La espada

 

Yo he forjado mi acero sobre el yunque sonoro,
al musical redoble del martillo potente,
y he adornado, en mis noches de trabajo paciente,
con líricos emblemas su cazoleta de oro.

Su rica empuñadura vale un tesoro,
y su hoja, fina y ágil, pulida y reluciente,
al girar en el aire vertiginosamente,
brilla al sol con la ráfaga fugaz de un meteoro…

Yo quise que en mi verso, como en mi espada, hubiera
románticos ensueños y cánticos triunfales
-la gloria por escudo y el amor por cimera-,

como aquellos famosos hidalgos medievales,
que acoplaban los hilos de una gentil quimera
al épico alarido de las trompas marciales.

 

De ‘Las rosas de Hércules’

Vacaciones sentimentales, I

 

Cortijo de Pedrales, en lo alto de la sierra,
con sus paredes blancas y sus rojos tejados,
con el sol del otoño y el buen olor a tierra
húmeda, en el silencio de los campos regados.

Bajo la dirección tenaz de los mayores
se fomentó la hacienda y se plantó la viña;
y más tarde sus hijos, que fueron labradores,
regaron con su egregio sudor esta campiña.

Todo está como ellos lo dejaron: la entrada
con su parral umbroso y el portalón de encina;
aún la vieja escopeta de chispa, abandonada,
herrumbroso trofeo, decora la cocina.

Allí los imagino, con ademán sereno,
bajo las negras vigas del recio artesonado,
al presidir la mesa, partiendo el pan moreno
sus diestras, que supieron conducir el arado;

o en la quietud benigna del campo bien oliente,
mientras el agua clara corre por los bancales,
de codos sobre el mango de la azada luciente
e inclinadas a tierra las testas ancestrales…

¡Oh, el perfume de aquellas existencias hurañas,
que ignoraron, en medio de estos profusos montes,
si tras estas montañas habría otras montañas
y nuevos horizontes tras estos horizontes!

La casa blanca al borde de las espigas rubias,
la conciencia serena y el hambre satisfecha,
los ojos en las nubes que han de traer las lluvias
y el alma en la esperanza de la buena cosecha…

Y así fueron felices… De toda su memoria
solo quedó esta página inocente y tranquila:
¡vivieron largamente, sin ambición ni gloria,
su vida fue una égloga dulce como una esquila!

 

De ‘Las rosas de Hércules’

Vacaciones sentimentales, IV

 

Entonces era un niño con los bucles rizados:
a la tarde, solía jugar por el jardín,
feliz con mi trompeta, mi caja de soldados,
sin más novelerías que los cuentos de Grimm.

Había algunas niñas, amigas de mi hermana:
Leopoldina era rubia con oros de trigal;
Carmencita, morena como una sevillana;
¡Lucila era tan pálida!… Y la traviesa Juana
reía en el crepúsculo su risa de cristal…
Esta era la alegría: en cuanto era llegada
se poblaba de trinos el amplio caserón,
con su vestido blanco, su carita rosada
y aquellos labios, rojos como una tentación…

De todas las muchachas era la preferida:
ella fue mi primera visión sentimental…
Al recordar ahora su silueta querida,
siento que mi alma tiene dulzuras de panal…
Yo estaba enamorado de mi amiguita… Un día
en que el sol de su risa brilló más retozón,
eché a correr tras ella por ver si la cogía,
y la cogí… Y, entonces, como ella se reía,
yo besé aquella risa, que era mi tentación…

 

De ‘Las rosas de Hércules’

Vacaciones sentimentales, X

 

Tarde de oro en Otoño, cuando aún las nieblas densas
no han vertido en el viento su vaho taciturno,
y en que el sol escarlata, de púrpura el poniente,
donde el viejo Verano quema sus fuegos últimos.

Una campana tañe sobre la paz del llano,
y a nuestro lado pasan en un tropel confuso,
aunados al geórgico llorar de las esquilas,
los eternos rebaños de los ángeles puros.

