero nadie ha de permitirse violar estos compromisos actuando unilateralmente, porque no es justo ni tolerable que otros puedan verse envueltos en un conflicto por conveniencias exclusivamente ajenas, como decíamos en enero de este año. No fuimos los últimos, sino los precursores en este camino, pues nuestra advertencia, advertencia formal y explícita, de la necesidad de una asociación del Occidente y de los peligros que iban a cernerse sobre todos, data del año 1945. Esta advertencia fué hecha en documento escrito y transmitido por mi embajador al entonces presidente del Gobierno inglés, y no se supo o no se quiso entonces comprender ni apreciar.

Constituye una quimera, que la realidad no tardaría en desbaratar, esas ambiciosas aspiraciones de unos Estados Unidos de Europa, que ni siquiera para los problemas de interés vital suele lograrse. Las naciones viejas del Occidente han formado a través de los siglos su propia personalidad, que no puede borrarse. Pueden y deben asociarse para fines concretos y determinados de interés general, que con el trato y la interdependencia conviertan estas asociaciones en cada día más íntimas. Cabe la asociación dentro de la mentalidad y de las exigencias propias de nuestros días sobre la superación de los sectarismos políticos, de cuya agresividad, consecuencias y fanatismo tiene España una larga experiencia en esos años. Son estas psicologías e ideologías caducas e intereses partidistas los que saltando sobre los intereses permanentes y generales vienen rompiendo los cuadros de la tan necesaria solidaridad de los pueblos occidentales frente al enemigo común con posturas y hechos consumados.

Respecto a los problemas del norte de África y del Oriente Medio han pasado a ser de interés general y no particular de una o de dos naciones. Que España sabe cumplir noblemente sus compromisos lo ha demostrado, una vez más, al proclamar a los treinta años de paz en su protectorado la independencia del pueblo de Marruecos, sellando así la nobilísima acción de España en aquellas tierras y consolidando las estrechas y fraternas relaciones que la historia y la geografía reclaman para nuestros pueblos vecinos.

El que los territorios norteafricanos constituyen la espalda de Europa, como oportunamente advertimos, les dan una trascendencia europea que no puede desconocerse. Yo me permito afirmar que el interés de esos países y el del Occidente no son contrapuestos, sino asociados. Pertenecen al área occidental de Europa y correrán la suerte que a esta parte del mundo le corresponda. Si el interés de Europa es el tenerlos en su asociación, el de ellos está también en disfrutar de las ventajas y beneficios de la asociación europea. En ella encontrarán los caminos seguros de su prosperidad y de su grandeza; divorciados de ella, jamás lo conseguirían.

El pretender torcer el rumbo de la vida en estos países, contrariando las corrientes naturales, el quererlos forzar a dependencias y exclusivismos que los países repugnan, es obrar contra el propio interés, no ponerse en el camino de las soluciones y sembrar para muchos años las semillas del rencor y del odio.

La asociación con Europa de estos países favorecería los intereses de aquellas naciones que, vinculadas a los norteafricanos en una vecindad y convivencia de tantos años, les permitiría recuperar su confianza y desempeñar un importante papel. El orden, la paz y el progreso de esos países es de interés de todo el Occidente, y el de ellos que noble y lealmente se les ayude a su independencia y a su progreso.

Si miramos hacia el Oriente Medio la situación se nos presenta todavía con mejores auspicios. Europa es el principal cliente de los productos del Oriente Medio; europeo es la inmensa mayoría del tráfico que discurre por el Canal. Lo importante para Europa es el aprovisionarse en el Oriente Medio y para el Oriente Medio que Europa consuma sus productos. Interesa a Europa el libre tráfico por el Canal. Favorece a Egipto la intensificación y permanencia de ese tráfico. ¿Qué es lo que separa entonces a esos países de los nuestros? Conceptos secundarios de Derecho Privado, no los generales y de interés público.

Al interés de Europa conviene el progreso, el bienestar y la independencia de los pueblos árabes, con los que mantiene un intenso comercio; la amenaza para estos pueblos no procede del Occidente distante, sino del imperialismo soviético, más próximo y amenazante. ¿Por qué levantar, pues, un problema donde no lo hay? ¿Por qué empujar a aquellos pueblos a caer en la órbita de nuestros enemigos? Habían de existir intereses contrapuestos, que no los hay, y habría que subordinar los al problema general y acuciante de la amenaza rusa.

Si el Occidente se equivocara una vez más en esta ocasión cometería una torpeza imperdonable. Se impone, por lo tanto, una política de más alcance, alejada de los viejos moldes colonialistas. Los países árabes y afroasiáticos han de participar en una justa proporción en sus riquezas naturales cuando éstas requieran para su explotación los capitales y la técnica del Occidente. Un interés común de mutua ayuda y de mutuo provecho debe presidir las relaciones entre los pueblos nuevos y los viejos. Para que la causa de la razón y del bien triunfe sin que hablen las armas es necesario que no se reproduzcan en estos puntos tantos errores y que un nuevo modo de pensar y de obrar sustituya a las viejas y caducas políticas. Sobre estos supuestos es posible concebir una amplia asociación de pueblos y unos amplios intercambios comerciales e industriales.

Para nosotros todo lo que viene ocurriendo en el mundo encaja en el cuadro de nuestras previsiones constantes, y si hubieran podido verse y tenerse en cuenta a su hora, no habría necesidad de rectificar.

La advertencia sobre los distintos extremos ha constituido uno de los puntos centrales de nuestra política, e incluso contribuyó en buena parte a las dificultades que nos han creado algunos países, que hubieran debido comprender mejor la profundidad de nuestras razones.

Estas fueron nuestras reglas de conducta, un día condenadas por tantos, y que ahora ya nadie responsable somete a discusión. No recorrimos tan largo camino sin sufrimientos ni dificultades, pues mientras nos defendíamos, teníamos que ir replanteando, como os decía, la totalidad de nuestras instituciones políticas, sociales y económicas.

Los veinte años más difíciles de nuestra historia han confirmado plenamente la fertilidad y la eficacia de nuestras instituciones. En su perfeccionamiento y en su consolidación hemos de colaborar todos, pues lo realmente importante es desarrollar la inmanente originalidad y actualidad de nuestro Movimiento Nacional, para que todo aquello que exige la justicia y la seguridad de la Nación, y que cae dentro de nuestro progreso económico, se realice indefectiblemente en el futuro, como hemos venido realizándolo hasta hoy. Lo realmente importante es que la unidad y la continuidad sean para todos sagradas, pues no se trata de un capricho, sino de una necesidad histórica. Yo os exhorto a mirar con fe y confianza al porvenir, abriendo nuestro corazón al más profundo reconocimiento hacia la asistencia que Dios viene concediéndonos.

Y termino, como os decía en el pasado año, pidiendo a Dios que siga teniendo a nuestra España bajo la sombra de su Trono, haciéndola digna de ser empleada en su servicio y en su gloria, y que nos siga dando los ánimos y los medios para afrontar satisfactoriamente los trabajos necesarios para la paz, la grandeza y la prosperidad de España.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1957

Españoles:

Todos los años, cuando siguiendo una costumbre que se ha hecho tradición, reconsideramos ante la intimidad de vuestros hogares las etapas superadas, el plano de situación en que nos movemos y las líneas generales de nuestra marcha hacia el futuro, me embarga una íntima emoción al evocar las pruebas de lealtad y sacrificios que para llegar a estas horas los españoles han venido ofreciéndome. Imaginaros lo que representará hoy cuando, acabadas de superar por la solidaridad de todos los españoles las catástrofes de Levante, una nueva llamada de la Patria ha dejado en estas solemnidades tantos puestos vacíos en muchos hogares. Que Dios les ayude y los devuelva con gloria a sus casas es nuestro mayor deseo, y que en los casos irreparables Dios conceda resignación cristiana a las familias de los que con su muerte heroica se han hecho beneméritos de la Nación. Estos sacrificios que la suerte de la Patria nos impone son los que, con sus golpes a través de la Historia, han venido forjando nuestra recia personalidad como Nación.

Desde aquélla Navidad primera de 1936 hasta hoy, que nos disponemos a penetrar en el año 1958, un hecho ha venido imponiéndose enérgicamente y se presenta ya con categoría de histórico a la consideración de propios y extraños: la virtualidad y capacidad comprobada del Movimiento Nacional y del Régimen nacido de la Cruzada -origen el más auténtico de la legitimidad popular y jurídica de un sistema político institucional- para encajar holgadamente y resolver los problemas nacionales, por difíciles que se presenten.

Está plenamente demostrado que las dificultades no solamente pusieron de manifiesto al correr de estos años la consistencia de nuestra voluntad, sino también la eficacia; la fertilidad y la adecuación a las necesidades de la hora actual de nuestros principios y de la normativa a que se ajustan nuestros procedimientos y nuestras instituciones.

En la mayor parte de los casos las dificultades -ya fueran políticas, sociales, de carácter económico, y aun aquellas que tienen su cauce en la acción imprevisible de los elementos naturales- fueron solventadas no con las simples medidas de emergencia acomodadas al volumen y límites concretos de las mismas; antes bien, las soluciones legales y reales puestas en práctica desembocaron en completas victorias sobre problemas más de una vez seculares y representaron bases de arranque hacia empresas y cometidos de tan amplias dimensiones y altos vuelos, que su rentabilidad garantiza a las generaciones que nos sucedan unas posibilidades de desarrollo económico y usufructo de bienes insospechadamente superiores a lo que ya estamos consiguiendo.

La unidad, el orden y la larga paz interior y exterior que hemos venido disfrutando son el antecedente más favorable y la mayor garantía de paz para lo sucesivo y constituyen el secreto de cuanto hemos podido conseguir en cualquiera de los terrenos de nuestra mejora material y espiritual. He aquí un bien inapreciable al que cada cual puede contribuir desde su puesto, tratando de cumplir rigurosamente con su deber, pero cuya consecución no está en manos de nadie en particular ni de todos en conjunto, sin la benévola providencia de Dios.

Yo me atrevo a proponer a los españoles, como modelo para el futuro, a estas generaciones que en estos veintiún años no se sintieron jamás débiles en medio de las dificultades y la pobreza de medios en que nos debatíamos; lo mismo en los tiempos primeros de nuestra Cruzada, cuando nuestra fe obraba milagros, sino más tarde, en los días de prueba, cuando la guerra universal rondaba nuestras fronteras terrestres y marítimas, en los que la confianza y el señorial sosiego del pueblo español ayudó sustancialmente a conllevar la situación y alejar los peligros que la guerra mundial nos ofrecía. Y al terminar la contienda, en los momentos en que en el río revuelto de la paz surgió la conjura contra nosotros, la hostilidad de fuera se estrelló contra la unidad y la fría tranquilidad de los españoles. Ni uno solo de los planes y trabajos nacionales a largo y corto plazo se alteraron lo más mínimo. Gracias a esto, nuestras grandes necesidades han podido ser conllevadas. Desde entonces todos esos pequeños intentos de perturbación de nuestra unidad y de nuestra paz que desde fuera se promovieron, y que en otras épocas hubieran llegado la crónica del tiempo, pasaron sobre nosotros como modestísimas incidencias del quehacer cotidiano de las que nadie se acuerda.

Sólo después de este reconocimiento de los bienes que por nuestra fe, nuestra unidad y nuestra disciplina el cielo nos ha deparado, es lícito examinar y tratar las cuestiones que tenemos pendientes y que nos preocupan en el momento o para el porvenir, porque tan mala o peor que la táctica de pretender ignorar los problemas es la de abultarlos o inflarlos, y sobre todo desconocer, para un juicio de conjunto, los motivos de satisfacción, de fe y de esperanza que tenemos ante nosotros.

No creáis que el Gobierno desconoce esos problemas que están en el ánimo de tantos y que pueda vivir envuelto en un clima ficticio de formas y de apariencias, desconectado de ellos. Conocemos todos esos problemas y los seguimos de cerca en su origen y en su desarrollo, atajándolos, resolviéndolos unas veces y aliviándolos otras, cuando otra cosa no es posible. Sabemos que nuestra situación está lejos de ser perfecta. Que sobre nuestra Nación pesan grandes y hondos problemas que no han podido ser superados y que afectan a los hogares o a las empresas, pero que no podría juzgarse de ellos si no considerásemos las bases de partida. La mayoría de los problemas de hoy son hijos de la política de ayer.

La base de partida hemos de buscarla en la situación en que recibimos la Nación: aquélla España que nuestros adversarios afirmaban era imposible de levantar y en lo que tantos españoles les acompañaban en el juicio; sin embargo, habéis visto cómo sin grandes sacrificios hemos superado los años más críticos de nuestra Historia. Muchos de los trastornos que hoy se nos presentan han llegado a ser cosa pasajera, fenómenos naturales de la crisis de crecimiento por la que pasamos al desarrollarse el país a grandes pasos. Es el precio que necesitamos pagar por la prosperidad misma.

España constituía, aunque esto nos duela, un país atrasado. Después de haber ocupado los primeros lugares de la Historia nos habíamos quedado rezagados del progreso mundial. Nuestra agricultura, salvo privilegiadas regiones, era pobre, atrasada y rutinaria. Nuestras especies ganaderas habían en su mayor parte degenerado. Las riquezas minerales aparecían agotadas en una explotación exhaustiva a través de muchos siglos. Los consumos de primeras materias por habitante, mínimos, y las diferencias sociales y en la alimentación, más acentuadas que en la mayoría de los pueblos europeos.

El transformar este estado de la Nación en otro floreciente, forzosamente tenía que entrañar problemas y preocupaciones. El aumento de consumo de carnes, huevos, pescado, grasas, legumbres, electricidad, carburantes, abonos, hierro, cemento, tejidos y transporte, entre otros muchos conceptos, necesitan hay atender a una población mayor y a un muy superior nivel de vida. El que se presenten desfases que es necesario acomodar es obligado en obra de tal envergadura. Que en algunos momentos el camino nos resulte duro y espinoso no podemos negarlo; peor sería la muerte lenta a que nos tenía condenados la vieja política.

El abandono de los problemas de la Nación durante tantos años es lo que ha acumulado sobre nuestra generación cargas y dificultades; por eso una política que merezca tal nombre no puede vivir al día: ha de mirar al futuro, preparar el progreso y bienestar de las generaciones que nos sigan. Y esta es la gran tarea que venimos forjando en estos años.

Es necesario que los españoles todos se aperciban que los bienes, pocos o muchos, de que hoy disfrutan, están fundamentados en la unidad, la paz, la disciplina y el orden interno de los españoles. Por ello nuestros adversarios, entre las mil maquinaciones que desde fuera y desde dentro traman contra la Patria renacida, está la de desunir a los españoles, introducir la confusión entre ellos y resucitar y clavar en el ambiente temas polémicos y de discusión sin salida. Pero tanto interés como puedan tener otros en esa desunión y desmoralización hemos de tener nosotros en lo contrario: en la unidad, en la seguridad de juicio y en la persistencia y continuidad de los propósitos. Existe interés en llevar a los españoles a un terreno movedizo y equívoco donde, sin posibilidades de ver claro, pueda cundir la desorientación y el griterío. Por ello, para contrarrestar las acciones movidas por ese interés, hemos elegido direcciones para nuestro esfuerzo de valor y conveniencia inequívocos.

Desde los primeros momentos, en que por la voluntad de Dios y del pueblo español asumimos la responsabilidad vitalicia de los deberes que implica la Jefatura del Estado, fué norma de nuestro ejercicio del Poder y de nuestra acción de gobierno aplicar al área de la política y de la Administración las clásicas reglas del arte militar frente al enemigo. La vida es lucha, y guerra y política no son cosas tan distintas como a algunos pudieran parecer; y hoy menos que nunca, cuando la segunda viene determinada en aspectos muy esenciales para el mundo libre por la actividad de un enemigo poderoso al que solamente nosotros fuimos hasta la fecha capaces de vencer, tanto en la lucha armada como en la acción civil dentro de nuestras fronteras.

Puede afirmarse que este implacable enemigo combate hoy en todos los frentes, desde el deportivo y artístico hasta el específicamente bélico y militar. No abrir la conciencia a este fenómeno es operar de espaldas a la realidad. No tener en cuenta para la ordenación política, económica y social del propio país y de la comunidad de naciones libres a esta amenazadora realidad, empecinándose en vivir y gobernar conforme a sistemas, modos y procedimientos que sólo facilidades pueden ofrecer al adversario, puede representar el suicidio de Occidente. Es, precisamente, la defensa de la auténtica libertad, de la verdadera libertad colectiva, sin la cual desaparecería la personal y las civiles rectamente entendidas, la que nos ha exigido y exige una revisión a fondo de una serie de ideas y de supuestos -hijos legítimos del liberalismo- que al condicionar todavía la conducta privada e internacional de muchos países comprometen las mejores y más eficaces posibilidades del área occidental.

Porque somos contrarios al sistema de garantías con las que el enemigo defiende el secreto de sus conocimientos y sus inconfesables propósitos en cada momento, no relajamos ni mucho menos podríamos permitir se desmontasen las que protegen nuestros derechos, nuestra libertad e independencia colectiva y la sagrada tranquilidad de nuestros campos, de nuestras ciudades y de nuestros hogares. A la sombra de invocaciones altisonantes, con frecuencia puramente tópicas, se pretende introducir en nuestra sociedad la inquietud por viejos conceptos trasnochados, observándose quienes consciente o inconscientemente se dejan arrastrar por el mimetismo de lo que fuera ven, sin analizar el daño que con ello sufren y que, de aceptarse, llegaría a poner en peligro grave la persistencia de la libertad misma.

La libertad nos ha sido dada y ha de ser tutelada en función de fines más altos. No hay libertad individual ni política sino dentro de un orden de seguridad social, nacional e internacional. No protegeríamos debidamente la sana libertad si a un falso concepto de ella sacrificásemos hasta las exigencias de la previsión y de la prudencia más elementales; máxime cuando es un hecho evidente, como ya hemos manifestado en su momento oportuno, que los principios de autoridad y disciplina acusan su eficacia y su positivo rendimiento dondequiera que tengan vigencia, aunque esta eficacia y este rendimiento, incluso, se registren en pueblos donde la autoridad se ejerce y la disciplina se mantiene inmoralmente y con fines que merecen la repulsa universal más contundente. Pero es, precisamente, este hecho, del que existen resultados muy recientes, una prueba más de que la actitud española ante la problemática real de nuestro tiempo, que reiteradamente hemos expuesto y a costa de tantas incomprensiones y sacrificios de nuestro pueblo mantenido, era realmente válida desde el punto de vista de la lógica y absolutamente necesaria desde el de un saludable realismo político.

Si de la esfera internacional nos replegamos nuevamente al ámbito nacional, la congruencia de nuestros ejes de marcha se presenta igualmente diáfana. En pocas etapas de la vida española fué tan necesario ese saludable realismo político como en la nuestra, en la que nos ha correspondido recuperar, defender y robustecer los sagrados destinos de España, porque al mismo tiempo que teníamos que devolver a la Patria el rango internacional que por imperativos de un sistema político y de la incuria de sus núcleos rectores habíamos perdido, hemos tenido que reconquistar su economía desde los cimientos, esforzándonos para que fueran posible, primero, las condiciones mínimas de pervivencia y, luego, la creación de las posibilidades que nos permitan una progresiva elevación del nivel de vida mediante la revaloración y racionalización de nuestra agricultura, la implantación de las bases indispensables para nuestra expansión industrial, la formación de equipos técnicos en sus distintas esferas para el montaje, lanzamiento y desarrollo de estas inaplazables tareas, sobre cuya necesidad no existían no ya ideas claras, sino muchas veces ni siquiera una conciencia nacional. Nos fué preciso cubrir las urgencias más inmediatas y perentorias, a la par que ordenábamos el acarreo de los medios imprescindibles, siempre de un volumen extraordinario, para poner en marcha los planes de largo alcance, si no queríamos condenar al país a seguir caminando fatalmente con un retraso de medio siglo con relación a los otros.

Liberar al país y a los españoles de la condena que parecía gravitar inexorablemente sobre su alma y sobre sus espaldas; reconquistar su arquitectura económica y social; poner en pie su voluntad y su conciencia nacional; elevar su nivel de vida en lo personal, en lo familiar y en lo comunitario, y adecuar un orden jurídico internacional a las exigencias de la hora actual y de cara a los tiempos futuros, no ha sido fruto de la improvisación y necesita de la vigencia permanente y estable del Movimiento que fundamos, integrando en unidad de doctrina, jefatura y disciplina a todas las fuerzas y energías políticas, sociales, auténticamente enraizadas en la entraña de lo nacional y de lo católico.

Ahí estaban los problemas básicos y vitales, y en ellos ponemos todos los días, con el mismo amor permanente e inquebrantable que religa de por vida , en el matrimonio, el esfuerzo de nuestros brazos, la dedicación de nuestra. inteligencia y la consagración, jurada ante Dios y los Caídos por España, de nuestra fidelidad. Cabe, pues, afirmar rotundamente que la legitimidad del futuro radica en la aceptación leal y en el servicio sin reservas a lo que ya es presente como empresa, como realidad operante institucional. Nuestro futuro está en nuestro presente. Condicionar la estimación y el juicio sobre nuestro sistema político, provocando artificiosamente una preocupación por lo que ya tiene sus cauces normales y orgánicos, establecidos y refrendados por la Nación, sería esterilizar la fecundidad de una obra en franco desarrollo y continuo perfeccionamiento, servir a bajas pasiones y turbias posturas interesadas, a planteamiento de conceptos anacrónicos cuando no a impuras ambiciones. La legitimidad jurídica y ante la Historia; ante el pasado, ante las generaciones actuales y las que nos sucedan -que todas ellas forman la Patria-, quedaría así invalidada automáticamente, inevitablemente y con nefastas consecuencias. Actuar fuera de estos cánones representaría la negación de la continuidad, el quebrantamiento de la unidad, propiciar la irrupción violenta de los grupos y de los partidismos, resucitar los hábitos de la vieja política y renunciar a continuar creando tradición.

Ningún sistema estimable se registra en el sentir y en el conjunto de ideas que presiden y nutren el cuerpo social de España. Todo lo que en este orden pueda acusarse es puramente residual y parasitario, hasta tal punto que la salud espiritual de nuestro pueblo lo reabsorbe o expulsa, como todo organismo con suficiente vitalidad reabsorbe o expulsa las pequeñas cantidades de toxinas sin alteraciones de su temperatura normal. Que la temperatura española es normal y que su biología ha acumulado en estos veintiún años reservas importantes y un sentir de afanes de progreso y de capacidad de reacción a sus resortes espirituales, es innegable. Esta conjunción de elementos positivos, tanto en el Movimiento, en las instituciones y órganos ejecutivos de nuestro sistema político como en los órganos específicamente sociales, es, sin duda alguna, un fenómeno del más alto valor y de la más grande importancia. Ello permite que pueblo y Gobierno puedan dialogar a través de los cauces naturales de comunicación -hemos de destacar a este propósito, con la labor de las Cortes, la de la Organización Sindical- sin considerarse partes beligerantes, antes al contrario, como partes igualmente interesadas en el hallazgo de las soluciones oportunas para los problemas que tanto son propios de quienes ejercen funciones públicas como de toda la sociedad.

Es el momento español de ahora de gran fortuna y de inmensas posibilidades que queremos y debemos aprovechar. En el quehacer de la colonización interior y de reconstrucción de nuestra base económica hemos cubierto las más duras e ingratas etapas. Cada paso hacia adelante en este terreno supone una potenciación de los recursos para las sucesivas, y estamos llegando al punto donde están a nuestro alcance las acciones grandiosas y rápidas de objetivos más amplios que todo lo que hemos podido proponernos hasta ahora. Una clara conciencia de la plétora de energías que caracteriza el momento español de hoy exige que nos propongamos grandes metas a la altura de ese caudal energético. No queremos conformarnos con indicios, con realizaciones simbólicas ejemplares y con salpicaduras que maticen el solar de nuestro territorio, sino que aspiramos a acciones de raíz en profundidad y a acciones que abarquen nuestra geografía entera, por lo que a la amplitud se refiere.

El número y la diversidad de los problemas sociales, de legitimidad innegable, está pidiendo una solución unitaria y progresiva de sistemas a los que hemos de reservar todos nuestros desvelos. Esa solución, una vez conquistada, nos dará la ejemplaridad de una nueva forma de hegemonía en el dominio moral y de las instituciones. Bien merecerá, por tanto, que cuantos se sientan llamados a estas preocupaciones las mantengan y profundicen en ellas con la seguridad de servir a su Patria de la mejor manera.

Frente a los agoreros, que llevan veinte años equivocándose, se alzan irrefutables la fe, la esperanza y el trabajo de los españoles que cada día acrecemos con nuestros esfuerzos el patrimonio de la Patria, dispuestos en el próximo año de 1958 a movilizar todas las inteligencias, los recursos, los medios técnicos privados y públicos y el impulso de nuestra Revolución en torno al propósito firme de que la totalidad e integridad de bienes y posibilidades materiales que componen el saldo favorable de nuestro haber nacional reviertan progresiva y equitativamente sobre todos los españoles.

No podríamos cerrar esta oración sin centrar en su verdadera dimensión ante los españoles el hecho insólito de la agresión armada a Sidi Ifni, que en este último mes ha sido ocasión para poner de manifiesto la robusta salud de España, y que tanto ha pesado en el espíritu sereno y ejemplar de nuestro pueblo.

Fieles a nuestros compromisos internacionales y a la misión que se nos había encomendado en tierras de Marruecos, no regateamos jamás ni nuestra sangre ni los sacrificios económicos de la Nación para someter a la autoridad del Sultán extensos territorios que secularmente habían permanecido alejados y fuera de su autoridad, liberando al país de sus luchas intestinas y de la anarquía. Desde los primeros momentos pusimos a contribución todos los medios para crear una cultura, establecer una economía, dotarla de la conveniente red de comunicaciones, de un ordenamiento y de unas instituciones jurídicas que pudieran en su día constituir la estructura para entrar con garantías de estabilidad y de orden en el uso completo de su independencia. Nuestra identificación con los indígenas fué tan íntima y fraternal, y tan noble y generosa nuestra administración., que en pocos años la un día mísera zona a nosotros confiada se convirtió en un oasis de paz y de progreso. En todas las crisis que Europa y España sufrieron en los últimos veinte años, cuando las dificultades y .la escasez alcanzaban a todos los pueblos, España dedicó su esfuerzo y estableció su preferencia para que nada faltase al pueblo marroquí confiado a su cuidado, e incluso en las tristezas y dolores por que tuvieron que pasar en los últimos años, España permaneció a su lado con fraternidad y lealtad inigualadas. Y cuando, por causas a nosotros ajenas, se precipitó el momento de la independencia, la reconocimos lealmente, con la elegancia que España sabe poner en el cumplimiento de sus deberes.

Por todo el territorio quedaban las muestras de la siembra de casi medio siglo de vida en común. Las gestas heroicas y la sangre vertida juntos por españoles e indígenas en los años de imposición de la autoridad, la honesta y ejemplar administración de nuestros interventores, la abnegación de nuestros servicios sanitarios, unas Mehalas y unas fuerzas regulares indígenas adiestradas y disciplinadas por la proyección de las virtudes y de la ciencia de nuestra oficialidad sobre sus hombres, que en gran parte habrían de integrar las nuevas unidades del Ejército Real. Allí quedaban, por añadidura, más de doscientos mil españoles dedicados a sus empresas, a sus actividades comerciales, a sus distintas profesiones, trabajando, en definitiva, para la prosperidad de Marruecos, país al que todo le dimos y al que, a cambio de nuestra sincera amistad, sólo pedíamos la correspondencia de la suya.

Pero a esta conducta, ampliamente reconocida por todos, y muy particularmente por el mismo pueblo marroquí y sus gobernantes, no correspondió la lealtad obligada de una parte de sus hombres políticos, ya que desde los primeros tiempos hemos venido sufriendo las campañas insidiosas y demagógicas de los partidos extremistas, bajo la artificiosa bandera de una ambición imperialista reivindicatoria entre media África de nuestras posesiones seculares, que fomentada por el extranjero, constituyó bandas armadas irregulares que tenían como fin principal mediatizar la autoridad real, encender la infiltración y alteración de la paz en los territorios vecinos y que forzosamente había de terminar en la agresión armada y alevosa a nuestro territorio de Ifni. Territorio de Soberanía española reconocido por los Tratados internacionales concertados con los Sultanes y asentada con el reconocimiento explícito y unánime de sus habitantes. No se trataba de una situación territorial nueva creada por nuestro Régimen, sino de una situación anterior y de derechos históricos indiscutibles. La respuesta no podía ser más que una, la que corresponde a un pueblo digno y viril que se siente atacado: rechazar con toda energía la agresión de que había sido objeto y exigir del Gobierno marroquí el cumplimiento de los Tratados internacionales, que el propio Gobierno de Rabat se comprometió a respetar, y que imponga su autoridad y el orden en los territorios vecinos a los de nuestra Soberanía.

Las fuerzas militares de nuestros Ejércitos de Tierra, Mar y Aire han cumplido su misión con el espíritu y el heroísmo de quienes saben que la defensa de la soberanía nacional constituye su gloria y su nobilísima servidumbre.

El pueblo español en su totalidad, con serenidad responsable, con la cordura de un país en plenitud de sus facultades, con la firme tranquilidad de quien se siente gobernado con lealtad a sus intereses y a su honor, tensa sus nervios, mantiene clara su cabeza y espera, unido fervorosamente a sus Ejércitos, que la justicia se restablezca.

Importa tanto o más que a España a la nación marroquí que esto se repare, pues cuando un atentado de esta naturaleza tiene lugar contra el derecho de los otros y se registra una subversión de funciones, se está barrenando y está en juego el acatamiento al poder de derecho, peligra la efectividad real del Estado y hasta la existencia misma de ese pueblo como comunidad política verdaderamente soberana.

Yo pediría al pueblo español que no se deje llevar por las reacciones naturales ante la alevosa agresión sufrida, y teniendo en cuenta que el pueblo marroquí es un pueblo sencillo y noble que repugna la deslealtad y la traición, y que nada tiene que ver con esas bandas irregulares armadas que, en servicio del extranjero, unos aventureros de la política propulsan, con perjuicio y descrédito para la propia nación, no liquide el afecto fraternal nacido en una convivencia leal tan dilatada. No quedan tan lejos aquellos días en que un contingente importante de marroquíes luchó en este solar español en defensa de la civilización occidental.

España y Marruecos, colocados por la mano de Dios en una misma área geográfica del Mediterráneo occidental y de la región atlántica, están llamados a entenderse por la naturaleza. Nuestra Nación, por su ubicación en el espolón de Europa que bajo las aguas del Estrecho se une con el Continente africano, y por la del Archipiélago canario, en la proximidad de su costa atlántica y de nuestro Sahara, cae sobre nosotros la responsabilidad histórica de constituir el centinela avanzado de esta área geográfica que, si trascendente para el Occidente, es vital para nuestra Nación.

Hemos de insistir, como os decía ahora hace exactamente un año, en que el hecho de que los territorios norteafricanos constituyan la espalda de Europa les da un valor y trascendencia que no puede desconocerse. De ahí los propósitos de los agentes soviéticos de penetrar en esas zonas a caballo de los ultranacionalismos exacerbados que encienden la guerra e intentan minar y destruir la armonía y comprensión entre nuestros pueblos, hemos señalado en muchas, ocasiones que no existe contraposición entre los intereses legítimos norteafricanos y los del Occidente. La suerte del Norte de África está estrechamente unida a la que corra Europa; las ventajas y los beneficios de la asociación son mutuos; sin embargo, los errores que puedan cometerse en esos puntos neurálgicos pudieran engendrar consecuencias irreparables, Por eso los españoles, conscientes del realismo de estas previsiones, que constituyen la línea central de nuestra política sirven a su Patria como a la causa del Occidente, del bien y de la razón, al regar con su sangre, en defensa de sus derechos frente a las bandas armadas, las tierras de Sidi Ifni. La sangre que intencionadamente hicieron derramar pesará como una :maldición sobre las conciencias de los que llevaron la guerra y la desolación a aquellos campos de paz.

En la evolución del mundo actual ya no caben para los pueblos las posiciones cómodas ni el aislamiento egoísta. Si la guerra se encendiese, no conocería límites. Ninguna nación colocada en su área dejaría de ser alcanzada. La guerra futura seguramente aniquilará y destruirá la vida en grandes sectores de la tierra. La mejor y única manera de evitarla es hacerla imposible, poniendo cada nación los medios para que no pueda jugar con ventaja el adversario. Que sepa que la destrucción que encienda constituirá su propia destrucción.

Esta descabellada aventura de la agresión armada contra Sidi Ifni ha ofrecido nueva ocasión para que se pusieran de relieve las virtudes de nuestros Ejércitos y el caudal de generosidad de nuestras juventudes, desde las universitarias a las artesanas y campesinas, que se mantienen al máximo nivel. Todos se han batido con heroísmo en Sidi Ifni. Honor a los muertos y a los que, lejos de sus hogares y en esta noche en la que las familias españolas se reúnen en torno a los que son tronco y cabeza de estirpe para conmemorar el nacimiento de Dios hecho hombre, montan la guardia a nuestra Bandera. Para ellos el mensaje más cálido de su Generalísimo y Jefe de Estado, y para todos la seguridad de que nada puede ni podrá debilitar mi voluntad de servicio íntegro, total, mientras el Todopoderoso me conceda vida, a la prosperidad, a la tranquilidad y a la grandeza de España.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1958

Españoles:

Permitidme que una vez más con mi voz irrumpa en la paz e intimidas de vuestros hogares para llevaros, con mis votos de felicidad en el año que vamos a empezar, una ligera exposición de nuestras líneas de pensamiento y acción ante la situación y perspectivas nacionales que por interesar al bien general son esenciales para vuestro futuro.

Los temas de la vida nacional no son ajenos a ese calor y efusión de las grandes fiestas en los hogares. Por encima de los muros que nos separan y hacen posible el marco de la intimidad de cada familia, estamos unidos en la gran comunidad nacional, cuyo destino es nuestro destino y cuya existencia nos afecta, como lo que atañe al todo, alcanza a sus partes y componentes. Así, pues, no me sitúo entre vosotros como un extraño para interrumpir el curso de una velada familiar, sino como expresión de lo que hay de común entre vosotros mismos para realizar la comunidad nacional en el tiempo y en el espíritu, como ya ocurre en el espacio, en el área de la unidad geográfica. Tampoco podemos recluirnos en la paz y el egoísmo de nuestra propia vida nacional. La situación del mundo afecta de tal modo a todos los países que hemos de pensar en la suerte de tantísimos pueblos y familias a los que un destino fatal arrastró a perder la paz y la libertad de sus hogares, cautivos hoy bajo la esclavitud más cruel de tiranía que conocieron los siglos: el dominio comunista.

Si hacemos este recuerdo de nuestro amor y caridad hacia nuestros hermanos de otras naciones, imaginaras cuánto debemos a nuestros compatriotas desvalidos, a los que podemos relevar de muchos sufrimientos materiales y morales si aunamos nuestros esfuerzos en lo político.

La cosa, pues, no es ajena al bienestar de nuestros hogares por felices que puedan sentirse; una buena política a unos y otros en una u otra forma favorece y asegura, así como una mala puede sumir a todos en la catástrofe, como ya ha estado en España a punto de ocurrir.

La política puede hacer a los hombres más felices o más desgraciados. ¡Cuántas no han sido las familias que en estos años han visto transformadas favorablemente sus vidas porque en la Nación se practicó una política justa y redentora!

Por todo ello, en estos días, en estas festividades del año en que damos gracias al Señor por habernos deparado estas horas en cierto modo felices, hemos de impetrar la protección divina para que ayude también a aquellos pueblos cautivos del comunismo que, como nosotros, disfrutaban de la paz y alegría de unos hogares cristianos y que hoy sufren los rigores de una espantosa servidumbre.

El progreso constante de la comunidad y la vida nacional es un fenómeno que aún no ha sido por todos debidamente valorados. Su alcance y profundidad revisten una singular significación. Porque si es ya realmente importante que en nada fundamental hayamos tenido que rectificar nuestros ejes de marcha, en medio de un mundo sin sentido de previsión que camina dándose de bruces cada mañana con la sorpresa y lo inesperado, que se debate entre contradicciones flagrantes como sujeto pasivo de los acontecimientos y no protagonista conductor de los mismos, lo es aún mucho más que en el marco de tales circunstancias internacionales, cuyas consecuencias descargaron violentamente sobre las espaldas del pueblo español, la línea ascendente de nuestro desarrollo en todos los aspectos no se haya interrumpido; antes al contrario, haya registrado progresivamente un ritmo más acelerado y más firme.

Es frecuente que un país, al romper enérgica y dramáticamente un proceso de desintegración, acuse, como consecuencia inherente a las reacciones viriles, un primer impulso de impetuosa recuperación en todos los órdenes; pero lo difícil, lo ejemplar y significativo está en mantener a lo largo del tiempo y sin desfallecimientos las suficientes reservas físicas y morales para que el pulso de las realizaciones concretas y tangibles en lo institucional, en lo cultural, en lo económico, en lo social y hasta en el campo de lo religioso tenga en cada instante la presión y la velocidad acomodadas a las circunstancias y a las posibilidades, sin que el termómetro de las ambiciones y aspiraciones ideales deje de marcar en momento alguno la temperatura máxima.

Esta conjunción de lo ideal con lo real y posible es lo que define una política bien orientada, con horizontes cada vez más anchos y abiertos en los propósitos y con una obra de Gobierno regida por el signo de la estabilidad, de la continuidad, de la eficacia y del progreso del bien común nacional.

Para que nadie pueda arrebatarnos los frutos de esta continuidad eficaz, una base fué, es y será siempre imprescindible: la unidad; unidad nacional, unidad religiosa, unidad social y unidad política; la unidad sentida, defendida y practicada; no simplemente proclamada como supuesto táctico desde el que operar impunemente al margen o contra aquellos postulados sobre los que justamente descansa esa unidad y que para todos fueron ya definitivamente establecidos en la Ley fundamental de los principios del Movimiento Nacional.

Esos principios han de ser aceptados en su integridad, forman un todo orgánico; ninguno de ellos tiene un carácter de provisionalidad. Nadie puede atribuir a alguno una vigencia transitoria ni puede limitar su extensión y alcance de acuerdo con interesados deseos y criterios puramente personales. En virtud de esa Ley fundamental, el Movimiento tiene el rango adecuado dentro de nuestro esquema institucional y sus principios son permanentes, inalterables y de aceptación obligatoria para gobernantes y gobernados en el presente y para el futuro.

Bien demostrada está su trascendente virtualidad a lo largo de veintidós años, en los que nada nos fué concedido gratuitamente, salvo la ayuda y la asistencia del Todopoderoso; como está comprobado que únicamente es fértil en resultados positivos y duraderos aquella legislación que nace decantada por la experiencia, vitalmente, como producto de hábitos y modo de pensar, querer y obra que le sirven de raíz moral en el ser y la conciencia del país.

Antes que la reforma de las leyes está la reforma de las ideas y las costumbres. Por eso nosotros no hemos procedido con el simplismo de quienes estiman que todo queda resuelto desde el momento que unos esquemas, elaborados en el ambiente aséptico y frío de un gabinete, son traducidos a prosa legal de acuerdo con las normas de la técnica jurídica.

La legislación, expresión siempre de una concepción política, cae bajo los mismos imperativos que ésta, y para gobernar con el menor número de errores posibles, hay que auscultar diariamente la vibración de la realidad humana, interpretar con ojo clínico los síntomas que presenta el complejo social, al que tenemos que servir legítima y acertadamente.

El fin del sistema político y de la obra de Gobierno en su más alta «acepción» es procurar la estabilidad, la continuidad y el perfeccionamiento del fluir de la vida política y en la atención a las necesidades colectivas. Esta empresa requería fundar, iniciar y crear una nueva tradición de continuidad histórica, que es cuestión no de formulaciones solemnes y verbales, sino cosa de hecho, construida materialmente por el concurso de todos y como fruto del Gobierno, tratamiento y conformación de las fuerzas políticas verdaderas.

Y bajo esta orientación hemos ordenado nuestros pasos durante todos estos años, bien convencidos de que es pura ilusión engañosa el pensamiento de que una misión constituyente puede cumplirse solamente elaborando una Constitución. Una misión constituyente requiere instaurar una tradición de continuidad, que al romperse haga que se sienta la necesidad de ella, y en esa empresa de instaurar la tradición de continuidad política, la Ley o Leyes fundamentales no pasan de ser un medio entre otros y en manera alguna el medio exclusivo y en sí mismo suficiente.

Yo estimo que muchos españoles no han valorado suficientemente nuestra Ley de Sucesión, la institución del Consejo del Reino y el papel llamado a desempeñar no sólo con su superior consejo en materia de la exclusiva competencia personal del Jefe del Estado, sino en las resoluciones de las crisis naturales por las que los pueblos forzosamente, más tarde o más temprano, suelen pasar. Cuando esta institución existe y sus miembros gozan de prestigio y autoridad, la línea de menor resistencia es el aceptar las resoluciones de lo que está previa, legal y sabiamente instituido.

La institución, que España refrendó en casi unánime plebiscito, está constituida por lo más alto y representativo de la Nación; por personas que han alcanzado en su servicio los puestos más elevados o están más caracterizados en la vida pública. Los brazos seculares se encuentran representados en ella por sus supremas jerarquías. La justicia, por sus elevadas Magistraturas; la cultura y las profesiones liberales, por la representación de las Universidades y los Colegios profesionales, y el pueblo, a través de la representación de Municipios y Sindicatos. Si a eso unimos la guardia fiel que las Instituciones armadas y fuerzas de orden público mantienen en defensa del Régimen legalmente constituído, se apreciará mejor cómo nuestro sistema se ve adornado de las máximas garantías que saben en el orden terrenal. Era un vacío que había que llenar, que no sólo se echó de menos en las grandes crisis contemporáneas de otras naciones, sino que se acusó con mayor gravedad en nuestra Nación al correr de los dos siglos últimos.

Lejos de nosotros la soberbia pretensión de alcanzar fórmulas y soluciones perfectas que excluyan la sucesiva revisión y ajuste de lo accidental. Hemos considerado que también ahí se escondía una peligrosa fuente de error en la pretensión misma y que, bien al contrario, era condición necesaria de acierto en la obra de edificación institucional y política contar siempre con las correcciones que la experiencia vaya aconsejando. Porque es preciso insistir en ello incansablemente: la estabilidad y la continuidad política no podrán ser nunca el rendimiento de un aparato legal y orgánico externo que se superponga al ser de la comunidad nacional, sino una conquista diaria y una meta permanente de esa comunidad en plena posesión de las conveniencias políticas objetivas.

Nuestra obra, pues, no ha seguido los caminos trillados y habituales en la materia. Ello ha servido para que se intentara explotar la ingenuidad de las gentes, tratando de reducir el Régimen a una situación excepcional y necesariamente transitoria de poder. Mas nadie, honesta y profundamente interesado en estas cuestiones, podía verse inducido a error ante la elocuencia de los hechos y de los acontecimientos que han tenido lugar en cada etapa. Para dotar a nuestra Patria de los instrumentos propios de su vida política, que se destruyeron en más de cien años de vacilaciones y tanteos contradictorios, hemos asumido la tarea de establecer de hecho una tradición de continuidad histórica viva y esperamos cumplirla con la ayuda de Dios. A esta tarea hemos entregado nuestras energías, y en su realización y servicio esperamos emplear los años que Dios nos conceda de vida.

La política ha de ser entendida no como poder, sino como servicio, como misión, y ha de ser realizada y servida con entereza, sencillez y humildad. Quien gobierna ha de saber renunciar a la vanidad y ha de conducir el navío del bien común a buen puerto, buscando y preparando la adhesión y el asentimiento, aunque para ello tenga que frenar y tomar en determinadas coyunturas rumbos distintos a aquellos que, por falta de datos o desorientación, pudieran considerar algunos como más convenientes. Es más cómodo situarse a favor de los instintos, como es sumamente fácil el gesto teatral de cara a la galería. Pero la política no es el carro de la farándula, la política no es teatro, sino la acción prudente sobre la compleja realidad de un pueblo con sus virtudes y sus pasiones. Siempre hemos confiado en la rectitud insobornable del hombre español, en la nobleza con que termina respondiendo ante la presencia de lo auténtico, en la sinceridad y gallardía con que reconoce la pureza de intención y los aciertos. Nunca se vió fallida esta confianza. De vosotros hemos recibido el aliento necesario para llevar adelante la obra de recuperación y puesta a punto de todas las energías nacionales, antes aplastadas, malversadas y esterilizadas por los viejos sistemas políticos. Los tiempos no han sido risueños y las tareas fáciles. Podríamos sin injusticia calificarlos de duros, pues aunque la vida de la Nación haya transcurrido con las mínimas molestias, los problemas que vienen presentándose a sus Gobiernos no han sido nada corrientes.

Apoyados en nuestra unidad hemos sido capaces de ofrecer al mundo el ejemplo de un pueblo que convirtió las adversidades en estimulantes de su virilidad; la carencia de medios materiales, en reactivo de su economía; el asedio y el injusto aislamiento, en fuerza creadora de cohesión espiritual; la enemistad internacional en la oportunidad para recobrar el puesto que nos corresponde; la «depauperación» producida por una guerra, en el punto de arranque para la conquista de un más alto nivel espiritual, cultural y económico; la coyuntura de unas engañosas circunstancias internacionales, para demostrar una claridad de juicio, un sentido de la justicia, un espíritu de independencia y un sincero amor a la paz, sin perjuicio de mantener unas reivindicaciones históricas españolas absolutamente justas y moralmente importantes.

El mundo occidental y cristiano no ha saldado aún su deuda con un pueblo que supo ofrecerle tan fuerte y trascendente partida de valores espirituales y morales. Si Europa puede un día recobrar su integridad, su alma y su misión, a la Cruzada española se lo deberá en primer lugar.

Conviene recordarlo de vez en cuando para que nadie entre nosotros olvide sobre qué base y cimientos descansa el orden, la paz y el progreso, que, si no tuvimos la fortuna de heredar, hemos ganado y transmitiremos cuando Dios nos llame, como el patrimonio más valioso, a las generaciones que han de sucedernos. A la generación actual le corresponde aún y durante muchos años todavía administrarlo con honradez, defenderlo sin debilidades, que serían suicidas, y acrecentarlo haciendo rendir el ciento por uno a las realidades espléndidas y amplísimas posibilidades que aún tenemos entre las manos como fruto del sacrificio, de la inteligencia, de los titánicos esfuerzos de unas promociones españolas heroicas, ejemplares y fieles a sí mismas y a su hora.

Recordad la situación de la que hubimos de partir y que puso en marcha las ansias renovadoras del Movimiento: España se moría desintegrada por sus luchas intestinas. Sus partes estaban en trance de disgregación. La anarquía, estimulada desde el Poder, se señoreaba del país progresivamente. El comunismo acechaba su presa. El eje Moscú-Madrid,. apuntando a Hispanoamérica, no constituía una invención, pues estaba perfectamente definido en las actas del Congreso de la Komintern de 1.935.

La creación en este mismo Congreso de la táctica de los Frentes Populares de alianza con los más afines para más tarde desbordarlos; de filtración en las organizaciones obreras para parasitarlas, tuvo en nuestra Nación una realidad inmediata. El primer Frente Popular se constituyó en España en el mes de diciembre de aquel mismo año. En febrero, la desunión de las otras fuerzas políticas facilitó el triunfo del Frente Popular. La suerte estaba echada. El camino para la subversión comunista se ofrecía franco. La organización de las Milicias populares se encontraba al orden del día; la provocación por los partidos en el Poder de alteraciones del orden público, buscaba la intervención de las fuerzas de seguridad para explotar la reacción creando el clima favorable para su disolución. El licenciamiento de gran parte de los efectivos militares perseguía debilitar toda resistencia.

Las informaciones que desde la propia Dirección de Seguridad recibían las autoridades militares superiores acusaban la proximidad del golpe comunista. Se les prevenía contra el proyecto de eliminación de sus jefes y oficiales al salir de los domicilios para incorporarse a los cuarteles e incluso en muchas ciudades en las puertas de sus domicilios se descubrían señales y marcas misteriosas. La supresión de las principales y posibles cabezas de la contrarrevolución estaba decretada. Muy pronto, Calvo Sotelo, jefe de la oposición parlamentaria, había de encabezar el número de las víctimas. Su asesinato, premeditado por las fuerzas de orden público del Gobierno del Frente Popular, señaló el comienzo de la revolución.

Que no eran comunistas todos los que integraron el Frente Popular es cosa cierta, pero que su acción fué eminentemente comunista y servía a Moscú, nadie puede dudarlo. Los hechos siguientes lo demuestran:

La revolución del año 1934 en Asturias fué ya dirigida por agentes de Moscú; en ella se asesinó, se asaltaron Bancos y se llevaron los millones robados al extranjero. El Gobierno del Frente Popular amnistió esos crímenes y los millones robados no se devolvieron.

Desencadenada la revolución roja en 1936, vino a España a dirigir los acontecimientos el embajador ruso Rosemberg, no obstante no haber tenido España hasta entonces relaciones oficiales con los soviets. Desde los primeros momentos se establecieron en las poblaciones checas tipo ruso, Tribunales populares, y en el Ejército, comisarios políticos comunistas, mientras el retrato de Stalin llenaba las fachadas de los grandes edificios. El comunismo internacional introdujo por la frontera pirenaica, desde los primeros momentos, una cifra de dos mil voluntarios diarios, con los que se constituyeron las Brigadas Internacionales. Muchos de los jefes comunistas de los Estados satélites soviéticos y jefazos del comunismo en Francia figuraron en España al frente de las Brigadas comunistas internacionales. El Gobierno rojo entregó a Rusia en depósito todo el oro de la Nación. A Rusia se llevaron por los Gobiernos rojos millares de niños para sovietizarlos. No creo que pueda existir una mayor política de sumisión a Moscú que la que aquellos Gobiernos practicaron.

El mundo no aprovechó la lección debidamente, pues pronto la historia habría de repetirse, y son muchos todavía los que aún creen posible el servirse del comunismo o aliarse con él para alcanzar sus fines. Y es ya realidad histórica que es del comunismo, como elemento más fuerte, del que acaban siendo juguetes.

Nosotros hubiéramos deseado que en estos días de paz del Señor, cuando se conmemora el Nacimiento de nuestro Redentor en su humilde cuna de Belén, no tuviéramos que recordar estos hechos y se hubieran reintegrado a la unidad de los españoles todos los que hemos tenido la suerte y el honor de haber nacido en esta tierra bendita de nuestra Patria; pero el genio del mal no reposa y encarna en esos desdichados policastros exilados que, a través de las logias y de las internacionales, no descansan pretendiendo tergiversar los hechos y mantener un clima de difamación contra nuestra Patria. España
puede perdonar, pero no olvidar.

La realidad es que se había venido abajo el edificio entero de los instrumentos de la vida política nacional. En más de un siglo de ensayos y experiencias fracasados se habían agotado las fórmulas alternativas del sistema político con vigencia en el mundo; y si resultaba imposible el mero trasplante a nuestro momento de los usos y soluciones de la tradición antigua de España, porque la tradición no es mera copia ni pétrea inmovilidad, el fracaso experimental reiterado descartaba las soluciones de constitucionalismo habituales a partir del siglo XIX.

Nació el Régimen español no como sustitutivo conveniente de otro régimen torpe, incapaz o inadaptado a la personalidad histórica de España y a sus necesidades. En 1936 había quebrado la legalidad republicana al convertirse el mismo Poder en promotor y protagonista de la más radical subversión de los derechos de la persona y de la sociedad. Al ordenar el Gobierno a la Policía del Estado el asesinato del jefe de la oposición parlamentaria y entregarse a los designios de Moscú, dejaban de existir los últimos restos del que se decía Estado de derecho. En consecuencia, las fuerzas armadas de la Nación, conscientes de sus deberes para con la Patria y en cumplimiento de lo que prescriben sus leyes constitutivas, con el respaldo entusiasta del pueblo sano, alzado en armas para defender su existencia, su historia y su soberanía, eligen y nombran un Caudillo y abren una etapa creadora, instauradora, fundacional.

Lo que con el Movimiento y la Cruzada surge no es la pasarela ni el puente, que tendido sobre el turbio caudal de unos años de miseria, traición y terror, restaura y restablece la unión entre dos orillas, sino una concepción política y una estructura estatal que por ser legítimas de origen y por estar insertas biológicamente en las entrañas de la tradición y ser conformes con los imperativos de nuestro tiempo, cristaliza desde el primer instante en un sistema políticosocial de derecho, españolamente original, superador, sin lastres ni taras, con un sentido de la continuidad histórica y una sincronización vital con las exigencias de justicia y transformación social que caracterizan y especifican a la etapa actual del mundo.

Es un hecho palmario que el Régimen fundado en la Cruzada responde a estas urgencias del tiempo y es solución eficaz de los problemas de toda índole -incluidos los institucionales y de organización política- que por la frivolidad, la imprevisión, el abandono, la torpeza, la ceguera de quienes durante más de un siglo vinieron desempeñando funciones rectoras, pesaban como una losa sobre los hombros, la frente y el corazón de los españoles de nuestra generación. Y si a origen y títulos de tan nobilísima naturaleza se añade un sistema ortodoxo de ideas y de valores, que ha fructificado en realidades sociales, no cabe sino la aceptación y el reconocimiento de su terminante legitimidad. Cualquier otra actitud de apatía o rebeldía sabemos muy bien a qué responde y obedece. Obedece y responde, en unos, a egoísmos personales y a debilidad mental: enfermos de bienestar, les hace daño el clima saludable de una comunidad que a paso de carga recupera el tiempo que sus dirigentes de otras épocas tan lamentablemente le obligaron a malgastar. En otros pocos refleja el morboso espíritu de tertulias decadentes, residuos de viejos modos políticos. En algunos descubre un impaciente apresuramiento que pone de manifiesto la inconsistencia de su adhesión a los principios del Movimiento Nacional, ya que buscan por cualquier medio que la ruleta se detenga sobre el número al que apostaron, tenga o no el asentimiento de la Nación.

En su pasión y egolatría desconocen, los que de tal forma se producen, la transformación que el Movimiento ha impreso en toda la vida española, el despertar cívico del pueblo, especialmente en los grandes sectores de las provincias que un día no contaban; que toda España ha despertado a una ilusión y a una vida nueva llena de fe y de esperanzas, que ya no se conforma con el triste vegetar. Han comprendido la virtualidad del Régimen y de sus doctrinas, palpan ya la mejora y a él se entregan con entusiasmo. Saben lo que vale la unidad, la autoridad y el orden y ven cómo en años se rectifican los abandonos de siglos. Los hechos son en sí tan elocuentes que malamente lo pasarían los que un día intentasen oponerse a este movimiento arrollador. España entera se movilizaría contra los locos que tal cosa pretendiesen. El Régimen está firmemente enraizado y su contraste con lo que le precedió no puede estar más claro.

Durante cuatro lustros la madurez, el juicio y la fortaleza del cuerpo social han tolerado sin ninguna alteración estimable en su temperatura política y moral a estos bien localizados y reducidos núcleos de seres anacrónicos e inadaptados, sin peso específico, que progresivamente la guadaña de la muerte va segando sus vidas y que acabarán por desaparecer.

El pueblo español, dueño de la seguridad interior más fecunda que ha conocido en más de doscientos años, empeñado en empresas de alto vuelo y largo plazo, esenciales para su bienestar, continúa su marcha con la satisfacción de haber superado las etapas más penosas y arduas, sin descomponer siquiera el gesto ante quienes, de espaldas a sus verdaderos problemas y necesidades, pretenden provocar artificialmente oposiciones y situaciones, que por haber sido previstas, analizadas y reguladas oportunamente, tienen señalados su tratamiento y plazo en la legislación vigente.

Dentro de la amplitud de las ordenadas doctrinales del Movimiento caben, sin discriminación de procedencia o estamento, todos los españoles que por sus actividades en el ambiente privado, familiar y profesional responden con generosidad a la llamada del sacrificio diario por la Patria; pero hay que hacer una discriminación entre el Movimiento Nacional, que comprende a todos los españoles, y el servicio de este Movimiento, que requiriendo una actividad política, como en todos los países, es tarea de minorías, pues no todos aman al servicio político cuando éste entraña sacrificios. Los principios todos del Movimiento han de ser aceptados y de modo especial han de servir de norma y norte a quienes asumen función de servicio. Pero no por ello sería aconsejable concebirlo sin una configuración orgánica y una disciplina efectiva entre sus miembros, que han de guardar no sólo fidelidad a la doctrina, sino también lealtad a la organización y a sus jerarquías. Porque no se trata sólo de una manera de pensar, de una mera coincidencia en la aceptación de unos postulados comunes mínimos, sino de una manera de ser y de participar en las tareas de una institución política con capacidad para obligar a los que en ella se integran voluntarios como cuadros más particularmente activos.

