Sueños

 

Erguido sobre un poste del oscuro
vallado de una choza arruinada,
contaba un viejo cuervo de sus sueños
y un mísero harapiento le escuchaba.

El cuervo, arrebatado como siempre,
temblante y excitado, al pobre hombre
contaba de visiones, profecías,
de un caso que soñara allá en la torre.

Volaba muy ligero y valeroso,
y libre de tristezas de la tierra.
En cisne blanco, él mismo, convertido,
en príncipe, el mendigo y su miseria.

La noche de los cielos fue cayendo,
llorando el miserable le escuchaba.
La vieja que pasó mirando al lado
signóse con recelo, apresurada.

Otoño

 

La bóveda escarlata con naranja…
El viento racheado bajo el cielo
agita a los serbales que sangrando
me ofrecen sus racimos. Voy siguiendo,
persigo a algún caballo que se escapa
y paso junto al solo invernadero,
los hierros de la verja de este parque
y el agua de los cisnes. A mi lado,
se afana, vuela un perro, largo manto,
de pelo rubicundo. Yo le quiero.
Mi perro es en mi alma más que hermano,
jamás podré olvidarle cuando muera.
Más sigue galopando fugitivo,
sus cascos se aceleran resonando,
del suelo levantando polvo, arena.
¡Jamás alcanzarás a aquel caballo,
al árabe inflamado en su carrera!
Mejor renuncio ahora. Jadeante,
me siento a descansar y tomo aliento
sobre una piedra plana como mesa.
Admiro el rojo cielo y sus naranjas,
los gritos estridentes de este viento.
El ánimo embotado y como obtuso
escucho, miro, escucho y me sorprendo.

El pequeño elefante

 

¿Mi amor por ti? Un pequeño elefante,
en París o Berlín, recién nacido.
Con patitas de trapo vacilante
absuelve su casero recorrido.

No le tires de trigo blancos panes,
ni coles, calabazas, ni espinaca,
mandarinas le placen, mazapanes,
brillantes los bombones como laca.

No llores si en la oscura jaula, preso,
deviene en monigote de las gentes;
si un hortera probado y aun confeso,
soplando un humo negro entre los dientes,

insulta su trompita levantada.
No temas que se enfade, grande, un día,
que rompa su cadena, aun bien forjada,
y raudo entre las gentes cual tranvía

aplaste a algún vecino en su locura.
Mejor que en dulces sueños te aparezca,
muy púnica y marcial, sin par montura,
cubierta de brocados, cual de Anibal.

(1920)

Nada en torno ha cambiado

 

Nada en torno ha cambiado y sin embargo,
el mundo, pobre y triste, se ha encendido;
transido, campo y bosque, de milagro,
de inefable belleza revestido.

Quizás, en la hora extrema, de esta suerte,
desnuda ha de surgir la humana carne,
de lo inmenso y oscuro convocada,
cuando el Señor a su presencia llame.

Sólo por ti, tu orgullo y tu ternura,
por tu candor de nieve luminoso,
por tus cabellos rojos en mi pecho,
he dado en ser yo mismo, pese a todo.

Sonríes, dulce amiga, pues no entiendes,
que en el entorno opaco que rodea
el brillo transparente de tu halo,
oscura, va espesando ya la niebla.

La palabra

 

En aquel tiempo, cuando Dios giraba
su rostro sobre el mundo nuevo, entonces,
detenían el sol con la palabra
y con ella se arrasaban torreones.

El águila no osaba alzar las alas
y los astros se anclaban a la luna,
si la palabra alguna vez volaba
como una llama roja en las alturas.

Y el número se usaba en lo mundano,
como un buey que trabaja uncido al yugo;
pues los matices del significado,
los transmiten los números fecundos.

El patriarca canoso, en tiempo antiguo,
que del bien y del mal sacó riqueza,
con su vara, por miedo a los sonidos,
el número trazó sobre la arena.

