Primera fotografía de Hitler

 

¿Y quién es este niño con su camisita?
Pero ¡si es Adolfito, el hijo de los Hitler!
¿Tal vez llegue a ser un doctor en leyes?
¿O quizá tenor en la ópera de Viena?
¿De quién es esta manita, de quién la orejita, el ojito, la naricita?
¿De quién la barriguita llena de leche? ¿No se sabe todavía?
¿De un impresor, de un médico, de un comerciante, de un cura?
¿A dónde irán estos graciosos piecitos, a dónde?
¿A la huerta, a la escuela, a la oficina, a la boda
tal vez con la hija del alcalde?

Cielito, angelito, corazoncito, amorcito,
cuando hace un año vino al mundo,
no faltaron señales en cielo y en la tierra:
un sol de primavera, geranios en las ventanas,
música de organillo en el patio,
un presagio favorable envuelto en un fino papel de color rosa.
Antes del parto, su madre tuvo un sueño profético:
ver una paloma en sueños, será una buena noticia;
capturarla, llegará un visitante largamente esperado.
Toc, toc, quién es, así late el corazón de Adolfito.

Chupete, pañal , babero, sonaja,
el niño, gracias a Dios, está sano, toquemos madera,
se parece a los padres, al gatito en el cesto,
a los niños de todos los demás álbumes de familia.
Ah, no nos pondremos a llorar ahora, ¿verdad?,
mira, mira, el pajarito, ahora mismo lo suelta el fotógrafo.

Atelier Klinger, Grabenstrasse, Braunen,
y Braunen no es una muy grande, pero es una digna ciudad,
sólidas empresas, amistosos vecinos,
olor a pastel de levadura y a jabón de lavar.

No se oye el aullido de los perros, ni los pasos del destino.
El maestro de la historia se afloja el cuello
y bosteza encima de los cuadernos.

La habitación del suicida Seguramente crees que la habitación estaba vacía. Pues no. Había tres sillas bien firmes. Una lámpara buena contra la oscuridad. Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos. Un buda despreocupado. Un cristo pensativo. Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda. ¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones? Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos. Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos negras. Saskia con una flor cordial. Alegría, divina chispa. Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador tras las fatigas del canto quinto. Moralistas, apellidos estampados con sílabas doradas sobre lomos bellamente curtidos. Los políticos justo al lado se mantenían erguidos. No parecía que de esta habitación no hubiera salida, al menos por la puerta, o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana. Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar. Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía. Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba. Y si yo te dijera que no había ninguna carta. Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos en un sobre vacío apoyado en un vaso.
Las tres palabras más extrañas Cuando pronuncio la palabra Futuro, la primera sílaba pertenece ya al pasado. Cuando pronuncio la palabra Silencio, lo destruyo. Cuando pronuncio la palabra Nada, creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.
Wisława Szymborska, poeta, Prowent (actual Kórnik, Polonia), 1923-2012
Un terrorista: Él observa La bomba explotará en el bar a las trece veinte. Ahora apenas son las trece y dieciséis. Algunos todavía tendrán tiempo de salir. Otros de entrar. El terrorista ya se ha situado al otro lado de la calle. Esa distancia lo protege de cualquier mal y se ve como en el cine: Una mujer con una cazadora amarilla: ella entra. Un hombre con unas gafas oscuras: él sale. Unos chicos con vaqueros: ellos está hablando. Trece diecisiete y cuatro segundos. Ese más abajo tiene suerte y sube a una moto, y ese más alto entra. Trece diecisiete y cuarenta segundos. Una niña: ella va andando con una cinta verde en el pelo. Sólo que de repente ese autobús la tapa. Trece dieciocho. Ya no está la niña. Habrá sido tan tonta como para entrar, o no, eso ya se verá cuando vayan sacando. Trece diecinueve. Y ahora como que no entra nadie. En vez de entrar aún hay un gordo calvo que sale. Pero parece que busca algo en sus bolsillos y a las trece veinte menos diez segundos vuelve a buscar sus miserables guantes. Son las trece veinte. Qué lento pasa el tiempo. Parece que ya. Todavía no. Sí, ahora. Una bomba: la bomba explota.