Este alistamiento no supone tampoco ni puede suponer el usufructo de derechos especiales, ni mucho menos privilegios, sino el de ser los primeros en la entrega al servicio diario, tenaz y riguroso a esa comunión de ideales que deben de informar y conformar toda la vida nacional. Su cometido, entre otros, es mantener vivas y actuantes las virtudes de la época heroica, para aplicarlas a los problemas reales y concretos que cada hora nos presenta, aprovechando siempre al máximo cuantas posibilidades licitas se nos ofrezcan o seamos capaces de provocar.

Un Movimiento no puede estancarse ni detenerse, ha de estar en periódica renovación. Una política nacional que merezca este nombre necesita mirar al futuro, señalarse metas ambiciosas y movilizar los medios todos para alcanzarlas. Un Movimiento ha de pugnar y esforzarse sin descanso porque se realicen, hasta el extremo límite que las circunstancias y los medios disponibles prudentemente permitan, cuantas aspiraciones están contenidas en su entendimiento del bien y el perfeccionamiento de la persona y de la sociedad. Aquí radica, en última instancia, la diferencia sustancial entre partido y Movimiento, entre la adscripción a un programa y la fe operante ordenada a un quehacer nacional, entre una etiqueta política y un modo de ser y de actuar.

Este modo de ser ha penetrado en todas las capas sociales mucho más profundamente de lo que algunos creen. Hasta algunos de los pequeños e inconscientes grupos de detractores, que desde el extranjero vienen hostilizando durante cuatro lustros a nuestro Régimen, se ven forzados, mal que les pese, a moverse en su lenguaje y sus teorías dentro de la órbita de nuestro ideario, dándose frecuentemente el caso de que llegan a poner en circulación como descubrimiento y novedades lo que ya hace tiempo es una realidad palpable y hasta consustancial con el Régimen. En comparación con los años anteriores a 1936, puede y debe hablarse de un nuevo tipo de hombre español. Conquistado esto, estad seguros de que hemos remontado la cota más difícil, de que ha sido alcanzada la posición clave y se han asentado las bases más firmes para la continuidad política.

El fin de este año de 1958 nos encuentra invariables y constantes en el gran empeño de transformación y mejora de las bases materiales de desenvolvimiento de nuestro pueblo. La conveniencia y la necesidad de promover nuestras fuentes de riqueza, de fortalecer las ya existentes y de multiplicar las posibilidades de trabajo fructífero para los españoles, han estado presentes sin interrupción en nuestro ánimo a lo largo de todos estos años y sin dejar que la obra se viera afectada por elemento alguno de perturbación e inquietud. Industrializar, regar los campos, embalsar las aguas, repoblar los montes y capacitar mejor a las nuevas generaciones, con una enseñanza profesional cada vez mejor y más difundida, son metas obligadas de la más legítima ambición nacional.

En este camino llevamos cubiertas grandes etapas, que eran acaso las mas ásperas y llenas de dificultades. Nuestra España ya no es hoy un país de espaldas a los progresos de industrialización y de aprovechamiento técnico intensivo. Tenemos puesto el pie en la otra orilla, en la de expansión industrial y de la difusión tecnológica, la del horizonte abierto a los grandes planes de desarrollo económico con eficacia simultánea sobre los múltiples aspectos y factores de la vida nacional y para los cuales nuestro equipo material empieza a estar a punto.

Lo más problemático y erizado de dificultades era cuanto hemos cumplido ya en las etapas pasadas, cuando el mundo ardía en el conflicto más destructivo y sangriento de todos los siglos y carecíamos en medida gravísima de recursos y de antecedentes. Si volvemos la mirada atrás, tenemos sobrados motivos de amplísima satisfacción y elementos de juicio para tener confianza y seguridad en las tareas presentes y futuras.

Una vez más yo pongo ante vosotros esa gran empresa en que estamos empeñados, de la más amplia y profunda transformación de nuestra estructura económica. Es una tarea a la que se deben ineludiblemente las generaciones actuales y respecto de la cual no caben dudas, vacilaciones ni distingos. Quien no tenga sensibilidad para, un imperativo nacional de esta magnitud y naturaleza, por sí mismo se descalifica y se coloca fuera de todo título a la consideración y al respeto. Debemos y podemos aspirar para nosotros al nivel de vida de los pueblos más adelantados, llenando los vacíos y ganando las condiciones necesarias de ello con mano vigorosa y resuelta.

Si hemos de establecer esa tradición de continuidad histórica viva de que os hablaba, no es menos necesario que el repertorio de las leyes oportunas, una experiencia ejemplar de eficacia del Estado, capaz de hacer olvidar la antigua y arraigada decepción que agostaba los mejores espíritus, haciéndolos huir de la actividad pública. Por eso sentimos traspasada nuestra obra cotidiana de una alta proyección y significación, que se acentúa cuando se trata de esa tarea magna de restañar heridas seculares y de modificar las condiciones adversas de nuestra geografía, en el sentido de robustecimiento de la base material de sustentación y acción de nuestro pueblo.

Nuestra trayectoria en el área de la política interior es clara, está firmemente establecida y viene respaldada por los antecedentes y premisas de todos estos años. Durante el que ahora termina hemos mantenido la línea esencial permanente a la que venimos sirviendo. En el que ahora empieza hemos de renovar el esfuerzo para cubrir y aun desbordar los objetivos accesibles en su marco, para realizar y asegurar el progreso económico y social a que aspiramos legítimamente para nuestra Patria.

En cifras bien convincentes por sí mismas expusimos ante las Cortes, al inaugurar la nueva legislatura, cómo los índices que arroja el haber del Régimen en el campo de las realizaciones concretas son de tal volumen que, sin jactancia, se puede afirmar que, dadas las circunstancias, no hubiera podido nadie mejorarlos ni relativa ni absolutamente estimados. Hoy prefiero llamar vuestra atención más particularmente sobre la transformación conseguida en los españoles individual y colectivamente considerados, aspecto este de mayor trascendencia aún que el anterior. Para comprobarla son suficientes estos hechos: el español de hoy se va liberando de su complejo de inferioridad ante los secretos de la investigación científica y de la técnica; percibe con claridad meridiana que las nuevas formas de organización políticosocial hacia las que el mundo camina nada tendrán que ver con los nacionalismos aldeanos o con la lucha de clases, ni con el liberalismo de principios de siglo, y que el sistema del futuro será aquel que logre conjugar los anhelos de justicia social y bienestar que mueven a la sociedad moderna, y lo que en el orden espiritual y nacional ha labrado la personalidad histórica de los distintos pueblos, y valora lo que supone el que hayamos recobrado la independencia de criterio y decisión en el ámbito de las relaciones internacionales, dentro del cual nos movemos sin otras cortapisas que las que determina la presencia y potencia del comunismo internacional.

Una consideración interesa añadir para captar con exactitud esta transformación y madurez del pueblo español en lo moral. Es un hecho que la eficacia y la previsión de los acontecimientos mundiales es lo que ha venido labrando ante el mundo el prestigio del Régimen. Si un día fué el blanco de las campañas más tendenciosas, hoy va conquistando la admiración de unos, el respeto de los más y aun la imitación de algunos. Y es precisamente esa eficacia, esa previsión y ese respeto y admiración los que han determinado un cambio de táctica y de procedimientos en los enemigos, que en sus propios y reiterados fracasos han conocido la inutilidad de sus ataques frontales.

Hay quienes proclaman, no siempre por ingenuidad, que sería saludable abandonar ya el uso de ciertos resortes legales; como si el arte de gobernar no consistiera, también por su misma naturaleza, cuando hay agresión y guerra fría, en mantener bien defendidos los núcleos fundamentales de resistencia y cobertura, que son exactamente los que el adversario aspira a dominar, mientras en otros terrenos se toma e impulsa la plena iniciativa de movimientos y de juego abierto e ilusionado. Resulta incomprensible que algunos desconozcan o subestimen la potencialidad del comunismo internacional y los dispositivos que utiliza para la subversión en aquellas naciones que le abren sus puertas. Por una experiencia que nadie se permitirá negarnos, sabemos qué tesón y perspicacia son necesarios frente a un atacante tan tenaz como implacable; tan sutil en sus métodos de penetración como cínico y amoral en la utilización de sus servidores directos o indirectos; tan fácil e inclinado a cualquier tipo de compromisos, tácitos o expresos, como calculador y frío a la hora de abandonar a sus aliados y explotar la victoria.

A estas alturas, gran parte de los desequilibrios pasajeros que se presentan en el proceso evolutivo de nuestra economía tienen su origen casi siempre en dos fenómenos que hemos de estimar como fundamentalmente deseables y positivos: el creciente aumento de nuestra demografía y la constante elevación de los índices no sólo absolutos, sino relativos del consumo, tanto en lo que a materias y productos de primera necesidad se refiere como de aquellos que no tienen ese carácter de necesidad primaria.

La elevación del nivel de vida de los españoles es una realidad que las cifras proclaman con harta mayor elocuencia que las palabras. Los consumos «per capita» de los principales productos alimenticios han aumentado en la siguiente forma:

De un consumo anual de aceite de 8,21 litros por persona en 1940, se ha pasado a 16,26 litros en 1958; del de carne, 12,82 kilos a 16,54, y de pescado fresco, de 15,24 kilos a 19,89 en el mismo período; en el de leche pasamos de 67,2 litros en 1943 a 86 en 1958; de azúcar el consumo de 6,46 kilos en 1941 pasa a 12,27 en 1958, y el de trigo, que era de 144,9 kilogramos, sólo llega a 155,3 kilogramos en 1958. Y si de los alimentos pasamos a la producción industrial, veremos que el índice medio del año 1958 es el de 234,5 por 100, tomando como base 100 la producción del año 1940.

Como medida puramente episódica de emergencia podría considerarse útil por algunos para cubrir con mayor rapidez otros objetivos, por ejemplo, la normalización o robustecimiento de la balanza de pagos, frenar el alza del consumo; pero como constante política no es rentable, ni deseable, ni progresiva. Y en países como el nuestro, que en comparación con otros de su misma área cultural y geográfica aún ocupan un lugar inferior en cuanto a su nivel de vida, sólo podría aceptarse la reducción del consumo cuando el potencial agrícola y el desarrollo y rendimiento de sus plantas industriales hubiesen alcanzado ya el límite tope de elasticidad. Mas no es este último nuestro caso, y de ahí la dirección en que viene moviéndose la acción del Gobierno para impulsar y facilitar el bienestar para todos mediante la revalorización, transformación e incremento de las fuentes de producción y de riqueza.

Como el punto de arranque era de subconsumo y de un retraso secular y la demanda de bienes a partir de 1939 se produce con ritmo mucho más acelerado que el que muchas veces es posible imprimir a la producción industrial, ganadera y agrícola, representa una tarea agotadora el mantener el equilibrio. Cuando por causas que no está en las manos del hombre evitar o que tienen su origen en la órbita individual o internacional a la que no alcanzan nuestras facultades ordenadoras, se registra momentáneamente el consiguiente desfase, son inevitables sus naturales repercusiones en la economía familiar. No desconoce estas repercusiones el Gobierno, y a aminorar sus defectos acude con todos los recursos que tiene a su alcance. Conllevar solidariamente estos desequilibrios transitorios es la mínima contribución temporal que todos hemos de aportar para mantener la paz y el orden mientras dan su fruto los planes de inversiones y de producción en desarrollo.

Para acortar tiempo en esta navegación importa sobremanera que todos los estamentos y sectores se percaten de que esos niveles que hemos de conseguir hay que ganárselos trabajando y produciendo más, perfeccionando nuestros métodos y productos, racionalizando la organización de las empresas, fomentando el espíritu de equipo, asociando inteligencias, coordinando la investigación y la realización técnica, dando a la juventud, a la universitaria, a la que ha de trabajar en el campo, en la fábrica, en el comercio, en la Banca, en las oficinas o en el taller artesano, la orientación adecuada y una preparación seria, profunda y completa.

Dilatado es el campo que al ímpetu de las generaciones jóvenes se ofrece con sólo apoyar y continuar con sus manos vigorosas los planes en marcha de este gran quehacer nacional. Ya desde ahora han de sentirse movilizadas y comprometidas en la marcha olímpica hacia sus objetivos, que pueden y deben ser conseguidos en pocos años. Hombro con hombro, bisoños y veteranos han de acumular en torno a tan fascinante cometido todos los recursos, todas las disponibilidades privadas y públicas, toda la capacidad de entusiasmo de nuestra Revolución Nacional. Si sólo en unos años, y con todas las dificultades que se acumularon en nuestro camino, la renta nacional ha pasado de 257.426 millones (en pesetas de 1958) que España tenía en el año 1941 a 433.546 millones en 1957, y la renta «per capita» en diez años, de 1948 a 1958, pasa de 9.832,7 pesetas de 1958 a 15.124,7 pesetas, imaginaros lo que podemos lograr de progresivo aumento en los años futuros.

El año que ahora termina ha registrado en el mundo exterior dos acontecimientos que no han podido dejar de afectarnos, cada cual en la medida y en la forma correspondiente. El primero de ellos fué la muerte de Su Santidad Pío XI, que nos ha conmovido como pueblo esencialmente católico. El sentimiento y el dolor, sin embargo, han hallado la compensación posible en la piedad manifestada en el mundo entero con este motivo, que ha revelado la vida, el esplendor y el prestigio de la Iglesia y, sobre todo, con la elección del nuevo Papa en la augusta persona de Juan XXIII, cuya sabiduría, bondad e inimitable sencillez hacen augurar un gloriosísimo Pontificado.

El otro acontecer ha sido el cambio de régimen en Francia, que constituye un acontecimiento de rango universal con dos vertientes: una que mira a la seguridad del Occidente europeo y otra al terreno de las cuestiones más generales del pensamiento político. En cuanto al Occidente se refiere, la situación de la política interior francesa con la expansión comunista venía poniendo en peligro en el corazón del área occidental todo el dispositivo de su defensa. Si una España roja hubiera representado, hace años, la entrega total de Europa al comunismo, la descomposición interna francesa y el peligro de un Frente Popular de dominio comunista hubiera causado a plazo corto análogos efectos. He aquí por qué, sin querernos inmiscuir en lo que es privativo de cada pueblo, hemos de ver con optimismo la revolución que al otro lado del Pirineo se ha producido por acción de su Ejército y respaldo de la gran mayoría de los franceses.

En el aspecto del pensamiento político tiene para nosotros otra dimensión. Precisamente nuestro Movimiento y la Revolución Nacional española han sido objeto de incomprensión y de trato injusto en cuanto se ha propuesto la ordenación de la vida pública de espaldas al parlamentarismo y al juego y las maquinaciones de los partidos políticos. y he aquí que ese cambio de régimen en Francia y, sobre todo, el modo cómo ha podido llevarse a cabo muestran en el país que vió nacer el sistema el grado de desasistimiento y de repulsión que ha podido suscitar.

La crisis del sistema institucional y del modelo de Estado que se construyó en el siglo XIX está iniciada en el mundo desde los años inmediatos a la primera guerra mundial; pero esa crisis alcanzó este año en máximo con el desmoronamiento de la IV República francesa. Con su derrumbamiento no son las formas de vida política libre lo que ha perdido prestigio, pero sí una ideología y una técnica política cuya realización pretendía lograrse a costa de la autoridad mediante ese juego parlamentario, incompatible con las conveniencias más elementales de la vida nacional en cualquier país.

Apenas si será necesario un poco más para que alcance pleno reconocimiento el error de ligar las instituciones de Estado representativo y de vida política libre a una doctrina histórica y filosófica carente de los más elementales títulos de respetabilidad. Nuestro Movimiento ha visto en la pujanza y fuerza expansiva de las organizaciones sindicales en todos los pueblos la prueba y la posibilidad práctica de fundar sobre estas entidades naturales y de vida auténtica y propia un sistema representativo y de libertad política. A medida que aquel error se reconozca en toda su entidad, cambiarán las bases más
generales de pensamiento político y se descubrirán las posibilidades inmensas de las organizaciones naturales para un sistema representativo con todas las ventajas, sin ninguna de las gravísimas deficiencias del viejo sistema.

Toda la filosofía política ha venido girando en torno al problema de asegurar la posibilidad de la insolidaridad del individuo frente a la comunidad y a autoridad, cuando el problema central de la organización y constitución política es el de asegurar las bases y condiciones de cooperación en el desenvolvimiento de la vida pública. Si la libertad de la persona es y ha sido una gran aspiración y un valor político, no es como posibilidad de desenfreno, en la que no puede estar interesado más que el insolidario y el egoísta, sino como garantía del más amplio desarrollo autónomo de todas las cualidades personales y del mejor aprovechamiento de éstas, por vía de cooperación, en el servicio de la comunidad. Interesa el sistema de Estado representativo porque mediante él, a través de la representación pública, tienen oportunidad de ejercicio las vocaciones políticas, resultado de ese ejercicio normal de la cooperación.

En todos los pueblos, los movimientos sindicales no han dejado de crecer desde aquellos primeros tiempos de persecución y proscripción a que los condenaba el liberalismo, y ofrecen una densa trabazón orgánica que encuadra y comprende a la mayor parte de la población. Cuando las instituciones políticas decimonónicas se resquebrajan por todas partes, ¿cómo no pensar en reconocer su personalidad de Derecho público a las instituciones naturales y constituir políticamente la sociedad sobre ellas? Los movimientos sindicales asumen cada día el cuidado por los intereses de una masa de población numerosa y abigarrada. Por esto necesitan cada vez más el acceso a la legislación y a los órganos representativos y colegiados de dirección de la vida pública donde se decide sobre esos intereses. Esa es, en síntesis, la orientación en la que se mueve nuestro Sindicalismo Nacional.

Pesa sobre nosotros y sobre el mundo entero el riesgo y los peligros que amenazan la paz, dando a estos años el dramatismo que los distingue. Y es tal la índole de estos riesgos, que fuera de la normal diligencia para hacerlos frente, sólo cabe atenerse a un riguroso sentido de los más altos deberes morales para arrostrar el porvenir con la conciencia tranquila. En el desarrollo de nuestra actividad hacia el exterior extremamos, por nuestra parte, la prudencia que impone el reconocimiento de esos deberes. Por la marcha histórica inexorable van siendo barridas las condiciones que antaño presidían las relaciones entre los pueblos. Los imperativos de la vida moderna nos atan con nuevos y más fuertes lazos unos pueblos a los otros.

Por nuestra parte hemos comprendido este hecho en toda su importancia, y aun sobreponiéndonos a motivos circunstanciales de queja cuando se han dado, nos hemos dedicado a fortalecer y a servir esos nuevos y superiores motivos de solidaridad. El mundo se ha empequeñecido hasta tal extremo que han hecho acto de presencia en el ámbito de la política exterior y de la diplomacia razones de conveniencia general como las que en el seno de un país impone a cada región o parte integrante la solicitud y el cuidado por los demás, sobrepasando el egoísmo mezquino. Nuevos y mayores patrones de unidad y de organización política han desarticulado las viejas tramas de intereses antagónicos entre pueblos relativamente próximos, lo cual hace cobrar mayor relieve a las vinculaciones espirituales y a las de proximidad histórica y geográfica.

Nunca se han dado en la medida que se dan hoy las condiciones favorables a un eficaz desarrollo de órganos de alumbramiento y ejecución del Derecho internacional, si no existiera, no ya la potencia soviética, cuya existencia no tenía por qué ser en sí misma perturbadora, si se atuviera a las normas de relación honesta entre los pueblos, sino el imperialismo comunista en cuanto factor de subversión moral inadmisible. Mientras el comunismo aparezca unido a esa gran concentración de poder de Rusia, existirá el máximo peligro para la civilización y para la paz.

Nuestra política exterior es política de paz y de concordia que deseamos acentuar, como corresponde con aquellos pueblos a los que nos unen vínculos históricos y geográficos permanentes. Vivimos atentos a todos los problemas y acontecimientos que surgen en el área geográfica en que estamos más interesados, y ofrecemos nuestra colaboración constructiva a su feliz resolución.

Un hecho esencial preside en esta hora todas las inquietudes. Por donde quiera que se extiende la vista nos encontramos con la acción agresiva del comunismo soviético propulsando la subversión del orden, fomentando y aprovechando las disensiones internas, armando y financiando las revoluciones, explotando los sentimientos naturales de emancipación de los pueblos, mientras con descaro y desvergüenza notorios esclaviza y aherroja a ocho naciones europeas en un grado avanzado de civilización, ayer independientes y hoy bajo el yugo férreo de sus Ejércitos. El Occidente no puede permanecer indiferente al cerco que se le tiende, y se hace indispensable intensificar una acertada acción política común, exenta de egoísmo. En este orden no pueden cometerse errores. Existen zonas vitales que Europa por ningún concepto puede abandonar y que necesita asociar a ella por ser con ella solidarias y estar su suerte íntimamente ligada a la suya. La asociación armónica de los mutuos intereses es la seguridad para todos.

Es necesario y urgente que en esas zonas neurálgicas no haga su aparición la ley del más fuerte, pues ésta es una ley que se quiebra con facilidad y con peligros muy graves para todos. El sentido de independencia es en sí una función creadora que tiene sus fines y legítimos campos de acción que objetivamente respalda el mismo Derecho natural; pero se ha de vigilar con suma atención el imperialismo comunista, que desde fuera interesadamente tratará de desvirtuar aquel sentimiento para, aprovechando su generosidad y su energía, llevar las aguas a su molino, un molino en el que triturará indefectiblemente aquella misma independencia. Nada tiene España que disimular ni de qué arrepentirse en su vieja y moderna historia, pero sí es un pueblo experimentado que conoce hasta qué punto puede ser explosiva una equivocación en este asunto.

Si entre los factores que han de cooperar a esa conquista de la paz ocupan un importante lugar los Ejércitos de los pueblos libres, disponiendo de la potencia y modernidad suficientes para que el imperialismo soviético no dude de que la réplica a su posible asalto sobre Occidente supondría necesariamente su aniquilación, hay otro que yo considero trascendente en esta batalla, que es el de la unidad política y fortaleza interna. La guerra abierta podrá, sin duda, retrasarse e incluso evitarse con la certeza de una mutua destrucción; pero la guerra actual, la guerra fría, la que está minando y prepara la subversión interna como precedente obligado de la otra, sólo se evita si reconociendo su valor vital se evita por todos los medios, como en caso de guerra, que aquella unidad y fortaleza sean menoscabadas.

En esto no podemos engañarnos. La guerra caliente será una consecuencia de la guerra fría que la precede, y en ésta se enfrentan dos organizaciones, una con unidad, fortaleza y disciplina en sus partes y en su conjunto, y sería una locura el enfrentarla; otra, desunida en el todo y en sus partes. He aquí la trascendencia en este orden de una buena política.

No está España, extremo y decisivo bastión en Europa de la civilización cristiana, libre de la obligación de estar preparada para la defensa de los derechos de Dios y de la recta y justa libertad del hombre y de la sociedad. Por eso a las virtudes de las que siempre fueron alta escuela nuestras Fuerzas Armadas, procuraremos sumar la modernización de sus medios, la formación más depurada en todos los órdenes de sus cuadros y la fortaleza económica, social y espiritual de la Nación.

A la sombra tutelar de las banderas victoriosas en la Cruzada, con fidelidad inquebrantable a los Caídos, defenderemos esta paz que disfrutamos, y estad seguros que mientras el Señor nos conceda vida, la seguiremos empleando en el servicio de Dios y en la grandeza de la Patria.

¡Que el Cielo siga dispensándonos la asistencia que ha prodigado a nuestra Patria, para que podamos entregar a las generaciones venideras una España Unida, Grande y Libre!

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1959

Españoles:

Si cuando vamos a comenzar un nuevo año nos sentimos inclinados a echar una mirada de examen y ponderación a las cuestiones privadas, acaecidas durante el año que muere, y ponemos nuestra esperanza en el que comienza, con mayor motivo conviene hacerlo con los asuntos públicos, donde el interés de cada uno enlazado con el de los demás constituye el gran cuerpo de los intereses nacionales solidarios, del que en gran parte depende nuestro futuro bienestar.

Esto justifica el que en estos días me acerque a la intimidad de vuestros hogares para haceros llegar, con mis mejores votos por el año que empieza, mi fe y mi seguridad en el futuro, haciéndoos a su vez partícipes de las razones que justifican nuestra marcha política y nuestras acciones de buen gobierno.

Es indudable que en el proceso histórico de nuestro tiempo el progreso de nuestra Nación no puede medirse por el breve espacio que representa el transcurso de un año, que sólo constituye un modestísimo eslabón de la gran cadena que une el pasado con el futuro; sin embargo, a veinte años de distancia del término de nuestra guerra de Liberación, se examina nuestra obra con la perspectiva que le da el tiempo; aunque al distanciarnos del pasado se vaya perdiendo la verdadera visión de sus contornos, y los que no hayan vivido o sufrido aquellos años no pueden darse verdadera cuenta de la realidad de que partimos; lo que nos obliga a tener que recordar, aunque sea someramente, los puntos más salientes que caracterizaron a la política española en los tiempos que nos precedieron y cuyo saldo adverso puede medirse por las desgracias que bajo su signo sufrió nuestra Nación.

Fueron sus características más destacadas: la inestabilidad política, el fomento de la lucha de clases, un ambiente permanente revolucionario con menoscabo de la autoridad, el terrorismo en determinadas regiones, la decadencia espiritual y el atraso cultural de grandes sectores, el bajo nivel de vida y las enormes desigualdades sociales, el fomento libre de los separatismos y el estancamiento de nuestro progreso económico. La República acrecentó y multiplicó todos estos males, agravándose la desintegración nacional con el pacto con los separatismos. La libertad de las conciencias con leyes perseguidoras de la religión y de la Iglesia; la defensa nacional, con la debilitación de las instituciones castrenses; el orden, con el quebranto del principio de autoridad; el trabajo, con la paralización económica, y los fundamentos de nuestra civilización occidental con el deslizamiento rápido hacia el comunismo.

En menos de treinta años sufrimos siete movimientos revolucionarios: el de 1909 en Cataluña, con su Semana Sangrienta. En 1917 en toda España, con la huelga general revolucionaria. El advenimiento de la Dictadura en 1923, que puso un paréntesis de paz y orden, con una revolución constructiva deshecha por la intriga de los partidos, que en 1931 nos trajo la implantación de la República. En 1932 tuvo lugar el movimiento frustrado del 10 de agosto, y dos años después, en 1934, la revolución comunista y separatista de Asturias y Cataluña. Y en 1936, por fin, el Movimiento Nacional, con el que se puso término al anterior desenfreno.

Si examinamos las causas que caracterizaron aquella época y que nos condujeron a la triste y desastrosa situación de que partimos, y el que una nación que a través de la Historia había asombrado al mundo con sus realizaciones, hubiese caído tan bajo, las encontramos centradas en el sistema político que nos presidía y bajo el cual habían tenido lugar la mayoría de las desgracias de nuestra Patria. El hecho real es que bajo la falsa apariencia de la libertad se iba desmembrando y encadenando a la miseria a nuestra Patria. Que ni siquiera en el orden formal se cumplían los principios básicos de la democracia inorgánica promulgada, pues se vivía, especialmente en las últimas décadas, bajo leyes de excepción, con las garantías constitucionales suspendidas, legislándose por decreto a espaldas del Parlamento. ¡Una gran ficción de catastróficos resultados!

Si fueron tantos los sacrificios que nuestra Nación necesitó en nuestra Cruzada para que la Patria se salvase, no podía abandonársela de nuevo a aquellos viejos sistemas que la venían aniquilando. Y ningún camino más fácil ni más recto, para este primero y básico objetivo, que la desaparición del anárquico sistema liberal, cuya consecuencia insoslayable e inevitable es la atomización del cuerpo social y su sustitución por un sistema de organización político-social basado y estructurado sobre las unidades o entidades naturales de convivencia.

No son las entidades nacionales fragmentadas, atomizadas, artificialmente montadas y en el fondo disgregadas, las que pueden unirse en una superior y más alta unidad. Los partidos políticos son entre sí dispares, beligerantes frente a lo común, mientras que la Familia, el Municipio y los Sindicatos, dentro de las modalidades propias de cada pueblo, tienen denominadores comunes; sus fines naturales siempre y en todas partes son los mismos.

Ved cómo el sentido de autenticidad, de adivinación y de actualidad de nuestro Movimiento, no sólo representa la solución satisfactoria de la problemática española, sino que puede constituir una anticipación de utilidad incalculable en función de metas más trascendentes. No somos nosotros los que nos movemos por un afán de singularidad fuera de órbita, ni mucho menos los que marchamos contra la corriente natural del proceso político moderno.

Si algo pueden reprocharnos es que hemos cargado, como en tantas ocasiones, con el riesgo y la ventura de los adelantados al servicio de principios, normas de vida e ideales constructivos de un orden nuevo. No se trata, como se ha pretendido difundir desde fuera, de posiciones personales sin base en las infraestructuras culturales, políticas y psicológicas de esta etapa del mundo, sino de todo lo contrario.

Hemos buscado precisamente los basamentos sobre los que se levantan los pilares del orden y de la civilización específicamente europea-cristiana, hoy ahogados por los artificiosos y antinaturales convencionalismos políticos del sistema liberal, a todas luces ineficaces y absolutamente rebasados.

De ahí la actitud revisionista que cada día se acentúa más aún en el seno de aquellos países y de aquellas mismas fuerzas y organizaciones políticas y sociales que aún se confiesan retóricamente mantenedoras de los procedimientos y principios liberales.

Cada día se acusa con mayor claridad en el mundo la ineficacia y el contrasentido de la democracia inorgánica formalista, que engendra en sus mismas entrañas una permanente guerra fría dentro del propio país; que divide y enfrenta a los ciudadanos de una misma comunidad; que inevitablemente alimenta los gérmenes que más tarde o más temprano desencadenan la lucha de clases; que escinde la unidad nacional al disgregar en facciones beligerantes unas partes de la Nación contra las otras; que mecánica y fatalmente provocan con ritmo periódico la colisión entre las organizaciones que se dicen cauces y mecanismos de representación pública; que en lugar de constituir un sistema de frenos morales y de auxiliares colaboradores del Gobierno, alimentan la posibilidad de socavar impunemente el principio de autoridad y el orden social.

El progreso del Derecho Político no está en violentar la natural constitución orgánica de la sociedad. sino en habilitar condiciones jurídicas y procedimientos adecuados al desarrollo y proyección activa de los órganos naturales de convivencia en cuantas áreas de la vida española sea conveniente. La participación del pueblo en la gestión «res pública», es además, de un derecho, una obligación al mismo tiempo que una exigencia natural de la sociedad, y bien sabido es que todo derecho natural y toda exigencia de la naturaleza dispone de sus medios naturales para el ejercicio de ese derecho y la satisfacción de esa exigencia.

Concorde con tan claros principios, el Régimen español no sólo ha desarrollado un amplísimo sistema legal y práctico de protección directa e indirecta a la familia, sino que en el cuadro de sus leyes fundamentales, de su derecho constitucional, reconoce, como se decía ya en el Fuero de trabajo, que la familia es célula primaria natural y fundamento de la sociedad. En el Fuero de los Españoles, en su articulo 22, vuelve a declararse que el Estado reconoce a la familia como institución natural y fundamento de la sociedad, con derechos y deberes anteriores y superiores a toda ley humana y positiva. Y en la Ley Fundamental del 17 de mayo de 1958, por la que fueron promulgados los principios del Movimiento Nacional, se dice textualmente: «La participación del pueblo en las tareas legislativas y en las demás funciones de interés general se llevará a cabo a través de la familia, el Municipio y el Sindicato y demás entidades con representación orgánica que a este fin reconozcan las leyes.»

De acuerdo con esta sabia norma de buen gobierno; cubiertas las etapas más urgentes para corregir y evitar los peligros que anteriormente amenazaban a esta institución básica de la familia, cuando se estimó que se habían alcanzado ya las condiciones necesarias, el clima conveniente y el grado de conciencia nacional adecuado para abordar con garantías de éxito el perfeccionamiento de la legislación vigente, se puso en marcha el organismo competente que estudia y prepara no sólo las medidas protectoras de la familia convenientes a su óptimo desarrollo, sino también cuanto se refiere a la incorporación de representantes directos de las asociaciones de cabezas de familia de los distintos órganos de la Administración a nuestro supremo órgano legislativo.

Hay quien no ha valorado aún con la exactitud y profundidad que merece la inmanente vitalidad de nuestra doctrina y la congruencia de su ininterrumpido, progresivo y bien ajustado desarrollo. La más sólida garantía de la continuidad de un sistema radica en el grado de vitalidad y de desarrollo congruentes de sus directrices y líneas maestras. Sin estos factores, todo lo demás quedaría reducido a mera ortopedia constitucional, que el primer contratiempo serio o el primer movimiento pasional convertiría en escombros.

Porque importan, sí, las instituciones, pero vivificadas y amparadas por una política. Y una política es esencialmente una doctrina, un sistema moral, un método, una acción organizada y sin desmayos, unos equipos dirigentes con vocación de servicio, imaginación creadora y sentido realista de la eficacia y el asentimiento de un pueblo que ama y ha permanecido fiel a sus tradiciones, solidario a vida y muerte con su destino y con un fuerte y alentador sentido de la unidad nacional.

Estos son los factores y valores que el Movimiento Nacional y el Régimen vienen robusteciendo y tienen el deber de promover, mantener y salvaguardar. Con ellos, en plena vigencia, el futuro es la prolongación sin soluciones de continuidad del presente. Sin ellos podrían incluso permanecer las leyes, las estructuras institucionales, pero por las arterias del cuerpo nacional no correrá la vida y la savia de la permanencia en el ser y en el obrar, que es lo que salva en definitiva a un pueblo y en lo que radica la auténtica continuidad.

Confundir la continuidad de un Régimen con el correcto funcionamiento de un procedimiento jurídico de sucesión basado en una mecánica electiva o en la herencia, es una grave equivocación. Sólo habrá verdadera continuidad si hay permanencia en el ser y en el obrar, en los objetivos, propósitos y fines fundamentales y cuando estos objetivos, propósitos y fines son servidos ininterrumpidamente con eficacia. Las instituciones y las personas que sucesivamente los encarnen han de estar al servicio de lo que esencialmente definen y especifican y de lo que vitalmente caracteriza al sistema político, al Régimen. Cualquier otro planteamiento desemboca inevitablemente en la falsificación del sistema, y esta falsificación puede conducir, como ya sucedió tantas veces en nuestra propia Historia, a que no exista sino una mera apariencia de dicho sistema político; más aún, a que lo que realmente exista sea otro absolutamente distinto, cuando no el opuesto o contrario, él cual, tarde o temprano, termina por exigir e imponer vitalmente ser reconocido por su propio nombre e irrumpir como tal en la realidad histórica.

Hubiera representado un fraude a los supuestos más claros y terminantes del 18 de Julio y al profundo sentido histórico del Movimiento Nacional, restaurar una falsificación, una apariencia. Por eso nuestra misión en este orden era, no la de restaurar, sino la de instaurar, la de crear, la de fundar, asumiendo la sustancia viva y válida de la tradición y ordenando su instrumentación de acuerdo con las necesidades y con los imperativos de nuestro tiempo.

Por razón de su mismo origen, de sus causas eficientes y finales, el Régimen español desde su nacimiento nada tiene que ver con la Dictadura, ni con cualquier otro tipo de situación o pronunciamiento político de «emergencia». Desde el primer instante no es la «provisionalidad» lo que impulsa, orienta y califica su doctrina, su acción y su concepción. No son unos problemas concretos y transitorios los que se propone resolver, sino el gran problema español en su totalidad y en todas sus dimensiones. No es un determinado y anterior orden político subvertido el que se propone rehabilitar, sino que desde su iniciación es el «orden político»; no es un Estado de hecho que tiene condicionada su licitud y su legitimidad limitada por el tiempo necesario para recuperar la «normalidad» alterada, sino que él es el régimen históricamente normal y legítimo.

Desde el primer instante es plenamente «Estado de derecho», y como tal se asentó sobre la aclamación, el plebiscito, la adhesión, el asentimiento y el consenso del pueblo español. Aquella fundacional decisión del pueblo español sellada con la aclamación y la sangre, aquel asentimiento y consenso unánime, que solamente los insolidarios, los débiles mentales, los tarados de resentimientos turbios, ambiciones no limpias y luchas estériles, pueden pretender desvalorizar, se reitera tanto al ejercitar los derechos ciudadanos como en el Referéndum, y siempre que las circunstancias así lo demandan, en una adhesión unánime, compacta y plebiscitaria.

Y esto en cualquier punto de la geografía española, porque en todos los meridianos de la vida nacional el Régimen está presente con sus obras, con sus realizaciones, con sus inquietudes fecundas, cumpliendo la palabra empeñada ante las generaciones pasadas y presentes.

Pero en este orden existe un hecho de un valor aún muy superior a todo esto. El asentimiento de un país tiene cada día su medida y su grado de temperatura. Este nivel y esta temperatura real se miden con exactitud, no en razón de los ataques y minúsculas críticas de los augures nacionales y extranjeros sin responsabilidades en la marcha del
país, sino en la estimación que del orden, de la paz y del principio de autoridad recuperados por el Régimen tiene la totalidad moral del país.

Aun no se ha extinguido el eco del grandioso ejemplo de unidad y de entusiasta adhesión que acaba de darnos la capital de la Nación con motivo de la visita del Presidente Eisenhower, en el que un millón y medio de españoles expusieron al mundo la solidaridad española en forma elocuente e inequívoca, acusando una fina sensibilidad política francamente admirada por nuestros visitantes. ¡Una nación que así se comporta tiene que ser forzosamente grande! He aquí cómo, bajo el signo de nuestro Movimiento, España se encuentra a sí misma.

El pueblo español conoce, aprecia y sabe lo que esto significa y representa. La realidad es tan elocuente, que únicamente cuenta con posibilidades en nuestra Patria lo que estimule y sirva a esta gran obra de resurgimiento y transformación. Lo que a estas conquistas y a esta gran empresa nacional se oponga no tiene la más mínima viabilidad. Tan clara y tan densa es la conciencia nacional a este respecto, que aún las maniobras más sutiles, las más técnicas y concienzudamente preparadas, las mejor orquestadas por los medios de propaganda, en los que el comunismo internacional y la masonería y sus afines no escatiman recursos, se convierten en derrotas para sus promotores y se derrumban ante la sensibilidad de nuestro pueblo para percibir lo que puede poner en peligro, aunque sea remoto, el fruto de sus esfuerzos, su seguridad interior, su paz social, su bienestar presente y su marcha tranquila, ordenada y ascendente hacia un futuro despejado, hacia un porvenir que está en nosotros mismos, en nuestra firme voluntad de ser y permanecer.

Por lo que afecta a los problemas internos, herencia de un proceso que se extiende en el tiempo durante doscientos años, fueron sometidos a estudio desde el comienzo de nuestra guerra de Liberación y desde entonces fueron previstos en sus líneas esenciales el tratamiento y planes oportunos para su solución, partiendo del principio, para nosotros incuestionable, de que renacimiento espiritual, economía y mejora social son miembros de un mismo trinomio. Todos aquellos planes están en proceso de aplicación, y la mayor parte de sus etapas se han venido cumpliendo, pese a las coyunturas nacionales e internacionales tantas veces adversas, con una regularidad difícilmente igualable.

En el orden de los valores espirituales, no corresponde a nosotros su dirección, pues pertenece a la jurisdicción de nuestra Madre la Iglesia, pero sí la creación del ambiente y de las condiciones que faciliten y hagan posible toda la obra. Los frutos que en este campo de la fe se vienen cosechando no pueden ser más halagüeños: por todos es conocido el renacimiento religioso de nuestro país, la práctica de las doctrinas sociales de nuestros Pontífices, la proliferación de las vocaciones religiosas, la extensión de la práctica de los ejercicios espirituales, la construcción y restauración de templos, la formación religiosa en las escuelas, la moralidad ejemplar de nuestra Prensa. Todo respondiendo a nuestra fe de católicos y al concierto de un Concordato que en su hora Su Santidad calificó como modelo.

Si volvemos la vista a nuestra situación económica y social, de nuestros primeros estudios se desprenden datos de una elocuencia sobrecogedora: en 1898, España registra la amputación de 500.000 kilómetros cuadrados de territorio, al separarse sus últimas provincias ultramarinas, y con ello, la pérdida de un volumen de población, de un capital humano considerable, y de producciones complementarias de las metropolitanas, frutos de la inteligencia y el trabajo de los españoles, y que desde entonces no habían tenido compensación.

Mientras Europa proseguía la tarea de transmutar y transformar su ritmo vital y económico con la revolución industrial, España permanecía dormida, acentuando su desnivel con el resto del continente, tanto en los volúmenes de nuestra producción industrial y agrícola como en cuanto a la variedad, calidad, manufactura y presentación de nuestros productos.

Al correr de todos estos años el aumento de la población y las exigencias de la vida moderna provocan un consumo mayor de los bienes que poseemos y de los nuevos que necesitamos, lo que a su vez fuerza el porcentaje de nuestras importaciones. Este trágico aumento de las importaciones sin la contrapartida proporcionada en las exportaciones engendra el déficit crónico de nuestra balanza de pagos, que en muchos años remontó la cifra de quinientos millones de pesetas oro. Pero paralelamente a este fenómeno de estancamiento de nuestro proceso económico discurre otro de desequilibrio y de desórdenes sociales, que culmina en los años tristes de la República, provocando una retracción en las inversiones de capital, que busca zona de seguridad más allá de las fronteras. La repercusión lógica de este clima y de estos varios factores es la paralización de la industria, la retracción en la agricultura, un millón de obreros en paro y un nivel de vida bajísimo, que afecta a cerca del 70 por 100 de nuestra población. Con ello se fragua la coyuntura y el clima ideales para el asalto a nuestra soberanía, preparado y realizado por el comunismo internacional y ensayado en la revolución de octubre de 1934.

A las secuelas inevitables y connaturales de la guerra de Liberación, prolongadas sistemáticamente por el comunismo, sobre todo a partir de 1938, a conciencia de que la tenía fatalmente perdida, y que en los últimos meses, obedeciendo órdenes concretas de los mandos moscovitas, practicaba en sus derrotas la táctica de tierra quemada, hubo que sumar el expolio de 3.500 millones de nuestras reservas oro y de los tesoros y depósitos de los particulares llevados a cabo por los gerifaltes de la coalición republicano-marxista. Sin reservas oro, sin remanentes de materias primas, con una agricultura aniquilada, sin apero ni ganado y un país en ruina, bloqueado inmediatamente por una conflagración internacional cuando intentábamos poner en marcha nuestros planes de reconstrucción nacional, dificultada por la contienda toda ayuda exterior, el Régimen se enfrentaba con una prueba decisiva. La voluntad de vencer y la virtualidad intrínseca de nuestra doctrina y orden político eran las únicas bazas que teníamos en la mano.

Los más destacados de nuestros enemigos estaban convencidos, y así lo proclamaron públicamente, que nos abandonaban una Patria en ruinas, inviable, de imposible reconstrucción. Hemos de confesar no estaban muy lejos de la realidad. Hoy, sin embargo, cuando la Nación se ha levantado y el resurgimiento de la Patria es incuestionable, pretenden con sus campañas desde el exterior asignar al Régimen los males permanentes que arrastraba nuestra economía. Y aún hay entre nosotros gentes que pasan por estudiosas, pero que no quieren enterarse, que pretenden achacar, silenciando la base de que partimos, a un pretendido proceso dirigido de autarquía, los síntomas y males que nuestra economía presenta. Juicios ligeros y venenosos que, recogidos por el extranjero, alimentan las campañas derrotistas de ciertas revistas profesionales masónicas, que en ello encuentran la base para desfigurar la realidad de nuestra Nación intentando de valorar su crédito.

No está demás que recordemos que los defectos que arrastra nuestra estructura económica no son cosa de hoy, sino que vienen de atrás, de más de medio siglo. ¿Qué otra cosa significó la crisis de la peseta en tiempos de la Dictadura, bajo la dirección económica de nuestro llorado Calvo Sotelo? También entonces nuestros conspicuos, «los iconoclastas», pretendieron culpar a las obras de transformación emprendidas por la Dictadura los males de la Nación. Y así se preparó la caída de la Monarquía y aquel gran parto de la República, que suspendía todas las obras públicas creadoras de riqueza, comenzadas en nuestra Patria, en holocausto a una suicida austeridad en los gastos, que recayó solamente sobre los únicos reproductivos que en nuestros presupuestos figuraban.

Pero volvamos a nuestro caso: la gran mayoría de los españoles desconocían que desposeídos de toda clase de reservas, el simple mantenimiento de la vida de la Nación se hacía imposible de persistir el grave problema básico del desnivel de nuestra balanza de pagos con el exterior. No se trataba ya de nuestra reconstrucción ni de la transformación de nuestra estructura económica, sino simplemente de poder vivir. ¿Cuál era la clave de la solución? En definitiva se trataba de una situación deficitaria de nuestro comercio exterior, crónica, permanente, agravada ciertamente hasta sus últimos límites por una serie de causas absolutamente irreversibles, cuya gravitación sobre nuestra economía no era posible soslayar. Con este inmenso lastre emprendimos nuestra navegación, y la emprendimos dado decididamente la cara a la cuestión primordial, afrontándola en todas sus dimensiones con el propósito insobornable de alcanzar las bases firmes de una solución definitiva y completa. Habíamos de reforzar nuestras exportaciones en la medida de lo posible y reducir las importaciones, produciendo en nuestro suelo aquellas producciones indispensables a niveles por lo menos absolutamente suficientes en cantidad y calidad para una bien cimentada política social; pues no puede olvidarse que no cabe economía austera sin equidad social, como no es posible la estabilidad social sin una economía rectamente organizada y vigorosa.

Que la obra emprendida forzosamente tenía que producir alteraciones en los mercados interiores por los efectos de una superior demanda, era evidente, pero tenía su completa adecuación en la intensificación paralela de las producciones agrícolas y de consumo. Estas alteraciones sólo constituyen las crisis naturales de crecimiento que no se pueden prever con exactitud, pero que en todas las naciones tienen su corrector en las oportunas importaciones.

No deja de ser interesante que la mayoría de las críticas sobre nuestra obra se centrasen en el hecho de la industrialización del país, como si por alcanzar producciones industriales se hubiera abandonado en algún momento el resurgimiento y la extensión de nuestras producciones agrícolas. Esto nos recuerda el pensamiento que al correr de este siglo tenían de nuestra Nación algunos Estados europeos; la pretensión de que España fuese una nación exclusivamente agrícola y un mercado propicio a sus manufacturas. Ni esto era ya posible con nuestro aumento de población, ni lo permitía tampoco la pobreza de nuestro suelo, bajo una dura y muchas veces adversa meteorología. A este respecto conviene destacar que el 58 por 100 de nuestra población venía viviendo de la agricultura. ¡Y cómo vive en nuestros pobres y áridos secanos! La gran mayoría de las naciones, con suelos más fértiles y meteorología harto más favorable, sólo tienen del 16 al 25 por 100 de su población empleada en el campo con rendimientos muy superiores a los nuestros. La redención de nuestra población no estaba en perpetuar esta demografía campesina sobre los suelos inhóspitos.

Por otra parte, nuestros programas de industrialización no se hicieron en ninguno de los aspectos a costa ni con disminución del avance agrícola. Antes al contrario, una grandísima parte de lo que en el orden industrial se produjo lo fué en servicio y provecho de la agricultura. ¿Qué otra cosa representan los pantanos realizados, reguladores de nuestros ríos, la mayoría de los cuales están orientados al regadío de nuestros valles? ¿A quién están dirigidas las grandes fábricas de abonos nitrogenados si no es a satisfacer las crecientes demandas de nuestra agricultura? ¿Cómo hubiera podido realizarse la mecanización de nuestros campos si las industrias del motor no hubiesen acometido la obra fecunda de construcción de tractores y aperos agrícolas? ¿Cómo podrían transformarse nuestras tierras de secano en regadío sin el instrumento del Instituto de Colonización que construyese las acequias, nivelase las tierras y en los descampados levantase nuevos pueblos? y todo esto demandaba cemento, hierro, acero, electricidad y numerosos productos industriales que la producción española no podía satisfacer.

¿Pero es que por acaso ha sido pequeño el aumento de producción de nuestros campos? Recientemente he revelado que alcanza 584 millones de dólares el importe anual que solamente en diez productos hemos logrado aumentar en nuestras producciones agrícolas, que si se une a 778 millones de dólares de productos industriales supera a los 1.350 millones el refuerzo que ha tenido nuestra economía y que es hoy importante base en nuestra balanza de pagos con el exterior.

Mas si queremos formarnos un juicio exacto de nuestra obra y de nuestro progreso, necesitaríamos emplear un módulo de medida o un punto de referencia, que para nosotros no puede ser otro que la vida propia de la nación española en cualquiera de sus etapas y bajo los distintos regímenes y situaciones que nos precedieron. No rechazaríamos tampoco la comparación con lo alcanzado por cualesquiera otras naciones en el mismo tiempo aún sin tener en cuenta las diferencias entre las situaciones respectivas de que partimos y los medios con que contó cada pueblo para realizarlo. Yo estimo que en este orden los españoles podemos considerarnos satisfechos de lo conseguido y que podemos hablar con más razón del «milagro español» que se habla del «milagro» de otras naciones.

No quiero abrumaros con datos y estadísticas de lo conseguido en estos veinte años transcurridos desde el término de nuestra Cruzada, por ser más propios para ser leído en nuestros diarios y publicaciones que para que los detallemos en este rato, ya harto prolongado, que robo a la paz de vuestros hogares para atraeros a los asuntos públicos.

Toda la obra que en estos veinte años hemos venido realizando responde a unas líneas maestras de las que, pese a tener que obrar con una gran fluidez y movilidad frente a circunstancias que nosotros no habíamos creado, no nos hemos apartado.

Ya en 1939 decía en Burgos:

«El primero y más urgente problema que se presenta a nuestra economía es la nivelación de la balanza de pagos.»

Pocos meses más tarde exponía:

«Que su necesidad más inmediata es el restablecimiento de nuestro equilibrio, que mejorando nuestra producción y balanza de pagos nos permita una libertad de comercio más amplia, imposible sin aquel equilibrio, pues, dado el aumento progresivo de nuestra población y del nivel de vida de la nación, las necesidades imprescindibles absorben hoy todos los márgenes de nuestro intercambio.»

En ocasiones sucesivas reiteraba:

«Uno de los problemas que se nos presentaban con carácter más grave y acuciante era el de la situación permanente y contraria de nuestra balanza de pagos con el exterior. No nos bastaba la recuperación de una situación anterior; era necesario mucho más: atacar en su entraña este gravísimo problema, que paraliza y condiciona nuestra vida económica futura.»

¿Cuál ha sido nuestra posición doctrinal de siempre ante las cuestiones de «economía abierta o cerrada», de autarquía o intercambio? Está contenido y reiteradamente expuesto en estos postulados:

«Ningún pueblo de la tierra puede vivir normalmente de su sola economía» (1942).

«La vida económica de un pueblo no puede ser hermética y encerrarse en sus fronteras, sino que esta enlazada con la vida económica de los otros pueblos» (1947).

«Los planes de industrialización en España… no persiguen el producir lo que nosotros podamos obtener por intercambio, sino aquellos otros artículos que no tienen en nuestra balanza posible compensación» (1950).

«Nuestra meta es la libertad económica» (1951).

«En la vida moderna no bastan los mercados interiores, sino que hay que competir en los exteriores, y esto sólo se logra con la calidad y la formalidad comercial, bajo el estímulo y la vigilancia de un Estado atento al servicio de vuestros intereses y los de la Nación» (1954).

De todo ello se desprende con claridad meridiana cuál era nuestra respuesta teniendo en cuenta la base real de la que arrancábamos y que hemos concretado en términos como éstos o similares:

«Hay quienes no quieren darse cuenta de que vivimos tiempos de excepción. No se quieren apercibir de las condiciones en que la Nación se encuentra y de las obligaciones que esta situación impone, porque no sólo hay que atender a las necesidades corrientes derivadas de abandonos seculares, sino a transformar al tiempo su economía en próspera.»

«El que en esta situación el Estado se vea obligado a intervenir en muchas cosas no caracteriza el que nuestra política pueda ser intervencionista; antes al contrario, perseguimos con ahínco el llegar en el menor tiempo posible a una situación de nuestra economía que nos permita una libertad comercial y que puedan volver a ser las Aduanas las que regulen automáticamente nuestro comercio» (1956).

Así ha ocurrido también con el plan de estabilización, cuyas últimas fases son las que se han abordado en este año, pero que tienen su origen en aquellas líneas maestras de nuestra política económica establecidas desde el momento que cayó sobre mis hombros la responsabilidad de la dirección de nuestra Patria, y son complemento de las que han venido desarrollándose al correr de estos veinte años.

La palanca mayor utilizada para esta gran obra nacional fué el trabajo de los españoles practicando la política de «pleno empleo», fundamentado en la suprema razón de que ganar el pan de cada día con nuestro trabajo obliga moralmente siempre a todos los que vivimos en comunidad, aun a aquel que no necesita de un modo imprescindible de su trabajo para subsistir; pero además de un derecho es, dentro de nuestra concepción doctrinal, un título de jerarquía y honor. Garantizar al hombre con las necesarias oportunidades el ejercicio de ese derecho es una urgencia insoslayable para todo gobernante. El que pudiendo garantizarlo no lo hiciera, desconoce, omite y vuelve la espalda a una de sus obligaciones más primordiales y graves. El paro forzoso por ausencia de las medidas lícitas y congruentes, aunque sean circunstanciales o de emergencia, que podrían absorberlo, es una prueba irrefutable de que el orden económico, social y político en que se produce, falla por su base. Desde ningún punto de vista está permitido moralmente que mientras exista una posibilidad el Gobierno de un país no lo intente. Están en juego algo más que los valores económicos y políticos. Están en juego los derechos inalienables de la persona humana y de la familia; está en juego, como resultante, la paz y tranquilidad públicas, cuya conservación es, entre otras, la razón de existencia de la autoridad.

Cualquier doctrina económica que sea contraria a estos principios es intrínsecamente inmoral; si ese paro es absolutamente inevitable, podría aceptarse como un infortunio, como un mal irreparable, pero elevarlo a categoría de medio técnicamente conveniente y lícito, como algunos pretenden, es una monstruosidad doctrinal y práctica. Jamás daremos cabida a estos procedimientos en nuestros modos de gobierno.

Los frutos de este planteamiento están a la vista. Ellos precisamente son los que han hecho posible a unos niveles aceptables las medidas hoy en plena aplicación y desarrollo y nuestra incorporación con plenitud de derechos y obligaciones a la O.E.C.E., al Banco de Reconstrucción Internacional y al Fondo Monetario Internacional.

Agradeciendo muy sinceramente la acogida que nos han prestado todos los países miembros de estos organismos, España, como siempre. Cumplirá con su tradicional caballerosidad los compromisos y obligaciones adquiridos, lo que, naturalmente, lleva consigo los consiguientes reajustes para la conveniente acomodación al nuevo plano de situación y a esta mayor apertura de horizontes en nuestros dispositivos de relaciones comerciales. Los efectos beneficiosos de la integración y las repercusiones de las medidas adoptadas para la regulación de esta última fase de nuestra estabilización económica ya comienzan a sentirse.

Esa transición, ni forzada ni imprevista, pues mis Gobiernos se han mantenido atentos al cambio determinado en el sistema funcional de la economía continental desde la aparición de la Organización Europea de Cooperación Económica, afecta a todos los meridianos de la vida económica del país: al de la producción, al de los rendimientos laborales y su calidad, al de los costos de los productos, al de los márgenes comerciales, al de las inversiones y ordenación, destino y uso de los créditos, al presupuestario, al fiscal, al bancario y al monetario.

Pero no se trata de un cambio de los ejes centrales de marcha, que permanecen invariables, aunque sean precisas ciertas modificaciones en la distribución de efectivos en las líneas de cobertura, que necesitan ser más resistentes aún, dada la fluidez que adquiere el curso de nuestro comercio exterior y la dilatación del cambio hacia el que pueden ser solicitadas nuestras exportaciones y del que pueden llegarnos las importaciones.

Se ha distendido ciertamente el plano de actuación, pero para vender fuera de nuestras fronteras hay que competir sin el respaldo de primas tutelares, y hay que comprar e importar sin el auxilio del cambio protegido. Si para colocarnos en igualdad de condiciones con los demás pueden ser utilísimos en algún momento los créditos que nos han correspondido y el complementario refuerzo de las inversiones de capital extranjero en empresas nacionales, el secreto último del triunfo está, como hasta ahora, en nuestra voluntad de vencer, avanzando con simultaneidad en el frente de nuestro desarrollo, expansión y rendimiento industrial y agrícola, y en el perfeccionamiento intensivo de nuestros productos, perfeccionamiento que ha de conseguirse moderando los beneficios y afinando hasta el límite último los costes mediante la racionalización del trabajo, la instrumentación técnica precisa y una escrupulosa moralidad profesional en todos los elementos de la empresa.

Tened por seguro que es la solvencia del Régimen español, su solidez, su eficacia, la paz y el orden conseguidos, la estabilidad de nuestra situación interior, el nivel económico y la elevación alcanzada durante estos años en todos los aspectos de la vida nacional lo que, en definitiva, ha pesado a la hora de decidirse nuestra participación en esas y otras organizaciones internacionales, y lo que moviliza la decisión de capitales extranjeros hacia nuestro país.

