Beirut: la imposible conferencia revisionista, 27 de marzo 2001

Nunca he creído verdaderamente que nos dejarían celebrar una conferencia revisionista en Beirut pero me he comportado como si este encuentro debiera haberse verificado.

Mi única precaución se ha limitado a confirmar sólo en el último momento mi viaje en avión. He tenido razón: he podido ahorrarme gastos en esto.

Se puede comprender a Rafik Hariri, primer ministro de Líbano. La deuda de su país «asciende hoy a veinticuatro mil millones de dólares para cuatro millones de habitantes» (Agnès Levallois, «Líbano se esfuerza por reactivar su crecimiento y se ataca a la deuda pública», Le Monde-Économie, 27 de febrero de 2001, p.V). Por otra parte, no podía razonablemente dejar estallar, muy cerca del estado de Israel, lo que llamo «la bomba atómica del pobre». Esta bomba, puesta a punto por los revisionistas, no mata a nadie pero si se la hace estallar en la escena internacional, puede, por una sucesión de reacciones en cadena, desintegrar progresivamente la impostura del «Holocausto». Ahora bien, dicha impostura ha permitido la creación de Israel y, de este estado, es a la vez la espada y el escudo.

Los dirigentes de todos los estados del planeta necesitan mucho dinero y deben, por consiguiente, conciliarse a los judíos. Los judíos, siempre gimoteantes y siempre amenazadores, saben dar miedo. Pueden a discreción cortarle a uno los víveres, lanzar un boicoteo, provocar un embargo. En vista de las circunstancias presentes, ningún dirigente puede tolerar en su país la celebración de una conferencia revisionista. Japón está totalmente enfeudado ( veáse el caso de la revista Marco Polo). China, en cuanto a ella, juega a fondo la carta judía: quiere que se mantenga la ficción del «Holocausto» de los judíos para estar en condiciones de pretender que los chinos han sido las víctimas de un «holocausto» comparable, perpetrado por los japoneses; los chinos se presentan en «judíos» de los nipones y tomando como ejemplo a los judíos, exigen de Tokio sustanciosas reparaciones financieras. Además, — Serge Thion me lo recuerda oportunamente — China mantiene buenas relaciones con un estado judío que le vende importantes secretos militares y tecnológicos venidos, en parte, de Estados Unidos. En cuanto a los dirigentes iraníes, temen ellos también, a esos judíos que odian; han interrumpido la publicación en el Tehran Times de una serie de artículos revisionistas y se negaron a facilitar el motivo de esta decisión.

No veo más que tres posibilidades para la celebración de una próxima conferencia revisionista internacional:

1. Se celebrará en Estados Unidos con un refuerzo de las precauciones habituales;

2. Se verificará en otro país pero sin anuncio previo, con un número limitado de participantes y para una duración que no pase de dos días (una sola noche en hotel pues); es sólo en el último momento del encuentro, o aun más tarde, cuando un comunicado anunciará que tal conferencia se ha verificado efectivamente;

3. Si la situación de los palestinos se agravara considerablemente, provocando al mismo tiempo una viva indignación de los pueblos del Próximo Oriente y del Oriente Medio, un dirigente de un país de la región podría tomar la decisión de pasar el Rubicón: contestando a una completa «sharonización» de la política israelí, se armaría entonces de valor para anunciar la celebración en su país de una conferencia revisionista y decidiría resistir, pasara lo que pasara, las formidables presiones ejercidas por los S.K.K.K. (Serial Kosher Kid Killers: los asesinos en serie de niños y según el ritual casher)

Por ahora, este proyecto de una conferencia en Beirut, llevado por unos americanos ávidos de publicidad y por unos suizos un poco demasiado ingenuos no acaba en un fracaso completo. La resonancia del asunto, sin ser considerable hasta ahora, ha podido abrirles los ojos a muchos sobre el valor intrínseco y el alcance internacional del revisionismo histórico. Es otro tanto ganado para el futuro.

27 de marzo de 2001

Fuente | AAARGH

Los dirigentes de los estados musulmanes deberían romper el silencio sobre la impostura del " Holocausto ", 31 de marzo 2001

Cinco apuntes liminares

1. He dicho «los dirigentes», que no es lo mismo que «los intelectuales, los universitarios, los periodistas», pues estos ya se han expresado sobre el tema en algunos casos;

2. La palabra «Holocausto» (que se debe colocar siempre entre comillas) designa el triple mito del supuesto genocidio de los judíos, de las supuestas cámaras de gas nazis, y de los supuestos seis millones de víctimas judías de la segunda guerra mundial. A lo largo de una historia llena de furor, sangre y fuego, la humanidad ha padecido cientos de holocaustos, es decir espantosas bajas humanas o sangrientas catástrofes (presentadas, en el origen de la palabra, como ofrendas exigidas por fuerzas superiores); pero nuestros contemporáneos han sido condicionados para recordar solamente un holocausto, el de los judíos; este se escribe hoy con mayúscula, se ha vuelto único y ni siquiera hace falta añadir «de los judíos». Ningún holocauasto anterior ha dado lugar a indemnizaciones, reparaciones o compensaciones financieras análogas a las que han reclamado y obtenido los judíos para una catástrofe o «shoah» que describen como fenómeno único y sin precedentes, y lo sería, exactamente, si sus tres componentes (genocidio, cámaras de gas y seis millones) hubiesen sido reales.

3. La impostura es una mentira impuesta; se trata aquí de una mentira histórica, lo cual quiere decir que, una vez forjado por mentirosos o mitómanos, después ha sido adoptado por una infinidad creciente al pasar los años- de gente que, de buena o mala fe, lo han ido difundiendo; en este caso, estamos ante un número ínfimo de mentirosos, y un sinnúmero de pregoneros;

4. Lo contrario de la mentira, fabricada o difundida, es la verdad de los hechos. Ahora bien, como la palabra verdad es imprecisa y gastada, prefiero la palabra exactitud. El revisionismo consiste en intentar revisar y corregir lo que es la realidad de un hecho, el valor de una cifra, la autenticidad, veracidad y ek akcabce de un texto o de un documento;

5. El sionismo es una ideología mientras que el revisionismo es un método. En tanto revisionisto, no me dedcaré a enjuiciar el sionismo tal como existe al despuntar el siglo XXI) sino el uso que hace el sionismo de la impostura del «Holocausto».

Si los dirigentes de los estados musulmanes contemplaran la posibilidad de salir del silencio sobre dicha impostura y si, al hacerlo, desafiaran el lobby judío y sionista, sería preciso a) que tomaran la medida justa del adversario, para b) decidir luego una estrategia adecuada y por fin, c) fijar el lugar preciso donde concentrar sus ataques. Para tratar estos tres puntos, dividiré mi ponencia en tres partes.

En una primera parte, para que no haya confusión sobre el adversario y para que se le mida con acierto, expondré cuáles son, en mi opinión, primero los aparentes puntos flacos de los judíos y sionistas, y luego sus verdaderos puntos débiles. En una segunda parte, en lo que corresponde a la estrategia a escoger, resumiré una parte de las conclusiones a las que he llegado, en noviembre 2000, en Teherán, en presencia de representatntes del Centro de los estudios estratégicos de la República Islámica de Irán. Por fin, en una tercera parte, designaré el blanco preciso al que hay que apuntar : la «mágica cámara de gas» nazi (la fórmula es de Louis-Ferdinand Céline).

I El adversario judío y sionista

Un adversario engañoso puede ostentar temores que no siente verdaderamente. Expone a la vista de todos unos puntos flacos que no son tales, y trata de disimular lo que le preocupa verdaderamente. Así, se le atacará donde no le importa, y se le dejará en paz en los puntos que realmente lo atormentarían. Aquí el adversario es casi indiferentemente judío o sionista. Los judíos son indiscutiblemente muy diversos («dos judíos, tres sinagogas», afirma el refrán yiddish) y políticamente, nunca han formado un bloque, ni siquiera frente a Hitler; pero, sin judíos, no hay sionismo («el sionismo es al judío lo que el martillo es al carpintero», piensa Ahmed Rami) y, con muy pocas excepciones, el judío se sentirá solidario del sionista y el sionista del judío si los dos comprueban que su mito común, el del «Holocausto», está en peligro; por eso es que la distinción que conviene hacer generalmente entre judío y sionista no tiene cabida aquí.

a) Falsos temores y aparentes puntos flacos del adversario:

1. A pesar del miedo que ostentan de un ataque militar contra el estado de Israel, los sionistas que dirigen ese estado y los judíos de la diáspora que los sostiene no temen tanto la fuerza militar del enemigo pues saben que el ejército israelí los superará por la tecnología y el dinero, especialmente el de los americanos y alemanes;

2. No temen verdaderamente la variante del antijudaísmo llamado antisemitismo; al contrario, se nutren de ello; necesitan poder vociferar con el tema del antisemitismo, auque sólo sea para colectar más fondos entre la diáspora; de una manera general, quejarse les resulta una necesidad vital : mientras más lloro, más me llevo, y cuanto más me llevo, más lloro»;

3. Judíos y sionistas no temen tanto las denuncias judías del «Shoah business y dela «industria del Holocausto», que hacen los Peter Novick, Tim Cole o Norman Finkelstein pues se trata de alguna manera de denuncias más o menos kasher donde todos tienen cuidado de hacer clara su reverencia infinita por «el holocausto en sí»; admás se puede observar que si la explotación industrial o comercial del sufrimiento real o supuesto de los judíos constituye una rica veta de oro, la crítica de esta explotación se está convirtiendo desde hace algunos años en otra veta más; ahora bien, estos dos veneros, y más aún el segundo, resultan estrictamente reservados a los judíos. Se encuentran «off limits», y un gentil que se atreviese a imitar a N. Finkelstein en su denuncia de la mafia del «Holocausto» sería cazado inmediatamente por la jauría de los guardianes del tesoro.

4. No temen verdaderamente el antisionismo como tal; inculso autorizan a veces que se exprese.

5. En particular, no tienen por qué preocuparse de un antisionismo ya común y corriente, que consiste en denunciar todos los mitos fundadores de Israel salvo el que se ha convertido en el esencial : el del «Holocausto».

6. No tienen por qué preocuparse por las acusaciones de racismo, imperialismo y judeo-nazismo ya que estas acusaciones, aún si son a veces fundadas, se parecen a consignas rituales, mecánicas y acuñadas como tales en una jerga anticuada. Comparar a los judíos con Hitler, y afirmar que los sionistas prosiguen, como los nazis, una política de «genocidio» no puede molestar completamente a los judíos y sionistas pues esto sirve para reforzar la imagen que ellos mismos han logrado fabricar acerca de Hitler y de los nazis a la vez; esto les ayuda a afianzar en la mente colectiva la ilusión de que hubo, al principio de todo, un «genocidio» de los judíos. En realidad, Hitler no era más monstruoso, como pretenden sus enemigos judíos, que Napoleón, al que la propaganda inglesa tachaba de «ogro». Aunque racista y hostil a los judíos internacionalistas (pero no a los judíos sionistas), Hitler nunca ordenó ni admitió que nadie fuera muerto por motivo de su raza o su religión; además, sus tribunales militares o cortes marciales en ciertos casos condenaron, a veces con pena de muerte, a soldados, oficiales o funcionarios que se habían hecho culpables del asesinato de un solo judío o una sola judía (incluso durante la guerra, en Polonia, en Rusia o en Hungría); se trata de un punto de historia ocultado por los historiadores exterminacionistas y lamentablemente dejado de lado por los autores revisionistas. Si Hitler hubiera sido el monstruoso racista que nos cuentan, jamás una prestigiosa personalidad árabo-musulmana como el Gran Mufti de Jerusalén (el palestino Hadj Amin al Husseini) hubiera aceptado ser su aliado hasta el final. A pesar del episodio del pacto germano-soviético (agosto 1939 – junio 1941), Hitler era esencialmente hostil al estalinismo y a lo que él llamaba, con motivo de la contribución decisiva de los judíos al bolchevismo, el «judeobolchevismo». El soldado alemán así como los voluntarios europeos, rusos, asiáticos o musulmanes que luchaban con él no tenían más enemigo esencial que el comunismo moscovita.