Experimento Antes de la película, en la que los actores hicieron lo posible para conmoverme e incluso hacerme reír, proyectaron un curioso experimento con una cabeza. La cabeza momentos antes aún pertenecía a… ahora estaba cortada, todo el mundo pudo ver que no había tronco. Por la nuca colgaban las tuberías del aparato gracias al que la sangre circulaba todavía. La cabeza se encontraba bien. Sin señales de dolor, o siquiera de sorpresa, seguía con la mirada el movimiento de la luz de una linterna. Movía las orejas cuando sonaba un timbre. con su nariz húmeda sabía distinguir entre el olor a tocino y la inodora inexistencia, y lamiéndose con evidente gusto segregaba saliva en honor a la fisiología. Fiel cabeza de perro, bondadosa cabeza de perro, cuando la acariciaban, entornaba los ojos creyendo que era todavía parte de un todo que encorvaba el lomo bajo una caricia y meneaba la cola. Pensé en la felicidad y sentí miedo. Porque si sólo de eso se trataba en la vida, la cabeza era feliz.
Un gato en un piso vacío Morir, eso no se le hace a un gato. Porque qué puede hacer un gato en un piso vacío. Trepar por las paredes. Restregarse entre los muebles. Parece que nada ha cambiado y, sin embargo, ha cambiado. Que nada se ha movido, pero está descolocado. Y por la noche la lámpara ya no se enciende. Se oyen pasos en la escalera, pero no son ésos. La mano que pone el pescado en el plato tampoco es aquella que lo ponía. Hay algo aquí que no empieza a la hora de siempre. Hay algo que no ocurre como debería. Aquí había alguien que estaba y estaba, que de repente se fue e insistentemente no está. Se ha buscado en todos los armarios. Se ha recorrido la estantería. Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado. Incluso se ha roto la prohibición y se han desparramado los papeles. Qué más se puede hacer. Dormir y esperar. Ya verá cuando regrese, ya verá cuando aparezca. Se va a enterar de que eso no se le puede hacer a un gato. Irá hacia él como si no quisiera, despacito, con las patas muy ofendidas. Y nada de saltos ni maullidos al principio.
Wisława Szymborska, poeta, Prowent (actual Kórnik, Polonia), 1923-2012
La mujer de Lot Tal vez miré hacia atrás por curiosidad. Pero además de curiosidad pude tener otras razones. Miré hacia atrás porque me dio tristeza la escudilla de plata. Por distracción: amarrándome el cordón de la sandalia. Para no mirar más la nuca justa de mi marido, Lot. Por la seguridad repentina de que si yo muriera, él no se detendría Por la desobediencia natural de los humildes. Escuchando cómo nos perseguían. Conmovida por el silencio, pensando que Dios cambiaría de idea. Nuestras dos hijas se perdían ya tras la colina. Sentí la vejez en mí. El alejamiento. Lo inútil de viajar. Sueño. Miré hacia atrás mientras ponía mi hatillo en el suelo. Miré hacia atrás preocupada por el siguiente paso. En mi camino aparecieron serpientes, arañas, ratones de campo y polluelos de buitre. Ni buenos, ni malos; simplemente lo vivo, todo, brincaba y se arrastraba por un temor colectivo. Miré hacia atrás por soledad. Por la vergüenza de huir a escondidas. Por las ganas de gritar, de regresar. O porque justo entonces se soltó el viento, desató mi pelo y me levantó el vestido. Sentí que me veían desde los muros de Sodoma y se morían de risa, una y otra vez. Miré hacia atrás llena de rabia. Para gozar plenamente su ruina. Miré hacia atrás por todas las razones mencionadas. Miré hacia atrás sin querer. Fue sólo que una roca giró gruñendo bajo mis pies. Que una grieta de pronto me cortó el paso. En la orilla un hámster agitaba las patas delanteras. Y entonces ambos miramos hacia atrás. No, no. Yo seguí corriendo, arrastrándome y trepando hasta que la oscuridad cayó del cielo, y con ella grava ardiendo y aves muertas. Por falta de aliento varias veces perdí el equilibrio. Si alguien me hubiera visto, pensaría que bailaba. Es posible que haya tenido los ojos abiertos. Que haya caído mirando hacia la ciudad.