La solvencia política y moral de un pueblo es la primera garantía que el capital investiga y detectan. Donde esta solvencia no existe, la abstención es la consecuencia inmediata, por muchas que sean las ventajas de todo orden que puedan encontrar, de donde se deduce claramente que una vez más se han equivocado y se equivocan los profesionales de la intriga, del vaticinio pesimista, del rumor inquietante y de la insidia. La rentabilidad política refuerza nuestra posición económica y nuestra recuperación y expansión económicas refuerzan la autenticidad de nuestra política.

Meditad, a la vista de todo esto, lo arduo de nuestra empresa, en la que las cuestiones económicas, aunque importantísimas y capitales, no fueron ni son sino una faceta. Pero con vuestra leal colaboración, con vuestra fidelidad a los ideales del Movimiento, no habrá dificultades insuperables, porque con la ayuda de Dios espero tener energía y bríos suficientes para dar cima a la empresa fundacional y creadora a la que tenemos entregada nuestra vida y en la que hemos decidido consumirla hasta el último instante.

Si las metas alcanzadas las hemos de conservar y defender como patrimonio inalienable del pueblo español, la marcha ha de continuar con decisión sin acortar el paso, porque aunque ningún problema nacional está desatendido en los principios del Movimiento, que son una declaración doctrinal y normativa, que define y concentra en su contenido los supuestos que han de informar la vida entera del país como comunidad política y por todos han de ser aceptados en su integridad y totalidad, tenemos, al mismo tiempo, un sistema de fines que estamos obligados a conseguir, una programación completa de los objetivos, no teóricos, sino concretos, que tenemos el compromiso de honor de alcanzar un proyecto de vida nacional cuya realización urge a las generaciones presentes y urgirá a las que nos sucedan en lo que a nosotros no nos sea dado alcanzar.

Transcurridos los primeros veinte años de paz, se abre una nueva etapa de plenitud para el país, que verá cumplir nuevos e importantes planes y programas de gobierno. Estas premisas de paz y bienestar trabajosamente establecidas son las que marcan ahora el signo de la etapa inmediata. Superados ya viejos agobios, estamos en condiciones de planear serenamente las grandes batallas de la prosperidad del país, de acometer la realización de un ambicioso programa que encauce armónicamente este proceso de crecimiento nacional.

Muestra del signo que ha de presidir esa nueva etapa la tenemos ya, por un lado, en el programa de ordenación de las inversiones y en el plan de estabilización económica; pero hemos de ir mucho más lejos, hemos de ir a una vasta programación que alcance a todos los sectores de la vida nacional, desde planes de ámbito nacional, como los de Obras Públicas, hasta planes de carácter regional o provincial, como los de Badajoz o Jaén.

Los esfuerzos realizados han sido grandes y el fruto inestimable; mas no desconocemos que el camino por recorrer es aún muy largo. Hemos de lograr la integración de los planes existentes y los estudiados dentro de otro general más amplio, que permita la utilización óptima de los recursos materiales humanos del país, el rendimiento máximo del gran instrumento que para el cumplimiento de los fines del Estado es el complejo orgánico de la Administración, y que haga más productivas las grandes realizaciones en marcha.

La formación de un plan general de actuación del Estado, de acuerdo con las modernas técnicas de programación, es hoy un instrumento imprescindible. El punto de partida, y en este aspecto los estudios están ya muy avanzados, era el poseer un inventario exacto de las necesidades del país. Sobre la base de ese inventario hemos de llegar a la determinación de los puntos neurálgicos del desarrollo nacional, al señalamiento de un orden de prioridad que permita escalonar las etapas dentro de una línea jerárquica de fines y medios.

Pero no es sólo en el orden material en el que aún nos restan objetivos importantes que conseguir definitivamente. Es también en el campo de la enseñanza de la cultura y de la técnica donde las perspectivas abiertas a los españoles por el Movimiento Nacional reclaman el esfuerzo generoso de la sociedad junto al que viene realizando con todos los medios a su alcance el Estado.

De la base a la cúspide de la enseñanza primaria a la Universidad y Escuelas Superiores, nuestro dispositivo docente puede y debe ser perfeccionado, ampliado y actualizado de acuerdo con las nuevas necesidades de la comunidad española en trance de actividades creadoras y con la urgencia impuesta por el signo de nuestro tiempo. Hay que hacer posible y exigir la dedicación íntegra del personal docente a la específica función de enseñar, y que los llamados a la investigación científica, técnica y cultural, o a las tareas de invención: y sistematización del pensamiento, puedan cumplir con dignidad con su vocación, pensamiento, ciencia y técnica son tres factores indispensables esenciales para el auténtico engrandecimiento del pueblo.

En el robustecimiento del sentido de responsabilidad, de disciplina, de servicio y de trabajo, tanto, en los alumnos como en los que ejercen el magisterio, está la clave que puede darnos una escuela primaria plenamente satisfactoria, una enseñanza media o profesional suficiente y una enseñanza superior fiel continuadora de la mejor y gloriosa tradición universitaria.

Pero si toda nuestra atención estuvo y está polarizada hacia la paz social, la prosperidad y libertad de España, en ningún momento olvidamos que vivimos en un punto crucial del planeta y que nos debemos también a esa otra gran empresa común a todos los pueblos cristianos.

En cuanto a la comunidad de las naciones libres de Europa, nuestra posición es diáfana. Se habla hoy de la necesidad de una unión de pueblos europeos. En realidad, hallar el conveniente sistema de integración es un imperativo de nuestro tiempo. Ni fuimos ni somos indiferentes a esa exigencia. Dentro de nuestra constante ideológica hay principios que pueden ser muy útiles en el alumbramiento de la fórmula exacta.

Nosotros entendemos que la integración de Estados europeos puede y debe concebirse sobre el supuesto indeclinable de respeto a la personalidad real e histórica de cada país como una unidad de destino en lo universal. Es justamente esta unidad de destino de los pueblos de Europa la que puede salvar la fortaleza y la estabilidad de la unión dentro de la necesaria e irrenunciable variedad. Y no se opone este nuestro entendimiento de la cuestión europea a la amistad profunda, seria y leal con los países americanos. Existe un denominador común a todos los pueblos occidentales de uno y otro continente: la fe cristiana y los valores de una civilización común en la que lo autóctono y las modalidad es no son sino factores que enriquecen la identidad y la unidad en lo sustancial.

Sabemos que nos encontramos aún muy distantes de tan deseables objetivos; pero no será España la que, sobre la base de sinceridad y autenticidad de propósito y conducta, constituye obstáculo en el largo camino que aún queda por recorrer. Buena prueba es la fidelidad y el escrúpulo con que cumplimos nuestras alianzas, la consistencia del Pacto Ibérico existente entre las dos naciones hermanas de la Península, la solidaridad real y espiritual con que respondemos siempre a las relaciones fraternales con los países americanos de nuestra estirpe, de nuestra sangre y de nuestra lengua. La amorosa comprensión con que procuramos siempre acercarnos a los problemas del mundo árabe.

Esta actitud no es el fruto de un cálculo político, de un juego diplomático, que estimamos siempre necesario y provechoso a nuestros intereses, sin que hayamos de negar esta utilidad y provecho para nosotros y para la causa de la paz, sino una manifestación del sentir y de la voluntad unánime del pueblo español, que percibe con claridad meridiana hasta qué punto no cabe hoy otra postura, máxime ante un enemigo como el comunismo internacional, cuyos propósitos nos son bien conocidos, inalterable en sus fines de dominación universal, absolutamente inmoral en sus procedimientos y dotado de una capacidad ofensiva que sería insensato no apreciar en todo su volumen arrullados por sus palabras de paz, coexistencia pacífica y demás «cantinelas» con que periódicamente busca adormecer la capacidad de resistencia de los países de más acá del «telón de acero», porque aunque no parece dudoso que se acusan fenómenos hasta ahora desconocidos en el área comunista, representaría un grave error no percibir al mismo tiempo el sentido de conquista, de agresión y de fanatismo ideológico que sus dirigentes continúan manteniendo. Mientras nueve naciones europeas, antes independientes, permanezcan esclavizadas tras el «telón de acero» y persista el gran tinglado para la subversión que Rusia mantiene extendido por todos los meridianos, tanto en el Occidente como en las zonas neurálgicas de Asia, África, Oriente Medio, centro y sur de América, no podremos escuchar los hasta hoy «cantos de sirena» de sus gobernantes.

Por nuestra parte no hemos de bajar la guardia ni cejar en la vigilancia, pues, entre otras cosas, sigue patente que la Península continúa estando bajo el punto de mira del comunismo internacional y sus compañeros de viaje, si bien sea en este último rincón de Europa donde sus ataques se convierten desde hace un cuarto de siglo en derrotas contundentes o en estériles campañas.

Y para terminar, antes de cruzar el umbral del nuevo año, yo invito a cuantos me escuchan a que con el pensamiento en alto sean nuestros recuerdos y oraciones para cuantos cayeron en este afán de forjar la España Una, Grande y Libre de nuestros ideales.

Españoles:

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1960

Españoles:

Habéis de perdonarme si irrumpo en la paz de vuestros hogares para haceros partícipes de las inquietudes del mundo en que vivimos; pero sin ello no cabría la compenetración y la solidaridad de los que navegamos en la misma nave. ¿Qué importa que ésta sea resistente si el temporal aumenta? Toda navegación requiere la unidad, la solidaridad y la disciplina de los embarcados, bajo la sabia dirección de su capitán. Difícil fue la navegación que juntos emprendimos, y los días de bonanza son siempre seguidos de los correspondientes de borrascas. El mundo es así, y a él hemos de sujetarnos.

En el año 1961 que vamos a iniciar, el Movimiento Nacional y el Régimen fundado con la Cruzada alcanzan su indiscutible plenitud al cumplirse los veinticinco años en plena acción política y rendimiento de los principios que constituyen su fundamento, su sustancia y su fuerza motriz. Un cuarto de siglo navegando en medio de la coyuntura histórica más crítica, más compleja e inestable de los tiempos modernos, en la que se han derrumbado tantas superestructuras de todo orden que parecían inconmovibles. Un cuarto de siglo siguiendo una ruta rectilínea atenta exclusivamente a los supremos intereses de nuestra nación frente a la concupiscencia y a la incomprensión de tendencias y escuelas políticas que se aferran todavía a esquemas doctrinal es superados.

Un cuarto de siglo de servicio permanente a la causa del mundo libre, que si ya se ha reconocido en los medios internacionales más solventes, aún no fue, sin embargo, debidamente valorado y correspondido.

Un cuarto de siglo de avance manifiesto en la cimentación y desarrollo de nuestras instituciones, de nuestro ordenamiento económico social, de nuestro sistema de representación pública y de participación efectiva del pueblo en la gestión y administración de los intereses de la comunidad.

Un cuarto de siglo alumbrando nuevos horizontes al Derecho político, que si ha de asentarse siempre sobre la línea maestra e indiscutible del Derecho natural, también deberá abrir cauces jurídicos adecuados al impulso progresivo del hombre en su proyección social, conformando el encuadramiento natural de las nuevas realidades políticas y sociales que ese mismo impulso progresivo engendra y promueve. Tenemos el consuelo de haber armonizado, como aconsejaba Pío XII, «la eficacia y dinámica de nuestra sociedad con la estática de las tradiciones, y el acto libre con la seguridad común.» La distancia entre el punto de partida y el de destino era tan grande y los obstáculos tales que sólo con la fe puesta en la razón de nuestra causa y la confianza en la ayuda de Dios pude aceptar tan alta y grave responsabilidad. A ella se han consagrado toda mi voluntad, mis pensamientos y mis energías. Quien recibe el honor y acepta el peso del caudillaje, en ningún momento puede legítimamente acogerse al relevo ni al descanso. Ha de consumir su existencia en la vanguardia de la empresa fundacional para la que fue llamado por la voz y la adhesión de su pueblo, enraizando y perfeccionando todo el sistema levantado.

No se trataba solamente de tender un puente sobre la riada de una crisis histórica que arrastraba hasta los últimos restos de un sistema político y de un Estado, sino de instaurar un sistema, de crear un nuevo Estado, fiel a la tradición viva y operante y a las exigencias actuales de nuestro destino, que quedará garantizado para el futuro en la medida que sirvamos al presente con lealtad y eficacia.

Por el contacto que por mi profesión tuve durante medio siglo con los hombres de todas las regiones españolas y de los diversos sectores sociales llegué a la convicción de que la crisis española, que en 1936 se agudizó hasta el límite de la desintegración nacional, no era crisis del pueblo, cuyas virtudes y calidad espiritual jamás fallaron en las horas decisivas de nuestra historia, sino una quiebra total del sistema político y social imperante, unido a la falta de visión de sus clases directoras. El pueblo español, intelectual, bien dotado, de gran imaginación y cabeza clara, se encontraba acéfalo y sólo esperaba la unidad, la disciplina, el orden y la racionalización para triunfar.

Lo que una gran mayoría de los españoles no han conocido y las generaciones nuevas ignoran era el verdadero estado de la Nación al cabo de más de un siglo de desgobierno en sus aspectos espiritual, social y económico. Los vaivenes y la disgregación que el sistema político engendraba, que unidos a la carencia de ideales colectivos limitaban el horizonte de cada español a la contemplación egoísta de su propio caso, mientras la Patria, degradada y empobrecida, se precipitaba por la pendiente de la desintegración.

El caso es que la concepción liberal de !a sociedad hace muy difícil, si no imposible, la realización del concepto auténtico de comunidad. Reduce las vinculaciones sociales entre unas partes y otras y las de éstas con todo lo que une, con existencia de intereses y fines irreconciliables. En esta concepción cabe a lo sumo la tolerancia, pero nunca la cohesión y la unidad orgánicas que mantengan vitalmente religados entre sí, como miembros de un mismo cuerpo, a los distintos elementos que la integran.

Esto equivale, en el plano político, a una permanente y tensa oposición entre los distintos estamentos, grupos, sectores, organizaciones y entidades, que acaba desembocando en un estado que pretende salvar sistemas en los que los intereses de las distintas facciones en lucha por la conquista de los resortes del mando y del Poder, prevalecen sobre el bien común aun en decisiones de la máxima trascendencia para la Patria.

La sociedad de tal modo constituida podría subsistir en tiempos de bonanza; pero se quebranta y derrumba al primer serio temporal; el sistema puede haber sido útil cuando la política era sujeto exclusivo de unas minorías y las masas de la Nación quedaban al margen de la lucha y de los empeños políticos; pero no lo es ya cuando los pueblos han alcanzado conciencia de su peso y de sus derechos. Hoy ya no se puede engañar a los gobernados que demandan con apremio, en primera línea de sus necesidades, justicia social, progreso y eficacia, lo que son incapaces de ofrecerle las viejas fórmulas políticas disgregadoras.

El mal, como veis, es principalmente interno, aunque la amenaza comunista lo haya agravado y convertido en un imperativo insoslayable de nuestro tiempo. Para luchar victoriosamente con él, lo primero es el reconocimiento sincero de la raíz de nuestro mal; si así no se hace y el mundo sigue encubriéndolo con los tópicos manidos de la conjura exterior, no nos hagamos ilusiones: será el pueblo el que con una o con otra bandera, acabará derribando el tinglado vacilante de la farsa política.

Frente a este viejo complejo político del Occidente, ¿qué es lo que el adversario le enfrenta realmente? No hemos de caer en el tópico de que es malo y nefasto todo lo que el comunismo representa. Algo tendrá cuando atrae, arrastra y cautiva. No se trata de una entelequia, sino de una viva realidad con un inmenso poder de captación. No son, desde luego, ni ‘su materialismo histórico, ni su ateísmo desenfrenado, ni la negación de la libertad y los derechos humanos, ni su imperialismo, crueldad y mentiras lo que atraen y cautivan. Son su resolución, su acción subversiva de cambiar un orden que no gusta; la bandera eminentemente social que engañosamente enarbola; ,son las pasiones que alienta y explota; la eficacia con que se presenta; el deslumbramiento de su fortaleza y de sus realizaciones. Todo lo otro, la negación de las libertades, la esclavitud, los campos de concentración, queda sepultado bajo la máscara de las propagandas.

Una sociedad sin reservas espirituales, que vive en estado de desigualdad social, de bajo nivel de vida, desengañada de falsas promesas y cansada de esperar, no es extraño que pueda ser arrastrada por quienes le prometen su redención aun corriendo el albur de una aventura.

Por otro lado, las clases llamadas a la noble función de magisterio o de ejemplaridad social, ante la tentación del snobismo político, de modernismos ideológicos o de la popularidad mal entendida, de la ambición desmedida o del resentimiento, han vuelto la espalda a la única tarea que precisamente justificaba su preeminencia; débiles morales, prefirieron navegar a favor de la corriente antes que asumir las responsabilidades del siempre duro, arriesgado y difícil ejercicio de la auténtica capitanía.

La capitanía pide y exige una sincronización perfecta con los latidos más profundos y legítimos de la hora en que se vive, mirada penetrante en el futuro, y, al mismo tiempo, capacidad de renunciar a los éxitos fáciles, amor perseverante a la obra sólidamente establecida y de largo alcance, serenidad y firmeza en las circunstancias adversas, fidelidad a los principios y voluntad insobornable de servicio.

Ante la ausencia de reglas morales, permanentes y estables en aquel clima de inversión de valores, de disolución de todo lo que religa y une hacia una empresa común y la simultánea exaltación teórica del individualismo más radical y disolvente, lo espiritual cedió la supremacía a lo material, la .conciencia de Patria dejó paso al internacionalismo, y el sentido providencialista de la Historia fue sustituido por la dialéctica materialista. Marx reducirá a teoría seudocientífica esta realidad de aquel mundo social europeo y la agitará como bandera de combate. Así se puso en marcha el proceso de la subversión a escala universal.

Sin el triunfo de nuestra Cruzada, ¿ qué hubiera sido en medio de un mundo indeciso y vacilante, que tolera constantemente que las vanguardias del adversario acampen con armas y bagajes en sus núcleos de resistencia más decisivos, de la defensa de .Europa frente al enemigo más numeroso, compacto y mejor dotado que se enfrenta con la civilización cristiana?

Si nosotros tuvimos la suerte y la clara visión de enfrentarnos con esta situación con veinticinco años de adelanto, no podemos, sin embargo, recluimos en un torpe egoísmo que acabaría arruinándonos, ya que otros pueblos como nosotros, incluso de nuestra propia sangre, amantes de la libertad y de la justicia, viven amenazados, sufriendo los mismos males que nosotros pasamos, y que si no reaccionan a tiempo o Dios no lo remedia, caerán en el mismo abismo en el que confiadas se precipitaron tantas naciones civilizadas de Europa, hoy esclavizadas tras el telón de acero.

Que el mal que padecen es evidentemente político, está claro; que la situación es francamente grave, nadie puede dudarlo; pero que tiene solución también es cierto. En ninguno de los países amenazados, excepto en Cuba, la situación es peor que aquella por la que nosotros pasamos. Si la nuestra tuvo solución, lo mismo pueden tenerla la que a otros afecta, si saben analizar sus verdaderas causas y están firmemente resueltos a darles eficaz y adecuada solución. Lo que no se puede, si se quiere sobrevivir, es intentar detener el reloj de la Historia es una hora determinada; pretender galvanizar en determinado estado de la política cuando ésta exige imperiosamente su renovación. La política que no se renueva es política que a plazo fijo muere.

A esta crisis política interna que los Estados padecen, hemos de unir la muy grave de la inconsistencia en la compenetración entre las naciones de Occidente, que vienen poniendo en peligro su unidad de acción. También en este orden es imperiosa una verdadera renovación. El egoísmo de los poderosos, empujados por el capitalismo, ha permitido se forme, al correr de los años, un estado de conciencia en las naciones pequeñas y menos desarrolladas frente a lo que ellos llaman el imperialismo económico de los grandes. El hecho es que se ha .llegado a que todo lo malo que en el orden de su desarrollo económico los pueblos sufren, se culpe a la acción económica y. financiera exterior de los poderosos.

El avance y divulgación de la ciencia económica les ha hecho conocer que las economías poderosas se alimentan en gran parte con la savia de las economías débiles, y en el estado de pasión alcanzado no llegan a comprender la nobleza y generosidad de las ayudas. Esto explica el fenómeno general de subversión que se dibuja en el horizonte del mundo contra los económicamente poderosos, que la acción comunista se encarga de estimular y propagar.

Si de los males internos del Occidente pasamos a considerar la amenaza exterior, es preciso proclamarlo sin rodeos: «el comunismo es la guerra». Los hechos no admiten otra interpretación. El mismo concepto de guerra fría, tal y como lo entienden los que lo acuñaron, carece ya de sentido. Porque es algo bien distinto en su entidad y en sus resultados concretos la que está en franco desarrollo. El comunismo ha desencadenado la «guerra revolucionaria». Por tanto, para él la paz -bueno, esto que llamamos paz- no es sino la guerra con otros medios y por otros procedimientos. Estos medios y procedimientos de la guerra revolucionaria no tienen más limitación que la que en cada momento impone y exige la utilidad de los propios fines de sus promotores.

El que en sus juicios o planteamientos no cuente antes de pronunciarse con este fenómeno, es práctica y socialmente un irresponsable. Si por las razones que fuere prescinde de ese dato esencial y determinante, de hecho es un colaborador, inconsciente, puede ser, pero muy eficaz, del comunismo.

Insistimos en que hoy es un dato esencial. Tanto es así, que, sin él, en lo político, en lo social, en lo cultural, en lo económico y hasta en el apostolado religioso el problema sería distinto, pero hoy por hoy, queramos o no, el mundo libre está en guerra porque se la ha declarado el comunismo internacional. Lógicamente, los modos de Gobierno, la acción de los gobernantes, que de manera muy particular están obligados a moverse sin dar jamás la espalda a las circunstancias, han de acomodarse por de pronto a esta innegable realidad de una guerra revolucionaria. Actualmente ningún país se ve libre de actividades subversivas. Jamás en la Historia tuvo lugar un hecho de naturaleza ni siquiera similar. La universalidad, pues, del conflicto es tan manifiesta como que coincide con los límites físicos del planeta.

Al mismo tiempo, las nuevas técnicas de comunicación han conseguido tal perfección, tanta potencia y tan útiles mecanismos y procedimientos de penetración y captación, que permiten a esa universal acción subversiva llegar hasta las zonas de población más independientes, mejor defendidas y tutelados, hasta alcanzar el área de la intimidad familiar y personal. Todo es utilizado como punto de partida, de apoyo, de vehículo o de instrumento para la lucha. Nunca se dio un empleo tan masivo de fuerzas de todo orden como el que hoy registramos. Innegablemente se trata de una guerra por definición totalitaria. Son todos los factores materiales, morales y espirituales que integran la personalidad humana y la personalidad histórica de los países los que están sometidos a la presión del comunismo. El actuar desde unas bases y detrás de un telón de acero, enfrente a los que la organización social y política del democratismo liberal resulta no ya ineficaz, como la experiencia viene confirmando, sino a todas luces contraproducente.

España, que conoció y venció al comunismo internacional, única derrota concluyente que éste ha sufrido hasta la fecha, sigue excitando su afán de revancha. Pero frente a ello mantenemos nuestro triunfo, traduciendo a realidades nuestros postulados sociales y no bajando la guardia, atentos siempre a sus maniobras.

Todo esto nos conduce a una conclusión respaldada por cinco lustros de paz, de trabajo fecundo, de unidad y continuidad como no conocía el pueblo español en más de doscientos años. La legitimidad del Régimen, la estabilidad y eficiencia de sus instituciones y la vitalidad inmanente de la doctrina de que se nutre nuestra nación y nuestra conducta.

Hemos llegado a constituir en el mundo un hecho trascendente, que si un día por mala información pudo despertar las críticas, hoy ha conquistado la admiración y el respeto de los más. De esta admiración y respeto es buena prueba el crédito abierto a España en los más importantes organismos internacionales, tanto económicos como técnicos y políticos, consecuencia clara de nuestra solvencia en todos los órdenes. Hoy el ser español vuelve a ser en el mundo un título importante.

Por lo que respecta a la defensa de Occidente, representamos actualmente un sumando insustituible y esencial. España en este aspecto es importante no sólo por su situación y características geográficas, que la constituyen en el centro vital del desarrollo logístico adecuado de dicho dispositivo, sino por sus treinta millones de habitantes, por su estabilidad y salud políticas, por su paz interior, por su sensibilidad y su resistencia invulnerables ante el más encubierto intento de penetración del comunismo o de sus compañeros de viaje, y por la experiencia, la preparación científica y técnica y las virtudes excepcionales de sus ejércitos.

Pero resulta particularmente claro e imperativo que para gobernar con acierto dentro de la situación actual es imprescindible una especial sensibilidad para percibir y reaccionar ante la situación, el juego y las variantes de esos factores, y el estar en posesión de una doctrina política sobre lo permanente y fundamental, de la que no es lícito abdicar ni desviarse; un sistema, un cuerpo de doctrina que tenga la virtud, como todos los sistemas completos, de .darnos la clave con la que operar sin riesgo de errores graves y con las mayores posibilidades de acierto en las cuestiones concretas y circunstanciales. Una doctrina que nos dé resuelto ese conjunto de finalidades esenciales a la política, a la economía, a la técnica administrativa, al Ejército, a los órganos de representación pública. Una doctrina que ha de ser el norte invariable; una doctrina política que al ser vivida se convierta y transforme en un modo de ser con su específico y siempre moral ,modo de obrar.

Ya sabemos que la política es el arte de las realidades dentro de las posibilidades de cada momento; pero toda gran política, la que hace historia y es magisterio para las generaciones futuras, responde a sus sistemas de principios, en los que se cree firmemente y conforme a los que se obra, tanto al buscar la mejor solución entre lo posible para los problemas de cada hora como en la realización de los propósitos y de los proyectos de largo alcance.

He aquí una de las enseñanzas y de las aportaciones más trascendentales de nuestro Movimiento Nacional: el haber servido a esta concepción de lo político, el haber situado en el primer plano de sus preocupaciones y en los cimientos de todas sus actividades la elaboración y conservación de una doctrina ya patrimonio común del pueblo español, argumento de su validez objetiva e histórica.

Si no fueran otras muchas las funciones esenciales que corresponden al Movimiento Nacional dentro del cuadro de nuestras instituciones básicas, bastarían las que acabamos de señalar para mantenerle como piedra angular de nuestro sistema. En el Movimiento Nacional reside la función política; admitir la discusión sobre este punto sería tanto como dudar de su propia legitimidad.

El Movimiento tiene como tareas permanentes el mantener los principios fundamentales y urgir su desarrollo, defender y acrisolar la unidad nacional, que no es un capricho, sino una necesidad histórica; constituir la organización política de la paz, perfeccionando progresivamente el encuadramiento de la sociedad en orden a la representación pública, pues es nota esencial del Régimen su carácter representativo; preparar la proyección en el tiempo de la revolución nacional, que no es una revolución que pasa, sino una revolución que perdura y marcha.

La hora presente la vivimos los españoles de cara al futuro. Cierto es que la herencia gloriosa de nuestra tradición nacional no puede rechazarse, porque el pueblo que así lo hiciera se suicidaría en espíritu. La tradición debe inspirar la tarea de fijar el mañana español, ci- mentar sobre fundamentos estables sus conquistas, animar sus instituciones y marcarlas con la huella de su peculiar originalidad. Pero todo esto dista mucho de la solución simplista del «aquí no pasó nada». Un cuarto de siglo es tiempo demasiado largo para que los españoles podamos todavía detenernos a mirar hacia atrás. La Historia no retrocede. Por esto, la tarea de hoy consiste en crear las condiciones que hagan viable y duradera esa continuidad. El imperativo de esta hora es de signo categóricamente instaurador.

La declaración de los principios fundamentales del Movimiento Nacional ha tenido la trascendental significación de haber fijado el cuerpo de la doctrina política en que de modo insoslayable se concreta la verdadera e irrenunciable naturaleza del Estado nacional.

El Movimiento comprende a todos los hombres de buena voluntad fie1es a unos principios y a una disciplina. El Movimiento no es una organización hermética; es una comunidad con espíritu de servicio, en la que destacan unas minorías inasequibles al desaliento, que se adscriben a la tarea de montar la centinela, salvaguardar la vitalidad de la doctrina y su proyección y su permanencia en el futuro. En el Movimiento mismo radica, en definitiva, el que la continuidad no sufra quebranto.

Si pasamos a considerar las circunstancias que caracterizan la situación internacional, podemos sentimos, en cierto modo, satisfechos por nuestra preparación ideológica y moral y, en su consecuencia, tranquilos, porque de los errores que el mundo padece, a España no le alcanza responsabilidad alguna.

Para nosotros, todo lo que está ocurriendo en el mundo encaja en el cuadro de nuestras reiteradas y antiguas previsiones. Una de las preocupaciones centrales de nuestra política fue la de advertir los peligros que encerraban determinadas decisiones e incomprensiones. Si hubieran podido tenerse en cuenta, ni habría ahora necesidad de rectificar, ni algunos problemas se hubieran agudizado hasta los extremos que hoy conocemos.

Refiriéndonos concretamente a determinada zona del Continente africano y a Hispanoamérica, veníamos señalando que pretender torcer el rumbo en aquellos países, oponiéndose a las corrientes naturales, el quererlos forzar a dependencias y exclusivismos que los países repugnan, era obrar contra el propio interés y sembrar la semilla del rencor y del odio. Un mundo nuevo, anticipábamos ya hace muchos años, se ponía en movimiento. Las naciones, como los pueblos, se rebelan contra las injusticias y la miseria; una nueva era pugna por abrirse paso; o se la acoge y encauza o acabará derribando lo que se oponga a sus naturales anhelos.

En cuanto al Norte de África, he insistido reiteradamente de un modo expreso en que constituye la espalda de Europa, lo que le da una especial trascendencia. Su ubicación en el área mediterránea exige, en virtud de los imperativos geopolíticos de la máxima densidad, que no exista contraposición de intereses entre los países de una y otra orilla, siendo mutuo el interés de la asociación. Quien lo invalide habrá infligido un daño gravísimo, de reparación difícil, a las posibilidades occidentales y a sí mismo. De ahí que diéramos la voz de alarma denunciando los propósitos de los agentes soviéticos de penetrar en esas zonas a caballo de la xenofobia y de los ultranaciona1ismos exacerbados que intentan encender la guerra y destruir la comprensión entre las partes. Fuimos absolutamente conscientes de la peligrosidad de esta penetración, ya que constituía un objetivo del máximo interés para Rusia. El huracán previsto se ha desencadenado en el mundo afroasiático, y en el Norte de África el armamento y las ayudas facilitadas por la Rusia soviética acabarán por alterar la paz y la independencia de esos pueblos.

El apoyo de Moscú a países subdesarollados y de agitada efervescencia nacionalista tiene siempre un precio político para quien lo solicita o acepta. La experiencia nos indica que la presa que Rusia hace no la abandona hasta su aniquilamiento. Por el sistema de las ayudas militares y económicas se tiende una red de agentes por todo el país para encuadrar a los naturales, los comprados o los sujetos a su obediencia. Los gastos militares, que ellos estimulan, empobrecen al país y lo colocan en trance de ruina, y la crisis económica, el paro obrero y los movimientos revolucionarios, que ellos provocan y controlan, acaban dando al traste con la política tradicional y estableciendo un régimen comunista satélite. Así viene ocurriendo en todos los meridianos en donde Rusia ha puesto su mano o colocado su planta.

Hoy reitero lo que hace dos años os decía: «Nuestra Nación, por su ubicación en el espolón de Europa, que bajo las aguas del Estrecho se une con el continente africano, y por las del archipiélago canario en la proximidad de su costa atlántica y de nuestro Sahara tiene la responsabilidad histórica de constituir el centinela avanzado de esta área geográfica, que si es trascendental para el Occidente es vital para nuestra nación.» Podéis tener la seguridad de que en esta centinela jamás arriaremos la bandera. Porque esa costa atlántica constituye uno de los objetivos que polariza los apetitos del Kremlin para el envolvimiento de Europa.

Otro de los campos de maniobra preferido por la maquinación soviética es Hispanoamérica. Sus gigantescos recursos potenciales y su población de doscientos millones de habitantes están en su punto de mira.

Para esos doscientos millones de iberoamericanos que pueblan las veinte naciones del Nuevo Mundo, en las que vive y se prolonga España con la autoridad moral que nos concede el ser y sentirnos hermanos, el tener una misma lengua, una misma sangre, una misma fe y una misma historia, vaya nuestro saludo y nuestros mejores votos.

Más de once millones de dólares ha venido invirtiendo el movimiento comunista en la América hispana, con la circunstancia reveladora de que, por lo menos, nueve de estos once millones se recaudan en la propia América. Funcionan en ella cuatro centrales o centros de abastecimiento de propaganda, activistas y agentes especiales prontos a desplazarse donde su presencia se considere más necesaria. Semanalmente, las emisoras moscovitas transmitan más de cien horas para Hispanoamérica, y los periódicos y revistas órganos directos y declarados del partido comunista rebasan la cifra de ciento cuarenta. Las Embajadas soviéticas son, de hecho, verdaderos cuarteles generales con cientos de agentes consagrados a la propaganda. El ritmo de penetración es hoy mucho más veloz que antes. Los hechos que conocemos son el reflejo exacto de este ritmo progresivo y ascendente. Dentro del clima de aquellas naciones en que se acusa una tensión latente encuentra el «agitpro» del comunismo internacional el caldo de su cultivo ideal. Para la batalla entre Occidente y Oriente viene creando Rusia centros neurálgicos en estos países que, como los del Norte de África respecto a Europa, constituyen, en cierto modo, su emplazamiento en la retaguardia de los Estados Unidos.

Deseamos, por el bien de Hispanoamérica, a la que queremos libre y fuerte, que los pueblos libres, a quienes corresponde muy particularmente evitar que estos países caigan bajo la férrea mano de Moscú, les ayuden a encontrar el camino del progreso y de la paz. No obstante, la solución ha de partir de los mismos pueblos hispanoamericanos; es necesaria la voluntad de salvarse. Si no estamos dispuestos a sacrificarnos por un ideal, importa poco que otros nos ayuden. No es verdadero el dilema de liberalismo o comunismo, que tanto favorece a éste. Existen otros más eficaces, como el que España emprendió hace veinticinco años. La experiencia española constituye ya un hecho histórico digno de ser estudiado con ánimo de comprensión. Creemos que encierra principios, descubrimientos y posibilidades que trascienden de nuestra órbita nacional.

Sólo un propósito alienta en mis palabras: la grandeza y la libertad de Hispanoamérica. Con inquietud creciente venimos siguiendo los pasos de esos comandos del imperialismo esclavista por los caminos que hace más de cuatrocientos años trazara para la Fe de Cristo una raza de misioneros y de héroes. Hace tiempo dábamos el toque de alerta al advertir que en las actas del año 1935 del antiguo Komintern ya se señalaba de una manera expresa como el campo más favorable para la expansión del comunismo a las jóvenes Repúblicas, de origen hispano, con sus masas de emigrantes y sus procesos económicos sin estabilizar. Lo que España sufrió no queremos verlo en los que son nuestros pueblos hermanos.

Si contemplamos las perspectivas de nuestra situación interior desde la cumbre del año que termina, no pueden ser más halagüeñas. Este año de 1960 ha sido para nosotros un año de paz y actividad fecunda, especialmente señaladas entre los largos años de paz y de actividad que la Providencia viene concediéndonos. Hoy puedo deciros que en el año que termina hemos asentado las bases más firmes de nuestra libertad y de nuestra independencia económica, meta que venimos persiguiendo desde los mismos días de nuestra Cruzada.

Una de las características más salientes de toda mi vida ha sido la de no vivir al día, sino de prevenir y preparar el futuro. Esto hizo que desde los mismos días de nuestra Cruzada me inquietasen los graves problemas que, con la paz, habrían de presentársenos. La liberación que con la Victoria habría de conseguir para nuestro pueblo no sería verdaderamente efectiva mientras no hubiéramos conquistado la libertad económica que España había venido perdiendo al correr de medio siglo de abandono. El déficit permanente de nuestra balanza de pagos con el exterior, impidiendo el progreso y desarrollo de la nación, nos había creado, con grandes dificultades, una grave situación de dependencia. El futuro se nos presentaba con caracteres gravísimos, ya que a la situación permanente anterior había que sumar el quebranto y atraso de tres años de guerra. España quedó totalmente des abastecida, y hasta los españoles mejor preparados económicamente juzgaban que no podría levantarse -sin la ayuda de un poderoso empréstito exterior, imposible de alcanzar en un mundo en gran parte adverso, empeñado, además, en una terrible guerra.

Necesitamos trazar un plan de campaña para resolver nuestros problemas, abandonados a nuestro propio esfuerzo, pero sin descubrir el talón de Aquiles de nuestra debilidad y sin que un pesimismo, que podría ser fatal, se apoderase del cuerpo nacional. Esta campaña que entonces planteamos ha tenido en el año que finaliza el más espléndido colofón.

El Plan de Estabilización adoptado por el Gobierno en la segunda mitad del año anterior dio con creces los frutos apetecidos, manteniendo los precios interiores estables y, por consiguiente, consolidación del poder adquisitivo de salarios y rentas; firmeza de la cotización de nuestra ,divisa monetaria en los mercados exteriores al nivel de su paridad oficial y cambio de signo en nuestra balanza de pagos, crónicamente deficitaria. De un comercio exterior de 700 millones de dólares, siguiendo una curva favorable, hemos rebasado la cifra de 1.300 millones en el año que termina, victoria final que ha venido siendo preparada por las batallas del trigo, del algodón, del tabaco, de la madera, de la ganadería, de la avicultura y de los regadíos en el campo agrícola, así como por el de la electricidad y el de la industrialización, con su intensificación de construcciones navales, fábricas de abonos, de cementos, refinerías, factorías de tractores, camiones y automóviles, entre otras muchas realizaciones, que, expansionando nuestra economía, nos permitieron crear más de dos millones de puestos de trabajo.

La operación de la estabilización se hizo posible por esa preparación que al correr de estos cuatro lustros habíamos realizado, y que ha sido la base de la próxima y gran etapa de expansión económica, que hemos de emprender ampliamente, prosiguiendo esa política española que ha multiplicado la riqueza nacional y ha levantado a nuestra Patria de la inercia secular, de la falta de confianza en sus recursos y del estancamiento pesimista. El año 1960 ha sido para nosotros un año bueno, que España tenía merecido tras dos décadas de tensión y de lucha en medio de un mundo hostil.

Nunca nuestra economía ha sido tan fuerte y nunca como ahora podemos contemplar con tanta seguridad y esperanza el futuro. Así podemos acometer la tarea in- gente y sugestiva de la programación a largo plazo, que vendrá a suponer la culminación de unos planes de Gobierno concebidos desde los albores mismos de la Cruzada. Hoy, con el reposo y la serenidad que nos da la firmeza de nuestro Régimen y la salud de nuestra economía, podemos acometer el estudio metódico de los diversos sectores económicos, con arreglo a técnicas y a experiencias mundialmente contrastadas que permiten la elaboración de un programa para el mejor desenvolvimiento de la economía nacional, sobre la base de su estabilidad y con la mira puesta en la elevación del nivel de vida de los españoles.

Esta atención que el Gobierno presta a los aludidos problemas económicos está movida, en última instancia, por una honda preocupación social, que es el signo y distintivo de la política del Régimen. De poco serviría el progreso económico, si no fuera ligado al mejoramiento de todas las esferas de la sociedad española, en particular las más débiles económicamente.

Nuestra legislación social, que es para el Movimiento su mayor timbre de gloria, se ha visto este año enriquecida con la ley que asigna a fines sociales concretos unas serie de recursos fiscales, y también por primera vez en la historia de nuestra Hacienda el Estado suprime una serie de impuestos indirectos que pesaban sobre todos las clases. La Hacienda Pública ha venido a ponerse así al servicio de la política social del nuevo Estado, emprendiendo un camino en el que habrán de darse pasos decisivos en el futuro. De este modo, nuestra política social, firmemente asentada en lo económico y cuajada ya en fecundas realidades, queda abierta a prometedoras esperanzas en contraste con los resultados de la falsa política social de signo marxista, engendradora tan sólo de odios y miserias, que alcanzó su culminación, demagógica y trágica, en los aciagos días de la República, cuando el pueblo español se veía sumido cada día en una mayor miseria, amasada con sangre, fango y lágrimas, frase que hizo tristemente célebre a uno de los más destacados jerifaltes republicanos.

Sería, por otra parte, ilusorio pensar en los buenos resultados de una política, si a ésta no la acompaña una buena administración. Para que el complejo aparato estatal funcione de modo armónico y no se retrase, son indispensables unos órganos ágiles y competentes. La Administración pública tiene que incorporarse a las modernas técnicas orgánicas y funcionales. El viejo con cepto de la Administración obstaculizadora y retardataria, por su excesivo burocratismo, tiene que ser sustituido por un auténtico sentido empresarial y de servicio. Por esos derroteros va discurriendo nuestra reforma administrativa, cuyo avance prosigue día a día. Pero no basta con reformar las instituciones si no se cuida de preparar a los hombres que las sirven. El cambio de estructura administrativa reclama también una decisiva mejora del funcionario. No es suficiente exigirle la indispensable y genérica preparación previa a su nombramiento; hay que asegurar después la formación específica adecuada a su quehacer concreto y buscarle los estímulos precisos para que no se malogre entre el abandono y la rutina.

El Centro de Formación y Perfeccionamiento de Funcionarios va a ser el instrumento eficaz para este ambicioso propósito. En él se adiestrarán las personas idóneas para la gestión de los intereses públicos. Su nueva sede, recientemente inaugurada en el edificio de la antigua Universidad de Alcalá de Henares, encierra un profundo simbolismo. La tarea de modernización de la Administración pública queda así enraizada con la gran tradición docente de Alcalá, rica en hombres que dedicaron sus vidas al servicio de la Patria.

Pero una obra de Gobierno no sería perfecta sin el contacto directo y personal con las específicas peculiaridades nacionales, que constituirán siempre el mejor cauce para dar atinada satisfacción a los legítimos anhelos de las diversas regiones españolas. Sólo recorriendo los pueblos de España puede tenerse exacto conocimiento del desamparo secular en que han permanecido sumidas muchas comarcas españolas y que todavía, pese al esfuerzo desarrollado y a la innegable mejora general del nivel de vida, carecen de medios naturales para poder subsistir. Pueblos pobrísimos, ubicados en lugares inhóspitos, sobre tierras áridas, imposibles de mejora, que un mundo moderno no puede concebir.

La racionalización de esas comarcas, la mejora y transformación de lo que sea factible, la concentración de unos pueblos, el trasplante de otros a nuevas zonas de regadío o a centros industriales, constituye un imperativo de nuestra hora.

En esta labor no hemos perdido ni un solo día. Si hoy podemos enfrentarnos en más escala con estos problemas es porque poseemos la obra desarrollada en es- tos años para la concentración parcelaria y los planes de transformación de regiones como Galicia y Jaén, la multiplicación por la superficie de España de pequeños regadíos y la repoblación y redención de comarcas tan pobres como la de las Hurdes, que, dándonos una lección de la experiencia, nos abren un gran horizonte de ilusiones.

Los planes de ordenación económico-social de las provincias, iniciados hace más de diez años, y que los Sindicatos patrocinan, facilitan el estudio concreto de los problemas y que se hayan corregido ya en buena parte muchos de los pequeños abandonos seculares.

Si pensamos sólo en que el 56 por 100 de nuestra población carga sobre la vida de un campo pobre, cuando en la mayoría de las naciones la población rural se mueve entre el 1.6 y el 25 por 100, se comprenderá la importancia que tiene la estabilización y la creación de nuevos puestos permanentes de trabajo, si queremos aligerar a nuestro campo y ponerle en condiciones similares al del extranjero. He aquí, una vez más, cómo para la propia existencia de España resulta indispensable la fecundidad creadora de nuestro Régimen.

Pero no sólo de bienes materiales vive el hombre, y a los muchos esfuerzos realizados en los campos agrícolas, industrial y de las obras públicas, cuyas inauguraciones se suceden un año tras otro, hemos de unir aquellos otros empeños a que en el orden espiritual y cultural venimos dedicados: la creación de escuelas, la multiplicación de centros de enseñanza y de institutos laborales, la creación de nuevas iglesias y la instalación de seminarios han seguido un ritmo desconocido en épocas anteriores.

En otro orden de acontecimientos, el viaje que en la primavera pasada realicé a través de Cataluña y Baleares, con una dilatada y grata estancia en Barcelona, permitió auscultar eficazmente las necesidades y las aspiraciones de aquellas provincias. Los problemas conectados con su vida política y económica pudieron examinarse de cerca por mi Gobierno, que allí se reunió dos veces en pleno y varias en Comisiones Delegadas.

Concretamente para la vida catalana se han operado a lo largo del año dos acontecimientos de singular trascendencia: la promulgación del Apéndice del Derecho Especial de Cataluña, por una parte, y la aprobación de la Carta Municipal de Barcelona, por otra. La solución dada por la Ley de Bases de 1888 al problema de la codificación civil patria exigía la formación de apéndices para las legislaciones forales. El honor de dar cima a tan imponente labor parecía reservado a nuestro Régimen, que con el nuevo Apéndice -en unión de los ya aprobados y de los que se encuentran sometidos a examen de las Cortes- viene a rectificar, una vez más, la tendencia afrancesada del siglo liberal, evitando que unos derechos tradicionales, obedientes a principios característicos fortalecedores de la estabilidad familiar y patrimonial, se diluyan por falta de fijeza y terminen siendo absorbidos por criterios de inspiración napoleónica.

Con una anticipación de veinte años venimos a estar en la vanguardia y divisoria de las corrientes históricas, en forma que hubimos de pechar, claro es, con la hostilidad de los enemigos y, a la vez, con la incomprensión, cuando no la hostilidad también, de quienes por ley natural habían de ser nuestros amigos. Así se explica la particularidad de las situaciones por que hemos atravesado, pero el cielo ha querido premiar la sinceridad de nuestro propósito y los sacrificios del pueblo español, y hoy podemos decir que contamos en nuestra democracia orgánica y en nuestro sindicalismo nacional con soluciones adecuadas para las necesidades de constitución política del mundo moderno.

La vida política saludable de un pueblo civilizado y culto precisa de un órgano representativo supremo en el Estado para que la sociedad esté presente en la confección de las leyes, para que pueda prestar su asistencia a las tareas de Gobierno por vía de aportación, de crítica y de contraste, y para que quede cerrada la escala de garantías del orden jurídico contra los brotes y las prácticas de arbitrariedad.

La eficacia prescribe también promover sistemáticamente el nacimiento y el mayor desarrollo de los organismos autónomos de vida colectiva, que sirven a la cooperación en la tarea de alcanzar los fines comunes, y que encomiende el cuidado de sus conveniencias a los propios interesados en la mayor medida posible. Más todavía: Si en todos los aspectos del bien humano ha de procurarse aprovechar las vocaciones decididas y nobles en las que se denuncian condiciones especiales de aptitud, con mayor motivo ha de procurarse en lo relativo a las vocaciones políticas, con su carácter excepcional y de elevado rango.

La vida política saludable de un pueblo civilizado y culto reclama igualmente un régimen de Estado de Derecho y no de cualquier sistema de normas, sino precisamente de un Derecho concebido para la realización y servicio de los valores morales del Cristianismo. Ahí está incoada y a punto para más altas realizaciones, nuestra democracia orgánica y nuestro sindicalismo nacional, dando un mentís experimental y de hecho a quienes han pretendido poner en entredicho nuestro sistema político.

Por otra parte, en vano se fingirá promover la vida de órganos autónomos donde se entregue a los interesados el cuidado y la atención de sus propias conveniencias, si no se arbitran los medios de que esos órganos puedan cumplir su misión. Ahí están en todos los pueblos libres esas centrales sindicales gigantescas asumiendo la gestión y la representación de los intereses y anhelos de tantos millones de hombres y de tan variado carácter, que sin la concurrencia a la confección de las leyes y la conformación de los grandes empeños de política social, económica o cultural quedan privados de los ‘únicos medios de llenar su cometido.

En todos los países el sindicalismo necesita acceder al Estado, sin que haya de recurrir para ello a maniobras, violencias o subterfugios ajenos a su propia naturaleza, y para que el bien público deje de estar asentado contradictoriamente sobre la división, la lucha de clases y supuestos erróneos. El Estado necesita buscar su más amplia base social de sustentación en el sindicalismo, en la familia y en el Municipio, y una forma válida de relación en colaboración con la sociedad. Ni el más amplio reconocimiento del derecho de existencia, ni la contratación colectiva, ni los servicios mutualistas, asistenciales y técnicos pueden bastar al sindicalismo, que necesita más. El sindicalismo necesita penetrar y establecerse directamente en la plataforma de las decisiones y de las iniciativas políticas del Estado, responsabilizarse, si ha de ser capaz de servir y no defraudar la confianza que se deposita en él y las ilusiones y esperanzas que despierta. Sólo así podrá cambiar la fisonomía de la vida social moderna y, además, ganará esas modalidades de acción del máximo rango político.

Claro es que para que todo esto resulte accesible y tenga sentido se requiere asentar el sindicalismo sobre nuevas bases espirituales y nacionales, y dar de lado verdaderamente a las adherencias y mixtificaciones del marxismo con su ateísmo, internacionalismo y lucha de clases, y que, entre otras cosas menos importantes, impide contemplar siquiera la posibilidad de la unión sindical integrando en los Organismos sindicales a los empresarios, a los trabajadores y a los técnicos.

Por fortuna, en él terreno de la acción material del Estado y gracias principalmente al desarrollo que han alcanzado las ciencias económicas y sociales, los errores y deficiencia del mundo occidental van siendo menores y ofrecen menos oportunidades de especulación al comunismo. Ya nadie piensa en el Estado inerme y capitidisminuido frente a los grandes problemas sociales. La misión del Estado en orden al desarrollo económico no se discute, y han hecho acto de presencia en la vida internacional formas de relación y de cooperación económica que abren horizontes prometedores. Planteada está la acción sistemática de asistencia y ayuda a los pueblos subdesarrollados como una conveniencia evidente capaz de renovar los procedimientos, los conceptos y las figuras mentales por las que ha venido rigiéndose la política internacional. Esta es la razón de que por sombría que pueda parecer la perspectiva de este mundo nuestro, agitado por tan fuertes tensiones, no haya razón para abandonarse a ningún género de pesimismo, si nosotros sabemos estar a la altura de nuestros deberes.

El papel que ha correspondido a España estamos cubriéndolo con el mejor espíritu y con la mejor voluntad. Pidamos a Dios, que es el que en última instancia decide la suerte. de los pueblos, que en este próximo año de 1961 siga dispensando su ayuda a nuestra Patria para conservar la unidad y para servir a la paz y a la justicia, y que tenga también de su mano al mundo, que tanto lo necesita.

Por lo que a nosotros toca, permanezcamos incondicionalmente leales a estas permanentes consignas: Unidad religiosa, unidad social y unidad política, pilares firmes de nuestra paz, de nuestra grandeza y de nuestra libertad.

¡Arriba España!

Discursos de Francisco Franco

Mensaje fin de año 1961

Españoles:

Año tras año vengo compartiendo con vosotros en estos mensajes de Navidad las esperanzas y satisfacciones que constituyen el afán de nuestra vida y haciéndoos partícipes de las dificultades, conquistas y propósitos que puedan afectar a esta gran familia que es la Patria, a la que pertenecemos y nos debemos.

En todas las ocasiones de mi comunicación con los españoles, es de justicia que proclame haber encontrado la asistencia entusiasta indispensable para una acción tan dilatada al frente de los destinos de la Nación; pero hoy esta asistencia ha sido tan emotiva, sin- cera y desbordante como consecuencia del accidente que recientemente sufrí, que colma mi reconocimiento y gratitud hacia los distintos sectores y estamentos de la Nación que me han hecho llegar su inquietud y afecto.

La frecuente comunicación que en este año he tenido con los españoles con motivo de la apertura de las Cortes, las palabras dirigidas a los pueblos en Andalucía y mis discursos en el XXV aniversario de mi exaltación a la Jefatura del Estado podrían justificar la brevedad de mis palabras si el mundo no nos despertase cada día con una nueva y mayor inquietud.

El que en este año jubilar el Régimen español pueda mostrar a la faz del mundo el alegato irrefutable de un amplio periodo de estabilidad política, de progreso social y económico y de orden en medio de las convulsiones que trajeron una guerra mundial y las violencias de una posguerra, que nadie se atrevería a llamar paz, constituyen ya por sí un acontecimiento histórico.

El que en medio de las tempestades del mundo nuestra nave navegue en la bonanza, si en primer término es un don de Dios, por otra parte constituye obra de todos. En el campo de lo terreno hemos de considerar que la feliz navegación no se debe sólo al mérito del capitán, ni a la capacidad y resistencia de la nave, ni a la buena doctrina de marear, sino al conjunto de estos elementos unidos al esfuerzo de su tripulación. Ha de responder la nave, la pericia del capitán y la unidad y disciplina de los que la tripulan; todo es necesario en la travesía, y aun esto no basta si la voluntad de Dios no nos protege de lo imprevisible. Voluntad que hemos de ganarla, y para ello no son indiferentes ni la rectitud y virtudes del capitán ni los merecimientos de los beneficiarios.

Este es el caso de la empresa nacional, en que el sistema y la doctrina representan la nave y la técnica; el gobernante, al capitán, que conduce la empresa, y los españoles todos, a los tripulantes y beneficiarios.

Yo podría deciros, con la experiencia de aquel a quien la vida le ha llamado a batallar, que en todas las empresas en que juega el riesgo y la fortuna la benevolencia de Dios es esencial, y que muchos de los desastres y fracasos que en la vida solemos asignar a la fatalidad Y mala suerte han sido la mayoría de las veces motivados por haber discurrido los promotores fuera de los principios de la Ley divina. Y si ascendemos a las empresas públicas, a las grandes tareas nacionales, cuando los gobernantes o los pueblos escandalizan con una conducta de agravios para la Ley de Dios, no tarda en llegar el castigo sobre sus empresas.

No quiebra esta ley el hecho de que gobernantes y pueblos perseguidores de la Iglesia y enfrentados con la Ley de Dios puedan obtener temporalmente éxitos o ventajas, pues cuántas veces Dios eleva al que pronto ha de dejar caer.

En la última gran contienda esto se puso de manifiesto, pues pese a los primeros triunfos deslumbrantes, Dios no pudo permitir la victoria de los que obraban contra su Ley, y así tenía que llegar su final; pero no tenemos que ir a buscar fuera ejemplos; nuestra historia los registra a cada paso, y nuestra generación los ha vivido en nuestra misma Cruzada y los años que inmediatamente la siguieron, que constituyen una muestra clara del favor y la protección del Cielo sobre los españoles. La sangre de los héroes y de los mártires produjo sus frutos en esto que los profanos llaman el milagro español.

La inteligencia humana no suele descubrir la mayoría de las veces los inescrutables designios divinos. Así, cuando las persecuciones religiosas de la República hicieron blanco de la Compañía de Jesús, a la que disolvieron y despojaron, los católicos no acertábamos a comprender el desamparo en que aparentemente Dios dejaba a la disuelta Orden, y, sin embargo, poco tiempo después, aquello que nos parecía un mal se convertía en bien al desencadenarse las más terribles! persecuciones y matanzas de religiosos bajo el dominio rojo, en que los jesuitas, por estar disueltos, pudieron salvar la casi totalidad de sus vidas y propiedades.

Si constituimos un pueblo católico, lo espiritual debe pasar al primer plano de nuestras inquietudes, y el resurgimiento de nuestra Patria hemos de medirlo en una gran parte con el módulo de lo religioso; pero no me corresponde a mí hacer el análisis de este renacimiento, que doctores tiene nuestra Santa Iglesia. Lo que sí puedo asegurar es: que en lo que corresponde al César, en el campo de lo temporal, jamás ha existido en nuestra Patria ningún régimen ni ningún Gobierno que hubiera hecho lo que el Estado español y sus Gobiernos vienen haciendo por el renacimiento de la fe y de la moralidad pública, no sólo con las medidas de auxilio directo a la Iglesia y a sus jerarquías, sino por su legislación y obra eminentemente social, como lo acusan la reducción de la criminalidad, la escasísima delincuencia infantil, la disminución progresiva de la inmoralidad Y la floración de vocaciones religiosas en todos los medios sociales.

La influencia de nuestra obra social sobre la disminución de la delincuencia es importantísima, y así lo acusan elocuentemente las estadísticas. En uno de mis viajes me detuve en un pequeño pueblo de Andalucía a visitar una pequeña obra social de casas para braceros y huertos familiares, y en aquel acto el juez y las autoridades locales me manifestaban su satisfacción por el cambio que había sufrido el pueblo, que de 350 delitos contra la propiedad registrados en los Juzgados anualmente, había descendido a cinco los que ahora se registraban después de realizada aquella pequeña obra social. Mucho también podría deciros de la delincuencia, los vicios y los casos incestuosos que se registraban en esos suburbios infrahumanos, que la incuria anterior había dejado acumular en las proximidades de las poblaciones, y a los que estamos dando la batalla hasta hacerlos desaparecer.