7. Aunque pretenden lo contrario, judíos y sionistas se ríen no sin razón- de los que hablan de «complot judío» o de «conspiración de Auschwitz», ya que no hay «complot judío» (ni tampoco hay complots masónico, jesuítico, papal, americano o comunista) sino un poder judío o una influencia judía; de la misma manera, no hay «conspiración de Auschwitz» sino una mentira de Auschwitz; en realidad, las ideas de complot o conspiración, muy preciadas por la tradición judía, deberían permanecer privativas de esta última; erraríamos si hiciéramos uso de ellas.

b) Los verdaderos temores y los verdaderos puntos débiles del adversario:

1. En Israel-Palestina, judíos y sionistas temen las armas de los pobres (las piedras que arrojan los niños, sus hondas como la de David contra el gigante Goliat, los ataques suicida) y todo lo que puede provocar inseguridad de las personas o del comercio; temen la degradación de su imagen; temen tener que escoger un día entre la maleta y el cajón;

2. Pero lo que les asusta más que todo es la «bomba atómica del pobre», es decir la desintegración, por el revisionismo histórico, de la mentira que combina las cámaras de gas, el genocidio y los seis millones; le temen a esta arma que no mata a nadie pero que haría estallar su gran mentira como un globo inflado de viento;

3. tienen miedo de ver revelado a la faz del mundo que es la impostura del «Holocausto» lo que permitió, al día siguiente de la segunda guerra mundial, la creación, en tierra de Palestina, de una colonia judía llamada Israel, y esto en el instante mismo en que, en el resto del mundo, salvo en el imperio comunista, se iniciaba un gigantesco movimiento de descolonización;

4. Saben que perder el «Holocausto» es perder la espada y el escudo de Israel así como un formidable instrumento de chantaje político y financiero; Yad Vashem, que, en Jerusalén es a la vez un memorial y un museo del Holocausto (en camino de ser ampliado) les resulta más precioso aún que el Muro de los Lamentos: toda personalidad extranjera de paso en Israel para gestionar asuntos políticos o financieros está obligada a visitar antes que nada este museo de horrores para que se impregne de un sentimiento de culpa que la hará más moldeable; a veces se dispensa de esta excursión a los representantes de las pocas naciones a las cuales los judíos y sionistas no pueden reprochar una participación activa o pasiva en el supuesto «Holocausto»; es gracioso observar entonces que los responsables israelíes se quejan de la dificultad que tienen para negociar con interlocutores que no han sido convenientemente condicionados;

5. Tienen conciencia de que «si se mostrara que el Holocausto es una estafa, el arma número uno del arsenal de la propaganda israelí desaparece» (sic) (carta de W.D. Rubinstein, profesor en la universidad Deakin, en Melbourne, en Nation Review, 21 de junio de 1979, p. 639).

6. Bien conocen «el hecho de que, si se muestra que el Holocausto es un «mito sionista», el arma más fuerte de todo el arsenal de la propaganda de Israel se derrumba» (el mismo universitario, en «the Left, the Right and the Jews», Quadrant, septiembre de 1979, p. 27);

7. Pueden sentir vértigo ante la idea de que el gran público se enteraría por fin de la candidad de iniquidades que representan todas estas purgas, todos estos procesos en el estilo de la mascarada judicial de Nuremberg, estas confesiones extorsionadas, acerca de cámaras de gas o camiones de gas que jamás han existido, o de esas confesiones acerca de inverosímiles matanzas imputadas a los Einsatzgruppen, estas cacerías de ancianos hasta en los asilos de la tercera edad más de medio siglo después de sus supuestos crímenes, este adoctrinamiento de todas las mentes, desde la escuela hasta la universidad, en los libros, la prensa, por radio, por televisión, en todos los continentes, mañana, tarde, noche y madrugada: todo lo cual viene acompañado de una represión feroz contra los revisionistas, que se ejerce principalmente en Alemania, aún sometida a sus vencedores (y con la cual todavía no se ha firmado ningún tratado de paz); dichos revisionistas han cometido el crimen de reclamar simplemente el derecho de confrontar aplastantes acusaciones sin pruebas, o testimonios que fueron recibidos como fidedignos sin el menor interrogatorio ni contrainterrogatorio sobre la materialidad de los hechos alegados y sin un solo peritaje previo acerca del arma supuesta de un supuesto crimen;

8. En resumen, la pesadilla de estos judíos y de estos sionistas sería el tener que oir repetir dondequiera cierta frasecilla de sesenta palabras que pronunció, hace más de veinte años, en las ondas de Radio Europa n·1, ante el periodista Ivan LevaÏ, un revisionista francés, discípulo de Paul Rassinier. Esta es la frase que en aquella época me ocasionó en París, una ominosa condena judicial :

Las pretendidas cámaras de gas hitlerianas y el pretendido genocidio de los judíos forman una sola mentira histórica, que ha permitido una estafa político-financiera gigantesca, cuyos prinicpales beneficiarios son el estado de Israel y el sionismo internacional y cuyas principales víctimas son el pueblo alemán mas no sus dirigentes y el pueblo palestino entero.

II ¿Cómo llevar el combate para salir de este silencio?

1. En noviembre 2000, he permanecido en Irán por invitación del Centro de estudios estratégicos, oficina directamente comunicada con el presidente de la República, Sr. Mohammed Khatami. No he tenido ningún contacto con la prensa, la radio o la televisión del país, sino solamente con algunas personalidades bien informadas del revisionismo. No he pronunciado ninguna conferencia pública pero sí pude tener un intercambio de algunas horas con el responsable del Institute for Scientific Political Research, el profesor Soroush-Nejad, y algunos de sus colegas. Una vez más, me llamó la atención el conocimiento que tienen algunos iraníes del revisionismo. Entonces se apareció el revisionista suizo Jurgen Graf en Irán, y me alegro de que, algunos meses más tarde, gracias a su intensa actividad y gracias a los contactos que, por mi lado, después de regresar a Francia, había conservado con las autoridades iraníes, el Tehran Times emprendía la publicación de una serie de artículos revisionistas de los cuales el primero llevaría precisamente la firma del profesor Soroush-Nejad;

2. A cambio de las informaciones que he podido proporcionarle, he pedido a mi principal interlocutor en el seno de dicho centro por qué, hasta el presente, el revisionismo no parecía haber suscitado muhas repercusiones en los países árabo-musulmanes. Aceptó enumerar ocho razones. Algunas de estas, a la luz de los acontecimientos más recientes en Palestina, nos parecieron vencidos ya, al uno como al otro; algunos más nos parecieron debidos a malentendidos; otros por fin, conservan desgraciadamente toda su fuerza, y en particular la siguiente razón : en los países occidentales, que deberían predicar con el ejemplo antes de quejarse del silencio de los demás, el número de los revisionistas que se han comprometido resueltamente, adentrándose en el camino abierto por Paul Rassinier, sigue siendo irrisorio, quiero decir, bajo su nombre propio, sin reservas ni maniobras supuestamente listas.

3. Intenté explicar que este lamentable estado de cosas se debe en gran medida a lo que hay que llamar el miedo (metu Judaeorum) que inspira donde quiera el judío quejumbroso y amenazante (miedo que ya experimentaba Cicerón en 59 antes de la era de Cristo). He añadido que todo responsable político de hoy, aunque sea iraní, libanés, chino o japonés, no puede menos que sentir ese mismo miedo ante una comunidad tan rica y poderosa en el mundo occidental que sus dirigentes están en condiciones de invadir los medias con sus recriminaciones y súplicas en cualquier momento para exigir, a fin de cuentas, el boicot económico de la nación culpable cuyos dirigentes no se apresuraren a hacer acto de «arrepentencia» o se resistieren a las exigencias judías;

4. Eentonces enumeré las razones por las cuales los dirigentes de los estados musulmanes debían salir del silencio, a pesar de todo, en buena política, y cómo, en mi opinión, podían hacerlo. No expondré aquí estas razones pero resumiré en estos términos mis sentimientos sobre el camino a seguir : conviene que uno o varios de estos dirigentes crucen el Rubicón con paso resuelto y sobre todo, sin contemplar ninguna marcha atrás. Mi larga experiencia de los judíos o de los sionistas en este campo me convenció que los mistificadores se desconciertan por la osadía del que se atreve a enfrentarse a ellos a plena luz. De la misma manera que al testigo falso, hay que buscarle la mirada para interrogarlo clavándole la vista a los ojos, de la misma forma a los tales Edgar Bronfman, Elie Wiesel, Simón Wiesenthal (estos dos últimos se odian y se envidan more Judaico), o también a los rabinos de los Angeles Marvin Hier y Abraham Cooper se les debe desafiar en proporción a sus amenazas habituales;

5. He puesto en guardia a mis huéspedes contra la tentación de acudir, ni siquiera en un primer momento, a una forma de revisionismo bastardo; ahí también, la experiencia me ha demostrado que el revisionismo acobardado acarrea las palizas. Pero para afianzarse en una posición firmemente revisionista, hace falta conocer bien la argumentación física, química, documental e histórica del revisionismo. Les recordé por ejemplo, que el mito de las supuestas cámaras de gas nazis ya había muerto el 21 de febrero de 1979 cuando, en el diario Le Monde, treinta y cuatro historiadores franceses se habían mostrado incapaces de aceptar el desafío que les planteé en cuanto a las imposibilidades técnicas de estos absurdos mataderos químicos. El gran público desconoce este acontecimiento como desconoce la sucesión de derrotas y debacles padecidas desde 1985 (fecha del primer proceso Zündel en Toronto) por el conjunto de los historiadores holocáusticos. Les pertenece ahora a los dirigentes de los estados musulmanes llevar a plena luz estas noticias que todavía se mantienen secretas;

6. En distintos países, a unos institutos de historia, sociología o estudios políticos se les debería dotar de una sección especializada en el revisionismo histórico. Unos fondos de investigación y archivos permitirían reunirse a investigadores del mundo entero, expulsados de las universidades, de los centros de investigaciones o de las bibliotecas de sus países respectivos por motivo de sus opiniones o tendencias revisionistas, para trabajar con sus colegas de los países musulmanes. Los distintos ministerios de educación, investigación científica, cultura, asuntos extranjeros e información, colaborarían a esta obra de alcance internacional;

7. Teniendo en cuenta que los religionarios del «Holocausto» cultivan no sólo la mentira sino también el odio, sería oportuno fundar en el plano internacional un «Movimviento contra la impostura del «Holocausto» y por la amistad entre los pueblos»;