Instante Camino por la ladera de una verdeante colina. Hierba, florecillas en la hierba, como si fuera un cuadro para niños. Un neblinoso cielo ya azulea. Una vista sobre otras colinas se extiende en silencio- Como si aquí nada hubiera de cámbricos, silúricos, ni rocas gruñéndose las unas a las otras, ni abismos elevados, ninguna noche en llamas ni días en nubes de oscuridad. Como si no pasaran por aquí llanuras en febriles delirios, en helados temblores. Como si sólo en otros lugares se agitaran los mares y desgarraran las orillas de los horizontes. Son las nueve y media hora local. Todo está en su sitio en ordenada armonía. En el valle un pequeño arroyo cual pequeño arroyo. Un sendero en forma de sendero desde siempre hasta siempre Un bosque que aparenta un bosque por los siglos de los siglos, amén, y en lo alto unos pájaros que vuelan en su papel de pájaros que vuelan. Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante. Uno de esos terrenales instantes a los que se pide que duren.     Traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano
Una del montón Soy la que soy. Casualidad inconcebible como todas las casualidades. Otros antepasados podrían haber sido los míos y yo habría abandonado otro nido, o me habría arrastrado cubierta de escamas de debajo de algún árbol. En el vestuario de la naturaleza hay muchos trajes. Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte. Cada uno, como hecho a la medida, se lleva dócilmente hasta que se hace tiras. Yo tampoco he elegido, pero no me quejo. Pude haber sido alguien mucho menos individuo. Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre, partícula del paisaje sacudida por el viento. Alguien mucho menos feliz, criado para un abrigo de pieles o para una mesa navideña, algo que se mueve bajo el cristal de un microscopio. Árbol clavado en la tierra, al que se aproxima un incendio. Hierba arrollada por el correr de incomprensibles sucesos. Un tipo de mala estrella que para otros brilla. ¿Y si despertara miedo en la gente, o sólo asco, o sólo compasión? ¿Y si hubiera nacido no en la tribu debida y se cerraran ante mí los caminos? El destino, hasta ahora, ha sido benévolo conmigo. Pudo no haberme sido dado recordar buenos momentos. Se me pudo haber privado de la tendencia a comparar. Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera lo que habría significado ser alguien completamente diferente.
Las nubes Con la descripción de las nubes debería darme mucha prisa, en una milésima de segundo dejan de ser ésas y empiezan a ser otras. Es propio de ellas no repetirse nunca en formas, matices, posturas y orden. Sin la carga de ningún recuerdo se elevan sin problemas sobre los hechos. ¡De qué van a ser testigos!, en un segundo se disipan en todas direcciones. Comparada con las nubes la vida parece tener los pies sobre la tierra, se diría que es inmutable y prácticamente eterna. Frente a las nubes hasta una piedra parece un hermano en el que se puede confiar y las nubes, nada, primas lejanas y frívolas. Que exista la gente si quiere, y después que se muera uno tras otro, poco les importa a las nubes esas cosas tan extrañas. Sobre toda Tu vida y también la mía, aún incompleta, desfilan pomposas igual que desfilaban. No tienen la obligación de morir con nosotros. No necesitan ser vistas para poder pasar. .
Negativo En un cielo pardo una nube más parda todavía y el negro círculo del sol. A la izquierda, es decir a la derecha, la blanca rama de un cerezo con sus negras flores. En tu oscuro rostro blancas sombras. Te sentaste a la mesa y pusiste en ella tus agrisadas manos. Pareces un espíritu que intenta invocar a los vivos. (Como aún me cuento entre ellos debería cobrar presencia y dar unos golpes: buenas noches, es decir, buenos días, adiós, mejor dicho, bienvenido. Y no escatimarle preguntas a ninguna respuesta si el sujeto es la vida o, lo que es lo mismo, la tormenta que precede a la calma.
Wisława Szymborska, poeta, Prowent (actual Kórnik, Polonia), 1923-2012
El teléfono Sueño que me despierto porque oigo el teléfono. Sueño la seguridad de que me llama un muerto. Sueño que estiro la mano para alcanzar el teléfono. Pero ese teléfono, distinto al que era, se ha vuelto pesado, como si agarrara a algo, como si se clavara en algo, como si sus raíces se enredaran con algo. Tendría que arrancarlo junto con toda la Tierra. Sueño mi forcejeo inútil. Sueño con el silencio porque ya no suena. Sueño que me duermo y me despierto de nuevo.
El silencio de las plantas La relación unilateral entre vosotras y yo no va mal de todo. Sé lo que es hoja, pétalo, espiga, piña, tallo y lo que os pasa a vosotras en abril y en diciembre. Aunque mi curiosidad no es correspondida, me inclino especialmente sobre algunas y hacia otras levanto la cabeza. Tengo nombres para vosotras: arce, cardo, narciso, brezo, enebro, muérdago, nomeolvides, y vosotras no tenéis ninguno para mí. Hacemos el viaje juntas. Y durante los viajes se conversa ¿o no? se intercambian opiniones al menos sobre el tiempo o sobre las estaciones que pasan volando. Temas no faltan, porque nos unen muchas cosas. La misma estrella nos tiene a su alcance. Proyectamos sombras según las mismas leyes. Intentamos saber cosas cada una a su manera y en lo que no sabemos también hay semejanza. Lo aclararé como pueda, preguntadme y ya está: qué es eso de ver con los ojos, para qué me late el corazón o por qué mi cuerpo no echa raíces. Pero cómo contestar a preguntas nunca hechas, si además se es alguien para vosotras tan nadie. Musgo, bosque, prados y juncales, todo lo que os digo es un monólogo y no sois vosotras quienes lo escucháis. Hablar con vosotras es necesario e imposible. Urgente en una vida apresurada y está aplazado hasta nunca.