La construcción de nuevas escuelas y la lucha contra el analfabetismo con Centros de formación profesional, la multiplicación de las becas y los estímulos para el estudio ,de los necesitados, constituyen una obra complementaria de la anterior, que con la inquietud que el Movimiento lleva a través del Frente de Juventudes y la acción de la Sección Femenina, están logrando cambiar la fisonomía de nuestro pueblo.

Si contemplamos el panorama económico español, en el último año no ha podido ser más satisfactorio. La recuperación ha sido un hecho. El índice medio de la producción industrial se ha aumentado en este año en más de un diez por ciento respecto del anterior. Las producciones básicas en particular experimentan un notable impulso. Así, la energía eléctrica ha aumentado en un 13,6 por 100; la producción de acero, un 14,8 por 100, y la de cemento un 14,3 por 100. El desempleo, ya escaso en nuestra Patria, se ha reducido en un 6,7 por 100 respecto del año pasado. El coste de la vida ha permanecido prácticamente inalterable. La cotización de la peseta en las principales Bolsas extranjeras permaneció estable. Nuestro signo monetario, cuya convertibilidad fue decretada el 18 de julio de este año, goza de alta estima en el exterior, y los Organismos internacionales realizan operaciones con nuestra divisa lo mismo que con cualquier otra moneda fuerte. Frente al déficit crónico. en nuestra balanza de pagos, se ha obtenido este año un amplio superávit, que nos ha permitido cancelar los créditos del Fondo Monetario internacional y que las reservas de nuestras divisas alcancen una cifra doble de la que España tuvo en sus mejores tiempos.

Este saneamiento económico y financiero, sin precedentes en nuestra Patria, ha repercutido en forma favorable en el crédito público, tanto interior como exterior. La afluencia de los capitales procedentes del extranjero en los diez primeros meses de este año registra una entrada líquida de capitales en las Bolsas españolas que rebasa los 2.300 millones de pesetas, a los que hay que añadir las inversiones directas de capital extranjero para la instalación de empresas o modernización de industrias españolas, que en lo que va de año asciende a 4.300 millones. Todo ello, unido al signo favorable de nuestra balanza de pagos, nos ha permitido este año importar bienes de equipo por valor de 21.000 millones de pesetas, con lo que se dará un gran impulso al ininterrumpido proceso de industrialización del país.

El pequeño ahorro ha experimentado, igualmente, un gran incremento, pues el montante de las Cajas de Ahorro pasa de 80.350 millones, en diciembre de 1960, a rebasar los 90.000 millones en el año actual.

Esta gran mejoría de nuestra situación económica, que se refleja en los Presupuestos aprobados por las Cortes de la Nación, y que son un exponente claro de nuestro resurgimiento, repercute ya en los sectores más débiles y necesitados. Aquel lema de nuestro Movimiento «ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan» se hace realidad a través de los fondos nacionales de igualdad de oportunidades, de protección al trabajo y de asistencia social, a los que el Estado destina en los nuevos presupuestos 2.900 millones de pesetas, exponente claro de la decidida política social del Régimen. Para la revisión de las pensiones a las clases pasivas ha llegado también la justicia de nuestra Hacienda, al dedicarlas 2.600 millones, que aliviarán la situación económica de doscientas mil familias de funcionarios públicos que el Estado no puede abandonar en su infortunio.

Como veis, la bases de nuestra economía se hallan ya sólidamente establecidas. La solvencia de nuestras instituciones políticas y de nuestros órganos de Administración y de Gobierno está plenamente confirmada por un largo proceso de perfeccionamiento orgánico y funcional que ya despierta interés en los sectores más solventes de los grandes países de Europa y América, por la originalidad y sincronización de nuestra doctrina fundamental a la problemática que caracteriza esta etapa histórica, así como el reconocimiento de la eficiencia con que nuestras estructuras políticas, sociales y económicas acometen y dan cima a realizaciones de toda índole y del más alto bordo, y admiran la flexibilidad para afrontar sin peligro de la estabilidad y de la solidez las revisiones que los inevitables y lógicos desfasamientos imponen o aconsejen.

Entre estas estructuras ocupa lugar muy señalado nuestro sistema de representación pública, que garantiza, además de la presencia efectiva, real y orgánica de todos los sectores e intereses en el supremo órgano legislativo de la Nación, su participación di. recta en cuantos Organismos nacionales, provinciales o municipales se administra o regula algún aspecto del bien común.

Una de las motivaciones más inmediatas y dinámicas del Movimiento Nacional fue la de dotar de autenticidad a la representación de los gobernados en la gestión de la «res pública», que para una recta constitución de la sociedad civil exige la participación de sus miembros en las responsabilidades del bien común.

De ahí que progresivamente en la composición de la mayor parte de los órganos cooperadores o de control de la Administración pública, en los sectores de las entidades paraestatales o incluso en las más específicamente propias de aquélla, figuren ya representantes de las entidades sociales en que están encuadrados los ciudadanos por función familiar, su integración municipal, su profesionalidad o especiales actividades. Precisamente en esos órganos de colaboración, asesoramiento, información o de Administración, es donde se da efectividad diaria a las leyes, y es en ellos donde pueden realizarse experimentos cuando un cuerpo legal necesita ser revisado o puesto al día y en qué sentido debe ser proyectado su posible perfeccionamiento o sustitución.

En cuanto a la importancia y número de estos órganos en los que de un modo u otro la decisión administrativa se ve por lo menos condicionada a escuchar, cuando no a sancionar el dictamen de sus componentes, constituye hoy un caso verdaderamente ejemplar. Entendemos que sería un contrasentido someter a una norma activa estatal y ordenancista el ejercicio de la prudencia política a que está obligado todo el que participa en funciones rectoras de Gobierno, pero dentro de nuestro sistema de discrecionalidad es mucho más restringida desde todos los puntos de vista que en la mayor parte de los países, precisamente porque hemos hecho una realidad tangible y concreta la armonía entre autoridad y régimen representativo.

Se gobierna y se administra así no sólo para el pueblo, sino con el pueblo, lo que, a su vez, constituye un mecanismo que por sí mismo facilita la ascensión y selección natural de los más capacitados y con mayor voluntad de servicio a la comunidad. El cuadro de auténticos dirigentes en las distintas zonas y escalas de las actividades sociales y políticas es hoy, por su diversidad, amplitud y especialización, infinitamente más completo y superior en todos los sentidos al de cualquier otro momento de nuestra Historia.

Lo que ocurre es que frente a unos modos políticos ; en los que privaba la frase apta para la galería, la picaresca oportunista, el alegato panfletario y el tópico electorero, el Movimiento Nacional ha impuesto un signo de eficacia, de realismo, de dedicación y de servicio, abriendo contra el antiguo hermetismo de los clanes que detentaban en cada partido hasta el dominio de la popularidad, ancho cauce a la promoción de cuantos se sienten llamados a la grave servidumbre que lleva consigo toda función directiva asumida o asistida sin frívolas complacencias y con altura de miras.

Como en todo organismo con grado normal de salud, en la biología política española se produce la consolidación de aquellos elementos que representaban una garantía de estabilidad y continuidad y la conveniente renovación mediante la incorporación de sucesivos y normales relevos.

Bien sabéis que en la orientación que preside el trabajo de creación de nuestro sistema político, la estructura sindical es básica y viene dando forma y personalidad viable y permanente a la sociedad entera. La representación se basa en la familia y en los organismos sindicales y municipales, y no hay sino tomar la de ellos en sus diversas esferas para integrar los Organismos representativos en el Estado y en la Administración. Merced a esto, por primera vez en la Historia del mundo occidental los supremos órganos sindicales llegan a tener desde los órganos consultivos, deliberantes y fiscalizadores del Estado y de la Administración los medios adecuados para hacer frente al volumen y a la importancia de los intereses que se le confían y de las responsabilidades que de ellos se derivan.

Nadie se atrevería a defender hoy que los intereses de cada sector económico y sus conveniencias pudieran servirse en régimen de guerra privada de cada grupo por separado contra los demás. En su grandiosa evolución histórica, el sindicalismo no se ha detenido en la creación de baluartes aislados de cada localidad o de cada sindicato, sino que ha puesto en pie el entramado orgánico de esos Consejos, Federaciones y Confederaciones donde se tributa la solidaridad a la base común de todas las conveniencias particulares o de grupo. Nosotros hemos sabido dar un gigantesco paso hacia adelante con los procedimientos de compaginar la libertad sindical con la unidad sindical más amplia.

Algunos se felicitan de que comience a reconocerse y estimarse nuestro sistema sindical desde el extranjero; y es verdad que ello entraña un cambio sustancial en relación con la ciega, pertinaz y sectaria enemiga de los pasados años, fundada sobre una prevención deliberada y hermética que impedía no ya ver, sino incluso mirar y acoplar elementos de juicio. Hoy ya aparecen nobles testimonios donde se admite que hemos conseguido cosas y realizaciones superiores en muchos conceptos a las de otros países y totalmente desconocidas antes en nuestra Patria.

Pero sin perjuicio de agradecer en todo su valor esos testimonios, hemos de tener conciencia de la limitación de los puntos de vista y de los cuadros mentales sobre los que se levantan. Ellos tienen por punto de llegada lo que en nosotros no es más que el de partida; es decir, la eficacia asistencial, la contratación colectiva y cosas semejantes. Todavía no adivinan cuanto entraña nuestra voluntad de fundar principalmente sobre el sindicalismo nacional un sistema político entero de representación y convivencia. La inestimable adquisición de la unidad sindical y de la libertad sindical y esa constitución de la sociedad en familias, municipios, sindicatos y asociaciones culturales, que transforma los supuestos de hecho de la tiránica política y del Derecho político, que sigue siendo fuera de España algo desconocido y hasta insospechado. y será preciso alcanzar .las últimas etapas de nuestra propia marcha con sus espléndidas realizaciones para que comiencen a comprender la distancia a la que se han quedado y el ejemplo y estímulo que España va a ser para el sindicalismo nacional en todos los pueblos.

Dada la importancia del empeño, no han de parecernos dilatadas, largas y penosas las etapas de nuestra trayectoria. Hemos de consolidar cada avance creciendo simultáneamente en extensión y en hondura. Continuaremos sin prisa, pero sin pausa, el proceso inexorable de integración y de perfeccionamiento de nuestro sindicalismo, deduciendo las consecuencias obligadas para la configuración de la Administración y del Estado.

Todo esto avala la congruencia existente entre nuestra concepción doctrinal y la configuración institucional.

Cubiertos los supuestos básicos de nuestra revolución nacional, es preciso que los postulados del Movimiento alcancen su máxima expansión. Para ello hay que acomodar las estructuras, no sólo las políticas de organización social, sino muy especialmente las económicas, a un ordenamiento jurídico, en el que el desenvolvimiento de los derechos de la persona y la igualdad de oportunidades para todos estén garantizados por la subordinación práctica y la activa contribución de los intereses privados a la función social, que es exigible y debe ser exigida a toda persona, sector social o instrumento que produce.

Ahora bien, si es connatural a la persona la titularidad de determinados derechos y su capacidad para la adquisición de otros, los fundamentos sustanciales que dan origen a la sociedad imponen al Estado la obligación de mantener una concepción moral y política de fines concretos, que han de ser conseguidos mediante un plan y método práctico de realizaciones estimuladas y en los casos que fuese conveniente impuestas por la autoridad.

Es el Poder el instrumento indispensable para mantener la unidad moral de todas las fuerzas sociales dentro de un concreto orden político, económico y social ajustado al orden superior en el que fueron creado el hombre, y los medios le fueron dados por Dios para su multiplicación y salvación. El ideal es que los deberes de este modo cristiano de entender la vida en sociedad se cumplan por el influjo de una conciencia colectiva movida por un conjunto de principios y normas éticas, pero, al mismo tiempo, es indispensable que sean exigibles y urgidos por la autoridad, que está obligada a seguir procedimientos lícitos, pero eficaces, para restablecerlo y para imponer, instaurar y tutelar dicho ordenamiento siempre que se produzca el incumplimiento o la transgresión positiva del mismo.

Dentro de este orden superior, en el que están naturalmente encuadrados los derechos reales o potenciales del individuo, la titularidad de intereses privados es un medio instrumental y, por consiguiente, cuando en el usufructo de esta titularidad se obstaculiza o se desvía en beneficio exclusivo propio el proceso productivo general de bienes, impidiendo la participación equitativa ,de todos los miembros de la comunidad, y de ésta en cuanto tal en los beneficios y frutos de dicho proceso, se está practicando una delictiva inversión de fines y se subvierte en sus fundamentos el recto orden social.

Pesan sobre la iniciativa privada responsabilidades muy graves y directas en cuanto a la multiplicación de los bienes y a la participación equitativa de todos en los beneficios, pero gravita sobre la autoridad el imperativo de hacer lo que no debe ser hecho por los particulares, lo que la iniciativa privada, por negligencia, incompetencia o incapacidad, no hace, o no lo hace bien, o lo hace insuficientemente, y que, sin embargo, no puede dejar de ser realizado, dada su necesidad o trascendencia económica social.

Le incumbe, igualmente, impedir que la propiedad privada en aquello que es básico para el referido proceso general de producción constituya un obstáculo, un freno o una desviación del mismo con las consiguientes repercusiones negativas en el más amplio orden general. La función rectora de la autoridad implica como fundamental, entre otros, el deber de que la solidaridad racional no padezca detrimento grave y, para ello, es hoy imprescindible que la economía se haya sometido a un orden moral y político, que ha de estar concebido y dirigido al servicio del fin próximo y último de la persona humana.

Desde esta posición doctrinal, que es la que preside desde su iniciación el ideario sustantivo del Movimiento Nacional, se percibe con claridad meridiana que no son las viejas estructuras económicas del capitalismo liberal las más adecuadas a tan altos y superiores fines. Se impone, pues, una reforma a fondo de sus estructuras, y en ello nos venimos esforzando sin tregua ni descanso.

La reforma de estas estructuras, y muy particularmente las que afectan a la economía, sólo cabe afrontarla teniendo presente que el proceso de producción no puede destruirse, que el curso económico no puede paralizarse. Aun supuestas las bases previas necesarias, hay que ir sustituyendo progresivamente las piezas del viejo mecanismo por las del nuevo con el máximo tacto.

Se trata de una tarea que implica, de una parte, la necesidad de mantener un ritmo de producción progresivo, si no queremos que el normal aumento de las necesidades se distancie tan excesivamente del volumen de bienes disponibles, que el equilibrio entre uno y otro resulte prácticamente inasequible con la consiguiente repercusión social y política.

Por otro lado, la multiciplicidad y, complejidad que entraña este proceso, en el que ha de abordarse desde cuestiones de Derecho estricto a nuevo planteamiento de las actividades financieras y bancarias; desde agudos problemas de psicología colectiva y de capacidad industrial, y de preparación técnica y profesional, exigen extremar la prudencia y el sentido de responsabilidad, al mismo tiempo que la firmeza en la decisión, que llegue sin prisas contraproducentes, pero sin pausas injustificadas, hasta las últimas consecuencias; máxime como en el caso de nuestras anárquicas estructuras agrarias, que están frenando el total desarrollo económico del país e impidiendo que lo conseguido en otros órdenes de la economía nacional repercuta equitativamente y con la intensidad que es de desear en el nivel de vida de los sectores sociales más necesitados..

No fue tarea pequeña ni fácil habilitar los instrumentos adecuados para la redención del campo español planeada ya desde los años de nuestra Cruzada, y en ningún momento abandonada, como lo demuestra la obra gigantesca ya cumplida o en marcha y que tantas ilusiones despertara entre nuestras poblaciones campesinas; sin embargo, cada hora nos trae nueva inquietud, y una vez son los propios problemas internos los que dictan nuestras resoluciones, y otras son los externos los que nos afectan con sus leyes inexorables.

Tampoco lo fue la de crear, experimentar y acumular los resortes y medios de todo tipo necesarios para una empresa de tan alto bordo. Hoy estamos en condiciones de garantizar que será llevado a cabo sin quebranto de ningún derecho legítimo, pero también sin vacilaciones ni debilidades. Está en juego la justicia, la solidificación de un orden social cristiano, la elevación armónica de nuestra armonía y la vida libre y decorosa de millones de españoles. Tampoco ahora nos temblará el pulso en tan importantes y decisivas batallas, en las que estamos seguros surgirán dificultades, obstáculos y negligencias, pero también contaremos con la c61aboración de la inmensa mayoría de los españoles. Y quien no tiene fe en el pueblo español es porque no lo conoce. Es éste un conocimiento adquirido en el transcurso de los últimos veinticinco años, el que nos ha permitido y nos permite no albergar temores ni dudas sobre el porvenir.

Vivimos en un mundo que se nos ha hecho pequeño, con el que intercambiamos nuestras producciones y al que estamos ligados en orden a los procesos económicos. Ante los avances y progreso del Mercado Común y las obligadas rebajas arancelarias, se ven muchas veces amenazadas y afectadas las producciones propias, obligándonos a producir a precios internacionales y de competencia en los mercados. Esto afecta gravemente a nuestras débiles estructuras agrarias, especialmente de nuestra producción de cereales de secano en nuestras altas mesetas. Lo que ayer venía impuesto por una necesidad histórica de elevación del nivel de vida de nuestras clases campesinas, de redención de suelos inhóspitos y de transformación de la España seca, hoy se acusa como una necesidad histórica acucian te, si queremos conservar nuestras producciones cerealistas y producirlas a precios internacionales.

El abandono obligado del cultivo de los eriales y zonas marginales para ser devueltas a los pastizales y a la ganadería necesitan ser sustituidos en el más breve plazo por la transformación de nuestras tierras en regadío, con aguas rodadas o clavadas, pero que hagan económica y viable la empresa agrícola.

La conquista de dos millones ,de hectáreas de nuevos regadíos ha de constituir la gran obra de nuestra generación. Si queremos mantener nuestras conquistas en el equilibrio de nuestra balanza de pagos, elevar la vida de nuestras clases campesinas y llevar a las zonas subdesarrolladas. del campo una capacidad mayor de ahorro y de consumo, hemos de acometer esta tarea en el menor tiempo posible como indispensable para nuestra seguridad económica.

El que desde hace veinticinco años vengamos preparando a España para colocarla a la altura de los principales países europeos, creándola las bases de una economía fuerte y sana, nos ha permitido el llegar a esta hora de plenitud y fortaleza en que podemos mirar al futuro con confianza.

Hemos rebasado las etapas más difíciles: la heroica, indispensable para la conquista de nuestra libertad económica y preparación de nuestra balanza de pagos; la de estabilización y recuperación, que nos ha permitido una base firme y estable para nuestro desarrollo, y la actual de desarrollo, que, aprovechando la experiencia de las conquistas anteriores, se dispone a transformar y a multiplicar todas las actividades económicas de la Nación.

Y así como las primeras tropezaron con las dificultades inherentes a tener que levantar un edificio sobre bases débiles, forjar al mismo tiempo los instrumentos e improvisar las soluciones sobre la marcha, esta tercera etapa nos exige el medir el alcance de su dimensión y preparar para ella los Organismos adecuados. No es lo mismo discurrir las actividades de la Nación en una marcha cansina o limitada, que exigirle y forzarle a una muy superior expansión.

Este desarrollo exige ]a voluntad de empresarios y emprendedores, seguridad y confianza en los instrumentos crediticio s colaboradores, que todos respondan en voluntad, en seguridad y en confianza. Los augurios económicos para el año que empieza no pueden ser más ventajosos. Se abre un hermoso horizonte de esperanzas que haremos realidad con nuestro trabajo y con nuestra fe.

Permitidme ahora ,un breve análisis de los acontecimientos internacionales más trascendentes del año que termina. Lo caracteriza la culminación del proceso interior desencadenado en Rusia a partir de la muerte de Stalin y su inevitable repercusión en los partidos comunistas de otros países. El reconocimiento público de la criminalidad organizada que el comunismo staliniano representaba al correr de los últimos veinte años y su confesión por los propios actores constituye la acusación más grave y terrible que el comunismo podría sufrir. Y sin subestimar lo que la desestalinización representa como prueba de la lucha entablada por la conquista de los resortes del Poder, los hechos y el cómo se han producido constituyen prueba fehaciente de que la monolítica uniformidad impuesta por el terror sufre internas y poderosas presiones sociales y encuentra eco en grandes núcleos de su población. Sólo por un imperativo insoslayable pueden quienes compartieron con Stalin las responsabilidades de sus crímenes adelantarse a acusarlos gravemente, confiando en que la ola de la reacción pública no les alcance. Evidentemente, ya no es lo mismo gobernar a ciento y pico de millones de analfabetos y de siervos que a un pueblo de doscientos millones de habitantes con una indiscutible elevación cultural, donde despierta un espíritu crítico y se hacen impracticables el dogmatismo rígido y la obediencia ciega a consignas propagandísticas.

Por otra parte, conviene registrar los reiterados fracasos en el campo de la producción agrícola, que durante cerca de medio siglo vienen desequilibrando su sistema económico, pese a lo conseguido en el campo industrial y técnico. Si a esto se une el que la absorción de los países llamados satélites con sus agricultores y sus familias continúa siendo un objetivo in- conquistable para el imperialismo soviético, nos permite confiar en la posibilidad de que se registren hondas transformaciones en la aplicación al campo de las doctrinas comunistas; pero supondría un error lamentable que Occidente estimara que esta situación le autoriza a bajar la guardia ante la amenaza soviética y la ideología comunista. Ciertamente que ya nadie podrá tratar de silenciar la despiadada crueldad sobre la que el comunismo ha montado su poderío y su fuerza, pero también es cierto que su capacidad de subversión y de penetración ideológica no registra hasta el momento descensos estimables.

Si a la ideología comunista no se responde con una doctrina política y una ordenación económico-social por igual superadora del marxismo materialista y del capitalismo liberal, la versión nacionalista del comunismo puede extenderse a amplias zonas de América y del continente africano; versión más peligrosa aún, pues su virtualidad proselitista resulta acrecentada por el valor emocional que encierra siempre toda exaltación de lo nacional.

Fruto en buena parte también de esta tensión interna del mundo comunista es el recrudecimiento de su radicalismo en cuanto al caso de Berlín se refiere. Los turbios e inconfesables caminos que condujeron a los Acuerdos de Teherán, Yalta y Potsdam no pueden ser nuevamente suscritos por ningún hombre responsable del mundo libre. Ninguna concesión favorable a las tesis soviéticas sobre Berlín los detendrá en sus provocaciones, que se repetirán como procedimiento de presión para la obtención de sucesivos éxitos.

En estas contiendas políticas, como en la guerra, no debe perderse el contacto con el adversario, pero nada tiene consecuencias tan catastróficas como lo que pueda destruir la moral en las propias fuerzas y en las de aquellos aliados que combaten a nuestro lado.

La política es, entre otras cosas esenciales, el arte de jugar las posibilidades de conformidad con un conjunto de circunstancias reales, pero nunca merecerá consideración ni respeto la actitud entreguista frente al dolo, el agio y la inmoralidad practicados por añadidura sistemáticamente. No se trata de provocar situaciones límite, sino más bien que no se continúen rebasando los límites en los que aún sea posible la
defensa del Occidente. La paz a costa de todo es inmoral, justamente porque es la derrota por deserción. En este caso concreto, además, es cooperar con el enemigo, que no renuncia a la guerra y al que se ae facilita adelante sus peones sin oponerle resistencia.

En cuanto a las otras relaciones internacionales, el mundo ha sufrido un notable retroceso. Hasta la última guerra mundial estaba vigente la era de las rivalidades nacionales, las divergencias de intereses subordinaban las relaciones entre los países; el ascenso de una nación tenía como consecuencia ineludible el oscurecimiento de la otra. En gran parte el poderío de unos se fundaba sobre la debilidad de los otros. Cada nación llevaba su juego en soledad, incluso cuando concertaba alianzas. Entre los poderosos regía la norma de respetar lo que llamaban el «equilibrio de fuerzas», aunque asentado este equilibrio en su propia fuerza y en la inferioridad del prójimo.

Pero la última conflagración modificó sustancialmente este planteamiento; a las rivalidades nacionales sucedió la rivalidad entre los bloques de naciones. Dentro de cada uno de estos bloques, si una nación se encuentra en peligro, todas las de su área lo están también. El interés legítimo de uno es también el de los demás. Importa, por tanto, que el vecino sea fuerte y potente. La vieja trama de intereses antagónicos entre pueblos ha sido desarticulada por patrones de unidad, lo cual hace cobrar más relieve a las vinculaciones espirituales y la conveniencia de que desaparezcan aquellas motivaciones o problemas que puedan contrarrestar la eficacia de esta vinculación. Sobre la base de esa superior comunidad de intereses comunales, siempre serán posibles fórmulas prácticas cordiales y eficaces de solución.

Las Naciones Unidas, como órgano internacional supremo en que todos los países del mundo se encuentran representados, abrían la ilusión a la esperanza de poderse evitar la guerra. La aportación de la sensatez de tantas naciones amantes de la paz debiera ser un elemento constructivo para impedir lo irreparable. Sin embargo, desde la primera hora llevaba en sí una mala conformación de origen: la del veto en el Consejo de Seguridad, que colocaba a varios de sus miembros en condiciones de paralizar toda la máquina internacional, si convenía a sus intereses. El hecho de que un centenar de veces la Rusia soviética haya hecho uso de este poder para anular las resoluciones del Consejo de Seguridad ha echado definitivamente por tierra todas las posibilidades y autoridad de este Organismo, que lejos de constituir ya un instrumento de paz y de solidaridad entre las naciones, aceptado el procedimiento en el caso de la agresión a Goa, va a ser en el futuro un medio impune para la agresión de los más fuertes a los débiles, un instrumento de la política soviética para llevar a su campo a las naciones neutrales o vacilantes, apoyándolas en sus imperialismo s exaltados y en el atropello del derecho ajeno.

Esta utilización monstruosa y consentida del veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y el desamparo en que se ha dejado a uno de sus miembros, ha hecho perder toda esperanza en el triunfo de la fuerza de .la razón por medios pacíficos.

En estos momentos en que nuestra hermana peninsular sufre las consecuencias de ese gravísimo abandono, proclamamos toda nuestra solidaridad frente a su derecho atropellado y nuestra fidelidad al Pacto Ibérico, que constituye una prueba terminante de cómo la unidad de fines y propósitos, cuando está servida con lealtad y limpia fidelidad a lo pactado, multiplica la potencia morar y la eficacia de los sumandos en el área de sus posibilidades.

Esta triste situación internacional del mundo, en la que no hemos tenido la más mínima participación, y que en sus líneas principales habíamos profetizado, nos coge en una hora de plenitud y confianza, seguros de nosotros mismos. Para la causa de la verdad y del bien seguirán todos encontrándonos en nuestro sitio alertas, serenos y en forma, mientras continuamos abriendo más anchas perspectivas a nuestro progreso y desarrollo, que en 1962 experimentará un impulso decisivo.

Pero si básicos e importantísimos son los avances en orden a un nivel de vida plenamente satisfactorio, al pleno empleo, a un más fuerte poder adquisitivo y a una más sólida seguridad material para el presente y porvenir, que son las aspiraciones que mueven hoy a las masas de población de todos los países, todo ello se ha de realizar sin incidir en lo que ya es una lamentable realidad en muchos países: la ausencia de todo sentido espiritual. El desarrollo económico y material es un medio, no un fin; debe estar al servicio de objetivos de un orden muy superior: entre éstos, el progreso cultural, moral y religioso de la persona humana, y a ello debemos de continuar prestando cuanta ayuda y medio nos sea posible. Y todo puede sernos posible si mantenemos la unidad entre los hombres y las tierras de España, la unidad viva y operante que en las desgracias, como en la sufrida últimamente por la población de Sevilla, moviliza todos los resortes públicos y privados civiles y militares, para acudir en auxilio de los que padecen, y en las grandes tareas nacionales es
siempre garantía de éxito y de triunfo.

Para todos, mis mejores augurio en el año que comienza y nuestras oraciones y recuerdos para los que con su sangre y su sacrificio cimentaron la grandeza y la libertad de la patria.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1962

Españoles:

Un año más hago llegar mi voz a vuestros hogares para hablaras de política, lo que no puede extrañaras, ya que de la política, como arte del bien común, depende el bienestar moral y material de vuestra familia.

El gobierno de los pueblos constituye una empresa eminentemente política, de la que no podéis desinteresaras. El que la política pueda tener defectos, no justifica nunca el indiferentismo político, que un día llegó a representar el suicidio de nuestra sociedad.

Varias veces he proclamado que en las líneas maestras de nuestra política no sólo nos interesan los bienes materiales, sino el orden moral que los presida; el pretender apartar la política de la Ley de Dios, como en muchos países se ha querido, es dejar penetrar en ella todos los materialismos e inmoralidades, ya que no hay regla moral que pueda sustituirla. La mayor parte de los males de la sociedad se deben al laicismo; y precisamente por haber colocado en nuestro Movimiento político lo espiritual por encima de lo meramente material, son muchos los que han llegado a considerarnos como la reserva espiritual del Occidente.

Sería interminable cuanto podríamos decir sobre la trascendencia de lo espiritual para el logro y el disfrute de los bienes materiales. En la Ley de Dios encuentra la justicia social su mejor base; y no olvidemos que donde no llegan la capacidad y los medios del hombre, llega siempre el poder de Dios.

Si nos ocupamos de .la parte material que ha de satisfacer una política, encontramos que no sólo ha de atender a las necesidades del presente, sino que ha de preparar y prevenir las del futuro, lo que requiere la existencia de una doctrina y la necesidad de una continuidad.

De la buena política de una nación depende todo en el orden temporal: la protección de la fe y de la guarda del orden y de la paz interna, la defensa de nuestras fronteras, el mantenimiento de nuestras libertades, la independencia de la justicia, la extensión de la cultura y la oferta de igualdad de oportunidades; la creación y multiplicación de los puestos de trabajo, con la propulsión y estímulo de los sectores productivos, el perfeccionamiento de las estructuras agrarias e industriales, la satisfacción de los anhelos y necesidades del pueblo, facilitada por la colaboración popular a la obra de gobierno; el amparo de los desgraciados e inválidos, la seguridad social y tantas cosas más que podríamos enumerar. De todo esto que nutre nuestro ser nacional, configurado por nuestra geografía y forjado al correr de los siglos, depende nuestro común destino.

El progreso de la Patria es para todos fuente inagotable de bienestar.

Lo que hoy nos importa considerar es nuestra situación presente y nuestra proyección futura, nuestra realidad viva y las posibilidades que se abren ante nosotros.

España, hoy, es un país en paz, en plena recuperación económica, con capacidad creadora en todos los órdenes de la vida, con un sólido prestigio internacional y con una juventud capaz y técnicamente preparada, que ansía proyectarse cara al futuro.

Hemos vivido años de excepción y de sacrificio, hemos atravesado un largo período de dificultades y combates, hemos debido mantener con energía el rumbo, frente a la incomprensión, el odio y el fanatismo; pero hemos conseguido ganar tiempo y contribuir a formar nuevas generaciones de españoles, que hoy son nuestro más preciado don y nuestra mejor esperanza. Valía la pena esperar y trabajar, preparando y mejorando las condiciones generales del país.

Por nacimiento, pertenezco a una generación, a un momento histórico, en el que el desaliento era la norma, y el pesimismo sobre el futuro nacional, el común denominador de nuestras juventudes. ¿ Qué ocurrió como consecuencia y cuáles fueron los abismos que hubimos de sortear? Son de todos conocidos y no creo hoy preciso recordarlos. La Historia juzgará de cómo supimos reaccionar frente al reto de la amargura, de la desunión y la falta de horizontes del país.

Los sistemas y las doctrinas son importantes, constituyen la osamenta invisible de un pueblo, el nervio y el espíritu que lo guía; pero sólo el hombre, en última instancia, es capaz de utilizar las organizaciones y de realizar las doctrinas.

El futuro de la Patria, la realización de lo que España deba ser mañana, será necesariamente el producto de los esfuerzos de nuestras juventudes de hoy, de los hombres que ahora llegan a los puestos de responsabilidad y que cada día en mayor número irán ocupando los que dejen vacantes sus mayores.

Toda realización, toda concreción material, tanto en el orden político como en el económico y privado, es, en cierto modo, producto del esfuerzo creador de los hombres que actuaron veinte años antes. Así como la España que hoy tenemos delante y en torno nuestro es el producto del esfuerzo de una generación benemérita que hoy está llegando a su culminación, los próximos veinte años vendrán marcados por ese origen, recordarán nuestros esfuerzos, transcurrirán dentro del marco general que dejamos trazado; pero, inevitablemente, serán la concreción, la actualización de la voluntad de empresa que tengan los hombres que hoy se mueven entre los treinta y cuarenta años de edad. Es decir, los hombres que se ‘conformaron e hicieron a lo largo de estos últimos veinte años de Historia.

A ellos y a sus compañeros de generación van principalmente dirigidas estas palabras. España se les ofrece hoy desde el punto de vista espiritual más unida, despierta y consciente que lo estuvo en los últimos cien años de su Historia. Desde el punto de vista social, en auténtica paz y en plena evolución. La transformación de nuestras viejas estructuras es el empeño de nuestra hora; los sentimientos de justicia están vivos y activos; el afán de mejorar la composición de la sociedad es una realidad, y los cauces para que todo ello pueda producirse están trazados y son operantes.

Desde el punto de vista económico, la evolución es patente; la mejoría, notable, y los medios de que el país dispone, infinitamente superiores. Vivimos en este terreno, tal vez, la hora más decisiva de nuestra Historia, la hora en que todo parece posible; pero también la hora de las decisiones trascendentales, que marcarán con trazo imperativo el inmediato desarrollo de nuestra economía.

Por último, en el terreno político, hemos creado un Estado constitucional, provisto de sus órganos fundamentales. Hemos aprobado una legislación previsora y adaptada a nuestras necesidades. Tenemos una Administración capaz, honesta y organizada. Disfrutamos de unos preceptos y de un ideario que la inmensa mayoría de los españoles comparten, y vemos con satisfacción que el resto del mundo, lejos de apartarse de nosotros, tiende, por el contrario, a soluciones y doctrinas que, salvando las peculiaridades históricas de cada uno, vienen siendo cada día más próximas a las nuestras.

Podemos, pues, mirar al futuro con confianza, esperar que nuestra labor dé sus frutos, adaptar el detalle a la necesidad cambiante de cada circunstancia, observar el funcionamiento de nuestras instituciones, alentar las necesarias evoluciones que aconseje el acontecer histórico y emprender nuevos progresos en todos los campos de la actividad humana.

De lo que España puede ser mañana, serán responsables las nuevas generaciones, que deben pensar cómo lo que ahora tenemos es el fruto de un gran esfuerzo, el producto de una grave convulsión, la herencia de una larga, brillante y orgullosa historia. Recordad de dónde partimos y pensemos en dónde pudimos caer.

En los umbrales de un nuevo año no está de más que recapacitemos brevemente sobre algunas cifras y datos que. constituyen un exponente de nuestra situación económica y política, ambas de la mayor importancia en cualquier país.

Comparemos estos nuevos datos con los del año 1935, último anterior a nuestro Movimiento.

La producción de acero pasó, de 594.710 toneladas en el año 1935, a 2.900.000 en el año 1962.

El carbón, ,de 7.267.878 en el año 1935, a 15.973.332 en 1961.

Abonos nitrogenados, de 30.000 en el 35, a 598.800 en 1961.

En construcción naval, de 20.000 toneladas en 1935, a 170.000 en el año 1962.

En cemento, de 404.835 en 1936, a 3.131.013 solamente en el primer semestre de 1962, pues, sumándole el segundo, pasarán de seis millones de toneladas.

En energía eléctrica, de 3.272.000 kilovatios-hora en 1935, a 21.000.000 en 1961.

En viviendas construidas, de 29.000 en 1935, a 139.603 en 1962.

En regadíos sistematizados, de 400.000 hectáreas en el año 1939, a 1.000.000 en 1962.

Vehículos automóviles producidos, de ninguno en 1935, a 76.200 en 1961.

En importaciones, ,de 876 millones de pesetas oro, a 2.208 millones de pesetas oro.

Y en exportaciones, de 586 millones de pesetas oro en 1935, a 2.223 millones de pesetas oro en el año 1960.

Y de población penal, de 34.500 reclusos en 1935, a 14.700 en 1962.

Si estas cifras, que se ofrecen como premio a nuestros esfuerzos, podrían llenarnos de optimismo, la vida, sin embargo, nos hace volver a la realidad: a tener que contar con lo contingente, en lo que destaca esa meteorología extremada que padecemos y que nos lleva de las sequías prolongadas al desencadenamiento de las fuerzas de la naturaleza que producen inundaciones que han venido poniendo a contribución nuestra fortaleza y nuestra unidad.

Un día todavía no lejano fue el diluvio sobre Valencia el que desencadenó la invasión de la ciudad por el fango y por las aguas como no se había registrado en toda su historia; más tarde fueron las de Sevilla las que anegaron con sus aguas numerosos hogares; ayer fue la de Cataluña la que asoló a una de las zonas más ricas y laboriosas de la región barcelonesa, produciendo la cifra más alta de víctimas en la historia de nuestras catástrofes; hoy son las heladas de la región levantina las que han destruido en horas los frutos dorados de muchos meses de trabajo, que si en otras ocasiones proporcionaron daños irreparables a nuestra economía exterior, hoy nuestra fortaleza económica y las reservas de divisas alcanzadas nos permiten superarlas con el mínimo estrago.

En unos y otros casos, la solidaridad nacional tuvo r su más alta expresión en la cálida y urgente asistencia de todas las regiones españolas a las zonas afectadas por la catástrofe.

Esto no hubiera podido conseguirse sin un programa de urgencia y una voluntad férrea para seguirla. Así, desde los primeros tiempos de nuestro Movimiento constituyó nuestra mayor preocupación el preparar todos los medios para transformar la estructura económica de nuestra Nación, que nos permitiese la realización de aquella España mejor que todos anhelaban, y que se venía frustrando al correr de las generaciones por la incapacidad y falta de eficacia de los sistemas políticos que nos habían precedido.

Nuestra política económica y social respondió desde la primera hora a los imperativos de la situación. No creo que sea necesario recordar a los que las visteis las grandes dificultades de aquellas horas y la falta de base en que poder levantar nuestro futuro. Nunca tuvo más valor la frase de tener, con nuestro trabajo, que ganamos el pan de cada día. Esta era una de nuestras principales preocupaciones: asegurar la alimentación de la población en lucha contra las sequías y las incomprensiones ante una guerra exterior que arruinaba al mundo y dificultaba nuestros intercambios y asistencias. Entonces se realizó ese gran esfuerzo que, sin duda, ha de asombrar un día a los historiadores de haber levantado de la nada a la Nación.

Desde aquella débil base de partida, sin reservas ni ayudas extranjeras y sin apenas excedentes para exportar, nuestra política no podía ser otra que la de intensificar las producciones naturales vitales y exportables y la de producir en España todo aquello indispensable a nuestra vida que no cabía dentro de nuestra balanza de pagos. Fue la etapa larga y penosa de las intervenciones y de las tasas que nos permitió, con los sacrificios mínimos, poder alcanzar un día las puertas de una normalidad. Entonces se inició el primer programa de desarrollo de urgencia que veníamos preparando desde los primeros meses de nuestra Cruzada, que nos permitiese cambiar el signo de nuestra balanza de pagos, marcando las líneas maestras de nuestra política económica y de sus conquistas. Tuvimos que superar las dificultades de la falta de estadística y de estudios técnicos en nuestra Nación para la transformación de sus estructuras y de la carencia de técnicos económicos preparados que nos ayudaran en la tarea, y que motivó el que creásemos las Facultades de Ciencias Políticas y Económicas, que, despertando el interés de nuestra juventud por estas materias, nos ofrecen hoy ese plantel logrado de economistas que vienen colaborando en los estudios y planeamiento de esta nueva y trascendental etapa.

La conjugación de las necesidades e imperativos sociales, con las exigencias de orden económico, presidieron esta primera etapa de urgencia, cuyos frutos están a la vista.

Esto que muchos ya llaman el milagro español, ha sido nuestra obra común, la de todos los españoles que colaboraron con sus esfuerzos y disciplina a vencer esta difícil y fundamental etapa. Sin ella no hubiera sido posible nuestro acceso a los órganos económicos internacionales ni la estabilización, ni tras el período de la reactivación subsiguiente, el empeño en que ahora nos encontramos de nuevo y trascendental plan de desarrollo, asentado sobre las bases firmes de la estabilización, de las importantes reservas de divisas alcanzadas y del saneamiento y robustecimiento de nuestra hacienda.

Aquí vemos cómo el desarrollo económico no es para nosotros una cosa nueva, pues viene practicándose progresivamente desde nuestra Cruzada, y que si en los años anteriores obedeció a imperativos de la urgencia, a líneas simples y a esfuerzos limitados por la escasez de medios, hoy, con la experiencia adquirida, recursos suficientes, reservas fuertes y horizontes dilatados, podemos enfrentarnos con planes de mayor envergadura, en los que están colaborando todos los sectores de la Nación a través de sus representaciones más genuinas y de aquellos valores individuales que patrióticamente se han implicado en esta tarea.

Para superar el ritmo normal de Crecimiento, se hace necesario conocer las estadísticas reales, realizar la preparación de los cuadros técnicos, de la mano de obra especializada, de las materias primas, de la maquinaria, de un crédito fluido y de la producción y suministro paralelo de los bienes de consumo.

En el plan de desarrollo colaboran hoy activamente, a través de subcomisiones y ponencias, más de seiscientos empresarios, técnicos, obreros, economistas y representantes de la Administración, que imprimen al plan de desarrollo el máximo rigor técnico y el más exigente sentido social.

El plan de desarrollo vendrá a acelerar el proceso de transformación social, constituirá un arma poderosa en la lucha contra las injusticias y desigualdades y no admitirá parcialidades, ya que contempla al pueblo español en su unidad y al hombre en su entera personalidad moral y material.

Antes de pasar a ponderar los datos políticos, y en la imposibilidad de ocuparme de todas las actividades de expansión de la Nación en sus diversos aspectos, quiero recordar por su trascendencia la importantísima extensión que ha tenido la cultura, que tanto repercute en nuestro progreso, citando unas cifras que destacan la expansión de la cultura, en la importancia de las campañas de extensión de la alfabetización, que lleva a cabo nuestro esforzado Magisterio, y la multiplicación en nuestra Nación de los estudios, estimulados por la creciente protección escolar.

En las escuelas primarias hemos pasado, de 2.120.436 matriculados en 1935, a 4.448.535, que figuran hoy en nuestras escuelas.

En Enseñanza Media, de 124.900 en 1935, a 420.636 en 1959.

En Enseñanza Laboral, de 32.477 en 1935, a 101.668 en 1959.

Y en Universidades, de 29.249 matriculados en 1935, a 62.895 en 1959.

Si de los aspectos políticos tratamos, los datos estadísticos son estos:

1935, en un solo año hubo siete cambios de Gobierno, en tanto que desde 1938 a nuestros días, esto es, en veinticuatro años, ha habido sólo diez.

Y de cómo fueron aquellos años de la vida nacional .lo reflejan las siguientes cifras, tomadas del inolvidable Calvo Sotelo y referidas apenas a unos meses.

El resumen de la situación desde el 16 de febrero al 16 de junio, y declarado por nuestro protomártir ante el Parlamento, fue:

Iglesias totalmente destruidas, 160; asaltos a templos, con incendios sofocados y destrozos, 275; muertos, 269; heridos, 1.287; agresiones frustradas, 215; atracos con- sumados, 138; tentativas de atraco, 23; centros políticos o particulares destruidos, 69; asaltados, 312; huelgas generales, 113; huelgas parciales, 228; periódicos totalmente destruidos, 10; bombas y petardos explotados, 146; recogidos sin explotar, 78.

Las instituciones estaban, pues, paralizadas, la legalidad había desaparecido y el orden público era desconocido. El país estaba dividido hasta tal extremo, que el odio y la sangre llegarían a cubrirlo.

Yo ya sé que ninguna obra humana es perfecta ni eterna, y menos que ninguna la obra política; pero dentro de esos límites, ¿se puede oír razonablemente afirmar que nuestra situación no es previsora? España dispone de instituciones colegiadas, tales como el Consejo del Reino y las Cortes, que, por los hombres que las encarnan y por su carácter representativo, pueden y deben ser una garantía del futuro del país.

Los textos de Derecho Político hablan de constituciones fijas y cerradas y de constituciones abiertas y flexibles. ¿Hay en el mundo Constitución más abierta y flexible que la española? Recientemente, y por nuestros enemigos de siempre, se nos ha acusado de evolucionar sólo en la fachada, con el fin de adaptamos a la moda imperante. Si la evolución no se hubiera producido, entonces seríamos atacados por nuestro inmovilismo. La verdad es mucho más sencilla. España, como todo organismo político sano, se mueve hacia adelante y trata de adaptar su esquema jurídico constitucional a la realidad de cada momento histórico, momento que evidentemente viene marcado por nuestras propias necesidades internas y por la evolución del pensamiento universal, que, por ser tal, lo es también español. No en vano nosotros supimos descubrir con veinticinco años de adelanto los rumbos que el mundo había de tomar.

Sin duda por haber vivido la política con mayor intensidad y pasión, como pueblo meridional, precipitamos el desgaste de las viejas fórmulas liberales, teniendo que buscar nuevos horizontes. El mismo asco y desprecio hacia la política de partidos que hoy se manifiesta en tantas naciones, antes lo sufrió el pueblo español con mucha mayor intensidad. Sin embargo, no todo es malo en los sistemas políticos anteriores; hay cosas que deben y pueden salvarse, y nosotros hemos sabido extraer de los viejos sistemas, de aquel conjunto de fórmulas y de ideas enfrentadas, todo lo noble y constructivo que podía encontrarse en ellos, lo que vivifica a la sociedad y no la destruye, lo que encarnaba nuestras más nobles tradiciones, todo aquello que el pueblo anhelaba y que el Movimiento Nacional vitalizó.

La realidad es que en España afloró un nuevo sistema político, que por servir al interés de la nación nos rebasaba en su evolución de lo que en otros países todavía predominaba. Esto constituía para nosotros una dificultad, ya que las naciones no pueden mostrarse por mucho tiempo ajenas a la influencia del medio imperante en el mundo que las rodea y sobre el cual sólo las revoluciones verdaderas acaban imponiéndose. El tiempo ha venido a darnos la razón, y hoy vemos cómo el mundo, aunque no quiera confesarlo, sigue los caminos que nosotros trillamos.

Todos los fenómenos políticos que en el mundo observamos, pese a las diferencias de sus etiquetas, registran el mismo contenido: incapacidad de los viejos sistemas políticos para conseguir el bien común, enemiga y desprecio hacia la política de partidos, repudio a los abusos económicos y a los imperialismos, aspiraciones al progreso económico y a una más justa distribución de la riqueza; anhelos de justicia social y de mejora del nivel de vida; persecución del orden y de la paz interna. En general, ansias de urgencia y de eficacia.

Si tenemos en cuenta esa influencia que el medio imperante en el mundo ejerce sobre las naciones, y recordamos la huella que la revolución francesa imprimió en el mundo que le siguió, y consideramos la extensión del socialismo y del comunismo en un área incomparablemente mayor, no tenemos más remedio que reconocer su influencia en la política del mundo futuro.

Es evidente que el tiempo ya transcurrido acabará transformando esos sistemas, purgándolos de sus muchos errores, corrigiendo sus fracasos y apropiándose de cuanto por agradable y eficaz destaca en la evolución de los pueblos libres. Lo que nos lleva a poder asegurar que la sociedad política futura no será la capitalista y liberal que conocimos, ni tampoco la materialista y bárbara del despotismo comunista soviético, sino muy próxima a la que nosotros concebimos.

Nuestra situación actual es el producto de un condicionamiento histórico inevitable y del libre juego, dentro de un esquema de las opiniones y necesidades del tiempo en que vivimos.

Hoy importa más a los pueblos la sustancia de las realizaciones que la lucha abstracta de las ideologías. Hoy es más grave y decisivo el problema de las estructuras sociales y de la justicia distributiva que el de los cuadros constitucionales y los grandes esquemas doctrinales. Hoy cuenta más en la opinión popular la problemática del quehacer del Gobierno que el viejo dilema de las formas. Hoy el hombre pide eficacia, justicia y estabilidad, antes que teoría o inseguridad. Por eso, tras siglo y medio de luchas dogmáticas, España aprueba nuestro cuarto de siglo de paz, progreso y estabilidad. Nuestro problema hoy es el de mejorar las realidades del país, el de elevar los niveles de vida de los españoles, el de hacer real una mejor y más justa distribución de la riqueza, y de actualizar y potenciar la auténtica representación de los intereses españoles; el de seguros de nosotros mismos, encarar con confianza el futuro y aunar nuestros esfuerzos para conseguir la realización óptima de nuestros lemas y enunciados.

Yo quisiera llevar a vuestro ánimo la seguridad de que el Gobierno conoce vuestros problemas y trata honestamente de solucionarlos, y os prometo que haremos cuanto humanamente esté a nuestro alcance para tratar de mejorar las condiciones presentes, producto, como sabéis, del enorme esfuerzo de crecimiento que está realizando el país.

Nuestras leyes e instituciones tienden a solucionar esos problemas, a mejorar la suerte de los menos favorecidos, a elevar ante todo las condiciones del mundo del trabajo; pero si, a pesar de ello, por incomprensión de algunos o por egoísmo de otros, se demostrase que resultan ineficaces, el Gobierno está dispuesto a dictar nuevas disposiciones que hagan imperativo el respetar, mejorar y. elevar las condiciones en que hoy se desenvuelve el trabajador español.

Porque el Movimiento no fue un privilegio de vencedores ni sumisión de vencidos, sino la oportunidad que se brindaba a todos los españoles para satisfacer sus anhelos de revolución social, es posible que hoy podamos abordar de cara los problemas de su crecimiento, unidos por la certeza de que hemos hallado el sistema de democracia abierta y de autenticidad representativa que conviene a las aspiraciones nacionales de paz y justicia sociales.

Al considerar tema tan trascendente hemos siempre de tener en cuenta y recordar los principios que condicionan la evolución económica de las sociedades y de los individuos: las aspiraciones naturales del progreso social y del aumento del nivel de vida requieren siempre unas bases previas económicas que las hagan posible. Si importante es la distribución justa de la renta nacional, tanto o más es que esta renta se acreciente y aumenten las posibilidades de distribución. Los pueblos sin riquezas naturales tienen que buscar en la industrialización y en la aplicación de los progresos técnicos a todas las actividades la sustitución de aquellas riquezas que les permita acrecentar su renta. Y todo esto hemos de hacerla sin violencias, dentro de un estado económico elaborado con la aportación de generaciones, que puede y debe ser perfeccionado, pero al que no se puede impunemente destruir.

Tiene que llegar al convencimiento de todos que del progreso general de la Nación y de su paz y orden internos dependen en gran parte la estabilidad y el buen desarrollo de las empresas, que se traduce en posibilidades de retribución mayor para las clases laborales; así como que gran parte de la buena marcha de las empresas depende de las buenas relaciones humanas, de la compenetración y entendimiento con sus trabajadores.

Constituye una quimera pretender alcanzar niveles altos de salario sin la transformación de fondo de las estructuras. Si los salarios subiesen artificiosamente, sin que al mismo compás haya habido un aumento de la productividad, se produciría una subida en mayor escala del nivel de precios.

Se habla con frecuencia de la aspiración de que nuestros salarios puedan alcanzar el nivel de los correspondientes europeos; mas para ello es necesario la equiparación de las estructuras y de la productividad. Siempre existirá una diferencia importante entre las naciones ricas y adelantadas y las pobres con una gran demografía; un ejemplo lo constituye para todos el Japón, nación perfectamente industrializada, pero que por su estructura general económica, carente de materias primas, y su gran población, exige para poder vivir que sus salarios sean muy inferiores a los que disfrutan las naciones más adelantadas del Occidente.

Las relaciones entre la política social y la económica han sido una de las claves de la actividad del régimen. Sólo demagogia puede haber allí donde, sin progreso económico, se pretende llevar a la práctica revoluciones sociales. Para conseguir el bienestar hay que acertar primero con una línea adecuada para obtener el desarrollo económico. Conviene, sin embargo, estar en guardia contra quienes ven siempre solas las razones económicas y no encuentran nunca momento oportuno para aplicar ,las medidas sociales. Así es que ni política social sin fundamento económico ni desarrollo económico de espaldas a las exigencias de la justicia social.

Como una consecuencia más de un proceso seguro de continuidad, el pueblo español se enfrenta hoy con una decisiva coyuntura de su existencia. Aunque lo más duro y difícil del camino ha sido ya superado, vivimos, sin embargo, una ocasión prometedora y comprometida. Alcanzar esta coyuntura excepcional de accesos a niveles altos de bienestar y a una paz permanente y compartida y pertenecer a una comunidad realmente independiente y soberana nos ha costado mucho. Nos ha costado, en la época más reciente, tener que soportar, por imperativo de los fenómenos económicos, determinadas tensiones alcistas en los precios, que han sido debidamente valoradas por mi Gobierno, tanto respecto de los factores que las han originado como de su repercusión en el coste de la vida.

Hemos estudiado cuidadosamente la coyuntura y sus posibilidades; tenemos conciencia de las grandes mejoras que están introduciendo, de un lado, los convenios sindicales colectivos, instrumentos de comprensión y de diálogo sobre temas vitales y elementos básicos para la paz inteligente y justa en las empresas y entre los sectores laborales, y de otro, las mejoras voluntarias otorgadas por las empresas, que, con amplitud y haciéndose merecedoras de la confianza que el Estado tiene puesta y sigue poniendo en ellas, han ido elevando sus cuadros y retribuciones. Pero nos duele en lo más profundo de nuestro corazón que existan todavía sectores y zonas minoritarias y aisladas, dispersas en la geografía de nuestro país y en sus actividades, a las que aquellas mejoras no han llegado. Por eso mi Gobierno acude ahora, bajo mi promoción, a esas zonas para establecer un salario mínimo para la categoría laboral básica de peón no especializado de sesenta pesetas diarias, uniforme para la población laboral española.

Somos conscientes de la perturbación que en algunos pequeños sectores de nuestra economía esta elevación de las retribuciones pueda producir y de las repercusiones con que hemos de enfrentarnos; pero mi Gobierno no podía por más tiempo contemplar la existencia de salarios mínimos vitales. intolerables, que un elemental deber de justicia política social no consiente.

Esto elevará las bases futuras de cotización y de prestación de la seguridad social, de forma que estas bases estén en condiciones de atender mucho mejor a nuestros caídos en el trabajo, a nuestros enfermos, a los ancianos que se han hecho merecedores de un retiro después de una larga vida laboriosa, a las viudas y a los huérfanos de nuestros muertos y a quienes quieren trabajar y momentáneamente no pueden en los grandes procesos de transformación tecnológica que están produciéndose bajo el impulso vigoroso de nuestra expansión y desarrollo. Para realizarlo y evitar las repercusiones posibles en los costos de producción de estas mejoras de la seguridad social, el Estado está decidido y ha tomado el acuerdo de participar transitoriamente en la carga que originen los incrementos de seguridad social, para que los beneficiarios puedan desde el primer momento disfrutar de su protección. Esta medida facilitará al empresario su desenvolvimiento en el marco de una previsión de costos necesaria y sentará el principio de solidaridad nacional que vengo sosteniendo en la síntesis de la unidad nacional que hemos proclamado.

Disposiciones oportunas promulgarán y reglamentarán estos acuerdos a través de las disposiciones reglamentarias, lo que, unido a las que últimamente han sido adoptadas en materia de seguridad social y ayuda familiar, ensanchan aún más la esfera tutelar del trabajador español, que desde el primer momento ha afirmado con un ambicioso propósito de superación.

La conciencia de que la capacidad adquisitiva del trabajador en lo que al salario se refiere no está solo determinada por lo que él percibe, sino por el ámbito de compra que éste posee, y el propósito decidido de proporcionar siempre no una mejora ficticia, sino real, nos ha impuesto la decisión que hemos tomado de asegurar por todos los medios, y con el rigor de todos los resortes, la estabilidad económica indispensable, habiendo ordenado las disposiciones y medidas correctoras precisas para encauzar nuestra expansión económica en los límites justos, que impidan una presión sobre los precios, que a toda costa hemos de defender,. y fijar su natural curva de flexibilidad, dentro siempre del marco que debe ceñir nuestra propia coyuntura económica.

Sólo así pueden abordarse confiadamente estos nuevos objetivos sociales que hemos proclamado, y que a su vez deben ser la base sana de un desarrollo eficiente. La precisa política de gastos, la adecuada ordenación de inversiones y, de una manera especial, el cuidado en el abastecimiento de los bienes de consumo básico, promoviendo y regulando el comercio y controlando y liberando de obstáculos los canales que estructuran su distribución, son las palancas de esta tensa y vehemente acción nuestra.

Estos problemas, que el abandono de un siglo acumuló sobre nuestra sociedad, no son exclusivos de nuestra Patria. En mayor o menor escala se produce fuera de nuestras fronteras, y las posiciones mentales, salvadas las circunstancias de cada país, vienen siendo muy parecidas.