Pero olvidamos que, de lo terreno,
tan sólo en la palabra hay salvación,
y que en algún lugar del Evangelio
está escrito que la palabra es Dios.

Le impusimos los límites estrechos
que nos dictaba la naturaleza;
y como abejas de un panal desierto,
así se pudren las palabras muertas.

(1921)

El sexto sentido

 

Maravilloso tener vino enamorado,
Y pan amoroso en el horno para nosotros,
Y una mujer, extenuada, a quien
Le ha sido dado deleitarnos.

Qué podemos hacer con esta aurora rosada
Que cobija los cielos helados,
Donde reina el silencio y el sosiego celeste,
¿Qué podemos hacer con tantos versos ineludibles?

Ni comer, ni beber, ni besar.
El instante vuela incontenible,
Y aunque nos esforcemos
Estamos condenados a pasar sin detenernos.

Somos como el niño que olvidando sus juegos
Espía, a veces el baño de las muchachas
Y sin saber nada acerca del amor
Se atormenta con tantos deseos misteriosos.

Como otrora en los bosques tupidos
Criaturas huidizas, bramando de impotencia,
Presentían sobre sus hombros
Las alas que aún no salían.

De igual manera, siglo tras siglo,
Bajo el escalpelo de la naturaleza y el arte,
grita nuestro espíritu, desfallece la carne,
Originando el órgano del sexto sentido.

 

Traducción de Jorge Bustamante García

(sin título)

 

Vienen, se van, indiferentes,
los tristes días de mi vida:
así las rosas se marchitan,
así los ruiseñores mueren.

Pero también está sufriendo
ella, mi amor, mi destinada,
y bajo aquella piel, tan blanca,
la sangre fluye con veneno.

Y si aún vivo en esta Tierra
es solamente por un sueño:
iremos, como niños ciegos,
los dos, hacia las altas sierras,

por donde yerran los rebecos
y el mundo es sólo blanca niebla;
en busca de las rosas secas
y de los ruiseñores muertos.

El tranvía extraviado

 

Para mí aquel barrio era desconocido,
de repente oí unos graznidos de grajo,
notas de un laúd, un lejano rugido:
volaba un tranvía por la calle abajo.

Por algún misterio sucedió que luego
me encontraba montado en aquel tranvía;
dejaba a su paso una estela de fuego
que brillaba incluso a plena luz del día.

Alado ,corría, negra tempestad,
volaba extraviado a través del abismo
del tiempo… «Atención, conductor, por piedad,
detén el vagón, detenlo ahora mismo».

Tarde: hemos pasado hasta la última almena,
todo un palmeral se perdió a nuestro lado,
y a través del Neva, del Nilo y del Sena
por tres puentes nuestras ruedas han chirriado.

Surgió en la ventana, por sólo un momento,
mirando hacia dentro con un gesto huraño
un viejo mendigo -si no me lo invento-
aquel que murió en Beirut el pasado año.

¿En dónde me encuentro? Afligido, angustiado,
el corazón dice latiendo a raudales:
«Ves la estación donde se vende al contado
el billete a las Indias Espirituales».

Un cartel… en una escritura sangrienta
se lee: «verduras»; pero sé de cierto:
aquí no se trata de nabos en venta,
aquí se comercian cabezas de muerto.

En camisa roja, con su cara de ubre,
también mi cabeza rebana el verdugo
y en una gran caja pringosa la cubre
con otras cabezas rezumando jugo.

El gris de la hierba… Una casa, mirad,
con sus tres ventanas: en el callejón,
tras el seto: «para, conductor, por piedad,
para ahora mismo, detén el vagón.»

Aquí tú, María, has cantado y vivido,
aquí para mi bordaste una cubierta;
tu cuerpo y tu voz, ¿hacia dónde se han ido ?
¿acaso es posible que ahora estés muerta?

En tu cuarto estabas en plena agonía,
y, mientras, con una empolvada peluca,
fui a la emperatriz a rendir pleitesía
y ya no volví a mirarte en vida nunca.