8. Convendría reequilibrar la relación de fuerzas en las relaciones internacionales invitando a la modestia al personal político o diplomático de las grandes potencias que, siempre dadivosos para regalar lecciones moralizantes, deberían recibir recordaciones sobre la facilidad con la que doblan el espinazo ante una mafia internacional especializada en la mentira, la extorsión y el desprecio a los derechos humanos; la mal llamada comunidad internacional, que no para de invocar esos derechos, debería restablecerlos en el caso de los revisionistas antes de reprochar a los países árabes o musulmanes la intolerancia y el oscurantismo. Semejantes acusaciones se podrían devolver contra los estados que, al no tolerar que se cuestione una leyenda convertida en historia oficial y protegida por leyes especiales, prohiben que se haga la luz sobre ciertos temas históricos;

9. Un medio de información, novedoso y poderoso, internet, permite una difusión acelerada del revisionismo (véanse, en particular, los sitios atribuidos a Ahmed Rami, con sus secciones en lengua árabe); hay una posibilidad para los intelectuales árabo-musulmanes, demasiado influenciados por la ideología dominante de las universidades occidentales donde fueron formados en muchos casos, de desintoxicarse de la droga holocáustica;

10. En resumidas cuentas, la fuerte inquietud que manifiestan los dirigentes judíos y sionistas tanto ante la Intifada de jóvenes palestinos que viven en la indigencia como ante las actividades de los revisionistas desprovistos de recursos económicos o financieros comparables a las de la Gran Mafia Holocáustica hace pensar en el miedo ancestral que sienten tanto los ricos ante los pobres como los colonizadores ante los colonizados y los amos ante la vista de sus esclavos. Los dirigentes judíos y sionistas gimen, amenazan y golpean. Se ven ricos (nunca lo suficientemente, por supuesto), disponen de armas de todo tipo (las de la fuerza bruta y las del chantaje y la extorsión) y saben hacerse temer de todos los dirigentes de las naciones más favorecidas; en particular tienen conciencia de que los dirigentes alemanes están a sus plantas, dispuestos a sangrarse para seguir ofreciendo soldados alemanes contra los enemigos de Israel y prestos a reforzar de manera aún más despiadada su represión del revisionismo. Y sin embargo, judíos y sionistas viven en el terror de tener que enfrentar la valentía de los que ya no tienen nada que perder en la doble Intifada, palestina o revisionista. Los ricos y los poderosos están rabiosos cuando ven que se les puede desafiar, como es el caso para los palestinos, a manos limpias, a pedradas, y en el caso de los revisionistas, empuñando la pluma sola.

III. El blanco principal : «la mágica cámara de gas» (Céline)

Aprendamos a apuntar. No dispersemos nuestros esfuerzos. Entrenémonos a centrar nuestra atención en el centro del dispositivo del adversario. El centro del vasto edificio de imposturas que constituye la religión del «Holocausto» no es más que la mentira de Auschwitz. Y el corazón de la mentira de Auschwitz lo constituye a su vez la prodigiosa «cámara de gas». Ese es el punto al que hay que disparar. Unos carteles llevados por manifestantes árabes o palestinos y con el letrero «El Holocuasto de los judíos es una mentira» o bien «Los seis millones son mentira» seguramente preocuparían a los «extor-sionistas», pero estas formulaciones son aún demasiado imprecisas; nunca acertarán tanto como la fórmula: «las cámaras de gas son mentira» .

Nadie es capaz de enseñarnos, en Auschwitz ni en ninguna otra parte, un solo ejemplar de estos mataderos químicos. Nadie está en condiciones de describirnos la forma exacta y el funcionamiento de una de ellas. No se hallan ni vestigios, ni señal alguna de que hayan existido. Ni un documento, ni un estudio, ni un dibujo. Nada. Nada fuera de algunas lamentables «pruebas» que, cual espejismos, se esfuman en cuanto uno se acerca y que los historiadores judíos mismos, en estos últimos años, se han visto al fin obligados a desechar. A veces, como en Auschwitz, se les hace visitar a los turistas una supuesta cámara de gas «reconstituida» pero los historiadores, así como las autoridades del museo de Auschwitz, saben perfectamente que, según la palabra del historiador francés anti-revisionista Eric Conan, «allí todo es falso» («Auschwitz, la memoria del mal», en L’Express, 19-25 enero 1995, p. 68). No obstante, los judíos tienen suerte. Se les cree cualquier cosa. Casi nadie pide ver este prodigio tecnológico que hubiera sido la cámara de gas nazi, verdadero matadero químico a gran escala. Imagine Usted que le digan que en algún lado existe un avión capaz de transportar dos o tres mil personas en media hora de París a Nueva York (según la vulgata exterminacionista, en una sola supuesta cámara de gas en Auschwitz, se podía matar una hornada de dos o tres mil judíos en media hora). ¿Quién no exigiría, para empezar a creer, que le enseñen al menos una imagen de lo que resultaría un salto tecnológico descomunal, inédito en la historia de la ciencia? ¿Acaso no es éste el tiempo de las ciencias exactas y el audiovisual? ¿Por qué esta repentina timidez cuando se trata de nuestra cámara de gas? Los propaladores están de lo más tranquilos. Te enseñan el equivalente de tu garaje, o de tu cuarto de baño y te dicen : Este es el lugar donde los alemanes gaseaban a los judíos por paquetes de cien o mil». Y tú te lo tragas. Te restregan en las narices unos cabellos iguales a los que se pueden recoger en una peluquería y te afirman, sin sombra de prueba, que son pelos de gaseados. Te proponen zapatos y te les ponen el cuño de «calzado de gaseados.» Te exponen fotografías de muertos, y tú crees ver asesinados. Te dan escalofríos con la visión de hornos crematorios que no son más que algo común y corriente. Existe un medio muy sencillo de demostrarnos que se nos engaña con los rendimientos de los crematorios alemanes de los años cuarenta : oponerles, por comparación, el rendimiento actual de los crematorios más modernos de nuestras ciudades. También conozco un medio imparable de demostrar que las pretendidas cámaras de gas para matar judíos con ácido cianhídrico jamás han podido existir : basta con visitar hoy, como lo hice personalmente en 1979, la cámara de gas de una penitenciaría americana o informarse sobre su naturaleza tan complicada, su estructura tan impresionante así como el procedimiento tan draconianco de una ejecución por gaseamiento, en los años cuarenta o cincuenta, en Carson City (Nevada), en Baltimore (Maryland) o en Parchmann (Mississippi); precisamente, allí las ejecuciones se siguen haciendo con ácido cianhídrico. Son tan temiblemente peligrosas para los ejecutantes que la ejecución de una sola persona exige precauciones drásticas y una tecnología complicadísima (haciendo abstracción de recientes sofisticaciones debidas al progreso científico) con lujo de precauciones).

Sobre este tema, ¡escuchemos a … Céline!

Considero a Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) como el más alto genio de las letras francesas en el siglo XX. Su fuerza, su fineza, su clarividencia eran incomparables. Su existencia, desgraciadamente, fue más que nada un calvario. Desde el día, en 1937, en que empezó a manifestar el temor de ver estallar una segunda guerra mundial, firmó su condena. En la primera guerra mundial, había sufrido heridas graves, y se le espantaban el cuerpo y el alma al divisar que se acercaba otra carnicería. A los judíos no les convenía ese toque de alarma. La mayor parte de sus responsables reclamaba a gritos una cruzada contra Hitler. Lógicamente, Céline había estigmatizado esta gana afiebrada de castigar a Alemania y ese frenético belicismo. Había anunciado la catástrofe, y, como Gran Bretaña y Francia tomaban la iniciativa de entrar en guerra contra Alemania, sólo le había quedado la necesidad de comprobar en qué «camisa de once varas» se había metido Francia. En 1944, se salvó rayando de una justicia expeditiva animada, muy especialmente, por judíos y comunistas. Se refugió en la Alemania agonizante de los últimos meses de la guerra, y después en Dinamarca, país en el que, durante casi año y medio, se le encarceló en las peores condiciones. Cuando al fin pudo volver a Francia, fue para conocer una existencia de réprobo. Francia es un país especialmente cruel para con sus grandes escritores. Lo cierto es que hoy en día, sesenta años después de pulicados respectivamente en 1937, 1938 y 1941, tres de sus obras, magistrales sátiras aborrecidas de los judíos, siguen prohibidas de hecho. Ninguna ley impide en principio que se reediten pero todo el mundo sabe que las organizaciones judías emprenderían la danza del escalpe en caso de que la viuda de Céline, que está viva todavía, autorizara estas publicaciones. Esta es la ley, no escrita, del moderno Talmud.

Se conocen muchos ejemplos más de este privilegio judío; es así, por tomar solamente el ejemplo de un universitario culpable de haber escrito un día una frase revisionista, cómo el economista Bernard Notin, desde 1990, no ha sido autorizado nunca más a impartir clases en su universidad de Lyon. Ninguna ley, ninguna decisión judicial o administrativa ha mediado para significarle tal prohibición. Hoy le toca, en la misma universidad, al profesor Jean-Paul Allard, encontrarse marcado con el signo de Caín por haber presidido una defensa de tesis revisionista. Una verdadera cacería humana se ha organizado en contra de él. Antes, cuando se les hacía notar a los judíos que perseguían a los revisionistas como aves de caza, solían protestar. Osaban pretender que no era así. Pero los tiempos han cambiado. Los judíos ya no se ocultan y se ufanan de sus acciones violentas. El 1 de marzo 2001, el semanario Actualidad judía titulaba » La caza de Jean-Paul Allard está abierta», y el contenido del artículo equivalía a un llamado al asesinato. Las organizaciones prentenden cínicamente darse a temer, e impera hoy, más que nunca, el ancestral «metus regnat Judaeorum». En el caso de J. P. Allard parece que están llegando a sus fines: recientemente, este profesor, extenuado por el toque de acoso, ha sido hospitalizado por un grave accidente vascular cerebral y ha perdido el uso normal de la palabra. Además, los judíos y sus amigos han conseguido que se eche del Centro nacional de la investigación científica (CNRS) a un sociólogo e historiador valioso, el revisionista Serge Thion, y esto según un procedimiento tan arbitrario que el más arrogante de los patronos no podría utilizarlo con el menor empleado sin correr el riesgo de una pesada condena judicial. Y no estoy hablando del calvario que padecen los revisionistas que han peleado sin tapujos, siendo el má s admirable, en mi opinión, tanto por la inteligencia como por el corazón, el alemán Ernst Zündel. Establecido en Canadá desde hace cuarenta años, entabló un combate titánico contra el lobby internacional del «Holocausto» y para que se le haga justicia a su patria difamada. Sin él el revisionismo hubiera seguido en una semi-oscuridad. Pero no se puede remontar la corriente del Niágara a nado, y, frente a una todopoderosa coalición de fuerzas políticas, financieras y judiciales, no le ha quedado más remedio, a pesar de deslumbrantes victorias, que salir de Canadá. En su nuevo exilio, sigue, con ayuda de su esposa germano-americana, Ingrid Rimland, luchando por una justa causa.

Si, al final de esta conferencia, he evocado la alta figura del autor de Viaje al fin de la noche, es por que Céline, por uno de estos relámpagos de genialidad que acostumbraba, sospechaba ya, cinco años después de la guerra, que la supuesta exterminación de los judíos podía no ser más que una fábula, una estafa. Hay que decir que, a partir de 1945, raudales de judíos de Europa central, de los que se creía que habían sido exterminados, habían empezado a abalanzarse sobre Francia, así como sobre otros países occidentales o Palestina; en Francia, se habían venido agregando a una comunidad judía de la cual las cuatro quintas partes se habían salvado de la deportación. En noviembre de 1950, bajo el impacto de la lectura de la primera gran obra de P. Rassinier, La mentira de Ulises , Céline le escribía a su amigo Albert Paraz:

«Rassinier seguramente es un hombre honesto […] su libro, admirable, va a sonar ¡aún cuando tiende a despertar sospechas acerca de la mágica cámara de gas! ¡Y esto no es poco! ¡Un mundo de odios va a empezar a aullarle al iconoclasta! ¡Todo descansaba en la cámara de gas! ¡Lo autorizaba todo!»

