
Una vez hubo una reunión de demonios en el infierno. El demonio mayor discutía con sus subordinados acerca de qué podían hacer para atrapar tantas almas como fuese posible; al mismo tiempo furioso les reprochaba sus escasos logros. Un demonio dijo tímidamente:
«Pero si yo le digo a la gente que no hay Dios, que es un invento de los sacerdotes».
Y el demonio le respondió: «Estúpido, está claro que Dios existe, con ese argumento solo atraeremos almas perezosas y mediocres».
Otro demonio refunfuñó:
«Yo les he dicho que la Iglesia es inútil y que la eternidad es un mero invento, y que lo que vale la pena es vivir para el mundo».
Lucifer movió la cabeza. «Eso no es suficiente, así no conseguiré a las almas más nobles y santas».
Entonces todos se quedaron en silencio; nadie tuvo el valor de comentar su «receta». Entonces habló un pequeño demonio: «Esto es lo que yo hago: me acerco a alguien y le digo: por supuesto que hay un Dios. Él es el bien supremo y tú debes amarlo con todo el corazón. Sí, eso es lo que debes hacer. Por supuesto que Cristo vivió y fundó la Iglesia, y tú debes llegar a ser tan santo como puedas. La eternidad es real, todo el tiempo del mundo es nada en comparación. Luego les susurro al oído: pero hoy puedes disfrutar de tu comodidad por última vez; puedes empezar mañana, entrégate a Dios mañana, espera, goza la vida un día más».
Entonces el demonio mayor les gritó: «¡Sí, eso es! Así atraparemos almas buenas en todas partes. Id ahora y decid a todos: «Vosotros queréis llegar a ser santos. Sí, esa es la meta. Pero hoy no, esperad hasta mañana, pues aún hay tiempo para pasarlo bien».