Nuestra libertad es la luz emanada
-hoy lo sé- en lejanas regiones etéreas.
Hombres y animales están a la entrada
del jardín de fieras que son los planetas.

Pero siento un aire, familiar, ligero:
desde la otra orilla, una embestida cruel:
la mano de cobre del jinete fiero
y las arboladas patas del corcel.

Para la ortodoxia, fortaleza y guía,
San Isác se esculpe sobre el cielo: allí
haré rogativas en pro de María
y dirán la misa de réquiem por mí.

Pero el corazón está desconsolado,
cuesta respirar y la vida es dolor:
María, jamás me hubiera imaginado
que pueda existir tanta pena y amor.

(1921)

(sin título)

 

El mundo es bueno, sí, como un viejo a la puerta
que en nombre de Dios conduce al viajero
a la calma prevista de antemano en la alcoba
y que a su hija obediente le ordena
-bondadoso y sencillo- que se deslice adentro,
cuando llegue la noche, y se haga su esposa.

Pero ¿qué soy yo? ¿Acaso un…apóstata piadoso,
que teniéndolo todo, siempre está descontento,
melancólico amigo del silencio y la luna?
Esta felicidad es para mí tan sólo
una señal de que no me engaña el recuerdo
y que allá, en otra patria, he bebido agua pura.

Jirafa

 

Hoy he visto muy triste tu mirada.
Tus brazos tan delgados abrazando
con pena tus rodillas. ¡Pero escucha!
En Chad, una jirafa junto al lago

camina su indolente, esbelta, gracia.
Recama su vestido con brocados,
que sólo se comparan con la luna,
quebrada en los esteros y flotando.

De lejos son veleros luminosos,
galopan en la brisa y como pájaros.
Se esconden al crepúsculo prodigios
en grutas excavadas en el mármol…

Te cuento las historias de esas tierras,
de una negra princesa y de su amado.
Mas tú ya has respirado mucha niebla
y crees en la lluvia solamente.

Te cuento de las palmas cimbreantes,
te cuento de mil árboles extraños…
¿Acaso estás llorando? ¡Pero escucha!
En Chad, una jirafa junto al lago…

Dragón

 

Antaño, eran las cosas de otro modo.
La tierra bajo el cielo prodigaba
continuas maravillas, los milagros,
el sol de cada día en campo y plaza.

Alado y solitario en sus jardines,
Dragón a media noche se encendía.
En mayo se olvidaba en sus ardores
del tártaro janato y de la China.

Y al ver la luna apenas en el cielo,
la joven más hermosa que encontraba,
veloz entre sus garras atrapando,
llevábase rapaz a su guarida.

El bronce se hace fuego en su coraza,
carnívora la luna resplandece.
Un grito cual vibrante plata vuela,
se escucha sobre el campo y en los bosques.

«¡Galáctica blancura cual de cisne!
Bellezas como éstas no he encontrado,
volando en ultramar ni en el Oriente.
¿Por qué ninguna de ellas al palacio

logré llevar con vida, en el camino
que lleva hasta Lagore van muriendo?
Sus cuerpos echo al Caspio y en el fondo
cubiertos por las aguas, cual dormidos,

prefieren las dementes largos sueños,
que velan sólo monstruos submarinos,
al lecho principesco y fuerte abrazo,
al tálamo nupcial y al pecho altivo.

Envidio del pastor la simple suerte;
sus labios en el frágil caramillo,
el bando de muchachas en el prado
prendadas de sus chanzas, de su trino».

Escúchale Volgá y el arco apresta,
dos astas de un gran uro bielorruso
unidas por la cuerda fuerte y tensa;
sombría la mirada, el gesto duro.

 

Finales de 1915 – inicios de 1916

Octava

 

Nunca pudimos entender
Lo que más valía la pena:
Ni las canciones que cantaba nuestra madre
Ni los susurros lejanos en la noche.
Sólo a ti se te concede, poeta,
Como si fuera un legado divino,
Este inmenso balbuceo
Símbolo de profunda grandeza.