Platón o el porqué Por oscuros motivos, en desconocidas circunstancias el Ser Ideal ha dejado de bastarse a sí mismo. Podría haber durado y durado, sin fin, hecho de la oscuridad, forjado de la claridad en sus somnolientos jardines sobre el mundo. ¿Para qué diablos habrá empezado a buscar emociones en la mala compañía de la materia? ¿Para qué necesita imitadores torpes, gafes, sin vistas a la eternidad? ¿Cojeante sabiduría con una espina clavada en el talón? ¿Desgarrada armonía por agitadas aguas? ¿Belleza con desagradables intestinos en su interior y Bondad -para qué con sombra, si antes no tenía-? Ha tenido que haber algún motivo por pequeño que aparentemente sea, pero ni siquiera la Verdad Desnuda lo revelará ocupada en controlar el vestuario terrenal. Y para colmo, esos horribles poetas, Platón, virutas de las estatuas esparcidas por la brisa, residuos del gran Silencio en las alturas…
Una niñita tira del mantel Desde hace más de un año se está en este mundo, y en este mundo no todo se ha examinado y puesto bajo control. Ahora a prueba están las cosas que no pueden moverse solas. Hay que ayudarlas en eso, correrlas, empujarlas, cogerlas de un lugar y trasladarlas. No todas quieren, por ejemplo el armario, la cómoda, la inflexible pared, la mesa. Pero ya el mantel sobre la testaruda mesa -si se lo agarra bien de las orillas- muestra disposición al viaje. Y sobre el mantel los vasos, los platitos, una jarrita con leche, cucharitas y un tazón hasta tiemblan de ganas. Muy interesante, qué movimiento elegirán cuando se agiten en el borde: ¿recorrido por el techo? ¿vuelo alrededor de la lámpara?, ¿salto a la ventana y de ahí al árbol? El señor Newton no tiene aún nada que ver con eso. Que mire desde el cielo y agite los brazos. Esta prueba tiene que hacerse. Y se hará.
Charco Recuerdo muy bien ese miedo infantil. Evitaba los charcos tras la lluvia, sobre todo los recientes. Alguno podría no tener fondo, aunque se pareciera a los otros. Me meto y de pronto me caigo toda, comienzo a volar hacia abajo, y más y más abajo, en dirección a las nubes reflejadas y a lo mejor más allá. Luego se seca el charco, se cierra sobre mí, y yo atrapada para siempre –dónde- en un grito que no sale al aire. Solamente después llegó el entendimiento: no todos los accidentes siguen las reglas del mundo, y aun si lo quisieran, no pueden suceder.
Wisława Szymborska, poeta, Prowent (actual Kórnik, Polonia), 1923-2012
Primer amor Dicen que el primero es el más importante. Eso es muy romántico, pero no es mi caso. Algo entre nosotros hubo y no hubo, sucedió y tuvo su efecto. No me tiemblan las manos cuando encuentro pequeños recuerdos y un fajo de cartas atadas con una cuerda -si al menos fuera una cinta-. Nuestro único encuentro tras los años fue una conversación de dos sillas junto a una fría mesita. Otros amores hasta ahora respiran profundamente en mí. A éste le falta aliento para suspirar. Y sin embargo justo así, como es, puede algo que los otros no pueden todavía: no recordado, ni siquiera soñado, me acostumbra a la muerte.
Algo sobre el alma Alma se tiene a veces. Nadie la posee sin pausa y para siempre. Día tras día, año tras año pueden transcurrir sin ella. A veces sólo en el arrobo y los miedos de la infancia anida por más tiempo. A veces nada más en el asombro de haber envejecido. Rara vez nos asiste en las tareas pesadas, como mover los muebles, cargar las maletas o recorrer caminos con zapatos apretados. Cuando hay que cortar carne o llenar solicitudes, generalmente está de asueto. De mil conversaciones toma parte sólo en una, y no necesariamente, pues prefiere el silencio. Cuando el cuerpo nos empieza a doler y doler, escapa sigilosamente de su hora de consulta. Es algo quisquillosa: con disgusto nos ve en la muchedumbre, le repugna nuestra lucha por supuestas ventajas y el rumor de los negocios. La alegría y la tristeza no son para ella sentimientos distintos. Sólo cuando se unen está presente en nosotros. Podemos contar con ella cuando no estamos seguros de nada y tenemos curiosidad por todo. De los objetos materiales le gustan los relojes con péndulo y los espejos que trabajan afanosos aunque no mire nadie. No dice de dónde viene ni cuándo se irá de nuevo, pero evidentemente espera esa pregunta. Según parece, así como ella a nosotros, nosotros a ella también le servimos de algo.