Otoño, ensueños grises, hojas amarillentas,
árboles que nos muestran sus ramajes desnudos…
Solo los viejos álamos elevan pensativos
sus cúpulas de plata sobre el azul profundo…

Yo quisiera que mi alma fuera como esta tarde,
y mi pensar se hiciera tan impalpable y mudo
como el humo azulado de algún hogar lejano,
que se cierne en la calma solemne del crepúsculo…

 

De Las rosas de Hércules (libro primero)

Oda al Atlántico, I

 

Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico,
con sus faroles rojos en la noche calina,
y el disco de la luna bajo el azul romántico
rielando en la movible serenidad marina…

Silencio de los muelles en la paz bochornosa,
lento compás de remos en el confín perdido,
y el leve chapoteo del agua verdinosa
lamiendo los sillares del malecón dormido…

Fingen, en la penumbra, fosfóricos trenzados
las mortecinas luces de los barcos anclados,
brillando entre las ondas muertas de la bahía…

Y de pronto, rasgando la calma, sosegado,
un cantar marinero, monótono y cansado,
vierte en la noche el dejo de su melancolía…

 

de ‘Poemas del mar’

Oda al Atlántico, II

 

Era el mar silencioso…
Diríase embriagado de olímpico reposo,
prisionero en el círculo que el horizonte cierra.
El viento no ondulaba la bruñida planicie
y era su superficie
como un cristal inmenso afianzado en la tierra.
En lucha las enormes y opuestas energías,
las potencias caóticas, sustentaban bravías
el equilibrio etéreo
– a la estática adicto y al Aquilón reacio –
en un inmesurable atletismo de espacio:
lo infinito del agua y el infinito aéreo…

 

de ‘Poemas del mar’

Oda al Atlántico, IV

 

Es una inmensa concha de vívidos fulgores:
cuajó el marismo en ella la esencia de sus sales
y en sus vidriadas minas quebraron sus colores
las siete iridiscentes lumbreras espectrales.

Incrustan sus costados marinos atributos
−nautilos y medusas de nacaradas venas−
y, uncidos a su lanza, cuatro piafantes brutos
con alas de pegasos y colas de sirenas.

Vedlos: ¡cómo engallardan las cabezas cornígeras!
Ensartadas de perlas vuelan las recias crines,
y entre sus finas patas, para el galope alígeras,
funambulescamente, rebotan los delfines…

El agua que inundara los flancos andarines
chorrea en cataratas por el pelo luciente.
¡Oh, cuán abiertamente

se encabritan y emprenden la carrera, fogosos,
los ijares enjutos, los belfos espumosos,
al sentir en las ancas las puntas del tridente…!

 

de ‘Poemas del mar’

Oda al Atlántico, V

 

Llegaron invadiendo las horas vespertinas,
el humo, denso y negro, manchó el azul del mar,
y el agrio resoplido de sus roncas bocinas
resonó en el silencio de la puesta solar.
Hombres de ojos de ópalo y de fuerzas titánicas,
que arriban de países donde no luce el sol,
acaso de las nieblas de las Islas Británicas
o de las cenicientas radas de Nueva York…
Esta tarde, borrachos, con caminar incierto,
en desmañados grupos se dirigen al puerto,
entonando el «God save» con ton desigual…
Y en un ¡hurra! prorrumpen con voz estertorosa
al ver, sobre los mástiles, ondear victorio

 

de ‘Poemas del mar’

Canto XVI

 

Puerto desconocido, desde donde partimos
esta noche, llevándonos el corazón opreso,
cuando estamos a bordo, y en el alma sentimos
brotar la melancólica ternura del regreso…

Silencio: tras los mástiles la luna, pensativa,
en las inquietas ondas su plenitud dilata;
y en el cielo invadido por la pereza estiva,
las estrellas fulguran como clavos de plata…

¡Oh, sentirnos tan solos esta noche infinita,
cuando, acaso, un suspiro de nuestra fe marchita
va a unirse al encantado rumor del oleaje!…

Y emprender, agobiados, la penosa partida
sin que un blanco pañuelo nos dé la despedida
ni haya una voz amiga que nos grite: ¡Buen viaje!