 

Traducción de Jorge Bustamante García

Sé que no te merezco

 

Sé que no te merezco,
Vine de otro país,
Prefiero la salvaje melodía
De la cítara, a la guitarra.

Yo no voy por salas y salones
Vestido de chamarra y traje oscuro;
Leyendo versos a los dragones
A las cascadas y a las nubes.

Prefiero a un árabe que en el desierto
Cae ante el agua y bebe;
Y no a un caballero que mientras espera
Mira las estrellas en el paisaje.

No moriré sobre una cama
Ante un médico y un notario,
Sino en alguna trinchera salvaje
Hundida en una felpa espesa.

Yo no estoy para entrar al paraíso
Abierto, protestante y ordenado;
Sino para ir allá donde la ramera, el bandido
Y el atormentado gritan esperanzados.

 

Traducción de Jorge Bustamante García

La tarde

 

Inútil, otro día pasa,
majestuoso e inservible.
Ven, sombra cariñosa, y viste
mi desasosegada alma
con una túnica de nácar.

Llegas para ahuyentar los pájaros
de mal agüero, mis quebrantos.
No hay nadie, ¡oh, noche soberana!
que pueda sujetar el paso
arrollador de tus sandalias.

La luna –tu pulsera- brilla,
vuela el silencio de los astros
y en sueños, nuevamente mía,
gozo la Tierra Prometida,
la dicha que tanto he llorado.

Nikolái Gumiliov, Rusia, 1886-1921

Sada-Yakko

 

En la austera penumbra
violines cantando;
en la seda verdosa,
mariposas y lirios.
Mientras ella danzaba,
en paredes de tela
se ha acostado la sombra
de una rama de acacia.

Cual mujer-bombonera,
en mesita elegante;
como blancos gatitos,
como niños jugando,
sus minúsculos pies
golpeando el tablado.
Una abeja dorada
fue su nombre en los labios.

Yo prendido en lo ajeno;
derramando sus flores
con extraño artificio,
ella hablaba y hablaba.
Embriagada la mente
con palabras extrañas.
Se diría que el Sol
de su patria brotara.

(1908)

Cinco bueyes

 

Por años de servicio un hombre rico
—cuidaba a sus caballos en el campo—
cinco bueyes me dio que uncía al yugo,
cual premio del trabajo, uno por año.

Leones me arrancaron al primero;
vi sus huellas escritas en la hierba;
pensé en alzar de agudo espino un seto,
de noche mantener viva la hoguera.

Mas otro a la carrera escapó un día
seguido de un enjambre enfurecido;
largo tiempo búsquelo en la espesura,
inútil fue mi esfuerzo y él, perdido.

Por medio de un beleño venenoso,
dos bueyes me mató mi cruel vecino.
Pendía azul su lengua entre los dientes;
no lejos terminaron del camino.

Al quinto degollé con un cuchillo,
lo asé con sumo gusto, celebrando
que ardía al fin la casa del vecino
y que él gritaba dentro, bien atado.

Usted y yo

 

Ya sé que no soy uno de los vuestros;
y es cierto que he nacido en otra cuna:
y a la dulce guitarra yo prefiero
la melodía indómita del zurna.

No leo por las salas y salones
para vestidos y chaquetas negras
sino que son las nubes, los dragones
y cascadas quien oye mis poemas.

Amo, como el beduino en el desierto,
que inclina todo el cuerpo y bebe el agua;
no como el caballero sobre el lienzo,
que mira las estrellas y que aguarda.

Y no pienso morirme en una cama
-el notario y el médico a la vera-,
sino desamparado en una zanja
oculta en la espesura de la hiedra,

para ir no al paraíso inmaculado
y abierto para todos, protestante;
sino don del bandido, el publicano
y la ramera gritarán: «Levántate».

