II

 

¿Qué se puede hacer
ante el carmesí de las nubes del ocaso
sobre el cielo verdoso,
cuando a tu diestra se divisa la luna naciente
y una enorme e hirsuta estrella,
mensajera de la noche,
palidece veloz
y se derrite
frente a tus ojos?
¿Qué hacer ante la ancha senda
entre los árboles —delante de los molinos
que un día tuve
y vendí para comprarte unos brazaletes—,
por la que vamos juntos
y se interrumpe tras la curva
frente a la acogedora
casa,
así, tan de repente?
¿No es cierto que mis versos
—para mí tan preciados
como para Calímaco
o para cualquier otro de los grandes los suyos—,
en los que vierto todo mi amor y mi ternura,
y los pensamientos livianos de los dioses
—alegría de mis despertares,
cuando el cielo está claro
y huele a jazmín en la ventana—
se olvidarán
mañana como todo?
¿Que dejaré de ver
tu rostro
y oír tu voz?
¿Que el vino se acabará,
que se evaporarán los aromas
y las telas más caras
serán polvo
en unos siglos?
¿Acaso dejaré de amar
estas delicadas cosas queridas
por su fragilidad?

IV

 

La gente ve casas y jardines
y el mar, purpúreo por el atardecer,
la gente ve gaviotas sobre las olas
y mujeres en las azoteas,
la gente ve guerreros con sus armaduras
y en las plazas, a los vendedores de empanadas,
la gente ve el sol y las estrellas,
arroyos y ríos cristalinos,
pero yo tan solo veo por todas partes
tus atezadas mejillas que palidecen,
esos ojos grises bajo las oscuras cejas
y la incomparable esbeltez de tu talle.
Así es como ven los ojos de los enamorados:
tan solo aquello que les ordena el sabio corazón.

V

 

¿Acaso no es cierto
que en vinagre se deshacen las perlas,
que la verbena purifica el aire,
que es tierno el arrullo de las palomas?

¿Acaso no es cierto
que soy la primera de Alejandría
en cuanto al lujo de los tocados,
en cuanto al valor de los blancos caballos y sus plateados arneses,
en cuanto al largo de sus negras melenas con agudeza trenzadas?,
¿que nadie sabe
delinearse los ojos con más lujuria que yo,
ni contener en cada uno de sus dedos
un aroma distinto?

¿Acaso no es cierto
que, desde que te vi,
no veo nada más,
no oigo nada más,
no deseo nada más
que ver tus ojos
grises bajo esas pobladas cejas
y oír tu voz?

¿Acaso no es cierto
que yo misma te di un membrillo mordido,
te mandé a las más experimentadas de mis confidentes,
pagué tus deudas hasta
vender todas mis posesiones,
y todas mis joyas
ofrecí a cambio de las mieles del amor?
¿Y no es cierto
que todo fue en vano?

Supongamos que es verdad
que en vinagre se deshacen las perlas,
que la verbena purifica el aire,
que es tierno el arrullo de las palomas.
Pues ha de ser verdad,
ha de ser verdad
también
que algún día llegarás a amarme.

VI

 

No en vano leímos a los teólogos
y tampoco estudiamos con los retóricos en balde,
sabemos el significado de cada palabra
y podemos interpretarlo todo de siete formas distintas.
Puedo encontrar cuatro virtudes en tu cuerpo,
y, por supuesto, también siete pecados;
con gusto aceptaré esa dicha suprema;
pero de todas las palabras tan solo dos son invariables:
cuando me hundo en tu gris mirada
y digo «te amo», cualquier retórico
entenderá «te amo», y nada más.

VII

 

Si yo fuera un antiguo comandante,
sometería Etiopía y a los persas,
destronaría al faraón,
me erigiría una pirámide
más alta que la de Keops
y sería
el más glorioso de los habitantes de Egipto.

Si yo fuera un ladrón muy astuto,
saquearía la sepultura de Micerino [2],
vendería las piedras a los judíos de Alejandría,
adquiriría innumerables tierras y molinos
y sería
el más rico de los habitantes de Egipto.

Si yo fuera un segundo Antínoo,
ahogado en el sagrado Nilo,
a todos volvería locos con mi belleza,
en vida me levantarían templos
y sería
el más poderoso de los habitantes de Egipto.

