Más allá del amor

Si en el amor la noche nos abrasa,
no es del amor el límite tan sólo
la profunda tiniebla. Dulce pluma
también le brinda el pálpito inefable
del misterio remoto, en voz, caricia.
Pluma o trémula llama que nos funde
con la pasión ardiente -¡oh puro fuego!-
de tantas altas noches inmoladas
noches del alma claras, trascendidas.
Nunca el amor, hoguera de la noche,
que en las divinas luces se contempla,
mas soledad nocturna de los hombres.
Nunca el amor, si el hombre sabe amarlo,
luz de nieves más tristes y fugaces.
Cuando en las noches negras desvalidas.

Ya no se ven los ojos

 

Ya no se ven los ojos
por tu arroyo de plata,
ni el sol finge en el monte
una ciudad dorada.

Ya eres sólo un pedazo
de esa tierra desnuda,
fea y árida,
donde el hombre deshoja,
rosa de yelo, el alma.

¿En dónde te escondiste
paisaje de la infancia”

Oh, qué triste música

 

¡Oh, qué triste música,
viejo árbol en el suelo!

Antes, las tiernas aves
te colgaban su acento
más claro, sus más dulces
albas, y su voz de oro
te regalaba el cielo.

En cambio, ¡Oh pobre árbol!
en tu ramaje seco
sólo vibra ahora un coro
de pájaros de hierro,
que se pierde en el bosque
como un negro lamento.

¡Qué triste, sí, tu música,
viejo árbol en el suelo”

La noche de San Juan

 

¡San Juan –San Pedro-,
noche ancha, noche clara
De deseos!
Azul profundo, distante
lleno de estremecimientos.
Bengalas de olor de auroras
en los balcones del cielo.

Sumiso pueblo esquivo

 

Sumiso pueblo esquivo -cal y nube-,
hoy como ayer un agua fugitiva
tras cada posesión; tras cada goce
un aguijón de cálidos beleños.

Hoy como ayer, mañana como siempre,
tan cierto amor que crece en el olvido.

Pedro Pérez-Clotet, Cádiz, 1902-1966

Noche total

 

Negro silencio. No temas
que esta noche se te escape
de las manos, alma, esta
eterna noche del mundo

Como un ave se ha posado
en el pretil de tus ojos.

Como una fugaz violeta
de negrura se ha enredado
a tus manos, palpitante.

No se siente ni el halago
de la nieve en el sendero.

Ni se adivina la espada
desvelada de la estrella.

Ni se vislumbra el brillante
girón del cielo en el río.

Ni siquiera sueña el agua
sus altos sueños de espuma.

El duro cielo no tiene
esos vivos horizontes
verdes, amarillos, granas,
de las noches del estío,
carruseles de los ojos.

El cielo está quieto y mudo.
Perdido en la munda tierra

Abraza bien, alma mía,
la hogaza de esta gran noche,
eterna noche del mundo.

Esta noche fugitiva,
que se ha posado en tus ojos.

Porque sí

 

Porque sí, porque cada mirlo
lleva su azul y tierna
primavera en el pico.

Porque sí, porque cada viento
levanta olas de humo
en la lluvia de enero.

Porque sí, porque cada estrella
trae su noche prendida
en su temblor de seda.
Porque sí,
la razón mas cierta.

Cifra de la mañana

 

Vuelan ceros en grácil primavera,
vuelan por el claror de esta mañana
sostenida de enero,
ya la nada, ya torres de creciente valor,
las torres que se olvidan de su dulce camino
para labrar collares de humanas seducciones.

Pero no, no hay país
encumbrado en el ala de una nube,
no hay simas, minas de oro, paraísos
brotados al capricho de unos ojos.

Fulgura el sol helados corazones, derrumba
la brisa oro y azul. Y tu verdad
se hace dócil Guadiana por el aire.

Tu verdad—¿anchos ceros desnudos, tiernas joyas? —
llega extraña, dispersa, balbuciente,
verdad de árbol, de pájaro, de río,
de nieve, de colina, de horizonte…

Y cruje la mañana y su medalla
se cubre humos lentos, de altos mohos.
¡Y acaso entonces cruza con el viento
el brillo de la cifra salvadora!

Pedro Pérez-Clotet, Cádiz, 1902-1966