Balada

 

Para que alcanzase las simas profundas
y viese en el cielo el rostro más alto,
Lucifer, bienquisto, me dio un fuerte anillo,
un rubí de sangre y sus cinco caballos.

El espacio buscan los fuertes corceles,
temblantes ollares, la danza en los cascos,
y creí que el sol su fuego encendía,
tan sólo por mi, su brillo dorado.

Las noches de estrellas, los días de fuego,
vagaba sin rumbo y aun sin destino;
mas yo me gozaba con los arrebatos
de los cinco brutos, del oro y su brillo.

Y arriba en la mente fue nieve y locura,
pero yo impulsaba con la tralla fuerte.
Mis cinco alcanzaron las cumbres del logos
y, en aquella altura, una joven triste.

En su voz muy suave cantaba la esfera;
en sus ojos raros, pregunta y respuesta.
Y yo di mi anillo a la joven luna
por el brillo incierto de su cabellera.

Y allí, a carcajadas, con sorna insultante,
me abrió las cancelas del oscuro extremo,
y luego aquel ángel para el gran viaje
me dio otro caballo, el fiel Desespero.

Génova

 

En Génova, el Palacio de los Dogos
conserva muchos cuadros. En un lienzo
extraños bergantines se asemejan
a cisnes de pausado movimiento.

Negocian navegantes y armadores,
formando un amplio grupo, abigarrado,
conversan y, en el cuadro, llevan siglos,
hablando sin cerrar esos contratos;

Me miran con malicia, y como vivos,
aquellos que pasaron hace tiempo.
Los ojos muy brillantes, sonrientes,
sus barbas ya canosas riza el viento

y sala el aire acuoso de la rada.
De pronto, fue el milagro. Decidido
me habla uno de ellos: «Y el señor…
¿Por suerte es de Livorno o ha venido

acaso del Pireo? Si pretende
llegarse hasta Brabante este verano,
le ruego que me acerque este barril
de Chianti y mil saludos a mi hermano».

La lluvia

 

A través de los vidrios en la lluvia
El mundo se antoja abigarrado;
Al mirarlo poblado de colores
Todo en él me pertenece.

El verde se vuelve siniestro
Como si se hubiera sulfatado
Un matorral de rosas rojas
En él se ha dibujado.

Las gotas caen mesuradas en los charcos
y musitan sus propias canciones
Como cuando cantan las mujeres
Con voz apresurada por las tardes.

¡Gloria al cielo que anuncian las lluvias!
En este río de la primavera
Se mezclan en el agua turbia
Los peces y los troncos silvestres.

En las honduras vanas de los molinos mágicos
Se escucha el relincho de potros frenéticos
Y el alma, el más aciago de todos los cautivos,
Se torna libre y vuela.

 

Traducción de Jorge Bustamante García

Ocho versos

 

Ni el rumor de las lejanías,
ni las canciones que le oímos
a la madre: nunca entendimos
aquello que lo merecía.
Y, símbolo de gracia eterna,
como un benigno testamento,
el don de un alto balbuceo
ha recaído en ti, poeta.

Presagio

 

Abandonábamos Southampton
y el mar estaba azul celeste;
cuando atracamos en Le Havre
se había puesto todo negro.
Siempre he creído en los presagios,
como en los sueños matutinos.
Señor, piedad de nuestras almas:
una desgracia se avecina.

El pavo

 

En la mañana de memoria esquiva,
aún recuerdo un prado de color,
donde reinaba la figura altiva
de un pavo: yo lo amaba con ardor.

Había en él maldad y libertad,
su pico, rojo como llama ardiente;
y por los cuatro añitos de mi edad,
a mí me despreciaba intensamente.

Presas de chocolate y caramelo,
y zumos de naranja y de limón
no me servían de ningún consuelo
en la conciencia de mi humillación.

Y de nuevo llegó una gran desgracia,
que como una oleada renovó
la pena y la vergüenza de la infancia:
tú, pérfida y amada, dices ¡NO!