Nos toca ahora a nosotros admirar esta lúcida y fulgurante visión de las cosas, tan premonitoria.

Sí, la cámara de gas es verdaderamente «mágica». Como ya lo he dicho, nadie, a fin de cuentas, se ha mostrado capz de mostrarnos una o de dibujarnos una siquiera en respuesta a mi desafío : «Show me or draw me a Nazi gas chamber!» Nadie ha podido explicarnos el funcionamiento de ella. Nadie ha podido decirnos cómo en Auschwitz, los alemanes habrían podido derramar granulados de Zyklon B, poderoso insecticida a base de ácido cianhídrico, por unos supuestos agujeros abiertos en el techo de la «cámara de gas», ya que tal pretendida cámara de gas (en realidad, un cuarto frío para la conservación de los cadáveres en espera de ser cremados) no ha tenido jamás, lo cual puede ser observado por una mirada atenta entre las ruinas, el más mínimo agujero de estos, lo que me llevó a concluir en cuatro palabras : «No holes, no Holocaust»!». Nadie nos ha revelado por qué misterio unos equipos de judíos hubieran podido, bajo órdenes de los alemanes, penetrar impunemente, apenas concluida la supuesta matanza, en esta amplia cámara de gas para sacar, día tras día, hornadas y más hornadas de varios miles de cadáveres amontonados. El ácido cianhídrico es largo y difícil de ventilar : se incrusta en el yeso, el ladrillo, el cemento, la madera, la pintura, y, sobre todo, en la piel y las mucosas : de modo que uno no puede pues entrar, moverse y trabajar en un océano de veneno mortal y tocar allí unos cuerpos que, impregnados de ese veneno, hubieran contaminado a los manipuladores. Es harto conocido además por los especialistas de la desinfección (o desinfestación) que es imperativo, en semejante atmósfera, evitar el esfuerzo físico pues, cuando semejante esfuerzo se le pide al cuerpo, la respiración se acelera y el filtro de la máscara de gas deja entonces entrar el veneno, que habrá de matar al que lleve la máscara. Por fin, nadie ha podido darnos a conocer cómo esos asombrosos judíos del Sonderkommando, arrastradores de los cadáveres de sus correligionarios, podían realizar tales hazañas sin dejar de comer y fumar (versión de la «confesión» atribuida a Rudolf Höss, el más famosos de los comandantes sucesivos de Auschwitz); pues, si bien hemos entendio bien, no llevaban siquiera una máscara, y fumaban en medio de los vapores mortíferos de un gas explosivo. Esto recuerda la flor imaginaria con la cual soñaba el poeta Mallarmé y a la que llamaba «la ausente de todo ramillete»; la cámara de gas nazi, capaz de proezas delirantes es la «ausente de toda realidad»; sigue siendo verdaderamente mágica, pero portadora de una magia siniestra y maloliente, no es más que una pesadilla que habita cerebros judíos mientras que, por su parte, los sacerdotes mayores de la «religión del Holocuasto» se las arreglan para que esta macabra quimera siga asustando al mundo entero de modo a mantenerlo en estado de sideración; lo que pasa es que para ellos se trata de ganarse el pan con eso…

Céline sigue teniendo la razón, cuando añadía acerca de la mágica cámara de gas que «!no es poco!» En realidad, como lo dice más adelante, es todo y lo permite todo. Sin ella, el edificio holocáustico se derrumbaría en totalidad. Pierre Vidal-Naquet, triste pregonero de la lucha anti-revisionista, lo reconoció él mismo cuando, al comprobar que algunos de sus amigos, hartos ya, estaban a punto de tirar por la borda estas engorrosas cámaras de gas, les suplicó que no lo hicieran y lanzó este grito de alarma : «que me perdonen, pero esto es entregar las armas en plena campaña» («Le secret partagé», Le Nouvel Observateur, 21 septembre 1984, p. 80). La cámara de gas nazi sería la única prueba tangible pero, en realidad, imposible de encontrar, de una exterminación física que no tuvo lugar jamás y que se nos describe descaradamente como algo concertado, planificado, de naturaleza monstruosamente industrial y con rendimientos dignos de verdaderas «fábricas de muerte».

Céline tuvo razón por fin al concluir :

«Todo un mundo de odios se va a encontrar obligado a aullarle al iconoclasta!». Personalmente, yo añadriría, más de medio siglo después de ese pronóstico o profecía, que este aullido que se hace cada día más ensordecedor, no ha cesado un instante contra los iconoclastas que son los revisionistas. Con un término bárbaro, estos últimos hoy son llamados «negacionistas» cuando en realidad no niegan nada sino que, al llegar al término de sus investigaciones, afirman que vivimos todos cercados por una gigantesca impostura histórica.

Conclusión

Los revisionistas atormentan de día y de noche a los guardianes de la ley judía y de los que Céline una vez más nuestro Céline- llamaba «el trust de los mártires». Contra los revisionistas que buscan protegerse de él, dicho trust se muestra despiadado. Lleva al suicidio, hiere, desfigura, mata u obliga al exilio. Incendia las casas y quema los libros. Se vale de la policía, de los jueces, de la cárcel. Extorsiona, presiona y roba. Suelta contra nosotros a los perros de la prensa, nos saca de nuestros empleos, nos abruma con injurias. Por nuestra parte, ni uno solo de nosotros ha golpeado jamás a ninguno de estos perpetuos justicieros. El 25 de abril de 1995, en Munich, un revisionista alemán terminó por darse muerte prendiéndose fuego. Quería protestar contra el «Niágara de mentiras» derramado sobre su pueblo. Según los términos de su último mensaje, esperaba que la llama que consumaría su cuerpo ardiese como un fanal para las generaciones venideras. La policía alemana procedió al arresto de las personas que habían venido a depositar unas flores precisamente allí donde acababa de inmolarse Reinhold Elstner. El 13 de mayo de 2000, el alemán Werner Pfeiffenberger, profesor de cincias políticas, terminó dándose la muerte al cabo de una larga persecución judicial desencadenada por un periodista judío de Viena, Karl Pfeifer, quien, en un escrito del universitario, había detectado tufillos revisionistas (llamado por supuesto neo-nazismo).

Los revisionistas viven un drama, y los palestinos una tragedia. Un gran número de niños palestinos están destinados a una suerte patética. Los matones israelíes, a una escala modesta, son los dignos sucesores de la US Air Force, el cuerpo de batalla que, en toda la cruenta historia humana, a contribuido a matar, mutilar, desfigurar o hambrear al mayor número de niños, primero en Alemania y en otras partes de Europa, después en Japón, Vietnam y otras tierras de Asia, más adelante en el Próximo y Medio Oriente, y en muchos puntos más del mundo donde, cada vez, se le adjudica al soldado americano la misión de perseguir a un «nuevo Hitler» e impedir un nuevo «genocidio».

¡Ojalá los dirigentes de los estados musulmanes escuchen los llamados de los palestinos y revisionistas! Nuestros tormentos se asemejan y nuestra intifada es idéntica.

¡Ojalá que estos dirigentes salgan al fin de su silencio acerca de la mayor impostura de los tiempos modernos, la del «Holocausto»!

¡Ojalá denuncien especialmente la mentira de las supuestas cámaras de gas nazis! Después de todo, por parte de los vencedores de la segunda guerra mundial, ni uno solo de los grandes dirigentes aliados, a pesar del odio que le tenían a la Alemania hitleriana, se rebajó hasta pretender que las cámaras de gas habían existido. Durante esa guerra, en sus discursos, como después de la guerra, en sus memorias, ni Churchill, ni de Gaulle, ni Eisenhower han mencionado ni por un momento este demoníaco engendro del cual bien podían ver que había sido trabajosamente regado durante la guerra por oficiales de propaganda. Hace un cuarto de siglo ya, en un libro magistral, el americano Robert Butz llamaba la gran impostura «the Hoax of the Twentieth Century», la mistificación del siglo XX. Este siglo ha concluido y su mistificación ha de desaparecer entre la chatarra de la historia.

La tragedia de los palestinos lo exige, el drama de los revisionistas lo impone, y la causa de la humanidad entera nos imparte el mandamiento a la vez histórico, político y moral : la gran impostura debe ser denunciada. Es un fermento de odio y guerra. El interés de todos está en que los dirigentes de los estados musulmanes salgan al fin de su silencio sobre la impostura del «Holocausto».

Fuente | AAARGH

¿Despuès de Kurt Waldheim y Franjo Tudjman, Hugo Chavez? (05 10 1999)

Hugo Chávez, un antiguo paracaidista de extracción indio-americana, apodado «el golpista de los pobres», es presidente de la República de Venezuela. Puede esperar problemas en sus relaciones con los Estados Unidos y con un buen número de otros países cuyos gobiernos tienen mucho cuidado al considerar las demandas del Congreso Mundial Judío. El tiro en este caso, como en tantos otros, se ha disparado en Alemania cuyos principales medios de comunicación en general y el semanario «Der Spiegel» en particular celosamente transmiten los decretos del lobby judío. En su reciente numero 39 (27 de septiembre de 1999, pág. 224, 226, 228), la revista alemana, en un articulo de Carlos Widmann, dice que Chávez, en sus discursos, cita a menudo a Clausewitz, Nietzsche, Carl Schmitt [«el principal jurista del Tercer Reich»,] y Karl Haushofer pero que las citas en cuestión tienen origen en los trabajos del escritor argentino Norberto Ceresole. Este último hace algunos años despertó la iras de la comunidad judía de su país – un hecho no mencionado por «Der Spiegel» – por sus críticas al Estado de Israel, y desde entonces ha tenido que buscar refugio en España. Norberto Ceresole también es culpable de un crimen imperdonable denunciado por el periodista: «Entre aquéllos cuyo ejemplo Ceresole dice emular está el francés Robert Faurisson, un «negacionista» o negador del Holocausto que es muy conocido en los tribunales criminales. (Texto alemán: «Zu den Vorbildern, auf die Ceresole sich beruft, gehört der Franzose Robert Faurisson – ein gerichtsnotorischer ‘Negationist’, also Holocaust-Leugner.»)

Hugo Chávez, presidente de la República de Venezuela, puede muy pronto tener que reverenciar o a los judíos como otros lo hicieron antes que él, a saber el antiguo presidente austríaco Kurt Waldheim y Franjo Tudjman, presidente de Croacia y autor de un libro revisionista publicado en 1988 bajo un título que, en serbocroata, significa «Los Caminos Erróneos de la Verdad Histórica» (*).

Oct. 5, 1999,

(*) Un antiguo general en el ejército de Tito, F. Tudjman no dudó en este trabajo en poner en duda el genocidio de los judíos o atacar las exageraciones en el asunto del campo de Jasenovac («el Auschwitz croata»). En la quinta edición del libro (1995) procedió a eliminar todos los pasajes de inclinación revisionista. Obtuvo del gobierno argentino la extradición de Dinko Sakic, el comandante de tiempo de guerra de Jasenovac, quien fue condenado ayer por un tribunal croata por «crímenes contra la humanidad» y sentenciado a veinte años de encarcelamiento.