Si yo fuera un gran sabio,
derrocharía todo mi dinero,
rechazaría los cargos y las ocupaciones,
cuidaría los huertos ajenos
y sería
el más libre de los habitantes de Egipto.

Si yo fuera el último de tus esclavos,
me quedaría encerrado en un calabozo,
vería una vez o dos al año
el dorado adorno de tus sandalias
cuando por casualidad pasaras ante las mazmorras
y sería
el más feliz de los habitantes de Egipto.

 

 

[2] El autor se refiere a la pirámide de Menkaura, una de las tres grandes pirámides de Giza. (N. del T.).

Mi novio y amigo

 

Mi novio y amigo vinieron de lejos.
Yo beso tus pies!
Él dibujó su círculo alrededor de mí.
Beso tus manos!

La luz parece separar el mundo.
Beso tu armadura!
Y los ídolos de la tierra no me atraen.
Beso tus alas!

El yugo del amor es ligero y dulce.
Beso tus hombros!
Tu marca está grabada en mi corazón.
¡Beso tus labios!

El sentido de su oferta

 

El sentido de tus pujas no está claro:
orar, maldecir, ¿es eso, pelear
por mí, genio inescrutable?
La primavera se afloja, niggard, pobre,
y el correo de Benozzo Gozzoli se
adormece en los matorrales somnolientos.

Las colinas están oscuras con nubes de miel.
Mira: no toco las cuerdas ágiles.
Tu mirada, proféticamente volando,
se aprieta, no brota ningún arroyo alado,
y no hace señas en ningún camino de mayo, tratando
de superar a Hermes en su vuelo.

Los caballos trabados no se relinchan, los
guerreros envejecidos se desparraman … ¡
Manten las palmas bien abiertas!
La primavera resucitada es brillante,
pero las arboledas de la oscuridad no se dan
para saltar de alegría después de haber saltado de los sueños.

El novio nombra no la hora,
no te impliquen demorarse, escucha a
través del hielo la voz del clarín,
tu lino está empapado de crisma
y, despidiéndote para adormecerse,
libre, enamorado, te levantarás.

Qué felicidad completa…

 

¡Qué felicidad absoluta es ser abandonado!
¡Qué luz celestial se puede ver en el pasado! –
Como cuando entra el frío invierno después del verano,
Soñamos con el sol que hace mucho tiempo nos dejó.

Una flor seca, un manojo de letras de amante,
Pocas fechas felices, una luz de ojos sonrientes, –
Y si tu camino ahora es oscuro e indefenso,
Pero en la primavera pasada has pisado la hierba fresca.

Hay otro tipo de conocimiento de las pasiones de amor
Otro camino, abandonado y genial,
‘Ser abandonado’ – ¿qué podría desearse más?
No ser amado: ¡ese es el horrible destino!

 

 

Traducido por Yevgeny Bonver , noviembre de 2000

Fujiyama en un platillo

 

A través del vapor del té que sube veo a Fujiyama
El monte dorado en el cielo amarillo,
¿Cómo podría ser la naturaleza por un platillo convocado?
Pero las suaves ondas trajeron aquí una nueva algarabía.
Mira: las gasas de las nubes de plata
Son atravesadas por un sol del tamaño de los ojos de una hormiga,
Las hojas de té negro – los pájaros o los peces – montan
¡Líneas en el topacio tembloroso del azul!
El mundo de la primavera estará contenido en uno pequeño:
El cuerno sonará y las almendras – huelen,
Toda la bahía, aunque esté dos veces más ancha,
Será confinado también por el borde de porcelana.
Pero una rama de mimosa involuntaria
Cortando el cielo, a través de él se encuentra suavemente:
Entonces en las páginas de prosa reflexiva
Un verso amoroso a veces nos brillará.