Los pueblos, sobre todo los más jóvenes, buscan la eficacia, la estabilidad y la justicia, viven preocupados por el presente histórico y tienden a relegar los esquemas doctrinales heredados del pasado, que se pierde en bizantinismo s, sin repercusiones prácticas. En el materialismo que el mundo padece, el tema de nuestra época es el de la liberación económica del hombre. El sistema político que antes lo consiga llevará una ventaja sobre los demás, independientemente de su forma o de sus raíces doctrinales. En última instancia, en eso reside el gran reto comunista.

El problema para Occidente consiste en probar su mayor eficacia para elevar las condiciones espirituales y económicas en que se desenvuelve la vida del hombre de nuestros días. No se trata de implantar unas u otras formas de gobierno, no se busca el conseguir un mimetismo político ni una uniformidad constitucional; se pretende proporcionar un sustento digno a todos los hombres, que todos puedan constituir una familia, tengan un hogar digno, una estabilidad cara al futuro y una seguridad económica que garantice su vida y la de sus hijos y los riesgos que toda vida humana supone. En una palabra, se trata de promover la auténtica libertad del hombre, aquella que garantice su presente y conforme con seguridad su futuro.

El problema es el mismo en los varios continentes, tanto si miramos a los países hermanos de Hispanoamérica como si lo hacemos al continente africano o al asiático. Los pueblos aspiran a su independencia, con el fin de alcanzar mejor su propio desarrollo, cara al bienestar económico. Les preocupa el fin que quieren conseguir y están dispuestos con frecuencia a olvidar los medios, si éstos son meras formas políticas.

Hoy empieza a acusarse en el mundo el que la injusticia social no se encuentra sólo entre los individuos de una nación, sino que existe también entre las naciones, y que un deber de humanidad llama a las más ricas y adelantadas a promover el bienestar y el progreso de las más pobres y atrasadas.

Si en este orden pensamos en los miles de millones de dólares que el mundo malgasta en armamentos, que podrían labrar la felicidad y el progreso de tantos pueblos hambrientos y subdesarrollados, tenemos que rebelarnos contra el signo social que el comunismo ruso pretende monopolizar, cuando él y sólo él es la causa principal de esta loca carrera de armamentos que, paralizando al mundo en su obra social de mejoramiento, sacrifica a aquélla el nivel de vida de su propio pueblo.

Los países ricos, los industriales plenamente desarrollados, tienen hoy la grave responsabilidad histórica de enfrentarse con este panorama. O su generosidad conduce a una auténtica comprensión de los problemas y arbitran los medios para encauzarlos, o el peligro de una era revolucionaria, conducente a la guerra, se dibujará en el futuro.

La estabilidad en los precios de las materias primas, la honesta regulación de los mercados internacionales, la libertad en la circulación de mercancías, capitales y mano de obra, y una amplia concesión de créditos e inversiones son otros tantos supuestos urgentes y capitales, sin cuya rápida realización no es posible pensar en un mundo próspero y en paz.

Las causas que han conducido a esa situación son evidentes. Los países que tomaron la delantera en el momento de la revolución industrial acumularon en sus manos un caudal de medios de producción que por su sola existencia los hace diferenciarse en grados distintos de los restantes países. De ese modo, y partiendo de esas diferencias, los países super industrializados han atesorado una inmensa riqueza, que, elevando sus niveles de vida, los ha diferenciado sustancialmente de cualesquiera países menos favorecidos.

Cuando se habla de ayudas a los países subdesarrollados o, en general, a los menos favorecidos se olvida con frecuencia que sin alterar las bases de partida antes señaladas será prácticamente imposible reducir la distancia que hoy separa al grupo de países privilegiados de aquel otro al que pertenecen los que no lo son. Es más, de continuar la tendencia actual, la distancia entre unos y otros tiende cada vez a aumentar, de tal modo que en breves años podría darse la circunstancia de que un grupo muy reducido de países habrían alcanzado una total acumulación de medios de producción, que los restantes países del modo se vieran obligados a aceptar de un modo definitivo su superioridad económica, con las correspondientes implicaciones internacionales.

En esta gran crisis moral que el mundo sufre, y ante los egoísmos que en él predominan, es muy posible que las naciones cuyas economías se fortalecieron con las miserias ajenas pretendan conservar, por uno u otro medio, el predominio económico con el que venían fortaleciendo su propio bienestar; pero sólo una política audaz e imaginativa, que pretenda corregir de modo sustancial esas circunstancias, puede permitir al mundo occidental sobrevivir dentro del sistema conceptual que lo define, ya que la evidente injusticia que hoy predomina no se corrige, a la rebelión de las masas sucederá, sin duda, una auténtica rebelión de las naciones, que, empujadas y estimuladas por el comunismo, tratarán de mejorar la distribución del poder y de la riqueza, que es patrimonio de todos los pueblos.

No bastará, para remediar esa situación, el conceder a los países subdesarrollados una mera ayuda económica que les permita resolver de modo inmediato sus pequeños problemas. Es preciso tratar de transformar las estructuras económicas de esos países, ayudándoles de modo generoso y eficaz para que puedan alcanzar en un plazo no lejano un nivel técnico y una acumulación de medios de producción que les permita cambiar el signo actual de sus índices de producción, haciendo pasar éstos por delante de su progresión demográfica.

La posición española frente a ese problema es sencilla y está trazada claramente. España, que mantiene pacíficas relaciones con todos los pueblos que respetan nuestra personalidad y soberanía, defiende el principio de que es preciso luchar contra la injusta distribución de la riqueza universal, y mantiene la tesis de que, sin un reconocimiento de la libertad y soberanía de los pueblos, no es posible mantener el orden y la paz internacionales.

Ante Europa, de la que formamos parte, nuestros sentimientos están claros y formalmente definidos. Como parte, tenemos una definitiva vocación europea, y como europeos, defendemos una consideración de igualdad, que nos compromete en cuanto respeta nuestra personalidad.

Al acercarnos a Europa y pensar en una posible asociación con sus principales países no nos lleva un simple interés nacional más o menos claro de compartir el egoísmo europeo, sino el incorporarles un sentido humano y social de la política exterior, una conciencia cristiana de la justicia entre los pueblos, un concepto ecuménico de la economía y las realidades de un mundo nuevo y poco comprendido.

En nuestras relaciones con el resto de las naciones, por razones de toda índole, seguimos con especial interés y con cordialidad familiar los problemas de Hispanoamérica y Filipinas, pueblos a los que nos sentimos entrañablemente ligados. Por motivos similares, a los que se añade el de la vecindad, queremos siempre mantener y estrechar nuestras cordiales relaciones con Marruecos, y por nuestra secular historia atlántica, nos sentimos ligados a cuanto viene del Continente americano, y unidos bilateralmente por acuerdos con los Estados Unidos, admiramos su difícil misión rectora del mundo libre.

Deliberadamente he dejado para el final a Portugal, país hermano, a quien deseo testimoniar nuestra admiración por su esforzado y ejemplar comportamiento en los momentos difíciles, en que se ve injustamente atacado, con olvido de su ejemplar historia y de su insigne contribución a la cultura y formas de vida del mundo a que pertenecemos.

Igualmente, en estas fechas de la Navidad y el año nuevo, tan vinculadas al hogar y a la familia, quiero enviar un saludo muy especial a los españoles que están fuera de la Patria, llevados por el afán humano de la lucha y aventura por mejorar. Siempre fue España tierra de emigración. Si más de medio continente americano se expresa en lengua española se debe no sólo a la labor de los conquistadores, sino también a los hombres de nuestro pueblo, que con su sacrificio y esfuerzo han mantenido la herencia espiritual e histórica que allí dejamos durante siglos. Pero hay que reconocer que el acicate principal de estas corrientes emigratorias ha sido siempre la incomodidad y pobreza del propio solar, la falta de horizontes y de puestos de trabajo.

Hoy la crisis que sufren las naciones de Hispanoamérica y las demandas de mano de obra en Europa hace que la mayor parte de nuestra emigración se mueva en el marco europeo. Pero en la España mejor que estamos forjando aspiramos a ofrecer a las clases laboriosas tantas facilidades que hagan más acogedora la propia tierra e inútil el sacrificio de tener que ir a trabajar a las extrañas; pero mientras esa hora no llega, nuestro Gobierno ha velado en todo momento porque el esfuerzo de sus emigrantes sea eficaz. Hemos suscrito tratados con diversos países para atender al mejor cuidado de estos hombres fuera de nuestro territorio. Sabemos que por su esfuerzo se han ganado el respeto y la consideración de los pueblos con los que ahora conviven, pero también conocemos cuán penoso es salir de la Patria y dejar en ella familia, amistades y todo cuanto nos liga a los lugares en que se ha nacido. Es preciso que estas bravas gentes nuestras sepan que no las olvidamos, que conocemos el valor de su sacrificio y que estamos dispuestos a continuar nuestro esfuerzo para cambiar las estructuras y mejorar las condiciones de vida de todo el pueblo español, como también conviene que sepan cómo continuaremos nuestras gestiones en su favor en tanto no llega el momento feliz de su total reintegración a la Patria.

Una vez más despedimos un año de vida española y nos situamos ante otro nuevo período, del cual esperamos, con la ayuda de Dios, beneficios y venturas para nuestra Patria.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1963

Españoles:

Permitidme que cuando el año termina y hacéis cálculos y esperanzas sobre el que llega, penetre en vuestra intimidad para haceros conocer lo más saliente del diario de a bordo de la gran nave en que los españoles estamos embarcados y de nuestros pronósticos para las nuevas singladuras. No creáis que porque el tiempo haya sido de bonanza y la travesía relativamente feliz, carece la navegación de peligros y no interesa a todos la marcha de la nave.

Vuestra vida está íntimamente ligada a la marcha de la política. Su doctrina y la forma de conducirla es capital para vuestro futuro. No tenéis más que mirar hacia atrás. Los años que precedieron a nuestra Cruzada, a los mártires de nuestra causa, a sus persecuciones y sufrimientos en la zona roja, para que apreciéis su íntima conexión con los desaciertos y errores de toda una política. Volved la vista a las naciones cautivas del centro de Europa y pensad lo que ha sido de tantos hogares cristianos bajo la anarquía de los pueblos sin ley. ¿De qué les ha servido la buena fe, el juego limpio, la confianza en su propia razón? Mirad a Hispanoamérica y veréis igualmente a tantas naciones de nuestra estirpe que se debaten por el imperio de la paz y del orden interno y, sin embargo, como resultado de la política, se ven hoy amenazadas por la anarquía y el comunismo.

Hoy no se puede ser indiferente en política, porque vivimos una era que la venimos llamando de la guerra fría, pero que en realidad se trata de una guerra política. El peligro mayor no está en la carrera de los armamentos nucleares, con sus amenazas apocalípticas. No será nunca la mutua destrucción el medio que el comunismo elija. Su camino seguro es la guerra política, en la que lleva todas las ventajas y donde el Occidente se encuentra más desarmado.

Si reconocemos este hecho de la guerra política en que vivimos, los procedimientos que le opongamos no pueden ser de paz. Lo que se ventila es más grave que una batalla o que la fase perdida de una guerra. Significa la pérdida total, con la esclavitud más bárbara como secuela. Los países que sufren hoy tras el «telón de acero» no se perdieron por un revés militar, sino por las debilidades de una desacertada política. ¿De qué les sirvieron su buena fe y su amor a la libertad a tantas naciones? El enemigo se aprovechó de la libertad para destruirla.

Aceptado el principio de la guerra política, hay que reaccionar, cerrarle los caminos. No es el viejo liberalismo el clima apropiado para la defensa. Nos hallamos frente a un enemigo que emplea todos los recursos: la captación de voluntades, la compra de conciencias; que lleva cuarenta años en la práctica de la subversión, en la conquista de los puestos clave, en el empleo de la calumnia y de la mentira, en la explotación de las divisiones internas; que utiliza centenares de millones de dólares para adueñarse de los resortes propagandísticos, que sabe comprar a tiempo a débiles intelectuales o a directivos sindicales, a todo cuanto pueda representar un punto decisivo para su guerra de subversión.

¿Qué es lo que opone a todo esto el Occidente? Una unidad amenazada por la supervivencia de viejas rivalidades, de aspiraciones hegemónicas, y que sufren en su interior el cáncer de los viejos partidos políticos; sistemas políticos envejecidos que no pueden despertar en las masas entusiasmo ni ilusión.

Si el mundo es tan loco y obcecado que no acierta a defenderse en este campo de la guerra política que amenaza a tantas naciones de caer en ese abismo trágico que el comunismo les prepara, no seamos nosotros tan torpes y suicidas que por mimetismo político nos dejemos influenciar por fórmulas periclitadas.

La vida es una batalla permanente, en la que no podemos dormimos, y la paz, una conquista que es necesario celar y defender. Pero no es esto sólo, con ser lo más grave, en lo que la política afecta a nuestro futuro, sino a todas las manifestaciones de nuestra propia vida.

En la descristianización del mundo, en el propio atraso económico-social en que nuestra Nación se debatía, influía de una manera decisiva una larga trayectoria política, la misma que nos ha hecho perder en luchas y discusiones bizantinas los años más decisivos en la vida económica de Europa. Si así no fuera, no estaría hoy con vosotros dirigiendo los destinos de la Patria. No nos bastaba el ganar la guerra; había que asegurar para el futuro el no volver a caer en el mismo abismo. Así lo manifestamos desde el primer momento y así lo hemos venido cumpliendo durante estos veinticinco años, los más difíciles de la vida de España y en que las amenazas de todo orden rondaron a nuestra Patria.

Conozco que hay quienes, deslumbrados por el exterior, nos tachan de distanciarnos del pensamiento político de Occidente, de ese mundo viejo que todavía estira su planeo y, en verdad, no ha dejado de preocuparme el que tantas personas de valía que rigen a los países del Occidente no hayan sabido enjuiciar el verdadero problema y prevenir el futuro; pero sin duda las pasiones políticas y los intereses de partido no les permiten ver el horizonte. Si reconocemos vivir bajo una guerra política, los medios para luchar han de ser eminentemente políticos. Lo interesante en estos momentos de evolución del mundo en que vivimos no es estar con el mundo de ayer, sino el acertar con el mundo de mañana. Si los otros se empeñan en mantenerse estáticos, nosotros debemos sentimos fuertemente dinámicos.

Examinemos cuál es la situación: está claramente reconocido el que las guerras aceleran la marcha. política de los pueblos y que la evolución del pensamiento político en Europa es ya una realidad, aunque se disfrace todavía con sus viejos rótulos. ¿Qué otra cosa son los planes de desarrollo, la utilización de la empresa pública, el mercado en común y tantas intervenciones en la dirección económica de las naciones, ante cuyas realidades aún ayer se rasgaban sus vestiduras los gobernantes? ¿Qué podemos decir del reconocimiento social de nuestra era y la subordinación progresiva a lo social de todo lo político? Mas pasemos revista a las fuerzas que en esta guerra política se enfrentan.

El comunismo se ofrece con ímpetu de juventud, con dinamismo, con conocimiento de la situación, y explota en sus banderas el lema de la justicia social que las masas más numerosas demandan, halaga las pasiones, a la Empresa capitalista opone la Empresa pública, y lleva cuarenta años con agentes y dinero sin límites preparando la subversión.

¿Qué es lo que le ofrece el Occidente? Sistemas políticos envejecidos, injusticias seculares inherentes al sistema capitalista liberal; una democracia inorgánica que los divide y debilita y una libertad menoscabada por los estados reales de miseria; la riqueza y la opulencia al lado de la miseria, naciones ricas y poderosas que viven del coloniaje económico sobre las más atrasadas. Su acción no puede ser captadora; los pueblos universalmente lo rechazan. Los tantos que se apunta son solamente los negativos que le dan los fracasos del adversario.

Pero el comunismo en sí tiene dos caras: la que presenta al exterior con la definición del gobierno del pueblo por el pueblo, la de la justicia social, la de la extensión de la cultura, la de la igualdad de oportunidades, la de su potencia militar y adelanto científico logrados, la de la Empresa pública y la negación de clases; pero oculta la otra, la real: la del comunismo por dentro y que explica los muros de la vergüenza, los telones de acero y el alambre de espino circundando las fronteras; la del imperialismo insaciable, la del terrorismo policiaco, la de la esclavitud y anulación de toda clase de libertades, la de las persecuciones religiosas, la negación de la justicia, la omnipotencia del Estado, la negación de todos los derechos y la desaparición total de la dignidad humana. Enseña la cara que cautiva y oculta la que repele, pero en esta cara oculta está la debilidad y el fracaso completo del comunismo.

Mas ese impulso que las guerras imprimen al pensamiento político universal empieza a alcanzar al comunismo soviético, que comienza a reconocer sus crímenes y errores y que parece haber iniciado una sensible evolución. Y es que al extenderse la cultura se empiezan a formar estados de opinión, y los gobernantes no pueden hurtarse hacia lo que naturalmente las masas demandan, y a éstas le gustan lo que encuentran de bueno y aceptable en la cara buena y condenan y repelen lo que contra la naturaleza humana registran en su cara mala.

¿Cuánto ha tardado el comunismo en iniciar esta evolución? ¿Cuántos han sido los millones de seres muertos en Rusia por el hambre, por los sufrimientos en los campos de concentración y en las cárceles y checas?

Si pensamos que en hombre es el medio en que la política del mundo se desarrolla y que son semejantes sus sentimientos en uno y otro lugar, hemos de concluir reconociendo que, más lentamente o más aprisa, todos caminarán hacia las mismas metas.

El mundo político futuro recogerá de uno y otro sistema lo que tenga de bueno, constructivo y eficaz, y rechazará y dejará en el camino todas las aberraciones
y males de sus caras malas.

Lo importante para los pueblos en esta hora es el poder llegar a la meta por una evolución natural y dirigida y no por vencimiento o por subversión, teniendo que pasar por la noche trágica del comunismo terrorista. Cuando el comunismo echa su garra sobre una nación ya no la suelta; lleva a sus checas sus hombres, sus brigadas internacionales, su terrorismo policiaco; que extirpa y destruye todo elemento de defensa: Policía, Ejército, intelectualidad, cuanto pueda pensar y discrepar.

Si la Revolución francesa tuvo tanta repercusión en los sistemas políticos que la siguieron hasta nuestros días, hay que deducir la influencia que va a tener en el futuro el paso del comunismo por la mitad de la población del universo. Y no es que el comunismo pueda en sí perdurar, porque lleva dentro el germen mismo de su destrucción, y los que le odian más y lo rechazan son los pueblos que en alguna forma lo han sufrido; pero el comunismo, sin embargo, ha recogido la bandera de lo que una gran parte del mundo anhela, aunque luego lo traicione y no pueda ni quiera servirlo.

Por esto, nuestro Movimiento tiene una enorme actualidad, incomparablemente mayor que la que tuvo en sus albores. Su existencia se acusa cada día como más necesaria, que si durante veinticinco años, a lo largo de etapas difíciles, condicionadas muchas veces por las profundas alteraciones que el mundo ha ido sufriendo a nuestro alrededor, ha sabido mantener la paz interna, plantear una profunda renovación social, haciendo posible el resurgimiento espiritual y material de la nación, hoy ha vuelto a ser la clave de la salvación de nuestra Patria.

No creáis por esto que os digo que estamos completamente satisfechos de nuestra obra. Reconocemos haber logrado mucho, pero también es mucho lo que nos falta por hacer. Una revolución que sea constructiva no puede ignorar la interdependencia de lo económico. El crédito vive unido a la confianza y a la estabilidad. No se puede ir más aprisa de lo que vamos. Nuestra revolución es progresiva y profunda, sin desmontar el tinglado viejo antes de tener el nuevo dispuesto. A los que creen que nuestra revolución va lenta, yo les pediría que mirasen para atrás y analizasen lo que hemos avanzado con paso firme y sin un solo retroceso.

Precisamente en estos días en que se reúne la familia al calor del hogar, cuando tantos disfrutan de lo superfluo, se acusan más las; zonas deprimidas y las desigualdades sociales. Mi recuerdo en esta hora está con los pobres y con los que, obligados por la necesidad, han buscado trabajo fuera de las fronteras. Nuestra aspiración es que nadie por necesidad tenga que alejarse de su patria; redimir a los sectores deprimidos que en la nación existan, que la justicia social llegue a todos los rincones, y si en algún sentido falla lo remedie la fraternidad humana con espíritu de caridad; pero para lograr esto no basta el enunciarlo, hay que trabajarlo. Para elevar el nivel de vida hay que aumentar la renta nacional y dirigir la acción sobre las regiones y comarcas menos dotadas. He aquí la razón del Plan de Desarrollo que con el año que empieza acometemos.

El Plan de Desarrollo no es una cosa nueva en nuestra Nación. En los albores de nuestra Cruzada se nos presentó el gran problema de hacer resurgir la Nación de los quebrantos de la guerra y del atraso secular que padecía. España se encontraba exhausta, sin materias primas ni divisas y con una balanza comercial exterior, anterior a nuestra guerra, francamente desfavorable.

A muchos, entre los que se contaban los hombres más destacados de nuestra vida política anterior, pareció entonces empresa de locos la que acometíamos, compartiendo el concepto general de los primates rojos de abandonarnos una España inviable. Así nació nuestro plan de urgencia, primera fase de nuestro desarrollo, cuyo objetivo inmediato era el de sobrevivir y alcanzar progresivamente la nivelación de nuestra balanza de pagos con el exterior y el pleno empleo en el interior.

Comprendían estos planes de urgencia la recuperación de nuestros campos, la restauración de nuestra industria, la reconstrucción de lo destruido y las batallas del trigo, del algodón, de la madera, de los abonos, de la Marina mercante, de la electricidad, de los camiones y tractores, del petróleo, de los medicamentos, de la maquinaria eléctrica, de las máquinas-herramienta, de los nuevos regadíos, de la repoblación forestal y de la vivienda y la intensificación general de nuestras producciones clásicas, como eran la de la carne, los huevos, el hierro y el cemento.

En este plan, dificultado por una guerra universal y afectado por las prolongadas sequías y las heladas, se forjaron los instrumentos para su realización que nos permitieron la mejora progresiva y constante de nuestra situación, así como más tarde enfrentamos con la estabilización, y lograda ésta, ingresar en los Organismos económicos internacionales con vistas al Plan de Desarrollo.

La trascendencia de este Plan de Desarrollo Económico-Social, que las Cortes Españolas en su última sesión han aprobado, tiene la importancia de ser el fruto de la fecunda colaboración de representantes de la Administración pública, de la Organización Sindical y de grupos cualificados de sociólogos, economistas y técnicos de las diversas especialidades, pasando de 1.600 las personas que han participado directamente en esta gran tarea.

La primacía de los objetivos sociales se afirma constantemente. El Plan acelerará la formación técnica y la integración social, reduciendo progresivamente las diferencias entre los distintos niveles de la sociedad, y promoverá el ascenso a las más elevadas condiciones sociales y profesionales, en plena igualdad de oportunidades para todos. Al servicio de estos fines, el Plan crea los instrumentos precisos para llevar a cabo una decidida política social de rentas que encauce de un modo cada vez más justo la retribución de los factores de la producción y de los demás sectores perceptores de ingresos, así como la política fiscal con fines redistributivos y la política de precios, de forma que su estabilidad garantice la efectividad de los niveles de rentas previstos en el Plan.

Las principales directivas del Plan se presentan claras: crear los puestos de trabajo necesarios para mantener el pleno empleo y para absorber los excedentes de la mano de obra campesina y el natural incremento demográfico, intensificar la acción de transformación en regadíos, de alumbramientos de aguas, de concentración parcelaria, de ordenación rural y demás acciones para la transformación de nuestras estructuras agrarias.

En el camino de nuestra recuperación .económica, el Plan de Desarrollo supone un avance considerable que mejora de modo sustancial los supuestos económicos de nuestro país. La planificación de la economía es un principio de orden que debe aproximarnos a las metas deseadas y que nos permitirá conocer con mayor exactitud las posibilidades competitivas de nuestra economía, colocándonos en situación más favorable frente a los grandes mercados mundiales.

El Plan supone, pues, la puesta en práctica de unas estimaciones coordinadas, a las que el Estado contribuye con sus medios materiales y legales; pero la sociedad debe contribuir con su voluntad y empeño, ya que sin el entusiasmo de todos y sin una generosa interpretación de nuestras necesidades no sería posible el avance considerable que hemos programado.

Pero de poco serviría un Plan de Desarrollo que no encontrase eco, colaboración y apoyo en el pueblo trabajador y en las estructuras económicas y sociales del país, y por eso confiamos en el instrumento básico que el sindicalismo representa para canalizar y coordinar esta participación colectiva en nuestro desarrollo.

El sistema sindical español no es una estructura estática puramente orgánica, sino que entraña un dinamismo que viene a coincidir plenamente con la idea de desarrollo que hoy estamos poniendo en juego, que facilitará el encauzar el esfuerzo colectivo de los empresarios, los técnicos y los trabajadores españoles y demostrar una vez más su eficacia y su sentido de responsabilidad. Si en estos momentos no dispusiéramos de nuestra Organización Sindical hubiéramos tenido que improvisarla para acometer esta tarea de desarrollo económico y social con que se enfrenta España.

Las cifras que registra el Plan de Desarrollo acusan el agudo sentido social que preside la política económica del régimen. En los cuatro años del Plan se invertirán en enseñanza casi 23.000 millones de pesetas, y en viviendas más de 65.000 millones. Es un plan económico, pues, en que se da primordial importancia, por primera vez en nuestra Patria, a dos capítulos que sólo indirectamente tienen relación con la economía. El Estado ha querido así demostrar su constante preocupación por los problemas sociales que afectan a nuestra sociedad, dedicando cuantiosos recuerdos a la directa elevación de los niveles físicos y espirituales en los que viven nuestras clases más necesitadas. Sin el menor matiz demagógico, creo podemos afirmar que esas cifras significan un auténtico progreso revolucionario que ha de incidir directamente sobre la estructura de la sociedad española, permitiendo a los más capacitados el acceso a los puestos directivos sin que la condición económica y social de los elegidos pueda influir en las posibilidades que ante nosotros se abren.

Para dar una idea mayor del esfuerzo que el Plan de Desarrollo representa, de sus ambiciosos propósitos de carácter expansivo, bastará señalar unas pocas cifras: la inversión pública total en los cuatro últimos años, 1959 a 1962, inclusive, fue de 171.900 millones de pesetas. La cifra consignada en el programa de inversiones públicas para el próximo cuatrienio es de 335.000 millones, aproximadamente el doble.

El Plan de Desarrollo va a constituir la gran obra de nuestro tiempo. Si, carentes de todo y en las condiciones más difíciles, hemos podido dar a nuestra nación el impulso y resurgimiento logrados en la etapa anterior, no son los medios los que han de faltarnos cuando contamos con los instrumentos eficientes forjados en estos años: reservas de divisas, créditos del exterior y capacidad demostrada de nuestros empresarios y técnicos. Yo invito a todos los españoles a esta gran tarea, que tantos beneficios ha de aportar para la Patria.

Renuncio, por no hacer más pesada esta oración, a enumerar las relaciones del régimen en el año que termina. Solamente destacaré la eficacia de los medios puestos en juego para remediar la catástrofe de las inundaciones de Cataluña, en que se puso de relieve la solidaridad de la nación, y la rapidez con que hubo de atenderse a las siguientes en Andalucía; pero entre todas estas realizaciones, las que destacarán más por su eminente carácter social son las dos campañas iniciadas para redimir a la nación de la poliomielitis, de las chabolas de sus poblaciones, y la intensa de alfabetización, a la que están dedicados especialmente cinco mil maestros.

Cuando pienso en las generaciones que habrán de sucedemos, me preocupa el que encuentren ante su camino unas líneas maestras y unos cauces instrumenta- les claros y definidos. Muchas gentes tienden a olvidar, dentro y fuera de España, cuáles han sido las causas que nos condujeron a la situación presente. Es verdad que el próximo año podremos celebrar el veinticinco aniversario de la paz y conmemorar así los esfuerzos que a lo largo de este cuarto de siglo dedicamos para conseguir, primero, la reconstrucción material del país, y segundo, la mejor convivencia entre los españoles; pero esos veinticinco años, que son, sin duda, un largo período para la historia de un hombre, constituyen un plazo relativamente corto para la historia de un pueblo. Las heridas. sociales, las rupturas de la convivencia, no se sueldan con la misma facilidad con que pueden cicatrizar las heridas de un individuo. Por ello, mi máxima preocupación ha sido siempre, y seguirá siéndolo, el conseguir que la sociedad española reconstituida inicie sobre bases firmes su secular caminar histórico.

La perfección absoluta en política no puede existir; sólo un agudo sentido del compromiso hace posible la estabilidad de los cuerpos sociales. Pero el compromiso sólo puede ejercitarse evidentemente en cuestiones de índole adjetiva, formal o circunstancial, pero nunca sobre las esencias últimas, en las que reposa el carácter y espíritu de una nación, que deciden de su porvenir. Cuando el pueblo todo reconoce y acepta esas esencias últimas es posible una fácil convivencia política; pero cuando los extremismos pretenden poner en discusión esas esencias, entonces la convivencia ordenada y pacífica se hace prácticamente imposible. La responsabilidad del gobernante reside en hacer viable una convivencia que se apoya en la gran mayoría de la comunidad política, manteniendo a todos los extremos aleja. dos de la posibilidad de iniciar todos los días su consciente o inconsciente labor de destrucción.

Durante estos años hemos instrumentado todo un sistema político que, a nuestro modo de ver, convenía al modo de ser español, que, evidentemente, era aceptado y aprobado por la inmensa mayoría de la Nación y que nos ha permitido superar los años más difíciles de la vida de nuestra Patria. Nunca nos opusimos al perfeccionamiento y posible evolución de este sistema, como nunca cerramos el camino a cualquier español que quisiera colaborar en la honrosa tarea de contribuir al mejoramiento material constitucional de su propio país.

A lo largo de estos años, muchos son los que se han sumado a esta tarea: unos estuvieron desde el principio a nuestro lado; otros han venido del campo de enfrente y cada vez con mayor frecuencia; los más, surgen del conjunto de la sociedad española nacido a la vida política años después de nuestra guerra de liberación. La colaboración con todos no sólo es posible, sino que es deseable, y las instituciones españolas tienen abiertas sus puertas para todos ellos.

No somos nosotros los que no queremos olvidar, son contados elementos de la vida nacional o del mundo internacional los que una y otra vez intentan replantear el problema pretendiendo retrotraer la Historia. De este modo, la hostilidad reconcentrada de unos pocos intenta dificultar a la inmensa mayoría el proyectarse con paz y tranquilidad hacia el futuro.

La historia de cada día nos prueba que cualquier incidente, la menor circunstancia, el detalle más irrelevante para la auténtica problemática del quehacer nacional, es alzado frente a nosotros, difundido amplia- mente y tergiversado, con el exclusivo fin de poner en entredicho el buen nombre del pueblo español o del sistema político que ese pueblo se ha dado. Entristece pensar que puedan ser españoles los que de ese modo proceden, como entristece comprobar que a lo largo de la Historia la leyenda negra contra nuestro país fue siempre alimentada por españoles resentidos que habían fracasado en su vinculación a la comunidad nacional.

Yo acepto y comprendo que cuando se descubre una infracción, un abuso o un delito, los españoles lo denuncien con claridad y precisión. Todas las instituciones y todos los sistemas han estado y estarán siempre expuestos a la fragilidad de la naturaleza humana. Pero en España las leyes prevén los cauces adecuados para ejercitar esas denuncias: las Cortes, los Tribunales de justicia, el derecho de petición, los ministerios competentes y el Jefe del Estado pueden y deben recibir cuantas instancias en este terreno quieran dirigirles los españoles; si de lo que se trata es de obtener un esclarecimiento, de conseguir un acto de justicia o de lograr una reparación, los caminos están claramente trazados. Jamás en España ni en nación alguna disfrutó de mayor independencia la justicia. Pero si lo que se pretende es realizar una política de escándalo, desprestigiar al propio país y a sus instituciones, mantener una permanente campaña mendaz, entonces, aun sintiéndolo, reconoceréis que en defensa de la sociedad y de las leyes que todos hemos aceptado, no queda más solución que dejar actuar el automatismo jurídico que debe proteger a toda sociedad organizada.

Cara a la próxima celebración de este cuarto de siglo, yo quisiera, una vez más, recordaros que el mejor fruto recogido en todo este tiempo debe ser la unidad entre todos los españoles. Pero fijaros bien que cuando digo unidad no quiero decir uniformidad, sino simplemente coincidencia y respeto en lo que es esencial a la propia existencia de España. Dentro de esa unidad caben posiblemente muy diferentes actitudes y acentos; cabe la oposición al medio, medida o decisión circunstancial; cabe la más variada diversidad de pareceres. Lo único que no cabe es el dogmatismo dirigido contra la propia esencia de la Nación y de su ordenamiento jurídico.

El Régimen español, que desde sus orígenes se definió a sí mismo como revolucionario, no ha ocultado en ningún momento esa tendencia de aspirar a conseguir una profunda modificación de las condiciones de vida que imperaban en la España anterior a 1936. Pero las revoluciones, para ser efectivas y duraderas, no pueden basarse exclusivamente en un cambio de estructura política, sino que necesitan apoyarse en modificaciones
sustanciales en las condiciones económicas y distribución de la riqueza. Y este proceso requiere un período de tiempo que será más o menos largo, según las circunstancias de toda índole que vengan a influir en el transcurso de la propia evolución.

Ahora bien, una revolución de este tipo, si debe producir fruto perdurable, habrá de ser pensada y organizada con serio supuesto teórico técnico del legislador y con arreglo a un esfuerzo mantenido de toda la sociedad. En el mundo moderno, con la complejidad de problemas que se derivan de la estructura económica, no son ya posibles las clásicas revoluciones románticas que pretendían mejorar las condiciones de un pueblo con una simple algarada callejera. Las revoluciones de hoy deberán ser el producto de la conjunción de los hombres responsables que aspiren a la mejora social y de los técnicos que pongan al servicio del ideal revolucionario sus conocimientos.

Una nueva estructuración. de la propiedad y de la producción agraria, unas modificaciones fiscales y una más directa participación del sentido social en los beneficios de la producción o incluso en la distribución, significará un avance decisivo en el camino de la revolución nacional que el Estado español se ha propuesto realizar.

Yo quisiera por ello aprovechar esta ocasión para invitar a todos los españoles a aportar sus conocimientos, su preparación y espíritu de sacrificio a esta gran labor que puede ser la tarea de toda una generación.

Si aunamos el esfuerzo intelectual de todas nuestras asociaciones, corporaciones, sindicatos, cooperativas, universidades y órganos consultivos de la Nación conseguiremos dar un paso cada día que nos aproxime a una sociedad más justa. Si la juventud española, consciente de su grave responsabilidad en esta hora, acepta el reto de los tiempos nuevos y con sinceridad y autenticidad se dedica a organizar la gran tarea de transformar a España, la revolución nacional que nosotros iniciamos en condiciones precarias podrá completarse en un plazo de tiempo no excesivamente largo, y de ese modo, al final del periodo, el país, asentado sobre unas bases sociológicas más firmes, habrá encontrado definitivamente .una permanente estabilidad de estructuras políticas, asegurando la paz, el bienestar y la felicidad de todos los españoles.

Ahora bien, ese esfuerzo de conjunto que propongo, esa proyección al futuro que deseo y los cambios de estructura que, evidentemente, son necesarios, se retrasarían lamentablemente si, una vez más, nos dejásemos sorprender por la propensión de nuestro temperamento, que lleva al particularismo y a la dispersión. Sólo un esfuerzo de conjunto, un afán colectivo y perdurable serán capaces de realizar esa aspiración de justicia que, sin duda, es la nota característica de la época en que vivimos. No son los detalles de las instituciones de una determinada sociedad los que impiden o favorecen la evolución y el progreso de un pueblo; es la voluntad colectiva de toda una sociedad, la coincidencia mayoritaria en unas metas y el sentido del compromiso los que permiten a los grandes pueblos su continuado avance y mejora.

Una nueva prueba de la enorme capacidad de iniciativa y de la fecundidad del Estado español la tenemos en la feliz tramitación de la ley sobre autonomía de gobierno para nuestros territorios ultramarinos de Guinea y Fernando Poo. Al amparo de nuestra bandera habían ido creando su personalidad, ascendiendo de la vida tribal a la de una sociedad civilizada. Durante muchos años atendimos a su sanidad y a su cultura en medida igualo superior a la que disfrutaban los pueblos de nuestra metrópoli.

Pero planteado el problema de la autodecisión en los territorios de África, el Gobierno de la Nación exploró con gran espíritu de comprensión los sentimientos de los habitantes de aquellas zonas, y tras las oportunas consultas y conversaciones con sus representantes, presentó a las Cortes un proyecto de ley que diese satisfacción a la población de aquellos territorios. Si ellos querían ser españoles, España estaba dispuesta a ayudarles y a defenderles. Si hubieran deseado separarse, España no hubiera .gastado un hombre en retenerlos. Saben los naturales que su nivel de vida es muy superior al de los países vecinos; que su libertad y la supervivencia de su personalidad sólo son posibles al lado de España; que si ésta los abandonase serían víctimas propiciatorias de las ambiciones expansionistas de comarcas vecinas más pobladas y que en la conveniencia con España descansan su desarrollo y su progreso.

Las Cortes, por su parte, han colaborado con un alto sentido de su responsabilidad, comprendiendo la trascendencia de una ley que supone una modificación sustancial de la situación anterior, razón por la que la nueva disposición había que suponer sería examinada por propios y extraños con minuciosidad y detalle.

El éxito alcanzado en todos los ambientes y la satisfacción con que el texto ha sido recibido y refrendado por los naturales de aquellos territorios prueban las acertadas previsiones del Gobierno y el espíritu de generosidad con que actuó el legislador. El plebiscito que tuvo lugar en aquellos territorios nos ha dado la medida exacta de nuestra libertad y puesto de manifiesto el aprecio que merece a sus destinatarios el nuevo Estatuto legal.

La nueva legislación queda abierta a futuros perfeccionamientos; si la experiencia demostrase que era necesaria la reforma con idéntica comprensión y generosidad, el Gobierno estaría siempre dispuesto a un nuevo estudio de la situación. Nosotros entendemos haber contribuido así a la mejor solución de un problema, creando, además, los cauces necesarios para un diálogo que deberá ser siempre mantenido con gran claridad y con elevado espíritu de colaboración.

Yo pregunto: ¿Hubiera sido ,posible en otras épocas y circunstancias encontrar una solución satisfactoria en tan breve plazo de tiempo? Creo que no, y ello me confirma en la creencia de que nuestro Estado es hoy capaz de resolver con sentido progresista y evolutivo problemas que los regímenes anteriores hubieran dejado sin solución.

Como veis, mirando hacia el interior, la situación es clara: Hemos alcanzado un grado elevado de mejora y estabilidad que nos permite pensar en el mañana y continuar perfeccionando un sistema que durante veinticinco años, y en las circunstancias más adversas, permitió al pueblo español superar una cruel contienda, mejorar muchas de sus estructuras, sortear peligros ciertos de orden exterior y fomentar una convivencia nacional que durante más de un siglo se había presentado precaria. Pero España no vive aislada del mundo; España, como cualquier otro país, vive en relación constante y permanente con el resto de la comunidad internacional y, por ello, cuanto en esta comunidad ocurre nos afecta directa o indirectamente.

De ese modo tenemos interés en proyectar fuera de nuestras fronteras una auténtica imagen de nuestra situación y condiciones, como tenemos derecho a que se nos juzgue con objetividad y se nos respete, como nosotros respetamos a los demás.

En un mundo cambiante, en el que descubrimos todo género de regímenes y de sistemas, no parece razonable hacer un juicio sobre cualquiera de ellos en tanto su actividad se radique a los límites estrictos de cada una de las sociedades nacionales. Por ello, España, que mantiene las más cordiales relaciones con una gran mayoría de los restantes pueblos del conjunto universal, se abstiene de juzgar o de interpretar las soluciones concretas que cada uno de ellos haya adoptado para resolver sus problemas domésticos, y sólo se enfrenta con aquellos sistemas que, rebasando la esfera nacional, intentan, con un claro imperialismo ideológico, imponer a otros pueblos su ideología o sus normas de gobierno.

Nuestra tradición cristiana y nuestro profundo sentido del derecho y de la justicia nos llevan a practicar el entendimiento y la cordialidad con todos los restantes pueblos, y cuando en alguno de ellos surge un problema directo que nos afecta, tratamos, por medio de la negociación, de encontrar siempre una solución amistosa que dé satisfacción, hasta donde sea posible, a las partes interesadas.

En virtud de estos principios, en el último año hemos tenido la satisfacción de renovar nuestro acuerdo con los Estados Unidos de América, en que se pusieron de manifiesto la mutua comprensión y estima, reafirmando una vieja amistad y colaboración iniciadas hace diez años. Por ello quisiéramos ahora, recordando una vez más la tristeza y el dolor por que ha pasado recientemente el pueblo americano, reafirmar nuestros sentimientos de solidaridad, nuestro firme deseo de colaboración y nuestra gratitud por la amistosa ayuda que nos ha venido prestando.

En una esfera mucho más amplia y general, España se ha adherido al pacto antinuclear, del que forma parte una inmensa mayoría de los pueblos. Para nosotros, cuanto pueda suponer una contribución a la paz y al mejor entendimiento entre todos los hombres será siempre bien recibido, y cualquier sacrificio que en su nombre se nos imponga será siempre cordialmente aceptado. Ese mismo es el norte que nos guía en nuestras actuaciones en las Naciones Unidas o en cualquier otro organismo de dimensión mundial o internacional pretendemos con nuestra modesta aportación y contribución coadyuvar de esta manera a una labor en la que sea posible la resolución pacífica de todos los conflictos, la contribución a la resolución de los graves problemas que afectan a la Humanidad y la ayuda hacia todos los pueblos que sufran una calamidad imprevista.

Mirando hacia el exterior, la situación de España se ha consolidado año tras año, adquiriendo nuestro país un más sólido y elevado prestigio, del que son exponentes los acuerdos económicos que tuvieron lugar con París y Bonn, tan importantes para nuestro progreso. Nuestro respeto a los compromisos contraídos y nuestra desinteresada colaboración a la resolución de los grandes problemas que el mundo presenta, nuestra fraternal unión con los pueblos de habla española y nuestro sentido de la responsabilidad y de la seriedad internacionales nos han permitido imponer el nombre de España como el de una nación que, con rectitud, seriedad y espíritu de justicia, está siempre dispuesta a la colaboración, al entendimiento y a la resolución negociada de cualesquiera dificultades que puedan surgir.

No quisiera dejar de señalar que también en el exterior existe el pequeño reducto político en que con alguna frecuencia se intentan plantear dificultades al buen entendimiento de España con los otros pueblos. Las razones que pueden existir para esta actitud son, a mi modo de ver, claras: en unos casos se trata de utilizar el nombre de España como un arma que puede ser empleada en et menudo juego de la política interior de algunos países; en otros, de evidentes consignas dictadas por el imperialismo ideológico de ciertos regímenes y, por último, en los más, de pequeñas conjuras urdidas por españoles resentidos, que prefieren desprestigiar el nombre de su país a cambio de pequeños éxitos personales o de apoyos intrascendentes para su trasnochado dogmatismo. El sectarismo que ello implica es difícil de justificar y descalifica, por su sola existencia, a quienes con absoluto desprecio de las condiciones de vida de un pueblo pretenden mantener unas circunstancias o plataformas que sólo a título personal pueden justificarse. Afortunadamente, los millones de extranjeros que anualmente nos visitan permiten la más eficaz demostración de cuáles son las verdaderas condiciones que imperan en el interior de nuestra Nación.

Prescindiendo de nuestro problema, se percibe en el resto del mundo un clima dé inseguridad, interior y exterior, que debe preocupamos. Es cierto que, por el momento, parece decrecer la tensión Este-Oeste, pero no es menos cierto que, al mismo tiempo, aumenta la inestabilidad interior de muchos países, que regímenes que parecían firmemente establecidos se resquebrajan y que sociedades evolucionadas y en pleno desarrollo tropiezan con dificultades graves que ponen en peligro su convivencia ordenada.

Frente a todos esos problemas es preciso que. reafirmemos una vez más nuestra voluntad de permanecer unidos y nuestra doctrina de no intervención en los asuntos ajenos, como no sea defendiendo nuestra propia personalidad y aconsejando el aislamiento de los problemas exteriores, para que sean resueltos por sus protagonistas sin intervención de terceros, con lo que conseguiremos salvar una época de crisis que está alterando al mundo conocido.

En estos días llenos de significado cristiano, frente a la crisis de espiritualidad que el mundo sufre y la ola de materialismo que invade el Universo, es para nosotros una grata satisfacción moral la de reafirmarnos en el carácter católico de nuestro Estado. Esto es difícil de comprender en el exterior, ya que rara será la nación que pueda establecer con nosotros una analogía. No significa ello. confusión alguna. Somos conscientes de que tanto la Iglesia como el Estado son dos sociedades perfectas, cada una en su orden, con sus propios fines, una en lo espiritual y otra en lo temporal y, por tanto, independientes y poseedoras de sus respectivas soberanías. Pero ambas ejercen su acción sobre un ambiente humano común, y ello implica necesariamente unas relaciones habituales entre ambos poderes, y, como nos enseñaba el Pontífice León XIII en su encíclica «Inmortale Dei»: «Es necesario que Dios, origen de uno y otro, haya establecido un orden recto de composición entre las actividades de uno y otro poder.» Este orden tiene que fructificar cuando ambas potestades ponen la voluntad precisa para ello en una concorde y amistosa colaboración sostenida de buen grado por la Iglesia y el Estado.

Ojalá esta colaboración y concordia fueran posibles en todas partes y que nuestra Madre la Iglesia no encontrase, como desgraciadamente sucede, ambientes de indiferencia, de hostilidad y aun de persecución. Son muchas las situaciones políticas que mantienen el principio de hegemonía absoluta del Estado y niegan a la Iglesia su perfección jurídica, reduciéndola a una corporación o asociación más, con un precario campo de posibilidades para el ejercicio de su sagrada misión; pero cuando este la voluntad decidida en una nación de gobernantes y gobernados, de pastores y fieles que viven en el seno de una comunidad creyente y temerosa de Dios, esta voluntad está llamada a florecer en la mejor y más eficaz armonía espiritual.

La Iglesia, a través de la Historia, ha utilizado esta vía de entendimiento, armonía y complementación considerando moralmente conveniente la concordancia con soberanías temporales de forma constante a través de los siglos. Tal sucede con nuestro vigente concordato, firmado el 27 de septiembre de 1953, que es un acuerdo de amistad, cuyo móvil determinante fue la buena voluntad y recta intención de establecer normas claras y precisas, delimitando las competencias para consolidar sobre bases firmes y duraderas la armonía ya existente entre la España contemporánea y la Iglesia católica, apostólica, romana y su Santa Sede.

No vino este concordato a cerrar un estado de tensión o malas relaciones, sino a consagrar el hecho existente de una firme amistad y entendimiento alcanzados con un esfuerzo colectivo de nuestro pueblo después de haber sido capaz de vencer las asechanzas del marxismo y del materialismo, no sin grandes sacrificios y sublimes martirios.

Nuestra unidad católica, la más preciosa joya moral de nuestro pueblo, es, por tanto, una realidad públicamente proclamada, y así tenía que ser, pues el Estado en un país católico tiene el deber de mantener y profesar públicamente la religión de sus ciudadanos. Ello no significa que la Iglesia esté en nada limitada en su sagrada libertad. Nuestro Estado se comporta como un Estado cristiano y católico en todas las clases de sus actividades y, naturalmente, en la de sus relaciones con la Iglesia, y no solamente la ayuda materialmente a resolver en las materias mixtas, como el matrimonio y la enseñanza, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, sino que además lleva este espíritu a su organización jurídica y política.

Agradecemos al Altísimo que en nuestra Patria un año más hayamos vivido unidos a la Iglesia, disfrutando la gracia del cielo, de la armonía entre lo espiritual y lo temporal, el don de la concordia.

En este orden espiritual, un acontecimiento doloroso tuvo lugar en el año que termina: la muerte de Su Santidad el Papa Juan XXIII, que llenó a España de dolor y desconsuelo. Perdía la Iglesia un Pastor, y los hombres todos, un corazón generoso, que supo, con inteligencia y con bondad, ganarse el respeto, admiración y cariño del mundo cristiano.

Un nuevo Pastor nos guía hoy y una gran esperanza se despierta en todos nosotros cuando contemplamos el camino que señala el sucesor de Pedro y la visita de Su Santidad a las tierras que un día regó la sangre del Señor por nuestra salvación.

Quiera Dios que la luz que debe emanar de la silla de Pedro sea perfectamente comprendida por los hombres y que al aplicar las enseñanzas de la Santa Iglesia acertemos con el recto juicio que debe prevalecer en una sociedad cristiana.

Y, por último, antes de cerrar esta oración, y aprovechando las nuevas y potentes instalaciones de Radio Nacional establecidas en el corriente año, quiero hacer llegar mi voz, con la felicitación y los votos de la Patria, a los españoles más alejados, a los dispersos por el mundo, a los trabajadores que persiguiendo un bienestar mayor, trabajan fuera de la Nación, y a los hermanos de los territorios ultramarinos de Fernando Poo y Río Muni, que tan recientes muestras de amor a la Patria y de solidaridad han dado con motivo del referéndum sobre su autonomía. Con la promesa para todos de seguir forjando la Patria grande que corrigiendo injusticias derrame sus bienes sobre todos los españoles. Para todos, el abrazo de la Patria y el mío personal.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1964

Españoles:

Siguiendo la costumbre establecida de que cuando un año termina y otro va a empezar os dirija un mensaje que, comentando lo superado, os haga partícipes de las inquietudes y exigencias que requiere la nueva etapa, hago llegar hoy mi voz a vuestros hogares.

NUEVA ETAPA

Muchas podrían ser las consideraciones que volviendo la vista atrás cabrían sobre las lecciones aprendidas o las labores concluidas, muchísimos los recuerdos entrañables de beneméritos españoles y de amigos que hemos dejado en el camino, y muchas también las horas de incertidumbre, de trabajo o de satisfacciones. Pero todo ello ya ha sido dicho de algún modo en este año, o contabilizado de alguna manera, y estas fechas son, además, más propicias para la expectativa que se abre ante un nuevo año que para la consideración nostálgica del pasado.

El año 1964 quedará ya siempre marcado en nuestra historia como aquel en que felizmente pudimos celebrar veinticinco años seguidos de paz; será el hito inconmovible que jalone una época fecunda de labor y mejoramiento de la Patria. Un cuarto de siglo en paz es de por sí una bendición que en cualquier caso deberíamos celebrar; supone un largo período de trabajo, de convivencia, de mutua comprensión y de esperanza. Es el período de actividad de toda una generación; es, por tanto, un jalón perfectamente delimitado del ininterrumpido caminar de nuestro pueblo.

Pensando en el brillante futuro que se nos ofrece, podríamos decir que éste no lo sería tanto si hoy no pudiéramos arrancar de la sólida base de partida que suponen precisamente esos veinticinco años de paz. Otras veces he dicho que el futuro corresponde a los hombres que han de vivirlo y que nosotros sólo podemos conducirlo con la influencia válida que les leguemos. Por ello, en esta hora cargada de esperanza, quisiéramos acertar con la intención de! mundo de mañana para adaptar a él un legado que sólo será aceptado si sabe responder a las exigencias de las circunstancias que entonces puedan predominar.

LA HORA ACTUAL DE ESPAÑA

España vive hoy una de sus grandes horas en la historia. El esfuerzo colectivo de nuestro pueblo ha hecho posible esa amanecida que preludia un día radiante de luz. Los sacrificios fueron muchos y costosos, todos lo sabéis, pero no fueron vanos y esto creo todos los reconocéis. Sopla en el mundo un fuerte viento de renovación, y desde la Iglesia hasta las más modestias sociedades domésticas se aperciben de que un aire nuevo ha entrado ya en la vida. Frente a esa coyuntura, nuestro pueblo aparece plenamente despierto y apercibido, materialmente preparado y espiritualmente fortalecido. Esa es principalmente la gran adquisición que estos veinticinco años de paz nos han proporcionado.

Durante ese largo período de tiempo hemos gobernado adaptando la norma al tiempo que nos tocó vivir, fieles a los principios que justificaron un día nuestra intervención en la vida pública del país. El general asentimiento que me habéis venido mostrando, revela sustancialmente que el camino seguido era el por vosotros deseado.

DINAMICIDAD POLÍTICA

Ahora bien, esa postura política permanente no significa ni defiende ninguna clase de inmovilismo; su propia estructura permite todo movimiento que parezca aconsejable. Esa ha sido mi conducta en estos años y esta espero que pueda ser la que desarrollemos en el futuro. El criterio que nos guía aconseja dar cuantos pasos aparezcan como prudentes, y sólo son prudentes los avances que se afianzan sobre sólidos cimientos. La mayoría de los fracasos que en nuestra nación se registraron fueron debidos no sólo a sistemas políticos inadecuados, sino, en gran parte, a la defectuosa estructura de la sociedad española. Por ello, desde el principio creímos que la solución radicaba en cambiar sistemas y estructuras. Cambios de esta naturaleza sólo pueden ser introducidos en una sociedad por una evolución firme y continuada. Los resultados conseguidos son precisamente la mejor prenda de estos veinticinco años de paz. Nuestra sociedad hoy es, se quiera o no reconocer, mejor, más justa, más rica y más evolucionada. Ahora, y sólo ahora, es posible pensar en una aceleración que incremente el ritmo de transformación de unas estructuras que gozan de mayor vitalidad y una muy superior flexibilidad.

EVOLUCIÓN DEL MUNDO

Esta sola transformación justificará la política española de estos veinticinco años. Ella nos ha permitido resistir y progresar cuando la incomprensión y la hostilidad de fuera pretendió cercarnos y hoy nos consiente el proyectar al exterior nuestra razón y nuestra verdad. Es cierto que durante mucho tiempo las imperiosas necesidades de nuestra supervivencia nos hicieron aparecer desfasados e incomprendidos por un mundo que por el gran servicio que le habíamos prestado, debiera acogernos mejor. Hoy, sin embargo, vemos a ese mismo mundo evolucionar hacia realidades político-económico-sociales muy similares a las que nosotros alumbramos. ¿Qué otra cosa son las rectificaciones que en la política de Europa se registran en el planeamiento del desarrollo económico; en la utilización en gran escala de la empresa pública; en la intensificación de las realizaciones sociales; en la condenación implícita de la lucha de clases; en la inquietud por encajar el Sindicato en la vida pública; en el reconocimiento por el propio comunismo de su fracaso en los campos agrícola e industrial; en el alejamiento sintomático del ateísmo y del marxismo por el socialismo alemán; en la orientación general de las nuevas naciones independientes hacia fórmulas económico-sociales de unidad y de utilización de la empresa pública; y en la condenación universal que tras el imperialismo colonial se hace hoy de! imperialismo económico?

IMPOSIBILIDAD DE AISLAMIENTO

Aquellos mismos obstáculos que se alzaban contra la fraternidad interior, que nosotros procuramos suprimir, de la lucha y separación de clases, del espíritu de partido y de facción; aquella bandera de pacífica convivencia, de colaboración entre las diversas clases sociales que nosotros levantamos, la vemos hoy con alegría enarbolar por quien, sobre la tierra, disfruta del mayor prestigio y autoridad moral.

En la política general de las naciones no sólo hoy que mirar a cuanto conviene al bien común interior, con ser tan importante, sino que cada día es más necesario tener en cuenta los movimientos y las tendencias internacionales. Las alteraciones del mundo han llegado a ser tan intensas y trascendentes que ante ellas ya no cabe, como ayer, el aislamiento; los movimientos toman un carácter universal que no reconoce fronteras, y más pronto o más tarde acaban afectándonos. Si en los fines de toda política está el prever el futuro, esto tiene todavía mayor importancia en terreno de lo internacional. Por eso necesitamos vencer esa tendencia que nos legaron aquellos años de decadencia, de indiferencia y desprecio hacia lo exterior. Si lo que pasa en el mundo nos afecta, hemos de procurar intervenirlo e influenciarlo con nuestra acción. Es mucho lo que España puede aportar a la nueva era que se está alumbrando.

BASES DEL DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL

El año 1964 ha supuesto la iniciación de una experiencia en gran escala en el campo de la política económica, que va a contribuir de modo decisivo a transformar nuestro país. El Plan de Desarrollo Económico-Social supone un empeño tendente a acelerar el ritmo de nuestras estructuras económicas, ya que el conjunto el plan tiene un valor principalmente relevante por lo que se refiere al aspecto socia! del mismo. Supone, antes que nada, un esfuerzo de promoción social planificado, y ese es el aspecto fundamental y característico que debemos considerar para valorar, al término del mismo, los resultados que se hayan podido conseguir.