Todo pasa en la vida tornadiza,
pasa la pena y el amor; y al cabo,
yo te recordaré con la sonrisa
con que me acuerdo ahora de aquel pavo.

(1920)

La bahía

A N.V. Ánnenskaia

 

El sol se ha retirado por poniente
por detrás de los campos prometidos,
y la bahía en calma
es azul y fragante.

Los juncos han temblado soñolientos,
ha volado un murciélago,
se ha sacudido un pez en el estanque
y van marchándose hacia casa aquellos
que tienen una casa:
con postigos azules,
con sillones antiguos
y una mesa de té.

Me quedo solo, al fresco,
mirando a la bahía soñolienta,
donde es grato nadar por la mañana
y llorar por la noche,
porque te quiero, Señor.

(1918)

Soneto

 

Me siento como enfermo: turbado el corazón,
hastiado de la gente, cansado de este cuento,
sueño con los diamantes de la coronación
y con un yatagán, afilado y sangriento.

Hoy -sin superchería- me asalta la impresión
que mi tatarabuelo fue algún huno violento,
un tártaro bisojo: lo taró la infección
que a través de los siglos me toca con su aliento.

Callo; me desvanezco; ceden los torreones:
una ciudad de cúpulas azules, floreciente,
perfumada de patios de jazmín: héla aquí;

y un océano blanco, todo espuma en jirones,
y rocas de granito que alumbra el sol poniente…
Ah sí, aquí nos batimos; aquí es donde caí.

(1914)

El duelo

 

Un lirio, la inocencia, en tu divisa,
de púrpura en la mía, rojas flores.
Llamaban los heraldos al combate;
el oro en los escudos, tornasoles.

Al son de los tambores fui retado,
después de mil caminos y entre risas,
me encuentro en la palestra como un moro
sombrío, como un tigre en la floresta.

¡Oh, virgen, amazona de los cantos
antiguos, fiero orgullo de los reyes!
¡Sin par en los confines de la tierra,
tu lanza, en los confines de los mares!

Así nos enganchamos en combate.
¿Acaso ha de vencer el cimbreante
acero o el granito en la pelea?
¿Serás tú derrotada, yo el vencido?

Cedí, el puñal clavóse en las entrañas,
brillante en la victoria como el rayo.
Tu fiesta fue mi grito, tu gemido,
mi cuerpo en las postreras y temblando.

El pueblo entero, un coro de alabanzas,
la gloria militar es toda tuya.
Mas creo, has de volver sobre tus pasos,
vestida de una oscura primavera.

Tu yelmo brilla en oros, la llanura
cubierta de vapores, humo blanco;
entonces buscarás mi cuerpo yerto,
quizás te inclinarás sobre mis labios.

«Escúchame, querido, yo te amo.
Responde a mis palabras, te lo ruego.
Es cierto, te destruyo, pero en cambio,
por siempre te amaré. Serás mi dueño».

Y mientras los lamentos, los quejidos,
murmullos de tu seda gimen, blanca,
hambriento viene a mí, repta en la niebla,
un lobo de avidez y de impaciencia.

(1909)

Lector de libros

 

Lector apasionado, yo cual otros,
busqué mi paraíso en la consciencia
que férrea controlaba; amé un camino
exento de esperanzas, de memorias.

Bogaba entre las líneas, incansable,
y oía la pleamar batiendo el muelle;
capítulos cruzaba como estrechos,
gozaba con la espuma y la corriente.

Mas luego por la noche, me aterraba
la sombra entre el icono y el armario,
y un péndulo suspenso, cual la luna,
brillante lucifer sobre el pantano.

Nikolái Gumiliov, Rusia, 1886-1921
Resumen
Nikolái Gumiliov, Rusia, 1886-1921
Título del artículo
Nikolái Gumiliov, Rusia, 1886-1921
Descripción
Sueños Erguido sobre un poste del oscuro vallado de una choza arruinada, contaba un viejo cuervo de sus sueños y un mísero harapiento le escuchaba.
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