 

 

Traducido por Yevgeny Bonver , noviembre de 2000

Mijaíl Kuzmin, Rusia, 1872-1936

Primer golpe

 

Era época de frío y de “Tristán”.
La orquesta cantaba la mar herida,
La tierra verde tras la niebla azul,
El corazón detenido de golpe.
Nadie se dio cuenta de cómo entró en el teatro
Y se sentó en el palco una beldad
Como salida de un cuadro de Briulov.1
Mujeres así viven en las novelas,
Se pueden encontrar en la pantalla…
En su nombre se cometen crímenes y atracos,
Sus seguidores espían sus carruajes
Y se envenenan en las buhardillas.
Ahora ella seguía, atenta y modestamente,
Las aventuras de un amor fatal,
Sin ajustar el mantón escarlata
Que resbaló de su hombro aperlado,
Sin darse cuenta de que a su alrededor
Muchos binoculares la seguían…
Yo no la conocía, pero igual contemplaba
La penumbra del palco al parecer vacío…
Había ido a una sesión espiritista,
Aunque no me gustan los espiritistas,
Y me dio lástima el medium, un checo ajado.2
Por la ventana alta entraba libre
El cielo azul helado.
La luna parecía brillar desde el norte:
Islandia, Groenlandia y Tule,
La tierra verde tras la niebla azul…
Y recuerdo: mi cuerpo estaba atenazado
Por un sopor previo al estallido,
La repugnancia y la espera,
El último pudor y el máximo placer…
El golpe ligero no se interrumpía dentro,
Como la cola de un pez golpeando contra el hielo…
Me levanté a los tumbos, como un ciego lunático,
Llegué a la puerta… de pronto esta se abrió…
Del palco salió un hombre
De unos veinte años, con los ojos verdes,
Me tomó por alguien más,
Estrechó mi mano y dijo: “¿Fumamos?”
¡Qué fuerte golpeó el pez con la cola!
La desgana precede a la voluntad suprema
El último pudor y el máximo placer
La tierra verde tras la niebla azul…3

 

 

1 Esto podría ser una referencia al retrato de Natalia Goncharova, (esposa de Alexander Púshkin, célebre por su belleza), de Karl Briulov.
2 El médium checo Jan Guzik estaba de gira en 1913 en San Petersburgo y era muy popular.
3 “Allá, donde los verdes campos/aún se ven teñidos de azul”. Acto I, Escena II de Tristan e Isolda.

Undécimo golpe

 

—¿Respiras? ¿Estás vivo? ¿No eres un fantasma?
—Soy el primogénito del verde vacío.

—Escucho el tambor del corazón, se calienta la sangre…
—No murieron aquellos a los que llama amor…

—Las mejillas recuperan su color, huye la decadencia…
—Se realiza el cambio misterioso.

—¿Con qué se encontrará primero el ojo renovado?
—Veo una trucha que rompe el hielo.

—Apóyateenlamano… Prueba… Levántate.
—Revive la tela rota por el viento.

—¿Olvidarás la pereza verde?
—Subo al siguiente peldaño.

—¿Arde otra vez tu espíritu?
—El fuego convierte el cobre en oro.

—¿El ángel de las transformaciones ha vuelto?4
—Sí, el ángel de las transformaciones ha vuelto.

 

 

4 Ésta una idea semejante a la imagen del ángel del canto de Anna Radlova en sus libros de versos Los barcos y La visita alada.

Duodécimo golpe

 

En el puente albean los caballos,
Nevados del invierno,5
y apretando palma contra palma
vamos volando a casa.

No hay palabras, sólo sonrisas,
No hay luna, brillan las estrellas,
Los errores y los cambios
Fluyen como el agua.

A lo largo del Neva, en el canal
Y en la escalera alfombrada,
Corres arriba como antes,
Como siempre, en la casa conocida.

Dos guirnaldas de porcelana,
Dos cubiertos en la mesa,
Y en tu mirada verde
Dos rosas en su tallo.

Se oyen las doce sin prisa
En el reloj del vestíbulo
Será mi trucha que rompe
Sonora el último hielo.

¿Estamos vivos? Los demás también están vivos.
¿Estamos muertos? ¡Qué envidiable ataúd!
Honrando los rituales centenarios,
Hace ¡pop! el tapón de la botella.

¡No hay lugar para tristezas,
No hay inquietudes ni dudas!
¡Por las puertas entra el rubio,
Rizado, loco año nuevo!

 

 

5 Se refiere a los cuatro grupos escultóricos del puente Anichkov del Barón Peter Clodt von Jürgensburg, conocido en ruso como Piotr Karlovich Klodt.