Evidentemente, para transformar la sociedad española era preciso tener en cuenta unas circunstancias de tipo económico imposibles de desconocer si se intentaba realizar una auténtica labor creadora. El plan supone, por ello, una adecuación de todos los recursos económicos de la nación hacia un incremento de los bienes puestos a disposición de todos los españoles; de ahí el entramado principalmente económico que le caracteriza; pero la finalidad profunda que el mismo persigue intenta llegar mucho más lejos, transformando de modo radical los niveles de vida de todos los españoles, teniendo especialmente en cuenta el incremento de aquellos que se encuentran en el escalón más bajo de renta individua!. Por ello afirmamos que el plan pretende, ante todo, una elevación radical de los niveles más débiles de la sociedad, ya que de nada nos servirían unos incrementos de producción que sólo tendiesen a acrecentar los desniveles actuales de renta entre los distintos grupos que componen nuestra sociedad. Una política económica que no parta del propósito de resolver ese problema básico no nos serviría en la hora presente. Mientras exista una emigración de mano de obra de consideración y mientras subsistan unos salarios mínimos de modesta cuantía, toda consideración económica debe supeditarse a la elemental idea de que antes debe ser atendido el beneficio del trabajo que el del capital invertido.

En toda acción económica, como en toda política de cualquier tipo, existen unas conductas prudenciales de actuación que no permiten forzar situaciones o coyunturas, pero respetando esos márgenes es preciso conocer con claridad los fines que nos proponemos, ya que su orientación deberá quedar encuadrada por aquellas premisas.

Hasta el momento parece razonable aceptar que las previsiones del plan han sido correctas y que la evolución prevista se desarrolla con normalidad. Sin embargo, el alza de algunos precios experimentada en los últimos meses es un síntoma de que algún resorte del dispositivo, económico tropieza con obstáculos que deben ser cuanto antes eliminados. El Gobierno, consciente de esta situación, ha adoptado las medidas que parecían más aconsejables para corregir las pequeñas dificultades que pudieran haber surgido, ya que por una parte ello podría perjudicar al buen desarrollo del conjunto de la operación económica, y por otra, y ante todo, el Gobierno no puede admitir que por un proceso de elevación de los precios se vean absorbidas, en muchos casos injustificadamente, unas mejoras de tipo económico imprescindibles para los grupos con niveles de renta más bajos.

En nuestra política económica, que nos ofrece hoy perspectivas tan esperanzadoras como jamás tuvo nuestra Patria, hemos de ser en todo momento rigurosamente realistas. y esta virtud del realismo ha de servirnos para evitar por todos los medios los engañosos peligros que lleva consigo la tendencia inflacionista. Nuestro crecimiento económico ha de afirmarse en bases reales y no en apariencia.

Todo proceso de desarrollo produce una euforia y lleva en sí otro paralelo de demanda que es necesario atender. Al Gobierno le sobran medios, a través de las importaciones, para contrarrestarlos, pero todo ello se dificulta si la falta de responsabilidad de unos o la especulación de otros pretende aprovecharse de este grandioso esfuerzo nacional, pretendiendo sacar frutos precipitados de la coyuntura. Es lamentable que algunos, consciente, y otros inconscientemente, faltos de responsabilidad, con exceso de generosidad, pretendan ser agradables propugnando concesiones incompatibles con la situación económica y que afectaría gravemente al proceso de los precios. Todo beneficio que pretenda obtenerse sin que la productividad correspondiente lo haya hecho posible se obtendría a costa de los demás. Por ello es necesario que las aspiraciones legítimas de mejora se sujeten al ritmo con el que la productividad pueda aumentar.

Yo quisiera grabar en el ánimo de todos la conciencia de este peligro de inflación, que constituiría la mayor fuente de males para nuestro pueblo. ¿Que hay momentos en que es necesario, por imperativos de urgencia, forzar la situación para la mejora de un sector determinado que queda deprimido? Es natural, pero siguiendo un proceso estudiado, prevenido y calculado para producir la repercusión mínima en los demás sectores. Sería pretender lo imposible el pensar en alcanzar altos niveles sin contar con el tesón, solidaridad y sacrificios que han de costarnos. Por todo ello pido a todos solidaridad cristiana, sentido de responsabilidad de los que administran yen los administrados; ejemplo, por parte de todos, de honradez y sensatez e incremento de la justicia social a través de una distribución cada vez más justa de lo que tenemos.

TRANSFORMACIÓN DEL CAMPO

Esto viene sucediendo en esta hora con la situación del campo español. Se trata de una triste herencia que nosotros hemos recibido y que deriva de un siglo de abandono. En esa España miserable que no nos gustaba, la producción del campo se basaba en una mano de obra deprimida, en la atomización de las parcelas de cultivo, en salarios de hambre y en jornadas agotadoras alternadas con un paro estacional de muchos cientos de miles de parados. La mitad de la población española malvivía en ese campo áspero e ingrato del secano español, sujeto a una extremada meteorología. El campesino no tenía otra salida, pues la falta de industria en el país no llegaba a absorber la propia población de las capitales, y, por otro lado, la falta de crédito agrícola y protección a la producción triguera hacía que la usura se fuera, poco a poco, apoderando de la población rural.

Estábamos en plena guerra y ya sentíamos el dolor de nuestros campesinos. El liberarlos de esta servidumbre fue el primer objetivo que nos trazamos. Con los planes generales de obras hidráulicas, el Fuero del Trabajo, el Servicio del Trigo, el Crédito Agrícola y la repoblación forestal, dimos los primeros pasos para aliviar al campo de su secular miseria.

Todos los programas nacionales que en estos años se desarrollaron miraron siempre al campo no sólo en nuestras obras públicas hidráulicas, planes de colonización, concentración parcelaria y alumbramientos de aguas, sino en los mismos programas industriales, en los que la fabricación de tractores y la producción de abonos ocuparon el primer lugar. Pero el progreso de la nación, mucho más rápido en el terreno industrial que puede serio en el campo agrícola, ha producido ese desfase con la población campesina, que ha salido a la luz de hoy agravado por las corrientes emigratorias al extranjero que han ocasionado la elevación de los costes por la demanda de la mano de obra. Esta despoblación del campo constituye un proceso natural por el que han pasado todas las naciones en su desarrollo, en nuestro caso agravado por las características de nuestro secano.

He aquí la urgencia que tiene la transformación más rápida de nuestras estructuras agrícolas y la atención que de toda la nación el campo espera.

La redención de nuestros campesinos constituye hoy una empresa nacional no ya por su imperativo de solidaridad y fraternidad humanas de la justicia que debemos a sector tan importante de beneméritos españoles, sino también por propio interés general. ¿Pueden calcularse los bienes que representa para los otros sectores productivos de la nación el que el cuarenta por ciento de la población española alcance una capacidad de consumo de que hoy carece?

El Plan de Desarrollo recoge esta inquietud al reforzar, en gran medida, las obras e inversiones que afectan al sector agrícola, y los estudios que el Ministerio de Agricultura y la Organización Sindical llevan a efecto mantienen al día los proyectos para cambiar en el menor tiempo posible el futuro de nuestro campo.

LOS TRABAJADORES ESPAÑOLES EN EL EXTRANJERO

De estas consideraciones hemos de destacar este fenómeno de los tiempos nuevos de la emigración; ésta, que hace años estaba reducida a la región gallega y a las llamadas que los españoles emigrados hacían de sus familiares, pasó a constituir un grave suceso nacional por la demanda europea de la mano de obra extranjera, y que el respeto debido a la libertad de los españoles no nos permite impedir, obligándonos a establecer acuerdos con los distintos países que nos ofrezcan garantías para sus contratos y asistencia social, y el buscar a través de nuestros consulados y agencias de la Organización Sindical el amparo y tutela de sus necesidades de todo orden. Hoy podemos asegurar que el Estado no está ausente de estos problemas, que los obreros españoles son los que están mejor asistidos por su Patria y que son muy numerosos los comentarios de otros obreros extranjeros que se quejan de no estar asistidos en la forma que lo están nuestros compatriotas.

Esta emigración, justificada en los hombres, no tiene razón de ser en las mujeres, ya que en nuestras ciudades se les ofrece hoy puestos de servicio bien remunerados que les evitarían los peligros de esa aventura en país desconocido.

Nosotros aspiramos a que el desarrollo español absorba pronto a esa mano de obra que hoy se desplaza en favor de la economía de otros países, que si por una parte nos causa perjuicios, por otra nos estimula a acelerar el ritmo de nuestro desarrollo y aún encierra en sí ciertas ventajas que no podemos desconocer: la lejanía de la Patria hace que se acreciente en los emigrantes el valor de lo que han abandonado y puedan, con la nostalgia, valorar las muchas cosas buenas que en España han dejado. El extranjero viene siendo para nuestros trabajadores industriales una escuela de formación profesional. La mayor parte de los que allí llegan como peones vuelven en su mayoría, al cabo de tres años, como especialistas, y en el peor de los casos «adiestrados»; reciben, a la vez, una lección constante de mejor disciplina en el trabajo y una muestra de cómo el salario del mundo hay que ganarlo minuto a minuto.

PUESTA AL DIA DE LA IGLESIA

Entre tantos motivos de júbilo y de esperanza que han tenido especial manifestación en el año que ahora termina, no debemos dejar de destacar la reconfortante presencia de la Iglesia, cada vez más llena de prestigio y respeto, no sólo ante quienes somos sus hijos fieles, sino ante todos los hombres de buena voluntad de la Tierra, procedente de una valoración de la primacía del espíritu y el amor a la paz y a la justicia.

Si todos los hombres han de felicitarse del vigor y clarividencia de una institución que a todos dignificar de modo muy especial hemos de sentir con auténtica alegría la grandeza del tiempo que estamos viviendo quienes formamos parte de un país católico, en el que el catolicismo es consustancial con nuestra personalidad colectiva y cuyos principios y leyes fundamentales consagran la doctrina católica en la clave de nuestra convivencia civil.

La divina inspiración origen de la eterna lozanía de la Iglesia está brillando con luz resplandeciente en la actividad personal de nuestro Sumo Pontífice, Su Santidad Pablo VI, y en las tareas trascendentales del Concilio Ecuménico.

La amenaza común del materialismo y ateísmo contra la fe de los pueblos, el abandono de las prácticas católicas por tantos bautizados, la persecución que sufre nuestra fe en los países comunistas, el daño que produce la falta de unidad entre los cristianos, la diversidad de situaciones que en cada parte del mundo se encuentra nuestra Iglesia y tantos otros motivos que a nosotros se nos escapan, han movido a nuestros Pontífices a convocar el II Concilio Vaticano, y frente a los hondos cambios que en el mundo se están produciendo, renovar la táctica a emplear para la expansión de la fe en tiempos tan cambiantes.

La Iglesia está acometiendo una inteligente y oportuna puesta al día para el mayor servicio de la eterna y altísima misión que le fue confiada por Cristo, cuyos frutos están ya produciéndose en todos los órdenes y, muy principalmente, en la cada vez más amplia proyección de su universalidad y la cada vez mayor capacidad de su mensaje para llegar fraternalmente a la conciencia de todos los hombres, inclusive de aquellos que aún no mili- tan en su Cuerpo Místico.

FORMAS CRISTIANAS DE CONVIVENCIA

Parte importante de este momento que vive la Iglesia es la consideración del importantísimo tema de la justa y bien entendida libertad religiosa. España comparte fielmente esta preocupación de conseguir que en todos los lugares del mundo pueda ejercer esta libertad rectamente y dentro de los imperativos del bien común. Nuestra tradición, tantas veces intencionadamente desvirtuada, es la de un pueblo tolerante y respetuoso con los derechos de la persona humana. En nuestra Patria la historia ha hecho convivir durante varios siglos a hombres de diferentes razas y de diferentes credos, y en nuestros monumentos, nuestra literatura y nuestra historia están presentes las aportaciones de todos ellos, acogidos con respeto e incorporadas a nuestra personalidad nacional.

No deben los españoles abrigar ninguna duda ni recelo con respecto al ejercicio de una libertad de conciencia, que hemos practicado y que sólo deseamos se perfeccione siguiendo la inspiración autorizada de nuestra Madre la Iglesia. Nada tenemos que temer en este sentido, pues la verdad no teme nunca al error, y gracias a Díos nuestra fe católica, sincera y profunda, nos da confianza para que estemos seguros de que siguiendo fielmente la inspiración de la Iglesia seguiremos el mejor camino para cumplir el fin sobrenatural de cada uno de nosotros yola vez para alcanzar aquí, en la tierra, una forma de convivencia que responda a los principios de la caridad cristiana.

Si España ha marchado siempre a la cabeza de los pueblos en la expansión del Evangelio, no vamos a quedarnos atrás en esta cruzada de fraternidad y de amor que la Iglesia emprende. ¿Cómo podríamos contribuir a la expansión del Evangelio y de la fe católica si nos quedáramos encasillados en el egoísmo de nuestra paz y renacimiento religioso? ¿Es que no tiene España nada que ofrecer para llenar ese vacío. espiritual que el mundo sufre? ¿Es que podemos ignorar las duras y sangrientas persecuciones que el comunismo desata contra los miembros de la Iglesia, siguiendo la aberración de un ideario demoníaco? La Iglesia sale siempre del martirio prestigiada y ennoblecida, y. los españoles sabemos por experiencia que no hay nada más fecundo que la sangre derramada por los mártires.

RECUERDO A LOS CAÍDOS

Y por último, antes de cerrar esta oración, dediquemos nuestro más cálido recuerdo a los héroes y mártires de nuestra Cruzada, forjadores de nuestra paz y presentes en esta hora en el recuerdo de tantos hogares españoles, y mi reconocimiento sincero a cuantos han venido asistiéndome con su confianza y colaboración en estos años difíciles de la vida de España.

Que Dios bendiga y colme de bienes a todos los hogares de nuestra Patria.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1965

ANTE UNA NUEVA ETAPA

Españoles:

Son ya muchas las veces que en estos días de fines del año, propicios a la intimidad hogareña y a las reflexiones espirituales, tras haber pasado en la paz de Dios unas nuevas Navidades, os invite a meditar juntos sobre el futuro de la Patria, ya que de su buena marcha no sólo depende el bienestar general de la gran familia española, sino el particular de vuestros propios hogares.

Hoy podemos pensar en España con la serenidad adquirida tras un largo período de paz, de estabilidad sin precedentes en nuestra historia, que nos ha hecho recuperar la fe en nuestro destino. Tras siglo y medio de divisiones y luchas intestinas, de catástrofes, vacilaciones y fracasos, cuyas últimas consecuencias conocieron directamente muchos de los que me escuchan, España ha vuelto a saber del éxito en sus proyectos, la seguridad de su sistema de convivencia y la firmeza de su rumbo histórico. Son veintiséis años de paz, tras los años tensos y heroicos en la guerra, en los que hemos vivido unidos en ideal común, manteniendo con tenacidad infatigable nuestros propósitos de justicia, armonía y grandeza, mientras a nuestro alrededor un mundo problemático provocaba conflictos dolorosos y alteraciones dramáticas en la vida de gran parte de los países.

EL VERDADERO PATRIOTISMO

Es natural, por tanto, que nos sintamos compenetrados en nuestras preocupaciones y hermanados en el enfrentamiento de las distintas coyunturas por las que va pasando la Patria. Nuestra política está basada en sencillas y claras razones de unidad y de armonía, y no necesita de adornos retóricos ni espectaculares razones para justificarse; tratamos de resolver con honradez y eficacia los problemas que se nos plantean, y nuestra mayor alegría es poder prevenirlos, para, cuando sea posible, que no lleguen a plantearse como tales. Quisiéramos que todos los españoles tuvieran conciencia clara de la primacía de este objetivo y comprendiesen cómo en muchas ocasiones el patriotismo consiste en abandonar empecinamientos y orgullos de grupo y colaborar, sin reservas, en robustecer la línea de propósitos que más directa y fácilmente nos lleve hacia la satisfacción de las demandas de estabilidad, continuidad y eficacia que nos son exigidas, no sólo por la más auténtica y extendida opinión nacional, sino también por los imperativos de la hora internacional.

UN MUNDO EN PELIGRO

Yo quisiera grabar en vuestro ánimo que la sensación de paz que en el interior disfrutamos no nos independiza de los problemas del mundo que nos rodea, y que cuando examinamos nuestra marcha interior hemos de conjugarla con la general que el mundo arrastra. Por eso nuestra política necesita aunar dos objetivos: el de servir a la paz, al progreso y a la fortaleza internas, y a lo que interesa a la marcha y futuro de! mundo, del cual no podemos estar ausentes.

Muchas veces os he repetido que el mundo no vive tiempos de paz, sino de guerra; de guerras frías o subversivas, como quiera llamárselas; que si la guerra grande no se ha encendido ya es por el justo temor que reina a una mutua y total destrucción, y porque al agresor le ofrece mejores perspectivas el empleo de su táctica de subversión y de guerra política. Lo cierto es que el peligro, que un día amenazó a nuestra Patria con destruirla, hoy se cierne sobre una gran parte del universo.

HAY QUE COMBATIR CON IDEALES

La batalla que el comunismo nos tiene planteada es, en el fondo, una gran batalla política. Por ello las armas necesitan ser eminentemente políticas. Hay que combatir con ideales, con doctrinas que atraigan y cautiven, que, encerrando eficacia, encaucen los anhelos de las masas populares conquistando a los pueblos. Las armas podrán, en último extremo, respaldar a la razón, pero no crearla.

El pretender egoístamente que la acción comunista pueda pararse ante el bienestar alcanzado por las naciones próceres constituye una torpe quimera. El mundo se les escaparía de sus manos y la tensión internacional acabaría arrollándoles. ¿Se ha meditado debidamente en la influencia que, en la ordenación política del mundo futuro, va a tener el paso por el comunismo de más de la mitad de la población del universo? ¿No es una lo- cura el pensar que el remedio pueda estar en que las aguas vuelvan atrás y discurran por sus viejos cauces? La evolución política de los pueblos marcha siempre hacia adelante, nunca para atrás, y las guerras aceleran este proceso evolutivo. Por ello hay que abrir cauces a la política futura, despertar a tiempo a un mundo que, de otra manera, caminaría hacia el suicidio. He aquí por qué si ayer nos dolía España hoy nos tiene que doler el mundo.

UNA ORDENACIÓN POLÍTICA MODERNA Y EFICAZ

Y si nos circunscribimos a nuestra área más próxima de Europa y a esas ilusiones que tanto se esgrimen de fusión política, hemos de preguntarnos: ¿cuándo podrías llegar a tener una virtualidad? ¿cuál ha de ser el dominador político que las unifique? El pretender congelarse en los viejos sistemas los sumiría en la ineficacia. Lo cierto es que hasta hoy lo único que ha movido a los pueblos y les ha conducido al sacrificio ha sido el concepto de la Patria o la defensa de la fe. Si así lo fue durante las dos guerras mundiales, ¿por qué pretender el sustituir lo que se tiene por lo que nace sin arraigo? ¿Es prudente en los momentos que el Occidente peligra el debilitarle los sumandos? Bueno es el que se trabaje y avance en el campo de las coincidencias y de los objetivos comunes, pero sin confiar en lo que hasta hoy no pasa de ser una aspiración.

Como podéis deducir de estas consideraciones, las mismas razones que nos impulsaron hace treinta años a crear nuestro sistema político social, nacional y representativo son vá1idas hoy, y nos aconsejan aún con mayor fuerza el mantenerlo y perfeccionarlo con la experiencia adquirida en la navegación a través de los últimos seis lustras. Precisamente en medio de las angustias que el mundo en general sufre, sin acertar a renovarse políticamente, España es contemplada y admirada por muchos pueblos por haber sabido crear dentro de los principios de un sincero sistema representativo una ordenación política moderna y eficaz.

CONFIANZA EN EL PORVENIR

En esta línea de fidelidad al profundo sentir de nuestro pueblo, y conscientes de nuestro deber para la Patria, nos proponemos el reanudar y acelerar nuestro proceso institucional para establecer aquellas medidas que con el asentimiento general y dentro del espíritu de nuestras tradiciones y los acontecimientos de nuestra hora han de servir para garantizar en el futuro la continuidad de nuestra obra y la estabilidad de las instituciones más allá de lo que hace posible una vida humana.

El que en estas complejas circunstancias sigamos nuestro desarrollo político paralelo al económico y social, caminando con paso firme y sólida unidad, ha de reportar grandes beneficios a nuestra futura convivencia y a nuestro prestigio nacional. Los enemigos de España han aprovechado siempre nuestras divisiones e inseguridades para dañar nuestro crédito y obtener ventajas a nuestra costa. Hoy tenemos que esforzarnos por presentar al mundo, afectado por profundas crisis y dolorosos problemas, la imagen de un país capaz de superar todas las adversidades con la plena garantía de firmeza y solvencia que corresponde a una comunidad con un alto grado de civilización y de cultura. A una España así concebida, sin improvisaciones ni vaivenes, le esperan las mejores oportunidades en un futuro que deberá recordar siempre a nuestro Glorioso Alzamiento Nacional como el hito decisivo en el resurgimiento español.

La confianza en el porvenir no es fruto de un optimismo sin fundamento, sino de la evidencia de que el trabajo de los españoles unidos en la paz es capaz de dar un impulso notabilísimo a nuestro progreso económico y social, como lo demuestra el alto ritmo de crecimiento conseguido en los años pasados y que se ha mantenido brillantemente en el año que termina.

RESULTADOS SATISFACTORIOS DEL PLAN DE DESARROLLO

A dos años de vigencia de nuestro Plan de Desarrollo Económico y Social los resultados son ampliamente satisfactorios. Sus objetivos fundamentales se vienen alcanzando y superando. Sus directrices de política económica han de seguir llevándose a la práctica en los dos años que quedan, ya que el Plan es cuatrienal, y el conjunto de sus objetivos habrá de ser realidad al término del año 1967.

En esto no se puede olvidar que lo económico y lo social son interdependientes, marchan estrechamente unidos. Toda mejora social exige una base económica que la haga factible, así como no es realizable el progreso económico sin una sólida base social. Todo cuanto atente a lo económico amenaza también las posibilidades sociales. Para el progreso económico es indispensable, de otra parte, la paz social. La confianza que inspira la seguridad de nuestra economía y la paz y orden en que vivimos siguen atrayendo cada año en mayor medida capitales y técnicos extranjeros, que contribuyen junto con el espíritu empresarial español, tan activo sobre todo en las jóvenes generaciones, al rápido crecimiento de nuestra industria. Las acciones de desarrollo regional previstas en el Plan han dado ya como resultado la pujante actividad industrial de los polos de promoción y desarrollo, y durante este año se han iniciado los de Tierra de Campos y del Campo de Gibraltar, donde una decidida atención del Gobierno, fomentando a su vez la iniciativa privada, permitirá que estas zonas de nuestra geografía se incorporen al progreso general del país y ocupen el lugar que por sus condiciones naturales y por el trabajo de sus habitantes merecen.

AHORRO, EQUILIBRIO PRESUPUESTARIO Y DEFENSA DE lA MONEDA

Es preciso igualmente que la Administración y los particulares evites gastos superfluos, porque necesitamos el dinero para invertirlo donde produzca más y mejor. Las inversiones productivas son garantía de la prosperidad del mañana. Yo estoy seguro de que los empresarios y los trabajadores y todos los funcionarios públicos, en suma, toda la sociedad española, sabrán poner lo mejor de su inteligencia y de su trabajo para que en el nuevo año siga adelante este ritmo de avance que llevamos y que no tiene otro objeto que el bienestar de todos los españoles.

Nuestro crecimiento económico va acompañado, merced a una atinada política de rentas, de una mejor distribución de los beneficios, sin olvidar la conveniencia de que, tanto en la esfera púb1ica como en la privada, puedan producirse los efectos beneficiosos de la previsión y del ahorro. Cada año es mayor la participación de los asalariados en el producto nacional. Para que esta mejora en la distribución de las rentas no sufra retroceso, es preciso que las retribuciones del trabajo y demás rentas se acompasen al incremento de la productividad, pues de otro modo se caería en la inflación, que, al disminuir el Poder adquisitivo de los salarios, es la mayor enemiga de los trabajadores.

También es necesario mantener el equilibrio presupuestario, al cual hemos de subordinar muchas veces nuestros deseos, por justos y urgentes que parezcan, pues es una base indispensable para la fortaleza de nuestra moneda, en defensa de los intereses de nuestras clases menos dotadas económicamente. Hasta tal punto esta política está inspirada en los más altos valores de la justicia, que llega a constituir un deber moral grave, como ha declarado solemnemente el Concilio Vaticano II, al decir que «todos aquellos que ponen en peligro el valor de la moneda faltan contra el bien común de la propia nación, e incluso de las otras naciones, y, sobre todo, de los económicamente débiles, que son los primeros en sufrir injustamente los perjuicios de la disminución del valor de la moneda».

TRANSFORMACIÓN DEL CAMPO

En esta misma línea es preocupación fundamental del Gobierno mantener la estabilidad del coste de la vida, y buena prueba de ello son los esfuerzos realizados en los tres últimos trimestres del año. Nuestras reservas de oro y de divisas nos permiten efectuar las necesarias importaciones con que frenar los movimientos alcistas de precios que pudieran producirse.

La situación de nuestro campo, al cual ha dedicado nuestro Régimen los mayores afanes, ofrece en estos momentos perspectivas mejores. Las obras de transformación y mejora de los regadíos han constituido el empeño más sólido de nuestro Movimiento. La concentración parcelaria y la campaña de extensión agraria, actividades todas ellas intensificadas por el Plan de Desarrollo, se ven hoy complementadas por acciones específicas de estímulo, como es la acción concertada de la ganadería, que, a juzgar por la adhesión masiva que ha merecido, permite esperar que sean muy pronto alcanzados los objetivos que con ella se ha propuesto el Gobierno. Por otra parte, la indispensable capitalización del campo se ha favorecido durante el año por una fuerte ayuda de parte del crédito oficial. La mejora efectiva del nivel de vida que está experimentando nuestro pueblo le permite consumir cada día más y mejores productos agrarios, y ésta es la mejor perspectiva de que los esfuerzos que nuestros agricultores y ganaderos están llevando a cabo para elevar la producci6n del campo se verán recompensados por un mercado creciente.

LA BANDERA DE LA JUSTICIA SOCIAL

El progreso social continuado es la clave del arco de nuestra política. A muchos les asombra en ocasiones la paz de que se ha beneficiado el pueblo español desde hace veintiséis años, la estabilidad política que poseemos, el crecimiento económico que caracteriza a nuestra Patria y, sobre ,todo, su constante y segura apertura a formas constitucionales de mayor ámbito. Nada hay en esto de milagroso ni tampoco de sumisión a imposiciones ajenas a la propia voluntad de los españoles. Todo ello ha sido posible porque desde el primer momento del nacimiento de nuestro Estado hemos colocado en la vanguardia de nuestros afanes la bandera de la justicia social.

Sin una política social justa y avanzada es difícil pensar que un pueblo pueda marchar unido, que una nación pueda prosperar y que un régimen político pueda ser estable.

No necesito recordaros mi insistencia y preocupación permanente en estimular la materialización de la doctrina social de nuestro Estado, que nació precisamente como el resultado espontáneo y colectivo de un pueblo que se debatía en el marco de una permanente y tremenda situación de injusticia, en que le habían sumido muchas décadas de política partidista, de luchas, de camarillas y de paro. Todavía en plena guerra, se promulgó, con el respaldo del pueblo combatiente, el Fuero del Trabajo, que situó a España en primera línea de política social. De él ha surgido una amplia y valiosa legislación social, de la que podemos enorgullecernos legítimamente ante el mundo, y de él crecerán en el futuro nuevas y avanzadas decisiones al servicio de nuestro pueblo.

EN LA LÍNEA DEL CONCILIO

Hoy el orbe cristiano se siente profundamente conmovido por la vigorosa lección de magisterio social que nos ha ofrecido nuestra Iglesia Católica a través del Concilio Vaticano. Las normas rectoras de la convivencia social que han emanado del mismo son especialmente alentadoras para los españoles, ya que en ellas vemos reflejadas nuestras mejores aspiraciones y las legítimas ambiciones de justicia social que nos movieron en todo instante, tantas veces sin contar en torno con la comprensión que merecía, en circunstancias más difíciles acaso que ningún otro pueblo; pero nosotros hemos luchado por construir un orden social cristiano fiel a los principios evangélicos, adaptado con realismo a las circunstancias específicas de nuestro país y condicionado siempre a la confesionalidad militante de nuestro Estado.

Al terminar este año histórico de 1965 los españoles podemos ofrecer a la Iglesia la realidad de unas instituciones sociales acordes con su doctrina y la voluntad
irreversible de unas ambiciosas conquistas inmediatas como lógico desarrollo del progreso socia! ganado a costa de tantos esfuerzos, de tantas luchas y tantos sacrificios.

MADUREZ SOCIAL DE NUESTRO PUEBLO

Nuestra permanente fidelidad al espíritu del 18 de Julio nos exige avanzar resueltamente en este camino de constante transformación de sus estructuras sociales para alcanzar los ambiciosos objetivos que nos propusimos hace treinta años, en cuyo logro ha empeñado nuestro pueblo grandes y ejemplares sacrificios. De ahí que en estos días contemplemos con alegría y segura esperanza las elecciones a través de las cuales las trabajadores designan a sus representantes en los Consejos de Administración de sus empresas. Y también vemos confirmada la confianza que siempre hemos tenido en los trabajadores, al comprobar cómo se consolidan y prosperan todas esas empresas cooperativas, a las que nuestros Sindicatos dedican sus mejores afanes, que emergen constantemente del paisaje productivo español, como resultado de la política de promoción social, que ha abierto un ancho y prometedor cauce para el acceso a la propiedad. Los resultados altamente positivos de todas estas realizaciones demuestran la madurez socia! de nuestro pueblo y nos estimulan a dar forma institucional a uno de los principios más exigentes y ambiciosos de nuestro Movimiento.

UNA DE LAS REDES HOSPITALARIAS MAS COMPLETAS DE EUROPA

A lo largo de este año la eficacia de nuestra seguridad social se ha visto reforzada con el aumento de su red hospitalaria, con la puesta en servicio de otras cinco residencias sanitarias y treinta y ocho ambulatorios, y el establecimiento de nuevos servicios de urgencia. Así, hoy, los trabajadores españoles cuentan con una de las redes hospitalarias más completa de Europa, y la calidad científica y el alto nivel alcanzado por sus servicios sanitarios no sólo han de ser justamente valorados, sino estimulados a un constante perfeccionamiento que garantice al máximo la seguridad de todas las familias trabajadoras.

Si recordamos los tiempos anteriores al Movimiento Nacional, entenderemos la prodigiosa tarea realizada en este campo de la política social. Apenas si los trabajadores tenían entonces otra protección a su vejez, a sus riesgos y a su salud que el famoso seguro de la perra chica, en el mejor de los casos. ¿Pudieron soñar entonces con una seguridad total? ¿Pudieron suponer que habrían de disponer de unas residencias sanitarias cuya asistencia envidian, incluso hoy, los mejores dotados por la fortuna? ¿Podían sospechar que sus hijos nacerían en una Maternidad o serían atendidos en una clínica infantil como la de la Paz, que puede calificarse como una de las mejores que existen? Nada de eso hubiera sido posible sin la seguridad social, y tampoco sin ella afrontaríamos hoy los problemas de esta clase si no fuera por el prodigioso aumento del nivel medio de salud de los españoles, que es uno de los más grandes triunfos del Seguro de Enfermedad.

PROMOCIÓN SOCIAL Y ACCESO DE LOS TRABAJADORES A LAS TÉCNICAS MODERNAS

El principio de igualdad de oportunidades que hemos establecido garantiza a los españoles el no ver limitado su acceso a cualquier puesto, más que por causa de su capacidad intelectual. El acceso de los trabajadores a la posesión de unas técnicas acordes con la exigencia de nuestro tiempo a través de los Centros de Formación Profesional Acelerada y las Universidades laborales ha cumplido el firme objetivo de la política de promoción social. los programas de promoción profesional obrera están haciendo posible, sobre todos los paisajes de España, la transformación masiva del peonaje en mano de obra especializada y el acceso a puestos y niveles de bienestar que su falta de cualificación les impedía. Más de mil monitores y 500 Centros móviles se afanan ya en esta hermosa y apasionada tarea. A ellos se unirán siempre los nuevas promociones y nuevos equipos incorporados a esta subyugante empresa social, en la que el propio Ejército participa activamente. Más de nueve mil soldados están adquiriendo, junto a las virtudes castrenses que entraña el servicio a la Patria, un oficio que les permitirá reincorporarse a la vida civil en mejores condiciones que cuando llegaron a los cuarteles.

Alrededor de trescientos mil puestos nuevos de trabajo bien remunerados se han abierto este año en las nuevas fábricas y en los nuevos servicios que el más alto nivel de vida exige. Ojalá que este aumento paulatino de nuestra capacidad de empleo nos acerque a la meta deseada de que ningún español necesite buscar oportunidades laborales fuera de nuestras fronteras. Afortunadamente, ya se perciben los efectos de nuestro desarrollo industrial en la acusada tendencia decreciente de las cifras de nuestros emigrantes. Hemos de respetar el derecho de nuestros hombres a la libertad de traslado, pero también hemos de conseguir, por todos los medios, que la marcha de los españoles al extranjero nunca esté promovida por falta en España de un adecuado puesto de trabajo.

PELIGROS DE LA EMIGRACIÓN FEMENINA

En este orden demanda cuidado especial el caso de la emigración aislada femenina que, sin las garantías debidas, arrastra a nuestras jóvenes a una aventura llena de peligros, expuesta a explotaciones, estafas y atropellos en el interior de las grandes urbes, sin que sea fácil el que nuestras autoridades consulares y servicios que establecimos para atender las les puedan prestar la protección eficaz y el apoyo debido. Son tantos los casos que descubrimos, desgracias y atropellos sufridos por muchas de estas jóvenes, que yo aconsejo a las familias españolas que corten esta clase de emigración, innecesaria por otra parte, ya que la situación de empleo y remuneración de nuestro servicio doméstico es suficientemente satisfactoria para no sujetar a nuestras jóvenes
a estos tristes vejámenes.

PRIMACÍA DE LA EDUCACIÓN

La primacía otorgada a la educación como soporte de todos los valores de crecimiento del país la acusan las cifras que han alcanzado las inversiones en el Plan de Desarrollo y la atención que ha merecido el profesorado en todos sus grados y las realizaciones ya logradas, que representan hoy en enseñanza media un arrollador impulso, con 176.000 puestos más que en 1 de octubre de 1963 y 35.000 más en enseñanzas laborales y profesionales. Pronto estaremos en condiciones de que el bachillerato elemental sea obligado para todos los españoles, con una elevación de nuestro nivel medio cultural que ya ha de empezar a alcanzarse en la propia enseñanza primaria con la superior formación del maestro, que pone a punto la ley últimamente aprobada por las Cortes.

ELEVACIÓN DEL NIVEL CULTURAL Y CIENTÍFICO

Intentamos que el nivel cultural y científico de los españoles alcance el de los pueblos más avanzados. Sólo así podrá gozar plenamente de los bienes que proporciona una s61ida formaci6n cultural. Porque si bien estamos conscientes de hasta qué punto la obra de este año ha mejorado la imagen de España, es mucho más todavía lo que deseamos alcanzar. Nosotros no abdicamos de ninguna de las metas ambiciosas del Movimiento para una España más grande y más justa; lo que deseamos es servirlas tenaz y constantemente, en un orden práctico de realizaciones que nos vaya dando los medios materiales precisos y las bases sólidas en que ir elevando la edificación de la Patria. Sabemos que no es ésta una obra en la que sólo cuente lo instrumental, sino en la que es primordial el calor humano, la pasión política y el entusiasmo patriótico. Y en este sentido confiamos, como siempre, en la colaboración abnegada de quienes sienten plenamente el espíritu de nuestro Movimiento y en la presencia de la sociedad, que ha de llegarnos a través de sus estructuras sindicales, asociativas y representativas. A todos os convocamos en este esfuerzo colectivo para transformar el rostro de España, para mejorar, para nosotros y para nuestros hijos, la imagen de la Patria, hasta que sea realidad tal y como la soñamos en nuestros ideales.

FIDELIDAD A LA IGLESIA CATÓLICA

España sigue y seguirá creciendo, si sabemos continuar unidos y mantenemos nuestro espíritu de iniciativa y nuestra voluntad de librar todas las batallas precisas en todos los terrenos. Para ello hemos de perfeccionar, siempre que aparezca como conveniente, nuestros medios de expresión, nuestros instrumentos de producción y trabajo, nuestros sistemas de acción política, nuestras instituciones culturales y nuestras fuerzas armadas, a las que, en último extremo, corresponde el deber y el honor de garantizar todo el conjunto con un respaldo indestructible de seguridad, respeto y fortaleza.

No quisiera en este mensaje de fin de año dejar de referirme concretamente al hecho histórico de dimensiones universales, que marca el hito más destacado de la vida espiritual en el período que ahora termina. A ese raudal de luz que ha descendido desde la altura para iluminar todos los problemas de la Humanidad y encender los corazones de los hombres en los más altos ideales de paz, de justicia y de convivencia fraterna: el Concilio Vaticano II, recientemente clausurado bajo el altísimo magisterio de Su Santidad Pablo VI, y en el que han tenido una meritoria participación los obispos españoles, a quienes tanto veneramos y queremos. Este Concilio ha concluido sus tareas dejándonos un mensaje, que si a cada uno de nosotros nos debe afectar como miembros individuales de la Iglesia, a quienes tenemos responsabilidades de gobierno nos orienta en nuestros deberes sociales con su magisterio insoslayable. Nuestro Régimen, que desde su origen se propuso ser modelo de lealtad a un concepto católico de la convivencia, insertando los principios de la doctrina católica en nuestras normas fundamentales, continuará en su futuro desarrollo manteniendo esta lealtad y aceptando plena y consecuentemente los principios doctrinales de nuestra Santa Madre Iglesia, tal como ella los predica y desea en nuestro tiempo.

EL CONCILIO VATICANO II

El espíritu de la Iglesia de nuestros días habrá de intensificarse a nuestra convivencia social y de reflejarse en nuestras leyes y actos de gobierno, continuando así nuestra fidelidad tradicional al magisterio de los sucesores de San Pedro. De ello recibiremos cada uno de nosotros beneficios espirituales como fieles hijos de la Iglesia y nuestra comunidad nacional, cuya tradición y sentimiento católicos deben demostrarse con nuestra aceptación y colaboración plenaria en el espíritu que con la máxima autoridad nos llega de Roma.

Estoy seguro de que el pueblo español, con unanimidad fervorosa, al recordar las efemérides importantes acaecidas durante el año que ahora termina y al agradecer los buenos resultados, no deja de rendir a Dios su calurosa acción de gracias por el don de las enseñanzas recibidas del Concilio. Los que por designio de Dios vivimos consagrados al servicio de todos los españoles, haciendo de ese servicio, que es a la vez gloria y pesadumbre, sustancia vital de nuestra existencia, recibimos con fervor su autorizada doctrina como apoyo firmísimo para continuar con fe renovada la creadora tarea de construir un Estado que, con arreglo al ser propio de un pueblo español, ha de llegar sin duda a constituir la encarnación más fiel y más bella de los grandes principios del derecho público cristiano.

CONDICIONES PARA UNA PAZ INTERNACIONAL VERDADERA

Cuando un año termina con la alegre esperanza de un año nuevo, pido a todos los españoles que se entreguen a la tarea, que no es sólo obra de gobernantes, sino que tiene que ser empresa nacional, de seguir la construcción de ese Estado cristiano, que puede ser ejemplo para la gran familia humana y consuelo para el Vicario de Cristo.

Si miramos a la situación del mundo actual lo vemos lleno de tensiones, que periódicamente vienen engendrando peligrosas crisis. Nos encontramos con los hombres lanzados a un proceso terrible de gastos militares que no sólo nos acercan a límites peligrosos de inestabilidad de la paz, sino que constituyen una verdadera sangría de recursos aplicables al desarrollo y progreso de la Humanidad. Por ello, contemplamos hoy la paradójica situación de que, habiendo sido movilizadas en el mundo sumas tan inmensas de dinero, haya muchos millones de hombres enteramente desamparados y sumidos en la miseria y la ignorancia. Su Santidad el Papa ha dado, con motivo de su visita a las Naciones Unidas, un nuevo y admirable testimonio de que a la Iglesia de Cristo no le son en absoluto ajenos estos problemas del hombre, y que ella, «experta en humanidad» -como asimismo señaló nuestro Pontífice-, sabe salvar cualquier distancia y dar un paso hacia adelante cuando se trata de cumplir la tarea que le fue encomendada. La paz internacional verdadera sólo será posible si se edifica sobre el respeto mutuo y la renuncia a la fuerza y a la injerencia en los asuntos internos de las naciones. Es necesario que se analice de manera objetiva y profunda la causa de esas tensiones para que puedan ser aisladas y tratadas a fondo hasta que desaparezcan.

ESPAÑA Y LA PAZ UNIVERSAL

España, nación esencialmente católica, viene defendiendo esa tesis para la paz universal. En 1964, contestando a un mensaje del primer ministro soviético, señor Kruschev, a prop6sito de este problema, le decía en mi respuesta: «Pero si es indudable la importancia y urgencia del desarme material, aún es más evidente la necesidad de desarraigar los motivos profundos de la guerra. No basta con frenar la carrera de los armamentos. Hay que eliminar los factores que incitan a la violencia, es decir, la injusticia social, la ignorancia, el hambre y la miseria. Y aún habrá que ir más alió y reconocer que en la ausencia de sentido moral, en las tendencias ideológicas agresivamente expansivas, en las doctrinas que creen en la inevitabilidad o conveniencia de la guerra como instrumento de afirmaci6n del propio derecho frente a los demás pueblos reside una causa activísima y permanente de los conflictos. Junto al desarme material urge un rearme moral que fortalezca el respeto mutuo y el espíritu de convivencia entre los diversos países, y que en definitiva haga imposibles las maquinaciones que tienden a destruir, a través de la subversión, el progreso y la paz interna de los pueblos.» Por eso creemos que el ansia de paz y de justicia social del hombre sólo podrá encontrar satisfacción en el renacimiento de los valores espirituales, si se renuncia efectivamente al empleo de la fuerza como solución posible de cualquier problema, y se comprometen todos los países a vincular parte de sus gastos militares para el sostenimiento de una acción colectiva al servicio del desarrollo económico y social de los más necesitados, y finalmente se acepte la libre decisión privada de cada pueblo para adoptar la configuración interior que consideren más adecuada a sus peculiaridades.

CONTRA EL FALSO PACIFISMO

Pero entiéndase bien: esos propósitos no pueden hacernos olvidar la realidad presente ni la existencia de conflictos y tensiones que por no haber encontrado un clima adecuado, hoy se plantean violentamente. España, sin olvidar la doctrina antes expuesta, acepta, sin embargo, cuantas obligaciones puedan derivarse de sus compromisos formales, y está siempre dispuesta a defender sus propios intereses. Otra cosa sería aceptar un falso
pacifismo, que sólo beneficia a quienes utilizan la palabra paz como arma subversiva de tipo propagandístico. Precisamente porque amamos la paz sabemos estar siempre preparados a defenderla adecuadamente, discerniendo entre una doctrina positiva aceptada de buena fe y un subterfugio político utilizado como elemento corrosivo.

Una prueba palpable del verdadero espíritu de paz y de entendimiento que anima a España la encontramos hoy en un asunto que ha sido planteado en la esfera internacional, pero en torno a un tema que afecta a nuestros intereses nacionales. Me refiero a Gibraltar, cuyo problema han vivido durante este año con especial intensidad y vibración todos los españoles.

GIBRALTAR: UNA JUSTA E IGNORADA REIVINDICACIÓN ESPAÑOLA

La reciente resolución de las Naciones Unidas invitando a Inglaterra y España a que entablen el diálogo sobre este asunto, resolución que España está dispuesta a cumplir inmediatamente, ha venido a confirmar la existencia real de un conflicto que no es producto de una oportunista maniobra política española, sino de una antigua, justa e ignorada reivindicación española, sobre la que el sentir de nuestro pueblo es unánime e indeclinable.

Los españoles consideran que la mutilación de su integridad territorial en beneficio de unos intereses extranjeros, violando unos principios jurídicos e ignorando unas realidades geográficas y humanas, constituye un anacronismo inaceptable y un contrasentido en el mundo de hoy que no están dispuestos a tolerar pasivamente. Para ello, si por un lado están preparados a encontrar fórmulas pacíficas de solución del problema que salven los legítimos intereses en juego, por otro están firmemente decididos a crear tal grado de prosperidad en aquella comarca, que el hecho diferencial de que un día disfrutó la plaza se cambie totalmente a nuestro lado.

ESPAÑA Y ÁFRICA

Si miramos al continente africano, nada de lo que ocurre allí nos es extraño, pues al fin y al cabo nuestra secular presencia y la proximidad del continente a las costas de la Península y a nuestras islas Canarias nos hacen en cierto modo africanos a nosotros mismos. Por eso su paz, estabilidad, prosperidad y seguridad no pueden sernos indiferentes.

Un especial recuerdo merece en este día la población de nuestros territorios africanos, objeto siempre de nuestros mayores afanes, con la firme voluntad de seguir promoviendo sin retrasos ni vacilaciones su progreso económico, técnico y estructural que les prepare plenamente para enfrentarse con el futuro. España en todo caso defenderá sus libertades y voluntad de libre decisión, no olvidará la responsabilidad que le incumbe en estos territorios y su deber de defenderlos contra cualquier acción exterior que pretenda comprometer su futuro.

HISPANOAMÉRICA: UNA ENTRAÑABLE FAMILIA DE NACIONES

Siempre que un español considera la presencia de su Patria en el mundo, tiene necesariamente que referirse a la entrañable familia de naciones que integran Hispanoamérica, y de la que España es uno de sus miembros.

Nada de cuanto suceda en cualquiera de ellas nos es ajeno y seguimos con la vibración de nuestras propias cosas sus esfuerzos, sus alegrías o sus dolores. En esta ocasión quisiéramos simplemente señalar con cuánta satisfacción España celebra haber podido ofrecer en la reciente reunión de la Organización de Estados Americanos, celebrada en Río de Janeiro, una colaboración material de alguna importancia al desarrollo de aquellos pueblos hermanos. Hemos querido demostrar así que verdaderamente, en cuanto España ha empezado a recoger los beneficios de unos largos años de paz y de esfuerzos, su primer impulso en el orden exterior le ha conducido forzosamente en la dirección de esos países, con la sincera pretensión de colaborar, aunque sea modestamente, en el proceso de su afirmación como entidad con vocación propia colectiva.

Al hacerlo así pretendemos servir a todos los intereses de la comunidad a que pertenecemos, pues lo que por un lado ha de ser ayuda a países hermanos, por otro ha de ser estímulo vigoroso a nuestra propia actividad económica en Hispanoamérica, es decir, desarrollo reciproco de posibilidades que ha de hacer más denso y más vital el tejido de nuestras relaciones mutuas.

SOLIDARIDAD CON PORTUGAL

No podemos tampoco olvidar en esta hora nuestra solidaridad con nuestra hermana peninsular, la nación portuguesa, que está sufriendo un cerco de incomprensión como el que un día nosotros mismos sufrimos, haciendo votos por el triunfo de su razón. Una cosa es la emancipación de un territorio cuando obedece a corrientes naturales y anhelos internos de independencia, y otra cuando las corrientes son ajenas al sentir de los pueblos y presionadas de fuera adentro.

SALUDO A LOS HOGARES ESPAÑOLES

Quiero, por último, cerrar mis palabras con el emocionado e invariable recuerdo hacia todos los que con su esfuerzo han hecho posible la España en paz que disfrutamos; mi gratitud para quienes dieron todo por la Patria y para aquellos que día a día han venido ofreciéndonos la dedicación y colaboración precisa para continuar nuestra obra. Mi reconocimiento también para todos los que con su trabajo esforzado, en todos los campos y actividades, contribuyen a edificar la grandeza de España, y mi esperanza en quienes desde las tareas del aprendizaje y el estudio se preparan para servirla mañana.

Que Dios ayude y bendiga a todos los hogares españoles.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1966

Españoles:

En esta noche familiar entre todas, entrañable como ninguna, en la que se busca el calor de los seres queridos y cada uno se apiña en un impulso de ternura mutua, de alegría y de esperanza, habéis de permitirme que, por unos cortos minutos, penetre en la intimidad de vuestros hogares para agradeceros de todo corazón el gesto colectivo con el que habéis refrendado la Ley Orgánica del Estado, abriendo así una nueva y ancha vía para el futuro de España.

Esta vez no he querido esperar el final del año para dirigiros este mensaje; deseaba vivamente agradeceros el modo hidalgo, realmente ejemplar, con que habéis querido manifestarme, en forma libre y clamorosa, vuestra adhesión y confianza. Cuando la Junta Central del Censo Electoral proclame los resultados definitivos, la estructura del nuevo Estado, en su unidad y en sus partes, quedará desde ese momento patente y visible para todos los españoles, que ya no tendrán motivo de incertidumbre del futuro, por la cuidadosa y prudente previsión del mismo que en dicha Ley Fundamental se contiene.

EL VALOR INMENSO DE SENTIROS UNIDOS

Lo que ha constituido un acto político de singular importancia, de enorme trascendencia para el futuro desarrollo de nuestra convivencia nacional, ha tenido para mi el valor inmenso de sentiros unidos en vuestros criterios, ofreciéndome el respaldo de vuestra sanción afirmativa a la obra de resurgimiento nacional o la que he venido entregando mi vida.

En la general alegría que presidió tan importante jornada, habréis podido apreciar cómo ha arraigado la unidad entre los hombres y las tierras de España, que con vuestra determinación de ahora asegura la paz y el progreso en los próximos años, en una España cada vez más próspera y destacadamente más justa.

Llegará un día en que seremos Historia; ya empezamos a serio. Pues bien; yo os digo que la Historia mirará con admiración y respeto a nuestra época; época de cambios, de salirse de los caminos trillados, en la que España ha mantenido con dignidad su puesto en estos graves y difíciles tiempos. Nuestro ideario político, lejos de perder terreno, se ha afianzado en la paz. Y, mirando hacia atrás, asusto el pensar cuál hubiera sido la suerte de nuestro país con un sistema político ineficaz, incapaz de mantener fijo el rumbo en las tormentas. Hubiera sido, sin duda, el fin de España, como el de tantos cuerpos políticos que no han sabido salir de las difíciles circunstancias. En cambio, si, por el contrario, sabemos seguir nuestro camino, nos acercará, después de los años duros, a los momentos de recogida del bien ganado fruto. Es cierto que hemos ganado una gran batalla, que hemos afianzado una gran base política de lanzamiento; pero es necesario que nos planteemos la tarea futura que nos espera. Es evidente que España ha mejorado, pero que aún sigue siendo eminentemente pobre; esto se aprecia al sobrevolar nuestras fronteras y al contemplar frente a las tierras verdes y jugosas de Europa, las estériles y amarillas de nuestros secarrales; pero aun esta desigualdad de la naturaleza puede en gran parte corregirse con la obra eficaz de nuestros pantanos, del aprovechamiento integral de nuestros ríos, de la transformación en regadío del crea máxima de nuestras tierras; exigido, además, por la necesidad de atender a la redención de los sectores deprimidos de nuestra población campesina y por el imperativo de satisfacer el consumo creciente de la población española. Todo eso tenemos que realizarlo sin tregua ni descanso, con el trabajo prolongado de todos los españoles.

CADA DIA TRAERÁ UN NUEVO AFÁN

Tenéis que grabar en vuestro ánimo que esta obra, como tantas otras, requiere una larga etapa, a la que todos han de contribuir. ¿Que cada día nos traerá una nueva inquietud? Es evidente; pero todas serán superadas si sabemos conservar la unidad de nuestro propósito en esta paz fecunda, que podría malograrse si la división, el egoísmo y las ambiciones llegasen a adueñarse de nuevo de nuestra sociedad. Es demasiado serio lo que se ventila para todos los españoles, y éstos no pueden admitir la alteración de esta paz fecunda y constructiva.

Pero todo esto ha de ser presidido por el mantenimiento de nuestra política social. Sin una política social justa y avanzada no es concebible ni un pueblo unido, ni una nación próspera, ni un régimen político estable. Sólo ese profundo sentido de justicia social puede impedir que la lucha partidista descienda a inquietar la vida cotidiana de cada hombre y de cada mujer, permitiendo, por el contrario, a éstos aprovechar, lícita y honestamente, a través de sus esfuerzos y de su trabajo, para sí y para los suyos, todas las posibilidades de bienestar y de promoción social y económica que el sistema les ofrece. Jamás se ha entablado una batalla por la transformación social como la que hemos emprendido. y no desmayaremos mientras haya un dolor que aliviar o una injusticia que corregir.

Esto exige que cada uno de nosotros asuma su responsabilidad de modo pleno y con todas sus consecuencias: los jóvenes, que van a ser los mayores beneficiarios, deben estudiar y trabajar seriamente; el profesor debe ser consciente de su trascendental responsabilidad ante el futuro de la Patria; los productores, sacar el máximo partido de los medios de producción que les están confiados; el empresario, recordar que la empresa no es exclusiva para su beneficio, sino medio de creación económica y de justicia social. Los que ejercemos funciones públicas tenemos una grandísima obligación de productividad, de ejemplaridad y de justicia. En estos años plenos de oportunidades debemos todos aprovecharlas al máximo para el bien común.

OTRA ETAPA SE HA ABIERTO

Tras la promulgación de la nueva Ley Fundamental que habéis sancionado se .ha abierto una nueva etapa en nuestra marcha. En política no caben inmovilismos, y podéis estar seguros de que nuestro propósito ahora, como no lo fue nunca, no es dormir sobre los laureles. La propia Ley impone, como consecuencia de su contenido, una gran dinámica política: la revisión de nuestras estructuras representativas; la constitución de las cámaras y altos cuerpos colegiados de acuerdo con sus normas; la reglamentación de muchas de sus disposiciones y la aprobación por las Cortes de nuevas leyes complementarias del propósito fundamental, en lo que respecta al Movimiento, a la vida familiar, sindica! y local, que implican una tarea importantísima en el campo de la creación jurídica. Yo espero la colaboración de todos para que lleguemos a las últimas consecuencias del paso que hemos dado, y para ello se precisa la entrega de los hombres con vocación política y con afán de servicio a la Patria, y la participación entusiasta de todos para llenar de vida y autenticidad los nuevos cauces abiertos.

Para las tareas que ahora comienzan quiero expresar de modo rotundo mi confianza en las nuevas generaciones españolas, que han tenido, por vez primera, ocasión de influir en decisiones de rango histórico. No nos ha pasado inadvertida su presencia entusiasta en ley de vida, el cuerpo electoral estaba formado esta vez, en gran parte, por quienes alcanzaron la mayoría de edad en estos largos lustras de paz. Su actitud ante las urnas es, por tanto, plenamente representativa de una nueva España, curada de todas las antiguas heridas de las divisiones y con una actitud naturalmente abierta hacia el mañana. Si a las generaciones del 18 de Julio correspondieron las hazañas heroicas del sacrificio, que no debemos olvidar nunca, ni las razones que lo hicieron inevitable ni la abnegación con que aquellos españoles supieron aceptarlo, a las generaciones de la paz, ganada por el esfuerzo de los combatientes, les corresponderá la edificación de un futuro mejor e irreversible. Sólo ellas podrán alcanzar las más altas metas del esfuerzo emprendido; pero sólo padrón hacerla contando, como lo han hecho, con la unidad forjada desde una firme base de partida, que es lo que nosotros, les hemos ofrecido.

Con esta ley sólo he deseado prepararos la plataforma desde la que podréis volar hacia empresas más altas, más complejas, más favorecedoras de los intereses de todos y cada uno de los españoles. Si, como todos esperamos, es acertada, sus frutos vosotros los re- cogeréis. Dentro de unos años serán otros gobernantes los que la utilicen para llevar a España hacia arriba, hacia una vida más rica, más amplia, más justa, más digna de ser vivida. Por ello, cuando os pedí que votaseis esta ley lo hice con ánimo absolutamente altruista, como tan generosamente habéis comprendido. En ningún momento de mi vida política tanto como en éste me ha sido dado poner ante vuestros ojos tan evidente claridad la imagen de mi desinterés.

PREPARAOS A LAS NUEVAS TAREAS COLECTIVAS

Aprestaos todos a las grandes tareas colectivas que esta nueva etapa de la vida española os exige. España es de nuevo una naci6n joven, orientada claramente hacia el futuro, con un porvenir por delante después de largos años de inercia, de abandono, de atonía y de desesperanza. Pero; al aludir a estos años, yo quisiera en justicia recordaras, una vez más, que el pueblo fue siempre el mismo, tanto en los años de nuestros siglos de oro como en los de nuestra decadencia; iguales los hombres de nuestro tiempo a aquellos que nos precedieron. La población es semejante, con sus mismas virtudes y defectos, con análoga proporción de héroes y mártires, de sabios y de técnicos, de trabajadores y honestos campesinos, de hombres de buena voluntad, con ánimo del mejor servicio. Sin embargo, ¡qué distintos los resultados! Han sido evidentemente las instituciones, los sistemas políticos los que, desuniendo y enfrentando a los españoles, los inutilizaban para las grandes empresas. No en vano reza nuestro sabio refranero: Reino dividido, Reino perdido.

