Yambo de las mujeres

De modo diverso la divinidad hizo el talante de la mujer
desde un comienzo. A la una la sacó de la híspida cerda:
en su casa está todo mugriento por el fango,
en desorden y rodando por los suelos.

Y ella sin lavarse y con vestidos sucios,
revolcándose en estiércol se hincha de grasa.

A otra la hizo Dios de la perversa zorra,
una mujer que lo sabe todo. No se le escapa
inadvertido nada de lo malo ni de lo bueno.
De las mismas cosas muchas veces dice que una es mala,
y otras que es buena. Tiene un humor diverso en cada caso.

Otra, de la perra salió; gruñona e impulsiva,
que pretende oírlo todo, sabérselo todo,
y va por todas partes fisgando y vagando
y ladra de continuo, aun sin ver nadie.
No la puede contener su marido, por más que la amenace,
ni aunque, irritado, le parte los dientes a pedradas,
ni tampoco hablándole con ternura,
ni siquiera cuando está sentada con extraños;
sino que mantiene sin pausa su irrestañable ladrar.

A otra la moldearon los Olímpicos del barro,
y la dieron al hombre como algo tarado. Porque ni el mal
ni el bien conoce una mujer de esa clase.
De las labores sólo sabe una: comer.
Ni siquiera cuando Dios envía un mal invierno,
por más que tirite de frío, acerca su banqueta al fuego.

Otra vino del mar. Ésta presenta dos aspectos.
Un día ríe y está radiante de gozo.
Cualquiera de fuera que la ve en su hogar la elogia:
No hay otra mujer más agradable que ésta
ni más hermosa en toda la tierra.
Al otro día está insoportable y no deja que la vean
ni que se acerque nadie; sino que está enloquecida
e inabordable entonces, como una perra con cachorros.
Es áspera con todos y motivo de disgusto
resulta tanto a enemigos como a íntimos.
Como el mar que muchas veces sereno
y sin peligro se presenta, alegría grande a los marinos,
en época de verano, y muchas veces enloquece
revolviéndose en olas de sordo retumbar.
A éste es a lo que más se parece tal mujer
en su carácter: al mar que es de índole inestable.

Otra procede del asno apaleado y gris,
que a duras penas por la fuerza y tras los gritos
se resigna a todo y trabaja con esfuerzo
en lo que sea. Mientras tanto come en el establo
toda la noche y todo el día, y come ante el hogar.
Sin embargo, cuando se trata del acto sexual,
acepta sin más a cualquiera que venga.

Y otra es de la comadreja, un linaje triste y ruin.
Pues ésta no posee nada hermoso ni atractivo,
nada que cause placer o amor despierte.
Está que desvaría por la unión de Afrodita,
pero al hombre que la posee le da náuseas.
Con sus hurtos causa muchos daños a sus vecinos,
y a menudo devora ofrendas destinadas al culto.

A otra la engendró una yegua linda de larga melena.
Ésta evita los trabajos serviles y la fatiga,
y no quiere tocar el mortero ni el cedazo
levanta ni la basura saca fuera de su casa,
ni siquiera se sienta junto al hogar para evitar
el hollín. Por necesidad se busca un buen marido.
Cada día se lava la suciedad hasta dos veces,
e incluso tres, y se unta de perfumes.
Siempre lleva su cabello bien peinado,
y cardado y adornado con flores.
Un bello espectáculo es una mujer así
para los demás, para su marido una desgracia,
de los que regocijan su ánimo con tales seres.

Otra viene de la mona. Ésta es, sin duda,
la mayor calamidad que Zeus dio a los hombres.
Es feísima de cara. Semejante mujer va por el pueblo
como objeto de risa para toda la gente.
Corta de cuello, apenas puede moverlo,
va sin trasero, brazos y piernas secos como palos.
¡Infeliz, quienquiera que tal fealdad abrace!
Todos los trucos y las trampas sabe
como un mono y no le preocupa el ridículo.
No quiere hacer bien a ninguno, sino que lo que mira
y de lo que todo el día delibera es justo esto:
cómo causar a cualquiera el mayor mal posible.

A otra la sacaron de la abeja. ¡Afortunado quien la tiene!
Pues es la única a la que no alcanza el reproche,
y en sus manos florece y aumenta la hacienda.
Querida envejece junto a su amante esposo
y cría una familia hermosa y renombrada.
Y se hace muy ilustre entre todas las mujeres,
y en torno suyo se derrama una gracia divina.
Y no le gusta sentarse con otras mujeres
cuando se cuentan historias de amoríos.
Tales son las mejores y más prudentes
mujeres que Zeus a los hombres depara.
Y las demás, todas ellas existen por un truco
de Zeus, y así permanecen junto a los hombres.