Hora temprana Todavía duermo y mientras tanto suceden cosas. Blanquea la ventana, la oscuridad se vuelve gris, el cuarto se desprende del espacio turbio, buscan en él apoyo, titubeantes, pálidas estelas. Sucesivamente, sin prisa, porque es una ceremonia, amanecen las superficies del techo y las paredes, se separan las formas, una de otra, el lado izquierdo del derecho. Clarean las distancias entre los objetos, pían los primeros destellos en el vaso, el picaporte. No sólo parece, sino que es plenamente aquello que ayer fue movido, lo que se ha caído al suelo, lo que se encierra en los marcos. Solamente los detalles no se han hecho aún visibles. Pero atención, atención, atención, muchas cosas indican que regresan los colores y hasta la más pequeña recuperará el suyo, junto con el matiz de la sombra. Muy rara vez me sorprende, y debería. Suelo despertarme como testigo tardío, cuando el milagro está ya hecho, el día establecido y lo alboreante magistralmente transformado en matinal.
Wisława Szymborska, poeta, Prowent (actual Kórnik, Polonia), 1923-2012
Contribución a la estadística De cada cien personas, las que todo lo saben mejor: cincuenta y dos, las inseguras de cada paso: casi todo el resto, las prontas a ayudar, siempre que no dure mucho: hasta cuarenta y nueve, las buenas siempre, porque no pueden de otra forma: cuatro, o quizá cinco, las dispuestas a admirar sin envidia: dieciocho, las que viven continuamente angustiadas por algo o por alguien: setenta y siete, las capaces de ser felices: como mucho, veintitantas, las inofensivas de una en una, pero salvajes en grupo: más de la mitad seguro, las crueles cuando las circunstancias obligan: eso mejor no saberlo ni siquiera aproximadamente, las sabias a posteriori: no muchas más que las sabias a priori, las que de la vida no quieren nada más que cosas: cuarenta, aunque quisiera equivocarme, las encorvadas, doloridas y sin linterna en lo oscuro: ochenta y tres, tarde o temprano, las dignas de compasión: noventa y nueve, las mortales: cien de cien. Cifra que por ahora no sufre ningún cambio.
Cierta gente Cierta gente huyendo de cierta gente. En cierto país bajo el sol y bajo ciertas nubes. Dejan tras de sí su cierto todo, campos sembrados, ciertas gallinas, perros, espejos en los que justamente se contempla el fuego. Llevan en la espalda cántaros y hatillos, cuanto más vacíos, cada día más pesados. Tiene lugar calladamente el detenerse de alguien, y en el tumulto, el arrancarle el pan alguien a alguien o el sacudir al niño muerto de alguien. Contínuamente ante ellos un cierto no hacia allá, un no es éste el puente que hace falta sobre un río extrañamente rosa. Alrededor ciertos disparos, más lejos o más cerca, y en lo alto un avión que, un poco, se balancea. No estaría mal una cierta invisibilidad, una cierta parda pedregosidad, y aún mejor un cierto no-haber-sido por un tiempo corto o hasta largo. Algo ocurrirá todavía, pero dónde y qué. Alguien les saldrá al paso, pero cuándo, quién, de cuántas formas y con qué intenciones. Si es que puede elegir, quizás no quiera ser un enemigo y los deje con una cierta vida.
Fotografía del 11 de Septiembre Saltaron hacia abajo desde los pisos en llamas: uno, dos, todavía unos cuantos más arriba, más abajo. La fotografía los mantuvo con vida, y ahora los conserva sobre la tierra, hacia la tierra. Todos siguen siendo un todo con un rostro individual y con la sangre escondida. Hay suficiente tiempo para que revolotee el cabello y de los bolsillos caigan llaves, algunas monedas. Siguen ahí, al alcance del aire, en el marco de espacios que justo se acaban de abrir. Sólo dos cosas puedo hacer por ellos: describir ese vuelo y no decir la última palabra.
Wisława Szymborska, poeta, Prowent (actual Kórnik, Polonia), 1923-2012