 

de ‘Poemas del mar’

Oda al Atlántico, XXIV

 

¡Atlántico infinito, tú que mi canto ordenas!
Cada vez que mis pasos me llevan a tu parte,
siento que nueva sangre palpita por mis venas
y, a la vez que mi cuerpo, cobra salud mi arte…
El alma temblorosa se anega en tu corriente.
Con ímpetu ferviente,
henchidos los pulmones de tus brisas saladas
y a plenitud de boca,
un luchador te grita ¡Padre! desde una roca
de estas maravillosas Islas Afortunadas…

 

de ‘Poemas del mar’

Honor para vosotros, y gloria a los primeros

 

¡Honor para vosotros, y gloria a los primeros
que arriesgaron la vida sobre los lomos fieros
del salvaje elemento
de la mar dilatada:
nautas sin otro amparo que la merced del viento,
y sin más brujulario para la ruta incierta
que la carta marina de la noche estrellada,
sobre sus temerarias ambiciones abiertas!…

 

de ‘Poemas del mar’

Y volvieron, al cabo, las febricientes horas

 

Y volvieron, al cabo, las febricientes horas,
el sol vertió su lumbre sobre la pleamar,
y resonó el aullido de las locomotoras
y el adiós de los buques, dispuestos a zarpar.

Jadean chirriantes en el trajín creciente
las poderosas grúas… y a remolque, tardías,
las disformes barcazas andan pesadamente
con sus hinchados vientres llenos de mercancías;

nos saluda a lo lejos el blancor de una vela,
las hélices revuelven la luminosa estela…
Y entre el sol de la tarde y el humo del carbón,

la graciosa silueta de un bergantín latino
se aleja lentamente por el confín marino,
como una nube blanca sobre el azul plafón.

 

De ‘Poemas del mar’

Poemas del mar, Final

 

Yo fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño,
argonauta ilusorio de un país presentido,
de alguna isla dorada de quimera o de sueño
oculta entre las sombras de lo desconocido…

Acaso un cargamento magnífico encerraba
en su cala mi barco, ni pregunté siquiera;
absorta, mi pupila las tinieblas sondaba,
y hasta hube de olvidarme de clavar la bandera…

Y llegó el viento Norte, desapacible y rudo;
el vigoroso esfuerzo de mi brazo desnudo
logró tener un punto la fuerza del turbión;

para lograr el triunfo luché desesperado,
y cuando ya mi brazo desfalleció, cansado,
una mano, en la noche, me arrebató el timón…

Tomás Morales Castellano, Las Palmas, 1884-1921

Criselefantina

 

Unge tu cuerpo virgen con un perfume arménico,
muéstrame de tu carne juvenil el tesoro,
y ruede sobre el mármol de tu perfil helénico
la cascada ambarina de tus bucles de oro.

Eres divina, ¡oh reina!, tu carne es nacarina,
y tienen tus contornos, olímpicos, los bellos
contornos de una estatua. ¡Oh reina, eres divina,
desnuda, bajo el áureo temblor de tus cabellos!

Nuestro tálamo espera bajo un rosal florido,
donde una leve luna trémulamente irradia
aquel claror tan plácido que iluminara un nido
en un vergel recóndito de la amorosa Arcadia…

También un nido aguarda a los nuevos esposos:
es un tálamo blanco de blancas flores lleno,
de olorosos jazmines y nardos olorosos,
casi tan albos como la albura de tu seno…

Serás reina entre flores, serás la compañera
de las rosas más blancas, la más fragante y pura.
Ya el lecho que te ofrenda la dulce primavera
suspira por la breve carga de tu hermosura.

Yo amaré, entre las flores, tu perfume abrileño,
y al verte entre mis brazos, ilusionada y loca,
yo te daré el rimado búcaro de un ensueño
a cambio de las mieles de tu exquisita boca.

El cielo será un palio sobre nuestra fortuna,
un surtidor lejano dirá una serenata,
y al sentirnos dichosos, bajo un rayo de luna,
abrirá nuestras venas un alfiler de plata…

Yo besaré tus labios tierna, cupidamente
−tus senos en mis manos, con languidez opresos−;
su plegaria nocturna suspenderá la fuente
para aprender el ritmo de tus últimos besos.

Un salmo acariciante preludiarán las hojas,
y moriremos viendo cómo las albas flores,
al fluir de la sangre, se van tornando rojas
como el lecho de púrpura de los emperadores…

 

Poema de ‘Asuntos varios’

Poemas de la ciudad comercial

 

Reciente está el día
del prodigio: hería
Helios tus fronteras con rayos paternos,
cuando en armonía
pactaron tu sino los dioses eternos.

