El roble

 

I – Economía de los bosques

ANTES, joven, el árbol se cerraba
como un puño. Sus ramas fuertes, juntas,
formaban una copa impenetrable
que apenas conseguía hacer temblar
el viento. Sus raíces se clavaban
firmes como puñales en la tierra,
profundas hasta el centro.

Ahora, tras la estación dura del año,
abre sus ramas, viejo y mustio, casi
dejándolas que caigan por cansancio,
como un abrazo a lo que venga: lluvia,
insectos, pájaros…que no atrapaba
cerrando el puño. Rinde ya su cuerpo
a la muerte y ofrece su cadáver
abierto a que lo habiten. Ya florecen
los brotes verdes de esta economía:
pequeñas criaturas colonizan
su muerta arquitectura de raíces
y ramas, como los soldados usan
de establo los vestigios de algún templo
sagrado y milenario.

 

II – Ritos de invierno

EL roble sigue en pie, negro y enjuto,
cubierto por la última nevada.
Con las ramas quebradas por el viento,
como una mano inmensa y esquelética,
pide limosna al cielo, mendigando,
calor al aire frío de la noche.
De repente, la luz lunar le viste
su desnudez, le colma. Alzan sus dedos
delgados la hostia blanca de la luna,
temblando, como un sacerdote anciano
que celebra sus últimos oficios,
los ritos del invierno. Pordiosea
resurrección.

 

de «La lucha por el vuelo» Ediciones Rialp, 2017

Una imagen posible (Apagón analógico)

Dios respira en silencio de estrellas
Pablo García Baena

 

TODAVÍA se ven en los tejados
viejas antenas de televisión
atentas a cualquier señal del cielo.
Son delgadas y frágiles,
como los juncos, las espigas,
al borde de quebrarse
con chasquidos metálicos
por los golpes del viento.

Ahora quedan inútiles
y observan ciegas este firmamento,
muy fijamente,
como ancianas que escrutan en el rostro
de un joven enfermero
los rasgos familiares de los nietos.

Algunas duermen
en el sueño oxidado
de la resignación.
Otras, insomnes,
en las terrazas miran las estrellas
y recuerdan su voz.

 

Una imagen imposible, 2018. (Ed. Pre-Textos)

El dique

 

El dique tendido sobre el mar,
criatura deshecha en mil heridas
que dividen su cuerpo, igual reposa
la persona que acuesta en su colchón
los mil pedazos de su vida, juntos
solo por ocupar un mismo espacio.
Espera conciliar un sueño donde
la noche se derrame en sus heridas
y llene con su sombra las fisuras,
cicatrice la carne y la reúna.
Pero el mar siempre embiste, siempre excava
en las llagas con garras espumosas.
Penetra, ahonda.

La fuga eterna

 

Y de repente, duda, cesa, muere.
Antes soplaba el viento sobre el álamo
y el árbol se encendía como un alma
enamorada, como llama viva
gracias a un soplo de aire. Parecía
que el temblor del espíritu agitase
sus ramas y sus hojas, otorgándole
lugar, leyenda, nombre. Desolado
se extingue, como un pábilo de vela
al que la misma brisa que le dio
la vida lo apagase.

Amonites

 

En las manos invierna el amonites.
Aún no ha llegado su resurrección,
la que espera al final de su letargo,
aquella que, con fe de mártir, quiso
cuando se hundió en el lecho del océano.
Su postura parece la de un sueño,
acurrucado sobre sí, durmiendo
hasta que los inviernos de este mundo
cesen. Quizá despierte bajo el roce
de una mirada calurosa, amable,
que conozca su nombre y su destino.
Pero queda varado ante los ojos
de un poeta que ignora la respuesta
a la pregunta de su cuerpo, echado
a una orilla desierta como un tronco
podrido o el cadáver de algún pez,
a las manos de un dios que desconoce
cómo resucitarlo.

Pertenencias

 

Camino solo por la playa, mientras
desentierran los últimos turistas
sus sombrillas. La luz del chiringuito
y una chispeante música lejana
les llaman al paseo junto al puerto.
Anochece, y no hay nadie que anochezca
junto al mar, que no cesa en su constante
amor y nos regala, aún siendo tarde,
la espumosa frescura de sus olas
en esta noche sofocante y grávida.
Besa mis pies desnudos y arenosos
una lánguida ola y llega como
si hubiese recorrido mil kilómetros
-¿de qué oscuro rincón del mundo viene?-.
Pero alcanza a morir hoy a mi cuerpo
solitario en la playa, convertido
en lugar santo de peregrinaje,
en cementerio deseado. Tenue,
una felicidad me invade: sé
que en una noche de este mundo una ola
fue solo mía.
Y mientras me paseo
por la arena descalzo, voy dejando
mis huellas en la tierra recién húmeda,
a la que doy la forma de mis pasos,
como sólo mi cuerpo puede darla.
Ya esta comarca no ha de serme ajena.