Pues éste es el mayor mal que Zeus creó:
las mujeres. Incluso si parecen ser de algún provecho,
resultan, para el marido sobre todo, un daño.
Pues no pasa tranquilo nunca un día entero
todo aquel que con mujer convive,
y no va a rechazar rápidamente de su casa al hambre,
odioso compañero del hogar, dios de mal temple.

Cuando piensa un hombre gozar de mejor ánimo
en su hogar, por gracia de los dioses o fortuna humana,
encuentra ella un reproche y se arma para la batalla.
Pues donde hay mujer no puede recibirse con agrado
ni siquiera a un huésped que acude a la casa.
La que parece, en efecto, que es la más sensata,
Ésa resulta ser la que más ofende a su marido,
y mientras anda él de pasmarote, sus vecinos
se ríen a su costa, viendo cuánto se equivoca.

Cada uno hará elogios recordando a su propia
mujer, y censuras cuando evoque a la de otro.
¡Y no advertimos que es igual nuestro destino!
Porque éste es el mayor mal que Zeus creó,
y nos lo echó en torno como una argolla irrompible,
desde la época aquella en que Hades acogiera
a los que por causa de una mujer se hicieron guerra

 

Fuente | Carlos García Gual | Antología de la poesía lírica griega.Siglos VII-IV. Madrid. Alianza.1983

Fragmento 1 D. Indefensión y vulnerabilidad del hombre

Hijo mío, Zeus tonante dispone el fin de todo lo existente y lo dispone como quiere. Los hombres carecen de entendimiento. Vivimos el día a día como animales, ignorantes por completo del final que la divinidad dará a cada cosa. La esperanza y la convicción alimentan a todos y mientras tanto se lanzan a empresas imposibles. Unos aguardan la llegada de un día determinado, otros esperan que pasen rodando los años. Pero no hay mortal que no espere llegar con los años a conseguir riqueza y fortuna; pero la decrépita vejez les llega mucho antes de que logren obtener su meta. Otros son consumidos por penosas enfermedades. Otros, aniquilados por Ares, los proyecta Hades bajo la tierra negra. Algunos, en alta mar, zarandeados por la tormenta y los golpes de las negras olas, encuentran la muerte cuando tratan de sobrevivir. y hay otros incluso que, empujados por su triste destino, se cuelgan de una soga y abandonan voluntariamente la luz del sol. Así que nada existe sin daño, sino que las formas de muerte son incontables y las penas y las desgracias de los hombres son imprevisibles. ¡Ojalá me escucharan! No desearíamos tantas desdichas ni entre tantos duros dolores nos desgarraríamos el alma.

1 D

Muchacho, Zeus tonante guarda el fin
de todo, y lo dispone a su albedrío.
Mas los hombres no saben: criaturas
de un día, cual ganado, vivimos ignorantes
del término que el dios depara a cada cosa.
Sin embargo, esperanza y fe alimentan
nuestras vanas empresas: éste aguarda
que pase un día, y aquél, las vueltas de los años.
Pero mortal no hay que al año próximo
no quiera hacerse amigo de riquezas y bienes.
Y la vejez no ansiada se adelanta, y lo alcanza
antes que lo consiga. A otros mortales
matan males horribles; y a otros Hades envía
bajo la negra tierra, por sentencia de Ares.
En cambio otros, en la mar, golpeados
por tempestad y muchas y relumbrantes olas,
perecen, incapaces de vivir.
Otros, en un destino mísero, se atan
una soga y, de grado, dejan la luz del sol.
Nadie está, pues, libre de mal, y miles
son las muertes y las desgracias imprevistas
del mortal, y los daños. Pero si me atendieran
no buscaríamos penas, ni nos torturaríamos
en nuestro corazón cuando el dolor acuda.

 

Traducción: Juan Manuel Macías

29 D

Esto es lo más hermoso que dijera el de Quíos:
«cual la generación de las hojas, así la de los hombres».
Pocos mortales hay que, al oírlo, lo guardaron
consigo, pues a todos asiste una esperanza
arraigada en el pecho de los jóvenes.
Mientras dura la ansiada flor de la juventud
con espíritu leve se traman imposibles:
la vejez nadie espera, ni la muerte,
ni nadie con salud piensa en enfermedades.
Ingenuos, así es su corazón: ignoran
que de la juventud y vida el tiempo es poco
para el mortal. Mas tú, que sabes esto, ten coraje en tu espíritu
y goza las cosas buenas hasta el fin de tus días.

 

Traducción: Juan Manuel Macías

Semónides de Amorgos, Isla de Samos, VII-VI a. C.