 

Fuente | Tomado de National Journal. Trad de l’aleman en español, dic. 1999. Vease el texto in frances. (RF991005)  | AAARGH

En Lyon, El Affaire Plantin (30 05 1999)

Jean Plantin, treinta y cuatro años de edad, desempleado y residiendo cerca de Lyon, publica la revista Akribeia (una palabra griega que significa «exactitud»). Esta revista lleva como subtítulo Histoire, rumeurs, légendes (Historia, Rumores, Leyendas), y aparece dos veces al año. No es revisionista pero tiene el mérito de examinar con igual imparcialidad las publicaciones exterminacionistas y revisionistas, así como también diversos estudios que tratan con asuntos que no tienen ninguna relevancia en la actual controversia entre exterminacionistas y revisionistas. Así sucede que, en los primeros números de Akribeia, J. Plantin simplemente mencionó tres publicaciones revisionistas cuya venta, exposición y anuncio está prohibido por el ministerio del interior. Precisamente no hizo ningún anuncio de ellas. El 13 de Enero de 1999, fue arrestado en su domicilio y llevado a la comisaría de Lyon donde, durante 24 horas, fue objeto de un tratamiento ignominioso. Entonces de vuelta en su hogar, vio sus dos computadores y los diskettes conteniendo sus archivos confiscados por los funcionarios que realizaron el arresto, quienes también revolvieron en su colección de libros y documentos. Algunos periodistas entonces lanzaron el «affaire Plantin», principalmente en Le Journal du Dimanche, la prensa local y L’Humanité (órgano del Partido Comunista) del 21 Abril (p. 1, 6, 7) bajo los titulares «Filière noire pour revue brune» (Un Camino Negro para una Revista Marrón) (hay que señalar que la cubierta de Akribeia es de un vivo color rojo). Estos periódicos revelaron que en 1990, J. Plantin había obtenido un master en Historia por su tesis titulada «Paul Rassinier (1906-1967), socialiste, pacifiste y révisionniste». Al año siguiente obtuvo el diploma de estudios avanzados, conocido como «DEA» por su trabajo «Les Epidémies de typhus dans les camps de concentration nazis» (Las Epidemias de Tifus en los Campos de Concentracion Nazis). Ninguno de los dos trabajos revestía un carácter revisionista. Pero repentinamente, ahora en 1999, ciertas organizaciones, particularmente judías han hecho saber que consideran el hecho inmoral y que los dos profesores (el primero de la Universidad de Lyon-III, el segundo de Lyon-II) que supervisaron el trabajo de J. Plantin fueron culpables de revisionismo (de «negacionismo», como ellos lo llaman).

Las universidades se conmocionan

Al principio, los profesores implicados, Régis Ladous e Yves Lequin, manifestaron su buena fe. Cayendo presas del pánico, ambos rehuyeron sus responsabilidades. R. Ladous, por su parte, llegó tan lejos que dijo que, si había decidido calificar como «Très bien» (muy bien) el trabajo fue solo para mostrar su desprecio por un trabajo que, a sus ojos, parecía «grotesque»! Entonces, los profesores espontáneamente ofrecieron sus dimisiones de sus puestos como directores del «DEA». Estas dimisiones fueron inmediatamente aceptadas por los rectores de las respectivas universidades. R. Ladous se había distinguido él mismo el 29 Abril de 1993 por, públicamente, apoyar el castigo judicial impuesto a su colega revisionista Bernard Notin (el cual, desde aquel momento hasta la actualidad, ha sido incapaz de retornar a su programa de lectura en Economía en la Universidad de Lyon-III). En cuanto a Y. Lequin, preside el comité de historiadores del Centro de Historia de la Resistencia y la Deportación de Lyon; también es miembro de una comisión recientemente establecida por el Consejo de Lyon para investigar durante el tiempo de guerra «el expolio de la propiedad judía». La prensa local ha revelado multitud de fragmentos del proceso de J. Plantin, realizado en Lyon el 22 de Abril, y sobre las dimisiones de los dos profesores. Se ha revelado también que algunos grupos, notablemente los judíos, están ahora demandando la revocación de las dos titulaciones académicas obtenidas en 1990 y 1991 por J. Plantin (master y «DEA» en historia). Un comité de historiadores y académicos está intentando averiguar por qué Lyon se ha convertido, en su opinión, «en la capital francesa del negacionismo» (con, desde 1978 hasta 1999, la cadena de los affaire Faurisson, Zind, Allard, Notin, y François Robert, y ahora, finalmente este de J. Plantin (1); también están haciendo los preparativos para un seminario de un día en Octubre de 1999 para examinar esta cuestión. Un simposio internacional acerca del problema que ellos llaman «negacionismo» se realizará el año que viene. De momento se está considerando establecer un sistema de veto prospectivo a los estudiantes, en las universidades francesas, en orden a prevenir que cualquier persona sospechosa de revisionismo pueda obtener cualquier clase de título. La Universidad de Lyon-II ha puesto a Bernard Comte, un especialista en historia religiosa, a cargo de trazar una «detallada y extensa cronología de todos los eventos, desde el affaire Faurisson, el cual, de una manera u otra, ha puesto a la universidad en contacto con el negacionismo, ya sea mostrando apoyo o condena».

Los insultos contra el joven historiador eran tales en esta cargada atmósfera por los medios de comunicación que los jueces de Lyon tuvieron que deliberar durante cinco semanas antes de pronunciar un veredicto de culpabilidad el 27 Mayo: sentenciaron a J. Plantin a seis meses de encarcelamiento (suspendido) y a una multa de 10,000 francos (aproximadamente 300.000 pesetas) y le ordenaron pagar 39,000 francos (aproximadamente 1.150.000 pesetas) en daños y costas a asociaciones judías. El equipo profesional requisado en su casa (computadores y archivos en diskettes) ha sido confiscado. J. Plantin tiene diez días de plazo para apelar. Según los periodistas, parece que otro caso contra el joven historiador está en perspectiva, esta vez por el contenido del ultimo numero (el 4) de Akribeia. Por su parte la junta de gobierno de Lyon-II ha decidido comenzar los procedimientos para la revocación del titulo «DEA» de J. Plantin. Es más su trabajo de «DEA» ya no puede ser encontrado en la librería de la universidad y puesto que consecuentemente nadie puede decir nada acerca de su contenido, es sobre la base de este tecnicismo administrativo de la atribución del titulo que la revocación está siendo llevada! Tal es la decisión de la junta, alcanzada por un votación de 30 a favor, nadie en contra, y ocho abstenciones.

El comportamiento del diario Le Monde

Durante muchos años he tenido el habito de denunciar las mentiras de Le Monde, particularmente aquellas que tratan el asunto del revisionismo, por el mismo Le Monde. «Le Monde, diario evasivo ( — continuación –)» es el invariable titulo que he dado a los fragmentos en los cuales, además de una reproducción del artículo que trata la cuestión, mis observaciones pueden ser leídas. Copias de las cuales han sido dirigidas a los periodistas a los que critico y a sus superiores. La experiencia enseña que cuando, por ejemplo, un revisionista o — como es el caso con J. Plantin — un editor sospechoso de revisionismo es ya arrojado a prisión o sentenciado a una elevada multa, este periódico deliberadamente dejará pasar el hecho en silencio o lo minimizará. Aquella misma tarde del veredicto, envié un fax a Le Monde en el cual recapitulé todas las sanciones y penas que el tribunal había recientemente infringido a J. Plantin. Concluí: «Tendrá Le Monde la honestidad, por una vez, de no minimizar ningún aspecto de este proceso?» Hasta la lectura del artículo a cuatro columnas que apareció en su número del 29 de mayo (p. 4), noté que el periódico había, por una vez, mostrando una relativa honestidad, pero otra vez había minimizado y distorsionado. Minimizado, primero, en disminuir el monto del pago por el joven desempleado de los costes y daños de 39,000 a 30,000 francos, luego, olvidando mencionar la confiscación de su equipo profesional (los dos computadores y los archivos de diskettes requisados de su domicilio) y, finalmente, evitando recordar en su relación del fondo del affaire, las ignominiosas condiciones del tiempo de custodia de J. Plantin, condiciones de las cuales Le Monde fue el primero en ser informado por mi propia actuación. Al final distorsiona y amputa una palabra del titulo del trabajo del «DEA»: esta palabra era «nazis», apareciendo la expresión «camps de concentration nazis». Aquella expresión y adjetivo, en el contexto dado, era muy lejana de cualquier revisionismo. De hecho, contrariamente a un rumor periodístico, J. Plantin no ha estado envuelto en el revisionismo histórico. Él se ha esforzado en Akribeia por ser exacto e imparcial. Este es su crimen, su único crimen. En Lyon, una nueva caza de brujas ha empezado, con Le Monde tomando parte en ella. Quizás con un poco menos de veneno y duplicidad que usualmente. Pero tomando parte sin embargo. Hay que decir que Le Monde parece tener una congénita repugnancia a ser exacto con Akribeia (2).

La aventura de J. Plantin

Un intelectual, entrenado en investigación histórica, concienzudo, modesto, altruista, absorto en una benedictina rutina de trabajo, privado de toda clase de recursos financieros, desempleado, decide un día lanzar un altamente erudito periódico histórico. Toma nota del hecho de que en Francia y en el resto del mundo existe una viva controversia histórica oponiendo a los discípulos de una cierta ortodoxia contra aquellos que resisten esa ortodoxia. Se da cuenta que entre los dos ningún debate publico parece posible. Un hombre modesto, él no es el único en intentar crear las condiciones para un imposible encuentro. Simplemente dará cuenta, entre sus otros varios estudios, de los escritos de diversas contribuciones, aquí y allí, tanto de los exterminacionistas como de los revisionistas. Procederá con la mayor imparcialidad posible. Relatará lo que él descubra. En detalle. Con precisión. En un neutral, si no monótono lenguaje. Pero iluminando, un día chocará este aventurero de archivos y librerías. Entonces repentinamente aparecen grupos y facciones que están ofendidos, amordazando con indignación. Ellos se quejan a la universidad, a la policía, a los tribunales. El diabólico enemigo debe ser aplastado. El joven sin empleo perderá, por confiscación, el equipo profesional que todavía posee y el rico le forzará a endeudarse en orden a pagar la «compensación». Al investigador le será prohibido investigar. Al académico que cometa otro desliz le será dicho que tendrá que meditarlo en prisión. Sus títulos le serán retirados. Pronto será arrastrado a ceremonias de expiación, reuniones rituales, cruzadas. J. Plantin ha tenido un duro comienzo. Todavía no ha terminado con el affaire que lleva su nombre.

Notas

(1) Uno puede también citar la sospecha de revisionismo de dos historiadores de Lyon: Gérard Chauvy (a causa de su libro Aubrac, Lyon 1943, en el cual descubre ciertos desagradables hechos concernientes a una bien conocida pareja de resistentes) y Michel Bergès ( siguiendo a su testimonio en el proceso de Maurice Papon).

(2) No es «desde principios de los años 80» que la universidad de Lyon-II ha experimentado controversia acerca del revisionismo sino desde enero de 1978; en lo que me concierne a mí personalmente, yo no era un «maestro de conferencias» sino un completo profesor (primero prohibido de dar clases, luego privado de su cátedra por una inexplicable decisión administrativa). Todavía otros puntos en el artículo de Le Monde podrían, en algún grado, ser corregidos.

