Mis ojos, que codician cosas bellas

 

Mis ojos, que codician cosas bellas
como mi alma anhela su salud,
no ostentan más virtud
que al cielo aspire, que mirar aquellas.

De las altas estrellas
desciende un esplendor
que incita a ir tras ellas
y aquí se llama amor.

No encuentra el corazón nada mejor
que lo enamore, y arda y aconseje
que dos ojos que a dos astros semejen.

No tiene el gran artista ni un concepto

 

No tiene el gran artista ni un concepto
que el mármol en sí no circunscriba
en su exceso, mas solo a tal arriba
la mano que obedece al intelecto.

El mal que huyo y el bien que prometo,
en ti, señora hermosa, divina, altiva,
igual se esconde; y porque más no viva,
contrario tengo el arte al deseado efecto.

No tiene, pues, Amor ni tu belleza
o dureza o fortuna o gran desvío
la culpa de mi mal, destino o suerte;

si en tu corazón muerte y piedad
llevas al tiempo, el bajo ingenio mío
no sabe, ardiendo, sino sacar de ahí muerte.

Veo con vuestros bellos ojos una dulce luz

 

Veo con vuestros bellos ojos una dulce luz,
Que con los míos ciegos ya ver no puedo;
Llevo con vuestros pies un peso, adosado,
Que de los míos no es ya costumbre.

Vuelo con vuestras alas sin plumas;
Con vuestro ingenio al cielo siempre aspiro;
De vuestro arbitrio estoy pálido y rojo,
Frío al sol, calor en las más frías brumas.

En vuestro querer está solo el mío,
Mis pensamientos en vuestro corazón se hacen,
En vuestro aliento están mis palabras.

Como la luna a sí solo me parece estar;
Que nuestros ojos en el cielo ver no saben
Sino aquello que enciende el sol.

Para regresar allí de donde vino

 

Para regresar allí de donde vino,
llega el alma a tu cuerpo
como un ángel de piedad tan lleno
que al intelecto sana y al mundo honra.

Ese sol me arde y me rapta,
y no sólo tu hermoso rostro por fuera:
que el amor no tiene esperanza en las cosas que fallecen
si en él la virtud no regenta.

Lo mismo ocurre con lo alto y lo nuevo,
donde la naturaleza imprime su sello y
se empareja desde el cielo;

ni Dios se muestra, por su gracia, de otro modo
más que en un velo mortal y hermoso;
y lo amo a él, al sol, porque en él se refleja.

Michelangelo Buonarroti, Italia, 1475-1564

Descendió del cielo, y ya en mortal

 

Descendió del cielo, y ya en mortal, tras
que hubo visto el justo infierno y el piadoso,
vivo retornó a contemplar a Dios,
para darnos de todo la verdadera luz.

Luciente estrella, que con sus rayos
hizo claro, sin razón, el nido en que yo nací,
no le sería premio todo el malvado mundo;
sólo tú, que la creaste, tal lo podrías ser.

De Dante hablo, que mal conocidas sus
obras fueron por ese pueblo ingrato
que sólo a los justos desprovee del bien.

¡Más ojalá hubiese sido él!Por tal fortuna,
con su áspero exilio y también su virtud,
daría yo del mundo el puesto más feliz.

Vivo en pecado…

 

Vivo en pecado, de mí muriendo vivo;
la vida no ya es mía, sino del pecado:
mi bien del cielo, mi mal de mis actos,
por mi suelto querer, del que estoy privado.
Sierva mi libertad, mortal mi divo
en mí se ha hecho, ¡Oh infeliz estado!
¡A qué miseria, a qué vivir he nacido!

Porque Febo no tuerce…

 

Porque Febo no tuerce y no extiende
en torno a este globo frío y muelle
sus brillantes brazos, el vulgo quiere
noche llamar al sol que no comprende.

Es tan débil que si alguno enciende
una pequeña antorcha en esa parte quita
la vida de la noche, y es tan loca
que la yesca de un fusil la hiende.

Y si ella es sin embargo alguna cosa
hija es del sol y de la tierra
que la una tiene sombra, y el otro sol la crea

Pero sea lo que sea, quien la alaba yerra,
viuda, oscura, y tan celosa
que una luciérnaga puede hacerle guerra.

Michelangelo Buonarroti, Italia, 1475-1564
Resumen
Michelangelo Buonarroti, Italia, 1475-1564
Título del artículo
Michelangelo Buonarroti, Italia, 1475-1564
Descripción
Mis ojos, que codician cosas bellas como mi alma anhela su salud, no ostentan más virtud que al cielo aspire, que mirar aquellas.
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