Sergio Navarro Ramírez, Marbella, 1992

I – La costumbre de amanecer

 

Duermes como si hubieses olvidado
que hay otro mundo.

Tu llave respiración
rasguña
la cerradura de la sombra.

Pego mi herida a tu cama. Cuando pase, las noches siguientes pondré mi oreja en la
herida y escucharé las olas de tu cuerpo, como si el mío fuese una caracola.

Recuerde el zumbar de mosca
en la sala atán callada
sobr’el oxo.
El postrero aliento embosca
una puerta non çerrada
a reyno floxo
por do paresçe el Rey,
mas la mosca pone en frente
el su azul,
ante el cielo do estey,
ante la eternal füente
de la luz. [i]

Miro la muerte
crecerse lenta por tu oscuro,
redondearse,
hacerse tu mirada blanca y llena.

 

 

[i] Los fragmentos en cursiva de los poemas corresponden a traducciones libres hechas por el propio autor.

V – Un cementerio es un lenguaje

 

Digo tu nombre en vano.
Tu cuerpo se ha olvidado de ser tú.

Leo lápidas. Los nombres son el lugar donde no están los muertos.

El silencio nos sila
en sus dedos de anémona.

Esta tu agua delgada
en poca marea baña
los navíos.
Quand el agua es baxada
tu muerte seca nos dapña
e tu vazío.
Somos encalladas barcas.
Lid de tormenta nos hiende,
váse la vida,
quedamos cual viexas cartas
con que una voz su amor tiende
non respondidas.

La boca, su sal de pipa hueca. Encierra un vacío anterior a ella misma, como una palabra fuera de un instante.

Cuándo sabré
que te hiciste esa nada
para ponerte fruto en mi lengua.

VII – Cena en la salita de no estar

 

En la noche silençiosa
gritaron los hombres “¡Llamas!
Por mi centro
se inçindieron espantosas,
por la casa que más ama
mi muxer dentro.
De la çeniza elebo
voz cual fumo de dolor
en la ruina,
mas habrá el mundo nuevo
e carne e cassa mexor
por devinas.

Quito la taza.
Debajo está la mesa.
Las cosas sangran cosas, se suceden.
Si alguna vez quitase
esta taza sin mesa
que la suceda y tape el hueco,
abriría un sumidero.
Desaguaría esta sombra
y tú aparecerías
por él, niña escondida
cansada de esconderse.

Al apagar la tele
inunda el cuarto
la noche, su verdad.

Hay que perder los ojos
para hablar con los muertos.

VIII – Un cielo mental

 

Es como una música detrás de la pared. Uno inventa una habitación para su belleza.
Algo así es el cielo.

Tu nombre suena
y emerge un continente
al otro lado de la niebla.

Assí tal la estrella norteña
está siempre estable y queda
en el çielo,
el mi corazón non sueña
con la tan traidora rueda
del anhelo.
Non mudaremos de vida.
Non araremos los llanos
con cuchillos
pues, ¿cómo la madre herida
podría a los muertos indianos
recibillos?
Aquí habemos de aguardar
a los muertos cual el valle
a los rayos
e morir en nuestro hogar
car en vientre de la madre
reencontrallos.

Si hay un lugar posible
para lo imposible que eres
es esta orilla junto a las medusas
y las plumas de calamar,
los bañadores olvidados
después de los niños.

Amanecimos
con una llave de tristeza
en la mano dormida.
Fuimos abriendo las puertas del mundo
hasta entonces pequeño como un cuerpo.

IX – Urbanización

 

Es así de sencillo:
la verdad no es un pozo
de donde rescatamos chorreando
tu recuerdo de niña detenida.

De repente, el mundo tiene quicio.
Los cuerpos tiemblan, ceden,
son pomos bajo el peso de las manos.

Fue piedat quien me arrancó
de la obscuridat pagana
de la tierra
e la muerte me alumbró
la perdida noche humana
do se yerra.

Hoy en el jardín
el sol enciende los limones
entre nuestras oscuras ramas.
El día suena a repique metálico
de palas contra un muro, a hormigonera.
Al otro lado
del lugar donde estemos
los muertos nos construyen una casa.

Sergio Navarro Ramírez, Marbella, 1992
Resumen
Sergio Navarro Ramírez, Marbella, 1992
Título del artículo
Sergio Navarro Ramírez, Marbella, 1992
Descripción
El roble I – Economía de los bosques ANTES, joven, el árbol se cerraba como un puño. Sus ramas fuertes, juntas, formaban una copa impenetrable
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Publicado por
Ersilias
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