Fuente | Original frances: 30 Mayo 1999. Publicacion: Bajo la tirania, Barcelona, 9, 2a Parte (XI), Septiembre 1999, pag. 26-30. | AAARGH

"Introducción", en Ecrits révisionnistes (Escritos revisionistas) 1974- 1998

Introducción (fragmento, pp. XLIV a LV)

LAS ORGANIZACIONES JUDíAS IMPONEN EL CREDO DEL «HOLOCAUSTO»

Como se verá, mi libro toca poco la «cuestión judía».

Si durante tantos años, he seguido investigando en la historia encarnizadamente y sin preocuparme mucho de la «cuestión judía» como tal, es que, en mi opinión, esta no tenía más que una importancia secundaria, y me podía desviar de lo esencial: yo buscaba, antes que nada, determinar la parte que le correspondía a la verdad y al mito en la historia llamada del «Holocausto» o de la Shoah; mucho más me interesaba restablecer la materialidad de los hechos que no buscar las responsabilidades.

Sin embargo, muy a pesar mío, dos hechos me obligarían a salir de mi reserva : la actitud de numerosos judíos hacia mis labores y su insistencia amenazante sobre eso que apasiona a tantos entre ellos : «la cuestión judía».

A principios de los años sesenta, cuando abordé lo que Olga Wormser-Migot iba a llamar, en su tesis de 1968, «el problema de las cámaras de gas», de antemano supe las consecuencias que podía entrañar semejante empresa. El ejemplo de P. Rassinier me advertía que podía temer graves repercusiones. Pero decidí seguir adelante, ceñirme a una investigación de carácter puramente histórico y publicar el resultado. Elegía además dejarle al adversario eventual la responsabilidad de salir del terreno de la controversia universitaria para emplear los recursos de la coercición y tal vez la violencia física.

Esto fue precisamente lo que ocurrió. Utilizando una comparación, podría decir que de alguna manera la frágil puerta del despacho en que redactaba mis escritos revisionistas cedió, un día, súbitamente, bajo la presión de una muchedumbre vociferante de protestararios. No me quedó más remedio que constatar que la totalidad o cuasi totalidad de los encandilados eran hijos e hijas de Israel. «Los judíos» acababan de irrumpir en mi vida. Los descubría de pronto no tales como los había conocido hasta entonces, es decir como individuos distintos unos de otros, sino como elementos imposibles de desprender unos de otros, un grupo unido por el odio, y por usar el término que prefieren, la «cólera». Frenéticos, echando espuma por la boca, en tono que combinaba el gemido y la amenaza, me venían a gritar que mis trabajos los erizaban, que mis conclusiones eran falsas y que tenía que rendir pleitesía a su propia concepción de la historia de la segunda guerra mundial. Esta interpretación casher coloca a «los judíos» en el centro de esa guerra en tanto que víctimas iconfundibles de un conflicto que no dejó de causar unos cuarenta millones de muertos. Según ellos, su masacre era algo único en la historia del mundo. Se me avisaba de que a no ser que me sometiera me arruinarían la carrera universitaria. Y de que me llevarían a los tribunales. Después, por la vía mediática el gran Sanhedrín, formado de los sacerdotes, notables y doctores de la ley judía, lanzó contra mi persona una virulenta campaña de llamados al odio y a la violencia. No haré aquí el recuento de la sarta interminable de afrentas, agresiones físicas y procesos judiciales que me tocó padecer.

Los responsables de estas asociaciones me tratan a menudo de «nazi», cosa que no soy. Más bien, soy, en mi relación con ellas, un «palestino», tratado como tal e inclinado a creer que los judíos en la diáspora tratan a los que les caen mal como lo hacen a ojos del mundo entero en Palestina. Si se quiere mis escritos son las piedras de mi Intifada. Y francamente no descubro diferencia esencial entre la conducta de los responsables sionistas en Tel Aviv o Jerusalén y la de los responsables judíos de París o Nueva York : la misma dureza, el mismo espíritu de conquista y de dominación, los mismos privilegios, sobre un fondo incesante de chantaje, de presiones acompañadas con quejas y gemidos. Esto en cuanto a la dimensión espacial. ¿Acaso sucede algo distinto en el tiempo ? El pueblo judío acaso fue tan desdichado en los siglos pasados como lo pretende ? ¿ Sufrió tantas guerras y guerras civiles como los demás pueblos? ¿ Tantas miserias y congojas padeció? Y ¿ no tuvo verdaderamente ninguna responsabilidad en las reacciones de hostilidad de las que tanto se queja ? Sobre ese punto, escribe Bernard Lazare :

«Si esta hostilidad, esta repugnancia incluso, no se hubieran ejercido en contra de los judíos más que en un país y en una época determinada, sería fácil distinguir las causas estrictas de estos brotes de ira; pero por el contrario, esta raza ha tenido que enfrentar el odio de todos los pueblos entre los cuales se acomodó. Es preciso suponer, ya que los enemigos de los judíos pertenecían a las razas más diversas, y vivían en regiones muy alejadas unas de otras, se regían por leyes diferentes, se gobernaban según principios opuestos, no tenían ni las mismas costumbres, estaban animados por mentalidades disímiles que no les permitía juzgar igualmente sobre cualquier cosa, es preciso pues que las causas generales del antisemitismo radiquen desde siempre en Israel mismo y no entre los que los combatieron.» (1)

Con esto no se trata de afirmar que los perseguidores de los israelitas tenían el derecho de su parte, ni de negar que se cometieron todos los excesos que entrañan los odios vivos, pero sí de postular que los judíos han causado, parcialmente al menos, sus males.

Bernard Lazare que no siente enemistad alguna por sus corregilionarios, –todo lo contrario– tiene la franqueza de recordar en varias oportunidades cuánto han sabido a lo largo de su historia, desde la Antigëdad, adquirir privilegios : «[Muchos] entre la gente pobre eran atraídos por los privilegios concedidos a los judíos.» (2)

En mi cualidad de antiguo latinista, reo perseguido ante los tribunales por organizaciones judías, profesor de universidad impedido de dar sus clases por causa de manifestaciones judías y, por fin, autor prohibido por causa de las decisiones del gran rabinato avaladas por la República francesa, a veces me da por confrontar mis experiencias con las de ilustres predecesores. Es así como recuerdo al aristócrata romano Lucius Flaccus. En el año 59 antes de nuestra era, le tocó a Cicerón defenderlo en particular contra sus acusadores judíos: la descripción que hace el ilustre orador de la influencia, del poder y de los procedimientos de los judíos de Roma en el tribunal me dan a pensar que, si volviera a este mundo, en el siglo XX para defender a un revisionista, practicamente no tendría que cambiar una palabra sobre este punto en su defensa del Pro Flacco.

Como he impartido clases en la Sorbona, también me acuerdo mi mi predecesor Henri Labroue, autor de un libro sobre Voltaire antijudío. A finales del año 1942, en plena ocuapción alemana, en una época en la que nos quieren hacer creer que los judíos y sus defensores se hacían lo más discretos posibles, tuvo que renunciar a impartir sus clases sobre historia del judaísmo. Citemos a André Kaspi : «Una cátredra de historia del judaísmo fue creada en la Sorbona para el año escolar de 1942-43 y confiada a Henri Labroue. Las primeras lecciones dieron lugar a manifestaciones hostiles e incidentes qui acarrearon la supresión del curso.» (3)

Pero hoy en día sin falta serían llevados a los tribunales, por demanda de asociaciones judías, decenas de grandes nombres de la literatura mundial entre los cuales Shakespeare, Voltaire, Víctor Hugo, así como Emilio Zola (el defensor de Dreyfus también escribió la novela El dinero). Entre los grandes nombres de la políticao, incluso Jaurès estaría entre los acusados.

Semejantes reflexiones podrían valerme el epíteto de antisemita o antijudío. Recuso estos calificativos que considero insultos fáciles. No le deseo ningún daño a ningún judío. En cambio, encuentro detestable la manera de actuar de la mayoría de las asociaciones, organizaciones y grupos de presión que pretenden representar los intereses judíos o la «memoria judía».

A los responsables es estas asociaciones, organizaciones o grupos no les cabe en la mente que uno pueda actuar por simple honestidad intelectual. Si, en lo que a mí respeta, he dedicado buena parte de mi vida al revisionismo, primero , en el terreno de los estudios literarios, luego en el de la investigación histórica, no es a raíz de odiosos cálculos o por servir en un complot antijudío, sino por un movimiento tan natural como el que hace que el ave cante, que crezca la hoja, y que, en las tinieblas, el hombre aspire a la luz.

RESISTENCIA NATURAL DE LA CIENCIA HISTóRICA A ESTE CREDO

Como algunos otros revisionistas, yo hubiera podido hacer efectiva mi rendición, hacer acto de arrepentimiento, retractarme; otra escapatoria hubiera podido ser armar complejos y retorcidos estratagemas. Pero decidí, desde los años setenta, resistir dando la cara y a plena luz, y me comprometí conmigo mismo a no entrar en el juego al adversario. Resolví no cambiar nada en mi propia conducta y dejar a los histéricos azuzarse cada día más. Entre los judíos, sólo atendería a aquellos, de especial valor, que se atreverían a salir en defensa mía por lo menos durante una temporada. (4)

Las organizaciones judías en su conjunto tratan de antisemitas a todo el que no adopta su propia concepción de la historia de la segunda guerra mundial.Se les puede comprender ya que el llegar a decir, como estoy haciéndolo aquí, que ellas están entre los principales responsables de la difusión de un mito gigantesco, tiene las apariencias de una opinión derivada del antisemitismo. Pero en realidad no hago más que sacar las conclusiones evidentes de una encuesta histórica que debe ser, según toda verosimilitud, de lo más seria ya que ningún tribunal ha podido detectar –ni siquiera con las pesquisas afiebradas de la acusación– la menor huella de ligereza, de negligencia, de ignorancia deliberada o de mentira.

Además no encuentro motivo para demostrar el menor respeto a grupos de personas que no manifestaron el más mínimo respeto por mis investigaciones, mis publicaciones, mi vida personal, familiar o profesional. Ni ataco ni critico a estos grupos por sus convicciones religiosas o su afecto por el estado de Israel. Todos los grupos humanos se alimentan con fantasmagorías. Cada cual es libre, por consiguiente, de brindarse a sí mismo una representación más o menos real o más o menos imaginaria, de su historia. Pero esta representación es lo que no se debe imponer a los demás. Y las organizaciones judías nos imponen la suya, lo cual es en sí inaceptable y lo es tanto más por cuanto esta representación es obviamente errónea. Y no conozco en Francia otro grupo que haya logrado convertir un artículo de fe de su religión (la de la Shoah) en artículo de la ley republicana; ni otro grupo que se valga del privilegio exorbitante de poseer milicias armadas con el consentimiento del ministerio del Interior; ni otro grupo por fin, que pueda decretar que los universitarios que les caen mal ya no tendrán derecho a enseñar su materia en Francia o en el extranjero (véase, entre otros, el caso Bernard Notin).