Esta grandiosa jornada democrática del referéndum no sólo tiene plena virtualidad en nuestra Patria, sino también una proyección exterior indiscutible. Su ordenado y ejemplar dinamismo democrático presenta una España unida, llena de energía, de iniciativas, dispuesta constantemente, colectiva e individualmente, a acometer empresas que hace apenas treinta años se hubieran reputado como imposibles. ¡Qué satisfacción para tantos españoles hoy el comprobar cómo el ser español vuelve a ser algo serio en el mundo!

Yo he tenido en estos años, entre las generaciones de la paz que se han ido sucediendo en la tarea, muestras de la capacidad y buen criterio de las nuevas promociones españolas. Nuestro Régimen ni se ha anquilosado ni se ha sumergido en el sueño de la Historia; y por ello, en nuestro Estado, en nuestras instituciones, en las tareas de mayor responsabilidad, así como en la vida social, en el estudio y en el trabajo, todos han ido encontrando comprensión, y, como es de desear, las sucesivas generaciones se irán eslabonando en una común y tenaz empresa de resurgimiento de la Patria. Sólo así, unidos generación tras generación en una aspiración constructiva, puede llegar a la meta propuesta un pueblo. Así debe ser, porque nunca una gran obra histórica ha podido ser hecha por una sola generación. Las grandes obras, como las catedrales en la Edad Media, se han construido siempre con las sucesivas aportaciones humanas inspiradas en un mismo ideal. Yo siempre deseé para el futuro de la Patria que se estableciese, ante todo, una sucesión de aportaciones, única clave verdadera de un auténtico proceso de resurgimiento; esto es, la sucesión más garantizada, porque es obra que descansa en la entraña del pueblo.

Los años que llegan van a ser decisivos para la conquista de la gran empresa, y yo creo firmemente que en esta acción que se va a emprender para la ambiciosa consecución de nuestra obra histórica, la juventud española será, a la hora del esfuerzo, de la energía y de la entrega, digna sucesora de la juventud que regó con su sangre, cualquiera que haya sido su campo, los cimientos de esta España nueva, siguiendo como hasta hoy poniendo por encima de todo nuestra unidad y vocación de servicio. Y así podremos confiar en que vendrán muchos años de paz, de progreso y de justicia para nuestra Patria. Nuestra verdad se va abriendo camino en el mundo de modo impresionante, y el tiempo seguirá colaborando con nosotros. Pensemos cómo la Providencia seguirá velando por España si nos hacemos dignos con el esfuerzo y el cumplimiento de los deberes que a cada uno correspondan.

A LOS ESPAÑOLES DE TODO EL MUNDO

Y a vosotros, los españoles de todo el mundo, que continuáis una vieja vocación de nuestros hombres de derramarse por toda la faz de la tierra: misioneros heroicos, marinos curtidos por los siete mares, emigrantes por las tierras de América y de Europa, soldados y funcionarios en las provincias africanas, lejanas pero próximas a nuestro corazón, a todos os recuerda la Patria en esta fiesta familiar, y yo os envío, en nombre de todos, el gran abrazo de toda la gran familia española.

¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad! Esta es, por excelencia, la fiesta de la paz, de la paz familiar, de la paz en las comunidades políticas, de la paz entre las naciones. Quiera Dios que nuestra bien ganada paz se refuerce en cada Navidad, como lo ha sido, por la cooperación ejemplar de todos, en esta Pascua de 1966. Paz y felicidad para todos os deseo en este día. Gracias a los colaboradores de hoy, a los que lo fueron de ayer; gracias, en fin, a todos los españoles por su noble asistencia, y, sobre todo, gracias a Dios por habernos permitido llegar hasta estas horas de plenitud de nuestra Patria.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1967

Españoles:

Una vez más llega esta ocasión, en la que en el tránsito de un año a otro, entre la emoción familiar y cristiana de las fechas pascuales, os hablo en nombre de la Nación. Si en todos los momentos me produce emoción el sentirme en comunicación con vosotros, ésta se hace más entrañable cuando, como en estas fechas, sentimos todos los hombres con mayor sensibilidad los deseos de unión y de paz, en las que la Patria acentúa su carácter de gran familia y en cuyo servicio me corresponden especiales y difíciles responsabilidades.

Llega la hora de reflexionar sobre el camino recorrido en 1967. Y tal meditación es tanto más necesaria y útil cuando la realizamos dentro de un clima amable y hogareño, en medio del cordial afecto de familiares y amigos que disfrutan con nosotros del remanso de paz que es nuestra Patria, en contraste con un mundo alterado por la supervivencia de rivalidades y ambiciones y bajo la amenaza de peligros apocalípticos. Agradezcamos a Dios la paz que disfrutamos y, siguiendo el Mensaje de nuestro Pontífice, trabajemos y pidamos por la paz.

REALISMO Y ESPERANZA

En estos momentos tengo presentes en mi ánimo a todas las familias españolas, cualquiera que sea su situación. A todas quisiera llegase en estos momentos mi recuerdo como el de un español al que, más que su voluntad, el curso de la Historia ha llevado a ser el Jefe de la gran familia española a lo largo de más de treinta años. Es con esta perspectiva con la que os hablo, que creo constituye una sólida base para una mutua confianza. Mis preocupaciones y mis alegrías se identifican en todo con las vuestras y ninguno de vuestros problemas me es ajeno. Yo sé muy bien que sería más grato halagar a los oídos con promesas inseguras o proyectos imprecisos que usar un lenguaje moderado y realista. Pero no es así como se habla en una familia (donde todos nos conocemos hace mucho tiempo). Las familias saben muy bien que ni a todos sus miembros corresponde la misma suerte, ni en todas las épocas las cosas marchan con igual facilidad. y precisamente las familias deben estrecharse más, concentrarse sobre sí mismas y así suelen hacerla, cuando es necesario afrontar dificultades o problemas. y a la larga todo se supera y la vida nos ofrece nuevos motivos de alegría y esperanza.

DESARROLLO POLÍTICO

Como decía en mis últimos mensajes, éste es por excelencia el año del desarrollo político del Régimen. A lo largo de él hemos ido cerrando el armazón institucional del Estado para dotar a España de una estructura sólida y eficaz, que permita ir acoplando los revestimientos que mejor convengan a cada época. Torea que por su propia dimensión y trascendencia ha exigido una atención especial, como corresponde al desarrollo de una Ley tan importante como la que mereció vuestro unánime refrendo del 14 de abril de 1966. Se culmina, pues, una etapa que ya podemos calificar de histórica, y en la que hemos recorrido un largo trecho sin desmayos y, sobre todo, sin precipitaciones. Porque de poco hubiera valido construir muy rápidamente si luego los pilares básicos de ese gran edificio que es el Estado, pudieran agrietarse o conmoverse.

Lo mismo en el orden político como en el social o en el económico, hemos caminado sin desmayos ni pausas sobre nuestra propia experiencia. La tarea de estructurar un país, de institucionalizar un Estado con el refrendo de toda la Nación, partiendo como nosotros de la nada, es obra que justifica sobradamente a una generación y nosotros lo hicimos sabiendo que el futuro de España dependía, ante todo y sobre todo, de la manera como los hombres de España se fundieran en la unidad que hoy demostramos.

ÉPOCA DE TRANSFORMACIÓN

Nadie puede dudar que nos ha tocado vivir una época difícil, que tiene caracteres de verdaderos tiempos revolucionarios. En un espacio relativamente corto hemos visto cambiar muchas costumbres y aun principios morales largo tiempo vigentes han pasado a ser materia de discusión. Este ambiente de cambio y reconsideración ha afectado en grado más acusado a los sistemas económicos y sociales y a las fórmulas de convivencia internacional. Las transformaciones de la sociedad contemporánea, unas mejores y otras peores, son en su conjunto sistemas de una época de extraordinaria vitalidad y de una aceleración histórica importantísima en la vida de la Humanidad. Pero no es extraño que tales cambios afecten de forma difícilmente previsible a los pueblos y pongan en peligro muchas veces su paz, su tranquilidad y sus tradiciones. Gracias a Dios nosotros hemos conseguido, sin cerrarnos al signo positivo de la Historia, superar los riesgos que este ambiente de cambios comporta, manteniéndonos en una línea firme de paz y progreso, sin perder nunca el sentido de la realidad, ni de la fidelidad a unas esencias, que constituyen nuestra más interna fortaleza.

PERFECCIONAMIENTO DE LAS INSTITUCIONES POLÍTICAS

Hemos dado pasos verdaderamente importantes en el perfeccionamiento de las instituciones políticas con la incorporación activa del pueblo a las tareas públicas y en esta dirección hemos destacado notabilísimamente el papel social que corresponde a la familia. Está claro nuestro propósito de seguir adelante nuestro perfecciona- miento político, pero sin comprometer el principio de autoridad, tan importante en un pueblo como en una familia y que tanto nos costó recuperar en España, después de largos períodos de desorden y anarquía.

La política, siendo fiel a unos principios espirituales, comunes a todos los pueblos de raíz cristiana, es diversa en cada país, del mismo modo que es diverso el carácter de los problemas de cada familia y, por tanto, la forma de resolverlos. No admiten, por consiguiente, soluciones mágicas o fórmulas universales. Por ello, nosotros, con- vencidos del valor supremo de la libertad y también de la necesidad de una autoridad firme para mantenerlos en beneficio de todos, en forma estable y ordenada, hemos creado nuestras instituciones y sistemas mirando a nuestro pueblo, a los hombres con que contamos, a las necesidades y criterios de nuestras familias, y no Seguimos, ni seguiremos nunca, el erróneo camino de trazar estructuras que, ideales en el papel, luego pudieran resultar inviables a la hora de aplicarse, arrastrando las consecuencias de poner en peligro la seguridad que España necesita para llevar adelante sus propósitos de resurgimiento.

En el orden político-social hemos tenido una gran satisfacción en el año que termina con la promulgación en 27 de marzo de la gran Encíclica «Populorum Progressio», que vino a respaldar con su doctrina cuanto veníamos practicando durante treinta años; sus líneas generales para el desarrollo de los pueblos, la toma de con. ciencia de la cuestión social, la inquietud por el desarrollo integral del hombre, la atención a su salud física y moral, la redención del analfabetismo, la extensión de la cultura y la igualdad de oportunidades, la nivelación de las desigualdades sociales, la marcha hacia condiciones de vida más humanas, los principios sobre la propiedad y el uso de la renta, sus impugnaciones contra los abusos del liberalismo, el concepto sobre el trabajo y la conveniencia de la planificación, son principios en ella mantenidos para nosotros tan familiares, que han caracterizado toda nuestra obra durante tres décadas. ¡Qué alegría no ha de producirnos el ver tan altamente confirmadas nuestras soluciones!

FIRMEZA Y PRUDENCIA

Pero precisamente por lo complejo de los problemas y las dificultades que en sí presentan, hemos marchado con firmeza, pero con prudencia, sin construir castillos en el aire, teniendo siempre presente que hay momentos en que es imprescindible ajustar la marcha, ser consecuentes y acomodarnos a las posibilidades de nuestra realidad, salvando las dificultades, con la vista puesta en la prosperidad que ha de venir. ¡Cuántas veces en la vida, para dar un salto, necesitamos retroceder unos pasos para tomar impulso que nos permita un avance mayor! Son tan complejas y tienen tales incidentes las situaciones que escapan a nuestro control que tendríamos que renunciar al progreso si quisiéramos hurtarnos a estos fenómenos. ¿Qué representan nuestros ajustes de hoy comparados con los problemas que hemos superado al correr de los años y que hemos dejado atrás? Quizá ahora mejor que nunca convenga recordar que todo lo logrado no se ha conseguido sin dificultades, sino que es el resultado de sacrificios y esfuerzos colectivos; pero también es bueno dejar sentado que ningún sacrificio fue vano y que los esfuerzos tuvieron siempre la merecida recompensa.

Yo estoy seguro de que, igual que en otras ocasiones, los españoles responderán al unísono para superar las dificultades de estos meses en la misma línea de solidaridad que hemos mantenido durante tantos años. De esta manera todos podremos compartir a plazo corto, en medio de un proceso ininterrumpido, los frutos que vamos a alcanzar.

UNIDAD, VOLUNTAD y CONSTANCIA

El año finaliza con una prueba más de cuanto pueden la unidad, la voluntad y la constancia para el destino de los pueblos, al ofrecernos el triunfo más trascendente de la historia de nuestra política exterior, que, sin duda, ha llenado de alegría a los hogares españoles: el reconocimiento en la Asamblea de las Naciones Unidas, por la gran mayoría de las naciones del mundo, de nuestra razón en la reivindicación de Gibraltar. Demos gracias al Todopoderoso por aproximarnos a la hora de la justa reparación y nuestra eterna gratitud para las naciones que nos acompañaron con sus votos.

No quiero retener más vuestra atención. Mi deseo es que aprovechéis lo mejor posible estos días para la convivencia familiar, la alegría y el descanso. Solamente he querido haceros partícipes del sentido de solidaridad que la Patria nos exige en cada momento, y pediros, una vez más, que os mantengáis unidos, despiertos y tenaces en torno a la empresa común, que en 1968 habrá de cumplir nuevas etapas.

Con la experiencia de mis años a vuestro servicio y mi voluntad permanente de conseguir una España próspera, pido al Señor que siga ayudando a la paz del mundo, a nuestra Patria y a vuestras familias. Que cada uno sepa cumplir con su deber y España tendrá un nuevo año de paz y de ventura.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1968

Españoles:

En estas horas en que un año termina y otro está a punto de comenzar, se produce el fenómeno casi instintivo, de lanzar una mirada retrospectiva hacia los meses transcurridos e interrogarse sobre el nuevo período que se abre ante nosotros.

Todos quisiéramos que esa paz íntima, esa convivencia que se produce en el seno de la mayoría de nuestras familias, fuese el fiel reflejo de una humanidad fraterna y pacífica en todas las esferas; pero, desgraciadamente, esto no es así; como ciudadanos de un Estado común a todos, somos solidarios en nuestras alegrías y en nuestras desgracias, y a todos alcanza esa tupida red de pequeños triunfos y de menudas desilusiones cotidianas con que se forma el tejido de nuestra vida, el tapiz de nuestra historia colectiva y de nuestra biografía individual.

NECESARIA COMUNICACIÓN ENTRE GOBERNANTES Y GOBERNADOS

Por ello, he querido, una vez más, distraeros de vuestros regocijos familiares para examinar el período transcurrido, y que escudriñemos juntos el futuro. Si esta comunicación directa es siempre conveniente, resulta en estos momentos verdaderamente necesaria. Las circunstancias por las que el mundo atraviesa son excepcionales y exigen la más estrecha comunicación ente gobernantes y gobernados.

Es universalmente reconocido que el mundo pasa por momentos difíciles; que las tensiones entre los pueblos siguen; que los sistemas económicos en los más importantes países vacilan; que los desórdenes públicos se suceden, atizados con violencia inusitada en los centros de civilización y de cultura, fomentados por organizaciones internacionales frete a las cuales la Humanidad entera ha de esforzarse por mantener la paz, la estabilidad y el orden, con grandes esfuerzos y sacrificios.

El mundo avanza hacia formas nuevas, que ni siquiera los más atrevidos y agudos políticos han podido predecir con exactitud. Innumerables rivalidades se abre a los hombres actuales. De la prudente elección que hagan de los caminos a recorrer, depende el que se dirijan hacia un mundo mejor, más justo, más rico en posibilidades y realizaciones, o que se encierren en un callejón sin salida, prisioneros de los intereses políticos partidistas, cayendo de nuevo en situaciones ya superadas, cuando creían avanzar hacia otras más nuevas y mejores.

GRANDES PROBLEMAS Y GRANDES ESPERANZAS

Cada día que pasa se prueba de manera más clara la interdependencia de los hombres y los grupos dentro del Estado, así como loa de los estados entre sí. Todos somos solidarios y cada uno de nosotros goza o padece en mayor o menor escala de los aciertos o errores de los demás; hasta del costo de las guerras, que unos las provocan y todos las pagan. El año que ahora termina nos ha dado pruebas abundantes en este sentido, tanto en el orden de los hechos como en el de las ideas.

Los problemas que tiene planteados la Humanidad son grandes, pero también lo son las esperanzas que nos animan, y son poderosos como nunca los instrumentos que existen en nuestras manos para poder convertir esas esperanzas en realidades.

UN CLIMA DE MIEDO Y DESESPERACIÓN

Todas las ideas y todos los hechos están sometidos a revisión, análisis crítico y, en su caso, a nuevos planteamientos. No escapan a este revisionismo universal ni los sistemas educacionales, ni las ideas sociológicas, económicas o políticas, ni la misma aplicación de los principios éticos y religiosos, y no podemos extrañarnos que ante este horizonte cambiante se produzca entre los hombres un clima de miedo y de desesperación.

Una de las constantes de todas las épocas de crisis de la historia ha sido la aparición de pequeñas minorías de fanáticos o aprovechados, que pretenden como única solución de los problemas pendientes hacer tabla rasa de todo lo existente. Y aunque no constituyen un verdadero peligro, contribuyen al desorden general, a la confusión de ideas y a la intranquilidad del ánimo. Son los profesionales del triunfalismo de la catástrofe, que sistemáticamente airean las insuficiencias, las carencias, los errores, pero que no subrayan jamás los éxitos, los aciertos o las satisfacciones.

LA EVOLUCIÓN TECNOLÓGICA Y EL PROGRESO MORAL

Es evidente que la evolución tecnológica del mundo va más de prisa que el progreso moral de los hombres y que la evolución de las formas políticas llamadas a resolverlos. Las viejas estructuras tradicionales de los Estados acusan insuficiencia e inoperancia para resolver los conflictos que en su seno vienen planteándose. El gran tema de la sociedad política actual es encontrar un instrumento de gobierno que conjugue armoniosamente autoridad y libertad, desarrollo y estabilidad, sin que ninguno de estos elementos ahogue y haga imposible la vida del otro, sino que, por el contrario, se nutran y fortalezcan mutuamente. España ha recorrido un largo camino en esa vía, acusándose la solidez de sus instituciones sociales; llevando al convencimiento íntimo de la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, que existe la posibilidad de continuar el progreso sin necesidad de hacer uso de los recursos que las propias leyes nos ofrecen.

Todos los problemas políticos, económicos, sociales, educacionales, juveniles, morales y locales pueden resolverse si guardamos la cabeza serena y sabemos separar lo posible de lo imposible, lo realizable de lo irrealizable. Mantengamos todos una actitud abierta, comprensiva y generosa y podremos comprobar que muchos de los titulados problemas no son más que impaciencias innecesarias e inmovilismos inaceptables, obstinaciones y cegueras de personas o de grupos más que conflictos reales.

INCALCULABLE POTENCIALIDAD DE UN PUEBLO CUANDO ESTÁ UNIDO

Es incalculable la potencialidad de un pueblo cuando está unido, cuando trabajo en paz y cuando persigue sus objetivos de elevación con tenacidad, avanzando cuando es posible y sabiendo aprovechar las ocasiones oportunas cuando esto es aconsejable. Ese es nuestro camino, que no ofrece ninguna estrategia complicada. Se trata sencillamente de saber avanzar y conservar lo conquistado sin comprometernos en dudosas aventuras. En la vida contemporánea los Estados tienen como primer deber el ofrecer a sus ciudadanos esta eficacia; paz para el trabajo, paz para el estudio, garantías para conservar lo ganado y esperanza para mejorar el futuro. La política no es un a entelequia de ideología utópica, ni un campo de trabajo para desahogar las pasiones. La política es una tarea realista y cotidiana de construcción de la convivencia, el bienestar y el progreso de la mayoría.

Nada de lo que sucede en el mundo nos es ajeno o indiferente. La vida actual hace inevitable las influencias entre uso y otros países y las dimensiones internacionales de determinados problemas; pero podéis estar seguros que desde la experiencia de tantos años juntos, contemplamos todos estos problemas con conciencia de su existencia, pero con fe en que podremos superarlos, y superarlos ventajosamente mientras nuestra decisión política como pueblo sea la misma que hasta ahora hemos tenido.

NO ES LÍCITO EL INMOVILISMO

Esta afirmación de fe política y de continuidad no implica que pueda haber en mis palabras ninguna tentación inmovilista contraria a nuestra doctrina política.

El inmovilismo es inviable en nuestra época, aunque haya ocasiones en que se requiera prudencia, sin que esta prudencia sea contradictoria con las nuevas aceleraciones.

Con este criterio, durante el último año, como en otros muchos anteriores, España ha caminado segura. Quizá en algunos casos hubo necesidad de prudencia, mientas que en otros pudimos avanzar más confiados. Una austeridad impuesta por circunstancias económicas internacionales, de todos conocidas, no ha sido incompatible con el mantenimiento de un estimable ritmo de desarrollo y de progreso. Y en lo económico, como en otros campos políticos, hemos conseguido que los vaivenes y problemas que han afectado al mundo hayan tenido entre nosotros la mínima repercusión, y que nunca haya llegado a alterarse realmente la seguridad económica, paz social y nuestro sentido abierto de hospitalidad.

En un marco de seguridad y solvencia que tantos nos envidian, nuestras instituciones legislativas y cuerpos asesores han podido continuar serenamente sus tareas de perfeccionamiento legal, de elaboración doctrinal y de desarrollo de los principios promulgados en nuestra Ley Orgánica del Estado. Las Cortes Españolas han elaborado un importante número de disposiciones legales, y el Consejo Nacional, con el texto de un nuevo Estatuto Nacional del Movimiento, ha abierto un camino importante para la participación política, en el que llamo a todos a colaborar utilizando con entusiasmo las oportunidades que ofrecen los cauces abiertos para la manifestación del contraste de pareceres.

Los altos tribunales y cuerpos consultivos han tenido ocasión propicia para trabajar con intensidad e independencia. Nunca son más libres las instituciones que cuando son capaces de mantenerse al margen de pasiones violentas o disyuntivas disociadoras. Y así, nuestro Tribunal Supremo, nuestro Consejo de Estado, nuestro cuerpos profesionales y nuestras comisiones de estudios y asesoramientos han tenido, un año más, ocasión de acrecentar su prestigio con manifestaciones notables de su experiencia, solidez y categoría intelectual.

A través de su conducta, las instituciones y los hombres que las sirven han de llegar a lo propuesto a favor de los intereses comunes de la comunidad española, tanto en el presente como en el futuro. Cara a ese futuro, nuestra preocupación permanente ha sido fortalecer y perfeccionar las instituciones necesarias para consolidar la convivencia justa y ordenada de todos los españoles.

EL DESARROLLO ES UNA EMPRESA NACIONAL

En este propósito estamos seguros de que los esfuerzos que estamos realizando nunca serán estériles. Perfeccionaremos cuantas estructuras sean precisas para avanzar en el camino de la integración social, para que no se pierda la dimensión humana de nuestra economía y para que su desarrollo vaya acompañado del necesario progresar social, meta y objetivo al que han de subordinarse los planteamientos económicos de cualquier tipo.

Con este convencimiento previo hemos de entrar en los umbrales de nuestro Segundo Plan de Desarrollo Económico-Social.

El desarrollo no puede ser obra exclusiva de unos gobernantes o de unos técnicos. Es una empresa nacional en la que todos tenemos nuestro puesto y de forma muy destacada los trabajadores y empresarios españoles, que deben procurar armonizar sus intereses para, superando los naturales altibajos de un proceso económico expansivo, alcanzar las metas de mejora por todos deseadas.

Es necesario que el carácter de nuestro esfuerzo de elevación nacional sea claramente comprendido por las nuevas generaciones, las cuales recogerán los mayores beneficios de los empeños actuales. No abrigamos ningún recelo, ni podemos permanecer indiferentes, ante inquietudes muchas veces inspiradas en el noble afán de conseguir un mundo mejor; pero conocemos muy bien la dureza de la lucha política, la necesidad de preparación que exige nuestra época, para satisfacer las exigencias de eficacia en la administración de los asuntos públicos, la inevitable coordinación de los equipos técnicos, la rigurosa planificación de los proyectos, la utilización estricta de los medios materiales disponibles en los objetivos más precisos. Todo ello, sin necesidad de proponérnoslo, nos lleva a una exaltación de la disciplina, de la laboriosidad, del estudio y de la colaboración ordenada, si queremos de verdad llegar a poseer un país más rico, más justo, más culto y más poderoso.

LAS ALTERACIONES EN LA UNIVERSIDAD

Por ello, aun a conciencia del carácter minoritario de algún pequeño sector juvenil contagiado de las ideologías negativas o enrolado en el comercio de la subversión, no queremos dejar de señalar cuánto lamentamos sus errores, que aunque afortunadamente no alcancen las dimensiones trágicas que se dan en otros países, son suficientes para entorpecer el derecho de una gran mayoría de jóvenes y de sus familias a que la educación y formación profesional pueda desarrollarse con adecuado rendimiento. Sin embargo, esas alteraciones en la Universidad han servido para despertar la conciencia y responsabilidad en los medios docentes y la repulsa general de la Nación ante el espectáculo que le ofrecen quienes están llamados en el futuro a continuar el proceso de nuestro desarrollo.

Ello, no obstante, en nada disminuye la ilusión que todos ponemos, en mejorar día a día nuestras instituciones educativas. La elevación del nivel cultural de los españoles ha venido a constituir un clamor popular, al que prestamos todos nuestros recursos. Desde la ancha base de la formación primaria al plan de instalaciones educativas, se lleva a cabo una política de enseñanza sin escatimar medios docentes; en la universalización de la enseñanza media y su extensión a todos los españoles reside la base para multiplicar nuestros recursos económicos, científicos y convivenciales. La difusión de la cultura entre los españoles es la hermosa aventura que llegará insistentemente a todos los rincones de la patria. El reto de nuestro tiempo es la formación y la enseñanza y en ellas estamos emplazados con la esperanza firme de conseguir los más evidentes resultados.

EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD

Nuestro Estado, como siempre, está dispuesto a encauzar la convivencia de los españoles, cualquiera que sea su edad o profesión, para que los individuos, las familias y las regiones, los sectores económicos y los sociales más diversos continúen encontrando nuestra tradicional justicia, y seguridad. No descansaremos para crear un espíritu de confianza en nuestras instituciones, que están fundadas y concebidas para la creación y sostenimiento de un orden justo. Difundiremos estos valores asentándolos sobre el principio de autoridad, que constituye uno de los niveles más importantes de justificación del poder político en un estado. Sin autoridad no es posible la convivencia humana; sin mando y sin gobierno no se podría dar una sociedad equilibrada. Principio de autoridad que tiene una profunda base moral, lo que explica el que también nuestra Iglesia se haya visto en la necesidad de invocarlo en nuestros días.

LA DISCIPLINA ES NECESARIA

No estamos en verdad pasando tiempos fáciles. Y es el tiempo difícil el que exige mayor disciplina y orden para la revolución de los problemas. Si el mundo actual tiene planteadas graves cuestiones en todos los órdenes; si cada vez es más evidente la necesidad de luchar por la justicia, la libertad y la paz entre los hombres, no será con algaradas ni con alternativas de violencia social, ni con proclamas nihilistas, ni con actitudes incendiarias, como la humanidad verá llegar al mundo una era más justa, más libre y más pacífica.

Esta necesidad de orden y disciplina que es en principio universal, afecta aún más a las instituciones y especialmente a aquellas que representan un esfuerzo espiritual y moral capaz de ejemplarizar y orientar la vida de las gentes. Esas instituciones por su carácter tienen una responsabilidad especifica que las compromete ante Dios y ante los hombres. Por ello deben conservar una conciencia lúcida de los problemas para enfrentarlos con la serenidad y la profundidad que la humanidad espera de ellas.

La crisis del mundo se refleja, como no podía menos de suceder, en las relaciones internacionales. Hay actualmente numerosos puntos negros sobre los que se concentran los nubarrones de la discordia y del peligro de conflagración.

LA PAZ ECONÓMICA NOS DEBE TRAER LA PAZ POLÍTICA

La voz de nuestro pontífice, Paulo VI, se alza, una vez más, para la celebración de la jornada de la paz, dirigiéndose a los hombres de buena voluntad, a todos los responsables del curso de la historia de hoy y del mañana, a los guías, por tanto, de la política, de la opinión pública, de la orientación social, de la cultura y de las escuelas, a toda la juventud que surge con el ansia de una renovación mundial, clamando e implorando la paz como un deber, un deber insoslayable, un deber de los responsables de la suerte de los pueblos, un deber para todos los ciudadanos del mundo.

Pero para que todo esto pueda realizarse es necesario que se lleve a cabo una transformación profunda de las bases sobre las que descansan las relaciones económicas de las naciones. El mundo económico no tiene entrañas, es frío y especulativo. La paz económica nos debe traer la paz política, que evite el triste espectáculo de que mientras en muchas regiones del mundo la población se muere de hambre, se acumulen en otra los excedentes de producción que podrían atenderles. Es necesario que desaparezca la tragedia de tantos pueblos subdesarrollados, a quienes los poderosos les hacen pasar por las horcas caudinas de su imperialismo económica.

EL SUPERÁVIT DE LAS GRANDES PAÍSES Y EL DÉFICIT DE LOS PAÍSES POBRES

El superávit de los grandes y potentes estados se nutre en general del déficit de las naciones económicamente débiles. Mientras los grandes estados luchan entre sí por el predominio en los mercados se agota la capacidad de compra de los dependientes. Una operación comercial es en sí un intercambio de productos o servicios; el que vende y no compra a su vez, genera el pago en divisas con merma de la capacidad adquisitiva de los pequeños.

Lo mismo que existe capitalismos nacionales en el interior de los estados, existe un capitalismo internacional sin freno moral que lo contenga. La revolución política no es posible sin que la preceda la revolución económica entre las naciones. Los pueblos no quieren limosnas, sino justicia.

La tensión en la Oriente Medio pone en peligro una de las zonas geográficas de mayor importancia mundial. Mantiene la inquietud de todos los creyentes sobre el destino de los Santos Lugares. Allí, en la cuna de la cristiandad, donde se proclamó la paz y el amor entre los hombres, se ensangrientan sus tierras con la discordia. Nuestro deseo es que se llegue pronto a una solución justa y equitativa que haga volver a esta región del mundo a las fructuosas labores de la paz que tanto necesita.

La tensión en el Mediterráneo constituye para nosotros un estado de cosas que, por afectarnos directamente, no puede ser contemplado sin inquietud. Queremos para este mar que baña nuestras costas y las de tantos países amigos, una mayor tranquilidad, dispuestos a colaborar para la consecución de la misma. La voz de España debe ser escuchada cuando de los problemas del Mediterráneo se trata.

LO REPÚBLICA DE GUINEA

Nuestro país ha alumbrado en 1968 un nuevo Estado independiente. La República de Guinea Ecuatorial se suma así a la gran familia de los pueblos hispánicos. Este Estado, único de lengua española en el continente africano, llega a la independencia en paz y tranquilidad, conservando las más cordiales relaciones con nosotros y aprestándose a mantener con España una estrecha colaboración que le permita seguir el proceso de progreso en todos los órdenes iniciado ya bajo nuestra dependencia.

Mientras España cumple así sus compromisos internacionales, continúa pendiente el amargo e irritante problema de Gibraltar, que cada español estima como personal y propio. El consenso internacional ha sido claramente expresado, una vez más, por las Naciones Unidades, que han emplazado a Gran Bretaña para su solución.

Los que se obstinan en el mantenimiento de situaciones anacrónicas, recuerden que ni Gibraltar como núcleo de vida civil, ni Gibraltar como plaza fuerte, son hoy viables, ni en la paz ni en la guerra, sin la amistosa colaboración de España.

En este año que ahora termina, el mundo ha presenciado el incalificable forzamiento de que ha sido victima el pueblo checoslovaco. Ese tremendo ejemplo, como lo fue un día el de Hungría, debe servir para abrir definitivamente los ojos a los ilusos que pretendían hacer creer a los demás la existencia de una evolución interna del comunismo.

España ha seguido durante el año manteniendo una extensa red de amistosas relaciones con los más diversos países, como lo reflejan las pruebas de amistad y compenetración, tanto por los pueblos hermanos de Iberoamérica como los que forman el mundo árabe, mientras nuestras relaciones con los Estados Unidos siguen moviéndose siempre en un plano de amistad y cordialidad, que no excluye la defensa cortes y firme de las que creemos razones legítimas y atendibles.

HOMENAJE A OLIVEIRA SALAZAR

He querido dejar para el final de este repaso de nuestra situación internacional una referencia a Portugal. El año 1968 nos ha traído el dolor de la grave enfermedad que ha aquejado al primer ministro del país vecino, doctor Antonio Oliveira Salazar, que hemos seguido intensamente. Confiamos en su restablecimiento y aprovechamos la ocasión para rendir homenaje a su insigne personalidad de hombre y de político excepcional, que ha marcado con su impronta la vida de la nación lusitana. Estoy seguro que el paso del tiempo agigantará su figura y su obra, no solamente en Portugal sino en el mundo, y que su pensamiento quedará definitivamente incorporado en los años futuros al acervo común de la cultura occidental. Nuestra amistad por el pueblo portugués nos hace expresar nuestros mejores deseos de éxito al nuevo presidente del consejo, doctor Marcelo Caetano, que ha tomado sobre sus hombros la continuación de la obra de Salazar.

Al terminar este rápido repaso a los acontecimientos del último año y a la situación del mundo y de España, quiero reiterar a mis compatriotas la absoluta necesidad de que nos dirijamos hacia el año que comienza con un espíritu de unidad, de concordia, de estrecha solidaridad entre todos los españoles, poniendo por encima de nuestras particulares preferencias el bien común de nuestro destino colectivo.

Yo os deseo a todos en este nuevo año las mejores bienandanzas individuales y colectivas. A todas las familias de España, a los servidores del Estado, a los trabajadores, a las amas de casa, a los jóvenes y a los veteranos os envió mi salud cordial, que es un saludo de comprensión, de confianza y de seguridad. Mantened vuestra fe, acrecentad vuestro esfuerzo, estrechad vuestra unidad y no tengáis la menor duda de que el año 1969, en el que se cumplirán treinta años de la paz española, nos conservará a todos lo que de bueno alcancemos y nos permitirá el coronar más altas metas.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1969

Españoles:

Una vez más, en estas postrimerías del año en que recogidos en vuestro hogares os alegráis con la esperanza sobrenatural de la Navidad, me dirijo a vosotros para que examinemos juntos las vicisitudes del año que termina y descubrir en lo posible el horizonte de los años venideros.

Termina en estos días un decenio fecundo en realizaciones trascendentales, que ha presenciado el despegue de nuestra patria hacia las más ambiciosas metas colectivas. Un largo período de trabajo denodado ha sentado bases firmes para el desarrollo económico y social de nuestro país y ha culminado en la institucionalización política más conforme con nuestro modo de ser, enraizada en nuestra historia y válida para nuestro porvenir. Al trasponer ahora la puerta de otra década, frente a ese velo que cubre siempre los designios de Dios, confiamos en seguir avanzando, bajo su protección, por el camino derecho y en cubrir nuevas etapas de la vida y el progreso de la nación.

En estos últimos diez años, la fisonomía de la sociedad española ha experimentado un cambio radical. Ha sido ésta una década de grandes avances en el orden político, cultural y económico. En el aspecto político se ha producido la culminación de nuestro ordenamiento institucional con la promulgación de la Ley Orgánica del Estado, que recibió el unánime respaldo de la nación en el memorable referéndum de 14 de diciembre de 1966.

A esta Ley Fundamental han seguido luego un conjunto de normas que han hecho realidad el orden institucional que se configura en ella. Tales son la Ley Orgánica del Consejo del Reino, la Ley Orgánica del Movimiento y de su Consejo Nacional, la Ley de Libertad en materia religiosa y la que regula el Recurso del Contrafuero.

EL FUTURO ESTA ASEGURADO

Respecto a la sucesión a la Jefatura del Estado, sobre la que tantas maliciosas especulaciones hicieron quienes dudaron de la continuidad de nuestro Movimiento, todo ha quedado atado, y bien atado, con mi propuesta y la aprobación por las Cortes de la designación como sucesor a título de Rey del Príncipe Don Juan Carlos de Borbón. Dentro y fuera de España se ha reconocido, tanto con los aplausos como con los silencios, la prudencia de esta decisión trascendental.

Nuestros descendientes comprobarán que la nueva Monarquía española ha sido instaurada en virtud de dos votaciones populares reiteradas en el plazo de veinte años, en el referéndum nacional de 1947, que aprobó la Ley de Sucesión y en el de 1966, que refrendó la Ley Orgánica del Estado. Han sido, pues, dos generaciones de españoles las que han dado su voto multitudinario a nuestro sistema político. La designación concreta del futuro Rey obtuvo la aprobación de las Cortes Españolas, representación genuina de la nación. Bien podemos decir que la instauración de nuestra Monarquía cuenta con un respaldo popular prácticamente absoluto y desde luego muy superior al que tuvo en 1700 el Rey Felipe V, en cuya entronización jugaron mucho más las maniobras políticas de potencias extranjeras que la propia voluntad del pueblo español.

Como dije en la memorable sesión del 22 de julio último, la sucesión a la Jefatura del Estado constituirá en el futuro un hecho normal que viene impuesto por la condición perecedera de los hombres. Si Dios nos sigue otorgando su protección, de la que tan señaladas muestras tenemos, la decisión adoptada en ese día como una prudente previsión del futuro aceptada por la nación, librará a España de las dudas y vacilaciones que pudieran suceder cuando mi Capitanía llegase a faltaros. La permanencia inalterable de los Principios del Movimiento, la solidez del sistema institucional del Estado y la designación y juramento prestado por el Príncipe de España, de cuya lealtad y amor a la Patria ha dado sobradas pruebas, son firme garantía de la continuidad de nuestra obra.

Con la ayuda de Dios y la buena voluntad de los españoles, nuestros hijos y nietos tienen asegurada la estabilidad política de la nación.

TRES LEGISLATURAS FECUNDAS

En estas tareas trascendentales han jugado un papel de la máxima importancia el Consejo del Reino, las Cortes Españolas y el Consejo Nacional del Movimiento, que han demostrado una vez más la validez y eficacia de nuestras fórmulas políticas. A los tres altos organismos quisiere ahora hacer llegar mi agradecimiento, por su acendrado espíritu de lealtad y de servicio a la Nación.

En las tres legislaturas transcurridas durante estos diez años que contemplamos, las Cortes han llevado a cabo una labor legislativa de primera magnitud, que se ha extendido a todas las esferas de la actividad del Estado. Son buena muestra de ello, por citar sólo alguna de las principales normas promulgadas en este periodo, la Ley por la que se regula el Derecho de Petición; la Ley de Bases de Ordenación del Crédito y la Banca; la Ley de Bases de la Seguridad Social y la Ley General Tributaria, la Ley de Funcionarios Civiles del Estado; la Ley de Prensa e imprenta y las que aprobaron el I y II Plan de Desarrollo Económico y Social.

Al tiempo que se llevaba a cabo esta ingente labor, prosiguió el proceso de fortalecimiento de nuestras instituciones, en especial, mediante la incorporación activa del pueblo a sus tareas. En este sentido, quiero subrayar cómo la representatividad de nuestras Cortes se vio reforzada con los procuradores elegidos directamente por las familias españolas. Su presencia en las Cortes, junto con los genuinos representantes de los Sindicatos, de las Corporaciones locales y de las demás entidades públicas, encauza la convivencia de todos los españoles en un sistema institucional que hunde sus raíces en la entraña misma de la Nación

ARMONIOSA CONVIVENCIA ENTRE TODOS LOS ESTAMENTOS

El normal funcionamiento de las Cortes Españolas y del Consejo Nacional del Movimiento promueven eficazmente el intercambio de opiniones y el contraste de pareceres, entre los representantes del pueblo español y el Gobierno de la Nación. Nuevas normas jurídicas aseguran el perfecto funcionamiento de las Corporaciones locales y provinciales, así como de los Sindicatos, parte esencial de la vida y el trabajo de nuestro pueblo, para garantizar la armoniosa convivencia entre los diversos estamentos de la Nación.

El gran problema que muchos países sufren y que afecta a “casi todas las sociedades de nuestro tiempo, es el de encontrar un orden político capaz de conjugar armónicamente las legítimas aspiraciones de libertad y justicia de los pueblos con la necesaria autoridad, sin la que es imposible una libertad verdadera, garantizada en su ejercicio y limitada por el bien común. Alcanzar este equilibrio, sobre el que se asienta el bien supremo de la paz, no se logra de una vez para siempre. Es una meta por la que hay que trabajar esperanzadamente cada día. Quiero recordaros ahora, como en tantas otras ocasiones, que esta batalla por la paz nuestra, la que disfrutáis en el seno de vuestros hogares, es responsabilidad de todos y cada uno de los españoles. Por ello, es absolutamente indispensable que nos enfrentemos al futuro con el mismo espíritu de unidad y de solidaridad que nos ha animado hasta ahora, con idéntica voluntad de poner el bien común de la Nación por encima de las conveniencias particulares. La fidelidad permanente a estos ideales constituye nuestra interna fortaleza y no debéis tolerar nunca que nadie, ni de fuera ni de dentro, trate de destruirlos.

LA RENTA NACIONAL SE HA DUPLICADO

Esta es la obra que hemos venido levantado a lo largo de estos años. Sus frutos están a la vista de todos. El desarrollo económico y social que la sociedad española ha experimentado es patente.

En el decenio que ahora se cierra, la renta nacional, medida en pesetas constantes, se ha duplicado, habiendo crecido a un ritmo medio anual superior al de los países del Mercado Común.

Este crecimiento se ha reflejado en el nivel de vida de todos los españoles. En este decenio se han construido el 85 por ciento de los automóviles que circulan por nuestras calles y carreteras; se han instalado el 60 por ciento de los teléfonos existentes y se construyeron 1.175.000 nuevas viviendas, lo que representa que en este decenio han estrenado casa unos cinco millones de españoles.

En cuanto al turismo, hemos pasado de poco más de cuatro millones de personas que nos visitaron en 1959, a 21 millones de turistas en este año.

El esfuerzo realizado a favor de la enseñanza a todos sus niveles ha sido gigantesco. Durante estos diez años, el analfabetismo ha descendido del 12 al 5 por ciento de la población mayor de 15 años; se han construido 35.000 centros de enseñanza primaria, con la creación de más de un millón de nuevos puestos escolares; 1.800 nuevos centros de enseñanza media, cuyo total de alumnos ha pasado de 670.000 en 1959, a 1.700.000 en 1969. Respecto de la enseñanza superior, el número de estudiantes ha pasado de 81.000, en el curso 1959-60, a 172.000, en el actual.

Pero lo más importante es que en este período la sociedad española ha cobrado conciencia de que la extensión de la enseñanza y la igualdad de oportunidades son el mejor motor y la más segura garantía de su futuro. En los Presupuestos Generales del Estado, los créditos correspondientes al Ministerio de Educación y Ciencia han llegado a ocupar el primer lugar por su volumen. La década de los años 70 se inicia con la creación de nuevas universidades y el renovado empeño de construir un sistema educativo adecuado a nuestra época.

ESTABILIDAD Y DESARROLLO

No puede concebirse el desarrollo económico el próximo decenio sin unas bases sólidas de estabilidad de precios y de pleno empleo. La estabilidad es condición indispensable para el óptimo aprovechamiento de los recursos con que cuenta el país. Sólo manteniendo la estabilidad se asegura un crecimiento real del poder adquisitivo de los salarios. Por el contrario, el fácil camino de la expansión incontrolada constituye un espejismo, obligaría a soportar unos costes sociales demasiado elevados y pondría en peligro las fuentes del crecimiento futuro. Por ello es preciso ceñirse al ritmo de marcha programado, de acuerdo con lo que permite el potencial de nuestra economía, en la seguridad de que de este modo llegaremos antes y sin tropiezos a las elevadas metas a que todos aspiramos.

CONFIANZA EN LA JUVENTUD

Corresponde a la juventud un puesto de vanguardia en la construcción de una España más justa y más solidaria. Durante estos 30 años de paz han participado en esta ingente labor de resurgimiento patrio generaciones sucesivas que en cada etapa han entregado el caudal generoso de sus ilusiones y esperanzas; sin que puedan desfigurarlo esas pequeñas algaradas estudiantiles que, obedeciendo a consignas comunistas, fomentan en el mundo sus agentes. Basta el conocer esta dependencia y la vida regalada que llevan los alborotadores para que se produzca la saludable reacción de los más. ¿Qué representaría, por otra parte, el grupo de alborotadores en el conjunto de nuestra juventud trabajadora y estudiosa?

Tengo la seguridad de que las nuevas generaciones sabrán también aportar su entusiasmo a la permanente tarea del engrandecimiento de España.

La juventud debe tener conciencia de que los mimetismos extranjerizantes fueron causa fundamental de nuestra decadencia. Cada país es obra de su propio genio creador y lo verdaderamente audaz, propio de los jóvenes, es ser fieles a nosotros mismos y crear y crecer desde la propia raíz de nuestro ser nacional.

LA PAZ, PRINCIPIO RECTOR DE NUESTRA POLÍTICA

Hemos proclamado incesantemente que el ideal de la paz constituye el principio rector de nuestra política. Tampoco en el orden internacional hemos regateado jamás esfuerzo ni sacrificio por hacerlo realidad. Por desgracia, el mundo nos ofrece cada día ejemplos de guerra y violencia que destacan aún más dolorosamente en estas fechas de la Navidad.

POLÍTICA EXTERIOR

Nuestra política exterior ha estado siempre orientada a lograr nuestra plena incorporación a la comunidad internacional de naciones y en especial a estrechar cada vez más nuestras relaciones con todo el mundo occidental.

No sólo somos un país europeo, sino que hemos contribuido decisivamente a la formación del concepto de Europa. Pese a las dificultades que la compleja realidad plantea, el proceso de integridad europea continúa. No podemos permanecer al margen de la gran operación unificadora puesta en marcha. En el año que está a punto de concluir se ha dado un paso importante en la negociación con la comunidad económica europea y en los próximos meses esperamos que se puedan concretar las reciprocas condiciones de nuestra posible colaboración.

Pero Europa es más amplia de lo que nos hacen pensar los habituales esquemas logrados por la última guerra mundial. Nuestros contactos con las naciones del Este se van ampliando. Tenemos ya relaciones consulares y comerciales con Rumania y con Polonia; acabamos de establecerlas con Hungría, países con los que a través de la historia siempre hemos tenido buenas relaciones y con los que no podemos contribuir a su aislamiento.

En cuanto al destino de los pueblos hermanos de Hispanoamérica, nos afecta particularmente. Los pueblos hispánicos, por su alto nivel cultural, están mejor dotados para salvar la distancia que desgraciadamente separa cada día más a los países ricos de los países pobres. Estamos en la mejor disposición para estudiar y favorecer todo programa de colaboración mutua en todos los órdenes. La voz coincidente de los países de la comunidad hispánica de naciones en los organismos internacionales, puede ser el mejor servicio a la causa de una paz justa y duradera.

En el umbral de la década de los 70, reafirmamos, una vez más, nuestra amistad fraternal con la nación portuguesa, con quien nos une un destino hermanado y unos acuerdos que han dado excelentes frutos y que consideramos llenos de fecundas posibilidades.

España quiere seguir manteniendo y aun reforzando, las buenas relaciones de amistad que la unen a los Estados Unidos de América en el campo de la seguridad mutua como en el económico, en el de la educación y de cooperación científica. Con buena voluntad por ambas partes esperamos encontrar una fórmula, equilibrada, digna y actual que sirva de instrumento a esta relación de cooperación que los dos países propugnamos.

Seguimos con la vista puesta en el continente africano, del que nunca podremos sentirnos ajenos. No en vano nuestras Islas Canarias, de indiscutible reciedumbre española, pertenecen a la geografía del mundo africano, en la que desde tiempo inmemorial desarrollan los canarios sus actividades pesqueras.

Como es natural, prestamos particular atención al desarrollo del pueblo saharaui, con el que hemos contraído una gran responsabilidad. Y los saharauis tienen depositada en nosotros una confianza que en ningún supuesto hemos de defraudar.

En orden a nuestras relaciones con los países vecinos, deseamos continuar nuestras relaciones especiales con naciones como Argelia, Túnez, Marruecos y Mauritania, sobre la base de una apreciación realista de los intereses mutuos.

España no puede menos de considerar con atención las evoluciones de los países del Continente africano, cuya fase actual de asentamiento de sus nacionalidades le inspiran el mayor respeto y esperanza.

La amistad con los pueblos árabes en general ha venido a ser una constante de nuestra política, que no necesita de nuevas definiciones. Sentimos por ellos la mayor simpatía ante las graves dificultades porque atraviesan y continuaremos prestándoles nuestro apoyo a sus causas justas.

JUSTICIA SOCIAL Y CRISTIANA

No quiero prolongar más esta conversación familiar con vosotros en fechas de tan profunda significación sin insistir en reafirmar que toda nuestra marcha como nación, en medio de los problemas interiores y exteriores que acompañan a todo país, se realiza bajo los altos ideales del Movimiento Nacional, inspirándose en la unidad y en la grandeza de la Patria, en la conquista del pan y la justicia para todos los españoles y en la doctrina moral y social de la Iglesia. La confesionalidad tradicional de nuestro Estado, proclamada por las leyes y servida con la mejor voluntad en ocasiones no siempre fáciles, coincide con nuestra íntima convicción y con la de la inmensa mayoría del pueblo español. Quiera Dios que la humanidad entera haga suyas las palabras de S.S. Pablo VI en su recién publicado llamamiento para la «Jornada de la Paz»: “La paz no se goza, se crea. La paz no es una meta ya alcanzada; es un nivel superior al que todos y cada uno debemos aspirar siempre. No es una ideología soporífera; es una concepción deontológico que nos hace a todos responsables del bien común, y nos obliga a ofrecer cualquier esfuerzo nuestro, a su causa, la causa verdadera de la humanidad”. Humildemente creo que España hace todo lo posible para conseguir dentro de sí misma esa paz, una paz humana y cristiana, y se esfuerza para servir a esa paz en sus relaciones con los demás pueblos del mundo.

ENTREGA AL SERVICIO DE LA NACIÓN

Imploro las bendiciones del Altísimo para todos los españoles: para los que trabajan en el campo y en el mar, en las fábricas y en las minas; par los estudiantes y los profesionales; para las heroínas del hogar, los funcionarios públicos y los que empuñan las armas en defensa de nuestra paz. Mi pensamiento va especialmente a todos los que han colaborado conmigo durante tantos años en el servicio de la Nación. Mientras Dios me dé vida estaré con vosotros trabajando por la Patria.

¡Arriba España!

Discursos de Francisco Franco

Mensaje fin de año 1970

Españoles:

De nuevo como otros años, en estas fiestas familiares, ante el umbral del año nuevo, me dirijo a vosotros para que a cada hogar español llegue el eco de mi voz con un mensaje de esperanza y felicidad para toda la gran familia española.

A España llegan las salpicaduras de los aires de convulsión en que vive el mundo. La paz y el orden que venimos disfrutando desde hace más de treinta años despierta el odio de esas fuerzas que fueron siempre enemigas de la prosperidad de nuestro pueblo, de nuestro bienestar y del progreso que España está alcanzando en todos los órdenes de la vida nacional.

España constituye un estado de derecho cuya acción política se ordena al bien común, y en defensa de éste no regatearemos cuantos esfuerzos y sacrificios sean necesarios para combatir la pasión y la violencia de cualquiera, que intente perturbar la pacífica convivencia entre los españoles.

“ESTAMOS SIRVIENDO EL SIGNO DE LA GRANDEZA HISTÓRICA”

Nuestra nación se hace cada vez más grande y más justa, asciende cada año un paso más en su perfeccionamiento, cumpliendo los ideales de aquellas generaciones, que dieron su vida por la Patria, y de los que después han sido y son dignos de su sacrificio. Nuestro pueblo es cada vez más rico y próspero en lo material como es visible; pero, al mismo tiempo, se hace más culto, más prudente y más equitativo. Disminuyen progresivamente las injustas diferencias sociales, se eleva el nivel cultural y espiritual de la gran masa de nuestros compatriotas, y España entera, lo sabemos firmemente, forma una sociedad mucho mejor de la que conocimos y a la que hemos entregado con un sentido filial y a la vez fraternal, lo mejor de nuestra vida.

El pueblo, como los hombres, no inventa su destino: lo sirven. Y nosotros estamos sirviendo el signo de la grandeza histórica de España, y nos mantendremos en este propósito con mayor tenacidad de la que puedan oponer las fuerzas que tratan de obstaculizar nuestro camino. Y así seguiremos fieles a los principios que constituyen el lema de nuestra política; es decir, manteniendo esa base de convivencia entre los españoles, que se funda en la unión de lo nacional con lo social, bajo el imperio de lo espiritual. Estamos contra la dialéctica de la lucha de clases que enfrenta a los hombres en una actitud de permanente violencia, y proclamamos que sólo este sentido de solidaridad ente los españoles asegurará la continuación de la paz que busca nuestra política de desarrollo, nuestro auge económico y ese resurgimiento industrial, que constituye el signo positivo de la salud de nuestro régimen.

LA LEY DE EDUCACIÓN BASE DE LA REFORMA

Estamos haciendo los españoles una verdadera transformación de nuestro país, una reforma sólida y profunda, una auténtica revolución con orden y con libertad, como corresponde a las gloriosas tradiciones de nuestra Patria y al afán de justicia de nuestro tiempo.

Una de las bases de esta reforma es, a mi juicio, la Ley de Educación que han elaborado recientemente las Cortes Españolas y en cuyo cumplimiento viene poniendo el Estado medios cuantiosísimos para asegurar a todos los españoles el pan de la cultura, tan necesario o más que el alimento, y llevar a nuestras juventudes estudiosas esa igualdad de oportunidades que es exigencia legítima de todo ser humano y de nuestro espíritu de cristiandad.

Ha sido trascendental el cambio operado en las líneas directrices de la educación española. La nueva Ley aprobada ha sentado las bases para la democratización de la enseñanza. Medida excepcionalmente renovadora, que demuestra el espíritu social que inspira toda nuestra acción política. Ni un solo joven tendrá cerradas las puertas del estudio, no sólo en la enseñanza secundaria, sino en la superior, si reúne las condiciones y aptitudes necesarias para ello. España necesita de esa juventud laboriosa, capaz de lograr, mediante sus estudios y trabajo, el engrandecimiento y dignificación de la Patria. La juventud de hoy debe reconocer ese celo que el Estado pone en mejorar sus condiciones de trabajo, en facilitar la elevación gradual de la educación, renovando sus planes de enseñanza conforme a las exigencias más modernas que inspiran la reforma de la educación en el mundo. Con un ejemplar esfuerzo de renovación, el Gobierno trata de poner al servicio de las exigencias docentes cuantos resortes e instrumentos se aconsejen como necesarios para la mejor eficacia y aprovechamiento en la formación de la juventud. Por eso no deja de causar tristeza ver a una pequeña parte de algunas Universidades convertidas en juguetes de mecanismos ideológicos absolutamente al margen de la auténtica problemática estudiantil. España comprende el ímpetu de esa juventud que sueña con lo mejor, ardor juvenil que puede representar un signo positivo cuando se encauza dentro de los márgenes legales.

LEY SINDICAL: SE TRATA DE AMPLIAR LOS CUADROS DE LA REPRESENTACIÓN

Junto a esa justicia social en sentido amplio que la educación general del pueblo significa, seguimos con la consigna social en sentido estricto de la equidad en las relaciones laborales, el continuo desarrollo del aprendizaje, todo ese derecho al trabajo que constituye las bases esenciales del bien común.

Lo laboral, con todos sus problemas y méritos, ha constituido durante muchos años la base del resurgimiento de la nación. La experiencia nos lleva a mejorar cada vez más sus estructuras mediante el proyecto de Ley Sindical, que se está discutiendo ahora con tanto celo en las Cortes. Se trata de ampliar los cuadros de la representación y de la autenticidad en todo el complejo estructural de nuestra organización sindical, campo esencial de nuestro ordenamiento jurídico político, sin perder los beneficios de la unidad sindical, que ha hecho posible durante tantos años el intenso progreso de nuestra paz social dentro de los principios de nuestras Leyes Fundamentales.

LA DISCREPANCIA NO PUEDE TRADUCIRSE EN ACCIÓN DE VIOLENCIA

El mismo espíritu de mejoramiento y de continuidad en el progreso durante el año que termina, siguió la evolución del movimiento nacional, es decir, la organización política que debe mantener a todos los españoles unidos en lo esencial, sin perjuicio del contraste de pareceres dentro de nuestras leyes fundamentales, refrendadas clamorosamente por el pueblo español y que se está manifestando continua y adecuadamente para asegurar nuestro futuro como nación. Eso no quiere decir que proclamemos dogmáticamente la unidad de opiniones y pareceres. Afortunadamente existe en España una amplia concurrencia de criterios. Pero para que la manifestación de éstos pueda traducirse en bien de la patria, habrá que seguir su cauce legal a través de los órganos de representación que existen dentro de nuestro sistema institucional. Lo que no puede admitirse es que esa discrepancia se traduzca en acción de violencia que la ley condena y que no estamos dispuestos a tolerar.

