
«El ateo y el neomodernista tienen la misma estructura mental: suponen la no existencia de lo que no perciben. El ateo piensa que Dios no existe por el solo hecho de que él no lo percibe; el neomodernista piensa que lo sagrado es una dimensión que no existe, simplemente porque es incapaz de percibirla. En cuanto actitud de vida, ambos constituyen la versión práctica del principio de inmanencia: «esse est percipi» (ser es ser-percibido). Por eso mismo, ambos piensan que todos los que no piensan como ellos están afectados por alguna patología: la religión, para el ateo; la tradición, para el neomodernista. Lo tragicómico, curioso y paradójico del asunto es que tanto el uno como el otro creen ciegamente (¡jamás tan oportuno este adverbio!) en un bichito imperceptible y en la buena voluntad de los epígonos de la cultura de la muerte. El motivo de esto otro es también claro: son «amatores huius sæculi»…».