POR UN REVISIONISMO SIN COMPLEJO

Los revisionistas no conocen en realidad ni amo ni discípulo. Forman una tropa heterogénea. No gustan de organizarse, lo que representa tantos inconvenientes como ventajas. El individualismo les hace inaptos para la acción concertada; por otro lado los servicios de policía demuestran ser incapaces de penetrar y vigilar un conjunto tan inconexo; no pueden reconstituir una red porque precisamente no existe red revisionista alguna. Son individuos que se sienten libres de improvisar, cada uno según sus aptitudes o sus gustos, una actividad revisionista que tomará las formas más diversas. La calidad de los trabajos emprendidos padece de esta situación, y hay que reconocer que el resultado es desigual. Desde este punto de vista, se puede decir que queda mucho por hacer todavía. El simple aficionado se codea con el erudito, el hombre de acción, el rebuscador de archivos. No he de dar nombres aquí para no catalogar a cada cual. (5)

En cuanto a la manera de librar el combate revisionista, por supuesto los revisionistas se dividen entre partidarios y adversarios de una especie de realismo político. La mayoría considera que, frente a la potencia del tabú, lo mejor es proceder de manera oblicua y no encarar brutalmente a los secuaces de la ortodoxia. Para esos revisionistas, es torpe e imprudente, por ejemplo, tirarse a decir que el «Holocausto» es un mito; sería mejor, según ellos, insinuar que el «Holocausto sí se dio, pero no hasta el grado que comúnmente se supone». Prendados de estrategia o de tácticas, tales revisionistas procurarán cuidar las susceptibilidades judías y son los que van a sugerir, erróneamente, que la parte legendaria del «Holocausto» se le debe achacar principalmente a los comunistas o a los aliados pero no a los judíos, mejor dicho, apenas a estos. Incluso se dan casos de principiantes en el revisionismo que practican la engañosa confusión de presentar a los judíos como víctimas de una especie de creencia universal errónea, en la misma medida que los demás. Se habrían encontrado obligados los judíos, de alguna manera por una fuerza inmanente, a creer en el genocidio y en las cámaras de gas a la vez que la misma supuesta fuerza les llevaba a reclamar más y más dinero por reparación de sufrimientos ficticios. (6) Pásese algún judío errante al campo revisionista, se le festejará como al más genuino genio del reviosonismo. Si retoma a su cuenta, con torpeza, los descubrimientos de sus predecesores no judíos acerca de Auschwitz, se le saludará al recién convertido como un faro del pensamiento científico.

Acepto algunas formas de este realismo político pero con la condición de que no conlleve arrogancia. No hay ninguna superioridad, intelectual o moral, en pensar que el fin justifica los medios y consentir que a veces conviene tomarle prestadas al enemigo las armas del disimulo y la mentira. Ahora bien, a mí personalmente, me agrada más un revisionismo sin complejos ni muchas compromisiones. Declárese el color. Márchese derecho hacia el blanco. Solo, si es preciso. Sin cuidar al adversario. Además una larguísima experiencia del combate revisionista me hace pensar que la mejor estrategia y la mejor táctica pueden consistir en una sucesión de ataques frontales; el contrincante no se la esperaba; nunca se imaginó que se tendría la audacia de desafiarlo así; descubre que ya no da miedo; se desconcierta.

UN CONFLICTO SIN FIN

Cien veces los revisionistas han propuesto a sus adversarios un debate público sobre el genocidio, las cámaras de gas y los seis millones. Las organizaciones judías siempre se han retraído ante esta propuesta. Ya se ha comprobado que no la aceptarán. Por lo menos la iglesia católica admite una forma de diálogo con los ateos, pero la sinagoga no olvidará la ofensa que se le ha hecho (7) y no se resolverá jamás a correr el riesgo de semejante diálogo con los revisionistas. Además, hay demasiados intereses políticos, financieros y morales en juego para que, por su lado, los responsables del estado de Israel o de la Diáspora acepten entablar semejante debate sobre la versión casher de la historia de la segunda guerra mundial.

Continuará pues la prueba de fuerza. No le veo fin. El conflicto al que asistimos entre «exterminacionismo» y «revisionismo» es decir entre una historia oficial, estancada, sagrada, por un lado, y una historia crítica, científica, profana, se inscribe en la lucha sin fin que se entabla en las sociedades humanas desde milenios atrás, entre la fe y la razón o la creencia y la ciencia. La fe en el «holocausto» o Shoah forma parte integral de una religión, la religión hebraica de la cual, mirándolo bien, las fantasmagorías del «Holocausto» no son más que que una emanación. Nunca se ha visto que una religión se derrumbe bajo los golpes de la razón. No ha de desaparecer de la noche a la mañana la religión judía con uno de sus componentes más activos. Según las interpretaciones vigentes, se trata de una religión con mil quinientos años de edad, o tres mil, o cuatro mil años. No hay porqué imaginar que los hombres del año 2000 tengan el privilegio de presenciar en directo el naufragio de una religión tan antigua.

También se oye decir a veces que el mito del «Holocausto» o de la Shoah podría borrarse un día como se desplomó hace poco el comunismo estaliniano o como se hiundirán un día el mito sionista y el estado de Israel. Esto es comparar lo que no es comparable. Comunismo y sionismo descansan sobre bases frágiles: los dos presuponen en el ser humano altas aspiraciones que son ampliamente ilusorias: el desinterés generalizado, la repartición igualitaria entre todos, el sentido del sacrificio, el trabajo en provecho de todos; sus emblemas son, en un caso, la hoz, el martillo y el koljoz, y en el otro la espada, el arado y el kibutz.La religión judía, bajo la indumentaria estrámbotica de la masora o del pilpul, no se detiene en las nubes : apunta hacia abajo para apuntalar el golpe exacto; apuesta a lo real; bajo el manto de las extravagancias talmúdicas y de prestidigitaciones intelectuales o verbales, se nota que está vinculada por encima de todo con el dinero, el rey dólar, el becerro de oro y las blandicias de la sociedad de consumo. ¿Quién puede creer que estos valores perderán algo de su poderío en un futuro próximo? Y, además, cómo la desparición del estado de Israel pudiera acarrear nefastas consecuencias para el mito del «Holocausto»? Al contrario, millones de judíos, obligados a correr o a regresar a los países ricos de Occidente, no dejarían de clamar ante el «segundo holocausto» y ya estarían nuevamente y con mayor estruendo, acusando al mundo entero de esta nueva prueba impuesta al pueblo judío, al cual convendría «indemnizar» una vez más.

Por fin — y esto harto se nota con los relatos del «holocausto» — la religión judía está anclada en lo que tal vez sea lo más profundo en el ser humano : el miedo. Ahí radica su fuerza. Ahí radica la clave de su probable duración a pesar de todos los contratiempos y golpes asestados a los mitos por el revisionismo histórico. Mientras especulen con el miedo, los religionarios judíos siempre saldrán ganando.

Me suscribo a la constatación del sociólogo e historiador Serge Thion (8) : «el revisionismo histórico, que ha ganado todas las batallas intelectuales desde hace veinticinco años, cada día va perdiendo la batalla ideológica. El revisionismo choca con lo irracional, contra un pensamiento cuasi religioso, la negativa a tomar en cuenta lo que proceda de un polo no judío; estamos en presencia de una especie de teología laica de la cual Elie Wiesel es el gran sacerdote internacional consagrado por la atribución del premio Nobel».

EL PORVENIR ENTRE REPRESIóN E INTERNET

Los recién llegados al revisionismo de deberán hacerse ilusiones. Ardua de veras será la tarea. ¿ Acaso menos de lo que fue para Paul Rassinier y sus sucesores más directos? ¿ Acaso será menos feroz la represión?

Personalmente lo dudo. Tal vez el cambio de los equilibrios políticos en el mundo y las técnicas de comunicación les den a las minorías la oportunidad de hacerse oir mejor que en un pasado reciente. Gracias a Internet, para los revisionistas la censura tal vez sea más fácil de burlar, y es de suponer que las fuentes de información histórica se volverán más acequibles.

Esto no quita que en este fin de siglo y de milenio el hombre está llamado a vivir la extraña experiencia de un mundo en que libros, periódicos, radios y cadenas de televisión están más que nunca controlados por el poder del dinero o por la policía del pensamiento mientras que, paralelamente, se desarrollan, a gran velocidad, nuevos medios de comunicación que escapan en parte al control. Parecería un mundo de dos caras : una se estanca y envejece, la otra tiene la desfachatez de la juventud y mira hacia el porvenir. Se observa el mismo contraste en la investigación histórica, la que vigila la policía del pensamiento en todo caso: por un lado los historiadores oficiales, que multiplican las obras sobre el «Holocausto» o la Shoah, se encierran en el terreno de la creencia religiosa o del raciocinio a puertas cerradas mientras que, por otra parte, algunos cerebros independientes se esfuerzan por acatar solamente los preceptos de la razón y la ciencia; gracias a estos últimos, la libre investigación histórica muestra una impresionante vitalidad, especialmente en Internet.

Los partidarios de una historia oficial protegida y garantizada por la ley estarán condenados para siempre a encontrar frente a ellos los contestatarios de una verdad de oficio. Los unos tienen producto de la edad, el poder y el dinero; los otros un porvenir verdadero.

RECRUDECE LA REPRESIóN

Hay un punto sobre el cual el presennte libro puede aportar tanta información a los revisionistas como a los anti-revisionistas: es el de la represión que padecen los primeros por culpa de los segundos.

Cada revisionista recibe sus buenas palizas y sabe lo que le está costando expresarse sobre un tema tabú; pero no siempre tiene conciencia de lo que a la misma hora padecen sus semejantes en otros paíes. En cuanto a los anti-revisionistas, suelen minimizar sistemáticamente la amplitud de sus actos represivos; sólo les duelen sus propios tormentos, comparables a los de Torquemada y de los Grandes Inquisidores: necesitan golpear, golpear siempre; se les cansa el brazo, se acalambran, sufren, gimen; encuentran que si a alguien hay que compadecer, es a los verdugos; se tapan ojos y oídos para evitar ver y oir a todas sus víctimas. A veces incluso se sorprenden, tal vez de buena fe, cuando se les presenta la lista de los revisionistas a los que lograron destruir en su vida personal, familiar o profesional, arruinar con multas y apresar en cárcel, herir de gravedad, vitriolar, matar, empujar al suicidio, mientras que a la inversa no se podría alegar un solo caso en que un revisionista le haya tocado un solo pelo a uno de sus adversarios.

Hay que decir que la prensa procura disimular lo más posible los efectos de esta represión generalizada. En Francia, el diario Le Monde tiene la particularidad de silenciar ciertos horrores que hubieran levantado desfiles de protesta y manifestaciones de todo tipo en el mundo entero si judíos anti-revisionistas al estilo de Vidal-Naquet hubieran sido las víctimas.

A lo sumo, lo mejor que se puede esperar de los apóstoles de la Shoah será una advertencia contra los excesos del anti-revisionismo que podrían dañar la imagen de los judíos y la causa sagrada de la Shoah.