Son bien patentes los logros alcanzados en España. Si ellos despiertan la hostilidad de nuestros enemigos de siempre, es que estamos en el buen camino, es que seguimos los ideales de la España grande y de la España libre, que algunos quisieron ver mediatizados con esas ideologías de la lucha de clases, que en nuestra Patria tantos males produjo.

Quiero que mis palabras os lleven un sentimiento de confianza y seguridad en el futuro. Vuestra adhesión es la mayor garantía que nos inspira en este camino de servicio, a los grandes ideales de la patria, que continuamente todos sin desfallecimiento, conscientes de que el ejercicio de las libertades individuales sólo puede cumplirse en el marco estricto de la ley.

CONSOLIDACIÓN DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO

Superados esos ataques y tensión que por otra parte, alcanzan a todos los Estados y sistemas. España ha vivido estas fiestas de Navidad ofreciendo el espíritu que ellas encierran cuando hay paz y entendimiento ente los hombres de buena voluntad.

El año que termina ha registrado entre sus logros, una consolidación del proceso institucional de nuestro ordenamiento jurídico. La adhesión que las Cortes españolas prestaron a la designación del Príncipe de España, representó ciertamente un hecho histórico cuyos benéficos efectos sólo a lo largo de los años en el transcurso del tiempo se dejarán sentir. La vista del Príncipe de España a gran número de ciudades españolas, ha confirmado aquella adhesión que representa de manera clara lo que el poder ejecutivo acuerda y las Cortes refrendan dentro del marco constitucional. Todo ello significa que está asegurada hacia el futuro, la continuidad del régimen, siempre que los españoles adquieran clara conciencia de que la paz, la seguridad y la libertad, sólo son posibles dentro del marco de las leyes que nosotros mismos nos hemos dado y que tenemos el honor y el deber de salvaguardar. Es precisamente el pueblo español, el que ha hecho posible con su permanente asistencia y apoyo, que nuestras realidades políticas se proyecten hacía el porvenir, dentro de una institución que se ofrece como la mejor salvaguarda de todas las conquistas que hemos alcanzado en estos años de denodados esfuerzos y sacrificios.

ÉXITO DE LA POLÍTICA INTERNACIONAL

Al volver la vista atrás en ese instante de recapitulación sobre la obra cumplida, la que con ayuda de Dios esperamos continuar en el futuro, destaca la consolidación de los derechos y razones de España en la política internacional. El acuerdo con el Mercado Común, el tratado de cooperación, no sólo militar, sino cultural, científica y tecnológica con los Estados Unidos y la iniciación de relaciones económicas con países con los que habíamos perdido el contacto diplomático hace más de treinta años, son ejemplares síntomas de la fortaleza y madurez con que España afronta su misión en el escenario internacional. Los contactos personales que hemos tenido durante este año con el Jefe del Estado de la gran nación norteamericana, con el presidente del Gobierno portugués y cancilleres y ministros de numerosos países europeos y americanos, son prueba de la agilidad con que estamos inspirando nuestra política exterior y confirma la fidelidad a sus normas y la eficacia de las mismas.

UN PORVENIR SIN TEMORES NI SOBRESALTOS

Hoy nuestra patria puede contemplar más segura que nunca su mañana, convencida de que con nuestra institucionalización nada puede entenebrecer el momento en que, por designio de Dios, se clausura definitivamente el período vitalicio de mi capitanía. La acción de los más altos organismos del Estado, Consejo del Reino, Cortes Españolas y Consejo Nacional del Movimiento, poniendo en juego los dispositivos de la Ley Orgánica, aseguran con ejemplar autenticidad legal la fórmula de sucesión. España tiene una larga trayectorias política que debe hacer a todos los españoles mirar al porvenir sin temores ni sobresaltos, por la eficacia de las instituciones.

Desde la promulgación del Fuero del Trabajo hasta hoy España ha seguido una progresión constante de signo marcadamente progresivo en lo que se refiere a la utilización política y moral de la actividad sindical. Los más distintos pareceres han sido escuchados y lo seguirán siendo mientras dure la elaboración de esta ley. Ningún principio que se considere como inspirador de las modernas legislaciones dejaron de estar presente en la manera española de estructurar con nuestra fisonomía sindical las relaciones entre la empresa y el trabajo. Se trata de una evolución del sindicalismo que supone, por su vinculación con el Estado y la familia, una radical transformación de España realizada desde una base esencialmente popular.

NUEVAS CONQUISTAS SOCIALES

En esta permanente carrera de conquistas sociales, es de destacar la nueva ley de seguridad social agraria, que afecta a cerca de diez millones de personas, en este caso pertenecientes a ese campo español merecedor de nuestro más entrañable afecto, que está sirviendo a la patria con generosidad sin límites. A partir de ahora las previsiones que comprende la acción protectora de los trabajadores por cuenta ajena, contarán con un régimen especial agrario, que será el mismo que los del régimen otorgado en los mismos términos y condiciones que en éste. Esta ley viene a conceder al sector agracio todas las conquistas sociales que ya se han conseguido en otros. Seguimos, pues, preocupados por la total transformación del campo español y a ella dedicamos nuestros mayores desvelos.

El proceso de nuestro progreso social está en pleno auge. Nuestra política de desarrollo se ha acompasado con las evoluciones sociales que han sido necesarias. La planificación se ha dejado sentir en la eficaz valoración de nuestras fuentes de riqueza. No se trata de un simple crecimiento de potencial económico, sino de un auténtico desarrollo estructural, de una serie de planes, cada uno de los cuales contempla la realidad social en su evolución, ordenándolo progresivamente en un claro propósito de modernización de las viejas estructuras económico-sociales y de un nuevo sistema de redistribución de beneficios.

FIELES A LAS ESENCIAS DE LA PATRIA

En el orden espiritual importa que una vez más recapitulemos sobre la necesidad del pueblo de permanecer fiel a las esencias de la patria que con sus heroicos sacrificios han hecho posible estos treinta años de paz. Si nuestra misión es conservar aquellas esencias, no quiere decir que no aceptemos la evolución que dicta las necesidades de cada momento histórico hacia formas nuevas. En este sentido se ha inspirado la política nacional en relación con los problemas religiosos. La propia confesionalidad de nuestro estado nos obliga a mirar el futuro libres de prejuicios y con un perfecto conocimiento de cuáles son los recíprocos derechos que deberán delimitar el ámbito entre el poder temporal y el espiritual.

La Iglesia católica y el Estado constituyen dos poderosas fuerzas vitales que coinciden en el propósito de promover la perfección del hombre y su bienestar espiritual y material. Sus finalidades, no pueden contradecirse porque ello produciría una lamentable crisis social. El respeto recíproco entre las libertades de cada una de estas sociedades soberanas, es la garantía de su armónica colaboración en las finalidades conjuntas que ambas persiguen. En último término, lo que todos deseamos es la consolidación de la paz cristiana dentro de nuestras fronteras y contribuir con ella a la gran empresa de la pacificación del mundo.

EL INMENSO PLEBISCITO DE ADHESIÓN HA REFORZADO NUESTRA AUTORIDAD

La obra que estamos haciendo es tarea de todos. Por eso quiero deciros cuánto agradezco ese cotidiano plebiscito que me ofrecéis en toda ocasión, así como el esfuerzo unánime, callado y fecundo que realizáis en el taller, en la fábrica, en el laboratorio o en la cátedra al margen de toda clase de pasiones políticas, teniendo como un honor el trabajo de cada día, porque con él contribuís al engrandecimiento de España.

Las clamorosas y multitudinarias manifestaciones de adhesión que me habéis ofrecido durante este año con ocasión de mis viajes y visitas a Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cáceres, Galicia, Guipúzcoa, Jerez, Cádiz y Salamanca, y el inmenso plebiscito de adhesión en la plaza de Oriente, de Madrid, y en toda España que habéis rendido en los últimos días, no solamente a mi persona, sino al Ejército español y a nuestras instituciones, han reforzado nuestra autoridad en tal modo, que nos facilita de acuerdo con el Consejo del Reino el hacer uso de la prorrogativa de la gracias de indulto de la última pena, pese a la gravedad de los delitos que el consejo de guerra de Burgos, con alto patriotismo, juzgó. Esto nos permite entrar en el Año Santo Compostelano en un espíritu de paz y que podemos pedir a Dios que bendiga los esfuerzos con que los españoles estamos trazando un porvenir mejor para nuestros hijos.

EMOCIONADO RECONOCIMIENTO

A vosotros, a los que trabajáis en los distintos rincones de la geografía española, a los que creéis que vuestra labor pueda ser ignorada, quiero os llegue con mi mensaje de aliento y esperanza para el año próximo, mi reconocimiento emocionado por la manera abnegada y tenaz con que estáis forjando el futuro. No los que gritan más son los que tienen razón, sino los que con su pacífica laboriosidad refrendan a cada instante la labor del Gobierno. A Dios pedimos que vuestras vidas alcancen el bienestar que como laboriosos españoles en pro de la patria os merecéis. La firmeza y fortaleza de mi ánimo no os faltará mientras Dios me dé vida seguir rigiendo los destinos de nuestra patria.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1971

Españoles:

En el final de un año que pasa y en vísperas de otro que comienza, os dirijo mi mensaje tradicional, con el que me depara Dios la alegría de poder llegar, con mis deseos de felicidad y mis votos fervientes de hermandad, alegría y paz, a toda nuestra común familia.

El año que acaba ha sido muy señaladamente un año de fe. El año Santo Jacobeo ha vuelto a poner de manifiesto el sentido espiritual que impregna nuestra conciencia de cristianos y españoles. Y fue, asimismo, un año de fe nacional, de clara certidumbre hacia el futuro de un pueblo que hace siete lustros decidió, con arrojo y esfuerzo, su propio destino.

SOLIDARIDAD Y FIRME ADHESIÓN

Fe y confianza, hacen posibles las arduas tareas de cada cual al frente de sus actividades, en el desvelo de sus deberes familiares, en la hermandad con sus conciudadanos y también en las tareas, no menos arduas a veces, que imponen las funciones de mando y de gobierno. Por eso hemos podido mantener una solidaridad que hoy día se contempla con asombro desde muchos lugares de la tierra. Vuestra firme adhesión, tan repetidamente demostrada, ha robustecido mis propósitos y alentado mis horas de trabajo. Quiero que conste así y que llegue en estos momentos de intima emoción familiar a vuestros hogares, a todos nuestros hogares españoles.

En las metas iniciales de nuestro Movimiento Nacional, figura, y eso lo estáis también experimentando año tras año, el desarrollo económico de nuestro país, la elevación del nivel de vida de los españoles. Ese nivel de vida ha podido alcanzar alturas antes no sospechadas gracias precisamente a vuestra fe, a las elevadas miras de nuestro pueblo, a las preocupaciones y desvelos cotidianos, y al sacrificio de quienes sin pedir nada, todo lo dieron al servicio de una patria mejor. A ellos y a su ejemplo nos debemos, cuando contemplamos los avances de un desarrollo evidente, con grandes logros y anchas perspectivas. Ese desarrollo lleva dentro las esencias de los más nobles ideales, lleva la intensa fuerza motriz que sólo la fe puede engendrar.

El año que acaba ha sido pródigo en acontecimientos en los que habéis dado muestras de vuestro espíritu de unidad y de vuestra lealtad de siempre. En todas las poblaciones que recorrí a lo largo de este año, pude comprobar la fe y el entusiasmo de los hombres y mujeres de España; fe y entusiasmo que culminaron en la magna concentración de la Plaza de Oriente, al cumplirse el XXXV aniversario de la fecha en que asumí el timón de la nave de la patria.

Mi gratitud, pues, por esta constante muestra de fidelidad, eco renovado del rotundo referéndum por virtud del cual, hace poco más de un lustro, la nación se dio a sí misma su propia constitución política genuinamente española, sin plagios ni mimetismos, de acuerdo con su tradición y con los principios fundamentales del Movimiento Nacional.

SOLIDEZ DEL ORDEN INSTITUCIONAL

La historia no se detiene. Este año ha visto también el acceso de nuevas generaciones a la vida pública con el inicio de la décima legislatura de las Cortes. La normal sucesión de las etapas legislativas –ya son dos las constituidas con arreglo a la Ley Orgánica del Estado-, así como la renovación, en los términos que señalan nuestras leyes fundamentales, del Consejo del Reino y el Consejo Nacional, contribuyen al arraigo de las instituciones políticas, a la forja de nuevos hombres, que son exponentes de su solidez y garantía de continuidad.

Nuestras leyes fundamentales aseguran con dinamismo la solidez del orden Institucional y el desarrollo político y social dentro de su cauce natural. Por esta vía seguiremos avanzando. Tras la promulgación en este año de la Ley Sindical y del nuevo reglamento de las Cortes, se ha remitido a la Cámara Legislativa una ley básica para la vida de nuestros pueblos y ciudades, de nuestras provincias y municipios, como es la Ley de Régimen Local. Y se hallan en estudio otros importantes textos legales que se están elaborando en cumplimiento de lo preceptuado en la Ley Orgánica del Estado para el debido desarrollo de la misma.

EL FUTURO QUEDA ASEGURADO

Carecen, pues, de fundamento los que pretenden tacharnos de inmovilistas. En cada momento oportuno se han ido dando los pasos necesarios. Y así, el 23 de julio de 1969 fue proclamado sucesor en la Jefatura del Estado el Príncipe don Juan Carlos de Borbón, lo que vino a consagrar el desarrollo normal de un proceso previsto en nuestras leyes que, robusteciendo el principio de unidad, asegura la continuidad y la firmeza de nuestro sistema. Hecho decisivo que ha sido reafirmado por la ley de 15 de julio último, que determina las funciones del Príncipe de España en los casos de ausencia o enfermedad del Jefe del Estado, con lo que queda perfectamente asegurado el futuro de nuestra patria. Así como las clamorosas muestras de adhesión que el Príncipe viene recibiendo en sus contactos con el pueblo español son una prueba del amplio asentimiento popular que aquellas medidas han merecido.

No debéis nunca olvidar que esta normalidad política es la que permite las mejoras sociales, meta permanente de nuestra actuación, la igualdad de oportunidades en la educación y en el trabajo, el desarrollo económico y social sostenido a lo largo de los años, cuyos logros son reconocidos por propios y extraños y están en la conciencia de todos los españoles de buena voluntad.

LA MÁS LARGA ERA DE PAZ

No están, pues, justificadas las objeciones de quienes, admitiendo nuestro desarrollo económico y social, preconizan, como cosa nueva, un desarrollo político. En nuestro sistema ambos desarrollos corren parejos a través de un proceso ininterrumpido, abierto a las necesidades y perspectivas del momento histórico. Nuestro desarrollo político es precisamente el que viene asegurando la era de paz y prosperidad más larga que ha conocido el país. Otra cosa sería si bajo las palabras “desarrollo político” se pretendiera la vuelta a los errores del pasado, a los partidos políticos y con ello a la ruptura de la unidad nacional. Este supuesto sería sencillamente suicida y el pueblo español ha acumulado sobrada experiencia para negarse en redondo a un nuevo salto en el vacío, y tiene voluntad suficiente para continuar su camino en un sistema orgánico, basado en las instituciones naturales, y, por ello, más pluralista, eficaz y auténticamente representativo que el sustentado por el liberalismo parlamentario inorgánico de tipo formal o por las llamadas democracias populares.

A esta normalidad política interna, que no quiere decir falta de problemas, sino conciencia plena de los mismos, voluntad para preverlos y medios idóneos para resolverlos, se ha correspondido, a pesar de las adversas circunstancias del mundo que vivimos, con una normalidad semejante en nuestras relaciones exteriores, España está cada vez más presente y con mayor eficacia en el mundo internacional. Mantenemos relaciones de amistad y comercio con todos los sectores del dividido mundo de nuestros días, cultivamos nuestras amistades internacionales, reforzamos nuestros vínculos con el resto de Europa. Y en cuanto a Hispanoamérica, está reciente la visita de nuestro ministro de Asuntos Exteriores a los países hermanos del otro lado del mar, que ha dejado constancia de nuestra voluntad de cooperación estrecha con los países nacidos, como España, de la tradición cristiana y occidental. Todos los españoles deben percatarse de cuán importante es la actualización de nuestra estirpe, que miran hoy hacia España con amor y confiada expectación.

La llamada a la concordia y a la comprensión entre los pueblos, grupos raciales y sociales, debe ser la gran consigna para esta hora delicada del mundo. ¡Cuán cierto es que la humanidad no está madura para que los destinos de las naciones, grandes o pequeñas, puedan abandonarse en las manos de una organización internacional que, en tantas ocasiones, ha puesto de manifiesto su ineficacia e impotencia ante los que desoyen sus argumentaciones!.

Por ningún motivo podríamos hoy prescindir de una vigilancia constante y del fortalecimiento de nuestra propia capacidad de defender la soberanía e independencia de nuestro Estado, como el mejor medio para salvaguardar nuestra existencia y el progreso de nuestro pueblo. Al lado de esa voluntad de legítima defensa, España afirma su propósito de colaborar con todos los hombres de buena voluntad en la adopción de medidas que sean beneficiosas para la paz mundial.

PRINCIPIOS DE NUESTRA POLÍTICA INTERNACIONAL

Creemos, en consecuencia, que España es fiel a esta línea. Nuestra concordia interior da testimonio de ello. Las diferencias con los credos políticos de los regímenes imperantes en diversos países, no han sido óbice para nuestros contactos o intercambios en todos los campos propicios a cualquier progreso útil para la vida de todos. La convivencia no presupone identificación ideológica, ni conjunción con aquellos principios; significa simplemente voluntad de entendimiento en cuestiones concretas de interés común.

La no ingerencia en cuestiones internas, el respeto mutuo y la apertura a todos los horizontes del mundo, siguen siendo los principios cardinales de nuestra política internacional.

Bien es verdad que las realidades de España, cuya raíz está en la pluralidad de nuestro pueblo, su tradición histórica y su consiguiente misión intransferible, son todavía incomprendidas y aun hostilizadas por los recalcitrantes de la vieja política liberal, que viene extinguiéndose progresivamente sin pena ni gloria. Mas todo ello puede cada vez menos contra un país que ha recorrido ya tantas leguas en su camino, que está a la vuelta de tantos espejismos, repudia instintivamente los partidismos y que, con la salvaguardia y unidad de sus fuerzas armadas, defiende celosamente el imperio de sus leyes.

NUEVOS E IMPORTANTES LOGROS SOCIALES

El perfeccionamiento integral de los españoles es tarea a la que siempre hemos dedicado especial atención. El año 1971 ha sido particularmente fructífero en este aspecto. Continuamos la tarea de aunar a los españoles en nuevas formas de participación. La Ley Sindical de 17 de abril, al mismo tiempo que adecuaba la legislación a las exigencias del orden constitucional, establecía como principios primordiales del sindicalismo español los de unidad, generalidad y representatividad; autonomía, asociación, participación y libertad de acción. Complementa esta integración de los aspectos más amplios del mundo del trabajo, la protección al trabajador y a sus familias, de acuerdo con la fundamental legislación social del Régimen, que ha logrado este año nuevos e importantes objetivos, de forma tal que unos millones de españoles están ya acogidos a la protección de la Seguridad Social, al extenderse sus beneficios a los trabajadores del campo, y nuevas ayudas han venido a aliviar la carga económica que pesa sobre las familias numerosas.

Por su parte, los españoles que trabajan fuera de nuestras fronteras no podían quedar apartados de la protección posible del Estado. A este fin la Ley de Emigración, aprobada el 18 de julio, ampara plenamente a los trabajadores españoles en el extranjero, concediéndoles los oportunos derechos de asistencia laboral.

Los objetivos que nos hemos fijado se están consiguiendo a través de toda esta compleja trama de atención legal, económica y social del trabajador. Y asimismo es una auténtica revolución, considerada necesaria, lo logrado en el campo de la formación cultural. No se trata solamente de garantizar por medio de la obligatoriedad las enseñanzas básicas, la educación de todos los sectores de nuestra sociedad. Estamos ante un momento histórico en el cual la educación y la cultura, unidad y apoyadas por una información consciente van a modificar profundamente la sociedad española, poniéndola en condiciones, mediante una adecuada capacitación, de hacer frente al desafió de los tiempos.

LA CONFIANZA EN LA PESETA NO ES PRODUCTO DE LA CASUALIDAD

El signo dinámico del año que acaba se ha reflejado de manera evidente en el sector económico.

A pesar de algunas desfavorables condiciones climatológicas, que perjudicaron localmente algunos de nuestros cultivos y la falta de pastos de otoño para su ganadería, la balanza global de nuestra agricultura ha sido favorable.

Igual juicio podría darse en la mayor parte de los servicios, sobre todo de los transportes y el turismo.

A pesar de la elevación de los precios, defecto general de la economía en todos los países durante el año que termina, los resultados finales y globales son satisfactorios ante la gran reserva de divisas acumuladas, la notable liquidez bancaria y, sobre todo, el ánimo empresarial, condición básica necesaria para iniciar un período expansivo en el nuevo año que ahora comienza.

No voy a cansaros con el relato abrumador de los datos favorables que figuran en todas las publicaciones de final de año. Baste recordar que la solidez de la economía española y el alto índice de sus reservas monetarias han hecho posible que, pese al temporal financiero y a la galerna sufrida en los mercados internacionales, el Gobierno haya podido mantener la paridad de la moneda con el oro y, lo más importante, que estas relaciones, dentro de la estructura económica del país, no sufran ninguna acción violenta y menos negativa.

Esta confianza en la peseta, como comprenderéis, no es producto de la casualidad. Los mercados sólo conceden crédito a quien se lo gana. Y España se ha ganado merecidamente este crédito, por la forma con que ha sabido llevar su economía. Gracias a una actuación previsora, España ha triplicado en dos años sus reservas, que hoy se hallan cautamente distribuidas entre los distintos activos internacionales disponibles.

La constancia de nuestra política monetaria ha evitado las cuantiosas pérdidas instantáneas que se seguirían si se hubiese aceptado pasivamente una devaluación de la peseta. Al contrario, su revalorización, en forma moderada, permite aliviar la tensión de los precios interiores, al poder mantener el valor de los bienes importados, que aseguran una continuidad en el precio de los suministros interiores de los bienes de inversión necesarios para nuestro desarrollo y para la considerable mayoría de empresas que renuevan su utillaje con el pago aplazado. A esta ventaja en el frente interno se añade la aportación que con esta decisión realiza España al restablecimiento del equilibrio económico internacional, que prueba una vez más nuestro deseo de cooperar al desarrollo del comercio y los intercambios en el mundo libre.

APERTURA AL MUNDO, UNIDAD EN EL INTERIOR

Como vela, nos hemos afanado por que España sea un pueblo donde pasa la tradición, lo que no ha impedido estar a la altura de los tiempos. Jamás pudimos aspirara a que el país se constituyese en un islote de calma, al margen de las inquietudes del mundo. Al contrario, nunca nos hemos encontrado más sensibles a las incidencias exteriores. Las características de la actual civilización determinan un conocimiento cercano en cuanto en el mundo acaece, de lo bueno y de lo lamentable. La actitud española ha sido la de la serenidad y el trabajo sin tregua, la del equilibrio y la del dinamismo en todos los órdenes; pero esta insoslayable apertura al mundo, que es una exigencia de los tiempos, nos impone la necesidad de recordar una y otra vez que en la unidad está la base de nuestra fortaleza, que en el trabajo diario y cotidiano está la clave de nuestra pujanza, que sin ser una economía fuerte no cabe pensar que sea posible establecer una política avanzada y ésta a su vez no puede darse, sin un trabajo continuado, eficaz y colectivo. Unidad, continuidad y paz han sido las claves del renacer español, y si aspiramos a mantenerlo y completarlo, esas deben seguir siendo las supremas consignas para el futuro.

En el orden interior ha sido trascendental el cambio operado en las líneas directrices de la educación española. Medidas excepcionalmente renovadoras, que demuestran el espíritu social que inspira toda nuestra acción política. Ni un solo joven tendrá cerradas las puertas al estudio, no sólo en la enseñanza secundaria, sino en la superior, si reúne las condiciones y aptitudes necesarias para ello. España necesita de esa juventud laboriosa, capaz de dar, mediante su estudio y trabajo, nuevos títulos que la engrandezcan y dignifiquen. Es de justicia el que la juventud de hoy reconozca ese celo que el Estado pone en mejorar sus condiciones de trabajo, en facilitarle el acceso a los distintos grados de la educación, en renovar sus planes de enseñanza conforme a las exigencias más modernas que inspiran las reformas de la educación en todo el mundo. Con un ejemplar esfuerzo de renovación, el Gobierno trata de poner al servicio de las exigencias docentes cuantos resortes o instrumentos se aconsejen como necesarios para la mayor eficacia del aprovechamiento y formación de nuestra juventud.

MENSAJE DE EXIGENCIA A LA JUVENTUD

Por esto a las generaciones jóvenes deseo enviarles, junto a mi saludo, un mensaje de exigencia. Si aspiráis a ser mejores que vuestros padres y a lograr más altas metas, vuestros conocimientos habrán de ser también más profundos; vuestras jornadas universitarias impregnadas de un mayor rigor, vuestra preparación más completa, y esto nunca podrá lograrse más que con el trabajo continuo y metódico de profesores y alumnos en un mismo quehacer y con un mismo ideal. De vosotros depende que la Universidad pueda marchar a la vanguardia de nuestro progreso. Estamos viviendo la más grande de las transformaciones que jamás hubo en la historia, y sólo la acción común de todos hará posible alcanzar las altas ambiciones que nos hemos trazado para superar injustificados desfases y ponernos, tanto en lo material como en lo espiritual, a la altura que exige nuestra historia y nuestro propio decoro.

En el orden espiritual importa que una vez más recapitulemos sobre la necesidad de que el pueblo se mantenga fiel a las esencias de la patria, a cuyo servicio se ofrendaron los mejores, haciendo posible con su sacrificio estos treinta y cinco años de paz y de progreso.

PODER TEMPORAL Y PODER ESPIRITUAL

En ese sentido se ha inspirado la política nacional en relación con el problema religioso. La propia confesionalidad de nuestro Estado nos obliga a mirar el futuro libres de perjuicios y con un perfecto conocimiento de cuáles son los derechos que limitan el ámbito entre el poder temporal y el espiritual. La Iglesia Católica y el Estado constituyen dos poderosas fuerzas vitales que coinciden en el propósito de promover la perfección del hombre y su bienestar espiritual y material. Sus finalidades no pueden contradecirse, porque ello produciría una lamentable crisis social. El respeto recíproco entre las libertades de cada una de estas sociedades soberanas, es la garantía de una armónica colaboración en las finalidades conjuntas que ambos persiguen. Pero lo que no puede hacer un Estado es cruzarse de brazos ante determinadas actitudes de carácter temporal asumidas por algunos eclesiásticos. El Estado se opondrá a cuantas interferencias de su soberanía le lleguen con finalidades perturbadoras de la sana convivencia entre los españoles. En último término lo que nosotros deseamos es la consolidación de la paz cristiana dentro de nuestras fronteras y contribuir con ello a la gran empresa de la pacificación del mundo. Por eso quiero deciros cuánto agradezco ese cotidiano plebiscito que me dais de trabajar por España con el esfuerzo, anónimo, callado y profundo que realizáis en el taller, la fábrica, en el laboratorio o en la cátedra, cumpliendo como un honor el trabajo de cada día.

A vosotros los que trabajáis en los más apartados rincones de la geografía española o del extranjero, a los que creéis que vuestro denuedo es ignorado, quiero llegue hoy con mi pensamiento de aliento y de esperanzas para el año próximo, mi reconocimiento emocionado por la manera abnegada y tenaz con que estáis fraguando el futuro. Que el Señor colme de venturas vuestros hogares y haga que vuestra vida alcance los frutos de ese bienestar que, como hijos ejemplares de la Patria, os merecéis.

La firmeza y fortaleza de mi ánimo no os faltará, mientras Dios me dé vida, para seguir rigiendo los destinos de nuestra Patria.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1972

Españoles:

Una vez más me cabe la satisfacción de saludaros y de tener con vosotros esta conversación familiar en el umbral de un nuevo año que se presenta, como el que ahora termina, con aspectos muy favorables, que superan con creces las inevitables dificultades y contratiempos inherentes a la vida de los hombres y de los pueblos, en los años difíciles que nos ha tocado vivir.

La Nación española sigue gozando de buena salud y camina a buen paso por la senda de la Historia, mereciendo cada vez más la admiración, aunque no siempre confesada, de quienes contemplan con ojos limpios nuestro incesante desarrollo cultural, social y económico, la solidez del Estado nacido el 18 de Julio y el enraizamiento de sus instituciones, garantía de la continuidad de nuestra política al servicio de la paz y del engrandecimiento de España.

POLÍTICA DE REALIDADES

Un año que transcurre no es un compartimiento estanco que pueda ser separado de lo que fue y de lo que será, pero es una ocasión propicia para dialogar todos los españoles en esta línea permanente de comunicación a que está obligado el que ostenta la honrosa servidumbre del mando.

La política española de estos largos años de abnegado trabajo y de merecidos avances en el bienestar común se ha caracterizado por ser, ante todo, una política ancha más que una política de especulaciones ideológicas y de retóricas expansiones, pues no nos gusta dirimir los azares de lo dudoso. Ha sido, en suma, una política más que de palabras, de realidades.

Precisamente por esta labor tan silenciosa como fecunda, realizada en un marco de serenidad positiva, es por lo que debemos sentirnos satisfechos.

FECUNDA VITALIDAD DEL SISTEMA CONSTITUCIONAL

Nuestro Sistema Constitucional ha probado una vez más su fecunda vitalidad haciendo posible la continuación de nuestra marcha ascendente en paz y en orden, asegurando todas las libertades, y entre ellas la de poder ejercer una eficiente crítica de la acción política de cada día. La disparidad de juicios o de tendencias es no solamente legítima, sino necesaria, pero no lo es el intento de institucionalizar la disensión, la negación y la discrepancia de las normas permanentes y constantes. Nuestro Régimen es ancho y abierto, y en él caben todos, a condición de que acepten y respeten los principios en que está basado nuestro Estado social de derecho.

AUTENTICIDAD DEL CONTRASTE DE PARECERES

En el plano legislativo, con la nueva Legislatura ha proseguido la fecunda labor de las Cortes Españolas, que en el año actual, tras amplias y serenas deliberaciones, que ponen de manifiesto la autenticidad del contraste de pareceres, han aprobado importantes Leyes, entre las que destacan la relativa al Plan de Desarrollo Económico y Social, la de los Presupuestos del Estado para 1973, la de Autopistas en régimen de concesión, la de Agrupaciones de trabajadores agrarios, la del Régimen General de la Seguridad Social, la de Defensa del tesoro documental y bibliográfico de la nación, la del Régimen económico-fiscal de Canarias y la Protección del ambiente atmosférico, entro otras muchas.

En el orden político ha continuado el proceso de perfeccionamiento de nuestra Legislación básica mediante la promulgación de la Ley que regula el procedimiento para la coordinación de funciones de los altos Órganos del Estado, dentro de la unidad de poder que encarna el Jefe del Estado, a quien incumbe la misión de garantizar el normal funcionamiento de las instituciones del Reino.

DINAMISMO POLÍTICO

El Gobierno, las Cortes y la Justicia desempeñan sus respectivas funciones, y al Jefe del Estado corresponde la coordinación de todas ellas para mantener la unidad de poder. y es precisamente el ejercicio de esta función coordinadora y el procedimiento para realizarla lo que se regula en la Ley de 14 de Julio último, que encomienda al Consejo del Reino y al Consejo Nacional el importante cometido de asistencia al Jefe del Estado, de acuerdo con el elevado rango que ocupan en nuestro ordenamiento constitucional.

Es evidente que esta postura política permanente y firme no significa ni defiende ninguna clase de inmovilismo. El criterio que nos guía aconseja dar cuantos pasos sean precisos para los avances que se realizan sobre sólidos cimientos. Ésta ha sido la trayectoria de nuestra acción. Paso a paso, con prudencia, pero con decisión, hemos ido levantando el edificio de nuestras Leyes Fundamentales, que tienen su culminación en la Ley Orgánica del Estado, centro de nuestro cuadro institucional. El dinamismo político continúa.

Por otro lado, la asistencia que nuestro pueblo prodiga al Príncipe de España, la entrega que de su persona ha sabido hacer a los supremos intereses de la Nación, la eficacia y dignidad con que ha desempeñado diversas misiones oficiales en el exterior, confirman plenamente el acierto de la propuesta que en su día hice a las Cortes, así como de la aprobación por la Cámara de la Ley que le designó sucesor en la Jefatura del Estado a título de Rey.

RELACIONES CONSEJO NACIONAL-GOBIERNO

El documento aprobado por el Pleno del Consejo Nacional el pasado día 22 de noviembre constituye otro paso importante en la línea de coordinación entre los altos órganos del Estado que acabo de referirme. Las funciones del Consejo Nacional han de ser ejercidas en correlación con el Gobierno. A éste le corresponde determinar la política nacional, y la misión del Consejo es la de ser guardián de los principios e incitador de la acción política. De aquí que ambas funciones requieran un diálogo permanente y activo. La Comisión mixta de Ministros del Gobierno y de Consejeros Nacionales constituirá en el futuro un cauce para este diálogo, sin que ello suponga menoscabo de la independencia que deben conservar ambas instituciones para el desempeño de los altos cometidos que las Leyes Fundamentales les atribuyen.

AVANCES EN lO ECONÓMICO-SOCIAL y POLÍTICO

El positivo balance del año que termina, en lo económico, lo social y lo político, ha de servirnos para encauzar el año que empieza con renovada fe en la capacidad de trabajo de nuestro pueblo, en la eficacia de nuestras instituciones y en la permanente actualidad de los principios que inspiran nuestra obra política.

Los españoles hemos aprendido ya, a lo largo de más de un tercio de siglo, que trabajando en orden y en paz somos capaces de recuperar el secular retraso que padecíamos y de conquistar el lugar que nos corresponde entre las naciones más adelantadas.

Pero hemos de seguir avanzando en todos los frentes. En el económico, adaptando cada vez más nuestras estructuras productivas -sean agrarias, industriales o de servicios- a los avances de la técnica y a las nuevas situaciones que plantea la creciente integración de las economías nacionales en áreas cada vez más amplias.

En el frente social, hemos de lograr una mejor distribución de la renta nacional, tanto en el aspecto personal como en el geográfico, de modo que los niveles de ingresos se aproximen, elevando especialmente los de aquellos sectores sociales y regiones que más lo necesiten.

RELACIONES IGLESIA-ESTADO

En una época en que el mundo se debate ante una ola de materialismo, que pretende destruir la moral individual y familiar en aras de un desenfrenado disfrute de los bienes materiales, con abandono de cuanto significa sacrificio y esfuerzo personal, nosotros proclamamos, una vez más, la supremacía de los valores espirituales del hombre.

Nuestro Gobierno, acorde con los sentimientos católicos dela casi totalidad de los españoles, ha mantenido invariablemente a lo largo de más de siete lustros su actitud de respeto y cooperación hacia la Iglesia, brindándole gustosamente facilidades y ayudas de todo orden para el cumplimiento de su sagrada misión. Todo cuanto hemos hecho y seguiremos haciendo en servicio de la Iglesia, lo hacemos de acuerdo con lo que nuestra conciencia cristiana nos dicta, sin buscar el aplauso ni siquiera el agradecimiento.

Creemos que las relaciones entre la Iglesia y el Estado han de basarse en la independencia de ambas supremas potestades y en el reconocimiento de la esfera de autonomía propia del orden político, como oportunamente recordó la Conferencia Episcopal Española de 29 de junio de 1966 al afirmar que:

«Si es misión de la jerarquía iluminar la conciencia de los fieles en el cumplimiento de sus deberes cívico-sociales, no lo es invadir el terreno de la autoridad civil, adoptando posturas o emitiendo juicios que, por referirse a la elección de medios contingentes en el orden temporal, dependen del ejercicio de la prudencia política.»

PARTICIPACIÓN DE TODOS LOS ESPAÑOLES EN LAS TAREAS POLÍTICAS

La vida política de las naciones es una continua renovación, un constante progreso, que no puede estancarse si no quiere ir a remolque de los acontecimientos. Por ello, el Movimiento Nacional, siempre fiel a sus raíces esenciales, no se detiene mirando atrás, sino que encara decididamente el futuro y acentuará la participación de todos los españoles en las tareas políticas, abriendo cauces cada vez más anchos para la incorporación de cuantos siente inquietudes por la cosa pública. Como dije en las Cortes:

«En el mundo actual la política no puede ser patrimonio de minorías.»

Hoy todo hombre tiene conciencia de su fuerza y de su derecho a intervenir en las tareas públicas. Nuestro Movimiento está abierto a todos los españoles. Hemos de alejar cualquier criterio cerrado y excluyente y, llamar a la colaboración en la tarea común del engrandecimiento de España a cuantos con altura de miras y espíritu de servicio estén dispuestos a aportar su leal colaboración, dentro de la más estricta fidelidad a los Principios del Movimiento y demás Leyes Fundamentales del Reino.

POSTULADOS DE JUSTICIA SOCIAL

La justicia social ha seguido inspirando en el año que termina, como uno de sus postulados esenciales, la acción del Gobierno. En esta línea, la Ley de Seguridad Social ha supuesto un paso importante en la mejora de la atención de los trabajadores y de sus familias, en los casos de enfermedad, paro o jubilación.

La actualización y mejora de las condiciones de trabajo en amplios sectores laborales, la elevación del salario mínimo y en general de los salarios por encima del incremento del coste de la vida, constituyen la expresión de nuestra preocupación por elevar las rentas más bajas y por incrementar la participación de los trabajadores en la renta nacional.

Manifestación clara también de esta preocupación social y humana es la ampliación de las Universidades Laborales y de las acciones de formación profesional de los trabajadores y de sus hijos, para hacer posible la elevación social de todos los españoles a niveles superiores de cultura y capacitación que preparan la mano de obra calificada que España necesita para su desarrollo.

PREOCUPACIÓN POR EL ALZA EN EL COSTE DE LA VIDA

Siempre hay nubes incluso en los horizontes más despejados y el año que termina ha visto un alza en el coste de la vida que si bien es inferior al de gran número de países, preocupa hondamente al Gobierno, que viene demostrando su voluntad de frenarlo con una serie de medidas cuyos frutos empezamos ya a contemplar. Mucho de esto depende de la colaboración de todos los españoles.

MEDIO AMBIENTE

Por otra parte, el desarrollo económico del país ha creado nuevos problemas. Uno de ellos es la defensa del medio ambiente en la conservación de la Naturaleza, que constituye patrimonio del que somos responsables ante las generaciones que han de sucedernos. La Ley de Protección del Medio Ambiente atmosférico y la participación española en Conferencias internacionales sobre materia; la creación de la Comisión interministerial del medio ambiente, son muestra de nuestra preocupación por mantener una España libre de ese mal, consustancial a todas las sociedades desarrolladas.

OBRAS PÚBLICAS

Las obras públicas, espejo de la salud económica y el dinamismo de un país, han tenido también una atención preferente. Se han puesto las bases para que, al final de la década de los 70, España disponga de una estructura viaria a la altura de las necesidades que requerirán la potencia industrial y turística futuras.

POLÍTICA INTERNACIONAL

En el orden internacional, España, fiel a los principios que tantas veces hemos repetido de no injerencia en los asuntos internos de cada país, de respeto mutuo y apertura a todos los mercados, ha participado activamente en el mundo. El procedimiento de acción ha seguido y seguirá siempre orientado en la triple dirección: Europa, Hispanoamérica y los países mediterráneos, a los que tantos vínculos nos unen.

El primer objetivo de nuestra política exterior en el año que termina, y que seguirá siéndolo en el futuro, es el de la paz. No dejaremos sin intentar ningún camino que pueda servir para consolidarla sobre las bases de justicia, de solidaridad y de dignidad para todos los pueblos. Nuestra Patria es parte de Europa y aspira a ocupar en ella, económica y políticamente, el puesto que nos depara la historia y que merecen las cualidades y el esfuerzo de los españoles.

Creemos en el diálogo como instrumento de entendimiento y de equilibrio, aun entre sociedades dispares entre sí por su forma de entender la convivencia política. Hemos de vivir de realidades, no de quimeras. El mundo es como es y no como quisiéramos que fuera. Ante una realidad permanente de tantos años y un afianza- miento constante de nuestra fortaleza, hemos abierto las puertas a la intensificación comercial con los países del Este de Europa, sin ceder en nada de lo que nos es consustancial ni bajar la guardia con que protegemos lo nuestro.

En los problemas de la paz y seguridad prestamos la mayor atención a la colaboración con los países en desarrollo, y especialmente a los más cercanos, es decir, los de Iberoamérica y el norte de África. En el año que ahora termina hemos intensificado grandemente los lazos dé cooperación con todos ellos, concluyendo acuerdos económicos y técnicos mutuamente beneficiosos, incrementando el comercio, facilitando créditos y asistencia técnica y creando órganos comunes de estudio y preparación de los temas que mutuamente nos interesan.

VOLUNTAD DE SERVICIO A ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES

Al dirigiros mi saludo en la intimidad de vuestros hogares, en estas fechas tan propicias a la cordialidad y a la alegría familiar, quiero expresar a todos los hombres y mujeres de España, y en especial a los jóvenes, que constituyen la esperanza de nuestro futuro, mis mejores deseos de felicidad en el año nuevo que llama a nuestras puertas.

Sabéis bien que en esta cima de la vida, mirando atrás y haciendo recapitulación de mi Capitanía al frente de la empresa común, todo se resume en la palabra que repetidamente he citado: voluntad y espíritu de servicio a España y a los españoles. Aquí me tendréis, con la misma firmeza que años atrás, el tiempo que Dios quiera pueda seguir sirviendo con eficacia los destinos de la Patria.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1973

Españoles:

Sean mis primeras palabras de reconocimiento público a la serenidad, la adhesión y la confianza que el pueblo español me ha ofrecido con motivo del criminal atentado de que fue víctima nuestro Presidente de Gobierno y funcionarios que le acompañaban, caídos en el cumplimiento de su deber. El dolor de todos es el dolor de España.

No quiero daros expresión más elocuente de su gran figura que los treinta y dos años de directa y generosa colaboración, durante los cuales demostró su permanente fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y su lealtad acrisolada hacia la Patria. Su muerte ha sido, como fue toda su vida y su obra, un acto más de entrega a España.

Esta cobarde agresión, nacida de un espíritu insolidario y anárquico, no ha sido dirigida solamente contra el Presidente del gobierno, sino contra la misma sociedad española, contra la paz y el orden de nuestra Patria.

La onda de violencia que sufre el mundo, y de su existencia dan prueba casi diariamente los repetidos atentados que se producen en los más diversos sectores por parte de mentes desequilibradas, que intentan detener con los instrumentos de la técnica la firme marcha de los pueblos, tiene la condena universal.

MADUREZ DEL PUEBLO ESPAÑOL Y LA FIRMEZA INSTITUCIONAL

La violencia de una pequeña minoría, postulada desde el exterior, que a nadie y a nada representa, se ahoga en la madurez del pueblo español, cuya serenidad y confianza se asientan en la seguridad de que los órganos del Estado administran justicia y aseguran el orden bajo el imperio de la Ley. Las instituciones han funcionado insertadas en nuestro pueblo.

Ante una situación en que el mundo está aquejado de tensiones y amenazado por la insuficiencia y encarecimiento de la energía, hemos de aunar los esfuerzos que permitan combinar nuestro constante crecimiento con la distribución equitativa que exige nuestra justicia social.

La vitalidad de nuestras Leyes Fundamentales ha respondido al mantenimiento de la paz y disciplina internas y a la confianza general que en ellas se tenía puesta. Lo que bajo otro Régimen hubiera constituido la fragilidad y alteración profunda de todo un Sistema, en nosotros sirvió para robustecer nuestros ideales y unir a los españoles para su cerrada defensa. No ha habido siquiera que acudir a las medidas de excepción que las Leyes contemplan, porque del orden y la paz respondieron la confianza y el anhelo de todos los españoles.

REFORZAR LAS ESTRUCTURAS POLÍTICAS

A los pueblos no se les puede juzgar por las apariencias exteriores de la sociedad de consumo, por la frivolidad de una parte de sus clases sociales. Existe en ellas lo que no se ve, lo que han calado los ideales de nuestro Movimiento en el buen pueblo español, que se pone de manifiesto en todas las grandes ocasiones, que debe llenar de satisfacción a cuantos han contribuido a crearlos.

Hubo tiempos difíciles en que supimos resistir y luego superar con un animoso espíritu de austeridad una grave etapa de escasez. Gracias al trabajo diario y anónimo de los españoles, nuestro país despegó económicamente y los beneficios del desarrollo se hicieron sentir en todos los hogares.

Es virtud del hombre político la de convertir los males en bienes. No en vano reza el adagio popular «que no hay mal que por bien no venga». De aquí la necesidad de reforzar nuestras estructuras políticas y recoger los anhelos de tantos españoles beneméritos que constituyen la solera de nuestro Movimiento.

ESPAÑA EN EL MUNDO

La convicción de que las diferentes naciones forman una comunidad mundial, interdependiente, es hoy más necesaria que nunca. España seguirá prestando todo su apoyo a la defensa de la paz y al estrechamiento de las relaciones entre los pueblos.

En el umbral del nuevo año contemplamos una realidad mundial que sufre una profunda crisis. No podemos desconocer la magnitud y el sentido de esta nueva situación. Con serenidad, con la confianza en la humanidad a la que nunca le faltará la asistencia de Dios, habrá que afrontar los nuevos retos.

Ante el comienzo del nuevo año queremos reafirmar que la paz entre las naciones constituye el objetivo cardinal de nuestra política exterior y que nuestro país, fiel a su vocación, contribuirá con todos sus medios a asentarla sobre el único cimiento reguero: la firmeza, la justicia y la solidaridad.

Sólo a través de la conciencia de la dignidad de los pueblos y la necesidad de cooperación entre todas las naciones se podrá conseguir una auténtica paz que supere las tensiones existentes.

España, como raíz de la gran familia de los pueblos hispano-americanos, con los que se siente indisolublemente hermanada, ha seguido a lo largo de 1973 intensificando su cooperación con ellos en todos los campos: económico, técnico y cultural, como lo demuestran la Conferencia Iberoamericana de Ministros de Planificación y Desarrollo y las Jornadas Hispano-Andinas, celebradas en Madrid.

Nuestros estrechos vínculos con Portugal siguen esta misma línea de reforzar la colaboración entre los dos pueblos hermanos de la Península.

Sin embargo, la economía de Occidente se ve gravemente amenazada por las dificultades en el sector de la energía, que, de prolongarse, provocarían efectos muy negativos no sólo en los países occidentales, sino también, a la larga, en todo el mundo.

En la actual crisis de hidrocarburos adquiere especial relevancia nuestra tradicional amistad con los países árabes, y estos pueblos han sabido corresponder a este sentimiento al situar a nuestra Patria entre sus amigos.

VOCACIÓN DE SERVICIO A LA PATRIA

En estas horas, el Príncipe de España ha vivido con honda emoción compartiendo el sentir general de la nación, con la discreción, prudencia y virtudes castrenses que le son familiares, mientras nuestras Fuerzas Armadas, sólido y supremo pilar de la unidad e independencia de la Patria, han sabido en todo momento hacer honor a su glorioso historial de dedicación y disciplina, del que nos queda como ejemplo el Capitán General de la Armada, don Luis Carrero Blanco, que ha venido a engrosar el patrimonio castrense de entrega y de lealtades.

Después de treinta y siete años al frente del Estado, aquí me tenéis con vosotros, con la misma vocación de servicio a la Patria que siempre tuve, consciente de que la autoridad no puede ser nunca un privilegio, sino un deber que exige fidelidad y sacrificio.

LA UNIDAD, CLAVE DEL ÉXITO

Sabéis que la clave del éxito de nuestra obra de resurgimiento nacional es la unidad. Con ella pudimos superar en los momentos más difíciles y en ella se asienta nuestra fortaleza. Unidad que no significa uniformidad, pero ,que es fundamento básico para evitar la dispersión que conduce al caos.

Son tan trascendentes estos conceptos con los que hoy he retenido vuestra atención, que no desearía distraeros con los logros alcanzados en los demás problemas cotidianos.

Siempre ha contado España con mi dedicación, que no le faltará, puesto que mi vida entera ha estado, está y estará al servicio de los españoles.

En estas Navidades y nuevo año quiero enviar a todos los españoles.. y de modo particular a aquellos que están lejos de sus hogares, mi saludo cordial, deseando a todos las mayores venturas para el año que comienza.

¡Arriba España!

Mensaje fin de año 1974

Españoles:

Una vez más acudo a la cita tradicional de estos días para enviaros, con especial recuerdo para quienes se encuentran lejos de nosotros, mi más cordial mensaje de felicitación navideña y mis mejores deseos de paz, prosperidad y ventura, para el año que va a comenzar.

CONFIANZA EN LAS INSTITUCIONES

Al término de 1974, difícil para todos y para toda la Humanidad, hemos podido comprobar cómo las instituciones han continuado ganando solidez y confianza, al ajustarse en su correcto funcionamiento a las distintas situaciones que han ido surgiendo en nuestra vida política.

Los hechos han venido a confirmar que la gran esperanza confiada por el pueblo español al votar clamorosamente la Ley Orgánica del Estado, no ha sido defraudada, en el gran propósito que la inspiró, de dar una conciencia política estable a la comunidad española que superase los crónicos y a veces inexplicables antagonismos de la vida nacional.

EL PRÍNCIPE DE ESPAÑA Y LA SERENA MADUREZ DEL PUEBLO

La enfermedad que me afectó el pasado verano dio providencial mente motivo para poner a prueba la serena madurez del pueblo español y el seguro funcionamiento de la mecánica previsora de nuestras Leyes Fundamentales. He de agradecer a Dios la completa recuperación de esa enfermedad, que me dio, por otra parte, la oportunidad de recibir tantas pruebas de interés por mi salud, adhesión y afecto, que el pueblo español manifestó de forma inolvidable y que mucho le agradezco.

Con este motivo deseo hacer una mención especial del Príncipe de España, que en ese juego simple de las instituciones asumió durante mi enfermedad la Jefatura del Estado. Sus cualidades personales, su prudencia política, su preparación y sobre todo, su alto sentido del deber, confirmaron, una vez más, las esperanzas en él depositadas.

EL DESARROLLO POLÍTICO, LAS ASOCIACIONES Y EL MOVIMIENTO

La España que entre todos hemos ido forjando en estas casi cuatro décadas es, desde hace muchos años, un Estado de derecho, en el que todos los españoles encuentran iguales oportunidades de realización personal y cauce amplio para todas sus legítimas aspiraciones. Somos conscientes de que el acontecer diario y el pulso del país reflejan la existencia de una sociedad dinámica, que pide en cada momento y situación la respuesta adecuada a sus necesidades. Respondiendo a ello las Cortes de la Nación trabajan a pleno rendimiento y todos los años incorporan a la vida pública nuevas leyes trascendentales que demuestran su dinamismo y su espíritu de perfeccionamiento.

Las soluciones para las nuevas inquietudes también están atendidas en nuestras leyes y es la prudencia del gobernante la que aquilata y mide cada nuevo paso a dar, sin permitir que la división, el egoísmo, las ambiciones, lleguen de nuevo a adueñarse de la sociedad española. El desarrollo político de nuestras Leyes Fundamentales no sólo no puede significar una ruptura, sino, por el contrario, ha de ser la más rotunda afirmación de la vivencia y fecundidad de nuestro Movimiento Nacional, alumbrando con el heroísmo y el sacrificio de tantos españoles, que hicieron posible el rescate de unos supremos valores que, asistidos por todos los españoles, hemos de conservar y transmitir a las generaciones que nos suceden.

Nuestro Movimiento y nuestras instituciones no son sistemas estáticos, sino, como he dicho tantas veces, un orden político, abierto y dinámico, con capacidad innovadora, basada en la vivienda creadora de su propia doctrina.

En esa línea que, desde el respeto al pasado, pretende potenciar nuestro sistema político, hay que enmarcar la nueva e ilusionada expectativa que va a ofrecer a todos los españoles, de buena y limpia intención, la oportunidad de una más activa participación política a través de las asociaciones, cuyo estatuto jurídico acaba de ser promulgado.

ACTITUD ESPAÑOLA ANTE LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL

La nueva situación económica, que ha afectado profunda- mente al mundo occidental, ha puesto de manifiesto el talón de Aquiles de muchos países de alto nivel de desarrollo, y la escasa solidaridad internacional, a la hora de buscar soluciones a los problemas comunes.

La crisis económica acelerada por la crisis energética, es la más .grave que el mundo ha sufrido en los tiempos modernos. Seguramente será larga y profunda. Nunca ha estado el mundo más amenazado por el peligro de la inseguridad política. Frente a todo ello acrecienta su valor la política económica desarrollada durante estos treinta y cinco años, que nos permite que los problemas se diluyan en la gran extensión de nuestra economía y desarrollo, facilitando la previsión de nuestras reservas el tiempo y espacio necesarios para atenderlo.

En este orden, nuestro Gobierno ha venido dictando las medidas pertinentes para hacer frente a los efectos de esa dura crisis, prestando una especial atención a los sectores más necesitados. Hemos mantenido prácticamente el pleno empleo y aun a costa de soportar una inflación que, aun inferior a la de otros países de Europa, ha alcanzado cotas muy superiores a las deseables, se ha conseguido mantener un nivel más que aceptable de crecimiento económico.

Han sido necesarios muchos sacrificios, pero hemos de reconocer que, a pesar de los conflictos sociales, que fomentados por los agentes de la subversión comunista, se han producido, la Nación se ha comportado con un espíritu ejemplar. Tenemos que seguir ayudándonos a nosotros mismos, imponiéndonos voluntariamente unos límites racionales en el consumo de lo necesario, con un talante de austeridad que contribuya a paliar los efectos de la actual coyuntura. A vuestro sentido de responsabilidad apelo, una vez más.

LA ESCALADA DEL TERRORISMO Y LA DEFENSA DE NUESTRA PAZ

Una característica del año que termina es la escalada del terrorismo en todo el mundo; y nuestra Patria, siquiera sea en mínima proporción, no ha podido sustraerse a esta ola de violencias. Vaya nuestro recuerdo y nuestra oración, en estos días, por quienes cayeron víctimas de la más irracional de las conductas humanas. Y nuestra emocionada gratitud a las Fuerzas de Orden Público, que con su sacrificio y permanente vigilia, hacen posible que los españoles sigamos disfrutando de ese gran tesoro que es nuestra paz interior; que estamos empeñados en preservar, evitando a toda costa que pequeños grupos de agentes profesionales de la subversión puedan alterarla.

Quisiera referirme finalmente a la enorme trascendencia que para el futuro desarrollo de nuestra convivencia nacional tiene la necesidad de mantenernos unidos. Yo sé que seguimos sufriendo todavía, aun cuando, poco a poco, se vaya imponiendo nuestra verdad y nuestras razones, los efectos de una secular hostilidad exterior, alimentada por quienes se niegan sistemáticamente a aceptar lo que ven, y por quienes no perdonan nuestro progreso y nuestra paz; pero ese enfoque negativo, al que ya estamos acostumbrados, hemos de transformarlo en un positivo ejercicio, individual y colectivo, de sana autocrítica, conscientes todos del reto de los nuevos tiempos, que la propia evolución de la sociedad española nos va a ir demandando.

MANTENER LA UNIDAD

Hemos caminado juntos en momentos mucho más críticos que los actuales y los hemos superado siempre con voluntad integradora, con confianza y, sobre todo, con esa fe y amor a la Patria que nos hacía olvidamos de todo para mantener a toda-costa la unidad. Unidad que significa sentir la convicción de que nada trascendente nos separa, unidad en el propio convencimiento de que todo lo que es importante en la vida de un español o en la Historia de nuestro pueblo nos es vitalmente común. Una misma fe en los destinos de una Patria unida en la riqueza de su diversidad regional, en el afán de perfeccionamiento, sin necesidad de ayudas que no hemos pedido ni vamos a aceptar, de nuestro desarrollo político y en el afán de un desarrollo económico, cultural y, sobre todo, social, que asegure el bienestar de los españoles y afirme su decisión de superar cualquier tipo de tensión que atente contra su propia convivencia.

A vosotros, españoles de buena voluntad, me dirijo pidiendo vuestra ayuda, vuestra cooperación y vuestro esfuerzo al servicio de ese apasionante quehacer que asegure la más amplia convivencia nacional. A vosotros, jóvenes de España, os pido que mantengáis vivo vuestro ímpetu generoso y vuestro razonable inconformismo, canalizándolos al mejor servicio de la Patria. Porque a esta juventud, que no conoció las horas amargas del pasado y que ha vivido en el despertar y el resurgir de una Patria nueva, es a la que cabe ahora el honor y la responsabilidad de continuar sin rupturas la labor emprendida.

Españoles todos, a los que vivís bajo nuestro cielo, a los que, impulsados por otros estímulos o vocaciones, estáis más allá de nuestras fronteras, yo os deseo un feliz año nuevo, y que Dios nos conceda en él a España y a todos nosotros todo lo que honestamente se pueda desear, unidad, convivencia y paz.

¡Arriba España!