¡Ay de mí! ¡Abandono Alejandría

 

¡Ay de mí! ¡Abandono Alejandría
y largo tiempo pasaré sin verla!
Recorreré Chipre, amada por la Diosa,
veré Tiro, Éfeso y Esmirna,
veré Atenas, sueño de mi juventud,
Corinto y la lejana Bizancio,
y la corona de todos mis deseos,
la meta de todas mis aspiraciones:
conoceré la grandiosa Roma.
Lo veré todo, todo lo veré, excepto a ti.
¡Ay!, he de abandonarte, dicha mía.
¡Largo tiempo pasaré sin verte!
Conoceré todo tipo de bellezas,
naufragaré, hasta cansarme, en otras miradas,
besaré otros labios,
a otros rizos brindaré mis caricias
y otros nombres susurraré
a la espera de nuevas citas en otras arboledas.
Lo veré todo, todo lo veré, excepto a ti.

Antonius*

 

Tres veces lo vi cara a cara.
La primera vez fue en los jardines;
me enviaron a buscar comida para mis camaradas,
y para hacer el viaje más corto
, tomé el camino junto al ala del palacio;
de repente, percibí el temblor de las cuerdas
y, como era alto de estatura,
miré por la ancha ventana y
lo vi :
estaba sentado solo y triste,
sus delgados dedos puliendo las cuerdas de una lira;
un perro blanco
yacía silencioso a sus pies,
y solo el chapoteo de la fuente se
mezclaba con la música.
Sintiendo mi mirada,
bajó su lira
y levantó su rostro bajito.
Magia para mí su belleza
y su silencio en la habitación vacía,
en la quietud del mediodía.
Al cruzarme, huí con miedo,
lejos de la ventana. . .
Más tarde, mientras
estaba de guardia en Lochias, estaba parado en el pasillo que
conducía a los aposentos del astrólogo imperial.
La luna proyectaba un cuadrado brillante en el suelo,
y las hebillas de cobre de mis sandalias
brillaban
cuando pisé el parche de brillo.
Al escuchar pasos,
me detuve.
Desde la cámara interior,
un esclavo que llevaba una antorcha delante de ellos,
salieron tres hombres,
siendo él uno.
Estaba pálido,
pero me pareció
que la habitación estaba iluminada
no por la antorcha, sino por su semblante.
Al pasar, me miró
y dijo: «Te he visto antes, amigo mío»,
y se retiró a los aposentos del astrólogo.
Mucho después de que sus túnicas blancas se perdieron de vista
y la antorcha se tragó en la oscuridad,
me quedé allí, sin moverme, sin respirar,
y luego en los barracones,
sintiendo a Martius, que dormía a
mi lado , tocar mi mano en su forma habitual ,
Fingí estar dormido.
Y luego, una noche,
nos volvimos a encontrar.
Estábamos bañándonos
cerca de las tiendas del campamento de César,
cuando de repente se levantó un grito.
Corrimos, pero ya era demasiado tarde.
Arrastrado del agua, el cuerpo
estaba en la arena,
y ese mismo rostro sobrenatural,
el rostro de un mago, lo
miraba con los ojos muy abiertos.
Todavía muy lejos, el Emperador se apresuraba hacia nosotros,
sacudido por las graves noticias;
pero me quedé sin ver nada,
sin sentir las lágrimas desconocidas desde que la infancia
corría por mis mejillas.
Toda la noche susurré oraciones, delirando de mi nativa Asia, de Nicomedia,
y las voces de los ángeles cantaron:
«¡Hosannah! ¡
Se
les ha dado un nuevo dios a los hombres!

 

* Antinous (alrededor del 11-130 dC) fue la bella juventud de Bitinia, amante del emperador romano Adriano. Se ahogó en el río Nilo en Egipto, ya sea por accidente o por autosacrificio para comprar la salud de su amante. Adriano lo deificó y sus estatuas fueron diseminadas por todo el mundo antiguo.

 

Traducido por Michael Green

Mijaíl Kuzmin, Rusia, 1872-1936
Resumen
Mijaíl Kuzmín, Rusia, 1872-1936
Título del artículo
Mijaíl Kuzmín, Rusia, 1872-1936
Descripción
II ¿Qué se puede hacer ante el carmesí de las nubes del ocaso sobre el cielo verdoso, cuando a tu diestra se divisa la luna naciente y una enorme e hirsuta estrella, mensajera de la noche,
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