Poema de Fulgor en la osccuridad

«Porque, si esto hacen con el árbol verde,
¡qué no harán con el árbol seco!».
Lucas 23:31

No tengo nombre propio ni lo tendré nunca,
aun así, de ti, que no sabes lo que haces,
que huir de mí confundes con hacer las paces,
que con el don de la vida tallas una horca,
que de tu fruto más preciado
reniegas, de ti, me apiado.

De lo que te ha sido regalado te dices
propietaria y a mí me nombras inquilino
indeseado. A mí, que en ti germino,
siendo de tu misma sustancia, me maldices.
Si tu cuerpo es tuyo y no de quien lo hizo
¿por qué el mío tuyo y así quedo sin bautizo?
El poco sé que tú no sepas
es que borrar no podrás culpas
pues mal puedes ser dueña de peso y volumen
con que te mueves, sufres, gozas y respiras,
si de ti no depende si vives o expiras,
ni que tus dolencias duren o se esfumen:
sólo es tuyo lo que invocan
tus obras… y lo que provocan.

De este trayecto de rosas con espinas
había oído tantas cosas increíbles
que no podían ser veraces y factibles,
y aquí estoy, sin saber ¡oh, garras felinas!
que, para mí, el lugar terrestre
más peligroso… es tu vientre.

Sé que por no ser deseada soy desecho
y por no querer saber de mí no soy nada,
que si fuera amada sería bienhallada
y si me esperaras dormiría en tu lecho:
ojos que no ven lo creciente,
corazón que ni oye ni siente.

Te oigo desde aquí clamar a cuatro vientos
que hay que dar voz a los que sean indefensos,
que viva la libertad contra los inciensos,
mas negando su futuro a los más hambrientos,
a ese que más de ti precisa
y es tu brisa y es tu risa.

¡Oh canalla sed! ¡Oh placer concupiscente!
¡Oh ansia de ansias de saciar ansia de gozo!
deseo semental grávido y fogozo,
siendo cíclico… cíclicamente apetente:
por un breve anegamiento
aún más breve será mi adviento.

Presiento y percibo intensas inquietudes:
madres que recetan muerte y son cadalso,
galenos verdugos que acatan voto falso
y ejecutan embozados en virtudes,
no requiriendo cementerios
ni cruces tales magisterios.

Oh ángeles gloriosos que estáis para ampararme
de la negrura de los días denegados
por los líquidos venenosos y afilados
que a mi carne viva acuden para abrasarme:
asistidme y rescatadme
de este duro y puro dañarme.

En esta triste despedida sin adioses,
donde sólo de los dos uno se despide,
es mi último deseo que por un embride
del remordimiento obtengas y reposes
en la dulce misericordia
que de todo hace concordia,
que si esto simple trance para olvido
tu corazón será un esqueleto seco
expuesto al cardinal sol como un muñeco
que adora lo que Artemisa nos ha prohibido:
en mí, bien piense tu dulzura
y en ti yo sin amargura.

 

del libro de poemas Fulgor en la oscuridad