(…)

Es la Plaza. Gente
que detrás del medro corre diligente
y a tu seno el brillo de tu bolsa atrajo;
mas este tumulto que afluye y rebosa
no es el que despierta concurrencia ociosa,
sino el combativo rumor del trabajo.
Es trajín, premura,
ideal de letras, números y cuentas;
es la oportunista labor que asegura
el lucro: locura
de compras y ventas…

 

¡Oh, la casa canaria, manantial de emociones!

 

¡Oh, la casa canaria, manantial de emociones!
Irregularidad de las anchas ventanas,
con dinteles que arañan devotas inscripciones
y, pintadas de verde, las moriscas persianas…
Llena está su fachada de un superior reposo,
y bajo la cornisa que festona la hiedra,
el corredor volado del balcón anchuroso
con retorcidos fustes y gárgolas de piedra…
–Se alboroza el espíritu ante un zaguán desierto:
de las plantas del patio viene un vaho fragante;
un descuido ha dejado el portón entreabierto,
como una insinuación a pasar adelante.–
Dentro será más bella: habrá tiestos floridos
y, soto las arcadas, colgantes jardineras;
habrá fuertes pilares de tea, renegridos,
sostén de las crujías y amor de enredaderas.
Y en el sombroso fondo del oscuro pasillo,
una clásica «pila» con su loza chinesca,
con la destiladera llena de culantrillo
y el bernegal de barro rebosando agua fresca.
¡Ah, la mansión pacífica de los antecesores!
Tienes luz de familia, tienes paz de santuario,
claramente embebida de cosas interiores:
¡para soñar o amar, albergue extraordinario!

 

De ‘Poemas de la ciudad comercial’

Poemas de la ciudad comercial. La calle de Triana.

A Domingo Doreste

 

La calle de Triana en la copiosa
visión de su esplendor continental:
ancha, moderna, rica y laboriosa,
arteria aorta de la capital…

La calle del comercio, donde ofrece
el cálculo sus glorias oportunas,
donde el azar del agio se ennoblece
y se hacen y deshacen las fortunas.

Donde el urbano estrépito domina
y se traduce en industrioso ardor,
donde corre sin tasa la esterlina
y es el english spoken de rigor.

El sol del archipiélago dorando
los rótulos en lenguas extranjeras,
y los toldos de lona proyectando
sombra amigable sobre las aceras.

Y por ellas profusos peatones
de vestes y semblante abigarrados;
y, cual derivación, en los balcones,
los pabellones de los consulados.

Todo aquí es extranjero: las celosas
gentes que van tras el negocio cuerdo,
las tiendas de los indios, prodigiosas,
y el Bank of British, de especial recuerdo…

Extranjero es el tráfico en la vía,
la flota, los talleres y la banca,
y la miss que, al descenso del tranvía,
enseña la estirada media blanca…

Todo aquí es presuroso, todo es vida;
y, ebria de potestad, en la refriega,
la ciudad, cual bacante enardecida,
al desenfreno comercial se entrega…

Y al alma, que es, al fin, mansa y discreta,
tanta celeridad le da quebranto…
y sueña con el barrio de Vegueta,
lleno de hispano-colonial encanto…

Grand Canary… La gente ya comprende;
y, bajo un cielo azul y nacional,
John Bull, vestido de bazar, extiende
su colonización extraoficial…

Teide

 

Tú presenciaste el triunfo de las antiguas divinidades:
la posesión de Europa por la cornuda bestia bovina
y la asunción radiosa que llenó el orbe de claridades,
al brotar de las olas, como una perla, Venus divina…

Y un día que al ensueño dabas, rendido, la ardiente entraña,
despertado, de pronto, por inaudito tropel sonoro,
viste pasar a Heracles, que coronaba la nueva hazaña,
llevando contra el pecho las encendidas manzanas de oro.

Con mengua de tu aliento fue consumada la audaz quimera,
contra empresa tan loca nada, en desquite, tu esfuerzo pudo:
antes que el vivo arroyo de tu venganza corrido hubiera,
ya el detentor mancebo ganaba el agua, bello y desnudo…

En vano tus enojos vomitan rayos; en vano, ardientes,
dan a los cuatro puntos, agostadoras, tus oriflamas;
las yeguas de tu furia buscan en vano por las vertientes,
lanzando por los belfos enardecidos relinchos-llamas…

 

De ‘Himno al volcán’

Tomás Morales Castellano, Las Palmas, 1884-1921