En la oleada de las ultimísimas medidas de represión contra los revisionistas mencionaremos en Francia la revocación de la Educación Nacional de Michel Adam, profesor de historia y geografía en un colegio secundario en Bretaña; con cincuenta y siete años, y cinco hijos que criar, se encuentra privado de cualquier recurso o indemnización. En cuanto a Vincent Reynouard, profesor revocado también, el tribunal de Saint-Nazaire le acaba de condenar el 10 de noviembre de 1998 a tres meses de prisión más diez mil francos de multa por la difusión del Informe Rudolf; con veintinueve años, padre de tres hijos pequeños, se halla sin recursos así como su esposa. En Francia igualmente, está el caso del pastor protestante Roger Parmentier, excluido del Partido Socialista por haber apoyado ante un tribunal a Roger Garaudy mientras Jean-Marie Le Pen está siendo procesado, en Francia y en Alemania, por una declaración anodina sobre «el detalle» de las cámaras de gas. (9)

En Barcelona, el 16 de noviembre, por demanda del Centro Simon Wiesenthal, SOS Racismo-España, las dos comunidades israelitas de la ciudad y el movimiento judío liberal español, el librero Pedro Varela ha sido condenado a cinco años de prisión por «negación del Holocausto» e «incitación al odio racial» por escrito. También se le ha condenado a una multa de treinta mil francos y pesados gastos de justicia. Los 20 972 libros y cientos de cassettes que componen el fondo de sus librería serán destruidos… por el fuego. Su librería había sido objeto de atentados e incendios; varias veces lo habían agredido a él y a la empleada. Y se dice que ahora el Centro Simón Wiesenthal estaría intentando obtener la anulación del doctorado concedido a Pedro Varela hace más de diez años. (10)

En Alemania, se secuestran y se queman cada día más escritos revisionistas. Gary Lauck (ciudadano norteamericano extraditado por Dinamarca hacia Alemania), Gunter Deckert y Udo Walendy siguen presos y se van a sentir dichosos si no les prolonga la prisión bajo cualquier pretexto. Erhard Kemper, de Munster, después de un año de prisión y amenazado con nuevas penas largas que lo mantendría preso posiblemente hasta el fin de sus días, ha tenido que refugiarse en la clandestinidad. Otros alemanes o austriacos viven exiliados.

En Canada, el calvario de Ernst Zündel y sus amigos sigue, ante uno de esos tribunales ad hoc, llamados «comisiones de derechos humanos», en que se ven pisoteados los derechos normales de la defensa; por ejemplo, allí está prohibido demostrar que lo que uno ha escrito corresponde a una verdad comprobable; a estas comisiones no les interesa la verdad; lo único que les interesa es ¡saber si lo que está escrito lastima a algunos! Otras comisiones especiales vinculadas con el Intelligence Service de Canadá toman sus decisiones a puertas cerradas y sobre la base de expedientes no comunicados a los interesados, en caso de que sean revisionistas. En 1999, Ottawa adoptará una ley anti-revisionista que autorizará a la policiía a secuestrar en domicilios privados cualquier libro o material que puediere propagar el revisionismo, según la policía misma; esta misma ley estipulará que los tribunales alinearán su práctica sobre la de las comisiones ad hoc y ya no le permitirán al acusado defenderse invocando la verdad de lo que escribe. (11)

En el mundo entero las asociaciones judías multiplican iniciativas con vistas a la adopción de una ley anti-revisionista específica. Hace poco, en ocasión de una conferencia reunida en Salónica, la Asociación internacional de abogados y juristas judíos ha reclamado la instauración de semejante ley en Grecia y ha dado a conocer que organizaría conferencias idénticas en más de veinte países más. (12)

EL DEBER DE RESISTENCIA

Cualesquiera puedan ser las tempestades y vicisitudes presentes o venideras, el historiador revisionista debe mantener el rumbo. Al culto de una memoria tribal fundada sobre el miedo, la venganza y el lucro, le sobrepondrá la búsqueda obstinada de la exactitud. De esta manera, sin quererlo siquiera, le rendirá la debida justicia a todos los sufrimientos de todas las víctimas de la segunda guerra mundial. Y desde ese punto de vista, él será quien evite cualquier discriminación por la raza, la religión, la comunidad. Por encima de todo, rechazará la impostura suprema con la que culminó el conflicto : el proceso de Nuremberg, el de Tokio y mil otros juicios de la post-guerra en oportunidad de los cuales hoy en día aún, sin tener que rendir la menor cuenta de sus propios crímenes, el vencedor se atribuye el derecho de perseguir y condenar al vencido.

En contra de la visión romántica de Chateaubriand, al historiador no le corresponde «la vengaza de los pueblos», ni mucho menos la venganza de un pueblo que se pretende elegido por Dios.

Sobre cualquier tema, el historiador en general y el historiador revisionista en particular no tienen otra misión que la de comprobar si es exacto lo que se dice. Se trata de una misión elemental, evidente pero — por lo que enseña la experiencia — peligrosa.

NOTAS

(1) Bernard Lazare, El antisemitismo … primera página del capítulo primero.
(2)id., p. 27
(3)A. Kaspi, Los judíos durante la Ocupación, p. 109, n.27.
(4) A veces he oído decir que puede costarle más caro a un judío que a un no judío el profesar el revisionismo. Los hechos desmienten este aserto. Ningún judío ha sido condenado judiciamente por revisionismo, ni siguiera Roger-Guy Dommergue (Polacco de Menasce) quien desde hace años, multiplica los escritos más vehementes sobre lo que llama las mentiras de sus «congénères». Hasta ahora no se han atrevido a aplicarle la ley Pleven (1972) ni la ley Fabius-Gayssot (1990). Conviene no obstante recordar el caso el joven revisionista americano David Cole que muestra hasta qué grado de violencia algunas organizaciones judías pueden acudir a fin de callar a los judíos que han tomado partido por la causa revisionista.
(5) Un investigador independiente que no pretende ser revisionista puede indirectamente aportarle mucho al revisionismo simplemente por la calidad de su trabajo. Solamente daré el nombre de Jean Plantin, responsable de una publicación cuyo título de por sí indica el carácter erudito : Akribeia — que es como se llama esta publicación bianual — significa «exactitud», «cuidado minucioso», que ha dado al francés la palabra «acribie» (cualidad del erudito que trabaja con un cuidado extremo). AKRIBEIA, 45/3 route de Vourles, 69230 Saint Genis Laval. [En español: «cribar : Limpiar una cosa no material de impurezas o cosas no estimables». Akribeia ha empezado a publicar las investigaciones de Enrique Aynat].
(6)Véase el pertinente análisis de Guillermo Coletti «The Taming of Holocaust Revisionismo» [Amaestrando el revisionismo del Holocausto].
(7)»El olvidar no es nuestra virtud principal» (dijo el presidente del Consistorio de Toulouse, según Le Figaro, 9 de octubre de 12997, p.10).
(8) S. Thion es entre otras cosas autor de una obra revisionista que lleva por título luminoso Une allumette sur la banquise [Una cerilla en la banquisa]. Aún si su contenido puede ser dinamita, un trabajo revisionista tal vez no aporte en definitiva más calor ni claridad que una cerilla «en la noche polar, sobre la banquisa de las ideas congeladas» (p. 90).
(9) [ En Francia el propio Robert Faurisson es el que suma más condenas, en forma de multas astronómicas. Además sufrió seis atentados; la revista Le choc du mois, que le había entrevistado en 1989 a raíz de una golpiza que le inutilizó una pierna, y en 1990 en torno a la votación de la ley Gayssot, tuvo que dejar de aparecer, a raíz de la elevadísima multa que le tocó también. Le sigue a Robert Faurisson en el record de la persecución el editor de «La Vieille Taupe» Pierre Guillaume, que además de las agresiones e innumerables multas ha cumplido dos meses de «trabajos de utilidad pública» en el mismo palacio de justicia. Desde la salida del libro de Roger Garaudy, abundantemente multado también, dos libreros han entrado en el ciclo de atentados y procesos (Librairie du Savoir, 5 rue Malebranche, 75005 Paris, y Espace Ulysse, 341 rue Georges-Bonnac, 33000 Bordeaux).
(10) Ver «Un librero español condenado por «apología del genocidio», Le Monde, 19 de noviembre de 1998, p.3; Emmanuel Ratier, Faits et Documents, 1 de diciembre de 1998, p.12.
(11) Ver «Crackdown on hate materials planned», National Post, 25 de noviembre de 1998.
(12) Ver Athens News, 28 de junio de 1998, p.1.

Fuente | Robert FAURISSON, «Introducción», en Ecrits révisionnistes (Escritos revisionistas) 1974- 1998, edición privada no comercializada, 4 tomos, 1995 páginas, marzo de 1999 (fragmento, pp. XLIV a LV). | AAARGH

"Maurice Papon e Yves Jouffa, la ley del embudo" (9 de agosto de 1997)

A Maurice Papon, de ochenta y seis años de edad se le acusa de haber participado, entre julio de 1942 y mayo de 1944, mientras era secretario general de la prefectura de Gironda, en Burdeos, al envío de 1560 personas de origen judío, internadas en el campamento de Merignac y encaminadas a Drancy antes de ser deportadas a Auschwitz. Comparece desde el 8 de octubre de 1997 ante la audiencia de lo criminal de Gironda por cómplice de asesinatos, cómplice de detenciones y secuestros ilegales, crímenes calificados como «crímenes contra la humanidad», en claro y de hecho, crímenes contra los judíos.

Yves Jouffa, de setenta y siete años, es uno de los que hacen coro a la acusación. Resulta que la Enciclopedia política francesa (Tomo 1, Faits et Documents, 1992, p.363) le dedica una nota, a cargo de Emmanuel Ratier. Según dicha nota, Y. Jouffa, responsable de las Juventudes socialistas en 1939, estuvo internado en Drancy durante más de un año (20 de agosto de 1941 – septiembre de 1942). Las autoridades francesas lo soltaron, no estuvo deportado, e ingresó en la Unión General de Israelitas de Francia (UGIF), de la cual su padre era tesorero, para trabajar en una fábrica de aviación en Belleville. Dicen que es presidente de honor de la Sociedad de antiguos deportados e internados del campo de Drancy. De 1984 a 1991, presidió la Liga de los Derechos Humanos. Fungió como abogado en varios juicios contra autores revisionistas, entre los cuales abogó por mi propia condena.

El 28 de enero de 1997, por televisión, canal 1, el periodista Paul Amar sacó en su programa «El mundo de Lea» una entrevista a M. Papon. En una frase, este recordó que en el campo de Drancy una alta personalidad judía participaba en la selección de los judíos con destino a Auschwitz. Este señalamiento iba a provocar la furia de Daniel Schneidermann, periodista de Le Monde y responsable en el canal 5, del programa «Arrêt sur image» (Le Monde, 2-3 de febrero, p.39; La Cinq, 12h30-13h30).

Al principio, creí que M. Papon aludía a Robert Blum que firmaba sus notas, incluyendo las relativas a la preparación de los convoyes de deportación : «El lugarteniente Blum, al mando del campo de Drancy» (in Maurice Rajsfus, Drancy, Manya ed. 1991, p.234-275; y mi artículo «Le milliard des juifs… ou du Maréchal Pétain?», in Rivarol, 7 février 1997, p.6-7).

En realidad, el aludido era el Doctor Y. Jouffa. ¿Sabía este que enviaba a sus correligionarios hacia lo que después se llamó a través de los medias un «campo de exterminio» ? Y si él no lo sabía, quién hubiera podido saberlo ?

¿Se le liberó a Y. Jouffa del campo de Drancy en septiembre de 1942 ? ¿Fue entonces a trabajar a una fábrica de aviación en Belleville, y por cuenta de la aviación militar alemana?

Formaron parte él y su padre de aquellos innumerables «judíos marrones» (expresión retomada por M. Rajsfus) que colaboraron con los poderes de la Ocupación, se beneficiaron por ello de la protección activa -e incluso financiera- del mariscal Pétain, y prepararon el Asalto al Velódromo de Invierno en julio de 1942?

¿Formaron ellos parte de todos aquellos judíos auto-amnistiados en 1944-1945 por unos «tribunales de honor» mientras una espantosa «depuración» afectaba a los tantísimos franceses que no podían alegar el ser judíos?

9 de agosto de 1997

Fuente | AAARGH